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The Cook Book

Catyara
Catyara The Cook Book

El Guardián, viaje de ida

-¿Está cómoda? ¿Quizás un té?


-Sí- dijo Melissa con ironía.
Jacko le sonrió y no hizo el pedido.
-Cuando le parezca conveniente.
-Bien. Primero que nada, ¿cuántos años tenían cuando comenzaron con la
resistencia?
-Demasiado pocos. Gerry es la prueba.
-¿Crees que estaría feliz con Libertad?
-Siempre fue un chico feliz, creo que le habría gustado. Lo que si amaría serían
los tanques.

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Capítulo Uno

Psm & Co era una de las fábricas de alimentos más grandes del mundo. Los
Bullets estaban a punto de volar en pedazos todas sus instalaciones, incluidas las
oficinas de gerencia en la ciudad y también los locales de venta. Los planes
estaban hechos hacía tiempo, Lara había visitado las instalaciones por dentro y
monitoreaban todo el movimiento de la compañía.
Ningún animal saldría con vida de las granjas. Jacko creía que estaba mal, pero
no tenía cómo destruir el lugar de otra manera. Era un mensaje claro para el
gobierno, no se permitirían carnicerías nunca más.
Las petroleras y farmacéuticas comenzaban a armarse, así que habían resuelto
un golpe inesperado: la comida de la sociedad consumista. La gente que
trabajaba en las fábricas y locales serían muertos también, otro daño colateral.
Jacko envió un grupo reducido de gente a cargo de Wilson, otro a cargo de
Marcus y otro hacia las oficinas de Psm&Co. En cuanto apretara el botón rojo
comenzaría la debacle.
Apretó. Tenía ojos por toda la ciudad, drones premio de los asaltos a la Nan-Tec.
La granja principal estalló y luego las demás, en cadena y cada 60 segundos.
Después del tercer minuto estaban alertados los bomberos y la policía, lo que
desencadenó la respuesta del Comando de Defensa en doce.
Desde que comenzaron los asaltos los tiempos se habían hecho más cortos. El
Mayor y Marcus tuvieron que quedarse en la ciudad, no sería seguro regresarlos
pero ya los usaría de nuevo.
Sus ingenieros consiguieron mejorar notablemente la maniobrabilidad de los
drones y podía activarlos en vuelo aleatorio, gracias un programa hackeado a la
Armada hacía meses. Trasmitían comandos remotos desde los mismos cuarteles
del gobierno, querían levantar sospechas sobre infiltración en todos los niveles.
Activaron también otro paquete de datos de la Armada, que encontraron por
casualidad, con reportes sobre la construcción y expansión de los programas anti-
terroristas.
Jacko no conocía el impacto que podría generar sus actos en la sociedad. Había
desatado ataques en todo el globo, pero los políticos habían jugado esos juegos
toda su vida y comenzaba a renacer el fascismo.

-¿Perdón? ¿Qué acaso no tienes más empleados?


-Lo sé, lo sé, pero no tengo opción…- prendió otro cigarrillo, había terminado uno
hacía un par de minutos -. Eres la única con las agallas suficientes. Y hablas
chino.
“Que gracioso”.
-¿Sabes qué? Me suena a que te estás aprovechando del aumento- le amagó un
golpecito a las costillas.

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-Te lo dije. Si tuviera elección la tomaría- se arremangó aún más -. Pero no la


tengo. Eres la única periodista a la que no ha amenazado de muerte.
Melissa se mordió el labio.
Dejó el despacho de su jefe y fue directamente hacia la oficina, tenía una decena
de papeles que llenar para viajar al norte, donde rebullía el foco de la revolución.
El gobierno había declarado la zona en estado de sitio. El líder de la revuelta,
Jacko O’Heilm, alias “Guardián”, era descendiente de irlandeses. Él y otros
jóvenes habían comenzado un levantamiento hacía unos años; robaban recursos
al gobierno y a grandes corporaciones y los entregaban a los pobres.
En uno de los asaltos, Gerry, hermano menor del Guardián, murió. Desde aquel
momento en adelante, Jacko tomó las riendas de la rebelión y transformó la
revuelta en una guerra abierta.
Los revolucionarios tenían un método sencillo para desacreditar a los medios de
comunicación: Amenazaban de muerte a cualquiera que se viera involucrado y
cumplían con su palabra. La única periodista reconocida que no había sido
intimada era Melissa, que trabajaba en la red de medios más grande del país. El
Guardían había pedido una entrevista con ella, era la primera vez que sucedía.
Comenzó el papelerío para el día siguiente. Trató de no cometer errores, no sabía
si era peor tener que visitar el lugar o negarse.
Por las dudas llamó a algunos de sus amigos para asegurarse que estuvieran
bien, sin mencionarles que se marchaba. A la poca familia que le quedaba, con
quienes no tenía mucho contacto, no se molestó en hablarles.
“Mañana me espera un largo día”.

Despertó empapada. Había padecido pesadillas toda la noche.


Tenía poco más que treinta y alguna que otra arruga le había comenzado a
aparecer, según ella, a causa del stress. Si bien no era de las que pretendían
estar siempre a la moda y mantenerse petrificadas a lo largo de su vida, tampoco
se permitía andar descuidada.
Llegó en taxi al aeropuerto. En cuanto bajó las maletas, apareció Julio más pálido
que nunca y le ofreció ayuda.
-Espero que todo salga como esperamos- dijo sin siquiera darle los buenos días.
Caminaron en silencio por el recibidor hasta el ala oeste.
-Aquí está el ticket- Julio estiró la mano.
-Gracias- le contestó a secas.
Tenían que esperar unos veinte minutos hasta el abordo pero ninguno de los dos
se atrevía a hablar. Finalmente, la operadora avisó del despegue y Julio rompió
el silencio.
-Mina- dijo, con la voz entrecortada y el sobrenombre que le había puesto
despectivamente cuando era pasante -. Cuídate mucho. No quiero perderte y
espero, cruzo mis dedos, para que todo salga excelente. Eres la mejor reportera
que he visto en mi vida- y la abrazó.

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Un poco sorprendida por la muestra de afecto, Melissa volteó una última vez a
verlo y abordó.

Al más puro estilo cubano, viajó en un viejo Antonov ucraniano adaptado a


pasajeros, con solo tres ventanas por lado.
Luego de dos horas llegó al atrincherado aeropuerto local, donde una escolta
compuesta por ocho soldados la guiaron hasta aduanas.
-Ah, usted es la reportera- dijo la oficial que revisaba su pasaporte -.Tendrá que
firmar estos documentos.
“Genial, mas papelerío”.
No se molestó mucho en leerlos; sabía que se trataba de un deslinde de
responsabilidad del gobierno. Básicamente expresaba que, si algo le pasaba fuera
de la cerca, nadie la iría a buscar.
Finalmente llegó al único hotel de la zona. Dos estrellas, sin servicio de habitación
y sin otro huésped que ella misma.
Pasó la tarde deambulando por el jardín donde, según la señalización, era zona
segura. Cenó una hamburguesa mal cocida en un restaurant próximo.
Como no tenía nada programado y necesitaba hacer algo antes de que la tensión
la dejara rígida, repasó los informes sobre la revolución, pero antes de terminar
la segunda página ya se había aburrido. Sabía todo de memoria y en el lado
democrático del país la guerrilla era prácticamente el único tema de discusión.
Como no tenía sueño, prendió la laptop y buscó videos sobre O’Heilm en Youtube.
Casi todos lo mostraban en el medio de los batallones dando órdenes y frunciendo
el ceño.
“Es guapo”.
Notó una entrada que nunca antes había visto. La fecha de subida databa de ese
mismo día.
Había sido registrado desde una cámara de seguridad de una empresa portuaria
que los rebeldes habían atacado hacía poco. Duraba catorce segundos.
Era una oficina típica del rubro, estaba un hombre sentado en el escritorio y, de
pronto, irrumpieron dos soldados apuntando sus ametralladoras hacia él. Este
oficinista levantó las manos y dejó caer algunos papeles.
El video no poseía sonido, pero Melissa supo que uno de los soldados era O’Hielm
y que alguien le había disparado, por que vio un resplandor y los atacantes se
movieron. Y sin más, simplemente desaparecieron.
En la descripción del video se sugería utilizar la reproducción lenta para ver en
detalle. Al momento de los disparos, los cuerpos se torcían hacia los lados
esfumándose de escena.
A pesar de que la reproducción era extremadamente lenta, no consiguió verlo
con claridad. En la descripción decía que los revolucionarios poseían poderes
sobrenaturales y que se movían más rápido que las balas.

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Supuso que la cinta había sido plantada para que los democráticos le temieran al
poderío de los Bullets y su jefe. Circulaban mitos de que eran capaces de correr
tan rápido como un automóvil o que escalaban edificios vidriados.
Cerró la computadora y se arropó en la cama. Probablemente, aquella sería la
última noche que dormiría en una cama decente.
“Bueno, no tan decente, pero al menos una cama”.

La despertó el teléfono. Atendió y la recepcionista le anunció que partiría en


media hora. En medio de insultos se levantó a las apuradas.
Bajó al lobby con las maletas a cuesta y ya le esperaba una comitiva similar a la
que la había escoltado al bajar del avión. Subió a un enorme Hummer junto a los
soldados, quienes le explicaron el protocolo a seguir. La llevarían hacia una de
las puertas externas del cercado militar, y de allí tendría que realizar a pie (y con
el equipaje) una caminata de una milla por un camino consolidado. Le estaría
esperando alguien de la diplomacia revolucionaria.
No se entusiasmó por la idea pero de esa manera se evitaría un encontronazo
entre las fuerzas, y prefería caminar sola bajo el sol a correr en medio de
disparos.
Llegaron al portal y como le habían prometido, en cuanto bajó del vehículo, los
soldados viraron y desaparecieron.
Caminó por lo que le pareció la milla más larga del universo, hasta que distinguió
un camión militar extremadamente viejo, con una lona de carrocería trasera.
Llegó a lado del vehículo y se quedó parada ahí, esperando que alguien abriera
la puerta.
Pasaron unos segundos y no sucedió nada, así que abrió. Estaba vacío. Echó una
mirada y vio el GPS encima del tablero. Se subió para poder mirar más de cerca.
El dispositivo marcaba su posición actual y un destino a unas veinte millas de ahí.
Dedujo que tendría que conducir.
-Bien- musitó -. Ahora, ¿cómo demonios se maneja manual?
Sabía que las marchas estaban en la palanca a su derecha, pero era su primera
vez. Se tomó un tiempo y arrancó en medio de tosidas del motor y humo.
“Si estos son sus transportes diplomáticos, ni me quiero imaginar lo que serán
los otros”, pensó un poco asqueada. Había evitado lugares problemáticos y
pobres; no por pudor, solo que no soportaba ver aquellas realidades y no poder
hacer nada al respecto.
Condujo extremadamente lento, no se atrevía a acelerar. Llegó a un pequeño
hangar donde había un todoterreno de guerra y un par de soldados esperándole.
Esta vez iría acompañada.
Se bajó del camión sacudiéndose el polvo y arrastrando las valijas. Uno de los
hombres se presentó.
-Mayor Wilson- dijo en chino y con la venia.
-Melissa Lockheart.

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El militar le señaló el Hummer para que abordara, mientras tomaba su equipaje


y lo guardaba en la parte trasera.
Para su sorpresa, el Hummer era nuevo y estaba modificado en la carrocería, sin
armas. Parecía un concept.
La condujeron por otro camino de tierra, totalmente tapado por la selva. Al cabo
de unos minutos, la grava dio paso al asfalto y el viaje se le hizo más ameno,
incluso cuando ninguno de los otros le dirigía la palabra.
Continuaron entre pau-brasiles y cañas de bambú, que despedían olores
silvestres de los que no se existían en la ciudad. Melissa respiró profundo y
recordó su infancia rodeada de árboles como esos, potentes caballos criollos y
césped recién cortado.
Sonrió para sí un momento bajando la cabeza, y cuando levantó la vista, la
arboleda abandonó los costados de la vía para expandirse muchísimo más allá y
dejar al descubierto la ciudad blanca Libertad.

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Capítulo Dos

Esperó horas hasta que la primera señal apareció. Vio un reflejo sobre el agua a
las tres de la mañana en punto.
Era monitoreado. Entró pacientemente en la pequeña selva mientras terminaba
de conectarse a través de sus artefactos perimetrales. Tenía ojos y oídos
absolutos. La única manera de capturarlo sería bombardeando la isla entera y
eso no iba a pasar, valía mucho más vivo.
El primer grupo trató de establecer un perímetro. Alguien advirtió que los habían
descubierto, que estaban expuestos.
Jacko supo que era la oportunidad de atacar, tenían miedo y eso jugaba a su
favor. Cortó varios cuellos, los demás se reagruparon en la cabaña.
Activó los seguros de la casa y escuchó los disparos. El refugio había sido
equipado con una línea de fuego cruzado en el contorno inferior. Los cañones
estaban dispuestos en la base de concreto. Era efectivo, pero no se podía cargar
más de una vez por la temperatura del acero, la ronda era de seiscientos
proyectiles.
Cavó los pozos para los cadáveres, era lo menos que podía hacer. Para cuando
terminó ya era de día. Se quedaría el tiempo que fuera necesario.

-¿Qué…?
Fue lo único que se le ocurrió decir.
Miró a través de las ventanas del Hummer con la boca medio abierta. Le preguntó
al Mayor que estaba sucediendo.
-Hubo una vez, hace tiempo- dijo sin quitar los ojos de la ruta -, un ingeniero
social que decidió crear un nuevo tipo de ciudad, una del futuro. Sin necesidad
de tecnologías superiores a las que conocemos y con mejor aprovechamiento de
los recursos. Él lo llamó Proyecto Venus. Nosotros- refiriéndose a la ciudad en sí
-, la llamamos Libertad.
-Libertad… - repitió.
Se abrieron paso a través de calles, monorrieles en suspensión y trenes
electromagnéticos. Grandes espacios verdes eficazmente parquizados y múltiples
espejos de agua decoraban los exteriores del diseño, mientras que en el centro
de la metrópolis, una gran bóveda blanca y circular le cautivaba la vista.
-¿Có…?- continuó en monosílabos.
El Mayor le sonrió paternamente y se dedicó a conducir.
Tomaron una de las avenidas desde donde la selva dejaba de verse y las casas
circulares le tapaban el horizonte, debajo de una de las líneas de monorriel.
Melissa notó que esos también funcionaban con electromagnetismo, al igual que
los trenes de las afueras, solo que éstos últimos eran de carga y no de pasajeros.
Luego de diez minutos llegaron a la Cúpula, el centro exacto de la ciudad.

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El Mayor Wilson le comandó a un cabo que llevara el equipaje mientras él y la


chica se encontraban con el líder de los Bullets.
Absolutamente todo funcionaba computarizadamente. Además de la puertas
corredizas con sensores (algo que veía todos los días), pasaron bajo un portal-
scanner que los analizó mientras caminaban.
Los ascensores respondían a comandos de vocales y no vio un solo recepcionista.
Solo había personal de planta, vestidos casual y con una identificación en el
pecho.
Bajaron dos pisos hasta el comando. Una nave llena de computadoras y con un
holograma de la ciudad en el centro.
-Libertad digital- soltó la voz grave.
La reportera no pudo distinguir el rostro por lo oscuro del lugar, pero sabía de
quien se trataba.
-Jacko O’Heilm.
-Melissa Lockheart- devolvió.
Jacko se paró y le indicó a su Mayor que se retirara mientras le entregaba una
carpeta azul.
-Se verá sorprendida, quizás, al ver todo esto- dijo señalando la sala -.
Disponemos de tecnologías vastas, grandes recursos energéticos y militares. Es
por eso que no dejamos entrar periodistas.
“¡Los asesinas en la calle!”.
-¿Y qué fue lo que le hizo cambiar de parecer?
-Eso no es relevante- miró uno de los paneles debajo del holograma -.
Digitalizamos Libertad para monitorear absolutamente todo lo que sucede, no
solo a los Bullets o al ejército. Dedicamos este tiempo en hacer de esta ciudad
un lugar mejor, autosustentable, sin dependencia del mundo externo. Por eso
también tenemos sensores en nuestros edificios de cultivos, feedlots, cuerpos de
agua, etcétera. No hay nada que se nos escape.
Melissa no tenía idea porqué había llevado la conversación de esa manera, pero
como no quería forzar, calló unos momentos más. El Guardián continuó.
-No tengo intenciones de hacer una nota común y corriente con usted. Lo que
pretendo es incluso más simple: Quiero que escriba todo lo que ve de la manera
más objetiva que pueda.
-¿Para qué?
-Remítase a eso, por favor, y volverá al sur lo más rápido posible.
La chica soltó un suspiro tranquilizador, iba a volver. Jacko la despidió y se quedó
en la sala.
Apenas cruzó el scanner, una luz a su derecha se encendió en un mostrador con
una pantalla que la mostraba en rayos X. Al costado de la pantalla, apareció una
pequeña tarjeta en una ranura estrecha que titilaba. Era transparente, Melissa la
tomó con cuidado. La tarjeta se encendió y le mostró un plano de la ciudad

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indicándole hacia donde debía dirigirse, qué medio de transporte usar y los
horarios.
Aunque le causaba intriga viajar en el monorriel decidió ir a pie, quería ver la
ciudad. Consultó la tarjeta, que le mostraba todo lo que tenía alrededor. Incluso
los canteros y las fuentes.
“¿De dónde sacan estas cosas?”.
Libertad superaba altamente en tecnología al mundo de afuera. Todo era
eléctrico y la armonía en cada detalle la extasiaba, aumentando su percepción
sensorial. Sonrió sin quererlo todavía en el umbral de la Cúpula.
-Es un lugar maravilloso.
Volvió en sí y encontró la mirada de una muchacha, no mucho mayor que ella,
que la observaba con una sonrisa picaresca.
-Eres nueva, ¿no? Jacko hizo mucho por nosotros. Nos enseñó a vivir- continuó.
No hizo falta que contestara. No sabía si le hablaba en serio o era una enviada
del gobierno revolucionario para manipularla.
-Solo quiere ayudar- dijo y se fue.
La reportera tomó aquello como una opinión autoimpuesta (y un poco sombría).
Se alejó del centro de operaciones. Notó que la gente iba bien vestida, y además,
algunos descalzos, en especial los niños.
Melissa ubicó un banco en una plaza de juegos y escribió en su libreta todo
aquello que le llamaba la atención, como los niños descalzos y la chica que se
había encontrado antes.
-¿Señora?- le llamó una vocecita, interrumpiendo sus notas.
-¿Si?
Un niño de unos cuatro o cinco años.
-Si quiere le presto mi tablet.
Melissa abrió la boca de par en par.
-Es más fácil si en vez de escribir, lo dice- agregó -¿Ve?- y le mostró.
-Eh… No, gracias, amor. Me gusta más escribir- dijo con buenas intenciones.
El niño se fue a jugar y dejó la tablet en el banco.
Melissa pensó que las cosas no podían ser una casualidad y comenzó a mirar
para todos lados para ver si había alguien siguiéndola.

La ciudad era más grande de lo que parecía en la tarjeta y le tomó varios minutos
llegar hasta las zonas residenciales, donde se quedaría. El lugar no estaba
formado por bloques, sino por casas.
La puerta estaba abierta de par en par y no había nadie esperándola. Su equipaje
se encontraba allí, sobre la cama de la habitación. Chequeó con ahínco para ver
si le faltaba algo.
Hizo un recorrido por la casa. Los electrodomésticos se prendieron cuando entró.
Tenían un contorno de neón azul que se apagaba de a poco. La tarjeta hizo un

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bip, las funciones de la casa se sincronizaron con su perfil personal y comando


vocal, e incluso recibió sugerencias sobre entretenimiento.
Cerró la puerta y fue directo a dormir, no sin antes otro aviso de la tarjeta que le
recordaba que podía dirigir casi todo en la casa, incluso cerrar y abrir puertas,
cosa que le fastidió.

Despertó con modorra, bostezando como un león. El desayuno le pareció muy


bueno. La cafetera andaba sola y la heladera, además de estar llena de frutas y
verduras, tenía su propio dispenser de jugo, leche y agua.
Decidió que tomaría el monorriel para ver hasta dónde iba. Sabía que para tener
información sobre la ciudad lo único que debería hacer sería consultar su tarjeta,
pero le parecía mejor recorrerla. Volvió a ver gente descalza por el medio de las
calles y no se pudo contener, camino a la estación.
-Disculpe. ¿Cómo es que nadie lleva zapatos aquí?- le preguntó a una señora.
-No hace falta- devolvió la mujer -. Las calles están protegidas y se limpian a
cada hora.
-Gran personal… - soltó con sarcasmo.
-Lo hacen las máquinas. ¿Eres nueva, no?
Melissa soltó una carcajada y le asintió.
-¡No pueden pasar máquinas limpiando toda la ciudad a cada hora!
-Pero, lo hacen, mire… - dijo, y señaló hacia el este, donde una línea de color
metal avanzaba atravesando la calle de punta a punta.
-Y… ¿Y eso se lleva todo?
-Tienen detectores de calor, no tocan nada vivo.
-¿Y las cucarachas?
La mujer soltó una risotada.
-¡No tenemos cucarachas!
-Creo que encontré mi lugar en el mundo.
-A todos los nuevos les sucede lo mismo.
-Solo estoy de paso.
-¡Nadie vuelve!- dijo -. Te lo aseguro, cuando llegue el momento, tú también
elegirás quedarte.
-¡Eso espero!- vitoreó mintiendo.

Tomó el monorriel. Pasaba cada dos minutos exactos sin importar la cantidad de
pasajeros. Más gente descalza.
Sacó el cuaderno y escribió tratando de captar los pequeños detalles que hacían
al lugar.
Notó que mucha gente iba sonriente, cantando en voz alta o charlando con
desconocidos. Todo el mundo parecía ser feliz.
“Felicidad: ¡Check! Vine a parar a la maldita Colonia”.

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Su tarjeta se encendió nuevamente avisándole que la precisaban en uno de los


edificios vidriados del centro. El mensaje era de una doctora, Rebeca Vieytes.
Trató de no pensar en que algo malo podría pasarle y llegó sin apuros. En la
planta baja del edificio se erigía una computadora holográfica parecida a la que
estaba en el domo central, pero menos aparatosa.
Allí estaba su anfitriona.
-¿Qué tal?- se presentó -. Rebeca.
-Melissa.
Se tendieron la mano.
-Así que doctora ¿no?
-Botánica, sí- respondió con una sonrisa -. Hace ya tres años que trabajo en
Libertad.
-Veo… Impresionante - dijo contemplando el edificio.
-Ajá- devolvió la botánica desprendidamente -. Esto es un reservorio, bienvenida.
Aquí cultivamos vegetales. En este caso tenemos hortalizas- y nombró una larga
lista ellas.
Melissa no tenía ni idea de por qué le habían propuesto un tour por una granja
vertical.
-¿Quieres subir?
-Seguro.
El elevador era vidriado al igual que el resto del edificio. Notó que se salteaban
los pisos: Uno dejaba pasar la luz solar y el siguiente se encontraba con las
ventanas tapadas y luces dicroicas de alta potencia. Le consultó a la doctora por
eso.
-En estos niveles re-vegetamos las plantas. Cuando mantienen un ciclo continuo
no dejan de crecer, y hacen los productos finales más grandes que de costumbre.
Por supuesto que no tan grandes como los sintéticos.
-Esto no parece muy tradicional, que digamos…
-Es un sistema hidropónico. Hacemos crecer los cultivos en agua en circulación y
sin variar sus características genéticas. Es prácticamente lo mismo que plantar
en tierra.
-Estaba familiarizada con el concepto, pero nunca lo había visto así.
-Tenemos doscientos tres pisos de plantaciones solo en este edificio. Y hay tres
más de ellos- remató.
-¿Y los animales?
-Feedlots en la selva. Tratamos de hacer que la gente se concientice para dejar
el consumo animal de lado. Es difícil, pero es correcto.

