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CÓMO INTEGRAR TU SOMBRA

José Antonio Delgado González


Primera edición, Agosto 2015

Copyright © 2015 José Antonio Delgado González

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Editor: José Antonio Delgado González www.joseantoniodelgadoescritor.com

Maquetación y diseño de cubierta: José Antonio Delgado González

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ÍNDICE

Introducción
Capítulo 1. Conociendo tu lado oscuro
Capítulo 2. Confrontación con el mal
Capítulo 3. Lucha entre la luz y las tinieblas
Capítulo 4. Apocalisis de San Juan
Capítulo 5. El espítitu de Saturno
Capítulo 6. La noche oscura del alma en el proceso de individuación
Capítulo 7. Saturno en la astrología moderna
Bibliografía
INTRODUCCIÓN

E ste libro trata sobre la oscuridad que habita en cada uno de nosotros, a la que,
inspirado por F. Nietzsche, C. G. Jung denomina sombra, y sobre la
importancia de integrarla en nuestra consciencia en el proceso de convertirnos
en seres completos. Nuestro estudio se apoya en los descubrimientos del psiquiatra
suizo C. G. Jung y en los desarrollos posteriores de la Psicología Analítica, si bien
hemos intentado que el texto no resulte demasiado técnico, con la intención de que sea
lo más divulgativo posible. Para ello, nos hemos servido, entre otros recursos, de
multitud de ejemplos extraídos del análisis de sueños de diferentes personas, de
conflictos culturales y políticos, de las fases de la obra alquímica de transformación del
plomo en oro, así como del camino descrito por místicos como San Juan de la Cruz.

Algunos autores postjunguianos han dividido el proceso de integración de la sombra en


varias etapas diferentes, sirviéndose de la clasificación original realizada por la íntima
colaboradora de Jung, la Dra. Marie Louise von Franz. Así, para von Franz (1980
citado en Robertson, 2002, pp. 131-132) la integración de la sombra pasa por las
siguientes fases: a) Fase de identidad inconsciente: en esta etapa tiene lugar la
proyección de la sombra sin que la consciencia tenga la más mínima sospecha. La
persona cree que la idea que tiene de la realidad coincide con la realidad objetiva. b)
Fase de diferenciación: la consciencia comienza a percibir una diferencia entre el
objeto y la proyección o imagen interna. c) Evaluación moral: La consciencia del
individuo se ve forzada a enfrentarse al problema moral que la sombra entraña. d) Fase
de ilusión: La consciencia del individuo es capaz de comprender que la realidad estaba
teñida por las proyecciones de los contenidos de su sombra. e) Fase de reflexión: El
individuo puede reflexionar sobre cómo las experiencias terribles, fascinantes y
percibidas como reales no son otra cosa que un autoengaño.

Siguiendo este mismo esquema, Wolfgang Giegerich (1991 citado en Robertson, 2002,
pp. 132-133) divide la integración de la sombra en las siguientes etapas: a) Fase de
cruzada o el enemigo: En esta fase el enemigo se encuentra siempre fuera de nosotros.
Esta fase, según Giegerich (1991), se caracteriza por la presencia de miedos
irracionales ante todo aquello que resulte desconocido (personas, culturas, etc.). b)
Fase de caza de brujas o herética: La proyección de la sombra se ha retirado lo
suficiente y ahora el enemigo se percibe en el círculo de conocidos (familiares
díscolos, enemigos, jefes, etc.). Se asocia con el rechazo y la repulsa. c) Fase
subversiva o de renegado: El individuo es consciente de que la sombra está en todas
partes, también en él, y aparece una actitud cínica. d) Fase de mea culpa: En ella la
consciencia del individuo reconoce la existencia de la sombra en sí mismo y aparece la
culpa. e) Fase de hospitalidad o de integración: La consciencia se percata de la
arrogancia inherente a la etapa anterior, y se produce una diferenciación entre los
contenidos de la sombra y el yo. De ese modo, la persona sabe qué parte de la realidad
que él percibe tiene que ver consigo mismo y qué parte es objetiva.

Si bien esta clasificación en etapas puede resultar pedagógica, nosotros adoptamos en


este libro un criterio más cercano al expuesto por C. G. Jung (1994, 1997, 1998a) en
sus obras y preferimos no asumir ninguna de estas clasificaciones en nuestra
exposición. La integración de la sombra no siempre atraviesa esas etapas en el orden
en que los autores mencionados la describen. No obstante, el lector podrá reconocer
dichas fases en la lectura del texto.

Pese a la abundante bibliografía anglosajona existente sobre la sombra y sus diferentes


niveles en la psique humana, apenas parece que haya tenido repercusión en la
transformación de la consciencia de la mayoría de las personas. Gran parte de la
población mundial permanece inconsciente de las proyecciones de su propia oscuridad,
y vive convencida de que todo lo desagradable y mal intencionado habita lejos de sí
misma. El hombre común prefiere evitar cualquier consideración que le permita
comprender que dentro de su psiquismo habita todo aquello que él más rechaza,
incluidos los motivos profundos que están presentes en las crisis mundiales que nos
afectan. Tampoco admitirá de buen grado que su juicio sobre la pretendida realidad
puede estar equivocado, o que los defectos que él rechaza en sí mismo, y que proyecta
en los demás, pueden ser constructivos, positivos o de utilidad si los reconoce como
partes suyas. Por estos y otros motivos, me he animado a escribir un trabajo
monográfico sobre la sombra, en un lenguaje divulgativo, con la esperanza de
contribuir a la toma de consciencia de la oscuridad que nos embarga.

He incorporado a esta obra la primera parte del texto de mi opera prima, titulada El
retorno al Paraíso Perdido, con las debidas correcciones, ampliaciones y
actualizaciones. Asimismo he reunido todos aquellos artículos, ensayos y conferencias
sobre la sombra que he ido realizando o impartiendo durante los últimos veinte años.
Espero que el lector encuentre en este libro un manual sencillo, de utilidad práctica, y
un revulsivo que le ayude a integrar la cara oscura de su personalidad.
CAPÍTULO 1
CONOCIENDO TU LADO OSCURO [1]
Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:

El asesinado no es irresponsable de su propia muerte.


Y el robado no es libre de culpa por ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el condenado es el que lleva la

carga del sin culpa.


No podéis separar el justo del injusto, ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro están tejidos juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar también el telar.

El Crimen y el Castigo. El Profeta. Khalil Gibrán.

Peligrosas y malas son solo aquellas tristezas que uno arrastra entre la gente para mitigarlas; como
enfermedades tratadas de manera superficial y necia, se retiran un instante para volver a presentarse e
irrumpir de forma mucho más temible; y se acumulan en el interior, y son vida, vida no vivida, vida rechazada
y perdida, por la que se puede morir.

Carta Nº 8. Cartas a un joven poeta. Rainer María Rilke.

"Mas apenas acababa de irse el mendigo voluntario y volvía Zaratustra a estar solo consigo mismo cuando
oyó a su espalda una nueva voz: ésta gritaba «¡Alto! ¡Zaratustra! ¡Espera! ¡Soy yo, oh Zaratustra, yo, tu
sombra!»

(...) »¿Quién eres?, preguntó Zaratustra con vehemencia, ¿qué haces aquí? ¿Y por qué te llamas a ti mismo mi
sombra? No me gustas»

»(...) Contigo he andado errante por los mundos más lejanos y fríos, semejante a un fantasma que corre
voluntariamente sobre tejados invernales y sobre nieve.

»Contigo he aspirado a todo lo prohibido, a lo peor, a lo más remoto: y si hay en mí algo que sea virtud, eso es

el no haber tenido miedo de ninguna prohibición.

»Contigo he quebrantado aquello que en otro tiempo mi corazón veneró, he derribado todas las piedras
señaladoras de confines y todas las imágenes, he perseguido los deseos más peligrosos, -en verdad, por
encima de todos los crímenes he pasado alguna vez.

»Contigo perdí la fe en palabras y valores y en grandes nombres. Cuando el diablo cambia de piel, ¿no se
despoja también de su nombre? El nombre es, en efecto, también piel. El diablo mismo es, tal vez, piel.

»(...) ¡Ay, dónde se me han ido todo el bien y toda la vergüenza y toda la fe en los buenos! ¡Ay, dónde se ha ido
aquella mentida inocencia que en otro tiempo yo poseía, la inocencia de los buenos y de sus nobles mentiras!"

La sombra. Así Habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche.

D edicamos gran parte de nuestra vida a definir quiénes somos en relación con
el mundo y con las demás personas. Durante la infancia consideramos que lo
más importante es sentirnos seguros, amados y protegidos por nuestros
padres, familiares y amigos. Al llegar a la adolescencia, vemos el mundo como algo
desconocido y misterioso, que nos produce un sentimiento contradictorio de miedo y de
curiosidad. Intentamos separarnos de nuestros padres, asumiendo ciertos riesgos, y en
el proceso de descubrir quiénes somos vamos creando nuevas relaciones sociales y
formas diferentes de ver el mundo. Puede que nos equivoquemos en más de una
ocasión, o en muchas, incluso que atravesemos situaciones peligrosas y/o dolorosas,
pero, poco a poco, vamos ganando confianza en nosotros mismos, nos sentimos seguros
de quiénes somos y tenemos claro hacia dónde nos dirigimos.

Cuando, por fin, tras mucho empeño y con grandes dosis de esfuerzo, hemos logrado
todo aquello que habíamos deseado, embelesados por el éxito -profesional, familiar,
social, etc.-, las cosas se empiezan a torcer, y tenemos la impresión de que todo
conspira para que, justo aquellas metas que nos habíamos propuesto y que
considerábamos de la mayor importancia para nuestra vida, se nos escapen sin remedio.
Es entonces cuando el lado oscuro de nuestra personalidad hace acto de presencia. La
sombra está constituida, por tanto, por todo aquello que hemos rechazado, reprimido o
suprimido para adaptarnos a las expectativas de las personas que han tenido un papel
determinante en nuestro desarrollo. Los contenidos rechazados por nuestra consciencia
suelen ser aquellos que no están bien vistos por la sociedad en la que vivimos:
pensamientos, sentimientos, ideas, aptitudes, percepciones, emociones u ocurrencias
que pueden ser mal acogidas en nuestro entorno inmediato (Monbourquette, 1999). En
este sentido, me viene a la memoria la situación de un joven estudiante de medicina. La
madre era médico de profesión y quería que su hijo siguiese el mismo camino
profesional que ella, porque de ese modo "tendría un futuro provechoso y seguro". Sin
embargo, el joven detestaba la medicina y lo que realmente le gustaba era la historia.
Así que, para adaptarse a las expectativas de su familia, reprimió sus opiniones, deseos
y aptitudes relacionadas con la historia hasta que la situación se hizo insoportable y el
conflicto emergió mediante un sabotaje a su voluntad consciente. No lograba aprobar
una asignatura, por más que se esforzara en estudiar, y los padres empezaron a
preocuparse por la situación. Cuando vino a hablar conmigo, me expresó que nunca le
había pasado algo semejante, que él no carecía de las capacidades para estudiar pero
que no se explicaba cómo se le había atravesado aquella asignatura. Durante nuestra
conversación surgió el auténtico conflicto y, una vez reconocido conscientemente (la
sombra), pudo tomar una decisión más acorde a sus deseos y aptitudes. Así, pese a las
resistencias por parte de sus padres, el joven decidió dejar la carrera de medicina y
comenzar los estudios de historia, dando así un giro radical a su vida.

Como vemos en el ejemplo del joven estudiante, la sombra nos enfrenta a un auténtico
conflicto. Nos confronta a un adversario que, las más de las veces, se nos aparece como
entidad externa. Quizás adopte la forma de un padre oponente, un hermano desquiciado,
un agente tributario, un cliente, un contrincante, un profesor autoritario, un compañero
de trabajo, o, tal vez, se nos presente como una situación inesperada, cual un rapto
inconcebible, una pérdida de trabajo, una ruptura de pareja o un hecho "imposible". Sea
como fuere, ese otro que nos confronta a las mayores de las penalidades es nuestro
hermano gemelo. Toda tentativa de controlar y expulsar nuestra sombra está abocada al
fracaso, pues hará que ésta se muestre de mil y una forma distintas, cada vez más
renovada y con un exultante y revitalizado vigor. Los intentos por mantener la sombra o
lado oscuro en las tinieblas del psiquismo terminan por escindir nuestra personalidad
en dos. Una escena cinematográfica que ejemplifica este conflicto la encontramos en la
película Gladiator, cuando el gladiador Máximus, quien había pasado por las mayores
calamidades a causa de su sombra o adversario, se enfrenta a ella, al emperador de
Roma, al final de la película. El héroe es herido en un costado, justo antes del combate,
lo que es propio del adversario, y, finalmente, ingresa en los Campos Elíseos, tras su
muerte en la arena. Es decir, en esa lucha tiene lugar una muerte para con el mundo de
la manifestación, y un renacimiento en los Campos Elíseos, lo que es símbolo de una
muerte de aquello con lo que nuestro yo se identifica y, por lo tanto, de lo que creemos
ser y conocer, y un renacimiento y entrada de la consciencia en el desconocido mundo
de lo inconsciente, el goethiano reino de "las Madres".

