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Depresión en niños y
adolescentes. Psiquiatría
Autor: Centre Londres 94

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Presentación del curso

Depresión en niños y adolescentes. Este estudio de psiquiatría, de la autora


Mariemma Martínez Sais, pone a su disposición el desarrollo de un análisis de
psicopatología sobre casos puntuales de depresión en niños y adolescentes.
Y como corresponde a un análisis de psiquiatría sobre este tipo de trastornos de
conducta como es la depresión en niños y adolescentes, presentamos los
diversos aspectos que merece un estudio clínico de estas características, esto es:
epidemiología, etiología, síntomas y diagnóstico y tratamiento de casos de
depresión infanto-juvenil.

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1. Casos de depresión en niños y adolescentes (1/2)

Depresión Infanto-Juvenil
A propósito de un caso,...
Me voy a permitir el empezar describiendo a dos niños que vi el año pasado. He
alterado algunos detalles para mantener su anonimidad, pero los puntos básicos
están presentes:
Caso 1: Bernardo es un chico de 12 años, hijo único. Su padre es director de un
banco y su madre trabaja de secretaria en una escuela. Bernardo no tenía
problemas, ni físicos, ni de comportamiento, hasta hace seis meses, cuando, el
pasado Octubre, al cabo de un mes de empezar el colegio, cogió un resfriado con
dolor de garganta y fiebre, probablemente causado por un virus.
El cuadro no se solucionó como era de esperar, después de tres o cuatro días, lo vio
un médico y le recetó antibióticos. La fiebre y el dolor de garganta desaparecieron,
pero Bernardo se volvió descuidado, estaba cansado y desarrolló dolor de cabeza.
Volvió al colegio, pero se continuaba quejando de cansancio. Ahora parece triste,
llora por cualquier cosa, dice que no puede hacer nada bien y que no sirve para
nada.
Como contraste, a pesar de que no es el primero de la clase, en la escuela estaba
muy bien considerado por sus maestros. Antes, le gustaba ir a clase y tenía muchos
amigos en la escuela, mientras que ahora estaba muy irritable y enfadado por
cualquier cosa.
Durante los meses siguientes, no comió mucho y de hecho perdió un poco de peso.
No tenía buen aspecto, pero le enviaron otra vez al colegio, donde sus maestros, no
tenían claro si es que se encontraba mal o simplemente había perdido interés.
El médico de cabecera lo envió a ver a un pediatra, que no pudo encontrar ninguna
razón física para explicar su cambio de estado de ánimo. La pediatra aconsejó un
mes en casa para que Bernardo recuperase la energía perdida.
Al no funcionar esto, sugirió que le viera un psiquiatra. A los padres de Bernardo no
les gustó mucho esta idea, pero cuando al cabo de unas semanas Bernardo les dijo
que nunca se pondría bien otra vez y que preferiría estar muerto, volvieron al
médico de cabecera y le pidieron que les refiriera al psiquiatra.
El psiquiatra tomó la historia de la manera descrita, con la información adicional, y
tal vez relevante, de que la madre de Bernardo había estado apartada del colegio
durante casi un año debido a un dolor de estómago que acabó sin ningún
diagnóstico asociado, cuando ella tenía 12 años de edad.

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2. Casos de depresión en niños y adolescentes (2/2)