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Capítulo Tres

Los Bullets tuvieron filtraciones en las comunicaciones con el exterior. El gobierno


trataba de panear el territorio, ya que sus satélites no captaban imágenes del
lugar. La falta de información era cara en la guerra mediática y armamentista, y
nadie sabía nada de Jacko y Libertad.
Un grueso de la población simplemente había desaparecido. Los que no
respondieron a los recaudadores se suponían muertos o con una bala como
insignia. Cualquiera fuera el caso, si no pagaban impuestos debían ser
etiquetados. El problema eran las pruebas. Jacko borró impecablemente todo
rastro de su paradero y de cualquier otro habitante de Libertad, y el gobierno no
tuvo opción más que enviar pequeños grupos de operaciones hacia la selva. La
lucha fue clara y directa; los Bullets se aparcaban en los lindes de la ciudad,
establecían perímetros y le disparaban a todo lo que se movía. La resistencia
mantenía espías en las ciudades influyentes del mundo, habían infectado toda
red de seguridad infectable, en todo estrato del sistema, desde colegios y
hospitales hasta en política.
Sus agentes comunicaron la gestión de una intervención militar gigantesca hacia
el norte. Tenía traidores a su alrededor. Era hora de defender Libertad a toda
costa.

La doctora era sumamente amable y no tenía muchas reparaciones en decir que


no tenía respuestas, algo que no escuchaba del otro lado del país.
-Pero, ¿influir en que la gente sea vegana no es intervenir el libre albedrío?
Melissa necesitaba oírlo de alguien más.
-Puede ser, pero eso no es lo importante. El consumo de carne genera que
debamos criar animales y eso contamina el cielo con metano. Además, puede ser
sustituida completamente por una dieta vegana.
-¿Están seguros?
-Sí. Y tampoco es coherente tener a las vacas en una jaula esperando un
martillazo, a decir verdad.
Caminaron un rato por una de las salas mientras la doctora le mostraba el
funcionamiento del sistema hidropónico.
-A parte de su tecnología- le cambió de tema -, ¿cómo vive la gente aquí? ¿De
verdad se sienten mejor?
-Por mi parte, sí. Aquí puedo realizar mis estudios sin tener que demostrarle nada
a nadie ni preocuparme por otras cosas que no sean mi trabajo.
-Eso suena esclavizante.
-Es lo que amo- dijo -.Tengo absolutamente todo lo que me hace feliz justo aquí.
Los mesones gigantes, las plantas en ciclo, la paz… Es mi dojô personal.
A Melissa se le hizo difícil creer el cuento, pero quedaron en encontrarse antes
de que partiera de nuevo a la ciudad.

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Quiso recorrer un poco más. Cruzó varios grupos de adolescentes haciendo


música en las calles, intercambiando pinturas y libros, y les habló. A cinco pasos
de un muchacho, éste se dio vuelta y la saludó.
-¿Qué tal?
-Eh, bien- se sonrojó - ¿Qué hacen?
-Trueques- respondió haciendo señas para que se acerque.
Melissa dio unos pasos adelante.
-¿Artísticos?
Los muchachos rieron.
-Sí, sí- dijo el que la había saludado -. Puedes mirar y llevarte lo que te guste.
Si quieres algo de música, aquél escribe partituras.
Melissa se acostumbraba de a poco a asombrarse por la ciudad.
-Gracias, pero no tengo nada que darles a cambio.
Le respondió que no era problema, que si quería algo solo tenía que tomarlo.
Miró pinturas, y a la mayoría las podía llevar. Vio niños, adolescentes y adultos
mezclados, e hizo varios amigos. Algunos ya sabían quién era, porque en Libertad
era costumbre leer las noticias de la capital.
“Esto no pasa en el sur”, pensó luego de unas horas en el monorriel. Notó
también que las calles cambiaban de color, de un celeste luminoso al color
asfáltico. Le consultó a un pasajero acerca de ello y el hombre le comentó que
las calles eran paneles solares con aspecto de asfalto.
-Y, además- siguió -, en las fiestas las prenden iluminando toda la ciudad de
noche. ¿Se imagina tener esa luminosidad todos los días?
-Es verdad- reflexionó -. Pero aún no me dice por qué cambiaban de color.
-Mantenimiento o actualizaciones del software.
Satisfecha su curiosidad, consultó la tarjeta. Quiso saber cuánta energía producía
la ciudad para mantener toda esa infraestructura.
“Un zeta jules anual. El resto del planeta consume cero punto 6 zeta jules en el
mismo periodo de tiempo.”
-Guau.
“Las calles y carreteras solares producen la cantidad de energía que necesita la
ciudad, mientras que, a través de la energía geotérmica (dos plantas), se
mantiene el reservorio eléctrico para casos de emergencia y exportación hacia
otras ciudades, con las que se mantienen acuerdos de no agresión bélica y
negocios varios”, informaba leyéndole el pensamiento.
Aprovechó el empujón social y se volvió hacia el hombre a su lado.
-¿Y qué me dice de usted, tiene hijos?
-Solo uno, varón.
-¿Y se siente cómodo teniéndolo aislado del mundo exterior?
El hombre dudó antes de la respuesta.
-Aquí las cosas realmente funcionan. Viví afuera tanto tiempo que nunca noté el
desmedro educacional y la corrupción, o la falta de recursos, porque todo eso me

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parecía normal. Aquí las cosas realmente funcionan- repitió -. No sé si es lo mejor


para mi hijo, pero estoy seguro que está viviendo una vida mucho mejor que la
que yo viví afuera. Aquí no me tengo que preocupar, básicamente. Le dedico
tanto tiempo a mi familia como se me antoja y ayudo en lo que puedo y porque
se me antoja, y eso me parece genial.
Melissa estaba segura que encontraría la falla. ¿Cuántas veces había leído sobre
los paraísos que no eran tal? Al final del libro lo único que la gente necesitaba
era salir de allí.
-Pero hacer lo que a uno se le antoja todo el tiempo tampoco es bueno. Qué
pasaría si todos quisiéramos manejar un Ferrari. No se puede.
-Usted quiere un Ferrari porque la televisión le dice que es algo que debería
querer- devolvió el hombre con menos paciencia -. Un auto deportivo no tiene
ninguna utilidad realista, si lo piensa. Son incómodos, ruidosos y además
contaminan. En Libertad, si desea moverse, tiene carros eléctricos a su
disposición por toda la ciudad, uno los utiliza y vuelve a dejarlos para que otro
los use. No nos hace falta acumular cosas para sentirnos aceptados socialmente,
porque aquí nada de eso importa. Importan las sonrisas, los momentos, crecer
para todos y hacer el bien porque uno quiere.
El monorriel hizo una parada y pudo escaparse, no muy segura de qué. Bajó las
escaleras y vio uno de los coches de los que le habían hablado unos minutos
atrás y decidió probarlos, aún inquieta. Se subió, puerta automática, y la voz le
preguntó hacia dónde se dirigía. Dio su dirección, la voz le recomendó ajustarse
el cinturón. El auto se movió solo hacia las residencias, mientras que una pequeña
pantalla le daba opciones de entretenimiento e información útil. Melissa comenzó
a sentirse mareada. El tránsito era increíblemente fluido y, según el carro, llegaría
en dos minutos.
-Dos minutos, maldita sea.
Agachó la cabeza y trató de respirar con normalidad. El sudor frío le corría por el
cuello, las náuseas se le hicieron casi incontenibles. Alzó la vista un segundo y
vio los destellos de luz que atravesaban el cristal, mientras la noche caía y le
empujaba la cabeza hacia abajo.
El auto se detuvo, la puerta se abrió sola y Melissa salió disparada a la casa. La
puerta tardó en abrirse y tuvo que taparse la boca. Llegó al baño y lanzó todo el
almuerzo.
Se quedó como un ebrio abrazada al inodoro, llorando. No sabía por qué estaba
ahí ni cuando había empezado todo, lo único tenía claro era que le habían
mentido todo ese tiempo. Se sentía un trozo de basura flotando en el medio del
océano.
Despertó ahí mismo, en el baño, con la espalda adolorida y los ojos rojos. No
había pasado mucho pero lo suficiente para levantarse. Fue hasta el refrigerador,
tomó una lata de gaseosa y la abrió. Lo pensó mejor y le ordenó a la heladera
que le diera un vaso de agua.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Cuatro

Solo escuchaba las hojas contra el viento.


-Está noche habrá sangre, muchachos…
-¿Jaden?- preguntó.
Esperó unos segundos.
-¿Jaden? Vamos a entrar.
Desenvainó. No quería perder más gente.
El Guardián saltó sin reparos del árbol, a más de seis metros del piso.
-¡Ataque completo!- gritó Marcus.
Los disparos sonaron y con eso la alarma de la Casa de Gobierno, mientras Jacko
se topaba con un grupo reducido de guardias.
Cayó el último y se tomó el pecho con ambas manos. Había sido herido varias
veces.
-¿Qué haríamos sin el kevlar?- comentó Marcus a su lado, disparando.
Jacko sonrió y se enderezó.
-Sabes que no es el kevlar lo que me mantiene vivo- dijo dirigiéndose a la entrada
del edificio.
-Lo sé. Es tu testarudez.
Disparó contra todo lo que se movía. Si iba a morir, quería llevarse a todos los
que pudiera. Pronto se quedó sin balas y antes del segundo piso tuvo que volver
a desenvainar la espada.
Los Bullets se movían tácticamente. No tardaron mucho en llegar al despacho
presidencial.
Cuatro balas, contó en un revolver que había tomado por ahí. Las usó todas.

-No puedes hacer esto…- balbuceó el presidente con la vista el suelo.


-Acabo de probar que puedo- devolvió el Guardián.
Le atravesó el cuello con un cuchillo común, serrado, para que sintiera hasta el
último de los filamentos romperse.
-La Guardia Nacional llegará en dos minutos.
Marcus acababa de entrar al despacho, pasando por encima del cuerpo semi
decapitado del político.
-No tengo ninguna intención de perder más hombres hoy. ¿La extracción está
asegurada?
-Sí.
Saltaron desde la ventana hasta la escalinata de la entrada principal.
-Si no fuera por la droga habríamos muerto todos- dijo Marcus antes de marchar
detrás de su comandante, y agregó con una sonrisa, viéndolo alejarse -. Maldito,
todavía puede correr.

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Catyara The Cook Book

Condujo por la calle principal, estaba interesada en una de las zonas externas de
la ciudad donde se ubicaban los terrenos permaculturales. Sus habitantes solo
utilizaban los recursos naturales de la zona y construían lo demás mediante el
reciclaje.
Era gente muchísimo más simple que la de la ciudad, pero conservaban acceso
a las tecnologías y los recursos de la misma, e incluían ingenieros de Libertad y
nativos a sus proyectos para generar lazos entre las culturas.
Llegar no le llevó tanto tiempo como pensaba, al fin y al cabo, iba en auto. En
cuanto vio la primera casita echa con barro y hojas gigantes se impresionó.
Melissa conocía el sistema de bio-construcción, había leído sobre aquello, pero
nunca imaginó que podía resultar de aquella manera. Las paredes de los edificios
eran lisas casi a la perfección y tenían luz y agua corriente obtenidos de manera
alternativa.
Una muchacha fue a recibirle. Se llamaba Clara y hacía dos años que vivía en
Libertad.
-Esta es una oportunidad única de mostrar cómo debería vivir el ser humano-
dijo luego de las presentaciones -. No solo aquí, sino en Libertad y en todo el
mundo. Tenemos una calidad de vida excelente, algo digno de heredar a las
generaciones por venir.
Melissa asintió.
-¿Quiere entrar?- preguntó -. Le puedo mostrar la casa, si quiere verla.
-Seguro.
No tenían puertas ni ventanas, solo cortinas y alguna que otra tela mosquitera.
Los muebles de interior eran todos de madera, hechos a mano. Las conexiones
de luz y agua eran tradicionales pero al estilo Libertad, transparentes y flexibles.
-¿Tienen sensores aquí también?- preguntó Melissa.
-Claro. Todas las plantaciones son monitoreadas, cortesía de Jacko. Nos ahorra
mucho trabajo- soltó inocentemente.
-Me refiero a la electrónica civil.
-En realidad, no hay mucho para controlar. En la ciudad, cada persona tiene una
casa asignada a pesar que los inmuebles no tienen un verdadero dueño. Aquí
nadie vive en ningún lado realmente. Si uno lo desea, puede quedarse en una
casa, si no, no. Generalmente nos agrupamos para trabajar y terminamos
durmiendo todos juntos. Es como una familia descomunalmente grande.
-¿Y los niños se adaptan?
-Sí. Tratamos de darles todo el espacio posible, pero siguen dependiendo de sus
padres, en cierta manera. Generalmente los movemos con su familia.
-En cierta manera no, ellos realmente dependen de sus padres.
-Eso dije- devolvió con una sonrisa y un gesto tranquilizador -. Cada quien se
encarga de sus hijos de la misma manera que en el resto del mundo, solo que
tienen más libertad de acción. No vemos con buenos ojos la violencia verbal o
corporal y tratamos de educar a los más pequeños de acuerdo con lo que nos

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Catyara The Cook Book

comentan que quieren hacer. Si uno de ellos decide ser ingeniero, lo enviamos a
estudiar a Libertad y hacemos que vengan profesionales hasta la comunidad para
instruirlos, a ellos y a nosotros, y si quiere ser artista, lo mismo, puede estudiar
aquí o donde quiera.
Melissa continuó las preguntas por un rato, mientras bebían té negro y admiraban
los diseños de las casas. Clara la invitó a pasar la noche pero se negó.
-Bueno, si quieres volver por aquí antes ir al sur puedes hacerlo con toda
confianza. No hace falta siquiera que nos avises.
-Lo haré, me gustó muchísimo lo que vi.
Era cierto. Si bien las preguntas no la satisficieron del todo en un principio, luego
de ver a la gente que vivía allí cambió radicalmente de opinión. De hecho, no
todas las personas de la comunidad tenían familia o colaboraban con la
construcción y mantención de la comunidad. Se encontró con un arquitecto, que
había mejorado los diseños de la Cúpula, que estaba allí solo tomándose meses
sabáticos. El hombre hacía literalmente nada, vagaba charlando con la gente y
tocando bongós.
Era una escena extraña para Melissa, pero en aquel lugar todo se le hacía
extraño. Lo que le sorprendió fue la armonía con la que circulaba la ciudad, en
todos sus sentidos. La gente no corría ni se chocaba. Se relajó. Después del susto
de la noche pasada ya no tenía ganas de estresarse demasiado.
Pasó algunos días sola, simplemente atendiendo a eventos culturales. Durante la
mañana caminaba por la selva y tomaba fotos de cualquier cosa que se le
apareciera enfrente.
Vio grupos de nativos caminando en contra de la corriente del río, dos veces. No
trató de hacer contacto, pero tampoco percibió hostilidad en su contra,
simplemente la miraron y continuaron camino. Una mujer le había contado que
ellos también iban a Libertad a buscar provisiones y a visitar doctores.

Una mañana, su tarjeta le comunicó que le habían extendido una invitación para
volver a la Cúpula, donde se encontraría con personal del ejército.
Melissa no dudó en responder afirmativamente y partió. El mismísimo Jacko
estaba en el centro de comandos.
-Señorita Lockehearth.
Melissa respondió asintiendo con la cabeza. No le parecía necesaria tanta
formalidad.
-Espero que haya encontrado lo que necesita para su artículo- continuó el
Guardián -. Lleva aquí un par de semanas.
-Aún creo que no está listo para salir- mintió.
-Si necesita de alguna clase de asistencia, sabe que todo nuestro equipo está a
disposición.
-Lo que necesito no es a su equipo, señor O’Heilm, lo necesito a usted.

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Catyara The Cook Book

La reportera sabía que una entrevista con el Guardián le aseguraba una primera
plana en todos los noticiosos. Era la jugada perfecta.
Jacko se tomó un tiempo.
-No lo creo- resolvió.
-¿Por qué?
-No lo entendería.
-Pruébame- sugirió con coqueteo.
Jacko suspiró.
-La verdadera base de Libertad es que no posee ningún gobernante, ningún
Imperatore que decida sobre los demás. Aquí solo soy el líder de los Bullets, un
militar.
-Cuéntalo al mundo como me lo cuentas a mí.
Jacko frunció el ceño.
-No quiero que se vea como lo que no es, pero acepto. Si su nota no es precisa,
la encontraré- bromeó.
La reportera sintió un escalofrío pero le sonrió. Acordaron la hora y el día y volvió
cada uno a lo suyo.
Melissa continuó el paseo por la ciudad, disfrutaba de los días soleados y las
noches nubladas. En aquella época llovía mucho y el cielo siempre terminaba
gris. Le parecía poético.

Charló cuanto pudo e hizo varias amigas. Una chica de su edad la invitó a tomar
el té. Cuando llegó a la casa, la rodearon otras mujeres de la zona, todas viviendo
en Libertad desde el día cero.
-¿Realmente le dicen “día cero”?- preguntó.
Violeta le devolvió una sonrisa gigante.
-¡No! Solo es una broma entre nosotras.
Se habían apartado un poco, se llevaban extremadamente bien. Violeta había
querido ser periodista de no haber tenido dos hijos, cuando decidió solo ser
mamá. Y Melissa veía en ella todo lo que se imaginó que sería, una madre
cariñosa y progresiva que dejaba a sus hijos crecer en la naturaleza y sin
ataduras. Su nueva amiga representaba la esperanza que le quedaba de terminar
la vida de una manera cuerda.
-Te admiro muchísimo, amo lo bien que te ves y la gran familia que tienes- se
sinceró Melissa.
-¡Tú eres quien envidio! Una gran carrera en la ciudad, independencia- devolvió
Violeta sonrojada.
Dispararon algunos elogios más y volvieron a la charla banal. Las demás seguían
atrapadas por el buen aspecto de Jacko y su forma de ser.
-Es increíble que un hombre pueda ser dos personas al mismo tiempo. Sabemos
lo que hace ahí afuera, pero en la ciudad es completamente diferente- dijo una
de ellas.

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Catyara The Cook Book

-¿Cómo es él, realmente?


-Para empezar, extremadamente cortés. Y juega con los niños en las plazas, no
es raro verlo de noche pateando una pelota o haciendo macramé.
Rio ante la posibilidad de ver al Guardián entre pulseras.
-Cada vez que tenemos una idea para mejorar la ciudad, nos recibe en la Cúpula
personalmente y evalúa las posibilidades con nosotras. Nos hace sentir incluidas.
Melissa estaba segura que en algún momento alguien iba a meter la pata y
terminar con aquella farsa. No podía creer esas historias del niño bueno solo unos
días antes de la entrevista, así que se limitó a sonreír y a mostrarse emocionada
con el tema.
La reunión continuó hasta que se excusó con evasivas y se retiró. Se había
acostumbrado a caminar grandes distancias durante su estadía y decidió a volver
a pie. Le llevó una hora, pero llegó feliz. Tomó un baño caliente y se durmió con
toda calma.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Cinco

Enterró la pinza en el tajo y el empresario gritó.


-Esto no es un confesionario, no me interesa lo que tenga para decir.
Le alcanzaron las paletas. Wilson fumaba en el sofá.
-Abre, abre. Así será más rápido.

Contaba los días, los segundos. Sabía que debería volver a la Capital. Habló con
el exterior a través de una radio de la Cúpula.
-No tiene permiso de hablar absolutamente nada sobre Libertad- le prohibió el
Mayor sin más.
-¿Y de qué demonios voy a hablar, entonces?
-Usted es la reportera. Invéntese algo.
-Los reporteros re-por-ta-mos.
-Pues le apago la radio.
-¿Es una broma?
-No.
-No sea chiquilín.
-No hable de Libertad.
Melissa suspiró mientras se mordía el labio.
-A ver, quiero utilizar la maldita cosa- dijo tomando el micrófono.
Wilson encendió la radio e hizo señas que hablara.
Entendió que no iba a dejarla en paz.
-Aquí Lockhearth.
-¡Mina!- devolvió Julio con entusiasmo - ¿Cómo estás? ¿Estás bien?
-Sí, sí. ¿Qué me cuentas?
-¿Qué cuentas...? ¿Estás tomando drogas?
-¡Hey!
-Lo siento, lo siento. Te extrañamos, ¿sabes? Nos tienes preocupados.
-Lo imaginé, pero sabes lo difícil que es apuñalarme- bromeó -. En unos días
tendré lo que necesito.
-Un spoiler, por favor- dijo Julio con su lado periodista.
-Nada, lo siento. Tengo un orangután armado que no me deja hablar hasta que
vuelva. En una semana o dos a más tardar.
-Mina, ¿puedes irte?

El día le parecía ideal para estar afuera sin hacer nada, y se la pasó bebiendo
jugos orgánicos y paseando.
-Es increíble que se junten sin distinción, chicos, grandes, mujeres y varones. Eso
no ocurre en el sur- dijo mientras se acomodaba en el césped de la plaza.

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Catyara The Cook Book

-Cierto, pero debería ser así de todas maneras… Perdemos mucho tiempo
etiquetándonos, haciendo caso a nuestras diferencias anatómicas y no a las
reales.
-¡Mierda! Es verdad- se le escapó a Melissa con algo de rabia -. Lo peor es que
tengo que volver. Aquí se la pasa de maravillas. ¿Es de zanahoria?- preguntó
mientras el chico le alcanzaba el vaso térmico.
-Y remolacha, ideal para los días de calor. ¿Sabes? Yo pasé casi toda mi vida en
este lugar, hace más de diez años que estamos aquí y ya no recuerdo como era
antes de todo esto.
-¿Libertad tiene diez años?
-Casi, mis padres son arquitectos. Ayudaron en la planificación y construcción de
la ciudad.
-¿Cuántos años tienes?
-Cumplo trece en unos meses.
-Te abrazaría pero luces más listo que yo.
El chico soltó una risotada y dejó de prestar atención hasta que se fueron.
Melissa había decidido a escribir un pedazo de su historia y quedaron en verse al
día siguiente en la biblioteca, que era uno de los pocos edificios que le faltaba
conocer.
La cantidad de material se le acumulaba puesto que allí todo era diferente, pero
no se sentía con ganas de escribir. Estaba desmotivada y, por sobre todo,
relajada. No quería escribir y no podía escribir.
Tampoco le preocupaba mucho no ser productiva. En el norte no existía el
gobierno como ente de administración y distribución, ni las fuerzas armadas
preventivas, ni las cárceles, ni las oficinas. La gente hacía otras cosas.

Casi sin querer, Melissa comenzó a verse involucrada en algunas actividades que
antes le parecían irrelevantes, como artesanías y música. Unos días antes le
habían prestado un laúd y hasta se puso a pintarlo.
-Sabes, ayer me sentí una hippie. Pinté con acrílico el laúd que me dieron en la
plaza.
Marcos la miró divertido, pidiéndole más explicaciones.
Charlaron mientras caminaban, la biblioteca se encontraba cerca de la Cúpula y
tenían varias cuadras a pie. Marcos le contó un poco de su vida, pero no mucho
más de lo que ya sabía. Parecía como si los eventos pasados, aquellos que
moldearon su comportamiento, no le importaran; como si lo único que pudiera
tener un chico de trece años fuera el presente.
-¿Qué quieres ser cuando seas grande?
-Aún no lo sé, pero creo que iré a la universidad a aprender carpintería.
-¿Qué? ¿Aquí dan carpintería en la universidad?
-Sí.
-Eso es genial. Y, ¿qué cosas haces todos los días? Como costumbre.

