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El Humor en La Literatura Española, Wenceslao Fernández
El Humor en La Literatura Española, Wenceslao Fernández
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EL H U M O R EN LA L I T E R A T U R A
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plica una posición ante la viàa. P e r o las del literato llevan un acento
especial, u n origen común e inevitable, que es el de estar inspiradas
m á s o menos secretamente por el descontento. L o s hombres que uti-
lizan su imaginación en crear la fábula de un poema o de u n a novela
son, a n t e s que n a d a , descontentos. Buscan con su fantasía lo que
la realidad les niega y se forjan u n m u n d o a su antojo, abstrayéndose
en él de tal m a n e r a que les parece m á s verdadero que el real. Crean
seres tristes para vengarse de sus propias tristezas ; suponen amores
dichosos para indemnizarse de los que no t i e n e n . . . Si el protagonis-
ta de la novela descubre u n a mina de oro, es que el autor ansia la
riqueza ; si idea el tipo de u n bandido t r i u n f a n t e , es que dentro va
su ansia de castigar el poder ajeno... E l descontento del novelista es
estático, soñador y perezoso ; u n descontento incapaz de acción, o
por escepticismo o por impotencia. N i n g ú n liombre de acción escri-
be novelas. N i n g ú n descubridor de m i n a s de oro h a escrito jamás
novelas en que alguien descubriese m i n a s de oro. E l novelista, el poe-
t a , se cura de las molestias y las dificultades que el m u n d o le ofrece
creando dentro de sí otro m u n d o por el que se mueve m á s a su antojo
y que opone a aquél. t J n ser p e r f e c t a m e n t e satisfecho no escribiría
fábulas. Son m u e s t r a s de descontento en u n escritor hasta; sus diti-
r a m b o s , porque en u n a égloga que canta la apacibilidad del campo
hay u n a inspiración que m a n a del hastío de las ciudades bulliciosas, y
el elogio a la fidelidad de m u c h a s enamoradas nació de que así hu-
biese el poeta deseado que fuese la m u j e r que sólo llevó a m a r g u r a s a
su vida. L a novela es uno de los indicios del malestar h u m a n o , de la
infelicidad general. E l día en que el m u n d o sea t a n perfecto que
exista conformidad e n t r e los deseos y los sucesos, nadie leerá novelas
y , desde luego, nadie las escribirá. U n a novela es el escape de u n a
angustia por la válvula de la f a n t a s í a .
E s t e núcleo de descontento que hallamos en la obra de todo escri-
tor de este tipo y como condición esencial de la m i s m a , no es vitu-
perable, sino,, al contrario, f u e n t e de los mayores bienes, porque no
h u b o progreso h u m a n o alguno que no se derivase precisamente de
u n a desconformidad, de u n malestar, de u n a incomprensión, ya que
h a s t a en la simple busca de las verdades m á s p u r a s , más alejadas de
nuestras necesidades físicas, hay el disgusto que causa la ignorancia.
E l dolor es el que hace avanzar a los h o m b r e s para h u i r de él, que, no
•obstante, les sigue como la sornbra al cuerpo. Y es en la exquisita
sensibilidad del artista donde las miserias, los errores, los sufrimien-
tos todos—los propios y los ajenos—abren m á s crueles llagas y alean-
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zan los gemidos u n a resonancia mayor. Son ellos precisamente los que
se oponen con perennes bríos a la m a l d a d , a la injusticia, a la bruta-
lidad, a la torpeza. H a y ocasiones en que el legislador, el sociólogo,
el g o b e r n a n t e , inclinan la f r e n t e para confesar : «No está bien, p e r o
es imposible corregirlo, porque se halla vinculado en nuestra n a t u r a -
leza.» Y cuando estos h o m b r e s ceden el paso al t o r r e n t e de los ins-
tintos, de las pasiones, de lo que parece irremediable y consustancial,
aUí donde claudican resignadamente nuestras fuerzas, allí se obstina
el poeta pretendiendo hacer con su ideal u n dique contra las debili-
dades. E n el principio f u é el E n s u e ñ o , y la sociedad h u m a n a v a m a r -
chando l e n t a m e n t e hacia aquello que h a determinado antes la f a n t a -
sía. E s e h o m b r e inmóvil, absorto ante el escenario de sus propias ima-
ginaciones, incapaz de acción, es el que p r e p a r a los m á s decisivos
cambios en la vida de sus semejantes, y en él está el resorte de todas
las mutaciones. ¿ Q u é hace mirando los colores del P o n i e n t e en la
futileza de las nubes o ensartando con cuidado escrupuloso las pala-
bras de sus historietas o de sus r i m a s ? H a c e n a d a m e n o s que dar for-
m a al m u n d o . T r a s los sollozos que le a r r a n q u e n u e s t r a m i s e r i a , ' v e n -
drá el legislador a suavizarla ; el paisaje que él h a y a cantado se po-
blará de peregrinos que Uevan los ojos que él Ies prestó ; si sueña en
volar como las aves, generaciones de ingenieros t r a b a j a r á n después
sobre aquel anhelo p a r a realizarlo. Dickens modifica la justicia in-
glesa con sus novelas. I b s e n , la condición de la m u j e r escandinava,
con sus comedias ; de las obras de B e r n a r d i n o de S a i n t P i e r r e fluyen
los sentimientos antiesclavistas que cristalizan piadosamente a prin-
cipios del siglo XVIII ; en vientos huracanados de revolución se con-
vierte el suave soplo que producen los lectores de Voltaire y de Gorki
y de Tolstói, al volver las hojas de sus libros ; a m a m o s como quisie-
ron los poetas provenzales, y porque se h a n escrito escenas y aven-
t u r a s m a r í t i m a s hay navegantes que gozan en e x t r a ñ a soledad la be-
lleza de los océanos. D o n Quijote, movido por sus lecturas, es un
exacto arquetipo h u m a n o .