Caso 2: Soledad, de 13 años, tuvo una infancia bastante más complicada. Sus
padres, que mantenían una relación bastante violenta, se separaron cuando Soledad
tenía unos dos años. En este momento, su madre se marchó de casa con ella y su
hermano, dos años mayor que Soledad, y se fue a vivir a un refugio para madres
solteras y mujeres que habían sufrido malos tratos. Después de vivir allí durante dos
años, les dieron un piso pequeño. Entonces, la madre de Soledad empezó a
mantener relaciones superficiales con cuatro o cinco hombres durante los ocho años
siguientes, pero ninguna de estas relaciones fue estable. A Soledad le caía muy bien
uno de los hombres, pero se marchó de repente y sin avisar después de una
discusión con la madre de Soledad. Otro de los hombres que salieron con su madre,
y después de haber bebido, solía entrar en la habitación de Soledad y meterse en su
cama, pidiéndole que le “hiciera unos favores” y persuadiéndola de que “esta es la
manera en la que las niñas pequeñas demuestran que quieren a sus papás”. Mientras
tanto, Soledad tenía problemas en la escuela, donde no progresaba
académicamente, y además tenía dificultades para mantener sus amistades.
Hace aproximadamente seis meses, a Soledad le acusaron de robarle el novio a una
amiga. A partir de ahí, todas las niñas de la clase le hicieron el vacío y la llamaban
“putilla”. Soledad creyó que la estaban tratando injustamente a pesar de que una
parte de ella creía que todo era culpa suya, se volvió arisca y irritable, y empezó a
dejar de ir a las discotecas a las que antes iba (decía que porqué no tenía con quién
ir). Empezó a llorar por cualquier cosa, hasta que una mañana despertó a su madre a
las seis para decirle que se había tomado diez “gelocatiles” y todas las pastillas para
dormir (unas siete) que habían en el frasco que pertenecía a su madre. La madre la
llevó al Hospital, donde le lavaron el estómago y la admitieron en una de las salas de
pediatría. Entonces, fue referida de manera rutinaria al psiquiatra infantil quien tomó
la historia descrita, con la información adicional, y tal vez relevante, de que la
madre de Soledad había tenido también una infancia difícil, y había estado un poco
deprimida durante el primer año de vida de Soledad.
Tanto Bernardo como Soledad fueron diagnosticados por el psiquiatra de depresión.
Pero antes de hablar de este trastorno, y de la evolución de este concepto, me
gustaría resaltar varios aspectos de estos casos clínicos. Primero, a pesar de que sus
dificultades son superficialmente las mismas, las diferencias entre ellos son
bastante significativas. Las diferencias más obvias, desde mi punto de vista, se
basarían en la calidad de la vida familiar y las relaciones, tanto en casa como en la
escuela. Segundo, si consideramos las diferencias en las causas más probables del
trastorno depresivo en estos dos niños, Bernardo (y he utilizado este seudónimo al
empezar con B), parece tener problemas que son probablemente “biológicamente”
predeterminados (por supuesto, no podemos estar seguros de esto, y podríamos
decir que hay otros factores significativos para entender su depresión). Por su parte, S
Soledad parece tener problemas psicológicos en los que las circunstancias Sociales
negativas parecen haber tenido algún papel relevante. En su historia hay, como
mínimo, cinco factores adversos: problemas entre sus padres, dos relaciones rotas,
con el padre y el sustituto del padre, intimidación y tiranización en la escuela,
fracaso escolar, los problemas de personalidad de la madre, y los episodios de
abuso sexual). Tercero, es importante reseñar que el grado de sufrimiento y
incertidumbre de estos dos niños sobre su expectativa de vida (basada en el riesgo
de suicidio debido a la vez a la depresión y, en el caso de Soledad, al abuso sexual;
Coll et al., 1997) podría ser comparado con el de un niño de la misma edad

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Coll et al., 1997) podría ser comparado con el de un niño de la misma edad
sufriendo un estado avanzado de fibrosis quística requiriendo fisioterapia
diariamente, o al de un niño de la misma edad sufriendo un problema de corazón de
tal severidad que le impidiera asistir al colegio con normalidad. De hecho, sólo una
minoría de los niños con fibrosis quística o con problemas de corazón, tienen una
vida tan limitada como Bernardo y Soledad. En un estudio reciente (Graham et al.,
1997) demuestran que el nivel de afectación de la calidad de vida en los niños que
se ven en un servicio de Psiquiatría Infantil es, como mínimo, tan grande como el de
los niños con un trastorno físico crónico atendiendo consultas externas de un
Hospital Infantil super-especializado.

