Está en la página 1de 7

MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO: “TESTIGO DE

CRISTO Y DEFENSOR DEL PUEBLO”


TESTIMONIO DE JOSÉ JORGE SIMÁN EN EL XXXIV
ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MONSEÑOR OSCAR
ARNULFO ROMERO.

Mi mensaje, este día, no es desde una perspectiva canónica,


teológica, filosófica o histórica. No podría serlo. Mi mensaje es un
pequeño y humilde testimonio sobre un santo que se avecina con la
fuerza y la pureza de un hombre que entendió y amó a su tiempo,
que desde su sencilla fe en Jesús llegó a engrandecer su voz ante la
perversidad del poder humano en defensa de los derechos de los
más débiles y de los más pobres de nuestra tierra.

Quiero dar mi testimonio sobre ciertos momentos que Monseñor


Romero, que ya es un santo de todos los días para nosotros,
compartió conmigo y mi familia, y que me hacen un ser
inmensamente dichoso porque siento que fui un privilegiado al
acompañarlo, aunque en muy breves instantes, en la ruta de su
entrega a los pobres que marcó con el precio de su propia vida y de
su sangre. Nunca podré agradecerle a nuestro Señor el haberme
otorgado el privilegio de ser amigo de Monseñor Romero.

Su vida fue un sacrificio por los pobres que, aunque negado en los
primeros años de su muerte, es ahora un “modelo para toda la
iglesia”.
Al respecto, permítanme leerles dos frases, llenas de fe y carisma,
con las que quiero iniciar mi testimonio. La primera de la frases es:
“Como me gustaría una iglesia pobre y para los pobres”. La segunda
dice: “La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres”.

Me dirán que ambas son de Monseñor Romero, ¿son inconfundibles,


verdad?

Pues miren, la primera frase - “Como me gustaría una iglesia


pobre y para los pobres” – es de Jorge Mario Bergoglio, dicha
cuando recién fue elegido Papa, es decir apenas hace doce meses.
La segunda frase - “La misión de la Iglesia es identificarse con
los pobres” – es la de Romero, dicha hace más de t r e i n t a a
ñ o s.

1/7
Es impresionante este encuentro de ideas y esta identificación de
pensamientos, en el correr de los tiempos, sobre lo que debe ser la
iglesia; una fue dicha desde un país pobre y sufrido, en el siglo XX,
la otra desde el mismísimo centro estratégico, y desde el cargo más
alto, de la fe cristiana, en el siglo XXI.

Y no es solo FRANCISCO quien ahora aboga por Romero en el


Vaticano, también lo hacen otros altos funcionarios, como el
arzobispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación de la
Doctrina de la Fe – la que fue la antigua Santa Inquisición - quien
nos ha anunciado que “el proceso de canonización de Monseñor
Romero va mucho más rápido”.

Müller, entrevistado por La Stampa, un periódico italiano, dijo que


“el semáforo verde” para la beatificación de monseñor Romero se
encendió durante el papado de Benedicto XVI, pero que ha sido el
papa FRANCISCO quien ha dado un gran espaldarazo a la causa. Y
añadió algo que hace 30 años no hubiésemos creído que la Iglesia
podría decir, Müller afirmó: “Considero a Óscar Arnulfo Romero
un gran testigo de la fe y de la sed de justicia social. Su
testimonio se expresaba en las homilías en las que hablaba
de las trágicas condiciones de vida que entonces sufría su
pueblo”.
Y el 28 de febrero recién pasado, la Pontificia Comisión para
América Latina del Vaticano, en voz de su responsable, el cardenal
argentino Leonardo Sandri, anunció que Monseñor Romero, junto a
los obispos Juan Jesús Posada Ocampo, de México, y Enrique
Angelelli, de Argentina, fueron nombrados como “Víctimas por ser
fieles a la opción preferencial por los pobres”.
El cardenal Sandri añadió que estos tres religiosos deben ser
conmemorados, porque defendieron "el Evangelio de los pobres y
para los pobres" y que ahora el Vaticano impulsa la canonización de
Monseñor Romero a quien se espera sea visto como “modelo para
toda la Iglesia”.
Me recordé, de inmediato, de una homilía pronunciada por
Monseñor URIOSTE en Southwark, Londres. URIOSTE decía en
forma muy anticipada: “Hoy me gustaría recordar tres
características esenciales de la vida de Monseñor Romero. La
primera es que Romero fue un hombre de Dios, La segunda,

