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Ana Garralón

Anthony Browne
el planeta de los simios de peluche

El hombre
Seguramente muchos lectores ya no lo recuerden pero, cuando Browne aún era
un perfecto desconocido en nuestro país, nos visitó. Acudió al Quinto
Encuentro de Animadores del Libro Infantil celebrado en Guadalajara en
1990. (Qué tiempos aquellos). Entonces sólo un par de obras con
ilustraciones suyas se encontraban disponibles1 y su personalidad ya era
marcadamente discreta: apenas podemos evocarle mientras leemos su
ponencia, pero recordamos bien la fuerza de sus ilustraciones y cómo nos
impresionó el mundo que nos mostraba. Desde entonces, Browne ha repetido,
con gran paciencia, su vida a todos aquellos que le preguntaban. De Browne
se sabe sólo lo que cuenta. Y es poco. Desde hace diez años encandila a
sus entrevistadores con las mismas anécdotas que no se modifican ni un
ápice con el paso del tiempo. Y, tal cual, las seguiremos contando.
Nació en Sheffield, Inglaterra, en un día hoy fácil de recordar: un 11 de
septiembre, de 1946. Dice que desde niño le gustó dibujar. Pero, en fin,
¿a qué niño no le gusta? De manera que nada de anécdotas relevantes o
personalidades magnéticas. Su niñez pasa muy rápido, aunque confiesa,
cuando le acorralan con preguntas sobre la soledad de los niños en sus
libros, que él nunca se sintió solo y que en su infancia tuvo siempre amor
y compañía. Llegan los años de estudios superiores, de enfocar su vida
hacia alguna parte. Escogió diseño gráfico en el Leeds College of Arts.
Allí descubrió que la ilustración estaba considerada «como una especie de
arte de segunda clase» y detestaba el diseño gráfico por su excesiva
orientación comercial. «Sólo deseaba pintar». Sin embargo su deseo no se
cumplió porque, huyendo de todo lo que tenía apariencia de comercial,
comenzó a trabajar como ilustrador biomédico. Es decir, su misión
consistía en entrar en la sala de operaciones y dibujar lo que veía. «Fue
un gran entrenamiento -dice el autor-. Tenía que explicar de manera visual
algo que era muy difícil de explicar de otra manera».
Años más tarde contaría que su etapa como ilustrador especializado le
serviría más que todo lo que aprendió en la escuela de arte: dominó el
arte de la acuarela y aprendió a contar con el dibujo. «Abandoné esta
profesión porque, al cabo del tiempo resultaba repetitiva. Una operación
se parece mucho a todas las demás y no te deja sitio para la imaginación».
De ahí se pasó al dibujo de tarjetas de felicitación con las que, en la
medida en que podía, comenzó a descubrir otras maneras de contar otras
cosas. Esta búsqueda vocacional parece que llegó a un momento importante
cuando en 1976 ilustró el primer cuento para niños. «Imaginé que sería
solo otro oficio más» dice años después, sorprendido incluso de su
afirmación. Pero en este oficio tuvo la suerte de encontrar una sensible
editora, Julia McRae, que le impulsó su creatividad y le ayudó a encauzar
su potencial imaginativo para conectar con el público infantil.