El principal error que se comete, cuando uno entra en contacto con su sombra, es el
pretender su inexistencia, y tratar de escapar a la tensión que genera su admisión.
Sostener la tensión de opuestos y mantenerse firme en ella, cual Sansón bajo los pilares
del templo, es un acto difícil de soportar. Dado que la solución a esta oposición no
puede alcanzarse por una vía racional, sino, más bien, a través de una entidad superior,
que engloba a ambos opuestos y realiza una síntesis a-racional, no es de extrañar que,
en los momentos de máxima tensión, lo inconsciente genere una imagen circular, que en
oriente se denomina mandala. Tanto en sueños, cuanto en expresiones artísticas o en
manifestaciones de toda índole, aparece esta figura. O la unión de opuestos en la forma
de una hierogamia divina o boda mística. Esto significa que, tras la confrontación con
nuestra sombra, la personalidad se amplía y adquirimos una nueva identidad que no
coincide ni con la persona que una vez creímos ser, ni con los aspectos y contenidos de
la sombra. La nueva identidad se compondrá de una fusión de nuestro previo
autoconcepto y de aquellas cualidades de la sombra que antes permanecían ocultas,
desconocidas e irrealizadas pero que nos hacen falta para el desarrollo pleno de
nuestra personalidad.

La sombra es la inevitable oposición que conlleva, implícita, toda génesis de un centro


de luz al que denominamos yo. El desarrollo de una conciencia del yo o
autoconsciencia, desde la originaria identificación objeto-sujeto, que tiene lugar
durante los primeros años de existencia del infante, hasta la conciencia de un yo
separado, autónomo e independiente del resto de objetos (personas, situaciones,
circunstancias, etc.), sucede a través de las delimitaciones, así como de las limitaciones
impuestas por el entorno.

Inicialmente, como hemos mencionado, existe una ausencia completa de distinción entre
el bebé y su madre. Es decir, el bebé no es capaz de diferenciar entre el cuerpo de la
madre y el suyo propio, como no distingue entre sus propias necesidades y las de su
madre. Desde luego, aventurarse en estos parajes primigenios, es una empresa dejada
en manos de la imaginación y la especulación. Y poco más, con certeza empírica, se
puede decir de este pre-nacimiento del yo, que
de su pervivencia después de la muerte: realmente casi nada. Solo con cierta
probabilidad podemos conjeturar que, en este albor filogenético, la conciencia se
encuentra inmersa en el magma primigenio, en una especie de época del sueño, donde
el feto y, al poco, el recién nacido, quizás buceen en las aguas madre de su psiquismo
arquetípico, ajenos al mundo objetal (de los objetos)-objetivo (independiente del sujeto
que conoce), en el sentido en el cual lo reconocen en futuras etapas evolutivas. Estaría
como en una cápsula psíquica que, para lo que después resulta la aprehensión del
mundo externo, sería una situación muy parecida a un autismo. Posiblemente, el mundo
externo, en esta etapa primitiva, sea una representación de preformas arquetípicas. Un
mundo vivido como vive después el adulto los sueños, siendo el nacimiento el primer
despertar, aún durante un tiempo más sostenido en duermevela, desde ese océano
primordial a la superficie de la conciencia, que empieza a apoyarse en la orilla seca.
El ámbito junguiano, bastante influenciado por Freud en este punto, así como
psicólogos transpersonales como Stanislav Grof (1988) o el filósofo creador del
modelo integral de psicología, Ken Wilber (1996), describen un estado “pleromático”
del bebé, desde el que, poco a poco, a través de un estadio que Wilber (1996)
denomina “prepersonal”, se produce una frontera entre un yo propio y una especie de yo
ajeno. Es necesario distinguir la enorme diferencia base que supone esta etapa
primitiva pleromático-autista de la indeterminación de fronteras yoicas, lo que tiene
lugar después a través de los naturales y universales mecanismos de proyección–
introyección. Pues sería absurdo hablar de fusión y confusión con ningún objeto
externo, léase por antonomasia la madre, en tanto en cuanto las cualidades de ese objeto
no pueden ser introyectadas, sencillamente porque aún no son más que tenuemente
percibidas.

Es solo después de atravesar este estadio original, que el niño comienza a dividir la
realidad originaria en tres partes de creciente diferenciación: el mundo externo, el
mundo interno y el yo. En los niños más extravertidos, el mundo inte-rior se irá
escondiendo poco a poco detrás de las conspicuas figuras objetales de su entorno, que
aprenderán a reconocer con más interés "objetivo" que sus contrapartes los
introvertidos. Para éstos últimos, los contenidos de la edad del sueño les serán cada
vez más diferenciados del entorno concreto, sin dejar de serles fundamentalmente
atractivos.

De esta manera, la línea de desarrollo evolutivo hacia el complejo del yo y la


conciencia, atraviesa su primera etapa de indistinción entre sujeto y objeto, por
imposición de lo subjetivo sobre lo objetivo; hacia un, cada vez más diferenciado,
reconocimiento del entorno y de sí mismo, a partir de lo cual se establecerá,
seguidamente, la tensión entre el auto-concepto y el autoconocimiento y la alienación en
las relaciones objetales, por un lado, y la posesión por el mundo arquetípico, por otro.
A los primeros momentos de estos estadios pre-diferenciados los llamó Erich Neuman
(2009) ambiente urobórico.
Un estadio esencial en esta etapa del proceso es aquel en el que se produce la
dialéctica entre el recién adquirido yo consciente y las relaciones con las
figuras parentales, lo que resulta ser una
fase necesaria, si bien transitoria. La escuela freudiana pone el acento en una de las
claves de este proceso, la interiorización de estas figuras, posterior a su
reconocimiento, pero, lo cierto es que la imago paterna (al igual que la materna) ya está
pre-figurada, como posibilidad de representación, en lo inconsciente. Y es así, cómo,
no todos los niños perciben al padre y a la madre de la misma manera. Lo que es
traumático para unos, puede ser hasta gratificante para otros. De modo que, la figura
del padre exterior, acaba por configurar la imagen interna.

En un determinado período del proceso de evolución de la conciencia, nos convertimos


en personas que exhiben determinados comportamientos y no exteriorizan otros. La
costumbre y la repetición de los modelos de comportamiento ajustados a las
expectativas parentales y sociales producen un ordenamiento mental eficiente. Mucho
más eficiente que si tenemos que debatirnos en las posibilidades de decisión ante un
problema o inconveniente.

Cuando afirmamos lo que somos, implícitamente estamos diciendo lo que no somos. El


crecimiento y la evolución de la conciencia implican un choque entre nuestras
necesidades y las demandas provenientes del medio ambiente. Las limitaciones y las
prohibiciones impuestas por el entorno físico, familiar y social van creando y
estructurando un núcleo de conciencia al que denominamos yo.

De pequeños aprendemos que ciertas conductas son reprobadas por nuestros padres,
mientras que otras son elogiadas. Según enseña la experiencia y el análisis conductual
aplicado, los niños necesitan del elogio y la amonestación por parte de sus padres para
recordar (y aprender) qué comportamientos son correctos, socialmente adecuados y
adaptados y cuáles no lo son. Después de un tiempo, el niño deja de necesitar ya el
recordatorio de sus padres y termina por introyectarlos o escucharlos en su interior. Se
ha formado el superyó freudiano. No es nada insólito observar cómo los niños, al
realizar alguna travesura, se dicen a sí mismos, en voz alta: “niño/a malo/a”. No
obstante, no debemos olvidar la existencia de una prefiguración inconsciente o imagen
del padre en el niño. Por lo tanto, la interiorización, en realidad, ya posee un molde
arquetípico originario.

Lo que de niños nos sucede, es decir, aquella posibilidad que se nos aparecía entre
comportarnos bien (de acuerdo a las expectativas del ambiente) o mal (en contra de lo
que se espera de nosotros) acaba por desaparecer. Se va forjando, con el desarrollo del
yo, una máscara[2] a través de la cual nos relacionamos con el mundo y logramos una
adaptación al ambiente social.

Pero aquí se genera un problema mayor y más grave. Si la persona en la que nos hemos
convertido se desvía demasiado de nuestro ser esencial o nuclear, del Sí-mismo o
personalidad total, aparece entonces una figura compensatoria en lo inconsciente, a la
que Jung (1999) denominó sombra. Toda vida no vivida, nuestras pautas de conducta
reprimidas, negadas, juzgadas impropias y sojuzgadas se congregan en torno a un
núcleo arquetípico. Todo lo que consideremos como que no nos pertenece se acumula
alrededor de ese centro.

Esta figura aparece en sueños durante los procesos de análisis, normalmente como ente
del mismo sexo que el soñador. Sin embargo, las tempranas figuras de la sombra están
poco definidas y con frecuencia adoptan formas no humanas. Pues cuanto más alejado
de la conciencia esté el complejo o núcleo afectivo y los contenidos que giran en torno
suyo, tanto más inusual, grotesco, poderoso, endemoniado, posesivo y numinoso es su
símbolo.

Películas como Alien, el Hombre lobo o Drácula son claros ejemplos del estado de la
sombra del ser humano en la actual sociedad occidental. Máxime el índice elevado de
audiencia del que disponen. En este sentido, Robertson (2002, pp. 46-49) afirma que en
nuestra era espacial los extraterrestres constituyen una de las formas en las que se
expresa la sombra en sueños y en películas de ciencia-ficción. Así, mientras que las
primeras películas sobre OVNIS, como Encuentros en la tercera fase, representaban al
arquetipo del Sí-mismo (el núcleo o el eje central de la personalidad, alrededor del
cual gira la vida de los individuos), en los últimos años se ha producido un giro y, en su
lugar, aparecen monstruos o engendros malvados que torturan, poseen o aniquilan a los
hombres que abducen. Veamos varios ejemplos de cómo se presenta el Sí-mismo y la
sombra en sueños con extraterrestres o seres teriomórficos (con forma animal):

"Un hombre sueña que un extraterrestre le hace una visita. El extraterrestre,


sin embargo, tiene aspecto humano y conduce una nave espacial con una
tecnología muy avanzada. El hombre extraterrestre le pregunta al soñante
por un lugar en el que poder "aparcar" su nave, un sitio en el que hubiese
más naves como la suya. La nave es circular. El soñante le dice al
extraterrestre que la puede dejar en la azotea de un rascacielos, pensando
en que sería el lugar más apropiado para dejar su nave voladora. El
extraterrestre se marcha agradeciéndole sus indicaciones. Sin embargo, muy
poco tiempo después, regresa con su nave y le dice al soñante que no había
visto ningún vehículo parecido al suyo, que todos eran muy primitivos.
Después, el extraterrestre le cuenta que la Tierra está muy cambiada desde
la última vez que la vio, que le parecía que el mundo había retrocedido
algunos siglos desde que él estuvo allí por última vez. Le cuenta al soñante
que había salido a realizar un viaje interestelar para llevar a cabo una
misión muy importante y que, tras haber concluido dicha misión, había
regresado de nuevo a la Tierra. Pero que estaba muy sorprendido por la
involución de los hombres y del propio planeta desde que él se marchó.
»Después de decirle eso, le permitió al soñante subir a la nave espacial y
recorrieron con ella una gran ciudad, que el soñante no reconoció, para ver
si encontraban algún lugar en el que pudiera dejar la nave sin que llamara
la atención. Encuentran un lugar apartado, a las afueras de la ciudad, y allí
aterrizan."

Este sueño se produjo en un momento de la vida del soñante en el que comenzaba un


proceso de individuación. La nave espacial avanzada, con su forma circular, es un
símbolo de la totalidad, del Sí-mismo o del daimon interior del soñador. El hombre
extraterrestre representa la sabiduría del Sí-mismo. El sueño muestra una potencial
encarnación de un principio trascendente en el soñador (aterrizaje de la nave circular
en las afueras de la ciudad). El analizando tomó consciencia de la situación involutiva
en la que se encuentra la civilización occidental, es decir, de la grave crisis de valores
que afecta al mundo, así como del estado de regresión moral del hombre moderno, algo
que tenía que ver también con él. Pues el hombre que ha perdido el contacto con la
realidad trascendente (extra-terrestre) es un hombre desarraigado, un zombi que se
comporta como un bárbaro e inmoral, destruyendo la Naturaleza, tanto exterior como
interior (el alma). Por cierto que, el aterrizaje de la nave tiene lugar en un lugar
apartado -recordemos, en este mismo sentido, el motivo mitológico del nacimiento de
Jesucristo en un pesebre-, lo que representa que el renacimiento de la divinidad
acontece en lo inconsciente, alejado de la consciencia colectiva, es decir, en el alma.
Además, observamos en el sueño que el personaje extraterrestre ya había estado antes
en la Tierra, es decir, desde un punto de vista psicológico alude a la etapa de la
evolución de la consciencia del niño, cuando no ha-bía distinción entre el alma y la
consciencia, pues esta aún no había nacido. Por lo tanto, y resumiento, el sueño parece
decirle al soñador que pronto tendrá lugar un acontecimiento extraordinario en su vida,
representado por el aterrizaje de la nave espacial extraterrestre en la realidad
manifiesta (la Tierra); que dicha encarnación de un principio trascendente como lo es el
Sí-Mismo, arquetipo rector del destino del soñador desde el momento en que tome
cuerpo en su vida, sucede, no en el ámbito de la consciencia, no en lo alto de un
rascacielos, ni en un lugar público, sino en lo más profundo de su alma; que dicho
acontecimiento, por lo tanto, pasará desapercibido para su entorno inmediato y para la
sociedad, pero que tendrá una importancia fundamental en su destino; además, que esa
encarnación de la divinidad no solo le afecta al soñador, como individuo, sino que tiene
una repercusión a nivel colectivo. Y, por último, que la encarnación del Sí-mismo
requiere de la participación de la consciencia en el proceso, pues de lo contrario la
nave extraterrestre no podría tomar tierra.
Una mujer soñó con unos alienígenas que se introducían en su cuerpo y la poseían, pese
a sus esfuerzos por expulsarlos. Se despertó con una sensación de terror. Al profundizar
en el análisis se pudo observar que esta mujer había reprimido ciertos comportamientos
reprobables, proyectán-dolos en las personas de su entorno. El autoengaño era tal y su
actitud frente a sus propios complejos inconscientes le alejaban tanto de sí misma, que
el sueño reprodujo, en la escena de los alienígenas, la parte de sombra que se negaba a
ver. Como suele suceder, la persistencia en mantener nuestras oscuridades fuera del
foco de luz de la conciencia acaba por provocar situaciones que generan conflictos y,
de ese modo, se emponzoñan las relaciones interpersonales. Ese esfuerzo por evadirse,
tapar u ocultar los verdaderos motivos de un determinado comportamiento se produce
por la angustia y el miedo que genera enfrentarse a ellos. Pero al mantenerlos en la
sombra, estos cobran fuerza, son investidos por un poder inconsciente que los hace
apoderarse (posesión) de la conciencia.

