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Luis Pásara
Existe ya una importante bibliografía sobre Sendero Luminoso. Sin embargo, poco
de ella corresponde a trabajos con base empírica, al tiempo que se ha puesto un
acento excesivo en las llamadas “causas de la guerra” o los “factores estructurales”
en desmedro de las razones por las que determinados individuos decidieron participar
en la lucha armada. De allí la relevancia de la pregunta central del trabajo de
Ascensios, que él busca responder desde “la subjetividad de los miembros” del
partido, explorada mediante las entrevistas en profundidad.
La experiencia de “ser parte” de un movimiento armado es vivida por una joven como
“una responsabilidad mayor (…) ya estaba en tus manos, como que tenías el poder
(…) el poder de actuar, es algo” (p. 100). Otro militante confiesa: “Me emocionaba,
me emocionaba, pensando que sí tenía una participación, era protagonista de algo”
(p. 130). El PCP-SL ofrecía una posibilidad de integración a quien en la ciudad se
consideraba a sí mismo como un excluido.
Para Asencios, “la dinámica de la guerra fue convertida en un hecho artificioso que
ocultaba serios problemas del Partido” (p. 116). En esa vía, cuando el PCP-SL sufre
retrocesos en el campo –debido a las acciones contrasubversivas y al rechazo
campesino a la imposición de los alzados en armas– , el liderazgo del partido decide
situar el principal escenario de lucha en las ciudades, Lima en particular; entonces,
“la composición social de la organización varió” y “el perfil de los miembros en los
niveles de base fue conformado mayoritariamente por jóvenes nacidos en Lima,
muchos de ellos hijos de migrantes”, jóvenes “entre los 17 y los 25 años de edad”
(p. 20). El cambio de composición condujo a un cambio de prácticas entre las cuales
el autor destaca cierto “relajamiento político e ideológico y la violencia extrema” (p.
22) de “jóvenes inexpertos que se centraban principalmente en la ejecución de las
acciones militares” (p. 107).
La idea del “Sendero ganador” hizo “subestimar a las fuerzas del orden” y produjo
“un relajamiento del trabajo clandestino”. En palabras de un entrevistado, “siempre
pensábamos que íbamos a salir airosos de cualquier acción” (p. 135). El triunfalismo
fue reforzado cuando Guzmán proclamó que se había llegado al “equilibrio
estratégico”, una suerte de empate de fuerzas entre los alzados en armas y el Estado.
Sin saberlo, se preparaba así condiciones para la derrota.
El país se ha dividido en torno a la explicación de por qué surgió Sendero. Una porción
acaso mayoritaria de la ciudadanía –pero cuyo peso en los medios de comunicación
y la escena oficial en todo caso es preponderante– ha preferido ver en quienes
tomaron las armas, o contribuyeron de algún modo a ella, a seres fanáticos,
desquiciados, envenenados por el odio… La Comisión de la Verdad, que propuso una
interpretación alternativa a esa, vinculada a las características del país que alumbró
a Sendero, fue satanizada; tanto o más que los propios senderistas.
Las consecuencias de esta opción del país son varias pero todas son nefastas. Aún
no hay lugar para hablar serenamente de lo que pasó durante el conflicto armado
interno, entre comienzos de los años ochenta y mediados de los años noventa: el
Perú prefiere enterrar su propia historia, no aprender de ella. Paralelamente, algo
grave ocurre con quienes debieron ser reintegrados a la sociedad luego de concluido
el enfrentamiento. Las voces más enardecidas de la opinión prevaleciente reclaman
todo lo contrario: que cuando cumplan su condena sean procesados por otros delitos,
y que si son puestos en libertad no sean reincorporados, que sus “antecedentes” los
inhabiliten a perpetuidad. Esto es, que se les considere una suerte de leprosos
políticos. En ese contexto, la decisión del Jurado Nacional de Elecciones de no inscribir
al FUDEPP se hace inteligible más allá de su argumentación legal: tiene un
considerable respaldo social, amplificado por la vociferación irreflexiva de diversos
medios de prensa.
El libro de Asencios confirma algo que se sabía: más allá de las razones ideológicas
de sus promotores, la lucha armada atrajo a gentes que se sentían marginales en el
país, les ofreció un lugar para participar y una identidad mediante la lucha. Si después
de producida su derrota, se insiste en marginarlos se está alimentando algo que en
algún momento volverá como un búmeran.