La obra
Este primer libro, A through the Magic Mirror, le permitió descubrir qué
significaba verdaderamente plasmar en imágenes y texto una historia.
Reconoce que, para este libro, sólo pensó en las ilustraciones y sólo
pensó en la historia, pero no se le ocurrió que «palabras e imágenes deben
desarrollarse a la vez». Continuó experimentando con sus libros
posteriores: Un paseo por el parque (1977) que, visto ahora, resulta ser
un boceto de su más reciente Voces en el parque (1998): el paseo por el
parque de un señor y una señora con sus respectivos hijos y perros.
Resulta muy estimulante comparar estos dos álbumes para observar la
evolución de su estilo: los hombres que se han convertido en simios, la
composición, los decorados y las atmósferas. Todo ese mundo que esboza en
los años setenta ya nos permite percibir la creatividad de Browne: las
referencias pictóricas, las metamorfosis, los elementos que se presentan
escindidos de su función natural, al igual que muchos detalles que dan
toques poéticos y humorísticos a las escenas. La primera banana se deja
asomar.
Más tarde escoge animales para antropomorfizar, en concreto al osito, con
el que hace una serie de varios libros, pero él mismo reconoce que nunca
encontró en ellos la fuerza que buscaba.
Y entonces llegaron los monos.
El simio
En 1983 publica Gorila. Gorila no sólo es un éxito comercial y también
literario (recibe muchos premios), para Browne es el descubrimiento total
del libro álbum. Con Gorila se acaba el tiempo de la experimentación y
concreta una forma de hacer libros donde se incluye el diseño de la
página, el uso de elementos compositivos para crear ambientes
(perspectivas exageradas, formas geométricas, ángulos), el color como
recurso expresivo, o el uso de una misma ilustración con diferentes
significados. «Sigue siendo uno de mis favoritos» dice el autor. Y también
el favorito de muchos niños que experimentan esa emoción de un texto que
invita a pasar la página y una ilustración magnética que nos obliga a
detenernos en los detalles y también en la emoción del momento, como esa
escena en la que Ana está durmiendo y un enorme Gorila se asoma a su cama:
el lector sabe del poderoso deseo de la niña hacia los gorilas de verdad y
lo que debería ser un momento de terror, resulta una escena muy liberadora
y gratificante.
La experimentación de este nuevo lenguaje visual va pareja con una
evolución de lo que debe ser un libro para niños. Su siguiente libro,
Willy el tímido (1984) así lo demuestra. Ese pequeño chimpancé acomplejado
y achantado que se deja seducir -o no- por falsas promesas, lleva un claro
mensaje para los lectores, que se reconocen inmediatamente en la debilidad
de Willy y observan su transformación en un musculado mono que espanta a
los grandes y recibe recompensas de las mujeres... aunque todo siga como
antes. «Con Willy quise usar muchos diseños de página -secuenciadas,
circulares, sangradas, enmarcadas, partes que parecían recortadas de
revistas- y distintas técnicas: acuarelas, gouache, tintas y lápices de
cera, para mantener una atmósfera liviana». Estas atmósferas y los
mensajes a distintos niveles (estar en forma, la autopromoción, la
publicidad, el hombre-macho) acompañan una idea central que el autor
formula con una pregunta: «¿es la posibilidad del cambio sólo una
utopía?». Es el viejo dilema del deseo y la realidad, presente en cada
cultura y en cada generación de niños. De hecho, es por Willy por quien
más cartas recibe de sus lectores y por el que ha realizado la saga de
libros más amplia hasta ahora (seis títulos). Sin embargo, estas cartas de
niños preocupados y ansiosos por la suerte de este personaje indefenso y,
a todas luces, perdedor, le han llevado a querer «matarle», o a tratar de
decir a sus lectores que Willy es un personaje inventado: en Willy el
soñador y Willy el pintor abandona la estructura narrativa para sustituir
una historia por una serie de imágenes, que son pequeños homenajes al
mundo del surrealismo y de la pintura.
Los chimpancés ya son un referente en la obra de Browne. Él siempre trata
de justificar su elección: «Me fascinan ideas como la del gorila que
necesita la tranquilidad que le da un osito de peluche». Y, puestos a
conectar con su vida familiar, reconoce que la figura del gorila le
recuerda a su papá, quien murió cuando él tenía 17 años. De él recuerda
«el contraste entre su masculinidad, fuerza y su delicadeza, y cómo nos
animaba a esforzarnos con el dibujo y la escritura poética». A su padre
está dedicado uno de sus últimos álbumes.
Las alteraciones
Browne siempre ha dicho que sus ilustradores favoritos son Maurice Sendak
y Chris van Allsburg, es decir, un ilustrador de profundas raíces clásicas
y otro cuyas imágenes transmiten atmósferas irreales pero que tienen la
apariencia de ser absolutamente reales. Y es cierto que en sus dibujos se
combinan escenas hiperrealistas (en El túnel fotografió a hijos de amigos
para dibujar posteriormente las escenas), con un mundo de elementos fuera
de lugar que asombran a cualquier lector que mire con cierto detalle las
ilustraciones. «Me gusta que haya algo en las ilustraciones que no se
reconozca la primera vez, de modo que el niño pueda volver y descubrir
cosas en los dibujos. Esta técnica convierte al libro en algo a lo que uno
podría querer regresar» dice el autor cuando intenta explicar el porqué de
los elementos que aparecen en sus dibujos.
