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Guiomar Pardo Fernández de Bobadilla

EL PISO DE ARRIBA

El run run del ventilador que solía arrullar sus siestas veraniegas encrespó aun
más su ánimo.

No debería haber ido, la verdad es que ella nunca había creído en esas cosas,
nadie podía prever el destino, nadie. Dio una vuelta más en la cama y recolocó por
enésima vez la almohada.

Luz, su amiga de la infancia había estado acosándola para que la acompañara


a visitar a una pitonisa rumana que estaba de paso por Madrid con motivo de un
congreso de astrología y ocultismo. Finalmente y como casi siempre, dió su brazo a
torcer y cedió a asistir con ella.

- Yo me quitare la alianza y en vez de mi bolso de Prada llevaré esta mochila


de tela, ¿Qué te parecen estos vaqueros?, ¿tengo pinta de estudiante? –
preguntó Luz.
- Hombre ¡con 15 años menos quizá!.
- Ja ja ja!

Luz, a pesar de sus innumerables visitas a esteticistas, cirujanos, masajistas,


quiroprácticos y demás magos de la eterna juventud no podía negar ni uno solo
de los 44 otoños que la atormentaban.

- Y tu, mujer, disfrázate un poco. Al menos depílate esas escarpias y haz algo
con tus uñas, ¡y por Dios, ese pelo!, desde luego con esas pintas no hace
falta ser adivino para saber que no tienes pareja.
La venganza es dulce.

Decidieron ir andando a la calle Carretas, el sudor y el tufillo que sin duda


emanarían tras la larga caminata bajo el sol de agosto colaboraría en la operación
camuflaje, por no hablar del ostentoso Mercedes de Luz que daría mas el cante que el
bolso de Prada.
Desde luego, el entorno estaba logrado ¿Cómo habría preparado esa mujer
semejante ambientación con tan solo un par de días en Madrid?. El recibidor estaba
alumbrado con la luz mortecina que le conferían unos candiles de aceite dispuestos
estratégicamente en cada una de las tres esquinas, pues era un habitáculo triangular,
en el centro del mismo un enorme Buda atestado de mustias ofrendas florales les
sonreía socarronamente.

- Hola, soy Azabache, bonito ¿verdad?, vosotras debéis ser Luz y Vega.

Vega sonrió tímidamente preguntándose como una rumana podía llamarse


Azabache y hablar tan perfectamente el castellano, sin pizca de acento.

- Acompañadme.

Atravesaron los estrechos pasillos flanqueados por una docena de oxidadas


armaduras provistas de sus respectivos escudos y sus correspondientes lanzas que
contrastaban visiblemente con los desvencijados caballeros sin rostro que las asían.

A pesar de ser las 12 y media de la mañana, Vega recordó la última película de


Amenabar, aquella en que dos niños no podían ver un rayo de sol debido a la
enfermedad que padecían, ¿habría contraído Azabache aquella extraña dolencia?

Arribaron a una minúscula salita ubicada al final del enorme pasillo iluminada
por un único candil idéntico a los de la entrada. La habitación estaba completamente
vacía a excepción de una alfombra de seda ámbar de deshilachados flecos atiborrada
de desdibujados jeroglíficos perfilados al parecer con tizas plateadas.

Azabache, acomodó su opulento trasero en el suelo, apoyando la joroba contra


una de las paredes. Levantó una tablilla suelta de la tarima extrayendo del hueco tres
canicas azules.

.- Sentaos – Ordenó.

Luz y Vega se encaminaron hacia ella con la intención de cumplir su mandato.

- Cada una en una pared – Sentenció con su voz autoritaria al tiempo que les
alargaba sendas canicas.
Vega, cogió apresuradamente la suya acomodándose en la pared opuesta a
Azabache, cuanto más lejos, mejor, pensó. Luz lo hizo con más parsimonia a su
derecha. Mientras tomaban lugar, la pitonisa lanzaba un estruendoso grito adquiriendo
un níveo color a la vez que rascaba las negras paredes con sus aún más negras uñas
aumentando progresivamente el número de desconchones.

- Salid de aquí inmediatamente! – vociferaba

Inesperadamente sufrió un repentino desmayo y tendida sobre el suelo murmuro:

- Me dirijo a ti…la soltera…el piso de arriba… muerte… el vecino…peligro!

Al terminar estas palabras volvió a sus sacudidas epilépticas con más ahínco.
Vega se aproximo a ella con el fin de asistirla, pero Azabache le propinó una
desconsiderada patada. Cuando Vega se quiso dar cuenta, Luz se hallaba junto al
Buda con la mano en el pomo de salida, gimiendo. Corrió a su vez como alma que
lleva el diablo y ambas salieron apresuradamente del siniestro piso.