22
Catyara The Cook Book

-No mucho. Unos minutos de piano y algo de ejercicio, además de comer y


dormir.
-¿Hace cuánto tocas?
-Desde los cinco. Me gusta el jazz, que es bastante difícil, así que tengo un largo
tiempo para ir mejorando.
Aprovecharon a sentarse en unos banquitos. Marcos había llevado jugos
preparados por su mamá, y Melissa los adoraba.
-¿Conoces toda la ciudad?- quiso saber.
-Sí, cada vez que se inaugura un sector voy a ver qué está pasando. Además, es
normal que los planos de las obras públicas estén disponibles. Puedes hacer
sugerencias, si lo deseas. ¿Sabes?, creo que llegué a la conclusión que el resto
del mundo está equivocado. No entiendo cómo pueden tener dioses o pasar todo
el día trabajando como robots. Me parece muy mala idea, ¡y mi papá dice que
ellos quieren hacerlo!
Se quedó helada.
-Esas son graves acusaciones, ¿sabes? En el sur, Dios y el trabajo son casi lo
mismo, y ese combo pareciera ser el indicador de prestigio social. Si publico tus
palabras romperás muchísimos corazones.
-Lo sé, lo sé. Mis amigos dicen que no me preocupe, que las cosas van a mejorar
para todos. Pero creo que es diferente, aquí no te ahogas. Yo veo videos en
Youtube también, y me parecen extrañas las preocupaciones que tienen los
chicos de mi edad, como emborracharse o aprender a hablarles a las chicas.
Necesitan ser notados pero no molestados y se me hace confuso, porque
tampoco tienen metas. Hablé con uno de los nuevos que quiere ser músico, y le
dije “¿qué tocas?”, y dijo que nada. No lo entiendo.
-Quizás también descubras que los chicos de tu edad tienen mucho miedo a ser
rechazados, algo que pasa todos los días y con lo que tú no has tenido que lidiar
nunca. No sabes lo que es no montar una bicicleta porque no hay dinero, aquí te
las dan, y no tienes un anuncio en la tele sobre bicicletas cada quince minutos
mientras tus amigos llegan en manada a tu casa, todos en bicicleta. Es horrible
ser rechazado por algo que no puedes controlar, como el dinero.
-Exacto. ¿¡Y qué es eso del dinero!? Mi papá estuvo casi una hora tratando de
explicarme para qué lo usan y solo dijo sandeces.
Se apuraron, llovía y no traían ropa adecuada. Sacudieron las gotas en la entrada
y fueron directamente a las mesas de la planta baja, donde se podía hablar con
soltura. Desde el primer piso en adelante, existían divisiones de acrílico para aislar
el sonido. Charlaron un rato más mientras Melissa tomaba notas. Eligieron un par
de libros para leer, Marcos le recomendó algunos de los que escribía la gente del
lugar, el chico leía bastante.
Pasó la lluvia y se despidieron. Como se encontraba cerca de la Cúpula, decidió
volver allí para ver si podía averiguar algo más.

23
Catyara The Cook Book

El protocolo de ingreso fue casi nulo excepto por los scanners, y sin más fue
directo a la sala central, a donde se estaba la supercomputadora.
-¿Hola?- saludó al aire y otros saludos le retornaron bajito.
-Lockhearth, bienvenida- saludó Jacko -. No la esperábamos.
-Andaba cerca y decidí pasar.
El Guardián la miró estático unos segundos y le hizo señas para que se acercara.
-Ya es famosa en Libertad. Algunas personan hablan de usted. Hasta dicen que
tiene potencial.
-Optimistas, asumo.
-¿Necesita alguna clase de información?
-No en realidad, solo quería ver cómo operan.
Jacko asintió y abrió un holograma en el centro de la mesa.
-Mire, éste video es de ayer. Un espía quiso infiltrarse en la ciudad desde la selva,
mis agentes lo interceptaron.
La filmación mostraba al individuo desde varios sectores, como si la vegetación
estuviera llena de cámaras.
-En cuanto fue puesto en evidencia, abrió fuego y tuvo que ser neutralizado. Para
siempre.
Melissa estaba helada, el video incluso continuaba con nuevas tomas del
asesinato.
-Aquí hay más sobre situaciones similares… Ah, sí; en éste salimos Wilson y yo.
-¿Cómo es que esto pasa? Quiero decir, ¿sucede a menudo?- las imágenes
continuaban una detrás de otra.
-Sí y no. Hemos tenido muchos intentos de infiltración desde que nos dimos a
conocer, pero la cifra real no supera los seis casos por año. Es una amenaza
contenible, y francamente esperábamos situaciones peores.
-¿Con peores se refiere a más de un espía por ataque?
-No, tuvimos intentos de regimientos enteros también- desplegó más videos -.
Me refiero a la frecuencia de esos ataques. Al principio creí que era una jugarreta,
pero hackeamos comunicaciones militares y al parecer no tienen los recursos
necesarios para llevar a cabo operativos significantes. No es que no cuenten con
el dinero, solo que la corrupción es tan grande, incluso dentro de las fuerzas, que
todos sus fondos se ven comprometidos. Aparte que nuestros contratos con otros
países y algunas compañías del sur bloquean los intentos de recibir préstamos
relevantes y/o ayuda militar.
-Guau.
-No puede poner eso en sus informes- advirtió, pero luego lo pensó mejor -.
¿Sabe qué? Si puede ponerlo en sus informes. Le voy a dar todos los videos éstos
que ya vio, y también voy a darle copias de las comunicaciones que
interceptamos como prueba de la corrupción de su gobierno.
Melissa estaba a punto de sorprenderse, pero luego recordó que ya no podía
volver a sentirse así nunca más.

24
Catyara The Cook Book

-¿Y qué hay de ustedes? ¿También me dará copias de sus incursiones a la ciudad?
La expresión del Guardián se volvió austera.
-Las actividades de los Bullets están fuera de su alcance. De todas maneras, no
se preocupe; estoy seguro que ya tiene toneladas de información de nuestros
ataques. Después de todo, los utilizan como excusa para continuar soportando
el sistema putrefacto bajo el que se rigen.
-Usted habla de corrupción y guerra como si fuese algo cotidiano y efímero pero
es aterrador. Ya no sé quién tiene la razón aquí, pero estoy segura que no se
soluciona a balazos- soltó con honesta rabia.
-Es usted la que no sabe de lo que está hablando. A usted no la persiguen por
pensar diferente ni le niegan un trabajo por ser de color, ni le repiten todos los
días en la cara que cada persona tiene lo que se merece mientras se seca los
mocos en una estación de tren pidiendo monedas. Es usted la que no sabe lo
que les hace la guerra a los niños en el desierto, donde es más fácil conseguir
una kalashnikov y cinco gramos de cocaína que un litro de agua. No le mutilaron
sus partes a los diez por alguna estúpida tradición, ni la violaron sus padres.
Usted es la que decide levantarse todos los días en este mundo mugroso y tolerar
lo intolerable porque no tiene las agallas de hacer lo que hace falta para cambiar
las cosas. No me hable de balas, Lockhearth, la única justicia que existe son las
balas.
Fueron interrumpidos por un profesor que requería de Jacko. Melissa se sintió un
poco mal y decidió retirarse.
Estaba contenta con lo que hacía allí, con sus nuevas respuestas y preguntas.
Cada vez le gustaba un poco más Libertad, pero se sentía cansada. Estaba
exhausta por aquello en lo que se estaba convirtiendo, ya no confiaba en nadie
y eso le daba miedo, pero “vuelve la carne acero”. Melissa se transformaba de a
poco en alguien que sin temores.
Antes de poner un pie dentro del monorriel decidió entrenarse. Volvería a la
ciudad a decir cosas buenas de los terroristas, estaría apoyando la causa del dolor
y de los muertos. Ya era uno de ellos.
Sin dudarlo se inscribió a Kick-boxing y comenzó ese mismo día. Continuó
asistiendo a los encuentros en los parques. Volvió a probar marihuana y le pareció
fantástica. Los días se le escurrieron entre los dedos y la fecha de regreso se hizo
inminente.
Le pidió a uno de los proveedores de vestimenta que le regalaran algo de ropa.
Algunos de los trajes que utilizaban para asaltar le parecían increíbles y quería
uno. Se imaginó presumiéndolo por el periódico.

Comenzó una lluvia torrentosa como solo puede darse en la selva. Estaba a tres
días de la vuelta al sur y le esperaba una catástrofe. Ya tenía los documentos
que le había entregado Jacko en la mano, estaban llenos de información sucia

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Catyara The Cook Book

sobre el gobierno, eran miles de páginas. Sabía que tenía, probablemente, la


mayor historia en la historia de las historias.
-La mayor historia en la historia de las historias- bromeó en voz alta y subió al
auto.
Viajó no más de cinco minutos hasta el centro. Iba a reunirse por última vez con
Jacko antes de su partida. Decidió arreglarse un poco, pero fue vestida a la
manera de Libertad, con pantalones anchos y camisa suelta. La ciudad se
encontraba menos ajetreada aquel día, la gente se reunía en interiores los días
de lluvia. Eran la excusa perfecta para hacer presentaciones oficiales o
celebraciones varias, y solían realizarse exposiciones de arte y disertaciones en
las universidades. Se volvían los días de cultura, innovación e intercambio.
La Cúpula estaba bastante llena, la gente se había acercado para involucrarse en
la expansión de la ciudad. También habían activado nuevos sectores dentro del
edificio, un par de subsuelos que Melissa no había visto antes. Eran pisos-
ascensores que se podían acoplar y desacoplar a voluntad.
En el centro de operaciones estaba solamente el Guardián, que esperaba por ella.
Se saludaron cordialmente pero en un tono ameno. Melissa tenía la chance de
conocerlo más a fondo.
-Bien, me gustaría que fuese una entrevista corta. Lo más sintética posible.
-¿Sintética como qué?- devolvió dejando el grabador sobre el escritorio.
-No lo sé. Me refiero a no explayarse mucho, en lo posible de respuesta directa.
Sí y no estaría bien.
El Guardián ofreció té.
-¿Qué te impulsó a la creación de la resistencia y de Libertad?
-Son dos cosas distintas. La resistencia fue el orgullo de dos adolescentes que se
tomaron la vida muy enserio y decidieron actuar. Libertad representa el futuro,
es lo que quiero para el mundo.
-Tú y tu hermano crearon, entonces, a los Bullets.
-Casi, no teníamos nombre cuando Gerry murió. Pero operábamos de manera
similar. Hoy solo tenemos más recursos.
-Recursos… ¿Cómo lo lograron? ¿De dónde salió todo esto?
-De tus bolsillos, y de los bolsillos de los demás- se mantuvo serio -. Robamos
casi todo lo que tenemos en materiales y a las personas las sedujimos para que
vinieran. Al menos, las que nos hacían falta. Es relativamente fácil hacerlo con
un proyecto como este.
-¿Robar te parece bien, entonces?
-Si roban los de arriba pueden robar los de abajo. Al menos lo hacemos para
alguien más.
-Ajá. Dijiste que seleccionaste gente para la ciudad.
-Sí- dijo sin inmutarse.
-Eso es discriminación.
-Eh…creo que sí.

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Catyara The Cook Book

Hubo un silencio y, antes de que él cortara la entrevista, disparó de nuevo.


-Parecería que no lo habías notado.
-Al menos no conscientemente, pero esa no fue mi intención. Cuando necesitas
construir un puente llamas a un ingeniero, no a un guitarrista. No digo que el
guitarrista no pueda ayudar, pero el ingeniero está mejor capacitado para hacer
puentes. Si necesito un guitarrista, llamaré a alguien que sepa tocar la guitarra.
-Muy elocuente, señor O’Heilm- se burló -. Pero la pregunta es, ¿en que basó su
criterio para traer gente con usted? ¿Por qué unos sí y otros no?
-No lo sé, iba viendo sobre la marcha. Si necesitaba a alguien trataba de
contactarlo, y si aceptaba en venir, era bienvenido. Si faltaba algo simplemente
lo tomaba. Eran días simples, sin… reporteros.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Seis

Jacko llegó a la playa tal y como lo había planeado. Tenía el ferry cargado con
las provisiones que podría llegar a necesitar, además de otros cargamentos en el
continente que aguardaban a su regreso.
Le impresionó la vista de la selva que se abría ante él. Era una de las pocas cosas
que lo hacían sentirse pequeño.
Comenzó el trayecto. Tenía que llegar hasta el punto más recóndito de la isla;
una playa pequeña oculta detrás de los riscos. Quedaba fuera de las rutas de
viaje de los barcos comerciales que transitaban en la zona, que de por sí eran
pocos.
Caminó alrededor de cuatro horas, para recién ver el acantilado que lo separaba
de la pequeña herradura que rodeaba la costa.
Armó las tomas para asegurar las cuerdas. Colocó tres de ellas, aún a sabiendas
que sería innecesario, pero necesitaba que no le fallara. Ató la mochila a la cuerda
y la bajó con las manos. Colocó los seguros y amarres para el descenso; tardó
menos de dos minutos de rappel, pero solo porque conocía las técnicas.
En cuanto llegó al suelo húmedo del acantilado, dejó los arneses y emprendió a
la playa, que estaba a unos veinte minutos de su posición. Debía cruzar la selva
y delimitar el camino, así que despejó cuanta maleza pudo.
Le gustaba el olor a naturaleza recién cortada.
-Podría pasar toda mi vida aquí… - se habló a sí mismo.
Llegó por fin a la arena desde donde veía el mar abierto. Activó su posición en el
GPS para llevarse una imagen holográfica que le serviría para los planos. Había
robado toda aquella tecnología de la Nan-Tec Multiverse y quería aprovecharla.
Perdida la única persona que había amado en el asalto, creyó que la mejor
manera de honrar a su hermano era siguiendo adelante. Era en lo único que
podía pensar.
Desarmó la mochila y sacó una alarma perimetral. La activó en varios puntos
estratégicos de la isla. El sistema escanearía la zona completa para luego
monitorearla minuto a minuto. Ya poseía el control de toda la costa.
Dejó, además, varios otros objetos de medición para recolectar toda la
información posible. Volvió hasta el acantilado desde adonde había bajado y
escaló, la mochila le pesaba bastante menos. Llegó al bote cuando el sol
comenzaba a bajar. Aún tenía un día más de viaje hasta el continente.

Cargaron lo que pudieron y volvieron a embarcarse. Para su suerte, esta vez


podría dormir un poco, iban en un carguero disfrazado de pesquero. Además,
habían conseguido embarcar casi todo lo que necesitaba para construir en la isla,
y tendría ayuda.
Jacko había contado los pasos hasta la herradura así que corrió casi todo el
camino, solo se detuvo beber. Llegó a las cuerdas un rato antes que la tripulación,
28
Catyara The Cook Book

quienes traían materiales y provisiones que debían bajar únicamente por la ruta
trazada por él. Sería una odisea, pero valdría la pena.
Terminaron al cuarto día, la cabaña estaba alzada con una sólida platea de
concreto construida sobre las rocas, junto a la costa.

Pensó en días venideros mientras transitaba el tercer y último viaje hacia la isla.
Tenía una meta al fin, estaba estancado y necesitaba avanzar.
En cuanto llegó, prendió fuego el bote para que no fuera posible rastrearlo.
Incluso despojaron internet de los registros sobre ella. Era un lugar en el medio
de la nada donde nadie vendría por él.
Jacko se sentó tranquilo en la primera noche. Sabía que no tendría mucho que
hacer durante un buen tiempo. Continuó liderando a los Bullets desde allí, solo
que a través de fibra óptica, fue una proeza conectar aquel inhóspito lugar con
Libertad.
Tuvo mucho tiempo para pensar y repensar pero continuó con los proyectos de
mejoramiento de la tecnología robada. Jacko no era ingeniero ni tenía diploma
universitario, pero sabía mucho de muchas cosas y amaba leer. De chicos, solo
tenían libros en las estanterías y tiempo de sobra. Leyó de todo lo que pudo,
incluso diccionarios y novelas en otros idiomas.

No era estúpido. Sabía que sería alcanzado y estaba esperándolo.


No pasó mucho tiempo hasta que avistó actividad extraña en el continente. Había
sido descubierto y vendrían por él.
Respiró el aire cargado de sal.
-Que vengan, entonces- dijo ya acostumbrado a hablarse a sí mismo.

Abrieron la puerta del Hummer y Melissa hesitó un segundo. Se volvió hacia el


Mayor y lo abrazó.
-Fue todo un placer. Hacía rato no me divertía tanto en el trabajo- dijo Wilson.
-Lo sé, suelo dejar huella- bromeó -. Cuide a Jacko, no sabe lo que hace.
-No se preocupe, yo soy quien da las órdenes.
Las millas de tierra le fueron tremendamente ajenas, traídas de la cruda realidad.
Había sentido una amargura constante en la boca desde su adolescencia. Cada
vez más ocupada y preocupada y llena de excusas y pretensiones. Por suerte,
tenía muchísimo material con el que trabajar.
En el puesto fronterizo le esperaba un convoy militar y también Julio. Melissa
recordó en ese momento que Jacko tenía razón, al fin de cuentas, no hay ninguna
vida por la que no valga la pena luchar.

Estaban revolucionados con su arribo a las oficinas, pero tenía aún preguntas
que responder, aparte de la inspección y entrevista en la frontera. Tres oficiales
de la policía se encontraban en su despacho. La bombardearon durante casi una

29
Catyara The Cook Book

hora con indirectas para que testifique ante un tribunal sobre su viaje por el
norte. Melissa les dio información, que los agentes consideraban vital para sus
investigaciones, pero estaba segura que los Bullets estarían preparados para ello
y confiaba que así lo hicieran. Confirmó la existencia de la ciudad y también
algunas especificaciones sobre su soberanía energética, ratificó las sospechas de
que era la revolución la que estaba saqueando las provisiones. Los agentes se
fueron contentos y dejaron sólo una tarjeta detrás.
Melissa comenzó ese mismo día con la historia. Se reunió con Julio para designar
el personal necesario y los recursos, mientras le relataba su historia y mostraba
sus notas. Julio comenzó a sentir el peso inmediatamente.
-Mina, espera un momento. Esto es incluso peor. Estábamos esperando guerra,
violencia y muerte, no iluminación. En algún lado está el truco, lo sé.
Ella suspiró.
-Yo pensaba lo mismo hace no mucho tiempo y volví sin respuestas. Julio, esto
no es peor, es terrorífico. El maldito Guardián tiene razón.
-Es un asesino.
-Lo sé, es un bastardo asesino, pero tiene razón.
Estuvieron así por horas, en la ex-sala de despachos. Concluyeron que todo debía
publicarse y condujeron el caso en dos grupos, y entre los dos redactarían la
historia.
Antes de la primera impresión hubo segundas opiniones, aunque el grupo era
sólido. Votaron un sábado por la tarde y la edición del domingo fue impresa con
la primera “Wakanda” de portada.
Ese mismo día, Melissa fue citada a la corte federal y sufrió un allanamiento. El
gobierno se sentía ridiculizado por la historia y quería retirarla a toda costa; el
periódico se valió de precedentes para no ceder.

Hubo marchas y luego hubo represiones, los sureños desconfiaron de la autoridad


y estuvieron inclusive camino al norte.
-No pueden hacer nada, Julio. No tienen jurisdicción- dijo.
-Lo sé, hay que ir cuidadosamente. No estábamos esperando esta reacción.
Modificaron la estructura del subsuelo e instalaron una oficina de abogados. Al
momento ya trabajaban tres.
“Wakanda” se transformó en noticia mundial. Las ventas del diario se triplicaron
y las entradas al sitio se multiplicaron por diez. Sin embargo, ningún habitante
de Libertad hizo contacto hasta que Melissa habló con Wilson a través de la
frecuencia que había utilizado Julio y logró entrevistar a uno de los ingenieros de
la ciudad.
-¿Contenta?- escuchó a través del parlante, luego de la entrevista.
-Por supuesto, Mayor.
-¿Cómo la recibió su gente? ¿Ya la mandaron a callar?

30
Catyara The Cook Book

-Más veces de lo que se imagina. ¿No habrá chance de poner a Jacko al


micrófono?
-Preguntaré, pero no lo creo. No se preocupe, Lockehearth, le diré que lo extraña.
-¿Tuvieron noticias nuestras en aquel rincón de la galaxia? Aquí se agitaron las
cosas.
-Sabemos todo lo que pasa en el sur, ¿recuerda? Estamos atentos, Melissa,
acepté hablar con usted hoy porque ayer mismo evitamos su segundo intento de
asesinato.
Se quedó helada.
-Un ataque bomba al periódico y un francotirador. Necesita protección. El
gobierno está descontracturando las relaciones con mega compañías para borrar
a los problemáticos de a uno. No se ha sabido de otros objetivos porque usted
es la prioridad, o al menos lo creemos. Habrá militarización de las fuerzas y pronto
comenzaran las quedas, tiene que salir cuanto antes.
Melissa sabía que los Bullets monitoreaban el área, pero también sabía que
estaban allí por ella y nada más. Al día siguiente marchó a Libertad, mientras
“Wakanda” volvía a convertirse en tópico mundial.
Luego de la publicación, surgieron grupos armados antigubernamentales dentro
de la ciudad y los conflictos se incrementaron. En la cámara de diputados se
gestaron reuniones extraordinarias de los representantes que aún conservaban
su integridad. Bautizaron al consejo como Senado Fundacional, en honor a las
garantías democráticas adquiridas luego de la revolución social en contra de la
corona. Allí debatieron y sancionaron el decreto de ley de bombardeo abierto
contra Libertad y cualquier manifestante, y vetaron los derechos civiles casi por
completo.
Se desató una ola de protestas sin precedente. Las Naciones Unidas condenó los
actos represivos y otros países enviaron dotaciones de suministros para la gente
que estaba perdiéndolo todo.
Una segunda ola llegó, pero de inmigrantes. Las calles se llenaron de crisol y
comidas comunitarias. El mundo se vio comprometido con la causa, aún con la
represión en ascenso y la muerte hecha norma.

Camino a Libertad, la llevaron a uno de los hangares externos de la ciudad. Jacko


se encontraba ahí.
-Melissa. Espero que el viaje haya sido agradable.
-Es un pájaro impresionante, a decir verdad- bromeó con un elogio al híbrido
entre caza y helicóptero -. ¿Dónde estamos?
-Ésta es una de las trece bases en su territorio, una de las doce periféricas y,
específicamente, dónde tenemos la mayoría del poder de fuego anti-aéreo.
-¿Acaso no convendría proteger toda la periferia? O—
-No hace falta- le interrumpió -. Desarrollamos misiles que buscan metal, no
señales de calor. Funcionan con imanes- no se molestó en explicarlo.

31
Catyara The Cook Book

Le informó que la guerra estaba pronta y que no podía prometer su entera


seguridad, pero aseguró que haría todo a su disposición para protegerla, pues
había sido la pieza clave en el plan para generar desbalance en el sistema
establecido.
Ella se dedicó a escribir. Enviaba información de manera más sofisticada; abrieron
un canal de fibra seguro y Julio recibía la información directamente en la oficina.
El gobierno sospechaba de la relación entre el periódico y la resistencia, y
presionó fuertemente para prohibirla. Eso causó un choque contra los medios en
general, que esperaban una situación similar para revelarse. Algunas compañías
se unieron al movimiento y produjeron cuanto tenían para regalarlo a quien lo
desee; ropa, electrodomésticos, cosechas. Los colegios se llenaron de gente y se
agolpaban para colaborar.

-Seiscientas personas en el primer piso de la cámara de senadores. La gente


pide que se anulen las decisiones que se dictan. Los reclamos tienen que
ver con la represión constante de las fuerzas contra los ciudadanos…
-Recibimos seis denuncias sobre violaciones de derechos civiles. Los casos
gatillo fácil están siendo revisados por el juzgado número…
-Creemos que Wakanda es posible también en el sur.
-No se puede salir a las calles a reclamar lo que uno quiera. Las cosas
cuestan, siempre fue así.
-Una comunidad global, todos empujando por todos.
-¡No vamos a permitir que nos pasen por encima!
-Más disturbios en el centro. Luego del ataque a la caravana presidencial,
que cubrimos durante la mañana, se enfrentan dos grupos sindicales a
balazos…
-La gente se cansó de que le mientan en la cara.

Melissa no pudo atestiguar la cuarta publicación de su historia, pero si la más


grande desestructuración gubernamental del continente. Setenta millones de
personas quedaron fuera de la influencia política por primera vez en la historia
reciente.
Se retiraron los partidos y gremios del organismo de administración, y se
instalaron bases de control en siete ciudades, similares en función a las de la
Cúpula de Libertad. Las cosas se calmaron repentinamente, un paréntesis en la
bola de agresión.