Otra mujer, de mediana edad, soñó que una foca blanca, con la que ella se identificaba,
ascendía a la superficie del océano y era dañada por un espectro negro. La foca es un
animal huidizo, aceitoso, encerado, inaprensible, ágil en el mar o en el océano y torpe
en la tierra. Simboliza la virginidad lo que, junto al color blanco, enfatiza este aspecto
y, al tiempo, el bien o la bondad. En este sentido, se relaciona con su actitud,
identificada con el bien, evitando el mal a toda costa. Esta mujer se obligaba a realizar
el bien, a ser nutricia, amante y a darse a los demás, pero lo hacía por temor al
desamor. Su actitud era la que ha caracterizado al cristianismo, en tanto que se
identificaba con el bien y evitaba el mal. Para ella, el mal era la privatio boni, es decir,
la privación o ausencia de todo bien. Por eso siempre tenía que hacer el bien, y evitar
el mal a toda costa. Pero, lo cierto es que, la figura de la sombra se ocultaba tras esa
compulsión y estaba dañando la expresión de su personalidad total. El hecho de que la
figura de la sombra aparezca como un espectro es indicativo de lo lejana que ésta
estaba de su conciencia. El animal acuático, ágil en el agua y torpe en la tierra, era una
representación de ella misma. Su intuición introvertida, que le ligaba a las imágenes
primigenias, presidía el trono de la conciencia, seguida muy de cerca por un
sentimiento extravertido. Pero la función de la sensación extravertida y su pensamiento
introvertido le hacían moverse torpemente por el ámbito terrestre. Su actitud de virgen
inmaculada era contrarrestada por una sombra espectral, el elemento opuesto,
precisamente el mal simbolizado por la figura de una ninfa. De hecho, el término
ninfomanía es una palabra compuesta por dos elementos: ninfa y manía. Parece que el
furor orgiástico femenino al que hace alusión esta palabra podría tener su origen en la
superstición acerca de las ninfas. En este sentido Mircea Eliade (2000, p. 316) nos
explica cómo apareció “ la superstición de que un delirio vaticinador se apodera de
quien ve salir una forma del agua. (...) La “fascinación” de las ninfas trae pareja la
locura, la abolición de la personalidad”.

Asimismo, la foca es un animal capaz de metamorfosearse, pues, como nos dice


Chevalier (1995), las ninfas perseguidas por los dioses se transforman en focas según
las leyendas griegas. Y su capacidad de transformación era dañada por su propia
sombra, que resultaba ser su incapacidad para moverse por el mundo terrestre y la
continua inmersión en las aguas de lo colectivo. De la negativa influencia que su actitud
maternal y excesivamente bondadosa reportaba a las personas más cercanas, era ella
completamente inconsciente.

El simbolismo de las ninfas, aquellas divinidades de las aguas claras y de los límpidos
manantiales, expresan el terror que acecha tras su candidez. Las ninfas crían y
engendran a los héroes, preparándolos para sus futuras hazañas en el periplo de su vida.
En este sentido, Mircea Eliade (2000) nos dice de las ninfas que son madres de los
héroes locales. Estas divinidades griegas eran bien conocidas por los hombres, quienes
las veneraban y ofrecían tributos. Según nos relata Eliade (2000, p. 316):

“Las más famosas son las hermanas de Tetis, las Nereidas, o como las
llama todavía Hesíodo, las Oceánidas, ninfas neptúnicas por excelencia.
(...) Las ninfas, una vez personificadas, intervienen en la vida del hombre.
Son divinidades del nacimiento (agua=fertilidad) y kourotrophoi, educan a
los niños, les enseñan a hacerse héroes. Casi todos los héroes griegos han
sido educados por ninfas o centauros, es decir, por seres sobrehumanos que
participan de las fuerzas de la naturaleza y las controlan. Las iniciaciones
heroicas no son nunca “familiares”; en general, ni siquiera son “cívicas”,
no se hacen en la ciudad, sino en el bosque, entre la maleza.”

Pero viven en cavernas, lugares oscuros y húmedos, lo que les confiere un aspecto
ctónico y temible. Eliade (2000, pp. 316-317) dice a este respecto que la gruta de las
ninfas es la forma más profana, es decir, la más alejada del sentido religioso
originario, del conjunto agua-gruta cósmica, beatitud, fertilidad y sabiduría. Están,
pues, relacionadas con el nacimiento y, recíprocamente, con la muerte. Son las
propiciadoras de la muerte-renacimiento. Pues la inmersión en sus cavernas y límpidas
aguas representa la muerte del héroe para con el mundo de la manifestación. La
atracción que ellas suponen para el héroe, no deja lugar a dudas del peligro que acecha
tras una fachada de bondad y belleza excedidas. He ahí el peligro que una actitud
bondadosa, atrayente y succionadora, supone para los demás, en especial para las
personas más allegadas. De hecho, la reputación que las ninfas tienen de ladronas de
niños, representa, en un lenguaje psicológico, los peligros que entraña una actitud
“ninfoléptica” en la educación. Pues no permite que el niño que cada cual alberga en su
interior, es decir, su personalidad total, se despliegue y se manifieste. Y es que este
despliegue implica una necesaria lejanía, una ruptura de esa atracción fatal que se
apodera del joven héroe en su proceso de emancipación. Sin embargo, si bien el héroe
se aleja de la madre real, de carne y hueso, en su viaje acaba adentrándose en los
dominios de la Gran Madre, precisamente en la caverna de las ninfas, de la cual habrá
de salir renovado.

A medida que el proceso analítico progresa y, por ende, que el individuo toma contacto
con su otro yo, su alter yo, su hermano gemelo, las formas simbólicas de la sombra se
van antropomorfizando y pasan de ser animales o figuras subhumanas o teriomorfas
(como vampiros, hombres-lobo, alienígenas, toros, etc.) a personajes de piel oscura (o
de piel clara, en el caso de los negros), considerados por la cultura del soñante como
primitivos o moralmente inferiores (negros, indios, árabes, etc.).
Las siguientes escenas oníricas pertenecen a un joven analizando, con dotes poéticas, y
se relacionan con el inicio del período de análisis tera-péutico, en el que comenzaba a
concienciar los contenidos de su sombra. Rezan así:

Viaje al mundo del olvido


vehículo desconocido
butaca desplazada
a la lóbrega morada

Espectral panorámica
Enigmática visión onírica
De una joven conocida
a quien amar
De un primitivo de tez oscura
al que criticar.

Impúdica escena presenciar:


Sobre las fuscas columnas descansar
Las prietas y móviles posaderas columpiar
De la joven concubina al fornicar.

¡Qué vergüenza!
¡Qué inmundicia!
¡Qué obscenidad!
¡Qué carnalidad!

Apresurado me dirijo a la puerta


Del vestusto mundo de floresta.
Sorprendióme del primitivo la reacción
En mi intento de evasión;
Retome a duelo por mi desprecio
Con beligerante aprecio.
Y lucha sin cuartel surgida
En la angosta oquedad constreñida.

Próximo a la salida estaba


Y la lucha se consumaba.
Resurgir victorioso el mío
Del conflicto belicoso

Conflicto que amenazaba con inmolar


Mi tentativa de soslayar
Aquella escena
de impudicia sin par.

Este joven vio cómo todo un cúmulo de barbaridades se iban agolpando y emergiendo
al ámbito de su conciencia. Su carencia de perspectiva y el desconocimiento de su
propia naturaleza le impedían ver cómo fue que llegó a una situación en la que todo
cuanto hacía resultaba ser incorrecto y erróneo para su propia esencia.

El sueño comienza mostrando cómo se ha visto el soñador transportado al mundo de lo


inconsciente. Desconocía cómo llegó hasta allí, pues fueron las circunstancias las que
le compelieron a tomar conciencia de la sombra. Fue una situación insostenible la que
le llevó a darse cuenta de que su actitud, ajustada a las expectativas de su familia y de
la sociedad, le conducía a un destino trágico. De hecho, el vehículo del sueño era un
autobús, tal como resaltó en el período de contextualización. Y el autobús es un
vehículo colectivo, lo que simboliza que su vida era conducida por las demandas de su
familia y de la sociedad.

En el interior del vehículo, el soñador encuentra a una mujer haciendo el acto sexual
con un negro, con un primitivo. La mujer disfrutaba del acto sexual. Esto simboliza que
su anima y su sombra estaban realizando un acto de connivencia. Su feminidad estaba
más en consonancia con su sombra que con su actitud consciente, estrecha, limitada y
colectiva. Este joven no solo había reprimido cualidades negativas, a favor de la tan
codiciada adaptación al ambiente, sino que, la mayor parte de sus cualidades y
aptitudes positivas, no actualizadas, residían en la sombra. De ahí que su anima
estuviera realizando un acto sexual placentero con su sombra.

Sin embargo, la sombra se manifiesta ya en forma humana, lo que significa que el


proceso analítico estaba en una fase avanzada. Pero, tal y como se muestra en el sueño,
el joven pretendía evitar tomar conciencia de su sombra. Y, de hecho, su actitud era
más bien de rechazo hacia sus posibilidades de expresión, aún inconscientes y en un
estado indiferenciado De modo que su sombra se enfrenta a él. De ahí que irrumpieran
contenidos relacionados con su lado oscuro, con su sombra. Cuanto más nos
esforzamos en negar nuestra sombra, más fuerza adquiere esta en nosotros. Si la
negación es completa, y el individuo evita reconocer aquellas facetas de su
personalidad que se encuentran en conflicto con su autoimagen, puede invertirse la
posición moral y la situación en la que nos encontramos, y convertirnos en aquello que
rechazamos. Si, por ejemplo, rechazamos una posible tendencia egoísta y materialista
que reside en nosotros y la proyectamos en los políticos, los banqueros o los
sindicalistas, a quienes consideramos unos corruptos, con independencia de que haya
algo de verdad en ello, lo más probable es que, cuando las circunstancias sean
propicias, y dispongamos de una situación de poder o deseemos hacer un buen negocio,
nuestra sombra se inmiscuirá y realizaremos aquello que tanto criticamos en los demás.
Como vemos en el sueño, la sombra reta al soñador, obligándole a que cambie de
actitud para con ella. Pues el primitivo negro que lleva dentro no está de acuerdo con el
modo en que se dirige a él y se enfurece por su actitud despreciativa. Lo lleva a una
oquedad, entre la puerta trasera del vehículo y las escaleras, y le pone "entre la espada
y la pared". De ese modo, el sueño simboliza que su actitud era, a todas luces,
equivocada, y le compele a tomar conciencia de todos aquellos contenidos que había
reprimido, en favor de su adaptación al ambiente.

Gran parte de los potenciales del soñador habían sido ahogados por el ambiente
familiar y, la sociedad, después, le presionó para que llevase una vida extravertida,
opuesta a su natural tendencia introvertida y meditativa. Finalmente, pese a la
resistencia de su yo consciente, tuvo que aceptar que se había convertido en su propio
enemigo, y que esa actitud era rechazada por su ser interior. Este demandaba una toma
de conciencia y una asimilación de la sombra.

Este conflicto interior fue exteriorizado en conflictos con compañeros y amigos, así
como con los vecinos de la comunidad en la que residía. Fue, de hecho, la situación de
violencia insostenible para con todos, la que le obligó a modificar su actitud. Pues al no
resolver el conflicto que él tenía consigo mismo, éste se exteriorizó por doquier,
emponzoñando todos los ámbitos de su vida.

Resumiendo, si tenemos, pues, presente que la figura del negro representa la sombra
del soñador y, por ende, todo el intrincado entramado de contenidos biográficos que
permanecen y/o han permanecido fuera del ámbito de la conciencia; considerando, al
tiempo, que la figura de la mujer es un símbolo del anima, aquella imagen que
simboliza lo inconsciente colectivo y sus constituyentes, los arquetipos, imagen que,
una vez concienciada, se convierte en función relacional para con los contenidos de lo
inconsciente colectivo y del centro nuclear de la personalidad o Sí-mismo, la
significación del sueño se hace más transparente.

La sombra tiene una relación íntima con lo inconsciente colectivo, en tanto que bajo los
dominios de los contenidos personales de lo inconsciente personal (el subconsciente
freudiano) encontramos los residuos vitales y dinámicos de lo inconsciente colectivo
(los arquetipos). Dado que, la actitud del soñador y su definición de lo que es correcto,
de lo que él cree ser, frente a lo que cree no ser, resulta restringida, limitada y estrecha,
más bien ajustada a las demandas familiares, primero, y sociales, después, alrededor
del arquetipo de la sombra (en la imagen del sueño) se hallan multitud de posibilidades
de expresión que han sido reprimidas, encontrándose en un estado deplorable.