- He olvidado la mochila – apuntó Luz entre sollozos entrecortados


- Pues yo no pienso volver a entrar en ese escenario macabro, olvídalo!
- Da igual, solo llevaba algo de calderilla y las gafas de H&M.

Decidieron parar un taxi pues no estaban de humor para soportar el caminillo


de vuelta, ya habían tendido suficiente sofocón. Ya en el interior del taxi Vega
contemplo atónita la canica.

- Mira, está negra – observo


- Pero si era azul, juraría que era azul! – dijo horrorizada Luz
- a ver la tuya!

Luz saco con dificultad la canica de sus ajustados vaqueros comprobando que,
en efecto, era azul.

- Quizá un efecto óptico, con lo oscuro que estaba todo – aventuró Vega con
escasa convicción.
- Quizá – murmuro Luz - Pero ¿como ha podido saber que yo estaba
casada? No llevo alianza y que yo sepa no esta escrito en ninguna parte de
mi anatomía.
- Luz, no desvaríes, no ha dicho nada acerca de tu estado civil – apuntó
Vega sabiendo perfectamente a que se refería su amiga.
- Pero Vega!, no has oído que ha hecho su advertencia a la soltera, esta
claro, si tu eres la soltera, yo …

Vega decidió no discutir pues reconocía que ella también estaba impresionada,
no había comentado con nadie los extraños ruidos que le inquietaban desde hace
exactamente 3 noches y que curiosamente del piso de arriba.

Llegaron a casa de Vega en el más absoluto silencio únicamente interrumpido


por el rugido del taxista al increpar a un despistado motorista.

- Son 4.50 – la voz del taxista saco a Vega del ensimismamiento.


- ¿Continúas a tu casa o te quedas a comer?
- Quita, quita – rió Luz – paso de conocer al Aníbal el caníbal que seguro
tienes por vecino, bastante tengo con el mío, si, el guarro ese que sacude el
mantel hasta con los nervios del filete uf! Que asco, te aseguro que Pilar
limpia cada media hora el alfeizar de la ventana. Déjame algo.

Vega le tendió un billete de 20 riendo y agradeciendo que Luz con lo que era le
restara algo de hierro al asunto.

No había podido ni hincarle el diente a la ensalada que tenia ese día por menú,
entre la falta de apetito que le producía su preocupación, lo pocha que estaba y los 4
días a régimen estricto de ensaladas y te verde, tampoco era de extrañar.

Maldita adivina – farfullo mientras subía una velocidad el ventilador y decidía


esmaltarse las uñas, esta actividad le resultaba siempre muy relajante. Aguzó una vez
mas el oído, nada. De día nunca se escuchaba nada, como debería de ser, pues el
piso había quedado vacío tras la última ventolera de Mario y Adriana en la que habían
abandonado la ciudad y sus respectivas profesiones de medicina para dedicarse al
cultivo del champiñón en Asturias.

Habían decidido con muy buen juicio, no quemar las naves, pedir una
excedencia y no realquilar su pisito de renta antigua en espera de lo que les deparara
su última aventura.

En los cinco años que llevaba viviendo en el edificio, Adriana y Mario habían
abandonado y retomado alternativamente la medicina por lo menos en dos ocasiones,
si bien ésta era la primera vez que lo hacían simultáneamente y a la tercera va la
vencida.

Cuando terminó su manicura decidió ir a marear un poco a la FNAC, comprar


un libro de bolsillo y romper definitivamente el régimen veraniego dándose un atracón
en algún italiano que tuviera el aire acondicionado a todo meter. Llamaría a Merche
para no cenar sola. Merche vivía solo dos calles más arriba y siempre estaba
dispuesta para una opípara cena, sobre todo si, como en este caso, corría a las
costillas de Vega.

Vega no comentó con Merche el incidente de la bruja, ni por supuesto, los


misteriosos ruidos. En cambio se divirtieron poniendo verde al hipocondríaco novio de
Merche, cuyo última adquisición a plazos de 100 EUR habían sido los veinte tomos de
la biblioteca austral de la salud, todo un indispensable, un "must have" como decía
Luz, la amiga más "fashion" a la que también se encargaron de poner a caldo.

- Cada vez se parece más a Yola Berrocal.

- Por qué lo dices, ¿por las tetas o los labios?

- No, por el cerebro de besugo.

- Por cierto, ¿sigue con su manía ocultista?

Vega asintió pensativa. Quizá todo fuese una broma de Luz, pues Merche y ella
se habían divertido de lo lindo mofándose de los tres kilos de silicona de sus tetas que
flotaban ostentosamente en la piscina de la Dehesa desafiando toda ley y lógica
conocida.