-Sabes que harán lo posible por ir a la guerra. Ahora mismo están—


-Lo sabemos, sí. Nos anticipamos también a eso. Estamos infiltrados.
Melissa no se extrañó.
-¿Entonces, qué sigue? ¿Qué harás?

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Catyara The Cook Book

-Necesitamos llevar la lucha donde no sea posible pelear. Las bajas Bullets son
casi nulas pero no las de la ciudad. Hemos matado casi tanta gente como la gripe.
-No es gracioso.
-Tres mil setecientas dos personas. Tampoco creo que sea gracioso- devolvió el
Guardián.
“Lo voy a googlear”.
-¿Puedo preguntarte una cosa más?
Asintió levemente.
-¿Crees que hay una chance? Entre nosotros dos.
Jacko no pudo contener una sonrisa.
-Estamos en la ciudad del futuro, al borde de la guerra. El precio por nuestras
cabezas es enorme. ¿Crees tú que la haya?

Volvió a los barrios residenciales para asentarse. Ésta vez creía que para siempre,
aunque significara muy poco. Había perdido la capacidad de imaginar lo que
podría pasar en un par de meses, incluso semanas.
La realidad era que ya no le importaba. No podía preocuparse por aquello cuando
sabía lo que sabía y amaba a quien amaba. Vio su sonrisa distraída en los espejos
y recordaba cuentos de la infancia, donde las princesas conocían a los príncipes
y se enamoraban de ellos por lo que podían hacer. Admiraba a Jacko consciente
de la situación, sentía unas ganas tremendas de luchar.
Tomó una ducha y salió a recorrer el vecindario. Necesitaba conocer lo que
pasaba por la mente de los residentes de Libertad. Documentó variadas
reacciones, todas igualmente provechosas:

-No tengo miedo, pero me preocupa estar en guerra abierta con el sur.
Aquí tengo mi familia, mis amigos y mis aspiraciones.
-¿Pelearás por nosotros?
-Deberíamos habernos enfrentado hace años, esos malditos han estado
saqueando y mintiendo desde que la historia es historia, merecen pagar.
-Las cosas no cambiarán en la ciudad, lo harán en el sur. Su gente también
está harta. Lucharán por sí mismos y nosotros los apoyaremos. Hay que
devolverle al César lo que es del César. Comerán basura de sus basureros
y se limpiarán el culo con sus billetes.
-¿Fuiste tú la de Wakanda, no? Te felicito.
-La guerra no es la mejor opción, pero si hay que pelear lo haremos. No
dejaré que destruyan la paz que construimos con tanto trabajo, vamos a
proteger el futuro.
-Jacko es violento y eso genera violencia. No estoy de acuerdo con la
guerrilla, pero a estas alturas ya no depende de nosotros, ni de los Bullets.
Ya no existe el gobierno en el sur y si alguien declara la guerra serán los
aristócratas y burgueses que no conciben su caída del poder. Ésta será la

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Catyara The Cook Book

primera guerra real; ricos contra pobres, empleadores y empleados, el rey


y sus vasallos.
-Ya escribiste la historia del ascenso de la sociedad, ahora te toca retratar
la caída.
-Habrá contienda si Libertad se mantiene al margen. Protegimos lo nuestro
y ahora deberíamos ayudarlos, es la gente común la que se va a llevar la
peor parte. Creo en el progreso, aquí probamos que para eso no
necesitamos un gobierno, sino una guía. Alcanzamos límites en el
desarrollo de la sociedad inimaginables para el resto del mundo, y no es
justo que solo Libertad goce de los privilegios de la humanidad.

Melissa pasó toda la tarde recopilando testimonios para su próxima publicación,


en la que estaba todavía trabajando. No lograba cerrar un tema y ya se veía
comenzando otro; las palabras fluían a través de sus dedos como una descarga
eléctrica.

El Mayor Wilson la llamó para pedirle consejo sobre una nueva visita diplomática
a la ciudad desde el sur. Le consultó sobre posibles candidatos.
-¿Reporteros?
-No necesariamente, ya que todavía anda por aquí- bromeó -. Estaba
considerando ingenieros, filósofos, profesores, etcétera. Lo que crea
conveniente.
-Bien. Creo que puedo extenderle una lista, pero el mundo es un lugar gigantesco
y solo conozco gente del país, con alguna que otra excepción.
-Lo que considere apropiado está bien, tomaremos su opinión como parámetro.
-¿Parámetro? Le voy a dar órdenes.
-Necesita ser bonita para eso.
Melissa le amagó un golpe.
Tomó cartas en el asunto, tenía que recomendar gente para la ciudad y le
preocupaba equivocarse. A esas alturas solo podía confiar en Julio, pero lo
necesitaba en el sur para continuar la publicación.
La búsqueda de voluntarios duró poco, sin embargo. Por la tarde, un día antes
de la sexta entrega de “Wakanda”, sus tarjetas personales dieron aviso del
movimiento masivo de las tropas.
Todo lo que podía ser utilizado para la guerra había sido alistado en el sur,
militares, policía, bomberos. El Senado Fundacional estaba decidido a destruir
Libertad.
Los pocos misiles con los que contaban fueron eliminados en ese instante, los
Bullets atacaron los tres puertos principales simultáneamente. Desbarataron gran
parte del arsenal y solo quedaron las tropas a pie, aunque también iban en caída.

34
Catyara The Cook Book

Les era trabajoso atravesar la selva, y los Bullets volaron tanques y camiones.
Era la única forma que encontraba el Guardían de minimizar los riesgos. Morían
soldados y disminuía el arsenal.
Para cuando llegaron a Libertad, las tropas del sur ya eran un tercio de las que
originalmente habían partido. Pero las naves irrumpieron el perímetro de la
ciudad, la Fuerza Aérea había recibido un aumento presupuestal encubierto.
Las baterías anti-aéreas en los límites externos funcionaron bien, eliminaron casi
el ochenta por ciento de los jets, y las bajas fueron pocas también.
Libertad fue atacada en ese día, sin embargo. Los misiles cayeron
mayoritariamente en los campos de cultivos. Jacko sabía que se avecinaba una
época oscura, pero estaba seguro que sobrevivirían.
Bombardearon la ciudad, pero no tuvieron en cuenta su funcionamiento de
contingencia. Ninguna persona fue dejada atrás, ni siquiera hubo heridos.
Libertad fue la primera ciudad en guerra sin un solo ciudadano muerto, y también
su primera apertura al mundo, aunque bajo una lluvia de acero.
Los Bullets activaron los trajes. El sistema fotovoltaico tenía bobinas en las calles
de paneles que imantaban a la ciudad completa, y gracias a eso podían volar.
Sus trajes estaban imantados y poseían alerones, despegaban entre setenta
centímetros y un metro. Con esa clase de equipamiento fueron recibidos los
ejércitos restantes del sur y quedó poco de ellos. La resistencia apagó en un solo
día, el primer y único foco de guerra real entre las dos facciones.

Al día siguiente, “Wakanda” se transformó en la mayor historia de la historia.

Esperaban la caída del sol


-Y, ¿qué si fuera grande?
-¿Grande como qué?
-Hacer la diferencia. Pasar a la historia.
-¿Estilo Robin Hood?
-Estilo irlandés. Ya murieron los bancos en Groenlandia, los políticos en Suiza, la
policía en Yugoslavia. ¿Qué estamos esperando?
Jacko le asintió.
-Está bien. Ésta será la última estupidez. Pero tendrás que obedecerme.
-Nunca. ¿Te gustan los tanques, cierto?

FIN.

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Catyara The Cook Book

Fuego Por Fuego

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Catyara The Cook Book

Capítulo Uno

El salto alcanzó la tragedia, cayó dos veces en el túnel y en la última pereció.


Con un hacha en el cinto cruzó laderas y fronteras pantanosas, fue nombrado
maestro, sujeto a prueba de balas, inmortal. La súbita hoja mancillaba la cintura
al galope y recobraba vigor al anochecer, pero nunca supo de dónde le venía el
miedo.

-No lo entendés todavía… Necesito crear un alter-ego que crea en las mismas
cosas que yo, digamos, pero que sus métodos sean… otros- achinó los ojos y le
sonreí -. Yo sigo hablando de la libertad de expresión, de los perjuicios de la
política y demás, pero usando la palabra como medio, ¿Mmh? Este tipo no. Tiene
que ser como Batman. Alguien que pueda usar la violencia productivamente,
como poner una bomba en el Congreso.
Estaba todo ahí.
-¿Cómo se te ocurre…?
-¿Qué?
-Ay…- suspiró -, que a veces soñás. Mucha televisión.
-Mirá, no es tan difícil. Me estoy volviendo una figura pública, por esto, ¿viste?,
y ahora tengo un poco de guita y la quiero a usar. Voy a buscar a alguien que
sepa artes marciales y no tenga miedo de hacer lo que hay que hacer.
Le guiñé un ojo y me cruzó las manos detrás del cuello.
-Ay de mí, ay de mí…
Sabía que estaba medio loco, pero le conté lo mío y se sintió especial, distinta.
Nos dormimos. Bah, ella lo hizo, nunca me acostumbré a compartir la almohada.

Arlequín.

Es la marcha fúnebre de los niños al abandono, al ridículo. Nadie les enseñó a


pedir las cosas.
Perdidos en insutilezas, inútiles attemps of theyoungerones, los que están
puramente aprendiendo. Me da lástima y bronca. Desharía los vinos con hielo y
los culos en sillas, argentinidad hija de puta, como dejaría la mugre y los
principios escarapelísticos, orgullo y golpe al pecho y mirada al horizonte. ¡Que
falsos suenan cuando van así de juntos de la mano!
“En mi época…”;”Si hay algo que odio…”
Que risa le da… El niño se calla la boca y estira un brazo enclenque. Otro brazo,
un poco más confianzudo, le acerca un vaso de plástico con caritas de ocasión
lleno de petróleo azucarado y larga: ¿Querés coca, nene?
Y ahí me voy a la mierda.

Sofía.

37
Catyara The Cook Book

Fue una noche adolescente típica. Juntamos unos pesos, unos amigos, un alcohol
y un par mil. Las fiestas eran en casas eventualmente fuera de control parental,
dignamente reclamables.
Opción uno: Fin de semana y boliche. O: Día hábil, cosa no muy anormal, hasta
que alguien se cayera de la silla. Este caso era martes, lo sé porque parte del
chamuyo fue putear matemáticas, que cursaba los martes.
Después de la fiesta salimos un par de veces pero no terminó en nada serio. Yo
empecé la universidad, a ella todavía le faltaba un año y nos dejamos de ver.
Después me la cruzo en una de esas jodas del recuerdo. Andaba hecho un filósofo
con ideas anti-políticas y me estaban pasando en la radio. Ella estudiaba idiomas
y trabajaba medio tiempo para pagarse el viaje.
-¿Ah, sí? ¿Y entonces como proponés que la gente se organice sin ningún sistema
político? ¡Es anarquía!- dijo esa noche.
Le expliqué que no hacía falta tener gobernantes para mantenerse organizados.
No sé si entendió pero se quedó ahí conmigo.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Dos

-Che, se está juntando gente- dijo el Gordo mirando alrededor.


-Sí, pasa.
Y se emocionó.
-¡Acercaos hermanos a esta bella conmemoración!- con acento y todo -
¡Completamente gratis!
Largué con un tanguito viejo, pero porque me tomo las cosas en serio.
Después de un par de horas fuimos a tomar una cerveza a un bar del raterío,
que se llamaba “A papá mono”. Buen nombre para una banda, pensé. Se lo dije
al Gordo y me dijo que él pensó lo mismo pero para preservativos.
-Necesito encontrar a alguien que se ponga las pilas. Que las tenga puestas.
-Sabés que podés contar conmigo- contestó sobándose la panza -. Yo te prendo
fuego un McDonall’s si querés.
-Puta madre, Gordo, estoy hablando en serio.
-Ya se, ya se. Mirá, tengo un chabón. Hace Vale Todo y esas cosas.
No le contesté.
-Además es un pibe estudiado, que es importante. Te podría servir… Si querés
te lo presento. No te va a caer bien.
-Acordado.

Otra vez el tropiezo y la traición a los movimientos. No sabría cómo hacerlo de


otro modo.
Mi mundo es mutable y pasan cosas extrañas, descubrí que no podría describirlo
porque no es un lenguaje. Pasa de largo. Las letras son meras estampas a medio
tallar, espejos de caoba.

San Viernes y la promesa del Gordo.


Éramos como cincuenta personas en la fiesta. Fui con Sofi, pero eso no me
impidió sacarle tema de conversación al chabón del que me había hablado el
Gordo. La dejé con uno de los gatos que circulaban por ahí.
-¿Vos sos Juan Cruz?
Le puse una mano en el hombro.
-Se- contestó con cara de malo.
-Ah, soy Diego, amigo del Gordo, ¿te habló?
-¡Ah, sí! Me dijo que tenías una propuesta.
De a poco se le iba el papel. Fuimos al patiecito.
-La cosa es así. ¿Qué pensás de la política?
-No sirve. Para el siglo veinte estaba bien, pero es un sistema obsoleto. Está llena
de corrupción y tergiversa los conceptos democráticos de una manera asquerosa.
-Perfecto- el Bobi quería jugar -. Después, Bobi. Mi idea es básicamente crear un
personaje que no tenga escrúpulos y le den los huevos no para pintar un escracho

39
Catyara The Cook Book

en una pared, sino para entrar en una casa a cagar a palos a un senador. Yo
sería una especie de patrocinador. Armas, droga, lo que sea que necesites.
Prendió un cigarrillo.
-Me parece imprudente, a decir verdad.
-¿Por qué?
-¿Qué sentido tendría? En el caso de poder, provocaríamos que el gobierno se
volcara en contra de la población, ya sea por desconfianza o miedo. Crearíamos
un gobierno autoritario con la excusa de la amenaza. ¿Entendés?

Me dejó trabado. Si presentábamos pelea, de un modo u otro iba a volverse en


contra nuestra. De todas formas intercambiamos números de teléfono en caso
de que alguno pensara algo mejor.
Volví con Sofi, que tenía una cara de culo bárbara porque la planté y charla a las
amigas del Gordo, etcétera. Para pasar el rato y tratar de cambiar la vibra, sugerí
no irnos de inmediato, y volvimos en taxi.
Todavía tenía ganas de pensar. Le dije buenas noches a mi chica y me fui al
estudio. Después de transpirar hasta la última gota de alcohol, escuché las
grabaciones y había juntado algo de material.
Como de costumbre, flasheaba las dos cuadras que tenía hasta mi casa. Alguien
me dijo una vez que todo era recuperable, la plata iba y venía, lo único que no
podíamos regresar era el tiempo. Y me sentía ansioso.
Me dormí sentado en la silla, con los auriculares puestos y una idea girando en
la cabeza: ¿Cómo conseguir la libertad pero no sólo independencia? ¿Cómo ser
libre mental y espiritualmente?
Ta Tán Ta Tán.
Necesitaba más guita.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Tres

-Pero es que así es la realidad. ¿No entendés? ¿Competencia, supervivencia del


más fuerte?
-No. Hace dos años pensaba como vos pero ahora es distinto. Ahora sé cosas
que antes no sabía.
-Igual- me interrumpió -, la competencia es muy importante. Necesitás pasar por
encima del otro para que no te pase por encima a vos.
Que obtusas se volvieron nuestras mentes.
-¿Y por qué no podemos funcionar como un organismo cohesionado, cómo algo
que tire de manera uniforme? ¿Qué es lo que nos lleva a ser cada vez más
despiadados?
-¿Por qué no serlo?

Es confuso, sí, será, quizás y eso que no es.


La verdad que no existe y las horas que no se pasan. ¡Ah! delirio inaudito que
llamamos realidad.
Quizás sea eso lo que es. Patético y nada. Un destello de cristales que chocan
con la luz, y acá ¿qué? Creés que vivís y respirás y que todo tiene sentido y que
en algún momento la vanagloria va a dar paso a la iluminación. Pero no es.
¿Y qué hacemos con la alfombra y la luna y este deseo absurdo de vivir y tantas
otras alegorías estúpidas llenas de vicio y rencor y recuerdos y felicidad y
emociones y la muerte putamente implacable que nos consigna a esto,
preguntarnos quienes somos y porqué y porqué y por qué? Quizás no sea o sean
las palabras. Es absurdo y patético.
Pero ya no siento, ya no puedo. Sería solo otra hipocresía a la cual aferrarse,
como se aferra el óxido al hierro por capricho del oxígeno que se aferra a la Tierra
que te dice que te quedes o te vayas pero que decidas de una puta vez, y ya no
siento porque no se me da la gana ni tengo ganas de elegir una mierda más.
Y otra hipocresía.

-Voy a grabar otro disco- le dije a Sofi.


-Acabas de grabar uno.
Suspiró.
-Ya sé, pero necesito acumular divisas, platica, ya tú sabe.
-Diego, tu disco tiene tres meses… No tenés material.
La puta que lo parió.
-Tengo cuatro temas nuevos y con los viejos que no grabé sumo como ocho…
Tres o cuatro más y me largo.
-Si vos decís…
-Ah y además voy a hacer paracaidismo.
-¿Qué?

41
Catyara The Cook Book

-Lo que escuchaste. Me voy a hacer paracaidista.


Lo que ella no sabía era que todo formaba parte de mi plan. Necesitaba estar
certificado para incurrir en el BASE, la única manera de conseguir un wingsuit.
Ese día las cosas siguieron un poco tensas. A mí no me gustó su menosprecio a
mi capacidad compositora y devolví mis palabras con un poco de hostilidad. No
es que me sintiera orgulloso de ello, simplemente no podía evitarlo. Hay cosas
que uno no puede cambiar.
Averigüé dónde se daban los cursos y encontré uno que parecía bueno en Lobos,
no tan lejos de capital.
Por otro lado, se venía fin de mes. Esa noche fui al boliche del Guante a ver si
me hacía una fecha para el fin de semana.
-¿Qué haces, vieja?- dijo en cuanto entré.
Le extendí la mano y nada más. A pesar que me considero alguien con mucho
que decir, digo poco.
Se dio vuelta y pidió cerveza. Mi entorno se preocupaba cada vez más en no
verme sobrio.
-¿Cómo anda el negocio?- pregunté obviamente por cortesía.
-Medio bajón, ahora que es invierno. Como todos, peleándola.
Asentí.
-Tengo una propuesta para vos. Quiero tocar este finde. Taquilla para mí, la barra
es tuya, lo de siempre.
-No hay problema- sonrió -. El único tema es que no tenemos mucho tiempo para
publicidad. La mayoría de la gente va a venir al boliche- no me quería dar taquilla
-. Lo que podemos hacer es sacar entradas separadas—
-Guante, sabés como funciona esto. La gente no compra anticipadas. Me
quedaría con veinte pesos.
-Bueno, separamos los ingresos- accedí -. Lo demás, la de siempre. Pizza y
cerveza para tus músicos y el sonido lo pongo yo. ¿Frula?
-Dejé.
Satisfecho con el trato, apuré un par de tragos y me fui. Había discutido con Sofi,
cosa excelente para la música. Le pegué otra visita al estudio y me encontré con
Agus, la produ-top, entre grabaciones y birra. Cosas fueron dichas. Uno de los
individuos abandonó la locación.
Cuando descolgué, habían pasado horas y me dolían los dedos. Todavía no me
acostumbraba al bajo y se me dormía la mano. Pero revisé las grabaciones y de
nuevo encontré bases que podía usar.
El depto sin luz. Traté por todos los medios de no hacer ruido, pero las cosas se
pusieron todas de acuerdo. Lo que toqué, se cayó.
-¿Seguís enojada?
Sabía que era una pregunta pelotuda pero no tenía otra manera de romper el
hielo. No me respondió y asumí que no solo seguía enojada si no que si le hablaba
de nuevo me echaba a la mierda.

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Catyara The Cook Book

Vos sabés que últimamente me estoy enojando bastante.


Es odio. Ira. Inexpurgable. Algo que quema. A pesar de lo dicho vivido pensado
repensado y recalentado a horno medio sigo tropezando con las piedras de
siempre, esas que parece que saltás mientras volvés a caer en el mismo lugar y
encima hasta te diste el lujo de llamar a algún pelotudo olvidable para contarle
la gran hazaña, y en ese momento, en el que la planta del pie vuelve a resonar
antes de caer con todo el peso del cuerpo, preguntás: ¿Otra más…? No, boludo,
es la misma de hace cinco minutos.
Pero, como en cualquier conclusión, uno se da cuenta recién al pasar el tiempo
que la culpa de que uno sea un pelotudo irremediable también la tienen los
demás, porque disfrazan la misma bosta de siempre con una corbata y te la
presentan como tarta de zapallo o el grammy del año.
A lo mejor tampoco soy tan inmortal como pienso y a lo mejor lo mejor sea matar
a todos y dejarle el mundo a las palomas, que por más piojos que lleven y traigan
son mucho mejores que nosotros. Pero también pienso, la puta, si la paso bien.
A veces la luna sale hermosa como hoy y me siento a tomar mate amargo y el
olor a la tierra es casi como el perfume a jazmín porque me da lo mismo porque
todo es lo mismo. Y de qué me voy a enojar.
Pero también tengo el mal orto de tener televisión y derivados cómplices de la
basura que circula, que no tiene ganas de sentarse a reparar en el de al lado ni
tampoco pareciera dar cuenta de que quizás no estemos tan mal, pero tampoco
tan bien, porque ni siquiera tienen de dónde agarrarse, y me caliento, y los puteo,
y me dan ganas de meterle una cachetada a la quiosquera que pobre no tiene
nada que ver… pero thereyougo, she’sstillguilty (byomission, atleast).
Para colmo me entero de que la gente es más pelotuda de lo que parece pero
que en el fondo tiene un buen corazón y que no sabe cómo decir las cosas o
pedir ayuda, ni cómo mirarme sin enamorarse del ideal, porque hay un precio a
pagar cuando te volviste el wonderboy y todo te sale como el culo pero más o
menos decidís hacerle frente al hecho que te lavás el culo en el bidet. Porque
también hay que tener huevos para eso, parece.
Pero una cosa lleva a la otra y viste que raro que es el mundo, que la foto en
Brasil (rascándome la pija) tenga un 73 por ciento más de aceptación que la de
grinpis limpiando pingüinitos me rompe soberanamente las bolas.
Quizás la gente no esté preparada aún para ser salvada. Quizás la gente no quiera
salvarse.
En cualquier caso tocará decidir por ellos.

Amanecí tarde, como de costumbre. Mi chica se había levantado hacía varias


horas y aproveché para usar toda la cama para dormir.
A eso de las doce me despertó el celular. Juan Cruz.
-¿Hola?

