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Bourdieu, P. (1979): “La elección de lo necesario”, en La distinción, Taurus, Madrid.

La proposición fundamental que define el habitus como necesidad hecha virtud nunca se
deja experimentar con tanta evidencia como en el caso de las clases populares, puesto que
la necesidad abarca perfectamente todo lo que de ordinario da a entender esa palabra, la
ineluctable privación de los bienes necesarios. La necesidad impone un gusto de necesidad
que implica una forma de adaptación a la necesidad.

La clase social no se define solo por una posición en las relaciones de producción, sino
también por el habiitus de clase que normalmente se encuentra asociado a esta
posición.

No procede examinar si es verdadera o falsa la imagen insostenible del mundo obrero que
produce el intelectual cuando, colocándose en la situación del obrero, sin tener un habitus
obrero, aprehende la condición obrera según unos esquemas de percepción y apreciación
que no son los que los propios miembros de la clase obrera emplean para aprehenderla;
dicha imagen es, verdaderamente, la experiencia que puede tener del mundo obrero un
intelectual que entra de manera provisional y decisioria en la condición obrera, y puede
llegar a ser cada vez menos improbable estadísticamente si, como comienza a ocurrir en la
actualidad, llega a incrementarse el número de los que se encuentran proyectados a la
condición obrera sin tener el habitus que es producto de los condicionamientos
normalmente impuestos a los que están destinados a esa condición. El populismo nunca es
otra cosa que la inversión de un etnocentrismo, y si las descripciones de la clase obrera y de
la clase campesina oscilan casi siempre entre el miserabilismo y la exaltación milenarista,
es porque hacen abstracción de la relación con la condición de clase que forma parte de una
definición completa de esta condición y porque es más fácil enunciar la relación justa con
la condición que se describe que proyectar en la descripción su propia relación con esa
condición.

EL GUSTO DE LA NECESIDAD Y EL PRINCIPIO DE CONFORMIDAD


El efecto propio del gusto de necesidad, que no cesa de actuar, aunque de manera
encubierta –debido al hecho de que su acción se confunde con la necesidad-, nunca se ve
también como en el caso en que, actuando de amera algo a contratiempo, sobrevive a las
condiciones de las que es producto.

Lo que las estadística registra bajo forma de sistemas de necesidades no es otra cosa que la
coherencia de las elecciones de un habitus. Y la incapacidad para gastar más o para
gastar de otra manera, es decir para acceder al sistema de necesidades implicado en
un nivel superior de recursos, es la mejor prueba de la imposibilidad de reducir la
propensión a consumir a las capacidades de apropiación o de reducir el habitus a las
condiciones económicas puntualmente definidas. Si todo lleva a creer en la existencia de
una relación directa entre los ingresos y el consumo, ello obedece a que el gusto es casi
siempre producto de condiciones económicas idénticas a aquellas en las que funciona, de
suerte que es posible imputar a los ingresos una eficacia causal que no ejerce más que en
asociación con el habitus que han producido. En realidad, la eficacia propia del habitus se
ve bien cuando ingresos iguales se encuentran asociados con consumos muy diferentes que
solo pueden entenderse si se supone la intervención de principios de selección diferentes.

La sumisión a la necesidad que inclina a las clases populares hacia una estética pragmática
y funcionalista, rechazando la gratuidad y la futilidad de los ejercicios formales y de
cualquier especie de arte por el arte, se encuentra también en la base de todas las elecciones
de existencia cotidiana y de un arte de vivir que impone la exclusión de las intenciones
propiamente estéticas como si de locuras se tratase.

De este modo, aunque pueda parecer que se deducen directamente de las condiciones
objetivas, puesto que aseguran una economía de dinero, tiempo y de esfuerzos, las prácticas
populares tienen como principio la elección de lo necesario. El ajuste e las posibilidades
objetivas que esta inscrita en las disposiciones constitutivas dek habitus, se encuentra en la
base de todas las elecciones realistas que fundadas en la renuncia a unos beneficios
simbólicos de cualquier manera inaccesibles, readucen las prácticas o los objetos a su
función técnica. De esta forma, nada es más ajeno a las mujeres de las clases populares que
la idea típicamente burguesa de hacer de todos los objetos de la vivienda una elección
estética.