Más satisfecha y tranquila Vega se despidió de Merche tras acompañarla al


portal y encaminó sus pasos hacia la tienda china de la esquina. Afortunadamente, los
chinos eran los únicos capaces de expenderle una botella de vodka a las 2 de la
madrugada tras la especie de ley seca que se había impuesto en Madrid a
consecuencia del estruendoso fenómeno botellón.
Botella en ristre Vega se dispuso a disfrutar de una velada acompañada del
más aburrido libro de Milán Kundera.

Mientras preparaba unas palomitas en el microondas creyó oír unos pasos en


el piso arriba, apagó rápidamente el horno, las palomitas seguían estallando en su
interior.

Pof, pof, pof.

No, no oía nada más, volvió a poner en funcionamiento el horno riendo de su


paranoia.

Iba por la primera página y el cuarto vodka cuando volvió a oír unos pasos
lentos y amortiguados. No cabía duda, alguien caminaba sobre la tarima del piso
superior; a continuación se escuchó el arrastre de algo pesado en dirección al baño,
Vega con el corazón a mil por hora siguió el ruido levantándose asustada del sillón.

Una risa, si era una risa, macabra, sorda, terrible, ahora una carcajada.

Vega no podía más. Taquicardica perdida descolgó el teléfono del pasillo con la
esperanza de poder hablar con alguien, el aparato permanecía mudo, al tiempo que se
apagaban todas las luces.

Se asomó por la ventana. Las farolas de la calle aportaban la suficiente luz


para que Vega pudiera contemplar proyectada en la pared frontal a su edificio la figura
de un hombre calvo, en el piso de arriba que provisto de una gran guadaña se
aproximaba a una mujer sentada de espaldas a él y maniatada.

En ese instante se desmayó y cayó estruendosamente al suelo.

Los rayos del primer sol se filtraban por la persiana de madera, uno de ellos fue
a dar a los ojos de Vega sacándola de su aturdimiento. Contempló la botella de vodka
medio vacía recordando vagamente los sucesos de la anterior noche, estaba claro,
todo había sido producto de la sobredosis de alcohol.

Menuda resaca, tenía doloridos músculos que ni siquiera sabía que existían, se
preparó un Alkaselzer con agua mineral y puso en funcionamiento la cafetera.
Acudiría a comisaría, algo extraño sucedía en el piso de arriba y no estaba
dispuesta a pasar otra noche como la de anterior, no comentaría nada de de la
pitonisa, necesitaba que la tomaran en serio.

Se embutió un vestido de lino, se calzó unas alpargatas y atusándose la


melena se precipitó hacia el ascensor olvidando la cafetera encendida.

¡Lo que faltaba!

El vecino de la planta baja que tenía la única ocupación de inmiscuirse en la


vida de todo bicho viviente, la esperaba amenazadoramente en el repecho del
ascensor. Vega abrió de sopetón la puerta del mismo y dio unos rápidos pasos al
tiempo que sacudía la cabeza en señal de saludo con la esperanza de liberarse de la
verborrea de don Claudio.

Don Claudio no se dió por aludido.

-¿Dónde vas con tanta prisa?

-Precisamente, con prisa, don Claudio, no me puedo entretener.

-Vega, corazón, si es domingo, ¿no puedes tomarte la vida con más calma?
Morirás joven con este estrés.

-Adiós! - gritó ya a tres metros de la puerta de salida - ya hablaremos.

-Pero Vega, espera, no te he contado lo de Adriana - vociferó aún más fuerte


don Claudio.

Al oír el nombre de la vecina de arriba, propietaria de la casa de sus tormentos,


Vega paró en seco. El viejo cotilla se dirigió hacia ella apresuradamente para no darle
tiempo a arrepentirse.

-Pues si, Vega, a Adriana no se le ha ocurrido mejor idea que dejar su precioso
piso al amigo de un amigo, bueno, ya sabes cómo es eso....el caso es que el tipo tenía
que filmar un corto de bajo presupuesto, si, algo tipo Hitchcock.
Vega suspiro aliviada y se encaminó nuevamente a la salida.

-Vega, no he terminado de contarte, pues resulta que el piso está hecho un


desastre. Las paredes salpicadas de pintura roja, las alfombras llenas de manchas
alquitranosas. Todos los muebles apilados en la terraza, los preciosos sillones
deslucidos de tanto sol, las lámparas...

Vega dejó a don Claudio recreándose en los innumerables desperfectos y


silbando salió por la puerta, hacía un día estupendo.

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