Pero no solo eso. Su neurosis hundía sus raíces en una actitud extravertida, obligada
por el ambiente familiar y las circunstancias concomitantes a aquel, que había violado
su verdadera naturaleza introvertida, más afín al mundo de la imaginación y de la
fantasía que al estéril y enfermo mundo social al que no le había quedado otro remedio
que adaptarse... Muy a su pesar.

De ese modo, su feminidad inconsciente reclamaba la posesión por la sombra, es decir,


precisaba de una relación con los contenidos inconscientes, que giraban en torno al
arquetipo de la sombra, en tanto que constituían los gérmenes de futuras
manifestaciones o expresiones potenciales. Y su naturaleza íntima demandaba la toma
de conciencia de esas posibilidades, para llevarlas al terreno de la manifestación, de la
actualización y de la ulterior concreción.

Por tanto, en este sueño encontramos los siguientes motivos:

1. Anima poseída en connivencia por la Sombra.


2. Actitud yoica opuesta y por completo alejada de su naturaleza íntima.
3. Anima reclamando la concienciación y manifestación de posibilidades de
expresión, segadas por el ambiente y las circunstancias concomitantes.
4. Exteriorización de una actitud extravertida en un individuo
constitucionalmente introvertido.

Ese sueño constituye, en sí mismo, un claro ejemplo de lo que sucede cuando nuestra
actitud se opone y se aleja por completo de las necesidades más íntimas de un
individuo. Todos, en mayor o en menor medida, hemos reprimido o negado partes de
nosotros mismos a lo largo del desarrollo de nuestro yo. Sin embargo, no todas las
personas se alejan tanto de su centro como para verse obligadas, por el estallido de un
trastorno mental, a tomar conciencia de ese alejamiento. Son aquellas personalidades
más sensibles a la problemática situación del hombre occidental moderno, más
sensibles a su enfermedad, las que se ven ante la necesidad vital de enfrentarse a su
persona, a aquella máscara que se han forjado con el fin de adaptarse a las expectativas
de una sociedad cada vez más psicótica, comenzando a partir de ese instante el camino
que les conduce hacia sí mismos. Raúl Ortega (s.f.), en su magnífico trabajo titulado De
nuevo Edipo: la actualidad de una ilusión, afirma:

“El hombre masa ingresa en el mundo adulto colectivo colocándose una


máscara, con una pose, que imita a la vocación y escala de valores de un
auténtico Yo. Se encorseta unos slogans, y se integra en el mundo y la vida
como todos los demás que mira, cuando mira al exterior. Este proceso de
integración (en el mundo) por una parte es necesario; adiestra la
impulsividad caótica y la canaliza en el sentido de responsabilidad,
utilidad y construcción. Implica una separación del mundo, muchas veces
narcisista y autista, infantil, en fomento de la adaptación e integración
yoica, social y adulta. Pero (...) esta separación, normalmente, es tal que lo
distancia, en mucho, de su auténtica identidad, sita en su mundo interior. La
máscara crea un puente al mundo colectivo exterior, pero una barrera para
la identidad interior.”

Más aún, cuando la tela de araña tejida por las proyecciones se cierra sobre sí misma,
englobando en su interior al individuo, éste termina por relacionarse con el mundo a
través de un velo que lo cubre y lo incapacita para ver lo que se encuentra detrás de él.
En una palabra, el mundo que él ve no es sino el mundo de sus propias ilusiones, lo que
en lenguaje cinematográfico viene representado por Matrix. Una metáfora bastante
acertada, de cómo se produce el fenómeno de la proyección de la sombra en la realidad
exterior, sería considerar a la conciencia de un individuo que desconoce los contenidos
de su sombra como a un espectador que está mirando en la butaca de un cine las
imágenes que se proyectan en la pantalla. La imágenes proceden de lo inconsciente, de
la parte oscura y desconocida de su personalidad, que es el proyector que se encuentra
a sus espaldas, pero su consciencia ni siquiera lo sospecha. Él piensa, con ingenuidad,
que las imágenes que observa en la pantalla (es decir, en la realidad en la que vive)
realmente están ahí y no se percata de que, lo que hay allí fuera dista mucho de lo que él
cree ver y conocer.
Según mis investigaciones, los casos de máximo alejamiento de uno mismo parecen
presentarse, con mayor frecuencia, en aquellos individuos cuya constitución psíquica
defiere, en gran medida, de la de sus familiares. Así sucede cuando un niño introvertido
nace en el seno de una familia cuyos padres son extravertidos o viceversa. El ambiente
familiar obliga, en cierto modo, al niño a adaptarse a él, esgrimiendo un carácter que no
le es connatural. Cuando esta actitud se perpetúa y se enfrenta a las expectativas de una
sociedad enferma, como la nuestra, el trastorno mental se agrava y acaba por irrumpir
de un modo violento, tal vez en una psicosis o en un encuentro terrible con lo
inconsciente.

De todos es conocido que, muchos de los criminales más peligrosos han sido víctimas
de un ambiente hostil, que les ha obligado a violar su naturaleza, inicialmente más
sensible, y, a la postre, han exteriorizado esa violación de su propia naturaleza en actos
criminales. No es extraño que estos casos representen lo que en lenguaje común se
denomina “oveja negra” de la familia. Esa sensibilidad mayor les hace captar la
sombra de todo el conjunto familiar, de modo que acaban por personificar el arquetipo
del chivo expiatorio. Recuerdo el caso de un varón en cuyas sesiones iniciales había
exteriorizado un cúmulo de contenidos inconscientes que pertenecían a toda su familia.
Su actitud hacia los miembros de su entorno familiar era insostenible y, por supuesto,
también con la sociedad. Su violencia había adquirido proporciones descomunales, de
modo que se enfrentó a su padre hasta el punto de que éste temía por su integridad
física. Su madre temía ser golpeada también por las tremendas irrupciones de violencia
que exteriorizaba contra todos los que le rodeaban. Su novia había sido víctima de
malos tratos psíquicos y físicos. Al avanzar en la terapia se esclarecieron estas
actitudes antisociales y vandálicas. En este mismo sentido, Jerry Fyerkenstad (1993, p.
336-337), en ¿Quiénes son los criminales?, sostiene:

“Si prestamos atención, metafórica y literalmente hablando, al mundo del


crimen, descubriremos que necesitamos a los “delincuentes” para atacar,
violar y asesinar a nuestro yo habitual, al as pautas conceptuales y
emocionales que corrompen nuestra alma y nos empujan a tomar decisiones
y llevar a cabo acciones dañinas para el cuerpo social y para los objetos y
criaturas del mundo. Sin embargo, aunque este crimen sea inevitable
también debemos apresar al delincuente, mirarle a la cara y aclarar las
cosas. Debemos escuchar las razones que arguye para justificar su agresión,
cosa que no lograremos, en cambio, si nos limitamos a encerrarlo y tirar
luego la llave, o desterrarlo o simplemente ejecutarlo. Aunque
sacrificáramos a toda la humanidad con ello no haríamos más que perder la
oportunidad de hacernos más humanos y desaprovecharíamos la ocasión de
profundizar nuestra comprensión, tanto de los aspectos oscuros como de los
luminosos de todo el espectro de la humanidad.”
Casos como éste cada vez son más frecuentes en nuestra sociedad. Las noticias de los
actos vandálicos de jóvenes y de agresiones en el seno de la familia aparecen casi a
diario en los medios de comunicación. Y las reacciones que provocan en el colectivo,
con la ingenuidad que lo caracteriza, dejan traslucir la incandescencia de la sombra en
el alma de los integrantes de nuestra sociedad.

Recuerdo el caso de un hombre, cercano a mi lugar de residencia, que era conocido por
haber vivido una infancia en el ambiente familiar paterno. Sus abuelos, sus tíos y
primos vivían en un mismo recinto, donde las viviendas eran contiguas. De modo que
las relaciones con todos ellos fueron asiduas. Un día, este hombre me dijo que su
abuelo maltrataba violentamente a su mujer, con quien mantenía relaciones sexuales tras
golpearla y arrastrarla. Estas escenas eran bien conocidas por sus hijos, pero las
mantenían ocultas a los ojos de la sociedad en connivencia con su padre. El miedo y la
vergüenza les convertían en cómplices indirectos de estos maltratos. Su abuelo
mantenía una reputación social y un prestigio intachables, de modo que sus amigos y
clientes desconocían por completo su faceta de déspota, violento y sádico para con los
suyos.

Asimismo, había vivido escenas de violencia y peleas continuas entre sus padres, e
incluso un intento de asesinato del padre a su hijo. Todas estas escenas, junto al
ambiente sumamente incestuoso y a las tendencias parafílicas inconscientes de varios
miembros de su familia, fueron el caldo de cultivo de una sombra cada vez más
engrandecida.

Introduzco estos casos aquí porque son sumamente representativos. En una sociedad en
la cual la violencia y, su exteriorización en forma de agresividad compulsiva, se ha
convertido en práctica común; donde la sexualidad se ha transformado en una obsesión,
las prácticas sexuales aberrantes son moneda común. Julius Évola (2005) ha sintetizado
muy bien la exaltación morbosa del sexo y la mujer. Así, afirma que:

“Hoy el sexo más bien ha impregnado la esfera psíquica, produciendo en


ella una gravitación insistente y constante alrededor de la mujer y el amor.
Se tiene así, como tono de fondo en el plano mental, un erotismo que
presenta dos grandes características: en primer lugar una excitación difusa
y crónica, prácticamente independiente de toda satisfacción física concreta,
porque dura como excitación psíquica; en segundo lugar, y en parte como
consecuencia de ello, este erotismo puede llegar a coexistir con la castidad
aparente.”

Pero, no solo eso, sino que las formas corruptas de sexualidad, cuales son las prácticas
sadomasoquistas y otras parafilias, formas incestuosas extremas, son una muestra
plausible de cómo se pueden exteriorizar las energías procedentes de la sombra. De
acuerdo con Adolf Guggenbülhl-Craig (1993, p. 172), en El aspecto demoníaco de la
sexualidad:

“Hoy en día la sexualidad sigue portando consigo el estigma del


demonio. Todos los intentos realizados para convertirla en algo
inofensivo y “natural” han terminado fracasando. Para el hombre (ser
humano) moderno la sexualidad sigue siendo diabólica y siniestra.”

Dice Évola que la edad oscura (Kali-yuga), según la formulación tántrica, se


caracteriza por el total despertar de la diosa Kali, hasta el extremo de que domina toda
una época. Y los principales rasgos de esta diosa son la destrucción, el deseo y el sexo
compulsivos. Pero, como enseña la propia doctrina tántrica, es necesario conocer el
antídoto que transforme el veneno en remedio. En el plano psicológico, iluminando las
oscuridades, concienciando las energías que yacen en lo inconsciente, para asimilarlas
y darles un cauce positivo, se llega a la consecución de esa transformación que
demandan las corrientes del inconsciente colectivo.

El caso de un empresario que, al igual que su padre, desconocía por completo su


sombra y se identificaba con su imagen de respetable comerciante, nos mostrará la
sombra que subyace en muchos comerciantes y empresarios. Se trataba de un hombre
de negocios que se había elevado por encima de sus orígenes humildes. Este éxito le
condujo a una situación de inflación, y en ese estado tuvo sueños en los que se veía
volando. En una época en la que su hybris lo llevaba a creer que podía con todo y con
todos, esos sueños simbolizaban la posibilidad de caer desde esas alturas. Y el golpe
es tanto mayor, cuanto más alto uno se eleve. Así, los engaños y los negocios sucios
comenzaron a enturbiar el buen funcionamiento de la empresa. Eran pocas las veces que
estaba exento de juicios que lo enfrentaban a su sombra, justo aquello contra lo que
luchaba y de lo que culpaba y responsabilizaba a los demás. Los negocios turbios y la
evasión de impuestos son típicos de aquellos empresarios incapaces de mirar cara a
cara a su propia sombra. Pues lo que se encuentra detrás de aquellos juicios, que
parecen amenazar con la estabilidad y el control del negocio es, precisamente, lo que el
empresario no acepta de sí mismo. Al ser proyectados al exterior, éstos aparecen como
destino. Y es así cómo algunos empresarios no dejan de enfrentarse a juicios por la
turbiedad de sus negociaciones. Y cuanto más se niegue un empresario a ver que, detrás
de esas aparentes injusticias que tratan de mancillar su buena reputación, se encuentra
un factor inconsciente proyectado, tanto más virulentas y peligrosas serán las
situaciones que se le presenten. Como afirman Connie Zweig y Jeremiah Abrams (1993,
p. 14 y ss.) en el libro Encuentro con la sombra, en un determinado momento podemos
sentirnos volando por las nubes para encontrarnos, al instante siguiente, hundidos en lo
más profundo . Hasta el punto de que, como en el ejemplo del empresario del que nos
ocupamos, lleguen a arruinarse, teniendo que enfrentarse a un futuro impredecible, del
que la cárcel no está demasiado lejos.

Lo más problemático de estos casos es que, como en nuestro ejemplo, lo cual sucede en
no pocas ocasiones como podemos ver a diario en los medios de comunicación, la
sombra del padre puede acabar englobando en su ámbito a los miembros más cercanos
de la familia, salpicando a diestro y siniestro. Así, son los propios hijos los que
terminan portando la sombra que el padre no quiso reconocer, y reproducen en su vida
aquellos aspectos no vividos por aquél.

