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Los cuentos del

Recopilación de la tradición oral del municipio de La Playa de Belén

L ib ertab y O rd e n
Los cuentos del

Recopilación de la tradición oral del municipio de La Playa de Belén

L ib ertab y O rd e n
Primera Edición
© 2013

MINISTERIO DE CULTURA
Mariana Garces Córdoba

ALCALDE MUNICIPAL LA PLAYA DE BELÉN


Volmar Ovallos 2012-2015

COORDINADORA ÁREA CULTURA


Angélica Claro

ISBN:
©2013, Alcaldía Municipal La Playa de Belén
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ANGELICA CLARO
Los cuentos del

Mi nombre es Felipe y mi hermana se llama Josefa, ambos nacimos en Bogotá,


pero nuestros padres son de La Playa de Belén. Nuestra vida en Bogotá era muy
diver da, después de salir del colegio la pasábamos mirando televisión y me dos
en Internet; pero un día de noviembre llego a nuestra casa una misteriosa carta,
dirigida a nuestra mamá, cuando llegamos del colegio ella tenía la carta apretada
contra su pecho y estaba vuelta un mar de lágrimas, ese día no hubo cena; mi
papá llego a las siete de la noche del trabajo se encerró con mi mamá en la
habitación, y después de quince minutos nos reunió a mi hermana y a mí en la sala
y dijo: Su abuelito, el papá de su mamá, está muy enfermo y nos vamos a visitarlo a
La Playa.

Al otro día muy temprano nos despertaron y nos fuimos en carro para la Playa de
Belén, el nombre de ese pueblo yo lo había escuchado mucho de boca de mis
papás y siempre me imagine que era un si o al lado del mar, me lleve una
impresión muy grande cuando vi esas inmensas montañas que la rodeaban y ese
valle tan bonito. Cuando llegamos eran casi las seis de
la tarde, la casa de mi abuelo quedaba
llegando a la Playa por el camino que
viene de Ocaña, mi abuelo estaba
sentado en una mecedora y nos
recibieron con arepa con queso y café
negro, yo nunca había comido una
arepa, estaba acostumbrado a las
hamburguesas y las pizzas, pero la
arepa me supo deliciosa y el café
mucho más rico que la gaseosa.
Los cuentos del

Esa noche me aburrí mucho porque en casa de mi abuelo no había internet, ni


tampoco tv cable, el sonido de los grillos y de las chicharras casi no me dejaba
dormir, esa noche dábamos y dábamos vueltas en la cama que nos habían asignado
a mi hermana nos arropo, se sentó en un taburete de cuero que estaba al lado de la
cama y volvió a decir: les voy a contar un cuento y verán que se van a diver r más
que con esas cosas de las que ustedes hablan; se arregló el saco de lana y comenzó a
decir:

Hace muchos años, cuando yo era un niño, en las tardes nosotros hacíamos las
tarea, enseguida llegábamos de la escuela, después ayudábamos en la huerta o nos
ponían a moler el maíz y cuando terminábamos podíamos jugar hasta que
oscurecía, luego nos llamaban a comer y finalmente a dormir.

Un día cuando estábamos jugando, mi prima María Eliza, que vivía en la finca del
frente y que dejaban venir a jugar con nosotros, nos contó que el domingo había
escuchado en el pueblo que uno de los gitanos le decía a otro que habían unas
palabras que no se podían pronunciar a las seis de la tarde, ni a las seis de la
mañana, y era: “Cabrito sal a mi huerto”; Nosotros no le creímos y nos agarramos
en un círculo, como haciendo una ronda infan l, y comenzamos a decir: “cabrito
sal a mi huerto” una y otra vez, y mi a salió de la cocina y nos dijo: “ichhh estos
pegotes están buscando las cuatro patas al gato, les va a salir el rabipelao y se los va
a llevar, dejen de jugar así”.

Para que no nos dieran juete, nos fuimos a jugar en el palo de mango que quedaba
detrás de la cocina, ahí donde nadie nos escuchara, y comenzamos a decir en voz
muy suavecita: “Cabrito sal a mi huerto”; “Cabrito sal a mi huerto”; y hubo un
momento en que el cielo se oscureció, los gallos comenzaron a cantar como si
fuera el fin del mundo, en ese momento sen un vaho frío en el cuello y cuando
voltee para ver que era, salió un hombre ves do de nazareno detrás del naranjo,
este se acurrucó y se volvió a parar, nosotros tratamos de correr pero estábamos
congelados, por cada vez que se acurrucaba se nos acercaba más, y nosotros no
podíamos ni gritar, a mí se me salían las lágrimas y trataba y trataba y no podía, mi
prima María Eliza como pudo dijo: “Creo en dios todopoderoso” y esa frase fue
suficiente para que el nazareno se detuviera y nosotros nos desencantaramos.
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Corrimos mucho y llegamos a la puerta


de la cocina, blancos como un papel, le
contamos a los que estaban en la casa lo
que habíamos visto, y después nos
llevaron para adentro, nos pusieron a
rezar el rosario hasta las nueve de la
noche, hora en la que nos mandaron a
dormir, sin haber comido, ese día
dormimos juntos, bien apretados unos
con otros. Con el empo supimos que
en ese mismo si o la gente decía que
había una múcura que hasta el día de
hoy no ha sido encontrada.

