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Éxodo 26:31-35 Hebreos 10:19-22 El Velo en el Tabernáculo

El Tabernáculo de Israel estaba dividido en dos habitaciones por un


espeso velo de tela azul, púrpura y escarlata, y lino fino retorcido. En
ella se tejieron los querubines. En el Lugar Santo se encontraba el altar
del incienso, el candelero, y la mesa del pan de la proposición. En el
segundo cuarto, el Lugar Santísimo estaban el Arca del Pacto y el
Propiciatorio, que era una tapa de oro sólido colocado en la parte
superior del Arca. También estaba el lugar de la propiciación donde los
pecados eran cubiertos por la sangre rociada del sacrificio inocente.
Detrás del velo en el Lugar Santísimo estaba el Arca del Pacto, el
símbolo de la presencia divina, la Gloria, la Shekinah brillando sobre el
propiciatorio, y entre las figuras de los querubines.
"También harás un velo de azul, púrpura, carmesí y lino torcido; será
hecho de obra primorosa, con querubines; y lo pondrás sobre cuatro
columnas de madera de acacia cubiertas de oro; sus capiteles de oro,
sobre basas de plata. Y pondrás el velo debajo de los corchetes, y
meterás allí, del velo adentro, el arca del testimonio; y aquel velo os
hará separación entre el lugar santo y el santísimo" (Éxodo 26:31-33,
RV 1960).
No era el objeto del velo que daba acceso a Dios, porque era el que lo
impidió. Este cerró la puerta y dijo: "No más." El historiador Judío
Josefa, dijo que el velo era de cuatro pulgadas de espesor, y que esos
caballos atados a cada lado no podían separar el velo.
EL PROPÓSITO DEL VELO
El propósito del velo era para ocultar e impedir la entrada de todos a la
presencia simbólica de Dios, excepto el Sumo Sacerdote en el Día de la
Expiación. La única manera que el Sumo Sacerdote podía mantenerse
con vida al otro lado del velo era por medio del rocío en el velo de la
sangre de su sustituto. El propósito del velo era mantener alejada a la
gente del Lugar Santísimo. Era una manera de decirle al hombre
pecador que no podía acercarse a Dios sino con Su medios prescritos.
Estuvo de pie en el camino a la presencia de Dios. Era una puerta
cerrada. La única persona que podía entrar al Lugar Santísimo y
permanecer vivo, era el Sumo Sacerdote con la sangre del sacrificio
sustituto, y sólo en el Día de la Expiación (Éxodo 26:31-35; Levítico 16).
Pero nunca podía entrar sin la sangre. Era un recordatorio constante de
que el pecado separa al pecador de Dios.
La figura de los querubines tejidos en el Velo enseñaba la misma
lección; el hombre pecador no puede llegar más lejos. No puede
acercarse al santo e infalible Dios sin la sangre del sacrificio sustituto.
Claro, el velo era hermoso, pero no fue el hermoso velo que hizo posible
la entrada en la presencia de Dios. La única manera que un pecador
culpable podría pasar al otro lado del velo en el Lugar Santísimo y con
vida, era a través del rociado de la sangre del sacrificio. Fue por la
sangre de la expiación que el camino hacia la sala del trono de Dios fue
abierto.
Sólo hay un camino hacia la presencia santa de Dios; éste es la sangre
del sacrificio.
Por otra parte, el sacrificio de Aarón profetiza el sacrificio perfecto de
nuestro Gran Sumo Sacerdote en el Santuario Celestial. Mientras el velo
del Templo estuvo intacto, el sacrificio verdadero todavía no había sido
proporcionado. Sin embargo, cuando el velo del Templo se rasgó de
arriba abajo, significó que el verdadero sacrificio había sido ofrecido a
Dios el Señor y aceptado por Él como ofrenda perfecta por el pecado.
La sangre en el velo cambió el trono de Dios, de un trono de justicia a
un trono de gracia.