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3. Definición de depresión. Psicopatología en niños y


adolescentes

Definición
La idea de que niños y adolescentes pueden desarrollar trastornos parecidos a la
patología depresiva mayor en adultos ha sido un tema discutido y cuestionado.
Cuando revisamos estudios de la historia natural de la depresión en gente joven,
queda bastante claro que diferentes autores tienen conceptos diferentes de recaída y
mejoría, y que se puede entender como síntoma (humor disfórico), síndrome, o
desorden psicopatológico (Polaino y Doménech, 1988).
Spitz, en el 1946, describió la “Depresión Anaclítica” en niños separados de sus
madres, demostrando que los niños que sufren una carencia afectiva masiva por
abandono y ligada a la separación en los primeros meses de la vida pueden
presentar cambios conductuales como por ejemplo lloriqueo, aislamiento y
desinterés progresivo hacia su entorno, pérdida del apetito, y trastorno del
desarrollo general, con una disminución posterior (3 meses después) del nivel de
actividad, motricidad, y de la capacidad de experimentar placer, con aparición de
dificultades para conciliar el sueño. Unos veinte años después, Bowlby, en el 1969,
sugirió la secuencia de protesta-desesperación-desapego al estudiar lo que ocurre a
los niños de corta edad cuando se les separa de la madre.
Weinberg (1973), por su parte, propuso: 1. un estado de ánimo disfórico
(melancolía), con ideación auto-depreciatoria. 2. Dos o más de los siguientes ocho
síntomas: agitación, trastornos del sueño, cambios en el rendimiento escolar y la
actitud hacia la escuela, disminución de la socialización, síntomas somáticos,
pérdida de energía, y cambios en apetito y peso. 3. los síntomas representan un
cambio en el comportamiento normal del niño. 4. los síntomas han estado presentes
como mínimo durante un año.
John Pierce (1974) sugirió una bajada del estado de ánimo más dos o más de
pensamientos mórbidos o suicidas, afectación del sueño y del apetito, obsesiones
mórbidas, irritabilidad, hipocondriasis, síntomas alimentarios, no asistencia al
colegio, alteración de la percepción (por ejemplo, delirios o ideas sobrevaloradas de
culpabilidad y de infravaloración).
Por su parte, Poznansky (1982) describió unos criterios diagnósticos consistentes en
la presencia de humor, conducta o apariencia depresiva, y como mínimo cuatro de
los síntomas siguientes: aislamiento social, dificultades con el sueño, quejas de
fatiga, hiperactividad, anhedonia, baja autoestima, sentimiento de culpa,
dificultades en el trabajo escolar, o ideas de suicidio. Además, estableció que estos
síntomas tenían que estar presentes al menos durante un mes.

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4. Depresión en niños y adolescentes. Epidemiología