Cuando el abuelo termino de contar


Josefa estaba dormida y yo me
encontraba muy emocionado, él nos dio
un beso en la frente, apago la lámpara
de petróleo, salió y cerró la puerta, yo
me apretuje contra Josefa y también
quede dormido inmediatamente.
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SEGUNDA NOCHE
La noche siguiente mi hermana y yo teníamos una discusión, ella quería dormir
con la luz de la lámpara encendida y yo quería dormir a obscuras, la verdad yo
prefería que todo estuviera negro a ver las sombras que se hacían con la luz de la
lámpara; como no nos poníamos de acuerdo fuimos a buscar al abuelo y le
dijimos lo que estaba pasando, él dijo: ¿ustedes quieren que les cuente la historia
de la luz corredora? Y nosotros inmediatamente le dijimos que sí, nos fuimos para
la cama nos arropamos y nuestro abuelo se demoró en llegar debido a su paso
lento.

“Vean muchachitos, nos dijo, la historia de la luz corredora en La Playa ene


muchas versiones, yo les contare la que para mí es la más cierta, y se las voy a
contar de la misma forma como a mí me la conto mi abuelo hace más de 80 años y
a él se la conto su abuelo, es decir que la esta historia ene más de cien años.
Pues bien la historia dice que hace muchos años había en La Playa una señora
casada con un campesino, estaban recién casados y vivían muy felices; los
campesinos de nuestra región siempre han sido muy pobres pero trabajadores,
resulta que la situación se puso muy di cil y el esposo de aquella señora le toco
irse a Jornalear para tener plata, pues la mujer estaba embarazada y había que
comprar lo necesario para la llegada del nuevo integrante de la familia.

El campesino debía ausentarse durante una semana, así que alisto todo para que
su mujer no tuviera que hacer mucho esfuerzo, debido a su avanzado estado de
preñez. Así el campesino salió un domingo por la tarde, despidiéndose con un
beso de su mujer y llevando un atado con panela, arepas y queso; en el cinto una
mache lla y un perrero en la mano.

Pasaron los días, paso la semana y el campesino no llegaba, lo que él había


alistado para la comodidad de su esposa se iba agotando poco a poco, con tan
mala suerte que lo primero que se acabo fue la leña que él había dejado cortada.
Ella pensó varias veces antes de desobedecer a su marido pero también pensó
que aguantar hambre le haría mal a su hijo, por eso muy decidida, como son las
mujeres Playeras, tomo un hacha y se fue “pal” monte a cortar leña.
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Cortó un palo seco con mucho cuidado, se


demoró casi tres horas haciendo lo posible para
no hacer mucha fuerza, una vez que estuvo abajo
el palo comenzó a picarlo con tan mala suerte que
tratando de cortar una rama, el hacha fue a dar
contra el estómago de la mujer haciéndole una
herida tan profunda que llego hasta él bebe y lo
mato en el acto.
La mujer duro unas horas en desangrarse, y en
ese agónico empo lo único que tuvo por hacer
fue pedir perdón al al simo por su
desobediencia; cuando los campesinos la
encontraron días después se horrorizaron ante
ese terrible imagen.
Dicen que desde ese empo para acá en esa
montaña, que queda cerca a la vereda “El
Higuerón”, se puede ver en las noches sin luna,
por ahí a eso de las once de la noche, una luz que
cuando se mira se va acercando, y cuando se está
muy cerca se puede divisar que esa luz es una
mujer que lleva en sus manos una hacha de
fuego, de la misma forma como una madre lleva a
un niño en brazos, la luz del hacha es la que le da
su brillo; también dice la gente que vive por allá
que si la persona que mira la luz corredora es una
persona de malos sen mientos se la lleva a una
cueva muy oscura donde no vuelve a salir.
Bueno mis pegotes ahora si se me duermen, dijo
el abuelo, pero esta vez Josefa no se había
quedado dormida, estaba abrazada a mí y no se
podía despegar, mi abuelo nos dio las buenas
noches y dijo: ¿quieren dormir con luz o sin luz? Y
nosotros le contestamos que mejor sin luz, pero
que dejara la cor na abierta para que entrara el
brillo de la luna llena para no asustarnos tanto.
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TERCERA NOCHE
Al tercer día, mis papás me llevaron a La Playa, para comprar un mercado y
colaborar en la casa de mis abuelos, estuvimos en varias endas del municipio en
donde vi en sus altos estantes, frascos llenos de dulces que no conocía como los
mantequillados, el arifuque y las jaleas. Yo estaba feliz como nunca lo había estado
pues nunca había probado cosas tan deliciosas como esos dulces.