A Browne le gustan los contrastes: grande y pequeño, duro y blando, rudo y
tierno. Y en la arquitectura de sus libros no lo desaprovecha: sus
historias pueden ser contadas con una sola línea, pero también podríamos
escribir fácilmente seis páginas sobre cualquiera de sus libros. Por sus
influencias clásicas las ilustraciones, aparentemente, son simples y
fáciles de detectar: ocupan toda la página, o están en un recuadro, o
aparecen en pequeño; el texto nunca se mezcla con las imágenes; los
colores y las formas son realistas, los gestos de sus personajes,
reducidos. Los temas que aborda son también imperecederos: un paseo por el
zoo (Zoológico), la incomunicación familiar (Gorila), relaciones afectivas
entre hermanos (El túnel), entre amigos (Willy y Hugo), entre niños (Voces
en el parque). Sin embargo, en todas ellas lo cotidiano adquiere enseguida
una dimensión especial como se observa en el libro Cambios donde las
transformaciones de los objetos cotidianos van tensando la historia en un
crescendo que finaliza en la puerta negra y la aparición de la mamá con un
bebé.
En otras ocasiones estos elementos se mezclan en escenas muy realistas y
el lector mira con asombro a ciclistas que pedalean al revés, o árboles
con forma de fruta que dan una dimensión onírica del momento e invitan al
lector a mantenerse alerta durante su lectura visual. El mundo civilizado
se presenta ante los ojos del niño de una manera irreal, y los cambios se
ofrecen como una estimulante perturbación del equilibrio. La lectura de
cualquiera de los álbumes de Browne es dinámica y activa, no desprecia las
capacidades imaginativas de sus lectores y les invita a adentrarse en un
mundo alejado de la lógica y lleno de poesía. Parece que Browne fue,
durante su infancia, un empedernido jugador de Spot the difference (Busca
la diferencia), ese juego, aparentemente inofensivo, que consiste en
encontrar elementos escondidos en las imágenes. «Las claves visuales han
llegado a ser fundamentales en mi trabajo» y esas claves llegan sin
dificultad a los lectores, quienes «pueden entenderse bien con ideas
complejas y sofisticadas. Los niños son mucho más visuales que los adultos
y perciben claves y detalles ocultos en mis libros mucho más rápido que
sus maestros o padres».
El alimento
A veces las claves y los detalles ocultos son fáciles de detectar, como
los detalles decorativos que juegan incluso un importante rol. Los pelos
de la muñeca que se erizan cuando aparece Gorila ante Ana, interruptores
de la luz que sonríen o inofensivos papeles pintados cuyas rosadas flores
se transforman en cabezas de cerdos (El libro de los cerdos). Estos
elementos aparentemente anodinos dan profundidad al significado de la
historia. A veces son objetos discretos en un segundo plano que parecen
estar ahí como prueba de la loca fantasía del autor, pero que se repiten
de uno a otro álbum formando un corpus de referencias y una interrelación
entre todos sus libros que permite al lector estar familiarizado de
antemano con una obra de cierta complejidad. Los túneles, los muros de
ladrillos, o las escenas donde las sombras también parecen tener
significado acostumbran al lector a un nuevo código visual cuya
interpretación depende de su imaginación.
También están todas esas referencias culturales que, cada cual, según su
capacidad, puede captar: el planeta de los simios, King-Kong; Elvis
Presley; un protagonista que se llama Joseph Kah que nos recuerda un
cuento de Kafka; la habitación de Van Gogh en Arles donde, en lugar del
cuadro de una noche estrellada colgado de la pared, aparece un póster de
E.T.; Mr. Atlas; Supermán; Sargent Peppers; Marilyn Monroe y un largo
etcétera que incluye innumerables alusiones pictóricas.
Al lector se le deja pasear, despreocupado, por estas referencias cultas
sin desvelarle su trascendencia. Lo que importa es la presencia de un
mundo de significados que se interrelacionan en toda su obra, con
elementos que a veces se repiten, como la idea de estar encerrados,
enjaulados en nuestra propia realidad, como la Ana de Gorila cuando es
presentada en su cama como si fuera una celda, o los hombres de Zoológico,
o los entornos de Voces en el parque, con esos muros de distintas
densidades que denotan la condición social de sus personajes. Y si el
lector no lo interpreta en ese momento ya lo hará en otro. «No me importa
que los niños no conozcan o no hayan visto los cuadros originales que
recreo. Quizás algún día los vean y puedan comparar, pero será una lectura
que tendrá otro sentido. Quiero que los cuadros que 'recreo' funcionen por
ellos mismos, no como referentes».
El mundo imaginativo de Browne, que le ha merecido el Premio Andersen, es
un mundo real, que enfrenta al lector con su propio mundo y, a la vez, le
aleja gracias a una mirada idealizada y seductora que nos permite soñar
las cosas de diferente manera, como cuando en la escena final de Gorila el
padre lleva, en el bolsillo de atrás justo donde debería llevar la cartera
con sus documentos, una banana que el lector puede interpretar como su
nueva personalidad o como la corrección de Ana hacia la imagen que hasta
ese momento tenía de su padre.
Y este es el Browne que muchos admiramos. El único capaz de modificarlo
todo con una banana. Particularmente, no me puedo quejar: comparto con él
su pasión por esa fruta.
Bibliografía
(Se incluyen únicamente los libros traducidos al español)

