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Pregunta

Problema
Segunda mesa redonda

Participantes: Agostina Suárez,


Andrea Fernández, Leonel Bezier y
Paula Sabatini.
Materia: Didáctica y Curriculum
Año: 2018

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A lo largo de nuestras trayectorias escolares en el sistema educativo, e incluso
en diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana, probablemente hemos pasado
alguna vez por una instancia evaluativa. Ya sea para pasar de grado en la
primaria, para ingresar a un colegio o universidad, para rendir un parcial o final,
incluso para poder recibirnos debemos aprobar una serie de exámenes. Desde
este punto de vista, se puede ver al examen como la finalidad de todo estudio,
como el punto necesario e imprescindible de toda tarea educativa. Sin embargo
siempre nos fijamos en el resultado y no en el proceso que recorremos para
llegar a él, pensamos en la evaluación como un paso más y no como un
proceso integrador y generador de reflexiones y experiencias en torno al
aprendizaje. Como grupo reflexionamos sobre esta afirmación y nos
preguntamos: ¿Constituye el examen una herramienta efectiva para medir
resultados en el aprendizaje o también constituye un elemento
significativo de reflexión para mejorar la calidad del proceso de
enseñanza-aprendizaje?

Como grupo, teníamos una concepción sobre el examen que se basaba en


verlo como la instancia final del proceso de enseñanza. Sin ir más lejos,
teniendo en cuenta nuestra propia experiencia como estudiantes de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, la mayoría de las
materias de nuestras carreras, tienen un abordaje respecto a la evaluación
que responde en la mayoría de los casos al examen tradicional u objetivo, ya
que tiene como condición aprobar una instancia evaluativa final en base al
criterio de la cátedra (oral o escrito) para promover la materia. Considerando
este aspecto, el examen cumple con el requisito de ser solo una evaluación
final. Sin embargo, al leer el planteamiento de Díaz Barriga, pudimos percibir
nuestra falta de reflexión acerca de lo que realmente significa la evaluación.
Nuestro punto de vista inicial sobre el examen se situaría dentro de la
concepción “tradicional” del mismo, considerado simplemente como la instancia
final por la que asistimos a la universidad.

Esta concepción es trabajada por Díaz Barriga, quien hace un análisis en torno
a la evolución del examen y de la pedagogía que trabaja sobre él. Teniendo en
cuenta cómo influye el modelo neoliberal dentro de la educación (importan
términos de eficiencia, eficacia y calidad de la educación) el examen queda
reducido a un espacio donde ocurre un sinnúmero de problemas de tipo
políticos, sociales y técnicos. Sin embargo, este reduccionismo, que en el
fondo cumple la función de ocultar la realidad, genera que los debates o
problemas en relación al examen aparezcan trabajados solo en su dimensión
técnica, desconociendo otros ámbitos de estructuración. Esto quiere decir que
se trabaja solamente en cómo mejorar al examen, en cómo volverlo una
herramienta eficiente para aprender contenidos, sin trabajar la dimensión social
de los sujetos, como los son por ejemplo, las pruebas Pisa, exámenes

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estandarizados que no tienen en cuenta las múltiples realidades contextuales
que poseen los alumnos y su proceso de aprendizaje. Así el debate en relación
al examen se convirtió en un debate técnico, centrado en problemas tales
como: construcción de pruebas, tipos de pruebas, asignación de calificaciones,
etc. Y la cultura pedagógica en relación a las pruebas escolares se ha reducido
sólo a un conjunto de factores estadísticos. De esta manera el fin de la
educación sólo sería la nota final, como se puede observar en nuestros propios
planes de estudio. Estamos acostumbrados a que ni bien comenzamos a
cursar una nueva materia, ya sea cuatrimestral o anual, los profesores nos
digan cuáles son las instancias evaluativas para poder aprobar la materia, sin
ponernos a pensar en nuestros propios procesos para apropiarnos del
conocimiento. En el transcurso de las clases casi siempre observamos el
mismo desarrollo: clases expositivas, presentaciones orales, trabajos prácticos,
que en algunos casos conllevan a la reproducción memorística de contenidos,
sin constituir estos un aprendizaje significativo. A partir de esta situación,
pensamos cómo podríamos mejorar la instancia evaluativa a partir de otras
alternativas respecto a la concepción tradicional de examen.