2/7
Romero fue un hombre de la Iglesia. Y la tercera, Romero fue un
hombre para la gente, en especial para los más pobres, y
para aquellos que más sufren". Monseñor Urioste es el Presidente y
espíritu vital de la Fundación Romero que siempre ha mantenido la
presencia del Obispo Mártir y ha incentivado su conocimiento.

Estos nuevos hechos de la iglesia son parte de mi testimonio, de mi


largo diálogo con Monseñor Romero. Son parte, como dije antes, de
su vida eterna entre nosotros, dentro de muy poco en santidad. Mi
diálogo cotidiano con Monseñor Romero lo inicié ante su presencia y
lo he continuado con su ejemplo, y en cercanía permanente con
él.
En este largo intercambio de ideas, he llegado a la conclusión que
cada instante de su vida en una invaluable lección de covertise a
diario, de cómo encontrar la verdad y como buscar en los signos de
los tiempos positivos de nuestra gente para construir una nueva
sociedad con base en la de los hechos que impactan la vida de los
pobre y menos favorecidos.

Mi diálogo se inició al conocerlo en los años setenta, siendo el


obispo auxiliar de San Salvador y, luego, obispo de Santiago de
María. Por diversas y nimias razones, nuestros primeros encuentros
no fueron muy cordiales pero si muy respetuosos.

Cuando le nombraron Arzobispo de San Salvador, en el 77, no


obstante mis dudas y distancias, lo visité y me puse a sus órdenes.
Él manifestó alegría y complacencia. Luego, nos encontramos en el
funeral del Padre Rutilio Grande, un gran amigo de ambos, y
Monseñor, mostrando un inmenso dolor en su rostro, me saludó y
me dijo con una humildad que nunca olvidaré, “por favor,
reunámonos”, “necesito ayuda”. Así le había dicho, y siguió
diciéndole a mucha gente capaz y honesta que también le dio su
respaldo y se unió a sus esfuerzos en aquellos días tan opresivos y
peligrosos.

Meses después, a su solicitud, comencé a coordinarle los numerosos


desayunos/conversatorios que sostuvo con diversos intelectuales,
personalidades de la vida pública salvadoreña, especialistas
internacionales, empresarios y otros, en el hospitalito de la Divina
Providencia, en donde perdió su vida. Los temas que se trataban
eran sobre los grandes problemas y situaciones que se vivían todos

3/7
los días en nuestra sociedad de aquellos años. Les pedía consejos y
soluciones, en especial para detener la violencia en aquellos años.
También me pidió que le coordinara las reuniones previas a Puebla.

Nuestra amistad creció en este compromiso para ayudar a


solucionar los problemas más álgidos del país. Con el tiempo,
también nos reuníamos en mi hogar para almorzar y mi casa se
abrió totalmente para cuando él así lo requería. Llegó a llamar mi
humilde casa “mi Bethania”. Estuve con él, con su inmenso dolor y
congoja, cada vez que venía de enterrar a los sacerdotes que por
acompañar a sus comunidades caían asesinados a todo lo largo del
país.

Después de Romero ya nada pudo ser igual- La iglesia no es la


misma, nosotros los salvadoreños tampoco, y los impactos de su
ejemplo en nuestras vidas y en nuestros países continuarán y
aumentarán al paso del tiempo.

Su seguimiento a Jesús como único criterio y meta para la acción, lo


orientaron en sus oraciones y visión de libertad histórica que, a su
vez, le proporcionaron la valentía y la fuerza imprescindible para
enfrentar la borrascosa situación que vivía el país y trazarnos un
mejor horizonte lleno de esperanza y realizaciones.

