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Enzo del Búfalo (1997)

El Sujeto Encadenado
Estado y mercado en la genealogía del individuo social
Caracas: UCV, pp. 50-54 (Fragmento Cap. 1)

El Estado frente al individuo


Para el hombre moderno, el Estado es parte de su realidad cotidiana, a él se debe enfrentar
como ciudadano para someterse a sus leyes o para reclamar sus derechos. Una inmensa
cantidad de discursos evocan a cada rato su existencia. Con frecuencia, denominaciones tales
como Estado democrático, Estado nacional, Estado socialista, Estado empresario, Estado de
derecho, entre muchas otras, muestran distintas facetas de este ente de cuya existencia nadie
duda. Sin embargo, apenas se formula la pregunta ¿qué es el Estado? Esa evidencia se esfuma en
una multiplicidad de cosas diferentes: gobierno, régimen político, leyes, instituciones públicas,
territorio, población, sistemas económicos y muchas otras que componen la sociedad. Y lo
que parece entonces evidente es que ei. Estado no se agota en ninguna de ellas ni en todas ellas
juntas, pues está claro que el concepto de Estado no es idéntico al de sociedad. Todo esto hace
sumamente complejo precisar las características esenciales y dar una definición general de
Estado.

Los linderos entre aquello que constituye el Estado y el resto del orden social, son
difíciles de establecer. Hay organizaciones e instituciones que están claramente excluidas del
Estado, tales como las familias, las empresas, las asociaciones de vecinos, las escuelas, los
clubes deportivos privados que pertenecen más bien al ámbito de lo que se denomina sociedad
civil y que incluye todo aquello que no es Estado. La sociedad civil es lo que queda del orden
social moderno cuando le restamos el Estado. Hay, sin embargo, otras organizaciones e
instituciones que tienen un status ambiguo en esta división entre Estado y sociedad civil. Los
partidos políticos, por ejemplo, son asociaciones que tienen un claro origen en la sociedad civil
pero con frecuencia se convierten en parte integrante de la organización estatal. En casos
extremos un partido se identifica con el Estado como los partidos comunistas en el poder, el
partido nacional socialista en el Tercer Reich o incluso el PRI en el México actual. Por otra
parte, las empresas, escuelas, hospitales públicos son organizaciones del Estado que desarrollan
actividades en el ámbito de la sociedad civil.

Si nos olvidamos por el momento de esta dificultad y tratamos de identificarla distinción


básica entre aquello que denominamos Estado y el resto del tejido social, es decir, la sociedad
civil, aparece inmediatamente la diferencia entre lo público y lo privado. El Estado es el
conjunto de instituciones y funciones que están siempre motivadas por el interés público,
entendiendo por público aquello que concierne a la comunidad como un todo sin diferencia de
partes. Mientras que las instituciones y organizaciones de la sociedad civil siempre están
motivadas por un interés privado, entendiendo por privado aquello que concierne a una parte de
la comunidad con exclusión del resto. En otras palabras, la comunidad se realiza como tal en lo
público, en cambio, en lo privado aparece como aquello que es excluido, como el límite exterior
que condiciona la esfera de soberanía individual. El Estado es, pues, siempre el lugar donde la
comunidad se manifiesta, donde -como dice Maquiavelo- la multitud se constituye en sociedad,
donde -según Rousseau- se expresa la voluntad general o sea el lugar donde la soberanía natural
del individuo cesa o se transforma dialécticamente.

El Estado es, pues, la negación de lo privado en su doble acepción de individual y de


excluyente. Negación esta que hace posible la comunidad. Pero esta división de la sociedad en
Estado y sociedad civil y su respectiva justificación o explicación teóricas son divisiones
propias de la sociedad moderna, es decir, de la sociedad contemporánea tal como emergió del
feudalismo medieval europeo. Los conceptos de Estado, sociedad civil, público y privado,
soberanía nacional, expresan ideas estrictamente asociadas a esta realidad. Incluso las palabras
que expresan los primeros dos conceptos son ellas también modernas en su utilización. En
particular, la palabra Estado es utilizada por primera vez por Maquiavelo1 para indicarla
articulación de fuerzas sociales que configuran un ámbito específico de soberanía social separado
del orden teocrático medieval y que se extiende más allá de la persona del príncipe. Una palabra
que indica una realidad distinta a la mera constitución despótica del orden social. El soberano
sigue siendo un príncipe, pero éste ya no es el único individuo de derecho, sino uno entre otros
muchos el cual, apropiándose precisamente del Estado, personifica la soberanía social. En otras
palabras, la soberanía como potencia de la sociedad ya no se concibe como un atributo
natural del cuerpo del déspota representado por un dios o un hombre divinizado cuyo
cuerpo se extiende a todo el cuerpo social. En este sentido, el Estado es la soberanía social
apropiable por un individuo en una sociedad de individuos soberanos. De ahí que la
famosísima frase de Luis XIV: «L'etat c'est moi», sea recordada más como una boutade que
como una afirmación de principio. El auténtico déspota de antaño simplemente hubiera dicho
moi y todos hubieran entendido que era la potencia social que hablaba, esa potencia que en
tiempos más antiguos encarnaba el dios o el fetiche. Por lo tanto, si nos atenemos al
significado que le otorgó el contexto social en el momento histórico en que surgió la palabra
Estado, debemos concluir que tan sólo existe Estado en una sociedad de individuos soberanos,
aunque estos individuos estén sometidos a un régimen autoritario o totalitario. La historia del
Estado moderno es también la historia de la constitución de esta soberanía del individuo, como
mostraremos más adelante.