Las llamadas al orden en las que se enuncia el principio de conformidad, única norma
explícita del gusto popular, y que apuntan a alentar las elecciones razonables impuestas en
todo caso por las condiciones objetivas, encierran además una llamada de atención contra la
ambición de distinguirse identificándose a otros grupos, una llamada a ala solidaridad de
condición. La más implacable llamada al orden es el efecto de enclaustramiento que ejerce
la homogeneidad dek universo social directamente experimentado. No hay otro lenguaje
posible, no existe otro estilo de vida, no existen otras relaciones de parentesco. El universo
de los posibles es cerrado.

Los que creen en la existencia de una cultura popular van a encontrar ahí fragmentos
dispersos de una cultura erudita más o menos antigua. Seleccionados y reinterpretados de
acuerdo a los principios fundamentales del habitus de clase e integrados en la visión
unitaria del muno que este engendra, y no la contracultura que estos reclaman, cultura
enfrentada a la cultura dominante.

Grignon, C. y Passeron, J. (1991): “Dominomorfismo y dominocentrismo”, en Lo culto y


lo popular. Miserabilismo y populismo en sociología y en literatura, Nueva Visión,
Buenos Aires.

Todo sucede como si la observación, situada en la punta de la pirámide social, perdiera su


poder de discernimiento a medida que su mirada se dirige hacia la base: el enrarecimiento
de la información va de la mano con la indiferencia hacia las diferencias, las variaciones y
las oposiciones cuyo conocimiento permitiría construir el espacio social de los gustos
populares.
Definida casi exclusivamente con referencia al gusto dominante, o sea en términos
negativos, la cultura popular aparece en la perspectiva legitimista como un conjunto de
carencias.
En la perspectiva legitimista, el modo de vida de las clases populares se deduce y se reduce
al nivel de vida; mientras la mínima ambición de todo sociólogo que se interna en un
trabajo empírico es hacer aparecer variaciones sistémicas, los legitimistas concluyen
siempre en la homogeneidad de la clase obrera.

Segmentación de las clases populares.


Partiendo del estudio de las condiciones materiales de existencia, las variaciones del gusto
popular corresponden a configuraciones de restricciones y de recursos, de desventajas y de
contradesventajas, diferentes según los grupos y según los medios.

Los riesgos de la trasposición analógica

Hoggart, R. (1971): “¿Quiénes constituyen la ‘clase obrera’?” y “’Ellos’ y ‘nosotros’” en


La cultura obrera en la sociedad de masas, Grijabo, Barcelona.

Siento que son clase obrera en gustos y costumbres, en que pertenecen a ella. Esta
distinción no resulta muy exacta, pero es importante.
No es fácil distinguir a los trabajadores del resto por la cantidad de dinero que ganan, ya
que hay una enorme variación de jornales.
La mayoría se educó en la escuela pública y trabajan de obreros. Tratar de gran a la clase
obrera para dar cuenta de un gran número de matices y distinciones dentro del mismo
gurpo.
No hay manera de analizar una cultura sino a través de las constantes de la uniformidad.
Los integrantes de la clase obrera reconocen que hay una forma correcta de comportarse
aunque se alejen de la norma. La definición avalada de actitud es mi objeto de estuido.
Mi argumento no es que hace una generación había en Inglaterra una cultura urbana
“auténticamente popular” que en la actualidad ha sido sustituida por una cultura de masas
sino que los estímulos de quienes controlan los medios masivos de comunicación son
ahora más insistentes y eficaces; que estamos yendo hacia la creación de una cultura de
masas; que los residuos de lo que era una cultura urbana popular estan siendo destruidos; y
que la nueva cultura urbana de masas es menos sana que la cultura primitiva que intenta
desplazar.