Así, por ejemplo, los casos de violencia contra la mujer son, en cierto modo, la
exteriorización de una sombra familiar de miembros que, por su parte, están peleados
con su propio inconsciente femenino, permaneciendo éste en el ámbito de la sombra y
viendo a la mujer como a una adversaria, como a una lamia. Dado que padres, tíos y
primos, cual sucede con el caso del joven del sueño anterior, acaban por pertrechar un
acto de connivencia al mantener ocultas esas actitudes violentas y hostiles con la mujer,
finalmente incorporan en su sombra esos contenidos inconscientes. Y, como dicen los
autores Zweig y Abrams (1993), en el mentado libro sobre la sombra, que los
ambientes tensos nos obligan a establecer compromisos que tienen un enorme coste
personal.

Daniel Goleman (1998, p. 415-416), en El punto ciego, describe sucintamente una de


las causas más factibles por las que se produce esa connivencia entre miembros
familiares al afirmar que:

“Cuando los miembros de una relación comparten las mismas


vulnerabilidades, pueden tratar de sortear el peligro acordando tácitamente
desviar su atención de las zonas problemáticas. De este modo, la distorsión
de la atención mutua y sincronizada termina creando una laguna compartida.
Y, así, toda relación puede llegar a convertirse en un conjunto de mentiras
compartidas.”
Y continúa diciendo:

“Debido a que son las necesidades psicológicas primordiales las que crean
estos puntos ciegos, resulta absolutamente necesario que la confabulación
impida que la atención perciba qué es lo que realmente está ocurriendo.
Descorrer los velos que restringen nuestra atención equivaldría a dejar al
descubierto nuestras necesidades personales más profundas (...) Pero bajo
la superficie de esa embarazosa alianza de inatención suele bullir el
caldero de la ira, el resentimiento y el daño inexpresado, cuando no
completamente inadvertido.”

Esto es lo que le sucedió al varón de cuyas escenas oníricas nos hemos ocupado. La
sombra colectiva compartida por los miembros de su familia estaba expresándola de un
modo violento. No solo reproducía la vida no vivida por sus familiares, sino que, como
se pudo comprobar con posterioridad, los esquemas de sus padres y la vida que éstos
no habían expresado lo conducían por un destino del todo desalineado con su núcleo
más íntimo. De este modo, irrumpió la neurosis, destapándose lo que bullía en su
interior. De niño, sintió que jamás cumplía las expectativas de sus familiares, lo que se
perpetuó hasta el estallido de la neurosis. Comenzó a desplegar una actitud vandálica,
antisocial, para, finalmente, convertirse en el chivo expiatorio, portador de las
proyecciones de la sombra familiar. Su madre lo llamaba criminal y despotricaba
contra él la barbarie que se hallaba, en verdad, en el interior de ella. En este sentido,
los autores Zweig y Abrams (1993) afirman que, el hogar familiar es el escenario
natural en el que tiene lugar la creación de un yo y de una máscara con la que uno se
identifica. Un proceso en el que la sombra de los distintos miembros familiares
influyen poderosamente en la configuración de la sombra individual, especialmente en
casos como el que nos atañe, cuyos miembros son ajenos a los contenidos oscuros de su
inconsciente, tratando de ocultarlos, sobre todo en el miembro más sensible a la misma.

Individuos como los de nuestro ejemplo han ido generando un cúmulo creciente de
contenidos y energías potenciales de expresión insatisfechas, en torno a una sombra
cada vez más crecida. La falta de un lugar donde trabajar con esos contenidos,
arraigados en lo más primitivo de lo inconsciente colectivo y, una estructura yoica y
moral inestable y débil, acaban por convertir al individuo en el espectáculo aterrador
del poseído por las fuerzas del lado oscuro, para usar el lenguaje de la instructiva
película La Guerra de las Galaxias. En definitiva, lo que subyace a todo acto atroz es
el ser arrastrados por las energías de lo inconsciente que, primero, el individuo
desconoce que le son consustanciales y, después, por ende, no tiene idea de cómo
encauzarlas de un modo positivo y acorde a su naturaleza o personalidad total.

Cuando alguien no es capaz de admitir sus propios conflictos interiores, estos acaban
proyectándose al exterior y se reproducen en las situaciones más variopintas. Todos
esos conflictos terminan por organizarse de una forma activa y se personifican en una
figura que los represente. De ese modo, a la conciencia le resulta aceptable admitirlos,
pues es otro el portador de sus oscuridades. Sin embargo, es bien conocido para el
psicólogo que todas las figuras y símbolos oníricos pertenecen al soñador. Pero es más
probable que éste sea capaz de reconocer que existen primitivos que participan en
orgías sexuales salvajes, de tipo incestuoso, o que ciertos grupos satánicos realizan
prácticas sexuales aberrantes, que aceptar esos instintos en ellos mismos, por poner
algunos ejemplos actuales.

Esa imagen resulta más tolerable para la conciencia, pues en realidad está lejos de la
imagen que uno tiene de sí mismo. Cuando el soñante se compromete conscientemente
con la figura del sueño, entonces empieza la lucha por la resolución del problema. En el
caso de nuestro ejemplo, el soñante era capaz de observar la escena, es decir, podía ver
sus oscuridades. Pero su actitud era de desprecio hacia ella, y no se comprometía, lo
cual equivale a un desprecio y una falta de compromiso para consigo mismo. De modo
que es la sombra la que le obliga a hacerle frente. Así, todos sus conflictos irresueltos,
sus deseos reprimidos y sus posibilidades de expresión ahogadas por su ambiente,
estaban aflorando a la superficie, encarnándose en una situación y en unas
circunstancias constringentes.
Esos conflictos y problemas provienen, de ordinario, de muy atrás, es decir, tienen sus
raíces en el temprano ambiente familiar. Pues no olvidemos que la sombra es la
representante de lo inconsciente personal y, por ende, los contenidos que giran en
derredor suyo tienen carácter biográfico.

El siguiente sueño, que tuvo el mismo individuo poco tiempo después del precedente,
nos muestra cómo, al entrar en conflicto con su alter yo, comienzan a aflorar contenidos
provenientes de la infancia y cómo estos están enraizados en lo inconsciente colectivo.
La escena onírica es la siguiente:

Pretérito resurgir
a la infancia converger
escenas oníricas varias
a idéntica transformación referidas;

Inicio en las antípodas


Del submundo conferidas.

Magrear las torres


Irrumpir en voces.
Acción impúdica
Reacción atípica:

Conversión escénica:
La tía comenta,
La madre completa

Mi falla con aquella (tía)


Ensombrecida queda
Con la falta
De la hermandad pertrechada:
Mi hermano acostado
En el lecho Sagrado
¡Quedó profanado!
¡Qué altercado!”

Ofrenda de grana
Afrenta consumada
Libido cercana
Del efebo procurada.

En el Príapo insinuada;
Contumelia probada
Contumacia censurada.

De los mitos vuelta


La imagen primigenia,
De un singular animal
Híbrido teriomorfo sin igual.

¿Trátese de un ratón?
¿Quizás de un cobayo?
¿Acaso de un humano
trasmutado en gazapo?

¡No!
La relea al completo
Que del pasado ha tornado
Y en monstruo se ha trocado.

Atacáronme con violencia


Mordiéronme con insistencia
Y en embates continuados
Mis extremos compungidos
Quedaron extenuados.
La lucha se prolongaba
Mi vigor se esfumaba
Y, con el último bramido,
La escena se hubo desvanecido.

Como podemos ver, la escena comienza con una regresión al ambiente infantil. Y, al
igual que en el sueño anterior, presencia una escena de acto sexual entre su anima y su
sombra. El retorno a la infancia es una inmersión en lo inconsciente personal,
inicialmente, lo que el autor denomina submundo.

Pero el sueño cambia repentinamente y aparecen varias escenas incestuosas.


Posteriormente, el sueño pasa a relatar la aparición de un ser híbrido, símbolo por
antonomasia de lo inconsciente colectivo. Pero lo que es significativo es la asociación
final que aparece en la escena. Se trata de la irrupción de todos los familiares que se
han transformado en un monstruo, que lo ataca con violencia. Semejante a lo que sucede
con la ballena en el cuento de Pinocho, donde el héroe es tragado por el animal y
encuentra a sus familiares. Se trata, pues, de la irrupción del espíritu de los familiares,
que se han transformado en un monstruo que lo ataca con violencia. Aquí comienza la
irrupción de material de lo inconsciente colectivo. Detrás del primitivo negro,
personificación de la sombra, se halla una región mucho más oscura y tenebrosa, de la
que surge un animal mitológico. Y ese animal es el representante del estrato más
primitivo de la psique, lo inconsciente colectivo. Al igual que sucede en todos los
descensus ad inferos, lo que es símbolo de una profundización de la conciencia en el
ámbito de lo inconsciente, aparecen figuras de antepasados.

Nos movemos en un ámbito incestuoso, el ámbito de la Gran Madre, del “lecho


Sagrado”, del anima como figura de lo inconsciente colectivo. El soñador ingresó en
ese ámbito y tomó conciencia de muchos de los sucesos ocurridos en su infancia. Los
deseos incestuosos de su madre, que al no encontrar sino rechazo por parte del soñador,
le inyectó el veneno del odio y la hostilidad por rechazar el ser incorporado de nuevo
por ella. Y, en cambio, como aparece en el sueño, favoreció a su hermano, con quién
llegó a mantener un vínculo incestuoso durante toda su infancia, abriendo un abismo
entre ambos hermanos. El soñador, en cambio, tuvo deseos sexuales por una de sus tías.

Hay madres que acaban por odiar a sus hijos por su rebeldía, desterrándolos del
ámbito materno, destilando, al tiempo, hostilidad y frialdad. En otros casos, por el
contrario, y muy a pesar del hijo, cuando se produce una alianza inconsciente con ella
esta lo adula y lo convierte en su hijo-amante, lo que es sinónimo de inutilización como
ser independiente y autónomo. Robert Stein (1993, pp. 109-110), en El rechazo y la
traición, afirma a este respecto lo siguiente:

“Si la madre se identifica con el arquetipo de la Madre positiva, la Madre


negativa debe ser desterrada a la profundidad del inconsciente. (...) Del
mismo modo que la Madre Positiva acepta y estima a su hijo con todas sus
flaquezas e imperfecciones, la Madre Negativa, por su parte, le rechaza y le
exige superarlas. Este rechazo –que tiene lugar a un nivel muy colectivo-
equivale a un rechazo de todos los elementos únicos e individuales del niño
que no concuerdan con la imagen que la madre tiene de cómo debe ser su
hijo. Es por ello que el niño debe ocultar o reprimir su singularidad, con lo
cual todas sus peculiaridades terminan engrosando las filas de la sombra.
Pero dado que el contenido de la sombra frecuentemente está repleto de
elementos desagradables, inaceptables y destructivos para los demás y para
la sociedad, la combinación entre la individualidad y la sombra suele
resultar desastrosa. De este modo el individuo termina equiparando su alma
a su sombra disminuyendo entonces drásticamente las posibilidades de
establecer un contacto humano profundo con los demás.”

Y continúa diciendo refiriéndose a las posibilidades que se le ofrecen al joven con


respecto a su madre que:

“Lamenta (el joven) tener que salir de la situación arquetípica madre-hijo


positiva pero, al mismo tiempo, el impulso a la individuación le obliga a
dar ese paso. Entonces no le quedan más que dos opciones extremas (que se
corresponden con el extremismo de la madre): o seguir siendo un niño (toda
su vida) o despertar el rechazo y la ira absolutos de la absorbente Madre
Negativa.”

Después de profundizar en todo ello, el joven de nuestro ejemplo ingresó en los lares
de lo inconsciente colectivo. Allí encontró al espíritu de sus familiares, es decir, todo
aquello que las circunstancias no habían permitido que desplegara, así como los
conflictos irresueltos de sus padres, tíos y abuelos. Pudo comprender que todas las
situaciones incestuosas que había vivido, sus malas relaciones con la madre, en
definitiva, su complejo materno negativo radicaba en él. Pues como muestra el sueño,
existía una tendencia en él que lo llevaba a ingresar en el ámbito de la Gran Madre, en
lo inconsciente colectivo, y este es un acto incestuoso.

Su lucha por la toma de conciencia lo condujo a extremos tales que las fuerzas iban
menguando. De hecho, correlativamente, comenzó a hacer ré-gimen y a limitar la
ingesta de alimentos, lo que le ayudó a entrar en un período de introversión profunda.
Este sueño es un claro ejemplo de que tras la existencia del arquetipo de la sombra, se
abre paso un territorio virgen, inexplorado aún por la conciencia del soñador. Un
terreno ajeno a su biografía, que es precisamente la matriz de toda forma de
experiencia. Asimismo, muestra cómo el primer contacto con ese sustrato profundo, que
constituye la roca madre de los estratos más superficiales de lo inconsciente, se
experimenta, por lo general, como aterrador, violento y, en cierto modo, negativo. Por
ese motivo se representa como un animal mitológico que ataca al soñador. Para la
conciencia el emerger de los contenidos de lo inconsciente colectivo es una experiencia
peligrosa. Se trata de los peligros del alma de los que habla el hombre primitivo. Es
una experiencia que amenaza la supervivencia del mundo de lo manifestado, es decir,
de la conciencia. La oscuridad amenaza con anegar el ámbito de la luz. Sin embargo, lo
que muere en esos momentos es el yo antiguo, pues se vincula a un ámbito mucho más
extenso y desaparece la anterior sensación de aislamiento y separación. El centro
rector, después de la transmutación, se traslada a un núcleo al que Jung (1999)
denominó Sí-mismo.

