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4.

La ciudad medieval

Así pues, la Edad Media “se movía desde el campo” porque en el campo actuaba

una forma de propiedad que extendía también al ambiente urbano aquella

connotación “natural” que estaba en vigor en el ámbito del feudo. Pero este

movimiento, que tuvo su origen en el campo, se volcará sobre sí mismo.

El desarrollo urbano medieval tendrá como consecuencia característica la subordinación

del campo a la ciudad y el desplazamiento de lo que nuestros autores

llaman “el punto de partida” de nuevos desarrollos de la historia social. Marx y

Engels distinguen dos tipos de ciudad medieval: las ciudades tradicionales, con su

historia, y las ciudades nuevas que nacen y se extienden sobre todo gracias a la

afluencia de los ex-campesinos siervos. En este tipo de ciudad se asientan los

fundamentos de una nueva ordenación de la estratificación social y de importantes

transformaciones políticas. “De los siervos de la gleba de la Edad Media surge el

pueblo llano de las primeras ciudades: de este pueblo llano saldrán los primeros

elementos de la burguesía”16.

La fuerza económica de este nuevo grupo social residía originariamente en la

posesión de un instrumento de trabajo individual y en las capacidades propias de

trabajo. Es una fuerza económica natural, en el sentido literal del término, que se

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organiza y se refuerza a través del asociacionismo, impulsada por un conjunto de

condiciones económicas y políticas internas y, en buena medida, externas a la

ciudad. Gracias a la expansión de esta fuerza social la ciudad usurpará el poder

aristocrático y dará origen a una nueva organización política: el municipio. El

esquema topográfico tripartito de la ciudad antigua, con todas las fricciones que

existían entre sus componentes, socialmente muy heterogéneos, se modifica muy

lentamente. Con el desarrollo comunal se acentuarán -con las implicaciones

políticas antidemocráticas que le son connaturales- las subdivisiones entre urbs,

suburbium (por contaminación con el germánico Burg se habla de suburbio) y

campo. Incluso la historiografía contemporánea no marxista no duda en subrayar

los elementos aristocráticos y de naturaleza oligárquica que se encuentran en la

constitución comunal originaria.


Hay que buscar las raíces de esta dificultad para instaurar una política urbana

plenamente democrática en la heterogeneidad de la composición de clase de la

población ciudadana y, específicamente, en la diferente influencia política (y

económica) de los distintos grupos sociales. Los burgueses quedaron absorbidos

por la ciudad, son los cives mediani que participan en el gobierno urbano, al lado

de los cives maiores (nobleza menor asentada en la ciudad, propietarios

inmobiliarios y rentistas) y de los nouveaux riches burgueses que, con su dinero,

adquieren tierras y títulos nobiliarios. A éstos debemos añadir el pueblo, si bien en

un plano de relativa paridad política. El pueblo, heterogéneamente compuesto

(artesanos, mercaderes, obreros, jornaleros) tiene derechos políticos y participa en

la vida pública.

Estos grupos sociales tan diferentes están unidos por un hecho político

importante, son “ciudadanos” porque participaron conjuntamente en la lucha

contra el comes, el señor feudal, y conjuntamente defienden el fruto de esta

victoriosa batalla. A los “ciudadanos” se contraponen, no siempre violentamente,

otros grupos sociales de distinta consistencia, esencialmente faltos de derechos

políticos, aunque no se les considere esclavos en la ciudad comunal; parece difícil,

no obstante, afirmar que eran sólo formalmente libres: constituyen el pu

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cada miembro”17. Una interpretación muy aguda y consecuente, pero reductora,

puesto que omite deliberadamente elementos importantes para la comprensión de

los orígenes de este tipo histórico de ciudad y los aspectos que la contraponen al

campo, así como para poder individuar las fases sucesivas de su transformación.

Una reducción que deriva de una precisa elección metodológica, de una elección

antitética a la desarrollada anteriormente por Max Weber.

Marx y Engels miran al pasado con los ojos del presente y subrayan así dos

elementos de tensión presentes en la ciudad medieval; elementos, sin embargo,

que en los orígenes eran más potenciales que efectivamente operantes en cuanto

a alteración del orden urbano: a) la plebe, compuesta por ex-siervos huidos y

contrapuesta al conjunto de ciudadanos organizados; b) las relaciones sociales en

el ámbito del oficio, que contraponen aprendices a maestros. “La plebe de estas
ciudades, compuesta por individuos extraños entre ellos, llegados de forma

aislada, desorganizados y contrapuestos a una fuerza organizada, equipada

militarmente, que los vigilaba cuidadosamente, carecía de todo poder18. Pero no

debemos olvidar que la plebe, aunque no influyente como los magnates, estaba

protegida de las eventuales reivindicaciones provenientes extra-muros, tenía

libertad para abandonar la ciudad y, aunque sólo de manera indirecta, estaba

protegida por las corporaciones que querían evitar todo intento de explotación

capitalista que la hubiese devuelto a la condición de no sujeto, de instrumento y de

apéndice de la propiedad feudal de las tierras, de la que con gran esfuerzo se

había liberado.