y etiología

Epidemiología
Hay dudas alrededor del concepto de depresión en gente joven, y métodos no
validados para valorar la depresión llevaron a una variabilidad importante en su
prevalencia en los estudios de los años ochenta (Angold, 1988).
La prevalencia oscila desde el 4 hasta el 20% de los niños vistos en escuelas
secundarias (Cooper y Goodyer, 1993). La gran variabilidad de los datos se debe a la
gran heterogeneidad de las muestras estudiadas. Otro problema, no menos
importante, lo constituye el hecho de si estamos evaluando la prevalencia de la
depresión como síntoma, síndrome o desorden (Tomàs et al., 1996).
El estudio epidemiológico de la Isla de Wight concluyó que la prevalencia anual de
trastorno afectivo es de 1.4 por 1,000 niños de 10-11 años de edad, datos que
aumentaron de manera significativa (15 por 1,000) cuatro años después (Rutter et
al., 1976). Si nos concentramos en síntomas aislados, 12% de niños de 10 años
describieron sentimientos de tristeza. En el grupo de edad de 14 años, 40%
expresaron sentimientos de tristeza, 20% auto-denigratorios, y 8% pensamientos
suicidas.
Whitaker y su equipo (1990) diseñaron un estudio epidemiológico en dos estadios
estimando la probabilidad de que un joven que vaya a una escuela secundaria
desarrolle un trastorno psiquiátrico a lo largo de su vida. De los 5,108 cuestionarios
que devolvieron los estudiantes, 356 estudiantes se sometieron a entrevistas en
profundidad. Las prevalencias de trastorno de pánico, trastorno
obsesivo-compulsivo, y anorexia fueron menores del 2%, mientras que la presencia
de depresión y ansiedad generalizada fueron entre el 4-5%.
Las razones que explican el incremento de la prevalencia después de la pubertad,
especialmente en niñas, no son claras, pero podrían incluir cambios hormonales,
una madurez cognitiva mayor, cambios en el soporte social, un incremento en la
cantidad de factores estresantes en el vivir de cada día, y efectos genéticos tardíos.
Teniendo en cuenta el carácter temporal y la falta de concordancia entre padres y
maestros, resulta difícil el valorar la elevada proporción de los casos auto-descritos,
pero se podría dar el caso de que ni tan solo representaran un factor de riesgo para
desarrollar un trastorno depresivo con posterioridad. A pesar de esto, los síntomas
depresivos se encuentran asociados a delincuencia , baja autoestima, y estar
alienado de los padres (Harrington, 1995).
Etiología
No existen conclusiones definitivas en términos de raza, clase social, o factores
ambientales precipitantes, pero una historia familiar de trastorno psiquiátrico parece
ser significativa. Tal vez, podemos observar una agregación familiar específica
porqué ciertas adversidades se tienden a repetir en familias. Así, Goodyer et al.
(1993), concluyeron que familias de chicas adolescentes deprimidas parece que se
vuelven predispuestas a sufrir situaciones estresantes, debido a la psicopatología de
los padres. Estudios familiares no pueden discriminar entre una mediación genética
y del ambiente, y debemos esperar hasta que tengamos los resultados de estudios

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de gemelos hasta que podamos extrapolar conclusiones de las contribuciones
relativas de genes y ambiente.
Además, debemos averiguar cuáles son los mecanismos a través de los cuales estos
factores estresantes externos pueden llevar a un estado afectivo interno de
depresión. Diversos modelos psicológicos se han diseñado para explicar estas
relaciones, pero tal vez, el que más influencia ha tenido a nivel de investigación en
niños, es el concepto de desesperación aprendida (“learned helplessness”; Seligman
y Paterson, 1986). En términos humanos, existiría un estado expectante de
desesperanza que es generalizado a la nueva situación. Se postula que el esperar
que ocurran situaciones estresantes negativas incontrolables puede llevar a la
depresión, pero solamente si la persona las atribuye a causas internas. Por ejemplo,
“He suspendido el examen porqué soy una calamidad”. La teoría de desesperación
aprendida (”learned helplessness” y ahora “learned hopelessness”), tiene diversas
similitudes con las teorías cognitivas de depresión. La ocurrencia de estas
cogniciones ha estado documentada en diversos estudios de niños deprimidos, en
los que su estilo desfigurado de procesar información autoevaluativa los distingue
de niños con otros trastornos psiquiátricos (Kendall, 1992).
Finalmente, la hipótesis de las aminas continua siendo influyente en los intentos de
entender la patofisiología de los trastornos afectivos, demostrando que depresión
resulta de hipoactividad de los sistemas de recompensa de monoaminas. Diversos
estudios de gente joven sufriendo de trastornos depresivos han descrito
anormalidades de los marcadores biológicos que se cree reflejan la actividad de
estos sistemas. (Rogeness et al., 1992). Además, también existe una presencia
significativamente menor del metabolito de la serotonina 5-HIAA en el fluido
cerebroespinal de los jóvenes que intentan suicidio, y los que consiguen llegar a
suicidarse (Asberg et al., 1986).

