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La niña de la lámpara azul- José María Eguren

En el pasadizo nebuloso

cual mágico sueño de Estambul,

su perfil presenta destelloso

la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,

y su llama seductora brilla,

tiembla en su cabello la garúa

de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa

con fresco aroma de abedul,

habla de una vida milagrosa

la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura

y besos de amor matutino,

me ofrece la bella criatura

un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,

hiende leda, vaporoso tul;

y me guía a través de la noche

la niña de la lámpara azul.


LOS DADOS ETERNOS

Para Manuel González Prada, esta emoción bravía y selecta,


una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;


me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,


hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,


como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado...
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,


ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

César Vallejo, 1918


CULTIVO UNA ROSA BLANCA- JOSE MARTI

Cultivo una rosa blanca


en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca


el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.
EL ENAMORADO- JORGE LUIS BORGES

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,


lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron


Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira


de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.


Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.
EL HIPOCAMPO DE ORO - RESUMEN - ABRAHAM VALDELOMAR

EL HIPOCAMPO DE ORO

La casa de la señora Glicina era pequeña y limpia. En la aldea de pescadores


ella era la única mujer blanca entre los pobladores indígenas. Alta maciza,
flexible, ágil, en plena juventud.
Mas la señora Glicina no era feliz: viuda y estéril
Un día apareció un barco extraño, llego a la orilla en el crepúsculo con un gallardo
caballero. Aquella no el pernocto en la casa de lo señora. Durmió con ella sin
que ella le preguntara nada, porque ambos tenían la conciencia de que eran el
uno para el otro, se confundieron con un beso, y al alba, la dorada nave se perdió
en la neblina. Aquel amor breve fue como la realización de un mandato del
destino. Y la señora Glicina fue desde ese momento la viuda de la aldea.
Pasaron tres años, caminaba la viuda por la orilla de la playa. Ya se ponía sol,
caía la noche. Entonces un animal rutilante surgió entre las aguas agitadas y, en
las tinieblas. Y empezó a llorar desconsoladamente.
- “¿Por qué eres tan desdichado señor?- interrogó la viuda- Un rey bien puede
decirle a sus súbditos que le de todo lo que tienen pero no la felicidad. Si mis
siervos supieran que su rey podía tener deseos insatisfechos, perdería todo
respeto hacia la majestad real y me creerían igual a ellos. Mi reino caería hecho
pedazos. Estos ojos que veis no me durarán sino hasta mañana. Cada luna yo
debo proveerme de mi nueva copa de sangre, que es la que me da a mi cuerpo
esta constelada brillantez; y si no la consigo volveré sin luz”
Luego, agregó, mirando fijamente a la viuda:-“A propósito, que ojos tan bellos
tenéis, señora mía. Os parecen bellos -repuso la señora - por que vos lo
necesitáis pero d mí sólo me sirve para llorar…”
- “¿Qué darías, Oh rey de oro, por conseguir estas tres cosas?”
“Daría todo lo que me fuera solicitado. Hasta mi reino. Yo ame a un príncipe que
vino del mar hace tres años- dijo la señora- Yo os daría mis ojos, os llenaría la
copa de sangre y si vos me dierais el secreto para que nazca el fruto de mi amor
tal como yo lo –deseo”
-“púes bien - dijo el Hipocampo de oro Vuestro hijo nacerá. Oídme y obedéceme:
Cuando me entreguéis tus pupilas, me des la copa de sangre y moriréis en
seguida, pero vuestro hijo habrá nacido ya. ¿Estás resuelta?”, dijo la señora
Glicina.
Y la dama se arrancó y entregó sus ojos al hipocampo que se los puso en sus
cuencas ya vacías.
-“¡Ahora dame mi hijo! – exclamó la señora. Sea. ¡Adiós! Tú lo quieres así.
Mañana, después del crepúsculo morirás, pero tu hijo vivirá con la virtud del
amor, para siempre”.
-“Gracias, ¡Oh rey del mar! ¿Qué vale lo que te he dado cuando tú me has dado
un hijo?”…
Más no lo oyó el hipocampo de oro porque ya había hundido en el mar dejando
una estela rutilante entre las ondas frágiles. Fin
Autor: Abraham Valdelomar
Fuente: Cuentos Peruanos

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