En propiedad, pues, el Estado nace con la sociedad moderna y es producto de las prácticas
sociales que la configuran. De ahí la dificultad que encuentran siempre los estudiosos cuando
quieren generalizar el concepto de Estado a otras sociedades aplicándolo en forma mecánica.
Esto es, definiendo el concepto por algunos de sus elementos institucionales más
importantes para luego identificar la presencia de un Estado en todas aquellas sociedades
donde aparecen tales rasgos. Este método aparece adecuado para poder diferenciar entre
sociedades sin Estado o primitivas y sociedades con Estado. Sin duda que resulta necesario
distinguir, por una parte, a las sociedades como las del antiguo Egipto, Babilonia, China, los
imperios Inca y Azteca, Grecia y Roma, la Europa medieval y, por la otra, a esas sociedades
actuales, llamadas tradicionales como la de los Yanomami o los aborígenes australianos, o
aquellas que existieron en todas partes antes de la aparición de las ciudades. Entre unas y
otras hay una profunda fractura determinada por la presencia en las primeras de una
jerarquía abstracta de poder que no existe en las segundas. Por eso, a menudo nos
encontramos con expresiones tales como el Estado babilonio, el Estado griego, el Estado
romano o el Estado medieval. Si embargo, ninguno de estos Estados reúne todos los rasgos
formales del Estado actual. De ahí el frecuente desacuerdo de los estudiosos, que suelen
enfocar el tema desde el punto de vista jurídico formal. Unos llegan a negarla existencia de un
verdadero Estado en algunas de esas sociedades, basándose en la ausencia de esta o aquella
institución; otros,, al atribuir a esas mismas sociedades un Estado, quieren destacar la
existencia en ellas de un orden mucho más parecido al nuestro que al de las llamadas sociedades
primitivas.
Para superar el callejón sin salida al que inevitablemente conduce el enfoque formalista de
la filosofía política, es necesario trascender el discurso tradicional. Esa jerarquía abstracta de
poder -común a todas las sociedades que definimos como sociedades con Estado- tan sólo es
detectable directamente mediante el análisis genealógico, el cual pone en evidencia el origen del
Estado en sus rasgos funcionales, el modo específico de cohesionar la sociedad, sin tener que
recurrir a una clasificación según sus instituciones específicas que varían fuertemente de un tipo

1
H. Heller. Teoría del Estado, Fondo de Cultura Económica. México, 1942, p. 145: Romero J. L. Maquiavelo
Historiador, Ediciones Signos. Buenos Aires, 1970, p. 74; Cassirer, E. El mito del Estado. Fondo de Cultura
Económica. México, 1947, p. 183; Albertoni, E. A. Historia de las doctrinas políticas italianas. Fondo de Cultura
Económica. México, 198.6, p. 125.
de sociedad a otra. Desde la perspectiva genealógica toda sociedad que tenga una cohesión
social despótica, aunque el déspota personal esté ausente, es una sociedad con Estado. Sin
embargo, si se quiere mantener el sentido estricto del término Estado, este sólo es aplicable a
sociedades como la moderna donde las prácticas sociales despóticas se entrecruzan con las
prácticas sociales mercantiles que producen la figura del individuo soberano. En sentido estricto,
podemos aceptar la tesis según la cual en ciertas sociedades despóticas antiguas no existía el
Estado. Hablando con toda propiedad, los griegos tenían a la polis, los romanos a la res
publica, regnum, imperium o civitas. Palabras que se traducen libremente con Estado, pero
que, por lo dicho anteriormente, ninguna tiene su significado exacto, aunque sí algunos de sus
rasgos. Así por ejemplo, todas incluyen la idea de gobierno, algunas la. idea de territorio y
población (polis, civitas, regnum e imperium), una de ellas (res publica) la diferencia entre
público y privado, pero ninguna con tiene la idea de individuo soberano implícita en la idea de
Estado moderno. El único rasgo distintivo común a todos los Estados parecería ser el gobierno,
pero éste, en tanto que actividad administrativa y reguladora de la comunidad, lo encontramos
también en las sociedades primitivas sin Estado.

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