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En este Día Mundial del Sida, queremos subrayar la importancia del derecho a la
salud y los desafíos que enfrentan las personas que viven con el VIH para satisfacer
ese derecho.
El derecho a la salud significa muchas cosas diferentes: que ninguna persona tenga
mayor derecho a la salud que cualquier otra; que exista una infraestructura de
servicios de atención sanitaria adecuada; que los servicios de atención sanitaria
sean respetuosos y no discriminatorios, y que la atención sanitaria sea la adecuada
en términos médicos y de buena calidad. Pero el derecho a la salud es más que
eso: al satisfacerlo, los sueños de las personas y las promesas se pueden cumplir.
Cada Día Mundial del Sida traemos a la memoria a nuestros familiares y amigos
que murieron de enfermedades relacionadas con el sida, y renovamos nuestro
compromiso de solidaridad con todas las personas que viven con el VIH o están
afectadas por este.
A pesar de todos los éxitos, aún no hemos acabado con la epidemia. Pero
asegurarnos de que todas las personas de todas partes tengan acceso al derecho
a la salud lo hace posible.
30 de noviembre de 2007
El primer Día Mundial del SIDA fue organizado por la OMS en 1988, cuando el mundo despertaba a esta
enfermedad y sus múltiples y catastróficas consecuencias. Desde entonces, la epidemia ha cambiado de
forma significativa y la conocemos cada vez mejor.
Ha habido algunas tendencias positivas. Los líderes de la mayoría de los países son plenamente concientes
de la amenaza. La concienciación ha traído consigo el compromiso, y los recursos siguen aumentando, en
particular para el desarrollo de nuevos instrumentos.
El informe de este año sobre la epidemia, preparado conjuntamente por el ONUSIDA y la OMS, indica que
la incidencia del VIH ha alcanzado su nivel máximo a finales de la década de los noventa y que la
prevalencia se mantiene estable desde 2001. Los datos presentados en ese informe también indican que las
medidas preventivas están reduciendo las nuevas infecciones, especialmente en los jóvenes, y que el mayor
acceso al tratamiento está contribuyendo a reducir las muertes asociadas al VIH.
Estas tendencias positivas enmascaran algunos cambios alarmantes. Mi principal mensaje de hoy es
sencillo: no olvidemos África ni las mujeres.
Hoy en día, el VIH/SIDA se concentra de forma abrumadora en el África subsahariana, donde se nutre de
la pobreza y al mismo tiempo atrapa en ella a las personas. Más de dos tercios de los infectados por el VIH
viven en esta región, donde se producen más de las tres cuartas partes de las defunciones relacionadas con
el VIH.
La proporción de mujeres infectadas por el VIH está aumentando en todas las regiones. En el África
subsahariana se acerca al 61%, la más alta del mundo. La infección de la mujer amplifica la tragedia. Se
trata de esposas, madres y cuidadoras, que a menudo constituyen la columna vertebral de la familia y de la
cohesión de la comunidad.
El acceso al tratamiento sigue en aumento, pero estamos lejos de la meta de acceso universal a programas
integrales de prevención, tratamiento, atención y apoyo. En 2007, hubo aproximadamente 1,7 millones de
nuevos casos de infección por el VIH en el África subsahariana. Se calcula que 1,6 millones de personas
murieron. Es decir, 1,6 millones de tragedias personales y familiares.
Al pensar en África es necesario recordar los importantes progresos alcanzados en un número cada vez
mayor de países. Esto nos da esperanzas, y una serie de modelos de éxito. En países como Côte d'Ivoire y
Kenya, la prevalencia ha alcanzado su valor máximo y ahora está disminuyendo año tras año. El liderazgo
puede invertir la tendencia. Puede ser un liderazgo al más alto nivel de gobierno o el liderazgo por una
figura pública que sirva de ejemplo hablando abiertamente del SIDA y de la necesidad de luchar contra la
estigmatización. El liderazgo tiene muchas otras caras y formas, que van de la política exterior a la
responsabilidad social empresarial y al apoyo de los líderes religiosos y la sociedad civil.