43
Catyara The Cook Book

-¿Diego?
No, el papa.
-Sí, campeón. ¿Todo bien?
-Se. Mirá, estuve pensando en lo que charlamos. Tengo ganas de concretarlo.
¿Te podés juntar hoy?
-Decime dónde y cuándo y nos vemos ahí.
El salmón había mordido el anzuelo. Todavía no arrancaba el día y las cosas
empezaban a salir bien. Me levanté radiante.
-Hola, amor- tiré cuando vi a Sofi.
Se sentía un olor a tuco tremendo. Me sonrió y la besé, ella también estaba de
buen humor. Le conté mis avances. Preparé unos mates para no irme con la boca
llena de gusto a dentífrico y salí.
Bajo Flores. Hogar del cuervo y el fasito.
Jugaba de visitante así que mantuve un ritmo apretado, con las manos en los
bolsillos y la cabeza alta. Me acompañaba el viejo y querido Spinetta (el tipo
desaparece cuando no querés escucharlo), sin tiempo para distracciones.
Llegué al rancho y me esperaba con café y facturas. Después de unos minutos
de nada me dirigí hacia donde quería.
-Bueno, ¿alguna sugerencia?
-Antes de la sugerencia, una pregunta, ¿Por qué no lo hacés vos?
-Soy una figura pública y estoy en contra de la violencia y soy totalmente pro
revolución no-armada. Sería hipócrita hacer ambas cosas.
-De todas maneras sos el genio detrás de cámara…
-Sí, pero no es lo mismo. Yo voy a hablar mierda de este personaje que
pretendemos crear. Necesito lograr adeptos ideológicos del mismo modo que
nuestro héroe necesitará los suyos. Además, no me va a dar el tiempo para hacer
ambas cosas.
-Se… De todas maneras es hipócrita ¿no?
-Solo vamos a saber vos y yo. Además, no es que realmente crea en esto, sino
que estoy seguro que aceleraría el proceso.
-Ah, en eso tenés razón- se acomodó en la silla y dejó el café en la mesa -. Con
respecto a la sugerencia, se me ocurrieron un par de cosas que podrían hacer el
plan un poco menos absurdo.
-Soy todo oídos.
-Primero que nada, me parece conveniente armar una organización. Que las
acciones no dependan de un solo hombre- su tono de voz se agravó por tener la
garganta fría. No hacía mucho que se había levantado -. Segundo, antes de sacar
al personaje a la luz tenemos que disponer de todo lo necesario: armas, chaleco
anti-balas, arneses, etc. Y por último, necesito otra clase de entrenamiento.
-Sí… Organización no puede ser. Sería muy caro y habría que entrenar a mucha
gente. Un solo tipo puede hacer cosas impresionantes. Por lo de los preparativos
estoy dispuesto a cooperar con todo lo que sea necesario, durante el tiempo

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Catyara The Cook Book

necesario. El entrenamiento queda en tus manos- mi cabeza andaba cuando tenía


que andar -. ¿Tenés algo pensado?
-Krav Magá… Estoy haciendo Vale Todo también, pero no me parece suficiente.
-Perfecto. De todas maneras, tengo una sorpresa.
-¿Qué cosa?
-Dale tiempo al tiempo, todavía hay mucho que hacer.
Después de un rato me inventé alguna excusa para irme. Pasaba siempre que
me quedaba mucho tiempo en el mismo lugar.

Me miró preocupada. Dijo que ya no podíamos vivir separados, que significaba


mucho para ella. No sabía cómo explicarle que lo hacía por ella, por nosotros, y
que no conocía una manera mejor. Le dije que la amaba, que nunca la iba a dejar
de proteger.
-No vayas, por favor. No vayas.
Bajé la mano sin quitar los ojos de la mira.

Sofi armaba ñoquis caseros, una de mis debilidades. A veces la comida era lo
único que realmente importaba. Nos tiramos una siesta y, con la buena onda de
la mañana, no dormimos un sorete.
Partí a Lobos sin recuperarme del dolor de espalda.
-Hola. Diego- dije cuando entré. Había tres o cuatro pibes tomando una Coca y
jugando al truco.
-¡Ah, sí! Yo soy Nicolás- me dio la mano -. Hablamos por teléfono.
-Un gusto. Contáme un poco de que se trata todo esto.
-Bueno, lo que hacemos acá se llama paracaidismo. ¿Sabés más o menos de que
se trata?- oh, sí, por supuesto. Es como el paddle pero con la raqueta en el orto
-. Organizamos las cosas y salimos al hangar, que está a unos kilómetros de acá,
así te muestro el equipamiento y lo demás.
No entendí muy bien por qué me quería llevar a ver el hangar antes de hablar de
precios, pero no me negué. Mientras más supiera, mejor.
Durante el trayecto preguntó por qué había elegido hacer el curso de
paracaidismo y le conté que estaba interesado en salto BASE, y la única manera
de poder comprar un traje era acumulando horas de vuelo y una certificación.
-Mirá vos…- tiró pensativo -. No hay mucha gente en Argentina que tenga un
traje de ardilla. Quizás no haya nadie.
-Mejor- dije.
Nada más lejos de la realidad.
Un tinglado enorme con un par de avionetas adentro tapadas con nylon. Más
allá, una cabina de unos cuatro metros cuadrados. Asumí que era el famoso túnel
de viento.
-Estas son nuestras avionetas- señaló lo obvio -, con las que hacemos el diving.
Eso de más allá es el túnel de viento. ¿Querés ver los equipos?

45
Catyara The Cook Book

-Vamos.
Se pasó como media hora con los detalles de los paracaídas, las velas, los
sistemas de emergencia, el traje, etc.
-No sos muy charlatán, ¿no?
-Se me dan mejor otras cosas.
-¿Y de qué laburás, che?
-Soy músico.
Me miró.
-¡Ah! ¡Ya sé quién sos!- cambió de tono. Es normal si no se aprende a controlar
el registro -. ¡Mirá vos! Mi pibe te fue a ver al Luna hace unos meses ¡Si le cuento
se muere!- se rio -. El curso de 20 horas te sale diez lucas y el de 50 está en
trece- se le levantó una ceja esperando que le negocie los precios.
-¿Cuándo te puedo confirmar y cuando arrancaríamos?
-Mirá, si te apurás, te podemos hacer entrar con los pibes nuevos que están
ahora. Si no, hasta el año que viene.
-Genial. Ahora no tengo las diez lucas pero si me bancás unos días, hasta el mes
que viene, te las pongo todas juntas.
Se le escapó otra sonrisa.
Me tomé el palo. Medio me arrepentí cuando me agarró el tráfico bonaerense.

Hasta que no se ha liberado de las rastreras influencias que lo rodean –sórdido


entusiasmo, astutas insinuaciones y halagador estímulo de la vanidad y las bajas
ambiciones— ningún hombre es artista.

Pulsé la guitarra una vez más para ella. Le mostré uno de los blues nuevos y le
encantó. Sus ojos brillaban cuando tocaba y mucho más si la letra hablaba de
ella. Me dijo que le hacía acordar a pride and joy de SRV, pero la verdad es que
no.
Los últimos años con Sofía me pasaron siempre la misma factura. Discutíamos
solo un par de veces al mes, pero el sueño me costó desde el primer día. Dormía
de a ratos, cada diez o quince minutos, y cuando el cuerpo decía basta, partía la
cama en dos. Por eso mantuve unas horas de diferencia horaria con ella, para
poder dormir.
Incluso en eso me bancaba, la re putísima madre que lo parió.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Cuatro

Por supuesto que iba a fracasar. Se fue todo a la mierda.

Acuerdo inminente para dejar la procrastinación de lado y las ideas baratas de


capas y cruces. Un ardid simultáneamente espontáneo a su propia creación, la
de ser y pensar, de estar atado a opiniones y esperanzas, que el pasado fue
mejor y no te cuento lo que viene.
Son miles los atavíos y máscaras hannya que nos persiguen por la noche y lavan
el mate para caer en la desgracia de ir a cambiar la yerba, y que era por abajo,
Palacio. Siempre en las mismas redundancias, una y otra vez, y otra vez, mientras
los hombres-demonio apagan las luces de la casa dejándonos solos. Suspendidos.
Porque estamos solos. Y en el pasillo de oscuridad solo podemos ver lo que
realmente existe, la soledad y el mundo; como vos y yo, que estamos tan lejos.
He ahí la supervivencia, los acordes armónicos y el nevadito, partes de uno que
se tornan nubes cargadas de rabia.

Fracasó al fin, como puede fracasar el mundo. Fracasamos en todo y se hizo claro
que no hacía falta ni la bikini ni los relojes, se hicieron las doce y desde entonces
estamos ahí, son las doce.
Pero no sobra algún cagón que haga música y escriba y termine pensando en
papeles, burocracia y hamburguesas, en las tres cosas de la vida y se niegue a
colaborar. Hay otros que se creen extraterrestres y dicen que no hace falta comer
ni dormir. Esos son los peores, los que no duermen.
El cagón también es optimista porque es escritor. Cree las mentiras de los poetas
y también mira mucho las estrellas.
También por eso fracasó, imagino. Cavar es como preguntar pero sin la espalda
recta, cavar es peor. El optimista también es activo y se dice disciplinado. Gesto
de cagón. Los periodos son largos y se extrae demasiado poco para sostener la
mentira. Estamos solos. Los ladridos son meros ladridos y no importa lo que
piense el perro ni lo que piense la pelota, son dos puntos vista diferentes.
El destino, la suerte. Es menos absurda la idea de seguir jugando y trepar algún
paredón. De extrañar, también extrañamos, porque estamos solos y cada vez
somos más.

-Bueno, y este lo cerrás acá y queda.


Me apretaba las bolas.
-Los muchachos ya terminaron con el túnel, pero todavía no saltan solos-
comentó -. Si te ponés las pilas, para la semana que viene los alcanzás.
Entré a la cabina y el motor estaba encendido. Hacía un ruido tremendo, teníamos
que gritar para escucharnos.
-¡Dame la mano!

47
Catyara The Cook Book

Uya.
-¡Caminá para allá y dejate llevar!
Sentí como mis piernas se elevaban de a poco y me forzaba boca abajo. Era difícil
mantener el equilibrio, mucho más de lo que parece, pero me acostumbré rápido.
Sabía que no tenía tiempo que perder y pedí instrucciones. Me hizo moverme a
los costados e incluso voltearme. Fue una de las mejores sensaciones del mundo.
Salí con la sonrisa de oreja a oreja.
-¿Te gustó, eh?
-¡Terrible! ¿Cuándo volamos?
-El lunes saltás enganchado conmigo para que te acostumbres. Por mientras,
andá leyendo la info que te mandé al mail.
Seguimos charlando y me explicó un montón de cosas de física, corrientes
térmicas y seguridad. Le di la guita y me fui. No podía dejar de pensar en las
cosas que podríamos hacer. Todo parecía más cerca.
Llegué y lo primero que hice fue abrazar a Sofi y llamar a Juan Cruz. Le expliqué
absolutamente todo lo que había aprendido en el día y quedamos en vernos
después del show en el boliche del Guante.
-¡Estás rarísimo!- Sofía -. Nunca te había visto así.
Puse agua para mate y nos tiramos a ver una película, de esas que les gustan a
las minas.
“La inspiración llega, pero que me encuentre trabajando”, me acordé de Picasso
y me fui a grabar.
Otra vez me topé con Agustina en el estudio y me bardeó con lo de anarquista,
zurdo, bolchevique, terrorista, facho, machista y no se cuanta cosa más.
-Dale, boluda.
-Hablando de eso, escuché lo que grabaste y hay cosas interesantes…
La miré asombrado, escucha música difícil.
El gran problema del artista siempre fue decir lo primero que se viene a la cabeza.
Me senté en la batería un rato. No era muy bueno pero aguante pegarle a las
cosas. Se hicieron las cinco y me entró el sueño, pero tenía que estar bien para
tocar a la noche así que no dormí. Llamé al Gordo para ver en que andaba y dijo
que fuera para su casa. Había fernet, minitas y asado frío.
-Mirá a la hora que llamás. Tengo la mesa puesta- señaló con el vaso.
Me hicieron tocar unos temas. Las pibas estaban fascinadas con eso de conocer
a un famoso, pero a mí no me gusta el estrellato. El Gordo hizo jackpot.
Me quedé un rato jugando con el Bobi antes de volver para mi casa. Como que
me gustan más los perros que las personas.

-¿Sabés que te amo?


-Mala leche.
Cagar el romanticismo.

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Catyara The Cook Book

Llamé a los muchachos de la banda para constatar que todo estuviera en orden
y el toque en lo del Guante explotara.
Se sabía que había chances de que algo pasara en el show y yo terminara en
medio de la gente. Nunca fui el inalcanzable de esos que solo se juntan con otros
músicos, y a la gente le gustaba. Incluso me iban a ver después de haberme
escuchado en alguna plaza o algo así.
Nos cagamos de frío afuera del boliche sacando los equipos. Nunca me pintó la
del careta que ni siquiera guarda la guitarra en el estuche. Había tenido que
hacerlo tantas veces que ya no me molestaba. Además, los pibes siempre venían
con una historia de nueva que contar. Me reía bastante.
“Nunca tanta gente”, había dicho el Guante.
-¡Tremendo, viejas!- saludó uno que iba pasando con un OK.
Encendida la combi y cargados los anviles, arrancamos. Los equipos a la sala.
Tenía la garganta destruida, pero lo llamé al Gordo y me dijo que cayera, había
putas, drogas y mentitas. Sus versos no excedían las tres palabras, claramente
nunca pudo soltar la muñeca.
No tardé mucho porque el taxista estaba loco y me hizo cruzar media ciudad en
veinte minutos. Frenamos en la puerta y le tiré los billetes en la cara. Me bajé a
insultarlo y se fue acelerando.
Había una piba mirando la escena y dijo algo. Juan Cruz estaba en la fiesta.
Entré empujando espaldas y humo y me topé con mucha gente desconocida. El
Gordo estaba todo el día en el Facebook conociendo gente nueva. Decía que
trabajaba. Tenía una cadena de mueblerías y artículos para el hogar que le dejó
el padre a cargo antes de retirarse. El negocio funcionaba solo y el Gordo estaba
ahí para figurar y gastarse la plata. Un campeón.
-¡Diego!
Juan Cruz, con su musculosa apretada y unos shortcitos deportivos
fosforescentes.
Fuimos de nuevo al patio donde estaba el Bobi y destapamos un par de cervezas
silenciosas, cómplices de la conversación que solo pasaba dentro.
-Me están dando ganas de arrancar, pero estoy asustado- dijo honestamente.
Prometí que íbamos a hacer lo imposible para que todo saliera perfecto. Tampoco
hacía falta ser un francotirador en un techo disparando a dos mil metros, sino
tener la cabeza fría y el corazón caliente, a lo Gravessen.
Nos pusimos un término. No pasaría otra semana sin mover al menos una pieza.
El mensaje tenía que ser oído y nunca íbamos a estar realmente preparados.
El primer golpe sería simple. Un pibe. Veintidós años y muchísimo dinero sucio
en el banco, cortesía de papá. Lo pensamos poco para ser el primero.
Necesitábamos algo sencillo que se pudiera conectar al proyecto después pero
no entonces. No todavía.
Juan Cruz llegó de noche al galpón que usábamos de aguantadero. Se vistió el
traje y encendió un cigarrillo.

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Catyara The Cook Book

-¿Fumás?
-Dejé.
-Yo también - dijo sonriendo.
Una pitada.
Encendí el auto. Íbamos a tener que esperar mucho hasta que saliera del boliche.
Otra pitada.
Era muy tarde. Juan Cruz estaba en el tejado de la casa de al lado y yo lo miraba
por la mira del Remingtong.
Otra pitada.
El tiempo se ralentizó. El pibe a los tumbos acompañado de una persona más,
un cobani o guardaespaldas. Juan Cruz en lo alto.
Otra pitada.
El cuchillo brilló un segundo, subió dos veces. Solo dos.
Otra pitada.
Abrí la puerta del auto con calma fingida y nos miramos por doscientas vidas
mientras arrancaba para el galpón.
-¿Vamos?

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Catyara The Cook Book

Capítulo Cinco

Por eso, si te preguntan por el mundo


responde simplemente: alguien está muriendo.

-¡Te cortaste el pelo!- nunca me gustó que me toquen -. Te queda genial. Viste,
yo te dije que lo tenías que cortar.
-Cierto- admití.
Luana, de Brasil. Nunca supe muy bien de qué parte.
Me asesoraba en imagen corporativa (sí, asesora de imagen corporativa. Andá a
cagar) y audio-visual. Estaba todo el día diciéndome que hacer.
-¿Y?
-¿Sobre el disco nuevo?
-¿Qué te parece? ¿Sugerencias?
-No lo grabes- respondió con lo último de quedaba de acento portugués, y me
forzó un poco de puchero -. Es bueno. Pero creo que todavía no ha… madurado
nada nuevo. Suena como el anterior.
No era tan boluda.
-Qué se yo.
En cierto punto tenía razón. Siempre creé música cada vez más compleja, eso se
notaba en la técnica y disparaba la audiencia. Ésta era la primera vez que cortaba
el círculo, pero tenía mis razones.

Vigilantismo que en esta época parece haberse vuelto la moneda corriente de la


industria cinematográfica en su afán grotesco de representación psico-social
shakespieriano. He ahí la tragedia real, el desentendimiento fatídico, la ignorancia
por excelencia y la inmadurez detrás de la cobarde dignidad presentada en
latigazos y obviedades mientras las piernas se agitan de júbilo y las noches de
forajidos, fanáticos de las drogas que se venden envueltas en papel de regalo
con un moño escarlata (penosa decoración) y un dos por uno en pochoclos.
Impregnada la noche en perfume alienante y cartas vueltas hacia arriba en una
demostración barata pero certera de amor. Un par de zapatos. Una mentira
descarada y máscaras en penitencia procesando la maldición de haber nacido
vivo y encontrarse muerto después de las seis.
Agitaron entonces las praderas en aguerridos lamentos y ahí, en medio de la
calma, una mano posose sobre otra mano y miraron al pasado como si fuera el
futuro. La mano sostuvo la cara y luego dejó caer la máscara alentando a la
miseria a dejar tomar ideas que marchitaronse tranquilas en medio de la sangre
que no paraba de llover.
La mano cerrose sobre el mango arremetida para siempre, para no ser olvidada,
y cortó.

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Catyara The Cook Book

Lo de Juan Cruz estaba pactado. Hablamos por teléfono y me lo cruzaría a la


noche en lo del Gordo.
Quedamos que él iba a invertir su tiempo y yo me movía detrás de escena. Hice
la lista de los materiales y herramientas y alquilé un galpón en Tigre, desde donde
podíamos huir por agua. Comenzaba a gestarse.
Me quedé un rato más con Lua. Sus charlas me distraían y nunca viene mal una
tiradita de goma.
Llegué a casa y Sofi amasaba tortas fritas y preparaba café del bueno. Aproveché
para sentarme en la compu a hacer los pedidos por Internet. God bless the deep
web. Activé unos correos viejos con información falsa, que era la única forma de
ver porno en esos días.
También creé páginas de transporte y de artículos para cubrir el rastro. Bajé
encriptadores y desvíos IP. Parecía demasiado sencillo en las películas. Era de
noche y tenía mucha guita a garpar en equipamiento. Compré de todo.

El tándem se me hizo fácil, de manera casi natural. Los que habían arrancado
antes empezaban a entrenarse de más para ver si me alcanzaban.
-Bien ahí, Dieguito- decía Nicolás.
Estábamos por terminar el curso y hacíamos unos mangos saltando con turistas.
Uno de los muchachos que conocí en el hangar, que no me cobraba el viaje pero
si la nafta, y yo. Multipliqué las horas de vuelo y ya buscaba un wingsuit. Encontré
compañías que hacían trajes a medida, pero de los legales en términos de
seguridad y compra. Me lo esperaba.
Tenía ganas de empezar de una puta vez pero estábamos poco preparados. Hablé
con Juan Cruz. Compramos celulares robados en la villa y chips a nombre de
Pepe Hongo. No queríamos que si alguien nos vinculaba a la causa se le hiciera
demasiado fácil.

La idea surgió del Gordo.


-No sé para qué te maquinás tanto con eso de no dejar huellas y toda esa mierda,
si acá en Argentina apuñalás a uno en un bar y no te encuentran ni en pedo.
Se me cayó el culo.
-Gordo.
Me miró entendido.
-Pero más vale, papá. Además te conviene seguir invisible un tiempo mientras te
asegurás que Juan Cruz no se cague o te venda.
-¿Qué te pasa, boludo, te comiste un FBI que estás tan despierto?
-Dejé la paja. No tengo nada que hacer.
Llamé inmediatamente a Juan Cruz. Le gustó la idea y dijo que necesitaba
probarse.

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Catyara The Cook Book

Desde ese momento me propuse hablar del tema todo el tiempo que fuera
posible, la psicología nos iba a jugar en contra y la mejor manera de convencerse
a uno mismo que no es un tirano es repitiéndoselo hasta creerlo.
Se hacía difícil concentrarme hasta con las cosas más pequeñas o más mías,
como la música. La cantidad de horas que tiré en el estudio esa semana sin hacer
algo productivo fue sorprendente.
Para ocuparme con algo que hiciera mucho ruido me iba las tardes para el Tigre,
donde tenía el galpón y podía disparar con el rifle de mi abuelo. Pasé tiempo
calibrando, traté de fusionarme con el arma como hago con los instrumentos y
me volví un experto. Lástima que me costó las municiones que tenía y se necesita
un permiso especial para comprarlas. Tuve que volver a la villa.
Balas y porro. Me vi confiando en personas que casi no conocía, una deuda de
dinero y sangre, un riesgo que no podía correr.

Con ella.
Una araña.
Miedo.
Una cabaña.
No.
Una salamandra y una silla de madera.
De barro.
La admiro.
Un arroyo.
Los pies en el lodo.

Me robé percheros de la casa de mi vieja y armamos un maniquí para vestirlo y


chequear lo que faltaba. En esa etapa crucial, mi fiel Robin (el Gordo) se puso la
camiseta y me estaba ayudando a conciencia.
-Se le ve la pija al muñeco, mirá- dijo y agitó una pata de silla a la altura
correspondiente.
Le dije que se calle y me persiguió por el galpón con el palo. Ahí venía lo mejor,
la etapa del paro cardíaco.
-Te juro que esta vez sí.
-Dale, Gordo, siempre lo mismo.
-No, no, no, esta vez me muero de verdad.
-No te mata el vodka, te vas a morir por cuatro metros.
-Mirá que me llevo el pito del muñeco, eh- retrucó.
-Está empezando a quedar…
Asintió.
-Y ¿con el paracaídas, cómo andás?
-Aprendiendo, todavía- me senté cerca de un espejo viejo que había quedado de
antes -. Ayer salté solo y alcancé a los pibes que arrancaron antes que yo.

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Catyara The Cook Book

-Pff, siempre lo mismo.


-Sabés que no es eso, Gordo- a veces que no me salían las palabras -. Es… eso.
Y ya.
Fuimos a celebrar el suceso del traje aunque no estuviera terminado.
-Dale, dale, acelerá.
-Dejá de joder.
-¿Para qué te comprás una camioneta espacial si no la vas a acelerar, eh?
¿Querés que te re cague a trompadas?
-No me compliques la existencia, Francisco Evangelista.
Ahogó un grito y se tomó los pechos con las manos.

Más y más palabras.


Pero qué casualidad, che, como uso el che y me acuerdo del tipo ese que está
en la novela que dice che mientras toma mate y se pierde en la búsqueda
interminable de eso que simplemente no es nada, que putas especulaciones y
filosofía berreta (no digo barata porque me matan por derechos de autor). Igual,
mis amargos no tienen comparación.
Lo que si sorprende es la historia de ese otro que no es otro que mí mismo, que
no es otro que hotro que somos a veces, la Sombra y otras obviedades, pero que
habla de Herácles como si lo conociera, y a mí me sorprende que lo conozca pero
no me sorprende porque él conoce varias cosas, muchas más que yo, pero de
Herácles conoce y dice que éste otro sí se curó, que se pudo curar y que rico
está el amargo, la puta que lo parió.
Es raro hablar con veinticinco personas y no hablarle a ninguno, pero éste que
se curó lo hizo como todos: se enterró en mierda para poder acordarse de lo que
es la mierda y nunca más en la vida olvidarlo, la situación del segundo porque el
primero soy yo y también sos vos, al que le escribo, o sea yo. Y recordamos la
mierda. De lo feo que huele y lo que dijo Horacio, que se parece bastante a mi
mierda y de repente no tanto, porque es una mierda para el él pero que para mí
no, porque cuando me ahogué estaba tan lúcido como se puede estar y me sentía
endiosado. Entonces, de que mierda estamos hablando, preguntarás. No tengo
la menor idea. Pero capaz que veo algo, quizás empiezo a entender que la mierda
no es más que el odio y cosas que todavía no nos perdonamos por ser tan
pelotudos e irrevocablemente humanos. Qué casualidad, che, que cebe otro mate
y me entre el sueño porque hace como trescientas vidas que no duermo y encima
la gata hijadeputaesta me despierta a cada rato.
Me gusta, sí. Me gusta cómo piensa el segundo y escribe el tercero y quizás ahora
me sienta más cómodo así, o nos sintamos más cómodos así, con sus palabras.
Y en eso estaba, de ruidos duros, mezclándome en la mierda sin saber que era
tan feliz como después dispuso la vida hacerme entender. Y me encuentro
sabiendo que ya no tengo odio por haber dejado tanto detrás y al pasar: "que
masoquista de mierda". Vos, yo, Horacio y anda saber cuántos otros pelotudos
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Catyara The Cook Book

más que se tomaron un par de birras extra y les pegaron como el orto y
empezaron a quejarse por quejarse, porque la felicidad se escapa y no sabemos
ni por qué, pero se escapa y quiero estar tan solo que no te imaginás lo solo que
quiero estar, pero la mierda (que ahora sé, la reconozco) tiene olor a gente y no
queda otra que enterrarme en esa mierda que odio y levantarme y hacer tostadas
con manteca como la peor mierda de esta sociedad. Quizás ahora sea eso.

