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El Descubrimiento de América
El Descubrimiento de América
Los Reyes Católicos estaban dispuestos a ayudar a cualquier empresa de navegación que
alcanzase los objetivos que se proponían en su competencia con Portugal.
En esas circunstancias, aparece ante los reyes un piloto y navegante desconocido que promete
villas orientales a cambio de una ilota con la que viajar hacia Occidente, para llegar a Cipango y
Catay (China y Japón).
Cristóbal Colón:
La Corona procuró dos carabelas que «encargó» a los vecinos de Palos de Moguer por mandato
real, así como también «solicitó» a las ciudades costeras de Andalucía vituallas, abastecimientos
y pertrechos militares para la empresa. Se eximió a Colón del pago de derechos y se le concedió
la categoría de Embajador de Sus Majestades ante el Gran Khan.
No resultó fácil al genovés reunir una tripulación. Para los marineros, Colón era un desconocido
con fama de iluso, por lo que les sorprendió el respaldo que suponía la real cédula leída en la
iglesia de San Jorge, en mayo de 1492. Martín Alonso Pinzón prestó a don Cristóbal un apoyo
decisivo, gracias a la intervención de fray Juan Pérez y procuró la leva de la tripulación para las
tres carabelas, ya preparadas. En junio de 1492 comenzó el alistamiento.
PRIMER VIAJE
Con tres carabelas, la Pinta, la Niña y la Santa María (esta última propiedad de Juan de la
Cosa, quien embarcó en ella como maestro o piloto), bajo el mando, respectivamente de Martín
Alonso Pinzón, Vicente Yáñez Pinzón y del mismo Colón, se hicieron a la mar el 3 de agosto de
1492 en el puerto de Palos y se dirigieron hacia las islas Canarias, donde recalaron para reparar
algunos desperfectos de la Pinta y la Niña y para que Colón realizara algunas visitas antes de
arrostrar el océano.
Continuaron viaje el primero de septiembre desde Las Palmas, impulsados por vientos alisios
favorables. Dos incidentes notables ocurrieron en la lenta travesía: la desviación observada en la
aguja de la brújula (que achacaron a la variación de la latitud), y el creciente nerviosismo de los
marineros, después de un mes de navegación sin resultados. La inquietud se hizo crítica el 7 de
octubre, poco antes de avistar tierra, cuando ya indicaban su proximidad leños, pelícanos y
plantas terrestres flotantes. Colón y los hermanos Pinzón colaboraron para sofocar algunos
conatos de rebelión.
SEGUNDO VIAJE
Ante el éxito conseguido por el navegante genovés, los reyes, una vez obtenida la bula Inter
caetera del papa Alejandro VI, que ratificaba, de iure y ante Dios, la posesión de las islas y
tierras descubiertas en nombre de la Corona, se apresuraron a organizar una segunda expedición
ya que los portugueses se disponían a preparar otra y a tratar de variar los términos de la bula.
El 7 de junio de 1494 se firmó en Tordesillas un tratado, por el cual las nuevas tierras quedaban
divididas por un meridiano a trescientas setenta leguas al oeste de las islas Cabo Verde, base de
los derechos que reclamará Portugal para su colonia de Brasil. Toda la zona situada al oeste de
la línea pertenecía a España; la del oeste, a Portugal.
Colón partió del puerto de Cádiz en su segundo viaje con una poderosa flota compuesta por
diecisiete naves el 25 de septiembre de 1493. Los navios iban cargados de pertrechos,
colonizadores y soldados, además de animales domésticos y plantas europeas. La empresa
contaba con doce misioneros y con los célebres Antonio de Marchena, Juan de la Cosa, Diego
Colón, Alonso de Ojeda (conquistador de Santo Domingo), el padre y un tío de fray Bartolomé
de Las Casas y Juan Ponce de León, entre otros. La expedición, financiada por el duque de
Medina Sidonia, recaló en la Gomera el 5 de octubre para proveerse de alimentos y agua. El
domingo 3 de noviembre Colón tocó tierra americana por segunda vez, en una islita, a la que da
por nombre Dominica y, posteriormente, en otras islas que bautizó como Marigalante y
Guadalupe, en honor de la virgen extremeña. Descubrió la isla de Puerto Rico el 16 de
noviembre del mismo año, a la que llamó San Juan (los naturales la llamaban Boriquén).
Al llegar a La Española, experimentó un profundo disgusto, pues encontró el fuerte de Navidad
incendiado y muertos sus moradores por las tribus aborígenes, dirigidas por los caciques
Caonabo y Guacanagi. Poco después de fundar otro fuerte, La Isabela, recorrió la costa sur de
Cuba y denominó a sus innumerables cayos Jardines de la Reina. Convencido el navegante de
hallarse en las Molucas o Indias Orientales, descubrió también la isla de Santiago (Jamaica).
La expedición —una proeza náutica— se mostraba cada vez más como un fracaso económico.
Las duras condiciones del lugar, la escasez de comodidades, los desmanes de algunos
expedicionarios y la hostilidad de los indios, le crearon muchos problemas al genovés.