Tenemos varias cosas que hacer. El informe de 2007 utiliza una metodología más robusta, que permite
evaluar mejor la dinámica de esta epidemia. Las estimaciones actuales son más precisas, pero todavía
necesitamos mejores datos. ¿Cómo se explican las tendencias positivas? ¿Qué intervenciones específicas
funcionan mejor en determinados entornos? ¿Dónde es necesario concentrar nuestros esfuerzos?
Tenemos que fortalecer los sistemas asistenciales. La debilidad de los sistemas de salud limita la capacidad
de hacer llegar servicios preventivos y terapéuticos sostenibles a los más necesitados. Los servicios dotados
de recursos insuficientes no pueden prevenir eficazmente la transmisión maternoinfantil del VIH,
perpetuando una epidemia evitable en lactantes y niños.
Tenemos que prestar más apoyo a las mujeres. Aunque hace falta tiempo para mejorar las condiciones
sociales del sexo femenino, su control sobre los ingresos domésticos y su educación, en este momento es
posible mejorar el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva.
Los sistemas débiles también pueden ser incapaces de llegar de forma eficaz a las personas con alto riesgo
de infección, tales como las que se encuentran en situaciones de conflicto y crisis, los hombres que tienen
relaciones homosexuales, los consumidores de drogas inyectables, los trabajadores sexuales y los presos.
Tenemos que seguir adelante con los programas de atención y de tratamiento antirretrovírico para
asegurarnos de que los impresionantes logros alcanzados se mantengan y amplíen, y millones de personas
puedan recuperar la salud y la productividad. Tenemos que encontrar la forma de maximizar el impacto del
tratamiento en la prevención del VIH, empezando por las embarazadas y las parejas no infectadas de los
pacientes.
Para una mujer, el hecho de transmitir la infección a su hijo es causa de inenarrable dolor. Los servicios
dotados de recursos insuficientes no pueden prevenir eficazmente la transmisión maternoinfantil del VIH,
perpetuando una epidemia evitable en lactantes y niños. Debemos aprovechar todas las oportunidades para
que las mujeres puedan saber si están infectadas o no.
Por último, otra cosa que podemos hacer ya es afrontar la epidemia simultánea de tuberculosis. Sin acceso
al tratamiento antirretrovírico y a un tratamiento antituberculoso adecuado, la mayoría de las personas
infectadas por el VIH que contraen la tuberculosis mueren rápidamente, a veces en cuestión de semanas.
Existen intervenciones conjuntas eficaces contra la tuberculosis y el VIH, y es necesario ampliarlas de forma
integrada para evitar esas muertes.
Los avances hechos desde 1988 han sido notables, pero todavía nos queda un largo camino por recorrer,
especialmente en África, y sobre todo con respecto a las mujeres.
Pero hoy, en este Día Internacional del SIDA, también tenemos razones para
celebrar. Celebramos a los héroes del sector salud, a los miembros de la sociedad
civil, y a los funcionarios gubernamentales que mantienen su compromiso de
asegurar que todos los dominicanos y dominicanas afectados con el VIH tengan
acceso a los servicios de prevención y tratamiento que necesitan para vivir vidas
largas, saludables y productivas. Celebramos el progreso que se ha realizado para
reducir el estigma y la discriminación en contra de las personas que viven con el
VIH, porque sabemos que la discriminación contra cualquiera de nosotros
disminuye nuestra dignidad humana colectiva. Celebramos el compromiso del
Gobierno de la República Dominicana de cumplir las metas “90-90-90”, al proveer
los medicamentos anti-retrovirales a todos sus ciudadanos.
Aunque sabemos que todavía nos queda mucho trabajo por delante, reafirmamos
nuestra alianza con la República Dominicana de continuar trabajando para eliminar
el VIH/SIDA por ser una amenaza de salud pública en el país. También debemos
recordar que acabar con el VIH/SIDA empieza con cada uno de nosotros. Cada uno
de nosotros puede jugar su papel realizándose exámenes para detectar el SIDA, y
apoyar a que nuestros familiares y amistades hagan lo mismo. Tal y como dijo el
Presidente Obama: “Juntos, podemos forjar un futuro donde ninguna otra persona
– aquí en los Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo – conozca el dolor
o el estigma que provoca el VIH/SIDA”