Sintió el ardor en el pecho, ese que solo nos da a los asesinos. Me impresionó su
manera de moverse, era mejor de lo que me imaginaba. Muchísimo mejor que
yo.
Sé que sintió el calor porque yo también lo sentí. Estaba en techo del edificio del
Banco Central con el sniper, Juan Cruz a balazos a la comitiva presidencial en el
Hilton. Vi el gigantesco personal de protección burladísimo, no eran ni las siete
p.m.
Juan Cruz activó las cargas. Seguí el rastro de la gente que pasaba, escuchaba
quejidos en el comunicador.
El pibe se lució. Saltó por el ascensor como habíamos previsto y activó las aletas
del wingsuit mejorado para aterrizar en el subsuelo.
El comando especial llegó con una velocidad fascinante, tres minutos antes de lo
previsto.
-¡Bum!- dijo por la radio.
Bajé la mano sin despegar la vista de la mira y apreté Enter.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Seis

-¿Viste que mataron al hijo del gobernador?


Sip. Lo matamo nosotro.
-Que loco. Ya no se puede vivir en este país de mierda- prosiguió como prosiguen
las personas cuando creen que algo es interesante -. No se puede salir a tomar
una cerveza porque te apuñalan por un par de zapatillas.
-¡Diego!
Me salvó Nicolás desde el túnel. Hizo señas para que me acerque.
-¡Mirá, para vos que vas a hacer BASE- había un ruido infernal -, hablé con un
amigo de Mendoza que te puede vender un equipo usado! ¡Bueno, bonito y
barato!
Me venía al pelo porque ahorraba un montón de papeleo con la compra del
equipamiento. Le sonreí de verdad por primera vez y me devolvió la sonrisa. Me
palmeó el culo y entré al túnel.

Confeccionamos un traje con una chica que hacía trabajos de costura para las
fuerzas armadas y no parecía muy preocupada por la legalidade. Tener acceso a
la otra mitad del entrenamiento (la apertura al límite de la vela) me la podía dar
el equipo del amigo de Nico. No podía ser mejor. Arreglé todo en el hangar, al
Gordo le iba a encantar la noticia.
Juan Cruz entrenaba solo en la parte física y yo le proveía la información técnica
para volar. Arranqué con artes marciales mixtas para seguirle el ritmo de
sparring.
Hablé por horas con Sofi de las vueltas de la vida y de las cosas que estaban
pasando y se rio muchísimo de mí y de mis ideas. Hija e’ puta.

Aprovechamos las nuevas adquisiciones ya con el entrenamiento aéreo concluido.


Juan Cruz había dejado de sentirse nervioso antes de actuar. La confianza
desbordaba la baticueva.
“El salto”. Los cálculos que tuve que hacer para lograr balancear un cuerpo sin
corriente fueron espectaculares. Deberían darme un Nobel y un cartel de
ingeniero para la puerta.
Había que colocar ocho dispositivos en las columnas del primer subsuelo y
activarlos sin ser detectados. Teníamos una ventana de seis minutos máximo y
tuve que hacer de tripas corazón para exponerme. Me puse la ropa que había
usado Juan Cruz para el primer asalto y entramos los dos. Ningún guardia salió
al encuentro ni se notaron los movimientos en las cámaras, no habríamos salido
de otra forma. Lo único que faltaba era apretar el botón y el senado completo
sería reclamado.

Jurisprudencia y asesinos.
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Catyara The Cook Book

Corazones exaltantes bajo madera, los más. Última declaración de conciencia y


vanidad. Se refleja en el acto pero no en lo que creemos que existe, tal y como
se pintó.
Estar ciego es una decisión. Como esa mierda de la fe.

-Flexioná las piernas, así no tenés equilibrio.


Siempre era lo mismo.
-No sé cómo es.
-Tratá.
Se enderezó.
-Andá a cagar. Voy a terminar las series que tendría que haber hecho antes de
todo el taichí de mierda este.
De esperarse. Había reclutado un loco para hacer locuras (amigo del Gordo,
encima) sabiendo que mucho balance psicológico no iba a haber.
Empecé a robar cosas pequeñas. Lapiceras, sobre todo.
Entrenar con Juan cruz me volvió brutal. Tai Chi era un pasatiempo, una forma
de relajación. No necesitaba más de cuatro horas de sueño y mi cuerpo se resistía
a estar estático. Quería ponerme en la situación necesaria para estar absoluta y
resueltamente condenado a involucrarme. Quería dejar de tocar la guitarra y
habitar los techos, pero más música me perseguía en el subte.
El disco nuevo estaba hecho. Agustina me dijo que era lo mejor que había
escuchado después de Zeppelin.
Es algo.

-¿Sabés en qué estaba pensando?


-No, Gordo. Nadie sabe qué pensás.
-Je. ¿Viste el animé shingueki no kyojin? ¿Attack on titan?
-Ni en la más puta vida.
-Bueno, es sobre unos pibitos que pelean contra gigantes- oh, interesantísimo -,
y tienen unos arneses que tridimensionales como arpones. Les salen unas
cuerdas del costado de la cadera y con eso se atraen, pfuip!, contra las paredes.
Si quieren ir para arriba clavan los cables en una pared alta, y si quieren ir para
los lados las clavan así. Te podés hacer uno de esos para Juan Cruz.
-Y, como que es un dibujito…
-Una idea.
Me quedé pensando. Lo de clavarse es un problema, es bastante difícil calcular
el ángulo de ingreso de la punta y la densidad de tal o cual pared. Pero si fuera
un imán…
-Gordo, ¿y si fuera un imán en vez de un arpón? Es verdad que no podría clavarse
en cualquier lado, pero hay muchísimo metal en los edificios, en la mayoría de
los balcones o las uniones de los pisos y las columnas. Todo es de metal. Con un

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Catyara The Cook Book

imán potente es posible, pero también pesaría mucho y eso lo hace difícil de
transportar.
-Y bueno, tampoco es que se va a Perú de mochilero, viejo… Es bastante
específico el laburo. Un poco de peso se puede aguantar el gil ese. Está haciendo
pecho todo el día.
-El arnés tendría que ser un imán también. Para expulsar los imanes del gancho
habría que prenderlos con un bobinado e invertir la polaridad, saldrían
despedidos, listos para imantarse a la estructura. Tiene sentido. Cables,
conductores de cobre esmaltado. Una batería o algo similar… Creo que se puede.
¡Qué idea, boludo!
-Gracias, gracias. Quería aprovechar este momento para agradecerle a mi familia,
que siempre me apoyó incluso cuando les dije que apoyarse entre familiares es
depravado.
No se me fue de la mente hasta que me senté a diseñar, lo que costó, porque
estaba ocupado con el disco nuevo y que publicidad y que pla que plá.
Golpeamos una firma de abogados. Había miembros de la corte federal en un
caso de corrupción política. Nos cuidamos, sabíamos que iban a estar siendo
monitoreados y la prensa también conocía el dato. Iban cámaras dentro y fuera
del estudio.
Mejoramos ambos trajes. El mío (que usaba para saltar oficialmente)
técnicamente no podía utilizarlo pero lo habíamos probado en Córdoba. Con esa
experiencia modificamos el sistema de alerones. Agregamos cuatro pares más y
logramos bajar la velocidad de freno un sesenta por ciento, que es bastante, pero
no lo suficiente para aterrizar sin una vela. El segundo traje estaba ensamblado
a la estructura del maniquí en el galpón, no volaba bien pero se podía usar.
También le hicimos alerones retráctiles, pero fue más fácil gracias a la armadura
rígida. Usamos el segundo traje, bah, Juan Cruz lo usó. Se tiró desde el edificio
de al lado y aterrizó en el techo. Liberamos animales del zoológico para crear la
distracción de los estaban en la calle. Y molotov a las cámaras.
Fue bastante fácil. Juan Cruz entró, colocó las cargas y salió en ocho minutos,
habiendo quemado la sala de vigilancia y con alguna que otra víctima casual.
Conocíamos el lugar. Sabíamos que la sala de conferencia estaba acústicamente
aislada, lo que nos aseguraba movimiento sin necesidad de cobertura. Ninguna
persona sobrevivió.
En cuanto Juan Cruz salió (a lo Superman) lo hicimos explotar.
La prensa estaba ahí y se filmó toda la secuencia, desde el escape masivo del
zoológico hasta que la policía terminó de limpiar la escena. Nadie nos vio entrar
ni salir.
La noticia cruzó el mundo y la gente usó las redes para opinar. La fase dos del
plan se gestó sola. Hice un video casero difamando esas actividades y mi imagen
pública mejoró.

58
Catyara The Cook Book

A mí no me invitaban a tocar la guitarra a las diez de la mañana en un programa


de esos donde se cocina y chimentea; a duras penas iba a un show under de
rock pesado y gordos metaleros, donde la pasaba bien, pero no eran grandes
avisos publicitarios. Eso cambió de una.
-¿Y por qué se te dio por hacer un video de esto? O sea, vos no sos una persona
muy involucrada en las redes ¿no?
-Es que ya es hora que hagamos lo correcto, ¿no? Entre todos. Pero no podés
explotar un piso entero en plena Recoleta porque no te gustan los abogados.
Esto no es solamente un ataque terrorista. Es un grupo de ciudadanos que están
cansados de la corrupción con una concepción errónea de la solución.
-Ay, qué lindo que sonó eso- me halagó una a la que no le conocía el nombre.
Eran ocho personas, el panel éste. Dos rubias, dos morochas, un pelado gracioso,
otro pelado gracioso vestido de payaso, el conductor y un periodista deportivo al
que sí conocía.
-Es interesante tu forma de verlo- sugirió el payaso con cara de misterio -. La
verdad, que te creíamos más apático, en tu arte, digo. Parecés más austero.
-Lo soy, estoy actuando.
Risas.
-Che, ¿y de qué cuadro sos?

In the world I see, you're stalking elk through the damp canyon forests, around
the ruins of Rockefeller Center. You'll wear leather clothes, that will last you the
rest of your life. You'll climb the wrist-thick kudzu vines that wrap the Sears
Tower. And when you look down, you'll see tiny figures pounding corn, laying
strips of venison on the empty car pool lane of some abandoned superhighway.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Siete

Me pregunté con sorna cómo se hacía para querer y no hubo cómo hacerle y la
cosa se puso difícil. Pegunté si era el miedo el que ponía en vilo las acciones,
contesté que sí y salí a tirar piedrazos a los autos, refugiado de la policía y los
caretas.
¿Paz? No, no pareciera cambiar la forma de la granada o los cartones. Está todo
hecho de líneas y esas líneas son perennes. Son líneas caprichosas, pases al pie
y malabares.
La silla pegada al culo y heme aquí, enojado con todo y sobre todo con las rosas,
que se mezclan con augurios malos y convoques estoicistas; una cadena de
mando y tradición en el desembarco de pieles blancas y racistas del presente
simbólico envuelto en papel comestible, un cordón etéreo de indecisión.
Te digo que me dijo y dijo que diga que no te diga lo que dijo. No hay manera
de entender que un ladrillo va (sí o sí) encima del otro porque si no te vas a cagar
de frio. Mirá nene, te traje un juguetito.
Y veo también ese culo redondito y por las dudas se me ocurrió preguntar si
quizás eran los colores lo que había que querer, si me daban miedo los culos o
me sentía tranquilo en su presencia.
La otra quiere correr pero caminamos la tormenta con ojos de rayo y displicencia,
preguntando también por la foto maestra que devele todos los misterios, y parece
buena idea quedarme acá sentadito con el mate en la mano, recitando violentas
poetisas y amores imposibles con la boca en el corazón y el sonido de las olas,
el agradable vacío de personas. Las gotas florecen y nos dedicamos a invocar
truenos y sangre de dioses que fluye desde otra dimensión inundando hasta el
último de los rincones olvidados y algún que otro mes de enero, en plena
saturnalia diferida, con una flecha hacia la izquierda, una casa mal dibujada, otras
líneas impertérritas y un cubo dentro de un cubo.

Juan cruz se puso paranoico con la seguridad. Preguntó si me seguían. Se lo


negué, pero insistió.
La vez próxima me iba a tocar a mí, solo.
Sofía quedó embarazada, tenía dos meses cuando nos dimos cuenta. Discutimos
por los asaltos. Ella quería que parara y yo ya lo necesitaba para vivir.

El reflejo del alma yace en los puños y huesos calados. Estaba tornándome
profesional. Juan Cruz estuvo al margen por un tiempo y el Gordo hizo de Robin.
Fue perfecto. Volví a la merca, venía bien para los saltos. También porque es
más fácil plantear una defensa jurídica. Hice más entrevistas y presentamos el
disco.

-Sacáte ésta, pá.

60
Catyara The Cook Book

-Dale, a ver.
Disparé a ciento sesenta metros.
-¡Jodéme!
Volvimos entre chistes, no podíamos evitarlo. Hice el tiro con un arco de poleas.
Dificilísimo.
-¿Te dás cuenta? Tremendo.
Paramos a tomar un café en Santa Fe y volví a casa. A Sofi se le notaba la pancita.
Estaba más bonita que nunca.

Nadie, dijo el Nolano, puede amar la verdad o el bien si no aborrece a la multitud.

CrossFit fue la respuesta a mi entrenamiento muscular. Gané versatilidad,


aprendí a balancear mi peso y algunas técnicas de escalada. Tuve que renovar
armario también.
El Gordo se bajó unos kilos haciendo de wingman y planeamos un último ataque
antes de dejar por completo. Necesitábamos ver cómo reaccionaba el pueblo en
ausencia de nuestra vigilancia. Se demandaba una revolución. Ésa era la grande,
el nido de ratas. Operación Cuca.

-¡Arriba las manos! ¡Esto es un asalto!


-Gordo, andate preparando para lo que se viene. Voy a necesitar los arneses
listos. Vamos salir por el techo.
Sofi sospechaba que seguía con los ataques.
-¿¡Y yo!? ¿Ya no sirvo de nada?
Me tenté de risa.
Pusimos imanes retráctiles también. Tomamos los diseños del arco de poleas
para generar la tensión necesaria para acrecentar los impulsos verticales.
-Creo que es el mejor disco que hice, eso es cierto. Pero no es lo mejor del rock
nacional. Me parece que no escuchaste a Luisa. A Luis Alberto.
-Tu función va a ser la más importante. Te necesito en cobertura pero no en
combate. No vamos a pelear. Neutralizamos dos o tres personas y salimos con el
premio.
-Lila. Ese nombre me gusta.
-Mirá, podemos hacerlo más firme con estos caños de aluminio. La fuerza está
redistribuida. Debería aguantar.
-¡TIRALE!
Verlo correr al Gordo. Verlo. Con eso alcanza.
No me mires con esos ojos, por favor. Sé que me cuidás, falta poco. Una semana
más.
-Abrilos en tres, dos, uno. Impacto: tres, dos, uno. Halcón listo. Vas vos, fiera.
-Tengo ganas de parar, Diego. Como que nos zarpamos. Acordáte que tengo un
nene y tiene que comer. Necesito seguir vivo.

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Catyara The Cook Book

-¿Y si es varón?
-No me dejes sola. No quiero estar nunca más sola.
La ruta sigue más allá de las luces de la autopista, secando al ojo de la lágrima.
-Menos mal que trajimos a Juan Cruz, sino no estaría acá. Ya sé que te prometí
que no iba a pasar nada, pero tampoco fue para tanto. No se murió casi nadie.
Nena. Lo dijo el de blanco.
-Decile que si lo veo en la calle lo re cago a trompadas. Lo reviento.
-Estos mierdas…
-Ocho muertos casuales en un tiroteo entre la policía federal y un grupo terrorista
en la Bolsa de Buenos Aires. El índice Merval cayó drásticamente, impactando
seriamente en la economía regional. Otras naciones, como Chile y Perú, también
padecen del nuevo fenómeno conocido como “Casa Blanca” desde la caída de
Washington.
-¿¡Por qué carajo te quedaste a tirar!?
-¡Necesito salir YA!

Me encuentro mirando un cielo sin estrellas, nublado de a ratos. Tanto pétricor


alrededor levanta la moral. Es conveniente memorar mientras queden recuerdos
dignos. Somos poetas de corazones rotos, libélulas rojas y brillos de platillos, una
circunvalación errante y a des tempo. Se viven muchos climas juntos y muchas
revueltas de estómago, noches de insomnio y palabras injustas, mentiras
piadosas y mentiras miedosas, de esas hay un montón.
Y aunque pudiera bajarla de rabona me sentiría un forajido, un villano repulsivo,
una aguja en un pajar. Estaría sordo de silencio y de las realidades ficticias en
las que se envuelven los seres humanos. Aterrado en medio de la niebla,
agachado, herido, orgulloso, me haría un destructor. Destruiría la ciudad
centímetro a centímetro a viles espadazos, a delirios de grandeza. Con un apretón
ahogaría los cielos y los ríos y dejaría la mugrienta empapada en su propia
vanidad, entre la basura que depositan en tierra fértil. Los ahogaría en la mierda
en que estuve ahogado, sería una tormenta perfecta e implacable y los
setecientos miles de males caerían desperdigándose en las gargantas.
Ninguna otra pregunta volvería a aparecer. Acabarían las canciones y los
pimientos de piquillos. No más esoterismo ni ludopatía convulsa y desgarrada.
Recordar es siempre conveniente cuando se tiene el dedo en el gatillo. No hay
baño que quite la suciedad de la más oscura habitación.

Fui el creador del caos y me explotó en la cara. Se llevó lo único que me hacía
humano. Ciego, cubierto de tanta sangre que no distinguí mis heridas de las
ajenas. Mi cuerpo no sirve. No puedo pensar.
El fuego que lamía mis ideas se extinguió y me abrasó la piel que creía
indestructible. Se la llevó y me quedé solo, carbonizado, agónico.

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Catyara The Cook Book

No puedo pensar. No puedo pararme y enfrentar la explosión que detoné por


narciso, que se llevó mi espíritu y mi paz.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Ocho

Se puso roja como un tomate.


-¿Querés un buso?
-¡Qué buso, pelotudo! ¡Traeme la campera!
Corrí antes que se le ocurriera pegarme o desmayarse. La llevé del brazo al
ascensor y bajó sola. Corrí con los bolsos por la escalera. Necesitaba llegar
urgentemente a la camioneta.
Listo, encendida. La fui a buscar pero apareció por el pasillo respirando
trabajosamente y agarrándose la panza con las dos manos. Tuve que alzarla y
llevarla en brazos (pesaba una tonelada). Salimos al hospital.
-Más te vale que te quedes al lado mío.
Se me atragantó el sándwich. En mi cabeza, cráneos abriéndose paso. Tuve que
dejar de comer.
-Sí, amor, olvidáte.
Ideé un plan para evitar, al menos, el contacto visual con el proceso mientras
entraba al estacionamiento de la guardia. Vinieron dos enfermeras con una silla
de ruedas a recibirnos mientras Sofi todavía me insultaba y repartía amenazas.
-No te preocupes, le vamos a dar anestesia- dijo el doctor cuando me vio llegar
sosteniendo la mano que me trituraba los dedos.
Sorprendentemente el parto duró poco: quince minutos en total. Safé de ver el
nacimiento con lo de aguantarle la mano a Sofía.
Me dieron ochocientas recomendaciones y nos acomodaron en una habitación.
Volví al departamento después que se durmió para aprovechar la última noche
tranquila de mi vida. Llegué con el desayuno preparado a primera hora, para
despertarla como en las películas.
-¡Mmm! Tenía unas ganas de comer medialunas.
-Recuerdo tus antojos. Y tus enojos.
Sonrió con tanta dulzura que me dejó pegado a la silla.
-Estás hermosa.
-Gracias. Y de nuevo, perdón por lo de ayer.
-Tenés licencia indefinida.
Ya se había disculpado varias veces y lo iba a seguir haciendo, así que aproveché
para dedicarle palabras lindas al azar. Lila dormía como un tronco,
aparentemente iba a ser tranquila. Era chiquitita. Como una paloma.
-Che, ¿y si le ponemos Paloma también? ¿Lila Paloma?
-Demasiado hippie, Diego. Lila está bien.
-Que vos me digas hippie me preocupa.
-A ver si dejás el porro, entonces.
No.

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Catyara The Cook Book

Al otro día ya estábamos en casa y sin más preocupaciones que las esperadas.
Sofi se sentía mucho mejor y se la pasó limpiando. Las cosas parecían
acomodarse solas. El Gordo de vacaciones y de Juan Cruz tuve pocas noticias.
Di algunas entrevistas más para radios y blogs. El disco había sido muy bien
recibido. Esperamos unas semanas antes de salir de gira con la banda por si
surgía algo con la beba, pero como todo venía bien, arrancamos.
A la mitad del viaje, por Neuquén, ya había cubierto los gastos programados.
Aproveché para comprar cosas en el camino para los trajes y también para mis
chicas.

-¿Qué va a pasar ahora? ¿La seguimos o esperamos?

Voilà! In view, a humble vaudevillian veteran, cast vicariously as both victim and
villain by the vicissitudes of Fate. This visage, no mere veneer of vanity, is a
vestige of the vox populi, now vacant, vanished. However, this valorous visitation
of a by-gone vexation stands vivified and has vowed to vanquish these venal and
virulent vermin vanguarding vice and vouchsafing the violently vicious and
voracious violation of volition.
The only verdict is vengeance; a vendetta, held as a votive, not in vain, for the
value and veracity of such shall one day vindicate the vigilant and the virtuous.

Las cosas se salieron de control. Caminaba con Sofía pegada al brazo y los vi
venir, alguien había hecho las cuentas. Cubrí a Sofía entre dos autos y trepé para
caerle encima al primero que se cruzara en el camino. Eran solamente dos, pero
llevaban kevlar y M16s. Yo solo tenía un tantô. Aseguré la victoria pero sentí el
golpazo en la cabeza.

Estaba atado y atontado. No lo veía pero sabía que era Juan Cruz.
-Te descubrieron. Te dije que ibas a terminar muerto.
-¿Qué pasó? ¿¡Qué hiciste!?
La tenía él.
-Preguntate vos que hiciste, infeliz. No pudiste soportar la presión. Te
descubrieron. O pensás que te cayeron de mala suerte.
Se rio, lo puteé, se rio, lo amenacé.
-Ahí queríamos llegar- me sacó la venda. La tenía atada, amordazada en la
cornisa -. Peleaste bien ahí en el callejón. Bien para ser un cagón. Tenías miedo
de que algo le pase, no entendiste porqué. Porqué fracasó todo tu plan de ser
un súper héroe y esa mierda que vendiste. Fracasó porque sos débil y sos débil
porque la tenés a ella. Si no la hubieses tenido las cosas habrían sido diferentes.
No habríamos dudado. Estarían todos muertos. Así que te voy a hacer un favor.
La levantó del cuello. Ella se retorcía y yo trataba de zafarme. Un fondo que no
existía. Abrió los dedos de la mano y acarició mechones rubios.

