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I. INTRODUCCIÓN
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Por eso desde los primeros siglos, una de las tareas fundamentales
de la filosofía cristiana fue la de tratar de hacer compatible la
libertad humana con la presciencia divina. Celso, un filósofo ro-
mano del siglo II, increpaba a los cristianos sobre la incoherencia
de sus doctrinas en materia moral y las paradojas teológicas a las
que daba lugar la presciencia de Dios, es decir, su conocimiento
cierto e infalible de los sucesos futuros.
Mas Jesús que predijo todas estas cosas era Dios; era preciso,
pues, que todo lo que tenía él previsto ocurriera y había profetiza-
do que ocurriera. ¡Un Dios había inducido a sus propios discípu-
los, con los cuales repartía el pan y el vino, a ese abismo de
impiedad y de perversión, él que había venido para el bien de
todos los hombres y, especialmente más que a los demás, a aque-
llos con los que había tenido un banquete cotidiano! ¿Dónde se
vio a alguien urdir traiciones a sus anfitriones? Pues ahora en este
caso, es el comensal de un Dios el que le tiende celadas; y lo cual
repugna aún más, el propio Dios tiende emboscadas a sus compa-
ñeros y los convierte en traidores e impíos.2
1 Gilson, E., (1952) El espíritu de la filosofía medieval, Buenos Aires, Emecé, p. 341.
2 Celso, (1989) El discurso verdadero contra los cristianos, Madrid, Alianza, p. 34.
3 Orígenes, (1967) Contra Celso, Madrid, BAC, p. 128.
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5 Boecio, La consolación de la filosofía, Buenos Aires, Aguilar, 1965. Todas las citas
son tomadas de esta edición. Las referencias se harán, como se acostumbra, indi-
cando primero el número del libro, seguido del número de la prosa o del metro
correspondiente.
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¿Por qué los castigos recaen sobre los buenos? ¿Y por qué los
malos arrebatan los premios de la virtud? Este es mi profundo
estupor y quisiera saber de ti la razón de una confusión tan injus-
ta. Mi asombro sería menor si creyera que tan gran desorden se
debe a los cambios caprichosos del azar. Pero mi admiración se
agranda al saber que es Dios el que rige el mundo. Con frecuencia
se muestra complaciente con los buenos y severo con los malos.
Pero otras veces somete a los primeros a duras pruebas y escucha
los deseos de los otros. ¿Qué razón hay, entonces, para distinguir
entre Dios y los caprichosos efectos del azar? (IV, 5).
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y los seres humanos no son libres. Pero lo que Boecio está implíci-
tamente asumiendo es que la providencia divina implica la pre-
sciencia divina. Una condición para que Dios ordene las cosas y
las someta a su voluntad es que Dios conozca todo, es decir, que
Dios posea omnisciencia. Poseer omnisciencia significa para Boecio
que Dios conozca el pasado, el presente y el futuro (“Pasado, pre-
sente y futuro, todo lo distingue con un sólo parpadeo de su inte-
ligencia” (V, M2)).
Si somos seres racionales, somos libres, pues los seres que no po-
seen racionalidad están sometidos a la fatalidad del destino de un
Dios providente y por eso no son libres. El primer intento de solu-
ción de Boecio consiste en mostrar que, en tanto seres racionales,
nuestras decisiones dependen de nosotros y no de causas externas
ajenas a nuestra voluntad. Los seres que no poseen razón son di-
rigidos por Dios, pero los seres humanos, al ser racionales, dirigen
su vida desde sí mismos. La posibilidad de libre autodetermina-
ción está asegurada por nuestra naturaleza racional. ¿Pero signifi-
ca esto que nuestros actos, al ser libres, están por fuera del orden
causal de la providencia? Parece que no.
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O más escuetamente:
8 Sigo aquí el esquema del argumento sugerido por Marenbon, aunque con ligeras
modificaciones. Marenbon, John, (2005) “Anicius Manlius Severinus Boethius”,
en The Stanford Encyclopedia of Philosophy, Edward N. Zalta (ed.), URL=<http:/
/plato.stanford.edu/archives/sum2005/entries/boethius/>.
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Ahora bien, se puede objetar que una cosa es que Dios conozca
un acto futuro y otra que haga que tal evento suceda. Dios conoce
el evento, pero no lo determina. El hecho de que Dios sepa que
algo va a pasar, no anula la libertad de tal hecho. Si la presciencia
de Dios no causa el acontecimiento, entonces Dios no lo determi-
na para que suceda así.9 Dios pudo prever la traición de Judas,
9 Según Pike, inferir de la presciencia de Dios que ninguna acción es libre, parece
algo claramente falso, pues a partir de una caracterización del conocimiento de
Dios, no se ve cómo dicho conocimiento elimine el carácter libre de las acciones
humanas. Para que la presciencia implique ausencia de libertad, es preciso añadir
alguna condición adicional que involucre la omnipotencia y providencia de Dios.
Ver, Pike, Nelson, (1965) “Divine Omniscience and Voluntary Action”, en The
philosophical Review, Vol. 74, n° 1, p. 27.