El análisis que se desarrolla en términos “reales”, es decir, en términos de

necesidad económica, no parece, por tanto, exhaustivo. Una proposición como la

siguiente: “la necesidad del trabajo asalariado en las ciudades creó la plebe” se

convierte en un instrumento para una interpretación útil, pero parcial, del desarrollo

urbano en esta fase. ¿Por qué los siervos continúan llegando a las ciudades, si

esto significa, en concreto, la sujeción a una nueva forma de servidumbre? Aparte

de la importancia de la distinción en el plano de los derechos políticos entre

“pueblo” y “pueblo llano”, creemos poder afirmar que las experiencias de libertad

son comunes a la población urbana en su conjunto, y que el desarrollo urbano

comunal puede comprenderse a fondo sólo si se tiene en cuenta esta importante

base de consenso. La presencia conjunta en el ámbito de la ciudad de grupos

sociales con intereses divergentes no producirá, en muchos casos y durante un

largo período de tiempo, formas conflictivas graves, precisamente porque la

integración urbana está garantizada por la contraposición entre organización social

democrática (ciudad-municipio) y organización social autocrática (feudo)19.

Por lo que se refiere al conflicto que depende de las relaciones de trabajo se ha de

hacer notar que:

los oficiales y aprendices de cada oficio se hallaban organizados como mejor

cuadraba al interés de los maestros; la relación patriarcal que les unía a los

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maestros de los gremios dotaba a éstos de un doble poder, por una parte
mediante su influencia directa sobre la vida entera de los oficiales, y por otra parte

porque para los oficiales que trabajaban con el mismo maestro, éste constituía un

nexo real de unión que los mantenía en cohesión frente a los oficiales de los

demás maestros y los separaba de éstos; por último, los oficiales se hallaban

vinculados a la organización existente por su interés en llegar a ser un día

maestros20.

A propósito de este segundo aspecto conflictivo, dentro de la ciudad, se ha de

subrayar su carácter residual, relacionado con la persistencia en el ambiente

urbano de formas de organización en las relaciones sociales productivas, que

provienen de la organización de la sociedad rural y de las relaciones de naturaleza

feudal que allí dominaban. Además, se trata de una forma de conflicto cuyo

carácter potencial, y por tanto limitativo en los efectos de transformación, proviene

del hecho de que no todas las relaciones sociales reciben su forma de las

relaciones productivas. Incluso los aprendices eran ciudadanos pleno jure al igual

que los maestros. Los conflictos que la división del trabajo prepara y genera en la

ciudad quedaban limitados, en su manifestación y en su intensidad, por la

originalidad del carácter político de la ciudad: expresión autónoma de la voluntad

de los ciudadanos en cuanto ciudadanos.

El análisis marx-engelsiano es, sin embargo, importante en cuanto que advierte

que el conflicto central es precisamente el conflicto entre ciudad y campo, un

conflicto cuya fuerza hace que las contradicciones presentes en las ciudades no

tengan efectos de amplio alcance y no incidan en la capacidad de la propia ciudad

para organizarse unitariamente contra el poder extraurbano, creando una fuerza

militar defensiva autónoma y, sobre todo, desarrollando una política económica

que someterá cada vez más al campo. En cambio, el análisis resulta menos

convincente cuanto más desvaloriza la hipótesis según la cual la lucha entre

ciudad y campo tiene en este preciso momento un importante significado político:

es la lucha entre dos tipos de poder: uno emergente y otro en vías de

desaparición, con dos bases sociales y económicas distintas. El desarrollo

económico contribuye, de hecho, a determinar la afirmación de la ciudad sobre el

campo, aunque sea gracias a la autonomía militar urbana. Pero el desarrollo


económico hubiese estado condicionado y no se hubiera extendido más tarde al

territorio entero, arrasando toda resistencia, si los propios principios de autonomía

y libertad no hubiesen obrado en las mismas relaciones de mercado y no hubiesen

informado todas las demás esferas de la vida social.

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