He visto a Monseñor Romero en cada cambio que ha provocado su


ejemplo en nuestras vidas, en nuestro país, en la iglesia católica, no
sólo en América Latina sino en el mundo entero como lo muestran
la integración de la misión y visión de Monseñor y de su ejemplo de
vida y fe a las prácticas y vivencias religiosas en Inglaterra
(Westmister), en Suecia, en España, en Estados Unidos, en
Venezuela, en Brasil, en Cuba, en India, en Sierra Leona, en El
Vaticano, en Costa Rica donde los padres dominicos abrieron la
Universidad Monseñor Oscar Romero, y en muchos otros lugares.

Bien recuerdo que uno de los grandes de la Teología de la


Liberación, mejor dicho el “padre” de la Teología de la Liberación,
Monseñor Gustavo Gutierrez, peruano, en los días posteriores a la
muerte de Monseñor Romero, me dijo: “La historia de la Iglesia en
América Latina se dividirá en antes y después de Monseñor
Romero”.

4/7
Y miren como son las cosas, en esta fase de la beatificación de
Monseñor Romero, Padre Gutiérrez, por primera vez, fue invitado a
ser relator, ante un auditorio en el propio Vaticano, del libro “Pobre
y para los pobres”, que contiene textos suyos, que es coordinado
por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
Monseñor Gerhard Ludwig Müller y tiene una presentación de
FRANCISCO. Un libro del Vaticano sobre los pobres con textos de la
Teología de la Liberación que fue perseguida por políticos, militares
y miembros del mismo Vaticano e iglesias jerárquicas de América
Latina. El Salvador fue también un lugar muy importante para la
Teología de la Liberación y para la Filosofía de la Liberación,
Recordemos los trabajos de Ellacuría y Jon Sobrino y la labor de la
UCA. Romero conoció estas tendencias a las cuales respetaba
mucho.

Igual que a Monseñor Romero, muchos han querido hacer


desaparecer a la Teología de la Liberación, sin éxito. Gutierrez ha
dicho en Roma: “ La gente me dice: “la Teología de la Liberación…
ha muerto”. Les respondo: “Puede ser que haya muerto, pero a mí
no me invitaron al entierro”. La teología no es lo decisivo, lo son las
personas”.

Todos estos cambios en la iglesia a nivel mundial son también parte


de la vida de nuestro SAN ROMERO DE AMÉRICA DE LOS
POBRES. Y son parte de mi testimonio. todo esto es muy cercano a
mi vida, pues Romero es parte integral de mi vida. Hace unos meses
la sentí mucho más fuerte cuando junto a Márgara, mi esposa y fiel
partícipe de ese dialogo con Monseñor, tuvimos la gran oportunidad
de saludar y conversar con su Santidad FRANCISCO en una
Audiencia General, en Roma. Un buen amigo, Manuel López,
embajador de El Salvador ante la Santa Sede, nos ayudó a gestionar
nuestra participación y, con mucha suerte, logramos estar en
primera fila en esa reunión.

Tuve la oportunidad de entregarle personalmente a FRANCISCO mi


TESTIMONIO escrito sobre el Obispo Mártir. Con el papa Francisco
hablamos sobre Monseñor Romero y constaté que conocía a
profundidad su vida y su ejemplo, como también la del jesuita
mártir Rutilio Grande, por quien ahora – ya lo hizo público – nuestra
Iglesia ha iniciado el proceso hacia su beatificación. Nos habló de la
agilización del proceso de beatificación y de cómo Monseñor será un
horizonte para el camino de la nueva iglesia de su pontificiado.

5/7
Siempre lo había pensado así. Siempre he pensado la figura de
Monseñor Romero como el horizonte de los salvadoreños - y ahora
de muchísimos ciudadanos del mundo entero – como la
esperanza que cuestiona el presente… es esperanza y crítica del
presente…pero también nos señala un camino…el futuro.