EL CUERPO DE JESUS FUE UN VELO
El escritor de Hebreos nos dice que el Velo en el Tabernáculo representa
la humanidad de Jesús. "Así que, hermanos, teniendo libertad para
entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino
nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne"
(Hebreos 10:19-20). La humanidad de Cristo es la humanidad estándar
en la cual Dios mismo se puede entronar a sí mismo.
El cuerpo de Jesús era un "velo" que ocultaba la gloria interna de su
deidad. Con excepción de Jesucristo, todos pecaron y están destituidos
de la gloria de Dios. Sólo en Cristo habitó la gloria de Dios. Sólo lo que
fue sin pecado y perfecto pudo entrar en la presencia del SEÑOR Dios.
"Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad"
(Colosenses 2:9). "Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda
plenitud" (Colosenses 1:19). El velo era un símbolo silencioso de la
Encarnación (1 Tim. 3:16). Jesús fue "santo, inocente, y separado de los
pecadores." Nadie puede llegar a alcanzar la vida perfecta de Jesús.
La vida de Cristo fue la única vida agradable a Dios, pero la vida de
Jesús nunca nos puede salvar. La vida sin pecado, perfecta, santa y
justa de Jesús tuvo que ser aniquilada en la cruz y su sangre tuvo que
ser derramada, si el hombre debe ser salvo. El Velo es el símbolo
perfecto y la afirmación absoluta de que "Dios estaba en Cristo."
Pero quedemos muy claros que nos acercamos a Dios en el lugar secreto
de comunión y compañerismo con Él, no por la vida perfecta de Cristo,
sino por Su muerte de sacrificio y de expiación.
El apóstol Pedro refiriéndose al día en que vio que la gloria interior
estalló a través del velo, en el Monte de la Transfiguración, escribió:
"Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro
Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto
con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios
Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz
que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y
nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en
el monte santo" (2 Pedro 1:16-18).
Mateo nos dice lo siguiente sobre la ocasión cuando Jesús los llevó con
Él, a Pedro, Santiago y Juan a un monte alto, "y se transfiguró delante
de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron
blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando
con él…" Moisés y Elías aparecieron con Él hablando sobre su muerte
venidera. Luego Mateo escribe "… una nube de luz los cubrió; y he aquí
una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia; a él oíd" (Mateo 17:2-3, 5). ¡Allí estaba la gloria, la
Shekinah en el rostro de Jesús! El velo de su carne no podía contenerse
más. La gloria de su deidad estallaba progresivamente (Cf. Filipenses
2:5-11).
El Velo intacto apartaba al hombre de un Dios santo. Declaraba la
separación de Dios a causa del pecado. "Pero estando ya presente
Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más
perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta
creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su
propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo,
habiendo obtenido eterna redención" (Hebreos 9:11-12).
LA RUPTURA DEL VELO
El velo es un símbolo de la vida encarnada de Jesús, y la ruptura del
velo fue Su muerte en la cruz. La muerte de Cristo abrió un camino
nuevo y vivo a la presencia de Dios. Al mismo tiempo, significaba que el
propósito del Templo físico en Jerusalén había terminado. Debido que
Jesús se había ofrecido a Dios Padre como el sacrificio perfecto por el
pecado, el velo ya no era necesario.
"Y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con
corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones
de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura" (Hebreos
10:21-22).
Algo pasó en el Templo en el mismo momento en que Cristo murió en la
cruz. Marcos 15:37-38 nos dice que cuando murió, "Mas Jesús, habiendo
otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del
templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas
se partieron" (cf. Mateo 27:51). Lucas dice: "el velo del templo se rasgó
por la mitad" (Lucas 23:45). El acto fue completó en el momento que
Jesús murió. El velo se rasgó, diciendo de forma simbólica que la
entrada a Dios estaba ahora abierta, y que requería nada menos que la
muerte de Cristo. El propósito de Su encarnación es revelado. Él no vino
en la carne para dar ejemplo, sino para ofrecer Su cuerpo como un
sacrificio vicario, sustituto por el pecado. El Velo se rasgó a la misma
hora que los corderos de Pascua estaban siendo asesinados, el Velo se
rasgó de arriba a abajo, y en ese momento exclamó Jesús: "Consumado
es" (Juan 19:30). "Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue
sacrificada por nosotros" (1 Cor. 5:7). Sólo Dios podía hacer eso, porque
la parte superior del velo estaba fuera del alcance del hombre. Un
camino se abrió a la presencia de Dios, que ya no ocupaba el Lugar
Santísimo en el Templo, pero el cielo mismo. !No había nada detrás del
velo en el Lugar Santísimo en el Templo de Herodes! El Arca había sido
destruida cuando los babilonios destruyeron el Templo de Salomón. La
muerte de Cristo nos lleva a la presencia del mismo Señor. Las sombras
y las tipificaciones del Tabernáculo y el Templo se convirtieron en la
sustancia.
