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Autismo
Autismo
Durante mucho tiempo se ha reconocido que surgen signos de autismo durante la infancia y
los primeros años de preescolares. El desarrollo temprano del autismo fue una de las
primeras fuentes de evidencia de la distinción entre autismo y psicosis y llevó al término
"autismo infantil" en el DSM-III (Asociación Americana de psiquiatría, 1980). Durante
muchos años, los padres han descrito que la aparición de los síntomas de autismo ocurre
temprano en el segundo año de vida (Di Giacomo & Fombonne, 1998), a menudo, pero no
siempre, siguiendo características inespecíficas tales como dificultades para comer o
dormir, sensibilidad al medio ambiente, o incluso siendo un bebé excepcionalmente
"bueno" (Dahlgren & Gillberg, 1989). Con la mayor conciencia pública y la ampliación de
las conceptualizaciones del autismo hacia un espectro de trastornos (es decir, trastornos del
espectro autista [TEA o ASD], la categoría general de TEA ahora incluye más niños con
deficiencias sociales más leves, acompañado por diversos grados de retrasos en las
primeras palabras o el uso de frases y discapacidad intelectual. En algunos de estos casos,
la edad de primera preocupación o identificación es retrasada a la tardía
preescolaridad. Sin embargo, la creencia es que la mayoría de estos niños son diferentes de
otros niños de alguna manera desde muy temprano (Chawarska, Klin & Volkmar, 2003;
Zwaigenbaum et al., 2005). La identificación temprana se considera de vital importancia
tanto para la intervención y para entender el curso desde etiologías hasta la formación del
cerebro y los comportamientos asociados con el autismo en años tardíos. Con la prevalencia
de TEA estimada en 1 de cada 150 niños (centros para el Control y la prevención, 2007),
los profesionales de la salud mental cuyo enfoque es la primera infancia asumirán cada vez
un mayor papel en la evaluación y seguimiento a los niños con TEA referido a edades cada
vez menores.
Las preocupaciones acerca del uso de criterios y categorías de diagnósticos
destinados a los niños mayores, con niños de 3 años o menores son razonables (Greenspan
& Wieder,) 1997. Sin embargo, como se describe a continuación, ha habido una gran
cantidad de investigación sobre niños en riesgo de autismo, y hay un creciente cuerpo de
evidencia identificando las trayectorias del desarrollo, comenzando en la infancia, de niños
con comportamientos que presagian TEA. Fuera de esta investigación ha llegado
información empírica indicando estabilidad y variabilidad, lo que es entusiasmante para un
diagnóstico precoz (Bryson, Zwaigenbaum, McDermott, Rombough & Brian, 2008; Landa,
Holman & Garrett-Mayer, 2007) y a la vez pide PRECAUCIÓN (Charman & Baird, 2002).
Ahora tenemos algunas direcciones claras para la observación clínica y medidas estándar
que nos pueden ayudar a informar a los padres sobre posibles diagnósticos. El objetivo de
este esfuerzo es para que las familias y los médicos trabajen en conjunto para tomar
decisiones acerca de tratamientos adecuados y enfoques que tomen en cuenta las fortalezas
y dificultades de cada niño. Por lo tanto, este es un momento de optimismo; nuestra
comprensión de TEA en bebés y niños pequeños está aumentando rápidamente, y estamos
viendo cambios reales en la práctica.
Hay ahora una conceptualización más amplia de TEA que incluye el Autismo, el
síndrome de Asperger y el Pervasive Developmental Disorder Not Otherwise Specified
(PDD-NOS) Trastorno generalizado del desarrollo no especificado o también llamado
autismo atípico. Sin embargo, las diferencias entre estas diferentes categorías de
diagnóstico, particularmente en los niños, son relativamente arbitrarias y están a menudo
relacionadas con preferencias clínicas como con las características del niño (Ozonoff, Sur, y
Miller, 2000). En su mayor parte, los términos autismo y TEA se utilizan indistintamente en
este capítulo.
Hay mucha más conciencia de que el desarrollo, en muchos niveles, debe ser
siempre considerado en el diagnóstico y el tratamiento de los niños con TEA. Los factores
que comienzan con la edad cronológica y que incluyen el nivel de comunicación,
resolución de problemas cognitivos no verbales, habilidades motoras, perspectivas de la
familia, y los entornos sociales, juegan importantes roles en la identificación precisa y la
planificación de los servicios adecuados, especialmente para los niños muy pequeños. Por
último, no sabemos si numerosos genes contribuyen en los diferentes déficits básicos que
resultan directamente en un TEA o que interactúan entre sí, con la epigenética, o con otros
factores de neurodesarrollo para producir riesgos neurobiológicos para los TEA. Sin
embargo, está bien establecido que el riesgo de recurrencia de TEA en los hermanos
posteriores de niños con TEA se incrementa, como también el riesgo de otras dificultades,
no específicas, tales como retraso en el lenguaje (Landa Y Garrett-Mayer, 2006;
Zwaigenbaum et. al, 2005). Aunque hay pruebas (exámenes) para algunos trastornos
genéticos con mayor riesgo de TEA, estos trastornos representan un número relativamente
pequeño de niños con TEA. Han surgido patrones interesantes de crecimiento de la cabeza,
que reflejan cambios en el volumen del cerebro en los bebés y niños pequeños
(Courchesne, Carper, Y Akshoomoff, 2003), y se han encontrado diferencias funcionales y
estructurales en los cerebros de los niños mayores, pero aún no con suficiente consistencia
para ser aplicable en los diagnósticos individuales.