El día siguiente del encuentro con FRANCISCO me reuní con


Monseñor Paglia, el defensor de la causa de Romero, a quien había
conocido hace algunos años en El Salvador, cuando trajo una
escultura a Catedral. Conversamos unos 40 minutos, colgaba de su
cuello un crucifijo que usaba Monseñor Romero y hablaba con gran
profundidad del martirio y de la humanidad de Monseñor, a pesar
que no lo conoció en vida. Al escucharlo, me quebré y rodaron las
lágrimas en mi rostro emocionado. A pocas personas he conocido
que entiendan y proyecten el espíritu del Obispo Mártir con tanta
pasión y compasión.

Paglia me comentó, entonces, cómo el proceso de beatificación se


había acelerado a instancias del papa FRANCISCO y de nuestra
Madre Iglesia. El Cardenal Maradiaga, el Cardenal Jaime Ortega,
cubano, mostraron, en diferentes momentos, su admiración por
nuestro Obispo y me di cuenta que los fieles, en las iglesias, cuando
escuchan el nombre de Monseñor Romero aplauden con emoción y
esperanza.

Me entristece también cómo unos grupos lo han querido manipular


y otros desaparecer y enterrar, para siempre. A Monseñor Romero
hay que seguirlo no usarlo.

Si algo lo distinguía era seguir a Jesús y sentir con la iglesia, como


decía su motto episcopal. Hablar de Monseñor Romero y no hablar
de su espiritualidad y su continua oración es no hablar de él.

Para terminar, como en todas mis exposiciones sobre Monseñor,


haré referencia a sus formas de actuar que dicen mucho de su
personalidad y su forma de razonar.

En una oportunidad, Monseñor se reunió con varios especialistas en


cuestiones de teología y derecho canónico. Romero les hizo muchas
preguntas y tomaba muy atareado notas sobre las casi disertaciones
con que le respondían. Al terminar la sesión, Monseñor se acercó a
una persona muy humilde que pedía ayuda a la salida del edificio y,
créanmelo Ustedes, le hizo las mismas preguntas que a sus doctos
6/7
invitados. “Así es como él escuchaba a la gente en la que veía a la
Iglesia. Así era para él la Iglesia”, dice otro de sus grandes amigos.

Monseñor Romero tenía como costumbre, ante las complejidades de


nuestros problemas y ante la sencillez de muchos de nuestros actos
de todos los días, hablar con todos, revisar cada espacio del
acontecer para comprender y dimensionar los hechos; para disfrutar
de cada contacto, de cada vínculo con la gente. La palabra como
vehículo de la verdad, la confianza y el amor. Su costumbre era
hablar con todos: con el Subsecretario de Estados Unidos, con el
investigador de la Santa Sede, con las personas angustiadas,
llorosas y humildes que venían a pedirle interceder por ellos…con
Dios…

Creo que su amor al prójimo, siguiendo a Jesús, lo llevó a buscar la


justicia basada en la verdad y en decir la verdad para cambiar las
muchas desigualdades y la situación de injusticia. Era incesante su
preocupación por comprobar con exactitud lo que pasaba. Antes de
su prédica se exigía así mismo y a sus colaboradores ir más allá de
los medios de comunicación y de los rumores; recuerdo
cómo encargaba al Padre Rafael Moreno a realizar investigaciones
exhaustivas, objetivas y transparentes. Por eso, sus homilías llenas
de verdad y compasión lo transformaron en el árbitro de la gente y
de nuestros conflictos.

A todos Ustedes, les pido que conversen espiritualmente y con


mucha intensidad con Monseñor Romero, a quien dentro de tres
años estaremos celebrando el centenario de su nacimiento; él nació
en agosto de 1917 y nunca sus detractores y asesinos lograrán
matarlo. Nunca podrán.

Sus sabias palabras aún resuenan en todos nuestros espacios de


vida:

«A MÍ ME PODRÁN MATAR, PERO A LA VOZ DE LA JUSTICIA


YA NADIE LA PUEDE MATAR.»

Mis oraciones y mi renovado compromiso para con Monseñor Oscar


Arnulfo Romero, para ese inmensurable obispo del optimismo que
ha vencido la oscuridad y el miedo y se ha convertido en un
infatigable «testigo de Cristo y defensor del pueblo» para toda la
eternidad. MUCHAS GRACIAS

7/7

También podría gustarte