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Por ejemplo: si una persona está sentada, el juicio que esto afirma
es necesariamente cierto; y recíprocamente, si es cierto el juicio
que afirma que está sentada tal persona, necesariamente aquella
persona sentada está. Existe, pues, una necesidad en los dos ca-
sos: en el segundo, la necesidad de que esté sentada, y en el prime-
ro, la necesidad de que sea verdadero el juicio que tal cosa afirma.
Pero si uno está sentado, ello no se cumple porque sea cierto el
juicio que lo declara; al contrario, este juicio es verdadero porque
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1 1 Citemos algunos ejemplos: “Si todo ocurre por el hado, nada puede prevenirnos
para que nos preservemos, porque de cualquier manera que obremos no podemos
impedir que suceda lo que fatalmente ha de suceder (…) Añadiré además que no
creo ni siquiera útil el conocimiento de las cosas futuras. ¿Cuál habría sido la vida
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consecuencias (las ya aludidas tanto por Cicerón como por Boecio relativas al
determinismo) tan temerarias, funestas y perniciosas a las cosas humanas, no cons-
ciente (Cicerón) que haya presciencia de los futuros, reduciendo Cicerón, y ponien-
do a un hombre pío y temeroso de Dios en la estrechez de elegir una de dos vías: o que
hay alguna acción que es dependiente de nuestra voluntad, o que hay presciencia de
los venidero; pues le parece que ambas posiciones no pueden ser ciertas, sino que si se
concede la una se debe negar la otra; que si escogemos la presciencia de los futuros,
quitamos el libre albedrío de la voluntad, y si elegimos éste, quitamos la presciencia
del provenir” (San Agustín, (1979) La ciudad de Dios, México, Porrúa, libro V, cap.
IX). Queda entonces claro que Boecio, como San Agustín, no consideran acertada la
solución de Cicerón, pues no es coherente con las tesis centrales del teísmo, a saber,
que Dios es esencialmente omnisciente y que el hombre es libre.
1 4 Como lo anota Zagzebski: “Una respuesta no muy popular en la literatura corrien-
te es que los seres humanos no tienen libertad en el sentido libertario; esto es, que
el sentido en el cual los humanos son libres es compatible con el determinismo.
Virtualmente, todos los que discuten acerca del problema de la presciencia están de
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nen que suceder por el hecho de que Dios los conozca infalible-
mente? Y da la siguiente respuesta:
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1 6 La cursiva es mía.
1 7 Este punto es reconocido por John Marenbon, quien sostiene que la concesión
final de Boecio según la cual Dios determina todos los eventos, después de todo,
hecha por tierra la sofisticada y elaborada defensa de la libertad y contingencia de
los actos humanos. Ver Marenbon, John (2005), “Anicius Manlius Severinus
Boethius”, en The Stanford Encyclopedia of Philosophy, Edward N. Zalta (ed.),
URL=<http://plato.stanford.edu/archives/sum2005/entries/boethius>.
1 8 Una dificultad semejante a la de Boecio con relación a la incompatibilidad entre la
providencia de Dios y la libertad halla también en San Anselmo, quien concede que
Dios debe causar aquello que conoce. Ver De la concordia de la presciencia, de la
predestinación y gracia divina con el libre albedrío, en Obras completas de San
Anselmo, Madrid, BAC, 1952, T. II, cuestión I, cap. 3.
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1 9 Tanto Boecio como Santo Tomás y San Anselmo concuerdan en sostener que la
incompatibilidad entre la presciencia y la libertad desaparece si se niega el supuesto
que es necesario para generar el problema: que Dios conoce lo que sucederá antes
de que suceda. Pero si Dios es eterno, carece de sentido decir tal cosa de Dios.
2 0 Este esquema es tomado, con algunas modificaciones de Zagzebski, Linda, (2002)
“Recent Work On Divine Foreknowledge and Free Will”, en Kane, Robert, (ed.)
The Oxford Handbook of Free Will Oxford, Oxford University Press, pp. 46-47.
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2 7 Las dificultades a las que da lugar la noción de eternidad surgen del problema más
general acerca de cómo hacer compatible la inmutabilidad propia de un ser eterno
con la temporalidad y mutabilidad de todo lo creado. Ya San Agustín en las Con-
fesiones se enfrentó a los serios cuestionamientos a los que daba lugar la eternidad
de Dios, pues si Dios es inmutable y no puede modificar su voluntad, entonces o el
mundo debió existir siempre, o si no existe desde siempre, entonces en Dios hay
cambio. Además, ¿cómo puede un ser eterno conocer lo temporal sin que ello
implique un cambio en sus estados cognitivos?
2 8 “De donde resulta que no es conjetura sino conocimiento cierto y verdadero el que
Dios tiene de que un acontecimiento se haya de producir en el tiempo, sabiendo
además que no ha de ocurrir en virtud de necesidad alguna. Me dirás acaso: un
hecho, cuya realización ve Dios en el futuro no puede menos de suceder; y en estas
condiciones ocurrirá por cierta necesidad. He de confesar que hay aquí una verdad
innegable, pero sólo está al alcance del que pueda contemplar lo divino” (V, 6).
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