Las imágenes de la sombra, que lo inconsciente produce en sueños, reflejan con gran
exactitud el problema al que se enfrenta la persona; en ellos encontramos el campo de
trabajo más feraz para resolver los problemas con la sombra. Si en lugar de trabajar
con esos problemas en el proceso analítico, la sombra es proyectada al exterior,
entonces el mundo, y esos conflictos, son vistos y reproducidos en personas, situaciones
y circunstancias exteriores. En una ocasión conocí a un neurótico de mediana edad que
no hacía sino criticar a los políticos y al resto de personas de nacionalidad española.
Al Estado le había conferido la capacidad de resolver todos los problemas del país (y
del mundo), proyectando en él el arquetipo del Sí-mismo. Se trataba de un argentino que
había viajado a España para trabajar y ganar un dinero que pudiera luego utilizar en su
país, como consecuencia de la situación de profunda crisis que atravesaba Argentina.
Solía hablar de los españoles de un modo despectivo, llamándolos “gallegos de
mierda”. Cada vez que le sucedía algún contratiempo, proyectaba en los otros su propia
incompetencia para resolver los problemas o realizar las oportunas gestiones. Su mal
carácter y su arrogancia inconsciente, disimulaba mal un sentimiento de inferioridad y
una inconsciencia de sus estados afectivos, saboteaban sus intentos de conseguir cuanto
se proponía. Al tratar a los otros como un déspota, estos no hacían ningún esfuerzo por
ayudarle a conseguir sus objetivos. De igual modo, era muy común que tratara con
desdén y desprecio a las personas acaudaladas. Sus propios deseos inconscientes de
obtener dinero y su sentimiento de incapacidad, junto con su frustración por no haber
realizado nada de lo que hubiera deseado para sí, llegando a ser un individuo
importante, eran proyectados en la figura del “otro”.

Por lo general, no todo el mundo es capaz de reunir la suficiente energía emocional


como para enfrentarse a su sombra exclusivamente en los sueños. Lo más común es que
este proceso de asimilación de contenidos inconscientes tenga lugar en ambos bandos:
trabajando con la figura que aparece en sueños o en imaginación activa[3] y retirando
las proyecciones que tienen lugar en el mundo externo, mediante la interacción y el
enfrentamiento con el medio circundante.

Lo importante en el proceso de integración de la sombra reside en la toma de


conciencia de nuestros deseos reprimidos, de lo que imputamos a los demás, dándonos
cuenta de que todo eso pertenece, sobre todo, a nosotros. Pues tras la variedad
caleidoscópica que adopta la sombra en los individuos, el factor arquetípico es
siempre el mismo. Somos nosotros los que tenemos esos deseos, tendencias y
pensamientos.

Aquí el problema reside en reconocer que esos deseos nos pertenecen. Lo cual requiere
de un esfuerzo moral y de un coraje sobresalientes. Bajo los ropajes de las miríadas de
figuras que aparecen en los sueños, hallamos un factor arquetípico invariable,
inmemorial. Por tanto, la integración de la sombra supone asimilar las experiencias y
conflictos que rodean a esta eterna imagen primordial, alrededor de la cual confluyen.
Cuanto menos encarnados estén estos contenidos en nuestra conciencia, tanto más
trágica resulta nuestra vida. En su libro AION, Contribuciones a los simbolismos del
sí-mismo, Jung (1998a, p. 24) afirma:

“A menudo resulta trágico ver qué aguda penetración pone una persona en
estropear su propia vida y la de los demás, sin poder percibir por nada del
mundo cómo toda esa tragedia proviene de ella misma, y ella misma la
realimenta y mantiene de modo continuo. Su conciencia por cierto no lo
hace, pues se lamenta y maldice de un mundo traicionero, que se le retira a
una distancia cada vez más lejana. Más bien es un factor inconsciente el que
teje esas ilusiones que se velan a sí mismas, y velan el mundo. Este tejido
termina de hecho en un capullo donde el sujeto queda finalmente
encerrado.”
La sombra aparece cuando el yo consciente ha aceptado una visión de sí mismo y del
mundo muy limitada y estrecha. Tal como vimos en sueños anteriores, la sombra estaba
integrada por factores negativos, es decir, por lo que de más bajo, feble y pueril hay en
la psique de la persona, y por factores positivos, esto es, aquellas posibilidades de
expresión, a menudo virtudes potenciales, no desarrolladas o diferenciadas, como
consecuencia de un ambiente restrictivo. La sombra se manifestó e incluso obligó al
soñador a enfrentarse a ella, no meramente a observarla, lo que parece denotar que en
la psique existe un mecanismo homeostático o regulador, que tiende hacia la expresión
de uno mismo, pujando por la manifestación de nuestro potencial.

El origen y, al tiempo, el destino del individuo reside en un centro regulador, que


resulta ser la medida o punto de referencia hacia el cual tiende el desarrollo o
evolución de la conciencia: el Sí-mismo. Si el yo consciente se desvía demasiado del
plan inherente o Sí-mismo, se activan mecanismos de regulación compensatorios, como
es la aparición de la sombra. Hasta que la sombra, o mejor, los contenidos personales
que envisten al arquetipo de la sombra no han sido integrados, el mundo se nos aparece
como peligroso, en el que prima la lucha por la supervivencia del más fuerte, lleno de
enemigos y, por ende, se percibe como hostil. La red de telaraña que crea las
proyecciones de los contenidos de la sombra aísla al individuo del mundo y de sí
mismo. En esa situación la persona vive en un mundo ilusorio, creado por sus propias
fantasías inconscientes y reproduce sus conflictos allí donde va, de modo que con
persistencia se dedica a destruir su propia vida y la de aquellos que le rodean.

Sin embargo, cuando se logra reunir el suficiente valor y fuerza moral para
confrontarla, permitimos que se amplíe nuestro campo de visión cons-ciente, el yo se
expande y se hace permeable al "otro". Pues lo que antes rechazábamos como no
perteneciente a nuestra personalidad, ahora es parte integrante de nuestro potencial. Se
reconocen esos instintos y tendencias no expresadas y en un estado deplorable, propio
de la carencia de una canalización conveniente. Semejante a lo que sucede con un
reservorio de agua estancada, las energías no canalizadas comienzan su proceso de
descomposición, emitiendo gases putrefactos que contaminan el ambiente más próximo.
Y, en el caso de la sombra, son contaminados el propio individuo y todo aquello que lo
circunda. Esa amplitud de conciencia permite, a su vez, adoptar una actitud más flexible
y abierta a la aceptación de otras partes de nuestra personalidad. Esta aceptación acaba
con la identificación pertinaz de nuestro yo consciente con la persona o máscara,
aquella personalidad que creíamos ser y que ha sido desarrollada de acuerdo con las
expectativas del núcleo familiar, primero, y de la sociedad después (el espíritu de la
época).

De igual modo, la aceptación e integración de la sombra genera, también, un mayor


número de posibilidades y de dilemas morales. En cierto modo, nos encontramos en una
situación semejante a cuando éramos niños. En tanto que comenzamos a ser conscientes
de las posibilidades entre el bien y el mal. Resulta por demás importante comprender la
relatividad paradójica de estas dos categorías morales. La toma de conciencia de los
contenidos de la sombra nos permite acceder a la comprensión de la cantidad de
vilezas de las que uno es capaz de hacer. Al mismo tiempo, se nos abren las
posibilidades de elegir el mal, si la situación así lo requiere. El peligro de caer en
cualquiera de los opuestos siempre está presente, por lo que se hace necesario ser en
todo momento conscientes de la posibilidad de elección. No solo el mal es generador
de atrocidades, sino que la identificación con el bien como valor absoluto acaba por
conducir, por la ley de la enantiodromía (movimiento pendular) o ley de contrarios, al
mal que se desea evitar a toda costa. En esos casos es precisamente el mal el que cae
en la sombra, al tratar de reprimirlo o evitarlo siempre y en todo momento.

El siguiente ejemplo aclarará lo que tratamos de explicar. Se trata de una mujer de


mediana edad que se había identificado con el arquetipo de la madre bondadosa,
nutricia y protectora. Siempre trataba de hacer el bien y de dar a sus hijos (y a los
demás) todo cuanto ellos requerían. Sin embargo, era incapaz de darse cuenta del
increíble daño que eso producía en la personalidad de sus hijos, pues les impedía
llegar a ser ellos mismos. Así como el rechazo que terminaba por provocar en las
personas con las que se relacionaba. Los sobrealimentaba y sobreprotegía tanto que los
estaba inutilizando, impidiéndoles valerse por sí mismos y creando una dependencia
extraordinaria. Esta actitud y sus consecuencias quedaban muy bien ilustradas en las
labores de jardinería que esta mujer llevaba a cabo. Plantaba con esmero píceas y otras
coníferas, así como flores de varios tipos. Una vez plantadas, las regaba en exceso y
vertía en la tierra el doble o el triple de fertilizante que aparecía en las indicaciones. Al
cabo de varios días los árboles comenzaban a secarse. Primero las ramas más bajas,
perdiendo sus acículas. A continuación, comenzaban a desfoliarse las plantas de hoja
caduca. Entonces, esta mujer, cortaba las ramas secas y eliminaba las hojas. Pero, en
lugar de darse cuenta de que la costra de fertilizante que se había formado en el suelo
era la causante de que los árboles y el resto de plantas se secaran, es decir, el exceso
de alimentación y de agua era lo que estaba destruyendo la vida de aquellas plantas,
aquella mujer continuaba introduciendo más fertilizante y más agua hasta que morían.
Después de lo cual, comenzaba a despotricar en contra de aquellos árboles, así como
de los viveros que le habían vendido lo que ella misma había elegido ¡los árboles eran
débiles y los dueños de los viveros unos incompetentes! Entonces, una vez realizado
esto, arrancaba todos los ejemplares que no se adecuaran a la imagen estética que ella
tenía de cómo debían estar (después de haber quemado sus raíces con el exceso de
fertilizante químico) y los tiraba sin ninguna consideración, pese a que, en muchos
casos, aquellas plantas aún no estuvieran muertas. Una vez llevado a cabo esto,
plantaba otras especies de árboles (dado que las especies anteriores no eran buenas) y
repetía la misma pauta de conducta. Esto que hacía con las plantas de su jardín, lo
reproducía con sus hijos y, en general, con todos los que se relacionaba. Y así, después
de sobrealimentar a sus hijos, y de permitirles toda clase de caprichos, los criticaba
duramente por comportamientos que pertene-cían a su sombra. Un día, cuando uno de
sus hijos se rebeló contra esta actitud y dejó de aceptar sus excesos, ella lo aisló del
resto de sus hermanos, se confabuló con ellos hasta que, finalmente, consiguió echarlo
de casa, enfrentando a todos los miembros de la familia con el que era su hijo mayor.

A esta mujer le resultaba especialmente difícil aceptar que su capacidad para el bien
corre pareja a su capacidad para el mal. La aceptación del mal nos ayuda en gran
medida y nos libera de una carga y de una energía confiscada en lo inconsciente.
Energía que es potencialmente buena y mala al mismo tiempo, por lo que resulta
imposible desprenderse del mal. Precisamente el conflicto entre el bien y el mal, tal y
como acontece en el niño, es la base de nuestros más grandes logros. Por lo tanto, en
cierto modo, debemos recuperar a nuestro niño interior, purgándole de la estela de
hipocresía que se halla tras las súplicas y lamentos por una inmaculada inocencia, por
completo inexistente.
CAPÍTULO 2
CONFRONTACIÓN CON EL MAL [4]
“Con un poco de autocrítica, la sombra, pues, es susceptible de hacerse
transparente sin dificultad mayor, en la medida en que es de naturaleza
personal. Pero, cuando aparece como arquetipo, da lugar a las mismas
dificultades que el anima y el animus; dicho de otro modo, está dentro de
las posibilidades que uno reconozca el mal relativo de su propia naturaleza;
en cambio, constituye una experiencia tan rara como conmocionante, el
verse cara a cara con el mal absoluto[5].”

H asta aquí hemos mostrado, con preferencia, cómo alrededor del arquetipo de
la sombra giran contenidos biográficos que han sido reprimidos por
diversos motivos. Dichos contenidos no solo se refieren a lo que de oscuro o
negativo hay en la personalidad del individuo, sino que encontramos potenciales y/o
aptitudes indiferenciadas. Dichas potencialidades de expresión consciente quedaron sin
actualizar, por lo general, debido a que las circunstancias y el medio que rodearon a la
persona impidieron su despliegue efectivo y su actualización. De modo que, con un
poco de autocrítica y la presencia de un lugar físico y un ambiente propiciador, que
permitan iluminar sus contenidos, la sombra es susceptible de hacerse consciente sin
mayores dificultades, en la medida en que es de naturaleza individual.

Sin embargo, cuando emerge como arquetipo da lugar a problemas y dificultades de


orden superior, en tanto que requieren de un esfuerzo moral sobresaliente. La aparición
del arquetipo de la sombra, en tanto que el mal que asola a toda la humanidad (el
reverso tenebroso del Sí-mismo), en el seno de un individuo, precisa de dos requisitos
que resultan imprescindibles para impedir que la psique estalle en pedazos
(esquizofrenia): a) un sistema psíquico fuerte y estable, con un centro regulador de la
conciencia o yo altamente estructurado y arraigado en la realidad, y una moral férrea; b)
Una iniciación u orientación y preparación previa a la irrupción del arquetipo. Esta
preparación debe ser lo más comprehensiva posible, de modo que permita el acceso de
todo material emergente a la misma, resistiendo a la tensión de opuestos que subyace a
toda confrontación con el mal. Este período preparatorio facilita que el individuo no
reprima los contenidos, así como tampoco se identifique con ellos, para que,
finalmente, sea la constelación del arquetipo de la unidad superior o Sí-mismo quien
los sintetice.