Es como si Dios el Padre lo hizo, como cualquier padre Judío habría
hecho en el lecho de muerte de su único hijo. Era costumbre para los
dolientes judíos tomar su ropa con las dos manos y rasgarla. Las manos
"de Dios rasgaron el espeso velo del templo de arriba abajo."
Pero también nos recuerda de Isaías 53:10, "Con todo eso, Jehová quiso
quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida
en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la
voluntad de Jehová será en su mano prosperada" (Isaías 53:10, RVL
1960). La ira de Dios cayó sobre él. La poderosa mano de Dios lo apartó.
"Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero
mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor, y serán dispersadas las
ovejas; y haré volver mi mano contra los pequeñitos" (Zacarías 13:7;
cf. Mat. 26:31).
Jesucristo es nuestra propiciación todo-suficiente. Fue Su sangre sobre
el Propiciatorio que alejó la ira de Dios, y abrió el camino a la presencia
de Dios para todos los hombres que han de creer en Él. Ahora tenemos
acceso completo y libre en la presencia de Dios, el Padre a través de Su
Hijo. La única manera es a través de la sangre de la expiación. El velo
roto transformó, de una vez, un obstáculo a un camino abierto al Lugar
Santísimo. El escritor de Hebreos explica: "En esa voluntad somos
santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez
para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día
ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que
nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez
para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la
diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos
sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo
perfectos para siempre a los santificados" (Hebreos 10:10-14).
La preciosa sangre de la perfecta humanidad de Jesús fue derramada y
sólo él es nuestro pase para entrar en la presencia de Dios. Sin
embargo, la sangre de Jesús nos conserva con vida cuando entramos en
la presencia de Dios. "La sangre de Jesús nos limpia de todo pecado" (1
Juan 1:7). Sólo Él es nuestra propiciación todo-suficiente (1 Juan 2:2).
La sesión en el Cielo a la diestra de Dios anuncia un sacrificio final. Él
ofreció un sacrificio por los pecados para siempre.
Jesús le dijo a Su discípulo Tomás: "Yo soy el camino, la verdad y la
vida, nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). Unos momentos
después, Jesús dijo a otro discípulo, Felipe: "¿Tanto tiempo hace que
estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a
mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No
crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os
hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en
mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí;
de otra manera, creedme por las mismas obras" (Juan 14:9-11).
El apóstol Pedro concluye su sermón diciendo, "en ningún otro hay
salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres,
en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12).
Pedro puede predicar estas palabras, porque la sangre preciosa del
Cordero de Dios ha sido derramada, el sacrificio sustituto por el
pecado ha sido ofrecido, y el Velo se ha roto de una vez por todas por
Cristo Jesús.
Ahora podemos entrar en la santa presencia de Dios, porque Jesús
recibió la paga del pecado en nuestro nombre. Sin embargo, en la gracia
maravillosa de Dios se nos ha vestido con la túnica pura de Su justicia
perfecta. Ahora podemos entrar valientemente a la presencia de Dios
por toda la eternidad.
Con los brazos extendidos, Él nos invita a ir y unirnos a Él en el Lugar
Santísimo, en el Santuario eterno y celestial. ¿Te unirás a mí allí? En los
ojos de Dios, también nosotros hemos resucitado y ascendido al cielo y
estamos sentados allí delante de Él a Su diestra en Cristo (cf. Efe. 2:4-
6).

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