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5. Depresión en niños y adolescentes. Síntomas y


diagnóstico

Dificultades Diagnósticas
En adolescentes, resulta difícil distinguir entre la tristeza que se puede catalogar
como normal, la infelicidad y sentimiento de incomprensión, y el trastorno depresivo.
Los síntomas depresivos (tristeza, desesperación, lloro) son comunes entre niños y
adolescentes con problemas emocionales, y pueden acompañar a otros trastornos,
como por ejemplo ansiedad y trastorno de conducta.
El síndrome clínico puro de depresión, desproporcionado a los factores
precipitantes, y coloreado por desesperación, autodepreciación, sentimientos de
culpa, etc., es muy inusual antes de la pubertad. En el principio de la adolescencia,
cambios cognitivos como por ejemplo el desarrollo del pensamiento operacional
formal, permite que el sentimiento de desesperación se manifieste, y se puede ver
un cuadro clínico más parecido al de los adultos. El trastorno afectivo bipolar es
muy extraño que aparezca antes de la pubertad, y comportamientos hiperexcitables
o disinhibidos no parecen ser precursores de manía. De la misma forma,
manifestaciones características de depresión en gente adulta, pueden ser factores
de confusión en niños. Así, el lloro es más probable que sea causado por dolor,
miedo, o ansiedad.
Ciertas manifestaciones de depresión son más típicas de depresión en la infancia
que de depresión en la edad adulta: escaparse de casa ansiedad de separación (que
se puede presentar como un rechazo a ir al colegio) dolor de cabeza, barriga o
pecho, y/o ideas hipocondríacas
•fracaso escolar con una historia de buen rendimiento
•conducta antisocial (principalmente en chicos).
Por otro lado, trastornos del sueño, disminución del apetito sexual, y delirios son
menos comunes que en los casos de adultos, pero se pueden dar. El apetito puede
aumentar o disminuir, y la pérdida de peso puede estar enmascarada por el
crecimiento continuado. Las alucinaciones auditivas congruentes con sentimientos
de culpa o tristeza se dan con cierta frecuencia., al igual que quejas de
“aburrimiento” o “mala memoria” (de hecho problemas de concentración).
Anhedonia, o la inhabilidad de disfrutar de la vida, y el aislamiento social son
buenos indicadores de la presencia de depresión. Los adolescentes se pueden
presentar inicialmente con problemas debido a experimentar con drogas, pudiendo
representar una forma de automedicación.
Snaith (1993) proporciona una discusión alrededor de las escalas de
auto-complexión para utilizar en adultos, mencionando la de Hamilton, el
Inventario de Depresión de Beck, y la escala de Zung, entre otras. Para niños,
Birleson et al. (1987) elaboran de manera muy clara los diversos problemas
conceptuales y metodológicos que encontramos al intentar evaluar los cuestionarios
de depresión para niños, revisando la australiana “Childrens Depression Scale” de
Tisher y Lang, y los americanos “Childrens Depression Inventory” de Kovacs, y “Peer
Nomination Inventory of Depression” de Lefcowitz et al., para finalmente describir

