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NUMEROS
El Apóstol Juan en su primera carta, capítulo 5, versículos 12 y 13, nos dice: “El que
tiene al hijo, tiene la vida. El que no tiene al hijo de Dios, no tiene la vida. Estas cosas os he
escrito a vosotros que creéis en el nombre del hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida
eterna y para que creáis en el nombre del hijo de Dios” (I Juan 5:12-13). Pablo, por su parte,
podía decir: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi
depósito para aquel día” (II Tim. 1:12).
Pero los Levitas, según la tribu de sus padres no fueron contados entre ellos, porque
habló Jehová a Moisés, diciendo: “Solamente no contarás la tribu de Leví, ni tomarás la
cuenta de ellos entre los hijos de Israel.” La razón por la cual no eran contados para la
guerra era porque estaban completamente ocupados en el manejo del tabernáculo. Lo
Los hijos de Israel, amigo oyente, tenían que saber quiénes eran. Era también
importante que cada uno de ellos supiera dónde pertenecía. Lo mismo ocurre en cuanto a
nosotros. Necesitamos saber nuestro linaje, el hecho de que pertenecemos a la familia de
Dios, somos sus hijos. Y tenemos que saber dónde pertenecemos. Y, así amigo oyente,
concluimos nuestro estudio del capítulo 1 de este libro de Números. Llegamos ahora al
capítulo 2. Este capítulo nos presenta las normas y el orden de posición de las 12 tribus en
su marcha a través del desierto.
En el capítulo uno nos enteramos del censo. Cada israelita tenía que saber quién era .
Tenía que saber dónde pertenecía. No podían salir a la guerra a menos que cada miembro
de cada tribu supiese su posición. Durante todos los años en el desierto, la disposición del
campamento y el orden a seguir en su marcha, eran ordenados según la dirección de Dios.
Existe pues el peligro, de tratar de atribuirle demasiado a este hecho y en efecto hay
quienes aún creen que la disposición del campamento es una representación de cómo las
estrellas están colocadas en el cielo, o sea los signos del zodíaco. Hay quienes tratan de
encontrar el evangelio escrito en las estrellas, o tratan de hallar su futuro escrito en las
estrellas. Por eso mismo, no debemos ir más allá de lo que se registra en la Biblia.
Shakespeare dijo en su obra “Marco Antonio y Cleopatra”, “No es a nuestras estrellas, sino
a nosotros mismos que nos encontramos subordinados.”
Fíjese usted que todos acampan alrededor del tabernáculo. El tabernáculo era
levantado dentro del campamento, y luego los hijos de Israel acampaban alrededor de él.
Levantaban las banderas para señalar su lugar en el campamento.
A la tribu de Judá le tocó acampar al este y las tribus de Isacar, como lo vemos en el
versículo 5 y de Zabulón, en el versículo 7, acampaban con la de Judá bajo la misma
bandera. Creemos que el emblema en aquella bandera era un león. Cuando veían pues la
bandera con el león, estas tres tribus sabían dónde pertenecían. Siguiendo adelante, leamos
ahora los versos 10 al 16:
La tribu de Rubén quedó al sur del tabernáculo y las tribus de Simeón en el versículo
12, y la de Gad en el versículo 14, acampaban con Rubén. Su bandera tenía la cara de un
hombre, y así podían reconocer dónde pertenecían. Leamos ahora el versículo 17:
Encontramos aquí la posición del tabernáculo, y dónde acampaban los levitas. Sigamos
leyendo los versículos 18 al 24.
Hemos aprendido ahora que a los hijos de Israel les era necesario saber su genealogía.
Debían saber quiénes eran y dónde pertenecían . Tenían que saber su linaje para poder
saber el lugar que les correspondía en el campamento. No podían salir a la guerra a menos
que estuvieran seguros de sus puestos. De la misma manera, amigo oyente, para nosotros
hoy en día, la lucha cristiana no se hace en la esfera de las dudas y los temores, sino a la luz
clara de una salvación segura. Nuestros enemigos hoy en día son el mundo, la carne, y el
diablo. Amigo oyente, estos enemigos le vencerán si usted no está seguro de su salvación.
Cada persona en la iglesia del Señor Jesucristo tiene un lugar asignado por Dios. Todo
servicio que se presta dentro de la Iglesia o cuerpo de Jesús debe ser dirigido por el
Espíritu Santo. Se nos dice que por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en su cuerpo.
Cuando usted fue puesto en el cuerpo de Cristo, fue puesto como miembro.
Cuando usted se incorpora en ese cuerpo, amigo oyente, es puesto allí para servir. Cada
creyente tiene un don. Usted, hermano que nos escucha, tiene un don. Y es el ejercicio de
ese don, lo que constituye el servicio cristiano. Piense cuántos dones debe haber en la
Iglesia. Hay muchos miembros en el cuerpo, y el Espíritu Santo los dirige a todos.
Hay muchos miembros del cuerpo humano y cada uno tiene su función específica. Hay
más de 20 huesos en un solo pie. De igual manera, en el cuerpo de Cristo hay muchos dones
y cada uno de nosotros debe ejercer el don que se le ha dado. Creemos que Dios
recompensa a los Suyos según el ejercicio de ese don. A usted y a mí nos corresponde
averiguar cuál es nuestro don. Sí, creemos que debemos orar pidiendo los dones mejores.
Amigo oyente, usted debe hallar su puesto o lugar en el campamento. ¿Está usted
usurpando el puesto de otro? ¿Ocupa usted acaso un puesto en la Iglesia que en realidad no
puede desempeñar y que realmente le pertenece a otra persona? Debemos animar a todos
los hermanos de nuestras Iglesias a que encuentren su puesto. Eso debe animar al hermano
más humilde en la Iglesia. Usted amigo oyente tiene un don y Dios quiere que lo ejerza. No
trate de hacer el trabajo de otro. Haga lo que Dios le ha llamado hacer.
¿Recuerda usted a Dorcas? Ella hacía vestidos. Ese era su don. Usted recordará que
cuando ella murió trajeron a Simón Pedro, y las viudas que allí estaban tenían puesta la
ropa que Dorcas había hecho. Ahora, ¿por qué tenían puesta esa ropa? Porque Dorcas la
había hecho para las viudas. Simón Pedro dijo: “Mejor es que levantemos a esta mujer de
los muertos. ¡La Iglesia la necesita!” Y así Dios la levantó de los muertos. Amigo oyente, el
don suyo puede ser el de coser, o el de pintar o cualquiera otro. Pero si usted es un hijo de
Dios, debe usar su don hoy mismo, para el bien del cuerpo de los creyentes.