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L ib ertab y O rd e n
Los cuentos del
L ib ertab y O rd e n
Primera Edición
© 2013
MINISTERIO DE CULTURA
Mariana Garces Córdoba
ISBN:
©2013, Alcaldía Municipal La Playa de Belén
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en
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ANGELICA CLARO
Los cuentos del
Al otro día muy temprano nos despertaron y nos fuimos en carro para la Playa de
Belén, el nombre de ese pueblo yo lo había escuchado mucho de boca de mis
papás y siempre me imagine que era un si o al lado del mar, me lleve una
impresión muy grande cuando vi esas inmensas montañas que la rodeaban y ese
valle tan bonito. Cuando llegamos eran casi las seis de
la tarde, la casa de mi abuelo quedaba
llegando a la Playa por el camino que
viene de Ocaña, mi abuelo estaba
sentado en una mecedora y nos
recibieron con arepa con queso y café
negro, yo nunca había comido una
arepa, estaba acostumbrado a las
hamburguesas y las pizzas, pero la
arepa me supo deliciosa y el café
mucho más rico que la gaseosa.
Los cuentos del
Hace muchos años, cuando yo era un niño, en las tardes nosotros hacíamos las
tarea, enseguida llegábamos de la escuela, después ayudábamos en la huerta o nos
ponían a moler el maíz y cuando terminábamos podíamos jugar hasta que
oscurecía, luego nos llamaban a comer y finalmente a dormir.
Un día cuando estábamos jugando, mi prima María Eliza, que vivía en la finca del
frente y que dejaban venir a jugar con nosotros, nos contó que el domingo había
escuchado en el pueblo que uno de los gitanos le decía a otro que habían unas
palabras que no se podían pronunciar a las seis de la tarde, ni a las seis de la
mañana, y era: “Cabrito sal a mi huerto”; Nosotros no le creímos y nos agarramos
en un círculo, como haciendo una ronda infan l, y comenzamos a decir: “cabrito
sal a mi huerto” una y otra vez, y mi a salió de la cocina y nos dijo: “ichhh estos
pegotes están buscando las cuatro patas al gato, les va a salir el rabipelao y se los va
a llevar, dejen de jugar así”.
Para que no nos dieran juete, nos fuimos a jugar en el palo de mango que quedaba
detrás de la cocina, ahí donde nadie nos escuchara, y comenzamos a decir en voz
muy suavecita: “Cabrito sal a mi huerto”; “Cabrito sal a mi huerto”; y hubo un
momento en que el cielo se oscureció, los gallos comenzaron a cantar como si
fuera el fin del mundo, en ese momento sen un vaho frío en el cuello y cuando
voltee para ver que era, salió un hombre ves do de nazareno detrás del naranjo,
este se acurrucó y se volvió a parar, nosotros tratamos de correr pero estábamos
congelados, por cada vez que se acurrucaba se nos acercaba más, y nosotros no
podíamos ni gritar, a mí se me salían las lágrimas y trataba y trataba y no podía, mi
prima María Eliza como pudo dijo: “Creo en dios todopoderoso” y esa frase fue
suficiente para que el nazareno se detuviera y nosotros nos desencantaramos.
Los cuentos del
SEGUNDA NOCHE
La noche siguiente mi hermana y yo teníamos una discusión, ella quería dormir
con la luz de la lámpara encendida y yo quería dormir a obscuras, la verdad yo
prefería que todo estuviera negro a ver las sombras que se hacían con la luz de la
lámpara; como no nos poníamos de acuerdo fuimos a buscar al abuelo y le
dijimos lo que estaba pasando, él dijo: ¿ustedes quieren que les cuente la historia
de la luz corredora? Y nosotros inmediatamente le dijimos que sí, nos fuimos para
la cama nos arropamos y nuestro abuelo se demoró en llegar debido a su paso
lento.
El campesino debía ausentarse durante una semana, así que alisto todo para que
su mujer no tuviera que hacer mucho esfuerzo, debido a su avanzado estado de
preñez. Así el campesino salió un domingo por la tarde, despidiéndose con un
beso de su mujer y llevando un atado con panela, arepas y queso; en el cinto una
mache lla y un perrero en la mano.
TERCERA NOCHE
Al tercer día, mis papás me llevaron a La Playa, para comprar un mercado y
colaborar en la casa de mis abuelos, estuvimos en varias endas del municipio en
donde vi en sus altos estantes, frascos llenos de dulces que no conocía como los
mantequillados, el arifuque y las jaleas. Yo estaba feliz como nunca lo había estado
pues nunca había probado cosas tan deliciosas como esos dulces.
Pues que te digo, mijito, La playa de Belén era un municipio muy comercial.
Recuerdo mucho que Doña Ana Elcida Sánchez me contaba que el trabajo en la
enda era muy trajinado, llegaban muchos campesinos y había que atenderlos,
guardarles la plata, si traían cargas pagarle los fletes, esperar que ellos fueran a
Ocaña a vender la carga y luego volvían a La Playa y hacían las compras acá se les
vendía sal, azúcar y alambre de púas al por mayor.
La Playa era un municipio floreciente a tal punto que hasta agencia de Bavaria
tuvimos acá en el pueblo.
Pues mi abuelo no quiso quedarse con la duda de saber que era el Gritón y bajo de
noche a la quebrada y se ocultó entre maleza; cuenta él que sen a mucho miedo
pero que más grandes eran las ganas de descubrir aquel misterio, cuando iba
siendo la media noche, dice que los gallos se escuchaban cantar al fondo y el cielo
se puso como boca de lobo, de pronto escucho en la lejanía un grito como de un
animal herido, señal que estaba cerca el espanto. De pronto al lado de la corriente
de agua vio primero un burujón negro que se movía, y se escuchaban cada vez
más lejanos los sonidos que eran como de ollas cayendo al suelo, una luz de luna
paso entre las nubes y dejo ver bien lo que era aquel bulto informe: la figura era de
un hombre, se veía todo negro, como si lo hubieran pintado con brea, y al lado de
él iba un perro negro, como el azabache, que le mordía el garrete y esto hacia que
el hombre pegara aquellos gritos indescifrables.
Cuando mi abuelo vio aquella escena sacada de los mismísimos infiernos sin ó
tanto miedo, que la piel se le puso de gallina, se le aflojaron las piernas como de
algodón y no se sabe de dónde saco fuerzas para subir corriendo por esas peñas
mientras que iba rezando el credo; cuando llego a la puerta de la casa cayo
desmayado, frio como un muerto y solo se recuperó tres días después cuando el
cura vino y lo escucho en confesión.
Cuando mi abuelo vio aquella escena sacada de los mismísimos infiernos sin ó
tanto miedo, que la piel se le puso de gallina, se le aflojaron las piernas como de
algodón y no se sabe de dónde saco fuerzas para subir corriendo por esas peñas
mientras que iba rezando el credo; cuando llego a la puerta de la casa cayo
desmayado, frio como un muerto y solo se recuperó tres días después cuando el
cura vino y lo escucho en confesión.
De esa señora se ha dicho mucho, pero hay una historia que me ha causado mucha
risa y siempre que alguien la cuenta no puedo disimular, las personas del pueblo
en algún momento llegaron a decir que la gringa se dedicaba a matar sapos y ranas
para sacar de ellos esmeraldas, puesto que los Estoraques estaban llenos de
piedras preciosas y estos animales se las comían, así que cuando consiguió una
gran fortuna de estas piedras se fue de los Estoraques para su erra- mi abuelo se
sonrió y siguió diciendo- para la imaginación de un pueblo no hay límites hijos
míos”.