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una validación clínica de la “Depression Self-Rating Scale for Children” (DSRCR). Así,
tal y como Harrington ha dejado my claro en sus diversos estudios de depresión en
niños y adolescentes, los cuestionarios pueden resultar muy útiles, pero no son un
sustituto de una valoración psiquiátrica.
Los problemas principales para utilizar el mismo criterio que en adultos serian:
Aspectos evolutivos: Influencia de la edad en la presentación de síntomas
depresivos, con un incremento considerable en la incidencia de síntomas depresivos
en la adolescencia en relación a la infancia, que parece estar asociado a la pubertad,
un incremento del número de suicidios y de casos de manía en jóvenes
post-puberales, y un cambio en la distribución del trastorno entre chicos y chicas
alrededor de la pubertad. Todos estos puntos indican unas claras diferencias entre
los trastornos depresivos de la infancia y de la edad adulta.
Los niños se diferencian de los adultos en su habilidad de experimentar algunas de
las características cognitivas de depresión, por ejemplo, los menores de ocho años
raramente hablan de sentirse avergonzados de ellos mismos.
Finalmente, los niños tienen limitaciones en su habilidad de describir y distinguir
emociones, y dificultades para dar información cronológica de manera precisa.
A pesar de todo, estudios longitudinales sugieren que niños deprimidos tienen un
riesgo mayor de padecer depresión más adelante, y que existen niveles elevados de
depresión entre parientes de primer grado, lo que representaría evidencia de que se
trataría de un trastorno similar al de los adultos.

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6. Tratamiento para la depresión en niños y


adolescentes

Tratamiento
Niños deprimidos generalmente tienen problemas múltiples, como por ejemplo
fracaso escolar, una afectación del funcionamiento psicosocial y una comorbilidad
con otros trastornos psiquiátricos (Harrington, 1995, 1997). Además, tienden a
provenir de familias con altos índices de psicopatología, pudiendo haber sufrido
recientes adversidades (Goodyer et al., 1993) y, tal vez, como en el caso de Soledad,
incluyendo abuso. Todos estos problemas hace falta que sean identificados, de
manera que las causas de cada uno puedan ser valoradas.
La manera en que organizaremos el manejo del trastorno depresivo dependerá de la
severidad. Un intento suicida con el marco de fondo de un proceso depresivo
debería ser tomado de manera muy seria, y podría ser una indicación de admisión.
Casos leves o moderados serán tratados a través de las consultas externas, por
medio de terapia individual o familiar. Harrington (1995) ha sugerido que
psicoterapia cognitiva resulta tremendamente efectiva para tratar a adolescentes de
un cierto nivel intelectual que se encuentran deprimidos.
En casos severos, podemos utilizar antidepresivos combinados con terapia
individual, que puede consistir simplemente en dar consejo al joven y ofrecerle
ayuda basada en el sentido común y los principios de Rogers consistentes en ofrecer
afecto, centrarse en el paciente, y no juzgarlo de antemano. Por lo que hace
referencia a la medicación, el error más común consiste en administrar dosis
inadecuadas. En los adolescentes hará falta que recomendemos las mismas dosis
que necesitaríamos utilizar en un paciente adulto si queremos obtener unos niveles
terapéuticos en sangre. Así, niños antes de llegar a la pubertad probablemente
necesitarán el equivalente a 100 mg. de Imipramina diariamente (ó 1.5-2.5
mgr/Kg/día). En el caso de los tricíclicos, debemos advertir de la posible aparición
de boca seca, estreñimiento, y dificultad de orinar, que son molestias relativamente
frecuentes y mal toleradas por el niño. Los Inhibidores Selectivos de la Recaudación
de la Serotonina (“Serotonin Selective Reuptake Inhibitors”, SSRIs) o la Lofepramina
son preferidos generalmente, debido a su seguridad en sobredosis, y un buen perfil
de efectos secundarios. Es importante el tener cuidado cuando leemos sobre
resultados de estudios clínicos de efectividad de antidepresivos, como uno reciente
que sugería que los antidepresivos antiguos (por ejemplo los tricíclicos) no eran
útiles, ya que una proporción significativa de los estudios revisados no utilizaron
dosis terapéuticas. Por otro lado, hace falta que extendamos nuestro conocimiento
utilizando SSRIs y los inhibidores de la mono-amino-oxidasa, como la
moclobemida, en gente joven, investigando su eficacia en estudios controlados.
Varios estudios han sugerido la utilización de tratamiento con tricíclicos aumentado
con Litio. Los resultados de estudios sin controles son esperanzadores, pero hace
falta confirmación utilizando diseños con doble ciego.
En niños y adolescentes por encima de la edad de 12 años, el Litio parece ser muy
efectivo en el tratamiento agudo y profiláctico del trastorno bipolar (Kafantaris,
1995), con una proporción de recurrencias con Litio parecido a la de los adultos
(alrededor de 1/3 durante un periodo de seguimiento de 18 meses). A pesar de
estos datos satisfactorios, hace falta resaltar que estos datos se basan en un
número limitado de estudios. Alucinaciones y delirios responden a Litio tanto como