Si convenimos en que la m u s a que m á s f r e c u e n t e m e n t e guía la
p l u m a de u n escritor es la de la desconformidad, nos convendrá en se-
guida discernir qué reacciones son posibles a n t e el disgusto de u n des-
contento, y hallaremos que son ú n i c a m e n t e tres, dos de las cuales-
pueden ser estimadas como primarias o instintivas y la otra clasifica-
da como inteligente ; aquéllas, enraizadas en lo m á s n a t u r a l y espon-
táneo de nuestro ser, y ésta, presentándose como f r u t o de u n a ela-
boración en la que interviene con preferencia la facultad p e n s a n t e .
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nada propone a la inteligencia, sino a aquel del que dijo Carlyle, con
palabras que cerrarán mejor que las m í a s este discurso :
«El h u m o r verdadero, el h u m o r de Cervantes o de S t e r n e , tiene
su f u e n t e en el corazón m á s que en la cabeza. Diríase el bálsamo que
u n alma generosa d e r r a m a sobre los males de la vida, y que sólo u n
noble espíritu tiene el don de conceder. E l h u m o r — a ñ a d e el gran filó-
sofo—es, pues, compatible con los sentimientos más sublimes y tier-
nos, o, por mejor decir, no podría existir sin tales sentimientos.»
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C O N T E S T A C I O N
DEL
E X C M O . S R . D. J U L I O CASARES
SEÑORES ACADÉMICOS :
Y con esto nos separamos del novelista para dedicar algunas pala-
bras al cronista mal de su grado, al comentador de la actualidad,
al autor de los innumerables artículos y ensayos que, recogidos sólo en
parte, f o r m a n y a cerca de diez volúmenes bien nutridos. N o es fácil
precisar el orden en que vieron la luz estos trabajos, pues m i e n t r a s
unos se sucedían r e g u l a r m e n t e en pei'iódicos de la capital, otros apa-
recían en revistas y semanarios y en diarios de provincias o de Amé-
rica ; pero esto no importa mucho para nuestros fines. P o r q u e así
como en la producción novelística de F e r n á n d e z FIórez nos intere-
saba indicar tres fases o m a n e r a s , estos trabajos de que ahora t r a t a -
mos ofrecen tal homogeneidad de intención, de t e m p e r a m e n t o y de
técnica, que p e r m i t e colocar ios primeros artículos de El Noroeste
junto a los últimos publicados en 4 B C, sin que se advierta la dia-
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tancia de t r e i n t a años que media entre unos y otros, y sin que uno
sólo de ellos desdiga de la personalidad que logró formarse el autor
desde sus p r i m e r a s cuartillas.
Ahora bien, si he dicho homogeneidad no debe entenderse mono-
tonía. Todo scherzo es, por definición, u n a pieza juguetona y travie-
sa, y además tienen que parecerse unos a otros en la estructura inter-
na y en d e t e r m i n a d a s características exteriores ; pero al compararlos
e n t r e sí hallaremos, a u n sin salir de los de u n mismo autor, contras-
tes tan notables como el que ofrece el scherzo de la sinfonía «Heroi-
ca» de Beethoven, evocador de retozos guerreros en u n a pausa del
combate, junto al otro scherzo, apacible e inocentón, del Septimino.
Así, en las Acotaciones de un oyente, en Ln.s gafas del diablo o en
El espejo irónico, percibimos t a n pronto el reproche indignado que
llega h a s t a los bordes de la sátira, como la ironía sutil o la condes-
cendencia indulgente, todo ello m á s o m e n o s velado al través del
fino cendal del humorismo.