El primero de los requisitos es de orden constitucional y nos muestra las


probabilidades de que un individuo entre en un estado alterado de consciencia, sin ser
destruido por las fuerzas del mal. Una predisposición psicótica y una inestabilidad
base, tienen las mayores posibilidades de acabar en una esquizofrenia, si el material
colectivo inherente al arquetipo irrumpe en la conciencia. Este es, también, el
fundamento del fanatismo, de los actos terroristas y, por ende, de los constituyentes de
las bandas terroristas o vandálicas. La inestabilidad base, la cerrazón y la estrechez de
consciencia provocan la identificación con un arquetipo. Esos seres humanos están
“poseídos” por las oscuras y fascinantes energías del sistema psíquico.

El segundo requisito es bien conocido por el psicólogo, pues su labor terapéutica


radica precisamente en él. La finalidad del terapeuta es la de servir de “guía” o
"acompañante" para que el paciente haga conscientes los contenidos que van
emergiendo desde lo inconsciente y, eventualmente, pueda integrarlos en su sistema
psíquico, dándoles un cauce positivo en su vida. La mayéutica socrática no difiere
demasiado de la labor terapéutica, si bien la confrontación dialéctica constituye solo
una parte del repertorio analítico. Pues una estrechez de conciencia con su correlativo
horizonte moral angosto resultan de lo más inadecuados para la integración del material
inconsciente emergente en esos momentos de máxima tensión.

En este apartado trataremos algunos contenidos de la sombra colectiva. Debemos


advertir al lector, pues pese a las veces en que se ha insistido en ello, nunca es mucho
lo que no basta, que lo que a continuación se expone no son disquisiciones metafísicas
sobre la esencia del Diablo, o de Dios. Hablamos de hechos psíquicos. Son
manifestaciones y experiencias psíquicas con las que el psicólogo ha de tratar en su
consulta, una y otra vez. Tratamos, pues, de realidades psíquicas de una trascendencia y
de un peso específico vital fuera de toda duda.

Por ese motivo, serán muchas las asociaciones que haremos de temas aparentemente
inconexos. Sin embargo, todos ellos tienen un denominador común que los reúne y los
conecta: la psique y sus productos. La importancia de la toma de conciencia de los
productos de lo inconsciente colectivo trasciende la mera curiosidad, o el interés, más
o menos anecdótico. Más bien es un interés vital el que subyace a la iluminación de
estos contenidos, pues de ello depende el buen funcionamiento del sistema psíquico y,
por ende, la salud psíquica del individuo y, en última instancia, la del colectivo de toda
época.

En este sentido, la escritora Connie Zweig y el terapeuta junguiano Jeremiah Abrams


(1998, p. 21) afirman que:

"La sombra colectiva -la maldad humana- reclama por doquier nuestra
atención: vocifera desde los titulares de los quioscos; deambula
desamparada por nuestras calles dormitando en los zaguanes; se agazapa
detrás de los neones que salpican de color los rincones más sórdidos de
nuestras ciudades; juega con nuestro dinero desde las entidades financieras;
alimenta la sed de poder de los políticos y corrompe nuestro sistema
judicial; conduce ejércitos invasores hasta lo más profundo de la jungla y
les obliga a atravesar las arenas del desierto; trafica vendiendo armas a
enloquecidos líderes y entrega los beneficios a insurrectos reaccionarios;
contamina ríos y océanos y envenena los alimentos con pesticidas
invisibles."

En los próximos capítulos, nos moveremos por senderos escabrosos, ocultos bajo las
tinieblas que se ciernen sobre nuestra época. Oscuridades que, precisamente por ello,
se encuentran en un estado de descomposición tal que pudieran resultar aberrantes para
un estómago demasiado acostumbrado a las delicias de la luz y a las “cosas de este
mundo”, para expresarlo en palabras de San Juan de la Cruz. No hablaremos, por tanto,
de cosas de buen gusto, ni de los banales asuntos que tanto gustan al colectivo. Y, para
colmo de males, tampoco su lectura será de fácil comprensión. Pues nos movemos en
territorio inexplorado, a través de sendas poco o nada transidas, cuyo rastro se pierde
en medio de la espesura de lo colectivo.

Hechas estas consideraciones de rigor, de orden preparatorio a los capítulos que se


siguen, estudiaremos el arquetipo de la sombra desde varios ángulos distintos, tratando
de esclarecer, lo mejor que podamos, siempre teniendo en cuenta las limitaciones
individuales del autor, el mal que se extiende en nuestro derredor.
CAPÍTULO 3

LUCHA ENTRE LA LUZ Y LAS TINIEBLAS

"Hoy, como en cualquier época, es importante que el hombre no pase por


alto el peligro del mal que acecha en él. Por desgracia, es un peligro
demasiado real, y por lo tanto la psicología debe insistir en la realidad del
mal y rechazar toda definición que quiera concebirlo como insignificante o
incluso inexistente. (...)
»No es fácil llamar a lo que en nuestros días ( siglo XX ) ha sucedido y
sucede en los campos de concentración de los estados dictatoriales, una
"falta accidental de perfección"; sonaría como un escarnio[6]."

E l precedente recorrido por los trasfondos del alma humana, en el que hemos
descorrido algunos velos que escondían la barbarie del ser humano, aquellos
contenidos que se mantienen ocultos, por diversos motivos, del haz de luz de
la conciencia, no puede menos que conducirnos a presenciar la polarización entre la
Luz y las Tinieblas que parece haber acampado en las almas de los seres humanos de
nuestro mundo contemporáneo. Como hemos tenido ocasión de mostrar, el conflicto
entre ambos opuestos, léase sombra versus yo o luz versus tinieblas, es un hecho
arquetípico que se repite por doquier. Allá donde se crea un centro de luz, aparece
como contrapartida una sombra. No hay luz sin oscuridad, ni hay día sin noche, como
no hay vida sin muerte.

En el ámbito de la Psicología analítica se distinguen tres niveles de sombra: la sombra


individual, la cultural o nacional y la arquetípica. Las proyecciones culturales o
nacionales de la sombra pueden conducir a masacres de unos pueblos por otros, como
ha sucedido con los croatas, los serbios y los musulmanes o, también, las podemos
observar en conflictos como el de Israel y Palestina, o el ocurrido entre el pueblo
alemán y el judío. Cuando esto tiene lugar, si los individuos que no pertenecen a
ninguna de esas culturas en litigio no son conscientes de su propia sombra, puede
suceder que se produzca una proyección de esta en uno u otro bando. Así, los
individuos terminan atrapados en ese conflicto, porque, sin percatarse, están
proyectando una parte de su sombra en la situación conflictiva.

Las redes sociales se han convertido en uno de los focos modernos más importantes de
proyección de la sombra, en todos sus niveles. Como dijimos en el capítulo anterior, la
sombra se puede reconocer en las relaciones personales con miembros del mismo sexo
que, de hecho, provocan reacciones emocionales enconadas. El peligro de las redes
sociales radica en que, por su propia estructura virtual, no favorecen una relación
directa y personal con el otro. Por ese motivo, resulta especialmente difícil de
reconocer la proyección de la sombra -dado que no hay una confrontación directa- y,
con ello, los contenidos de la sombra tienden a extenderse y a provocar epidemias
psíquicas.

Por último, la sombra colectiva representa la capacidad humana para hacer el mal. Los
regímenes totalitarios padecidos durante el siglo XX y el estallido de las dos Guerras
Mundiales son la expresión palmaria de la maldad humana que "acecha" en el hombre.

Por lo tanto, resulta de especial importancia el trabajo en la iluminación de los


contenidos que se hallan cercenados en la situación mundial que nos embarga. De modo
que si observamos el conflicto actual existente entre Oriente Medio y Occidente, tal
como ya apunté en otro lugar, y lo reducimos a las dimensiones de un solo individuo, la
escena que obtenemos de ese modo es mucho más plástica. Del mismo modo, si nos
fijamos en la tensión entre Grecia y la Unión Europea, podremos darnos cuenta de la
terrible sombra del europeo y de los políticos griegos. En este sentido, si consideramos
al país más conspicuo de la Unión Europea, Alemania, y al representante más
sobresaliente de las fuerzas oponentes, Grecia, conseguimos un cuadro bastante
aproximado de las energías que operan en el conflicto abierto en la actualidad.
Alemania representaría el papel del yo del europeo, con su enaltecida hybris, según la
cual no hay nada más grande que las hazañas realizadas por los alemanes, y nada
está por encima del hombre europeo. Los demás países están a nuestro servicio.
Otro ejemplo sobresaliente de proyección de la sombra lo constituye el estado
islámico, que justifica sus actos terroristas aludiendo a la opresión de su pueblo por
parte del imperialismo americano. Y, así, este adversario se acerca a traición (como en
la escena de Gladiator) para herir al enaltecido yo del occidental (americano) allí
donde es más vulnerable. Y, es en este sentido que podemos interpretar los atentados
terroristas, como los perpetrados el 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, el 11 de
Marzo de 2004 de Madrid, el del 7 de julio de 2005 en Londres, o los más recientes en
Túnez, Kuwait y Francia, sucedidos el 26 de junio de 2015 .

Cuando esto ocurre, el conflicto se hace abierto. El yo tendría que comenzar a trabajar
para iluminar los contenidos de la sombra. Sin embargo, lo que observamos es que, en
lugar de enfocar la atención en la sombra propia, es decir, en su opresiva actitud hacia
los demás, con la inflexibilidad violenta y el estrechamiento de conciencia que lo
caracterizan, consustancial a una conciencia solar hinchada; una actitud que trata de
mantener bajo control a todo y a todos, ejerciendo sus tiránicas estrategias de
manipulación y extorsión, al tiempo que las niega al resto del mundo y, por supuesto, a
sí mismo; en lugar de iluminar sus oscuridades, decimos, busca en el “otro” la
proyección de su propia infamia. De manera que, de un modo compulsivo y con la
agresividad y el resentimiento de un yo herido, se dirige al “adversario-enemigo” y lo
trata de aniquilar, sin ningún tipo de miramiento. Mujeres, niños y ancianos civiles son
víctimas de su acumulada hostilidad. Y la barbarie de la que el yo acusa a su
adversario, es exactamente la misma que alberga en su interior, exteriorizándola en
todas sus acciones en el mundo.

La hybris mancillada del yo acaba por endurecer su coraza y perder la conexión con el
mundo exterior. La tela de araña, tejida por los contenidos inconscientes de su sombra,
termina por cerrarse sobre sí misma en un capullo, que encierra al yo en su interior, de
modo que ve el mundo a través de sus proyecciones ilusorias. El feedback de los
acontecimientos, los sucesos y las advertencias del medio circundante no tienen lugar y
el yo se aísla y se aleja cada vez más del mundo y de sí mismo, como en una especie de
estado de autismo. Por desgracia, es precisamente en esos momentos en los que las
acciones del adversario se vuelven más virulentas, con la finalidad de romper la coraza
que recubre al yo en su ostracismo, propiciando un estado de vulnerabilidad y, por
ende, de accesibilidad. Una escena semejante, en una versión más antigua, la hallamos
en uno de los relatos de la Biblia. Cuando el Faraón egipcio se niega a dejar salir al
pueblo de Israel, al que mantenía bajo su rígido control, esclavizado y mancillado, pese
a las advertencias de Moisés. Fueron necesarias siete plagas para ablandar el corazón
del Faraón. Y la reacción de éste frente a su impotencia, es decir, la herida a su
enaltecido yo, le condujo a un trágico destino.

Todo cuanto describimos en el desarrollo de este trabajo es válido y aplicable a la


situación que acabamos de esbozar. Pero, ¡no seamos ingenuos! Ese conflicto lo
albergamos todos en nuestro interior. Hemos mencionado que se trata de un conflicto
arquetípico, de un conflicto que tiene lugar en lo inconsciente colectivo y, por lo tanto,
una lucha de la que no está exento nadie. Nuestra más grande aportación a la tragedia
que se nos avecina, reside en la confrontación con nuestro hermano sombra, de un modo
individual, solitario, cuyo campo de batalla no es otro que el seno de la vida de cada
uno de nosotros. Cabría preguntarse, quizás, qué actitud debiera adoptarse en semejante
situación. Si bien la respuesta a esa pregunta la encontrará cada uno en su interior, sí
que podemos indicar aquí que se requiere la presencia de una actitud femenina
(receptiva, en el sentido de un "dejar hacer" el proceso de individuación o
autorrealización de la totalidad del individuo) para llegar a una resolución del conflicto
y, eventualmente, a su trascendencia. En palabras de John A. Sandford (1993, p. 74-75),
en El Dr. Jekyll y Mr. Hyde:

“Cuando soportamos conscientemente la carga de nuestros opuestos, todos


los procesos secretos, irracionales y curativos coadyuvan en la labor de
integración de nuestra personalidad. Este proceso de curación irracional,
que supera obstáculos aparentemente infranqueables, tiene una cualidad
inconfundiblemente femenina. La mente racional, lógica y masculina es la
que declara que opuestos como el yo y la sombra, la luz y la oscuridad,
jamás podrán integrarse. Sin embargo, el espíritu femenino es capaz de
alcanzar una síntesis más allá de la lógica.”
CAPÍTULO 4
APOCALIPSIS DE SAN JUAN

"Allí donde hay una laguna, allí donde falta un saber efectivo, llénase con
proyecciones. Todavía hoy estamos casi seguros de saber qué piensan o
cuál es el verdadero carácter de los demás. (...) Todavía hoy debemos tener
sumo cuidado para no proyectar nuestra propia sombra de un modo harto
vergonzoso, y estamos como inundados por ilusiones proyectadas. Al
representarse una persona suficientemente valiente como para desprenderse
por entero de toda proyección, piénsase en un individuo consciente de
poseer una sombra considerable. Tal hombre se ha cargado de nuevos
problemas y conflictos; se ha convertido en tarea seria para sí mismo, dado
que no puede decir ya que son otros quienes hacen tal o cual cosa, ni que
son ellos los culpables, y que hay que combatirlos. Vive en la "casa del
autoconocimiento", de la concentración íntima. Sea cual sea la cosa que
ande mal en el mundo, este hombre sabe que igual ocurre también dentro de
él mismo, y si aprende solo a "componérselas" con su sombra, habrá hecho
en verdad algo para el mundo[7]."

