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A veces echo de menos las montañas. No hay nada que rompa el horizonte.

Ya tocaba una entrada sobre mis primeras semanas en Colonia –¡han pasado ya dos semanas! -
. Tengo que decirlo: mi prioridad fue buscar donde tomar café. Ahora ya tengo un lugar al que
ir y pedir un Milchkaffee y un donut o un Pretzel. Un Pretzel calentito te salva la vida. También
sé dar las gracias –Danke! -, y responder de nada -Bitte-. Puedo saludar -Hallo!- y dar las buenas
noches -Gute Natch!-, y por supuesto, desear que aproveche la comida -Guten Appetit!-: porque
en Alemania comen, les gusta comer mientras pasean, mientras toman un café, después de
hacer la compra, o tras un viaje al IKEA. Si es que además todo, en general, tiene un aspecto que
te dice: ¡Cómeme! Luego, cuando vas a pagar se te cae la cartera, pero finalmente piensas:
bueno -con acento gallego- es grande. Las tazas son grandes, los donuts son grandes, los Pretzels
son grandes.

LOS PRETZELS. Esto es importante: los hay de todo tipo, desde el común con sal, al vegano, con
pipas y semillas, al de estilo pizza, con queso por encima, relleno de algo, etc. Te das la vuelta y
hay alguien comiendo. En algunas calles, puedes comprar patatas fritas -Pommes- para llevar y
comer. O también café -lo que llaman To Go-.

Lo dicho, aquí todo es enorme: esculturas de helado sobre las fachadas, papelería-librerías de
cuatro pisos, tiendas de ropa que ocupan edificios, la estación central que es como un centro
comercial en sí mismo. Pero lo más grande que he visto hasta ahora ha sido la Catedral. Solo he
podido visitar la mitad derecha, porque llegó la hora de la misa y, si no te quedas a rezar, te vas.
Así de claro.

Hasta aquí en esta edición sobre mis aventurillas en Colonia. En la próxima entrega os hablaré
de las batallitas con la lengua alemana, que empezaré a estudiar en la academia el próximo día
veinte de septiembre.

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