Y con esto m e aparto m o m e n t á n e a m e n t e del escritor y de su obra,
porque lo que m e queda por decir se entenderá mejor si fijamos pre-
v i a m e n t e algunos conceptos, y porque así m e atengo al ritual de estas
ceremonias, según el cual todo discurso de contestación debe incluir
u n a glosa, a m a n e r a de contrapunto, del t e m a planteado por el reci-
piendario. ¿ Q u é es y en qué consiste el h u m o r ? No m e propongo di-
sentir, a u n q u e no falten para ello honrosísimos precedentes en !a
tradición académica, de la feliz exposición con que nos h a obsequia-
do F e r n á n d e z FIórez ; pero así como la visión estereoscópica se ob-
tiene por la s u m a de dos imágenes iguales con leve desviación del eje
focal, así t a m b i é n rae parece posible que, m i r a d a la m i s m a cosa des-
de u n p u n t o de vista algo differente, g a n e u n a nueva dimensión y se
nos m u e s t r e con m a y o r relieve. Y esto sin miedo a incurrir en redun-
dancia, pues es bien poco lo que h a s t a hoy se dijo del h u m o r , para
lo mucho que debió decirse precisamente en esta lengua n u e s t r a , que
se enorguhece del m á s glorioso m o n u m e n t o humorístico que h a n co-
nocido las literaturas de todos los tiempos.
Cediendo a m i preocupación lexicográfica, empezaré por decir
que la acepción de « h u m o n en el sentido que ahora nos interesa no
está recogida n i bien n i mal en el Diccionario. Dios m e libre de
definirla, porque, según afirman quienes saben m á s de esto, los in-
gleses, el solo hecho de intentarlo prueba ya la carencia del verdadero
sentido del h u m o r . F i g u r a , en cambio, en nuestro léxico la palabra
« h u m o r i s m o j , como u n «estilo literario en el que se h e r m a n a n la
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gracia con la ironía y Io alegre con lo triste». No está mal como pri-
m e r a aproximación, y m i e n t r a s nos vamos poniendo de acuerdo acer-
ca del verdadero significado de los términos, podemos utilizar el vo-
cablo «humor» para designar el sentimiento subjetivo, y reservar
para sus manifestaciones objetivas el n o m b r e de ohumorismo». E l
t h u m o r » , pues, será para nosotros u n a disposición de átiimo, algo que
no trasciende del sujeto que contempla lo cómico, y llamaremos «hu-
morismo» a la expresión externa del h u m o r , m e d i a n t e la palabra, el
dibujo, la talla, etc.
M u y oportuna y hasta convincente a p r i m e r a vista es la cita que
hace el señor F e r n á n d e z Flórez para probar que la acepción de «hu-
mor» que nos interesa aparece ya nada m e n o s que en las «retóricas
renacentistas» ; pero el pasaje en que se apoya, tomado de la «Histo-
ria de la crítica literaria» de nuestro ilustre compañero Sáinz R o -
dríguez, disipa pronto la sorpresa que nos causó el aserto. E l «humor»
en Scaligero y M i n t u r n o equivale sencillamente a idiosincrasia, t e m -
p e r a m e n t o , naturaleza, carácter, genio, modo de ser, en una palabra ;
y este mismo sentido es el que conserva el vocablo en la p l u m a de Sha-
kespeare. E n el título de las comedias de B e n J o n s o h (fines del si-
glo xvi), «humour» es todavía el «estado de ánimo habitual de u n a
persona», pero ya en esa época, y siempre en I n g l a t e r r a , aparece el
plural «humours» para designar burlas, b u f o n a d a s , excentricidades
graciosas. E l significado abstracto de «comicidad», precursor del con-
cepto moderno, no nace h a s t a u n siglo después (fines del siglo xvii) y
a ú n t a r d a otro siglo en llegar a Alemania, el pueblo mejor preparado
para recibir la nueva modalidad del donaire. F r a n c i a , el país del «es-
prit», consideró siempre el hiamor como artículo de importación,
h a s t a tal p u n t o que, en la mayoría de los casos, todavía aparece con
la grafía inglesa : humour. ¿ Y en E s p a ñ a ? D e esto nos ha hablado
d e t e n i d a m e n t e F e r n á n d e z F l ó r e z , y el balance deficitario que nos pre-
senta, aun sentando en el haber partida tan considerable como el
Quijote, creo que no se podría cambiar de signo a fuerza de rebuscar,
que no f a l t a r í a n , algunos antecedentes aislados. Séame lícito, sin em-
bargo, y ello no quita validez a las conclusiones de nuestro compañe-
ro, salvar del olvido a u n autor que, a m i juicio, tiene t a n t o s títulos
como Chaucer, por lo m e n o s , para figurar e n t r e los precursores del
h u m o r i s m o ; ya habréis adivinado que estoy pensando en el Arcipres-
te de H i t a .
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