Mira lo que tengo (Everest, 1981).


Un paseo por el parque (Everest, 1981).
El libro de los cerdos (FCE, 1991).
Gorila (FCE, 1991).
Willy el tímido (FCE, 1991).
Cosas que me gustan (FCE, 1992).
Me gustan los libros (FCE, 1992).
Willy el campeón (FCE, 1992).
Cambios (FCE, 1993).
El túnel (FCE, 1993).
Willy y Hugo (FCE, 1993).
Zoológico (FCE, 1993).
El libro del Osito (FCE, 1994).
Un cuento de Oso (FCE, 1994).
Willy el mago (FCE, 1996).
Willy el soñador (FCE, 1997).
Voces en el parque (FCE, 1999).
Las pinturas de Willy (FCE, 2000).
Mi padre (FCE, 2001).

Bibliografía secundaria
Anthony Browne. Entrevista. Revista Babar:
http//www.mundofree.com/babar/entrevistas/browne.htm
Andricaín, Sergio: Anthony Browne, un postmoderno en el universo del libro
infantil. En: Taller de Talleres:
http://www.geocities.com/Athens/Forum/2867/76.htm
Andrieux, Brigitte: De l'homme au singe: l'évolution d'Anthony Browne. La
Revue des Livres pour enfants Nr.185 Février 1999.
Browne, Anthony: El mundo de Anthony Browne. En: Encuentros, 31, 1997.
Browne, Anthony: Golpe de suerte navideño. Anthony Browne: reflexiones
sobre su obra. Atiza Nr. 30-31-32, 1990.
Browne, Anthony: Discurso de aceptación del Premio Andersen. Memorias del
27. Congreso del IBBY. Bogotá: Fundalectura, 2001.
Dambroise, Stéphanie: Étrange, vous avez dit étrange? Sur l'album Tout
change de Anthony Browne. En: Alice Nr. 6, 1998.
Marantz, Sylvia y Kenneth: Una entrevista con Anthony Browne. Educación y
Biblioteca, 112, 2000.
Ricart, Maite: Anthony Browne, el mago. CLIJ 141 Septiembre 2001.
Varios: À propos d'Anthony Browne. En: Lire et écrire à l'école Nr. 13,
2001.

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