En este punto y a partir de lo que plantea Celman, la evaluación es parte


inherente de la enseñanza y el aprendizaje; no podemos prescindir de ella. Sin
embargo, debemos usarla de una forma continua y no como acto final, ya que
no solamente es el docente quien evalúa, sino que los alumnos también
analizan, critican y discuten, por lo que generar en ellos dudas y planteos
creativos durante su trayectoria escolar resultaría altamente beneficioso, ya
que se plantean nuevas instancias de reflexión y aprendizaje. También
debemos tener en cuenta que como profesores nos debemos plantear qué
enseñar, por qué, con qué sentido y si resulta significativo para nuestros
alumnos.

Si utilizamos las evaluaciones “objetivas” como dice Díaz Barriga, seguiríamos


fomentando el aprendizaje memorístico, descontextualizado y fragmentado.
Deberíamos implementar un método que compruebe no lo que se estudió sino
el tipo de relaciones que pudo lograr el estudiante y las distintas opiniones que
aparecieron en él.

Por último, Celman propone que la evaluación se convierte en fuente de


conocimiento y lugar de gestación de mejoras educativas si se la organiza en
una perspectiva de continuidad. Siguiendo con esta idea, hacer reflexión sobre
los problemas y propuestas iniciales, así como los procesos realizados y los
logros alcanzados (previstos o no previstos) facilita la tarea de descubrir
relaciones y fundamentar decisiones. Particularmente nos sentimos
identificados con el trayecto realizado en Didáctica y Currículum, ya que con
las propuestas de trabajo indicadas por la cátedra constantemente hemos
logrado procesos de reflexión, debates y conformación de pensamientos
originales. A lo largo del año hemos sido evaluados de forma continua. Y aquí
queremos mencionar la propuesta que realiza el profesor Trillo en su texto
(Didáctica para profesores de a pie), en el cual otorga una importancia
particular al trabajo grupal y cooperativo, el cual puede resultar muy valioso

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para la enseñanza, ya que una clase es una “pequeña sociedad en la que los
alumnos piensan, sienten y actúan de forma distinta que cuando se hayan
aislados”. Así propone también que el profesor puede hacer mucho para
desarrollar y aprovechar esa dinámica grupal y cita, entre algunas estrategias,
al pequeño grupo de trabajo y a la mesa redonda. Estas dos estrategias, que
han sido utilizadas por la cátedra, nos han permitido no solo aprender sobre
una propuesta distinta al trabajo individual, sino han despertado en nosotros
procesos relacionados con la construcción del conocimiento, a partir de la
dinámica de trabajo utilizada como los debates, charlas polémicas, trabajos de
observación, clases improvisadas y planificadas, coloquios, memorias de
formación.

Como conclusión, creemos que se debería considerar a la evaluación no como


apéndice de la enseñanza, sino como parte integrante de la misma y por lo
tanto como un proceso de reflexión continuo, que haga énfasis en las
relaciones, ideas y preguntas de los sujetos en torno a los contenidos y no
sobre los contenidos en sí mismos. Se debería proponer recuperar el aula en
palabras de Díaz Barriga: “como un espacio de reflexión, debate y
conformación de pensamientos originales”. De esta forma, la estadística final,
traducida en una calificación o nota, pasaría a tener un carácter secundario,
siendo esencial para los profesores, utilizar la evaluación como un modo de
construcción del conocimiento, generando en nuestros alumnos el desplegar
de aptitudes de autonomía y autovalía personal. Es necesario tener las
condiciones institucionales que valoren estas condiciones de trabajo y que las
haga viables materialmente. Pensarlo y llevarlo a cabo, como por ejemplo lo
hace esta cátedra, resulta interesante para aplicarlo en el futuro.

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BIBLIOGRAFIA:

Celman, S. (1998) ¿Es posible mejorar la evaluación y transformarla en herramienta de


conocimiento?. En: Camilloni, A. y otros. La evaluación de los aprendizajes en el
debate didáctico contemporáneo. Paidós. Bs.As. ‐
Díaz Barriga, A. (1990) Curriculum y evaluación escolar .Rei Argentina. Instituto
de Estudios y Acción Social. Aique Grupo Editor. Bs. As. Apartado II: “Una polémica e
n relación al examen”. ‐
Trillo Alonso, Felipe y Liliana Sanjurjo (2010) Didáctica para profesores de a pie.
Propuestas para comprender y mejorar la práctica. Homo Sapiens. Capítulo: Apartado
p. 93 a 155. (selección)

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