Ellos y nosotros.
Esta cohesión engendra el sentimiento de que el mundo de los otros es extraño y a menudo
hostil; que tiene todos los elementos de poder y que es difícil de afrontar. Para la clase
obrera, ese mundo es de ellos. Ellos es una figura multifacética, personaje compuesto por la
transposición urbana de la antigua forma de relación entre el señor y el campesino. El
mundo de ellos es el de los jefes, ya se trate de individuos del sector privado o funcionarios.

En este siglo ellos ya no tiene una connotación violenta. Las relaciones del proletariado con
la policía son bastante diferentes de las de la clase media. A pesar de que no son malas, ven
al policía como a alguien que los vigila; que representa la autoridad que los acecha, más
que como un funcionario público que trabaja para ayudarlos y protegerlos.

Si a un obrero se le asigna el puesto de capataz dudará antes de aceptar poquelo


considerarán del lado de ellos.
Los jóvenes tienden a ser menos temerosos ante el mundo de ellos y mucho menos
respetuosos. Esto se debe a la cantidad de diversiones que hay hoy en día.

Los miembros de la clase obrera recuerdan a menudo medios simbólicos oara escapar del
peso de la autoridad. Por ejemplo, el arte popular de satirizar a la autoridad.

Nosotros
El sentido de calor de grupo ejerce gran poder y sigue siendo primordial, incluso cuando las
personas han salido, por motivos financieros o geográficos, de la clase obrera. He notado
que los hombres que llegan a posiciones importantes con su propio esfuerzo prefieren irse
con la multitud a ver los partidos de fútbol.

Una vez que empiezan a trabajar, no existe para la mayoría la posibilidad de un ascenso o
de una promoción. La clase obrera tiene claro que ni el dinero ni el poder los hará felices.
Los padres que no aceptan que sus hijos gocen de becas no siempre están pensando en que
tendrán que mantenerlos más tiempo; en el fondo dudan del valor de la educación. La
función del grupo es la de conservar un modo de vida e impedir la inclinación de alguno de
sus miembros a hacer cambios, a dejar el grupo, a ser diferente, imponiendo una presión
que se manifiesta como conformismo.

La estructura del haba popular sigue de cerca los movimientos de las emociones.

La clase obrera tiene la certidumbre de que su vida no cambiará jamás. Hay una actitud
estoica, como un acto de defensa personal para no tener que humillarse ante sus semejantes.
Actitud realista. Desconfianza hacia el gobierno.

Thompson, E. (1980): “Prefacio” a La formación de la clase obrera, Penguin, Londres.

Clase es un fenómeno hitórico. No como una estructura sino como algo que tiene lugar de
hecho en las relaciones humanas.
La relación debe estar siempre encarnada en gente real y en un contexto real. No podemos
tener dos clases distintas, cada una con una existencia independiente y luego ponerlas en
relación una con la otra.
La experiencia de la clase esta ampliamente determinada por las relaciones de producción
en las que los hombres nacen, o en las que entran de manera involuntaria. La conciencia de
clase es la forma en qu se expresan estas experiencias en términos culturales. SI bien la
experiencia es algo determinado, la conciencia de clase nolo está.
Hoy día existe la tentación de suponer que la clase es una cosa. Se supone que tiene
existencia real, que se puede definir casi con una fórmula matemática. Hay una
superestructura cultural a través de la cual este reconocimiento empieza a evolucionar de
maneras ineficaces. Estos atrasos culturales y estas distorsiones son un fastidio, de modo
que es fácil pasar de esta a alguna teoría de la sustitución. El partido, la secta o el teórico
que desvela la conciencia la de clase: no como es sino como debería ser.
En el otro lado de la visión ideológica. Cualquier idea de clase es una construcción teórica
perjudicial que se impone a los hechos. Se niega que la clase haya existido alguna vez.
Si recordamos que la clase es una relación y no una cosa, podemos pensar de este modo: la
clase no existe para tener una interés o una conciencia ideal, ni para yacer como paciente en
la mesa de operaciones del ajustador.

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