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a los neurolépticos en niños y adolescentes. En niños menores de 12 años,
Kafantaris concluye que el Litio parece ser menos efectivo, y en el intervalo entre 6 y
12 años, los menores tienden a tener más efectos secundarios que los niños
mayores. Tal y como pasa con los adultos, el Litio es menos efectivo en los que se
presentan con un episodio afectivo mixto, y en aquellos que oscilan con gran
frecuencia de mánico a depresivo y vice versa, es decir, los llamados cicladores
rápidos (más de cuatro episodios afectivos en un año). Estudios preliminares
sugieren que la presencia de comorbilidad con abuso de drogas en adolescentes, o
trastorno de la conducta en niños reduce la respuesta al Litio. Debido a los efectos
secundarios, los neurolépticos deberían ser evitados en el tratamiento de los
síntomas psicóticos mánicos en niños, ya que el Litio lleva a la resolución de los
delirios y las alucinaciones tan rápidamente como lo hacen los neurolépticos
(Kafantaris, 1995), y las benzodiazepinas añadidas son seguras y efectivas en el
caso de que un poco de sedación sea necesaria.
Finalmente, las depresiones severas en gente joven podrían responder a terapia
electroconvulsiva (TEC). A pesar de que la utilización de la TEC a gente joven levanta
dudas y temores sobre los efectos cognitivos a largo plazo, los estudios objetivos
que se han publicado hasta el momento sugieren que la TEC, cuando es
administrada a gente joven, no se encuentra asociada a efectos significativos a largo
plazo en las habilidades cognitivas (Bertagnoli & Borchardt, 1990), pero es aceptado
generalmente que hacen falta más estudios para clarificar este tema.

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7. Pronóstico del trastorno de depresión en niños y


adolescentes

Pronóstico
Parece estar relacionado al momento de aparición del trastorno (edad de comienzo
precoz en el primer episodio asociándose a un pronóstico peor, Tomàs et al., 1996),
y a la severidad del trastorno (con trastornos más severos y de carácter bipolar
teniendo una tendencia mayor a recurrir). De la misma manera que ocurre en
adultos, una personalidad premórbida de tipo obsesivo o apático parece ser un
indicador de pronóstico peor en términos de tratamiento y de recurrencias.
Una conclusión parece razonablemente segura, y es que comparándolos con jóvenes
no deprimidos, los niños diagnosticados de sufrir depresión tienen una mayor
probabilidad de sufrir otros episodios depresivos. Además, sabemos que
adolescentes con depresión tienen un riesgo mayor de deprimirse al principio de la
edad adulta, cuando los comparamos con controles que han estado controlados
para un número considerable de variables, pero no tienen una mayor probabilidad
de sufrir episodios no depresivos en la edad adulta.
Comorbilidad con trastorno de conducta parece estar asociado con un riesgo
reducido de depresión en la edad adulta (Harrington et al., 1991), pero ni la
comorbilidad de un trastorno de ansiedad, ni el de un trastorno de conducta,
parecen influenciar el pronóstico de la depresión a corto plazo. Harrington concluyó
que la depresión juvenil parece tener un impacto pequeño en el funcionamiento
social en la edad adulta, mientras que la comorbilidad con un trastorno de conducta
era un factor de predicción muy importante de dificultades posteriores en la
interacción social.
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