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Catyara The Cook Book

El cielo se encuentra y esclarece. Marvelous.


Encontrar lo inalcanzable en una bandeja de pensamientos, fina, delgada,
superficial. Lo increíble no es, en sí, el inexplicable simbolismo, porque hay veces
que las cosas no tienen remedio y el subconsciente se arrastra en la cresta índiga
en el suspiro y la música. Lo increíble es el florecimiento de lo que una vez se
pudrió, la nueva vida y el orden o la entropía, valla uno a saber, pero eso que
está y que se hace gigante, que repele el inocuísmo y enfrenta los demonios con
la bravura del Fudo-myu.
Es el verdadero objeto de la guerra que se lucha bien dentro del ser, impaciente,
a través del lente la transformación y el grito de entendimiento mortal, de
conciencia masiva, dar la vida por otro.
Las mejores épocas no pasaron, están por venir. Por eso hay que conocer al
enemigo. La deshumanización, la destrucción de la educación y la cotidianeidad
rutinaria son factores determinantes en la verdadera elección, donde se acaban
las supersticiones y los fetichismos, los tabúes rotos de las épocas pasadas,
quizás incluso todo el camino transitado.
Pero ¿cómo negarlo? ¿Cómo afrontar otra hipocresía si ahora la vida tiene sentido
y viene cargada de tanta emotiva actividad?
El mundo quizás haya cambiado, no hay manera de saberlo. Los que no
cambiaron son ellos, los de afuera, los que gritan enfadados detrás de una bocina
en si bemol. Ese es el enemigo. Una verdadera decepción.

Llegó el momento que necesitaba para perderlo todo. Ninguna comida supo
alguna vez a algo. Me quedé sin recuerdos. La beba con Luana o no sé quién. Lo
busqué por dos semanas y apareció en el galpón, el hijo de puta. Teníamos
alarmas. Salió en el bote desde el delta a Iguazú o a Montevideo, tuve que
adivinar.
Llegué a Uruguay y no había un solo rastro. Nadie es tan bueno como para que
no lo encuentre. Además no estaba escapándose. Si no imaginaba que lo iba a
buscar era porque había perdido la cabeza. Crucé a Brasil y lo alcancé en
Asunción. Fue una pelea corta, estoy a otro nivel. No se puede partir al medio
una persona. Me disparó dos veces. Todo el acto fue filmado y distribuido. Estuve
unos días en el hospital y me llevaron a una comisaría caída a pedazos. A la
semana tuve un juicio a puerta cerrada y me dieron dos perpetuas en Curipatí.

Acá no duro dos semanas.

Sentí mis chakras desbloquearse con la nueva adquisición. Ser padre cambió toda
perspectiva que pudiera tener sobre la vida.
Caminé perdido todo este tiempo, creyendo (ha)ser la diferencia, despejar mi
mente a través de la inocencia cargó contra todo antiguo anhelo y alusión. Dejé
66
Catyara The Cook Book

de importunarme sin proponérmelo, y cruzar los lazos de los días trajo consigo
un alivio tan esperado que logré hablar en dedos de todo lo que se me escapaba.
Y también estaba ella, esperándome, cargada de luz.
Cómo volver a matar si sabía que podía renacer así, de tan sana manera.
Transitar el destino auto predicado sonó de pronto insensato, historia ninguna
sintióse tan irreal y perecedera. No necesité creerme nunca más, ni preguntarme
frente a los pinos sobre fieras decisiones. Fui trascendido por defecto, coronado
sin la desesperación de sentirme profundo o arrastrado.
Me fui tranquilo y a sabiendas de la significancia que separaba el cimiento de la
simulación. Dejé de sonreírles a las palomas por deber, sino, más bien, era una
emulsión, un sarpullido floreciente producto de tamaña aprobación inédita, de
ser algo irrompible. Una vertiente inagotable de potencia acumulada.
Pasé un invierno armonizado con el entorno y con la libertad de elección y conté
los cilindros para luego quemarlos para siempre. Fue docta la madera y aquellas
artes culinarias habituadas a la supervivencia. Corté los signos por el cabo y junté
la tierra y las estrellas. Quise devolverle a la miseria algo de clemencia y la
paciencia no paraba de brotarme. Fijose huido el averno de mi propia persona y
nacieron letras modernas vestidas de añejas y en esos mismos brotes se
charlaron mis palabras.

FIN

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Catyara The Cook Book

Do

68
Catyara The Cook Book

Capítulo Uno

Estan mirandomé.

No fue la primera vez. Soy un viajero y uno nunca termina de acoplarse a las
costumbres, hubo que encontrarle la vuelta.
La ropa era poco cómoda pero servía para varios propósitos. La estratificación
tampoco estaba mal: A los nuevos los entrenaba para seguir ciertos estándares
de convivencia impuestos desde antaño, como los privilegios para los viejos.
Lo de las zapatillas duró varios días. Estuve cansado como nunca antes, con las
manos hechas pedazos del agua fría y el jabón.

Una vez dentro ya no importa el pasado. Las historias son crudas, se le rompe a
uno el corazón varias veces al día. Apenas logré sobrevivir el primero:
Paso número uno: Burocracia y difamación.
Paso número dos: Golpiza y limpieza general.
Paso múnero tres: Revisión de los estatutos y normas de convivencia.

Están mirandomé, son ocho. No puedo identificarlos pero no son un problema.


Hace un par de semanas fui ascendido y ahora gozo de nueva morada, con
tecnología incluso. Eso causa envidia, por mandato debería estar muerto pero
soy demasiado bueno para pelear.
Patean, sabía que esto pasaría. Hago cuanto puedo con mi querida lapicera, no
volverá a recitar. Soy rápido y ellos no lo saben. Confían en sus filas y en la
diferencia de números.

Establecí un parámetro versátil desde el paso número dos y pude contener la


primera ola masiva que me cayó, y desde entonces llevé un extremo cuidado en
mis quehaceres, amoldándome a la estructura. Así conseguí las cuerdas, la
birome y el papel.
Pude volver a mis vicios, traté de levantarme primero. Luego de unas semanas
ya no quedaba mucho por hacer con los escalafones ganados y quedé irresoluto.
No me dejaban vagar o trabajar, así que impartí órdenes desde el mediodía en
adelante.
Mi trabajo era primordial. Les daba el tour a los neonatos y tenía a cargo la
punición, desgarrar a los que apagaban halos en los seres, tarea poco fácil. Traté
de evadir las responsabilidades, pero los aceros apuntaban a mi corazón o a los
suyos, y en esos términos solo existe un resultado. Utilicé las herramientas en
defensa de los ideales que allí no valían pero que afuera eran importantes. Me
transformé en la justicia con mayúscula.

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Catyara The Cook Book

Soy una máquina de penetración, un taladro aceitado, una fuerza imparable. Aún
no sé qué quieren pero ya están menos seguros. Caídos hay muchos, solo quedan
dos. Fue perdida, sin embargo, mi querida birome. Estará tatuando otros paisajes
en las pieles de los derrotados. Por mientras, blandiré dos piezas de metal que
fueron pesas antaño, bravamente.

Esperé bastante tiempo por contacto con mi gente y finalmente llegó con el día
de los cigarrillos. En aquel tiempo comencé a fumar, era obligación hacerlo.
Recuerdo la puerta mosquitera, la visita fue corta. Yo era preso político y las
jurisdicciones hacen agua en la vieja Asia.
A penas fuéronse mi afectos recibí otro invitado, el Khan. Amenazó con herirme
ahí donde no podía defenderme y volteé hacia él con toda mi intensión. Ahora
sabe lo que se siente provocarme.

-Guerra es la que está por venir.


-Recuérdese las torturas, las ventas de carne y la indiscreción. Aquí no somos
salvajes; no señor. Aprenderá a defenderse con la pluma como lo hace con los
puños y le explicaremos la verdad sobre los hombres, tomará parte de la facción
que crea conveniente. Usted no es un mero reo, mi amigo; he visto arder sus
ojos cuando arden también sus pies y eso es algo que no se aprende. Uno nace
para ser el héroe que soñó ser, si no, soñaría con relojes y Mercedes. ¿Extraña?
Hace bien, si todo sale acorde a lo planeado no los volverá a ver. Quedará solo
cargando el peso de las vidas que no se atreven a inmiscuirse.

No puedo dejarlo escapar, no volverá al desacato. Sé las palabras para viajar


entre mundos pero también sé de cortes y estocadas y soy muy rápido. También
en el arte de arrojar. No tiene donde esconderse.

Los días cavilaban entre dos oscuras pretensiones: La justicia con mayúscula y el
concilio. Se reunían las pirañas y decidían los pasos a seguir. Más de uno me
detestaba, pero contaba con protección dentro y fuera de mi habitación.
El futuro se despejó y conté pocos días hasta mi nuevo desembarco al mundo de
afuera. Debatimos las pericias realizadas por el Khan, quien recordaba la paliza
pero recibía órdenes de los que apoyaban la continuidad de mis lamentos y
disecciones. Me torné otra clase de sentencia.

-Guerra es el apego.
-Contará con más armas, se verá envuelto en mediaciones, aprenderá de roles
que destruyen las ideas fundacionales. Conoce ya las nuevas proclamaciones que
abundan ahí fuera y también hase visto implicado en las de aquí dentro.
Impondremos un balance perecedero y usted vendrá a delimitar las sendas a
nuestro lado, pero de lejos. Podrá volver, vea, con esto. Su permiso y

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Catyara The Cook Book

conocimiento son ahora nuestros. Jurará por la bandera del universo apátrida y
será resuelto a ser lo que precisan los dioses. Traerá consigo la tiniebla;
temblarán los pechos y tendrá más razones para vivir. Viva, entonces, hermano.
Vuélvase eso que necesita ser.

Estoy acabando la odisea, ocho contra uno es un número a recordar. Siento el


tacto aglutinante de los rojos encajes que dormitan en la pared y el piso, pero
no me preocupan las zapatillas, tendré unas nuevas mañana mismo.
Bah. Víctimas de la burocracia y la imbecilidad de las costumbres, atrapados en
su propia carne esperando ser descartados.

Vi ayer la luz del sol, una vanagloria digna de poetizar. Volveré a pasar alguna
vez una estancia desgarradora tan terrible como la que acabé de soportar, no
podría asegurarlo.

Aún siento las hojas no leídas caer sobre mi dedos gentilmente y escucho sonetos
versados reclamarse unos a otros por justeza y sabiduría, y traspaso los límites
de la reja que impedía mi paso por los sanos juicios de cordura. Delante, otro
camino sin retorno maquinado; la soledad extrema del que vuelve a ser retratado
por sus propias presunciones. Y quiero verla también a ella. Digo que la extraño
y se lo digo a las palomas; digo que la extraño como un imbécil, estancado por
no aprender a comportarme.

Pobre de mí, también. Sí, pobrecito de mí.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Dos

No volví a los laboratorios, aunque la terapia se haya hecho parte de mis nuevos
achaques esteparios. Retorné, como los locos de antaño, a las posadas y
callejuelas de la juventud y heme aquí, desconcertado. Mi mundo ha sido
mezclado con las sutilezas, estoy siendo consumido por mi otro yo: el que todo
lo ve.

Karen, dice ser su nombre. Desconfío de su confianza.


Esconde, seguro estoy, miles de intrínsecos pedazos de mí en la versión que más
beneficio le cause, sientese así tranquila en sus plagios. He visto más aire del que
pudiera imaginar y por eso se le escapa que el vuelo se basa en los sabores, en
la justeza que imprime la presión de los labios, en esa torrencial causa de vida y
la muerte pegada a los huesos. Karen (sospecho), dice los días contar y saber
sobre deportes; exhibe más de una copa vaciada en gloria retratada en fotos y
anaqueles. Llena está, sin embargo, de aprecio culpable y sola vestirse en las
mañanas.
Dice, ésta Karen, ser bilingüe, though she doesn’t understand how language
behaves. (She) Thinks every claim counts and every rose has his thorn.
We’re in trial outs, virtually. We cast thoughts out, quote our best books and she
even argue with me in those occasions when hearth and soul struggle with sword
and cape in a Cervantic dream.
Oh, my dear. We are getting better.
In this twinkling standing by, this holyday momentum, see us bleeding words of
nomination, declaring war and proclaiming victorious not the just and fair but the
last standing man. Today as always, Karen (she’s the therapist) had decided to
sat me down in a chair and tide my arms around de table condemning myself to
write deeper thoughts. Aware must remain though, she may get hurt in such
undertake.
I said that we are a mistake. In all wrong turn— in every wrong decision is found
a spoor full of drunken scent, another human fucking disgrace. And those hands
built a prison for us all, there is no rejection to the annihilation proposed
yesterday. No more blackberries, they said, though Karen thinks we crave
deprivation by nurture, something to cure. But I’m one of a kind, (I) have no
possessions whatsoever. I see a different world.
Karen (I presume) told the story of the climbing gourami, a breathing flyer fish.
This fellow can among other stuff become part of humans natural environment.
She says I could compare myself with our friend to see if I still have plenty ink
to draw. I told her she could rest, I won’t mark any other name on any other
wall. This is how begins a new rising of claws and stretching words chosen by
roars and rain, so Karen, my dear, speak of mankind no more, you don’t really
understand.

72
Catyara The Cook Book

A veces pregunto al viento cómo aparece sin ser anticipado. Shinden de vos a
vos; parte es conveniencia, parte presencia y parte presión. El viento ni siquiera
cuenta con letras, es una verdad desfasada, encuentro furtivo entre saludo y
nudillo y también parte dislexia.
Somos blanco y negro, los seres pretenciosos que solemos sentir como nosotros
dos, Karen (que tiene cara de Karen) y yo, éste estupor creciente relleno de
palabrerío etéreo y helo al viento, vendaval extranjero y frívolo, colmado, fuera
de alcance falaz. Es pura transición.

¡Justicia pide la desgracia! Vase en acto primero, destajado por las


críticas y cuanta miseria impregnada pudiese imaginar, maltratado por
la suerte misma acodada en el tablón.
Y miranse de frente éstos dos retándose a punta de facón, en medio
de agallas varonzuelas desnudas y prestas a estallar, que tortuosas se
mueven por los paños del ardid.
Duchas en la danza y la ceniza, las dagas manchadas de tizne y carbón
pulidas a fondo por el cielo y baratas compañías de caña, anestesia de
conciencia, coyunturas en diligente prosa y vicio.

Las tierras marcadas con hierro, el río de sangre y el paso temprano


del sol son rastros de huellas andadas a duras penas. Patria
desprotegida si hela de haber, fatigada por insultos remanentes, del
desprecio prepotente en los anhelos de malal y adversa propiedad, y
dos miradas que se hacen frente en la tundra con tan solo de fondo el
poniente.
Estruendos que suenan claros son traídos de estrellas lejanas y
consumen el reflejo presente a la disociación.
Y pasase entonces de mano y vendetta, las garras y tañidos saberes
de generación en generación, aguerridos hitos de siembra y alcanfor
prensado dentro del papel.

Sí, a la estocada el negro estaba listo. Fijase dos veces el peso del
vuelto y se paga con mutismo la sordera de consejos.
Hechos los honores, levantase la guadaña por encima de los faros y
advertido entre la sombra el veterano, hecho furia y compensando los
años idos en aspereza, los dedos de latón que despiertan pasajes de
paciencia y alcanzando el preciso fragor, encuentra un par de huesos
rotos y una triste exhalación. Los asuntos postergados hacen mella y
vueltose otra fiera, fijase también el precio del corazón.

73
Catyara The Cook Book

Capítulo Tres

Mi nombre es Coco. Escribo por primera vez. Ésta es una de las pruebas.
Buscan la cura del Alzheimer. Fui bien educado de chico. Soy exjugador
profesional de fútbol, pinto desde los cinco y hablo seis idiomas.
El desarrollo del cuerpo junto al arte temprano impulsa una regeneración
neuronal intensa combinado con Modafinil, que es un estimulante lo
suficientemente potente para restaurar el funcionamiento cerebral de un paciente
con Alzheimer tardío, aunque no se habían podido mantener los efectos. Mi
diseño cerebral soluciona el problema, es una sinapsis integrativa que completa
la conexión antes de que vuelva a ser deteriorada.

Me gusta escribir, ahora que lo pienso. La psicóloga dice que sirve como
barrera antiestrés en el estudio.
A veces me toca correr, otras jugar y otras crear. Todas las semanas
desarrollan desafíos de destreza. Instrumentos musicales, ingeniería, deportes,
ingenio, matemática. Cualquier método sirve como referencia, incluso la
meditación.

Hace dos meses que estoy acá y me cuesta seguir el paso. Sigo escribiendo
porque me gusta y porque todavía estoy aprendiendo. Según la psicóloga es
esencial.
Probé una dosis considerable de LSD para chequear posibles trastornos
psicóticos, como la esquizofrenia y la paranoia.

El último mes fue agobiante. Comencé calistenia y abrí un viejo desgarro


abdominal de la Revuelta de Bangkok.

Musa vaga en constelación


penas, desvelos cerrados
cartas viejas, tiempos vívidos
de piel arenosa y pies de cartón

El aroma cierto, y el cielo


estrellado empuja la niebla
una mano temblorosa se posa
en un diluvio de creación.

Cité incontables libros y autores para continuar con los escritos, la pintura
ya no me interesa. Me dejan tener un diario; a efectos del estudio es consultado
con frecuencia y tengo que incluir un poema sí o sí.

74
Catyara The Cook Book

La terapia mejora de a poco, la nueva droga está siendo sintetizada y


entramos en la última etapa de las pruebas, el cuarto mes.
Pude hacer llamadas y contacté a mis padres además de mi novia. Dice
que me extraña, pobrecita. De todas maneras me gustaría verla y mostrarle todo
lo que hay acá.

Soledad es ergocídio,
no dejar entrar, celosas
piedras blancas maliciosas
llenas de rencor

Hoy resolví el problema de la síntesis proteica para el sistema nervioso.


Pudimos balancear el exceso de cortisol que libera la píldora.

Cintia vino a verme dos veces. Le mostré mis poemas y unas canciones
sin letra para piano y mandolina.

Existe la posibilidad de lograr un avance biométrico monumental. La droga


está cambiando mi estructura genética y la de varios pacientes más. El Alzheimer
fue solo el principio. Mi tiempo de respuesta se redujo a la mitad, marqué once
segundos en cien metros hace algunos días. Pero (como siempre) quieren
insertar la droga en el mercado de banqueros como si fuera cocaína.
Y vamos a viajar al CERN, a Ginebra.

Sed de la espada
vieja filosofía
aku soku shin

El haiku me atrae bastante pero todavía no lo entiendo. No me importa,


cuenta como ensayo. El CERN fue exquisito. Pude darme el lujo de verlo en
funcionamiento en tiempo real. Buscaban fuerzas gravitacionales en las
colisiones.

Cumplí el sexto mes entre contribuciones. Limamos asperezas con la


comunidad científica y ampliamos el concepto electromagnético cerebral.
Combinamos con profesionales del área médico para determinar nuevos
espectros en la concepción comunicativa de la propagación energética y
comprobamos el Reiki a través del método. Captamos el flujo (electromagnético)
y notamos un incremento exponencial en los actos de impostación.
Llevamos la teoría de la Conciencia Colectiva a un sesenta y nueve
por ciento de probabilidad. Eso es un nueve por ciento más que la del Big
Bang.

75
Catyara The Cook Book

Capítulo Cuatro

Comentaronme los pájaros sobre las eras de la memoria, habrán de conocer


múltiples caminos y marcados tresillos en distintos acentos. El juicio rítmico
aplicado a la simple razón de vida, la pasión. ¿Osaré, enfermo, divagarlos?
¿Sabrán mis tímpanos reconocerla o caeré de bruma al altar?

Hablaronse sapiencias fidedignas respecto a la diversidad, trastornos y mariposas


las. Forjaronse, en medio destas, varas de cotejo que lucían ciertas. Perecieron
los arreglos esotéricos y meta-científicos, que dejaron silencios detrás y rellenos
en evidente anuencia creativa.

De ahí nace el Todo, aseveran. No vano intento de replicar claras soluciones


inmediatas al crescendo y la uniformidad me nace. Hinco dientes y recargo
municiones con la vista puesta al horizonte y la distancia; cientos menos yacen
post aula magna y recitados pareceres. Si de estar, presienten, ha estado siempre
ahí.

Creo ver dos realidades y en la segunda soy un asesino. Rodeados, viejos y


jóvenes postergados sin más. Son lo que dejamosle ser, silencios pedidos a punta
de cañón. Poner un cesto es flexionar barrotes y espantar fantasmas:
fervientemente recomiendo meditar a la noche y comer manzanas, entre otros
placeres. Y dase lujos el sabio de mente porque confía en Maradona y de
revolución pide nombres y doctrina. Se sabe completo a la hora de pensar y
responder y pasa por alma vieja a ojos de las siervas y sus extrañas (púbicas)
fijaciones. Imprudente haré de hablar de ahora en adelante. El mundo es una
penuria irremediablemente opaca y calurosa, ah, quizás se esté quemando el sol.

Bribones en disputas testimoniales confunden tiempos satsujin y olvidan a los


clasicistas que envuelvennos desde el principio. Seguros están de vencer contra
enemigos falsos pero no resisten girasoles de luz.
Hemos de enseñarles todo, incluso a ser pasionales. Explicaré motivos del ser
mundano y sus costumbres, que perpetúan su hacer a la silla y a la fast food,
perdidos entre direcciones opuestas y malos entendidos.

Solo lo esperado se escucha y comprende y desde entonces alejado estoy,


aprendiendo nuevos métodos, el impulso irrefrenable de gastar hasta la médula
en cada respiración, dormir pocas horas. Oír se vuelve un arte mítico encontrado
en pinturas rupestres y en Beethoven, encarnados recuerdos genéticos, puestas
de sol.

-Creo estar respondiendo las preguntas que hay que hacerse a uno mismo.

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Catyara The Cook Book

-Es subjetivísimo considerarse apto para tal epopeya. Cada ser es un


mundo cargado de espejismos y sub-realidades. Es incomprensible para el
individuo mismo.
-Incomprensible, sí, pero no del todo. Seguro es decir que los sueños nos
representan, que los celos existen y que la música es vital. Recuérdese a
sí mismo en los momentos, verá que logra conocerse.
-Me reconozco, pero sé quién soy a duras penas. Creo saber gustos y
variaciones pero no tengo certezas claras ni pistas ajenas. Se dice poco lo
que se piensa, también, por falta de reflexión. Aún no podemos
dilucidarnos.
-Es parte de la experiencia el no saber, atados estamos a los suelos
habitados y sus aguardientes. Poco sabemos del vecino que viene todos
los días en tren y del florista, e interesa en demasía la brecha de las clases
y la conversación frívola. Está el ser ligado a su condición, ignorarlo sería
agravarlo.
-Si de ignorancia se refiere deje el nicho abierto, somos todos ignorantes,
pero no trata sobre eso. Construir patrones exige un alto nivel de
abstracción, enfrentarse despedazado favorece contratiempos que chocan
con las cotidianeidades. Las personas tienen opiniones elevadas de sí
mismas, lo sabe.
-Dice entonces nada saber, como los griegos del colegio. Estándose
codeando con improvisaciones dictamina no merecer vanagloria alguna,
despegado de sí mismo. Premisa estar presente, de otra forma no sería
humano.

La flor puede ser también, ¿capaz de olerme? Quisiera contarle con palabras
simples que me gusta, que prefiero vivir con ella en el alfeizar con mis pasos
presenciados por su saber descomunal. La veo, exuberante, y me provoca
probarla.
Gustaría despertar en compañía de los tactos de sus pétalos, que hablara de
semillas y de polen, emociones que solo las flores pueden tener. Que confirmara
la existencia de los enanos de jardín. Quisiera que riera.

Todas las rosas recuerdo, las que aguijaron y las que no. Retorno a libertades
extraídas de la tierra: el olor a la montaña compactada; cuando reímos a caballo;
metegol y Hitchkok; la caña en Vientián; su katana en el piso; la paliza recibida
por la margarita milenaria entre los campos de arroz.