Cuando llegamos a la casa, enseguida me fui donde mi abuelo y lo encontré en un


asiento, que tenía recostado a la pared mientras se tomaba una sopa de frijol en
un plato de peltre con cuchara de tana. Abuelo, abuelo, le dije, cuéntame de cómo
era La Playa cuando eras joven; mi abuelo puso el plato en la mesa que tenía al
lado y me dijo:

Pues que te digo, mijito, La playa de Belén era un municipio muy comercial.
Recuerdo mucho que Doña Ana Elcida Sánchez me contaba que el trabajo en la
enda era muy trajinado, llegaban muchos campesinos y había que atenderlos,
guardarles la plata, si traían cargas pagarle los fletes, esperar que ellos fueran a
Ocaña a vender la carga y luego volvían a La Playa y hacían las compras acá se les
vendía sal, azúcar y alambre de púas al por mayor.

La Playa era un municipio floreciente a tal punto que hasta agencia de Bavaria
tuvimos acá en el pueblo.

En esos empos como no había carreteras ni para el Sincho, Hacarí, Aspasica, ni


para Ocaña todo eran caminos de herradura, se salía por las liscas de tal forma
que las personas de esos si os que tenían enda tenían que venir a La Playa a
sur rse
CUARTA NOCHE
El siguiente día fuimos a caminar y a conocer los famosos Estoraques, mi abuelo
nos contaba que esas formaciones eran únicas y que un señor muy importante les
había hecho, hace unos años, un poema muy bonito; nos diver mos mucho y
cuando nos cansamos nos fuimos a comer mandarinas debajo de un árbol y ahí el
abuelo nos dijo: “una de las leyendas más famosas de La Playa de Belén es el
Gritón, se las voy a contar, hace mucho empo mi abuelo me contaba que en la
quebrada de La Playa decían las personas que se escuchaba el Gritón, el cual era
un espanto que en vida era un campesino que había matado a su esposa y a sus
hijos. El Gritón ene la cualidad que para despistar, sus víc mas lo escuchan lejos
cuando está cerca y lo escuchan cerca cuando está lejos.

Pues mi abuelo no quiso quedarse con la duda de saber que era el Gritón y bajo de
noche a la quebrada y se ocultó entre maleza; cuenta él que sen a mucho miedo
pero que más grandes eran las ganas de descubrir aquel misterio, cuando iba
siendo la media noche, dice que los gallos se escuchaban cantar al fondo y el cielo
se puso como boca de lobo, de pronto escucho en la lejanía un grito como de un
animal herido, señal que estaba cerca el espanto. De pronto al lado de la corriente
de agua vio primero un burujón negro que se movía, y se escuchaban cada vez
más lejanos los sonidos que eran como de ollas cayendo al suelo, una luz de luna
paso entre las nubes y dejo ver bien lo que era aquel bulto informe: la figura era de
un hombre, se veía todo negro, como si lo hubieran pintado con brea, y al lado de
él iba un perro negro, como el azabache, que le mordía el garrete y esto hacia que
el hombre pegara aquellos gritos indescifrables.

Cuando mi abuelo vio aquella escena sacada de los mismísimos infiernos sin ó
tanto miedo, que la piel se le puso de gallina, se le aflojaron las piernas como de
algodón y no se sabe de dónde saco fuerzas para subir corriendo por esas peñas
mientras que iba rezando el credo; cuando llego a la puerta de la casa cayo
desmayado, frio como un muerto y solo se recuperó tres días después cuando el
cura vino y lo escucho en confesión.
Cuando mi abuelo vio aquella escena sacada de los mismísimos infiernos sin ó
tanto miedo, que la piel se le puso de gallina, se le aflojaron las piernas como de
algodón y no se sabe de dónde saco fuerzas para subir corriendo por esas peñas
mientras que iba rezando el credo; cuando llego a la puerta de la casa cayo
desmayado, frio como un muerto y solo se recuperó tres días después cuando el
cura vino y lo escucho en confesión.

Así le paso a mi abuelo, es decir a su tatarabuelo, por andar buscando lo que no


debía, termino diciendo mi abuelo mientras terminaba de pelar otra mandarina.
CUARTA NOCHE
Abuelo, Abuelo… ayer que estuvimos en los Estoraques, vimos una cartel que
decía: “cueva de la gringa”, cuéntanos la historia de esa cueva, le pregunte muy
temprano a mi abuelo. Mi abuelo contesto: “En esa cueva vivió hace muchos años
una mujer que vino de los Estados Unidos, algunos dice que era francesa, y la cual
se dedicó durante tres años a estudiar las formaciones rocosas de los Estoraques,
hay algunas personas que dicen que junto con un Campesino de la zona
construyeron los escalones que existen para ascender, ese campesino era
ermitaño, es decir que vivía solo, por eso los escalones se llaman: “las gradas del
Ermitaño”.

De esa señora se ha dicho mucho, pero hay una historia que me ha causado mucha
risa y siempre que alguien la cuenta no puedo disimular, las personas del pueblo
en algún momento llegaron a decir que la gringa se dedicaba a matar sapos y ranas
para sacar de ellos esmeraldas, puesto que los Estoraques estaban llenos de
piedras preciosas y estos animales se las comían, así que cuando consiguió una
gran fortuna de estas piedras se fue de los Estoraques para su erra- mi abuelo se
sonrió y siguió diciendo- para la imaginación de un pueblo no hay límites hijos
míos”.

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