Tres métodos, cada uno con fortalezas y debilidades, han proporcionado
información sobre el autismo en la infancia. Entrevistas retrospectivas o cuestionarios
entregados a los padres (Dahlgren y Gillberg, 1989;. Luyster et al, 2005, Stone, Hoffman,
Lewis y Ousley, 1994) están restringidos por los límites de la memoria y las observaciones
de los padres, pero ellos ofrecen la más amplia fuente de información sobre el mayor
número de niños. Videocintas hechas en la infancia a niños que más tarde fueron
diagnosticados con autismo (Adrien et al, 1991;. Baranek, 1999; Osterling y Dawson,
1994), proveen importante ideas sobre las diferencias tempranas en niños, mucho antes de
realizado el diagnostico. Ellos permiten a los investigadores observar comportamientos que
los padres no hayan reconocido, pero están limitados por la dependencia de la improvisada
recopilación de datos. En los últimos 10 años, el estudio de los hermanos menores de niños
con TEA diagnosticado, ha sido la estrategia más común para obtener información sobre el
inicio temprano de síntomas. Estos niños tienen un mayor riesgo de autismo, tal vez 1 en 10
teniendo TEA y más teniendo problemas de desarrollo relacionado. Este método permite
reclutar los niños con autismo desde el nacimiento, pero es caro y consume mucho tiempo,
porque la mayoría de los hermanos menores no tienen TEA.
Además, los efectos de cohorte han surgido en la investigación usando todas estas
estrategias, de tal manera que los niños diagnosticados hace 15 años, incluso a partir de los
2 años de edad, probablemente, representan un grupo muy diferente de los niños de 2 años
de edad en la actualidad. Por ejemplo, un estudio realizado con niños de 2 años de edad
diagnosticados en la década de 1990 encontró que el diagnóstico primario cambió, para
niños con PDD-NOS a los 2 años, hacia diagnósticos de autismo cuando tenían 5 años de
edad, pues los médicos se volvieron más seguros de la importancia de los síntomas (lord et
al., 2006). En contraste, varios estudios recientes con niños de alto rendimiento y con
médicos que eran probablemente más experimentados con el diagnóstico temprano,
encontraron un mayor número de niños con diagnóstico de PDD-NOS saliendo del
espectro, reflejando a estos médicos un diagnóstico más sensible de PDD-NOS a temprana
edad, el menor deterioro de los niños, y tal vez los efectos de la intervención temprana
(Kleinman, Ventola, et al, 2008;. Turner & Stone, 2007)
AUTISMO EN LA INFANCIA
Tratamiento e Intervención
Las recomendaciones generales para el tratamiento de los niños con autismo fueron
especificadas en un reporte del Consejo Nacional de Investigación (2001) y se resumen en
la tabla 18.1. Las intervenciones Primarias para niños con trastorno del espectro autista
(TEA) son Educación y Apoyo: (1) Educación para los niños ( Las cuales incluyen terapias
especializadas tales como terapia del discurso y análisis de comportamiento aplicado
(ABA)); (2) Apoyo a través de proveer ambientes de adaptación individual para que los
niños construyan sobre sus fortalezas y compensen sus debilidades ambos en “ambientes
naturales” tales como su hogar o el preescolar, así como en ambientes más terapéuticos y
(3) Apoyo y educación para los cuidadores. En este punto, no hay medicamentos que traten
los “Síntomas nucleares” del trastorno del espectro autista (TEA), por lo que los
medicamentos son relevantes solamente en el grado en que estos son usados para el
tratamiento de condiciones comorbidas, tales como déficit atencional o epilepsia.
Tratamientos alternativos como dietas y suplementos (Levy & Hyman, 2003) son
ampliamente promocionados y a menudo usados por las familias, pero hasta ahora no han
demostrado tener algún valor y a veces pueden ser perjudiciales.
TABLA 18.1. Consejo Nacional de Investigación. Resumen de las recomendaciones para el
tratamiento (NRC, 2001)
2.- La participación activa por una parte substancial del día, la mayoría de los días de la
semana (5 horas al día, 5 días a la semana sugerido para niños mayores, comparable con día
escolar).
a. En edades tempranas, el aprendizaje debería ocurrir en un ambiente lo más
natural que sea posible.
4.- Atención individual de los adultos suficiente para conocer las metas de sus hijos y
asegurar la participación y aprendizaje en las actividades a trabajar.
a. El aprendizaje debe obligatoriamente involucrar a los cuidadores.
CONCLUSIONES