Me llamaron tigre derrotado y estuve camino al cielo de haber sido por la flor. La
luna esperaba tranquila a que decida refugiarme, el viento azotaba burdo y no
podía protegerla en esas condiciones.

77
Catyara The Cook Book

La helada avecinaba. Sus labios susurraban a mi oído que me mate, que no tenía
que vivir. Un solo. Día más. Pero las tapas cernían sobre la noche enredada aún
en especulaciones, vacía de amigables impulsos. ¿Sería la flor el encontronazo
flotando encima el piso?
Los latigazos ardían en mi espalda. Yací vencido por el razonamiento y decidí
parecerme a las praderas, quizás así encontraría una respuesta. Tramas que
fueron válidas hecho monte, cuando sentí la rotación y los sentidos acontecieron
en otras formas.
Devinieron instrucciones, sorprendentemente, y disipados fueron los temores
aunque no así las dudas. Ida, entonces, la presunción de ser pregunta y director
de orquesta, me consideré de la forma en la que soy. Encontré la pasión en el
movimiento de los hilos y en mis propios diseños. Por primera vez usé colcha de
tierra y dormí apacible bajo un cielo absolutamente viejo, vuelto preludio y sin
un tiempo establecido.
Vuelto una flor.

Intensely longed it was


You vanished in the rain
waited for no one, nor me

Burnt the sun and flesh


carved men of sea
taught me patience
Awaked in a storm
no god could witness
such bravery

Not a single piece of gold


brought you back
Evoke me no more
I’ll return to the sand
to wither alone
and be buried underneath the stars.

Extrañarte debe ser pasión, también. Ya especialista, recogí las hojas del otoño
terminado de caer. Llevó consigo jaurías de lobos hambrientos y preocupaciones
peores, dejándome solo con toda tierra blanca y temblores esporádicos, y vime
desternillado, solísimo y esperanzado. La barba me acariciaba las orejas y hacía
pasar de largo el frío como a Boateng, pobre muchacho.
Una por una cazaba ramas crujientes que aventurarían a calentarme a la noche,
debajo de la tetera holgada que me habían regalado por ahí. Adicto al té y a los

78
Catyara The Cook Book

cerezos blancos, pasé el invierno acunado por árboles, con la cabeza tapada en
nieve y blandiendo una fugaz yari.
Desmembradas, no, vencidas, acababan las cañas luego de los fatídicos
combates con mi maestro, la montaña. Afirmaba firme su peso, era difícil de
vencer. Bastante costó golpearlo sin insolencia o significado. Me enseñó artes de
supervivencia y comprensión y pude venerar el alma cultiva con tan solo pensar
en ello.
Conocí una música rarísima que seguí embriagado y así topé al hombre de las
tazas. Con sus bajos y permisos enseñó sobre arcilla al desencontrado vagabundo
que vestía aquellos días. Mostró sus coincidencias y vínculos con la tierra.
Hablamos sobre espadas y cortó la mía, dejando de souvenir una lanza y
moretones famélicos, que curó con medicinas poco creíbles y moretones nuevos.
Plantó semillas en bolas de barro y las esparció al voleo, sin más.
Como gorilas, corríamos durísimo y con facilidad el rastro perdíamos para luego
encontrarlo donde siempre, donde suponíamos que iba a estar, lejos de las
luciérnagas que nos perseguían por las huellas y los claros, adónde aún había
humanos y guirnaldas coloridas. Los corros vestían de gala por las noches y
esperaban ser vistos por crédulos, pero por nosotros no.

Trabajé para patrón ninguno excepto mí mismo, atendí las heridas de mi maestro
y sus guerras. La superficialidad de las personas me hizo un buraco en el corazón,
adonde suponía iba la espada. Vi mis ardores e internamente suspiré por
inexplicables oraciones que mostrasen menos de mis pasiones en las acciones de
los demás. Otro arduo trabajo, casi imposible.
Mi maestro gozó de inmunidad en mis momentos de inflexión. ¡Que valía ha de
tener, ah, procurar la lejanía estando tan cerca de la tierra y sus pobladores!
Explicarlo solo podría el tiempo y ante certeza tal acaecí, sin contar los segundos
o temores. A mi escaparon dichos motivos, por ya no ser hombre ni pez, ni
lúgubre luciérnaga flotando entre la niebla.

Era hora, sin embargo, de retornar a los cabales sueños geográficos y a la entrega
de saberes que había heredado de la montaña. Junté el coraje necesario para
volar por el suelo. Perdí palabras en presencia de la montaña, en aquel lejano
lugar de invierno: Vástago propio me había forjado entre yo y mi propia opinión
sobre mí mismo. Las ansias de soñolencia encontrábanse huidas y subí a uno de
esos botes de madera que lo arrastran a uno por las aguas y lo depositan en otro
lugar. Llámabase Barcaza, y funcionaba gracias a la voluntad de manos mucho
más laboriosas que las mías.
Intercambié rugidos y señas con el barquero, que contaba historias sobre una
familia que decía poseer sin ánimos de lucro y dónde encontrar situación similar.
Dijo, en su idioma, que las monedas importan, que transportan cosas necesarias,
y gestaba proporciones áuricas mientras; un palo de madera para acompañar las

79
Catyara The Cook Book

ondas propulsoras y también para espantar posibles polizontes. Encendimos


tabaco y le mostré lo que sabía yo de palos. Lo dejé impresionado por el uso de
los fuegos y modales.
Bajé de la Barcaza en videncia equívoca, convencido que habría nada menos que
glorias esperándome y vime envuelto en la única misión de la que no se puede
escapar: Cambiar el mundo. Habría podido reanudar mis mañas de juglar, pero
ya era tiempo de otras cosas y con los cambios llegaron los peros.

Corregí prontamente los caminos de los thai contaminados, dejando expuestas


las costas. Fue solo un error deductivo, como Edipo, que no lograba recordar y
de eso tratase el escenario, de las llamas impartidas por los plásticos caparazones
y las tonfas abanicadas en la lucha entre balas y razones, entre lobos y liebres.
Quizás poco elegante el relato de las grotescas reacciones que estipulamos tarde,
que nos avasallaron con su violencia y nos dejaron mudos y marchitos, sin
posibilidades. Preso fui en la tierra de los thai, pasada la explosión que luego
quiso ser revolución, era yo un monje en medio de espadachines y militares mal
camuflados que abatíanse por obediencia y retracción. Facciones separatistas
que esperaban traer orden al impuesto caos, según las visiones que se
ostentaban.
Los acólitos de paz que pasábamos a mediar fuimos señalados como traidores a
la burocracia tanto como las liebres de las flores. Pasé varias estaciones
aprendiendo de la falta de libertad y los barrotes, destruido en pensamiento pero
físicamente acabado y refinado, como un lienzo financiado por la intimidación.
Tuve que abrigarme con cuchillos, ser incompatible e insensato. Pasé penurias
varias pero también por libros y conocí el mundo de la tristeza y la
desintoxicación, logré acallar mis miedos. Mi cuerpo cambió como nunca antes lo
había hecho, yo parecía solo dirigir la orquesta.

Volviste por mí. Te leí y ahora no querés dejarme.


Encuentro pocas razones para darte un rastro, algo que puedas perseguir.
Porque vos también tenés tus formas. Querés dormir a mi lado para ya no
despertar y que nos enjuaguemos en tales sueños profundísimos. Sos demasiado
egoísta y me encanta. Quiero verte suspirar, arrancar cada uno de tus pétalos
sin preguntar si me querés porque no parás de repetirmeló, decís te quiero cada
cinco minutos.
Querés que pasee por tu cuarto y admire los dibujos y el hermoso francés
que te sale de los labios. El encaje te sienta perfecto y me pregunto que habrán
sabido los poetas de antes para poder llenar de letras las palabras, para contarle
a los ciegos de qué trata todo aquello de ser citado por las ninfas y las diosas, de
sentir aromas en tu piel y que me falte tanto aire. Pongo discos del recuerdo y
siempre hay una frase o dos que recitás para mimarnos; mi mejilla y tus dedos,

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Catyara The Cook Book

el sonido hipnótico de tu pecho, tu cintura hecha a mi medida, lo cerca que podés


estar.

Luego de caminar al sol por segunda vez, topé con otros ojos en tono miel
guardados tras una cuota de malicia y bravura. Caí herido y abrazado a tus
rodillas como Telémaco a las de Palas Atenea. Me enseñaste las artes de existir
con gracia, un nuevo nivel de sutilezas. Sabías desaparecer y lo hacías con
frecuencia, y quedaba yo con la boca llena de palabras aguardando a que decidas
dejarte ver, casi como en un juego de niños. Y querías oír sobre todas las cosas.

Pude presentarte a mi maestro, el que era de madera y tierra y agua, y


aprendimos sobre libertad, una que por primera vez no sabía a setas o navajas.
Fumamos tanto porro que ni siquiera contamos los días. Yo cargaba un pincel
mugriento con tintas hechas por caprichos y flores. Dijiste alguna vez que los
poemas son escritos por payasos y cantados por lobizones, y me llegaron tus
ideas por ósmosis, paseamos largo por la lisa alfombra que pisamos bajo el liso
techo con sombras lisas como las paredes y las páginas.
Me endureciste los pinceles a lo Pollock sin importar lo mucho que aseguré
no conseguirlo. Desde entonces recorro solo los recodos y recuerdos de los
últimos encuentros donde muda estabas por los lienzos que te citaban pero que
no te correspondían. Dijiste no ser vos la figura laxa ni tampoco la vibrante.
Dijiste que podía tocarte pero no verte ni mucho menos retratarte y creíste
necesitaba soledad.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Cinco

-¿Pensó en lo que va a decir?


-Claramente. Le haré una propuesta.
-¿Cuál?
-Viviremos juntos, usted y yo- esperó con la ceja levantada -. Si acepta.
-¡Claro que sí! Podré caminar desnudo por la casa. Y usted también.
-Cierto, yo lo hago todo el tiempo.

Rumean la noche, desgastan palabras en el rito autoreflexivo. Me da asco como


se visten, como caminan, como huelen en el bondi. Posadas en un pedazo de
pared sin zócalo, atentas y listas para huir ante la menor muestra de presión,
dispuestas a infestar lo que los demás crean. Cobardes. Con batas omnipresentes
y falso saber demagógico, dichos retráctiles y afán pedante de duda sin
introspección.

Caíram sobre nossas cabeças encontros encharcados de chuva, joelhos gelados


e marcas do céu temperado. Saudades no enchimento das trevas distantes
afastando se dos olhos pretos.

¿De dónde salen? Ah, de las entrañas de otra cucaracha inmunda tratada en cloro
pensada como un insecto menos del montón. Buscan la resurrección vasta en
falacias indecentes, necesitan libros (El Libro) para verse en la vanguardia de
algún proceso creativo, la poesía se les escurre de los dedos, fijan costumbres
guturales, ni siquiera saben hablar.

Se presto nesta cidade são relevantes as queixas e porras. Fale assim, meu
irmão, e se torna complexo numa corrente tempestuosa pronta a ser prosa e
arara branca.

¿Dejar de lado la grandilocuencia? Quisiera verlos lidiar con lo que hay en mi


cabeza. Las cucarachas no entienden lo que leen y mucho menos lo que abogan.
Son construcciones estipuladas del modelo, un clúster de mugre, se montan unas
a otras y tratan de ser las primeras en morder el veneno en la pastilla. Y temen
los reflejos como solo pueden temer los insectos de ojos disímiles con sus antenas
de modista recortadas. Temen, hesitan, su presencia se esparce brutalmente a
través de vicios. Implantan letras obscenas sobre vidrios con sus patas pegajosas,
brindan por la desgracia ajena.

-Hay que hacer todo dos veces.


-No reniegue, que a la noche no puede dormir.
Osciló con la cabeza.

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Catyara The Cook Book

-Cierto. Cierto también que no puso la cinta.


-Aquí está, mire.
Volvió a la carga.
-¿Hace cuánto que no ve una cinta?

Un calor tremendo el que emanan, ser a su lado es una virtud. Y el problema


está en compartir. No hay bolsillo que justifique la sensación de tener un freno
salivoso y supersticioso.
La luna también ha sido relegada, será su reflejo; la cobardía parte de las
cercadas tierras frías que no les dejan habitar. Miran el páramo con sus
caleidoscopios daltónicos, quedanse fijos, juegan a estar muertos, panza arriba,
enterrándose entre granos de arena en los pozos de la no-narración.

Emprestando caridade sobre as mais ferozes aristas apraze um halo que ri, e
embaixo da ponte, cantores de giz em guerra de punho e dente fazem seus filhos
compartilhar as últimas xícaras da nobreza. Um cálido abraço nas costas lembra
as velhas praias loiras, os morros e a braveza da galera que resolve ficar.

Conducidos por estrechos yugos en mosaicos van a tempo uno contra el otro,
balanceándose. Qué manera de desperdiciar la vida. Me sumerjo entre ellos para
emerger.
Ya no quiero verlos. No quiero hablarles y detesto acercar una mano con un
mísero cigarro lleno de lástima y enseñarles a lavarse el culo antes de los dientes
y todas esas cosas que uno se supone que tiene saber por ser una cucaracha
mugrienta pero refinada.

Indo para nenhum diferente lar, a morada tão bonita e a moça todavia mas.
Intenções que ficarem tranquilas depois da paçoca.

Los miro ahogarse con pocas ganas de rescatarlos de su ingenua manera de vivir,
asfixiados uno contra otro, cantando alguna insensatez escrita por veinticinco
imbéciles para el último hitazo del verano.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Seis

Domingo

Estaba parado en el semáforo y los vi venir. En total eran dos, si dejo de lado el
auto, que con éste serían tres. Yo estaba solo, con mi auto, cuando el sentido
arácnido me advirtió. Nosotros dos, el auto y yo, nos quedamos con poco por
hacer. Pensé en acelerar pero no tuve tiempo, además el cambio endurecería la
tracción y convenía que nos moviéramos con libertad. Pensé en vano en el freno,
en aferrarme, en escaparme. Dejé entonces que el impacto nos melle, que sea
el auto quien se lleve lo peor.
Luego del golpazo nos desplazamos como en un desfile hasta cruzar toda la ruta.
Yo, bien. El auto, también. Los tres, asustados y pidiendo directivas.
No sabía cómo venía la mano porque fue nuestra primera colisión. Hubo que
esperar a la policía y realizar una pesquisa, como en las películas. El auto guardó
silencio porque le dolía el culo.
Nos fuimos del lugar despacito, atentos a cualquier detalle que vaticinara otro
accidente. Yo que iba contento a entrenarme y el auto que pedía ser manejado
con precisión y todo al tacho por quedarme en el semáforo.

Esto nunca se lo dije a nadie, pero pude haber pasado antes. Cuando veníamos
doblando estaba en verde y de pronto se puso amarillo. Si hubiera querido, con
tan solo un poco de nafta habría cruzado la ruta y los tres pasaban de largo. El
precio que se paga por ser un buen ciudadano es insano, pero las experiencias
hay que vivirlas, de otro modo no tendrían sentido las teorías.

Lunes

A la comisaría. Rehuí siempre de cuarteles y oficiales y estoy convencido que si


existe un dolor se parece a la burocracia. Pasé toda la mañana sentado en un
banco revestido en mosaicos estilo español. Salí a fumar y me topó una cortina
de lluvia que había decidido cerciorarse que no pudiera irme, que firme y pague
y responda y dibuje, durante toda la mañana. Lo que me pareció peor es que
noté por primera vez haber vivido una mentira desde la infancia. Alguien se
encargó, hace mucho tiempo, de señalar que los troncos de los árboles son, en
efecto, marrones. Pero después de observar a varios de estos reparé en sus
colores (que son varios y no uno solo) y eran algunos blancos con vetas
marrones, otros marrones con vetas blancas y otros marrones con vetas
marrones. No es la palabra marrón la que me inquieta sino el color en sí, que no
se parece al marrón acrílico ni a las acuarelas ni al del grafito, etc. O sea, el que
inventó el marrón no debe haber estado tratando de emular un color real si no

84
Catyara The Cook Book

una símil apreciación suya, una especie de mentira piadosa, porque, en realidad,
no creo que nadie sepa cómo luce el marrón.

Miércoles

Me duele un montón el culo. Encima me llevaron a ver a los inspectores


nosecuanto que se pusieron a sacar fotos.

Jueves

El mecánico dice que va a salir barato. No le creo, seguro termina siendo un ojo
de la cara. Tengo unos tembleques que me hacen ver como un idiota. No puedo
andar derecho. Y me doy cuenta porque la gente ahora parece verme y podría
jurar que saben que me siento achacado. No quisiera ponerme paranoico, pero
me duele la frente y me cuesta respirar, como si hubiera olvidado prender el
piloto automático del corazón. Si lo dejo solo por un rato se acelera y si me relajo
demasiado no me llega aire, dos segundos y lo siento. Una especie de succión
instintiva.

Viernes

Me fui de vacaciones. No pienso más. Estuve esperando el avión tres horas,


supuestamente se atrasaron los vuelos por clima. Decían que caerían valles o
algo por el estilo.
Eso no es clima, caballeros.

Sábado

O Sabatum, según el gordo de petete. Dejé todo arreglado. Me fui y se acabaron


las responsabilidades, la pintura, el fútbol, mi vieja y la impresentable que me
paga las cuentas. No más papeles en la mesa ni dolores de cabeza ni
remordimientos. Se hizo justicia conforme a la azarosa desventura.

Martes

Perdidos mis estribos y en nombre de la paz, retorné a ningún lado, a la capital,


a deshacerme los secretos.
Bankok supo contenerme y acertarme. Asustado, forzó mi deserción a los hábitos
vagabundos; luché por mi vida en medio de balazos y litros de café. El calor era
insoportable y la electricidad, con vida propia, tomábase descansos; mi toga
cubierta de sangre, la astuta muerte de Momoko, meses durísimos de fraternidad
como bien preciado. Pensamos que acabaría ahí, en esas calles angostas donde

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Catyara The Cook Book

apenas cabía un tanque de guerra o un camión y temblaban los techos


hamacando candelabros.
Mi salida se volvió inminente luego del ataque al monasterio. Nos ataron de pies
y brazos y nos golpearon hasta desfallecer. Sin conocer muchos detalles fui
arrojado a una celda a pagar por crímenes que no cometí, a verme obligado a
cometerlos para sobrevivir, a volverme una historia de miedo para la posteridad.
Mi libertad fue puesta por el arte, la ciencia y la ayuda de la familia, que apenas
dieron cuenta de la situación hicieron todo a su alcance para poder traerme de
vuelta, con los huesos rotos y la promesa de volver jamás. Pero entonces hablaba
tailandés y estrechaba manos con las mafias de la cárcel.
Ya en mi tierra, me envolví en un proyecto propuesto por mi bella Dulcinea,
donde sería analizado en base a mis características de persona culta y ser
humano fortachón. Comí montones de fruta como nunca antes, ni después,
durante los siguientes viajes. Tuve tiempo de meditación con respecto a la
Revuelta, que parecía hacerse guerra de a ratitos cuando eran todos contra
todos. El mundo se fijó estancado y esperaba salvataje. Y de pronto Europa era
blanco de desterrados, cuando decidió el planeta ponerle fin a la esperanza
absurda de hermandad. Tiraron blancos contra blancos y negros contra negros y
yo de lejos mejorando la pastilla que traería el futuro cerca, al alcance de la
mano, para poder dormir tranquilo de una vez.

Supe, más tarde, que el verde se deja detrás al alcanzar el nagare. Es


simplemente moverse, cambiar de un estado al siguiente. En probabilística, las
chances aumentan cada vez que uno cambia de lugar o se toma una decisión o
se da un paso. Nagare es fluir, hacer por hacer, el amarillo que debió ser
escuchado. Si me encuentro achacado es por no haberle hecho caso a la suerte.

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Catyara The Cook Book

Capítulo Siete

Estas memorias son prueba de ello. Ahora caen los imperios que creíanse ajenos
al mundo y todo lo que somos en conjunto. Volví a visitar los templos de los thai
y no quedaban armas explicando las razones de los ricos. En Japón, las manos
se voltearon a los campos y crecieron frutos de los golpes. Vi pasarle lista a los
que faltaban en las líneas y atestigüé la caída de la pantalla y el patrón.
Cayeron muchas cosas en aquellos días. Tardé bastante en recuperar el cuaderno
olvidado en los estantes de la psicóloga. Se lo pedí al teléfono y sugirió un
encuentro en su casa para devolvermeló. Llegué con dudas que se fueron al
primer sorbo de té y después del respectivo cigarrillo. Karen dijo que me
admiraba, que esperaba verme pronto pero no antes de viajar, que su casa
estaría sucia un par de meses y que no le molestaba. Dijo creer en nada más, ni
en sus propias distinciones.
Pasamos una tarde extraña, fue la primera vez que me senté a oírla. Hablamos
sobre sus hijos, que eran cuatro o seis, contando gatos y perros.
Leyó frente mío algunas frases que salieron de mis puños cuando nos conocimos
e hizo alardes de estudiante, que aprender había aprendido y que estaba
mejorando. ¿Qué hacer con la simpatía y las palabras de aliento? No lo sé, no
pensé que llegaría tan lejos.

Reacción
kaze
me agacho
respiro

Nagare
el verdadero camino
es
un soplo de viento

Las primeras personas en probar el Modafinil fueron quienes más lo necesitaban


y el cambió fue grandísimo. A la revolución de Bankok le siguieron otras, todas
fomentadas por la mente despejada y el arte en creación. La pastilla salió al
mercado y a las dos semanas desapareció la censura, el gobierno y el dinero le
siguieron. Fueron descartados casi todos los proyectos de los que se valían los
sistemas para funcionar.
Conté la historia de mis días y hubo gente que creyó en mis palabras, que vio
mis cuadros y quiso preguntarse porqué. Mi generación fue la primera de
muchas, la verdadera vanguardia que no puede pasar de moda porque la moda
será la vanguardia. Sin copias fieles ni derechos de autor.

87
Catyara The Cook Book

Sé que suena redundante, quizás, una tan larga explicación de los procesos que
pasa un artista que tiene la suerte de ser parte de algo gigantesco y pretende
(con alto suceso) ser uno más del montón.
Al final, volví a jugar al fútbol y me contenté con pasar la pelota. Ya no entiendo
tanto de las cosas como solía hacerlo, el mundo ha cambiado desde entonces y
como todo lo viejo camino ahora obsoleto y en paz. Veo brillos en los ojos en las
esquinas y casi que me dan ganas de ponerme un carrito con ruedas para ir
saludando viejitos por la calle. Espero, la recopilación haya sido de su agrado.

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Catyara The Cook Book

Final Alternativo

Las primeras personas en probar el Modafinil fueron quienes más lo necesitaban


y el cambió fue grandísimo. A la revolución de Bankok le siguieron otras, todas
fomentadas por la mente despejada y el arte en creación. La pastilla salió al
mercado y a las dos semanas desapareció la censura, el gobierno y el dinero le
siguieron. Fueron descartados casi todos los proyectos de los que se valían los
sistemas para funcionar.
Conté la historia de mis días y hubo gente que creyó en mis palabras, que vio
mis cuadros y quiso preguntarse porqué. Mi generación fue la primera de
muchas, la verdadera vanguardia que no puede pasar de moda porque la moda
será la vanguardia. Sin copias fieles ni derechos de autor.
Sé que suena redundante, quizás, una tan larga explicación de los procesos que
pasa un artista que tiene la suerte de ser parte de algo gigantesco y pretende
(con alto suceso) ser uno más del montón.
Al final, volví a jugar al fútbol y me contenté con pasar la pelota. Ya no entiendo
tanto de las cosas como solía hacerlo, el mundo ha cambiado desde entonces y
como todo lo viejo camino ahora obsoleto y en paz. Veo brillos en los ojos en las
esquinas y casi que me dan ganas de ponerme un carrito con ruedas para ir
saludando viejitos por la calle. Espero, la recopilación haya sido de su agrado.

FIN

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