Colón decidió poner proa de vuelta a la Península, después de convalecer durante cinco meses
en el fuerte La Isabela, única colonia europea en el continente americano por entonces.
Reemprendió el viaje de retorno, en medio de las dificultades y errores provocados por algunos
abusos de los colonizadores y del propio navegante. Nombró a Bartolomé Colón, su hermano,
Adelantado de la isla, y partió en la «Niña» el 10 de marzo de 1946. Después de un azaroso
viaje, desembarcó en Cádiz el 11 de junio con un grupo de indios que había encabezado el
propio Caonabo (fallecido durante la travesía). Los reyes le recibieron de buen grado y le
concedieron las mercedes que solicitó; Colón rechazó, sin embargo, los títulos nobiliarios que le
ofrecieron. A pesar de la mala fama que había adquirido por el trato que daba a sus
subordinados, pudo montar otra expedición por cuenta de la Corona.
El día 1 de agosto desembarcó por primera vez en tierra firme venezolana en las penínsulas de
Paria y Cumaná, a las que confundió con islas.
Remontó hacia La Española donde conoció la despoblación del fuerte La Isabela y la fundación
de Santo Domingo, a orillas del río Ozama. Colón, muy enfermo de gota y de oftalmía, se
enfrentó a la rebelión del justicia Francisco Roldán y se produjo un desorden general en la
colonia que el almirante no pudo evitar.
Consecuente con su promesa de levantar un ejército para liberar los Santos Lugares del domino
turco, intentó de su propio peculio realizar una leva, exaltado por su celo religioso y un
profundo misticismo.
Pero su afán descubridor le impidió poner el plan en práctica y, aunque viejo, todavía enérgico,
emprendió su cuarta y última aventura marinera, convencido todavía de que las tierras por él
descubiertas antecedían a Asia, proponiéndose el descabellado plan de remontar el río
encontrado cerca de Trinidad, el Orinoco, hasta llegar al mar Rojo y, desde allí, acceder a los
Santos Lugares, para liberarlos de la opresión selyúcida.
A cargo del erario público una vez más, Colón armó cuatro naves (tres carabelas y una pequeña
embarcación) que zarparon de Cádiz el 9 de mayo de 1502, con la recomendación de no
acercarse a La Española salvo en caso de mucha necesidad.
Pisó América por postrera vez, el 13 de junio de 1502, en una isla que denominó Martinino
(Martinica), pero tuvo que dirigirse, muy a su pesar, a La Española, donde Ovando le negó el
permiso de atracar, por lo que hubo de protegerse de un ciclón en Puerto Bello, en el occidente
de la isla. Ovando, ignorante de los consejos de Colón y de su experiencia en aguas tropicales,
se hizo a la mar y perdió veinte naves con sus hombres y tesoros, incluidos los enemigos de
Colón, Roldán y Bobadilla.
Desde La Española, el almirante partió hacia Jamaica, en busca de un paso hacia el océano
índico. Atravesó los Jardines de la Reina y llegó a una isla que bautizó como Guanaja, a unas
cuarenta millas de la costa de Honduras. Allí capturó una gran canoa cargada de ricos objetos de
cobre y armas que anunciaban una cultura más importante que las conocidas por ellos hasta
entonces, la del imperio maya. El afán de Colón por llegar a la India le impidió prestar atención
a aquellos indígenas, que supuso pertenecían al imperio del Gran Khan.
Navegó hasta el cabo de Gracias a Dios (entre Honduras y Nicaragua) y el istmo de Panamá.
Trató de colonizar la costa de Veragua, pero los mosquitos y la hostilidad de los aborígenes se lo
impidieron. Tras más de dos meses de un mal tiempo que estropeó las naves y quebrantó la
salud de muchos hombres, el almirante recaló en una bahía a la que llamó Belén, y en ésta
intentó dejar una guarnición al mando de su hermano Bartolomé y pedir refuerzos a la
Península. Pero la agresividad de los indios le obligó a reembarcar. Ante estos descalabros,
volvió a Cuba en mayo de 1503. Después partió hacia Jamaica, donde le recibieron
pacíficamente y permaneció allí durante un año. Su falta de salud y los abusos de su gente le
crearon infinidad de problemas. Los indios le cortaron el suministro de víveres, pero lo volvió a
conseguir astutamente al anunciar un eclipse que conocía de antemano.
El tardío socorro desde La Española llegó en junio de 1504. Colón permaneció en Santo
Domingo hasta que una expedición lo condujo a España, el 7 de noviembre de 1504, tras mil
penalidades y un fuerte ataque de gota que lo postró. A los pocos días fallecía su protectora, la
reina. Colón acudió a ver al rey en Segovia, sede de la Corte, en mayo de 1505. Murió el 20 de
mayo de 1506 en su quinta de Valladolid, en medio del olvido general y en la creencia de que
había descubierto el camino occidental hacia las Indias y el Gran Khan, sin percatarse de que se
trataba de un enorme continente intermedio, completamente nuevo y desconocido.