E l texto apocalíptico presenta un contenido escatológico que se expresa en


escenas que muestran el final del mundo. Tienen importancia para el psicólogo
porque tienden a reproducirse en aquellos momentos en que se produce el
enfrentamiento con el adversario, esto es, de la conciencia (el yo) con lo inconsciente
(la sombra).

El Apocalipsis de San Juan es una “revelación” de realidades en torno a la figura de


Cristo, símbolo del sí-mismo o personalidad total. Pero es también una “profecía”. En
este sentido el libro exhorta, consuela, advierte y predice. Consuela a los que siguen el
camino de Dios, imitando a Cristo. Exhorta a seguir ese camino. Advierte a los que no
se conducen por la fe en Cristo y su redención, los que no reverencian el nombre de
Dios. Finalmente es una profecía, pues prevé y predice lo que tendrá lugar. Y es así
cómo el texto empieza diciendo:
“ Revelación de Jesucristo, que le otorgó Dios, para que la mostrara a sus
siervos, sobre lo que debe ocurrir bien pronto, y que significó el envío
hecho por medio de su ángel a su siervo Juan; el cual atestiguó la palabra
de Dios y el testimonio de Jesucristo, en todo cuanto vio. Dichoso el que lo
lee, y también los que escuchan las palabras de la profecía y observan lo en
ella escrito, porque la ocasión está cerca.” (Apocalipsis 1, 1-3) .

En su capítulo cuarto, San Juan narra su visión, tras la apertura de una puerta en el cielo
(símbolo de lo inconsciente y la emergencia de un contenido), según la cual se le
aparece un trono alrededor del cual están los cuatro apóstoles en la forma de un León,
un Novillo, un Hombre y un Águila. Esta visión de la totalidad lo transporta al Reino de
Dios y, allí, ve un “ libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos ”. Este
libro es el “libro de la vida” que, como vemos, está en el centro del Paraíso y
representa la totalidad de los seres. No obstante, poco después San Juan nos dice que
este libro es símbolo del secreto divino, que solo se revela al iniciado en los misterios
de Dios. Y es así que San Juan dice:

“¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos? Y ninguno podía en el


cielo, ni sobre la tierra abrir el libro y mirarlo. Y yo lloraba porque nadie
era digno de abrir el libro ni mirarlo.”

Y, solo el iniciado, en este caso el Cordero que ha sido degollado, es decir, muerto y
vuelto a la vida, después de ser víctima del sacrificio, el que tiene acceso a los
misterios del libro. La muerte y resurrección es, en verdad, una muerte simbólica, en
tanto que lo que muere es el estado anterior, para renacer al Reino de los Cielos. En
lenguaje psicológico, la muerte simboliza la destrucción de las antiguas estructuras, a
través de la cual se produce una transformación de la personalidad, lo que se
corresponde con el renacimiento, o nacimiento del sí-mismo. Es decir, lo que se
produce es una nueva reagrupación del sistema psíquico y el centro rector pasa a ser la
Imago Dei. Al renacido se le abren los sellos que mantienen oculta la sabiduría de lo
Eterno, esto es, de Dios.

Pero otro aspecto importante que debemos amplificar es el hecho de que el libro se
encuentra cerrado. Los siete sellos lo mantienen en un estado potencial. Y eso es lo que
simboliza el libro cerrado, el estado virginal o de no manifestación de lo divino. A
medida que se van abriendo los sellos, se va realizando lo que tras ellos yacía
encerrado y oculto a los ojos profanos. Psicológicamente hablando, esto es lo que
acontece a medida que se va profundizando en la toma de conciencia de los contenidos
inconscientes, hasta acceder a la matriz de un inconsciente colectivo, actualizando
dichos contenidos en el transcurso evolutivo de la conciencia. Pues la materia prima es
como un libro cerrado.

El siguiente sueño de un paciente en un momento de confrontación con el arquetipo del


mal, muestra una imagen semejante a la de San Juan. El sueño reza como sigue:

“Me encuentro en un lugar desconocido. De pronto, veo una serie de


escritos que se hallan inscritos en varias tablas o pergaminos antiguos. Se
trata de una serie de historias con narraciones diferentes, numeradas y que
parecen describir varias etapas del destino de la humanidad o, al menos, de
un ser humano. Solo recuerdo haber visto cuatro historias distintas, pero no
puedo acordarme de qué era lo que en ellas se decía, ni de si había más de
cuatro.”

El autor del sueño había estado bajo análisis terapéutico durante cuatro años y este
sueño lo tuvo en un momento en que se enfrentaba a los contenidos del arquetipo del
adversario. Al mismo tiempo, empezaba a ser consciente de cuál era su “destino” o su
mito, qué potencialidades no desplegadas aún debía manifestar. Por tanto, este sueño
representa su entrada en lo inconsciente colectivo, en el que puede ver en una serie de
pergaminos antiguos o tablas, su propio destino, ligado al de la humanidad.

La narración de los pergaminos parece de tipo profético, como en el caso del libro de
San Juan, al tiempo que está velado, pues no ha visto más que cuatro historias distintas
de esos pergaminos (el cuatro es símbolo de totalidad y, al tiempo, del proceso de
individuación, en tanto que las etapas del camino a la autorrealización) pero sin
acceder a su contenido.

Para poder saber que esos pergaminos se referían al destino de la humanidad y, por
tanto, al del propio autor del sueño, éstos debían estar escritos por fuera. Y así es como
se relata en el sueño, pues el soñador comentó que pudo verlos porque su lectura era
posible por ambas caras, como si las letras estuvieran inscritas en el pergamino y se
pudieran ver desde fuera y desde dentro. De ahí la identificación en el sueño del
pergamino y la tabla. Ello también nos conduce a la escena en la que Moisés, la subir
al Monte, recibe las tablas de la Ley.

El soñador era un joven de veintisiete años, de baja cultura y no había leído la Biblia.
Descono-cía el contenido del Apocalipsis, por tanto, al igual que no tenía idea de la
similitud del sueño y las tablas donde se narran las aventuras del héroe Gilgamesh, por
ejemplo. Apenas sí tenía conocimiento, por alusiones, del héroe Hércules y sus
hazañas, y siempre teñido por el filtro de lo colectivo, pues nunca había leído las
narraciones mitológicas.

Al igual que aparece en el Apocalipsis, a medida que los sellos se fueron abriendo,
esto es, a medida que se iban iluminando los contenidos de lo inconsciente, las
tensiones y los conflictos fueron emergiendo a la luz de la conciencia. Esto provocó un
enfrentamiento directo con el mal, con el “ángel del abismo”, que es “Ababdón”, el
“Destructor”, símbolo de Satán.

Regresando al texto del Apocalipsis, el relato de la apertura del séptimo sello es


revelador. Pues aparece ya el libro abierto, lo cual simboliza la manifestación de lo
inmanifestado. El conocimiento de uno mismo y de sus oscuridades se corresponde con
la apertura del libro. Y esto produce sentimientos antagónicos: relajación de energías,
de un lado, y tensión por otro. Pues se es consciente de todo aquello que permanecía
oculto al foco de la conciencia, con lo cual el dolor y el sufrimiento son grandes; pero,
a la par, se es consciente de que ese derrumbamiento es un acto volitivo ajeno a la
voluntad consciente. Pero se alinean ambas voluntades, la divina y la humana, de modo
que hay una distensión. Aunque, en una primera etapa, es más bien un saber intuitivo de
un proceso trascendente que opera bajo toda esa oscuridad. El llanto de Juan por no
saber de los misterios que se hallan tras los sellos parece ser el llanto de la
desesperación.

Como vemos, el nacimiento de la personalidad total está siempre bajo el peligro de ser
anegada por las fuerzas del mal, por las tendencias oscuras de lo inconsciente
colectivo, con su intento de tragar y devorar a la recién nacida personalidad total, el
niño divino. La visión apocalíptica de la Bestia que resurge de las aguas y amenaza con
la vida del recién nacido, representa la lucha de las fuerzas del mal, involutivas, contra
las fuerzas del bien, evolutivas. Es una representación de la lucha Cristo-Anticristo y,
por tanto, también una lucha de la luz (conciencia) y las tinieblas (inconsciente).

El siguiente sueño, de un autor científico, desconocedor por completo del texto bíblico
muestra este mismo tema:

“Estoy en un lugar oscuro y lejano, pero conocido y familiar. Una mujer da


a luz a un bebé. El recién nacido corre peligro, por cuanto un ser terrible
trata de apoderarse de él. La oscuridad del lugar de nacimiento está
emparentada con el ser maléfico que pretende causarle daño al bebé. Y, así,
pareciera que el lugar en el que nace el niño es el que posibilita el
nacimiento y, a la vez, el causante del peligro de muerte que asedia al niño
por aquel maléfico ser.”

Previamente a este, el autor tuvo otro sueño en el que se unía a una figura femenina en
una representación de un acto sexual de resonancia cósmica. Por tanto, se trata de la
unión de los opuestos, de la coniunctio oppositorum, de la que parece nacer el bebé
que aparece en este sueño.
CAPÍTULO 5

EL ESPÍRITU DE SATURNO

"Las experiencias con las que un individuo se encuentra son atraídas hacia
su vida de forma misteriosa por el poder creativo de su propia psique y,
aunque no comprendamos plenamente el mecanismo sincronístico entre lo
interior y lo exterior, sabemos que tiene lugar en todos los individuos. Si la
persona no se esfuerza en expandir su conciencia de tal forma que pueda
comprender la naturaleza de su desarrollo total y pueda comenzar a
cooperar con él, entonces se sentirá como una víctima del destino y no
podrá controlar su vida. Únicamente podrá alcanzar su libertad
aprendiendo más de sí mismo y comprendiendo la influencia de una
experiencia en particular en el desarrollo de la totalidad de su sí-mismo. Y
no hay nada como la frustración, el regalo de Saturno, para incitar al
hombre a realizar este tipo de exploración[8]."

D e Saturno se dice que, en un principio, reinaba glorioso sobre la Edad de


Oro de la Eterna Juventud (Chevalier y Gheerbrant, 1995). Al igual que
Satán, el ángel desterrado, Saturno fue destronado por su hijo Júpiter y
“confinado bajo la tierra”, tal y como aparece en la Ilíada, donde se encuentra en un
estado deplorable.

Saturno figura en el Opuscomo símbolo inicial de la “ puerta de las tinieblas ” por la


que debe pasar la materia, “ para renacer regenerada, en la luz del Paraíso[9]”. A
Saturno se le atribuye el estado inferior, vil y grosero. J. Boehme, en su Aurora
Consurgens, lo llama “ el regente frío, rígido, duro y severo[10]”, creador del
esqueleto material del mundo.
De él se dice que su influencia es responsable de las mayores calamidades y
desgracias. Por ello, se lo tenía como un planeta maligno. Pernety (1787) afirma que
para los químicos herméticos Saturno representaba el metal plomo. Y los filósofos
herméticos se referían a él como el color negro, el de la materia disuelta y putrefacta, o
bien como el cobre común, el primero de los metales. Chevalier y Gheerbrant (1995)
dicen, acertadamente, que estas son imágenes indicadoras de un fin y un principio, una
parada en un ciclo y el comienzo de uno nuevo, acentuando más bien la ruptura o el
freno que la evolución misma.

Para la antigua astrología, Saturno es el principio de la concentración, de la


contracción, de la fijación, de la concreción material, de la condensación y de la
inercia. Representa, además, la fuerza de la cristalización, de la condensación del
vapor de agua, de la rigidez de las estructuras concretadas o manifestadas y
endurecidas, oponiéndose, por tanto, a todo cambio o modificación (Hickey, 1992). La
inflexibilidad es obvia en el principio encarnado por Saturno, pues cuando lo no
manifestado cristaliza y se manifiesta en el mundo de la materia, poco margen de
maniobra queda ya para el cambio.

El Gran Maléfico es el nombre con el que los astrólogos antiguos lo conocían. Y con
muy buenas razones si consideramos su simbolismo. Representante de los obstáculos de
toda clase, de las dificultades, de las carencias, de las detenciones bruscas, de la mala
suerte, la impotencia frente a lo ya manifestado, y la parálisis del fluir de la vida
(Chevalier y Greerbrant, 1995).

Sus domicilios astrales son Capricornio y Acuario, signos opuestos a los domicilios de
las luminarias, Luna y Sol, es decir, a los signos de Cáncer y Leo, respectivamente.

A Saturno se le ha conferido desde muy antiguo, por los astrólogos, toda suerte de
desgracias en la vida, por lo que lo han representado como el esqueleto con la
Guadaña. En ese sentido se lo asocia con Satán, siendo, de hecho, la residencia misma
del diablo (Jung, 1994). Profundicemos un poco más en esta analogía. Según Schärf
(1994) el nombre «“ Satanas” procede del verbo sàtan=impugnar, retar, perseguir y
en forma más concreta: “impugnar por medio de acusaciones.”» Esta significación
originaria tiene una importancia extraordinaria para la comprensión psicológica del
término. En efecto, los períodos de influencia de Saturno, o sea, del diablo en cuanto
Satanás, se asocian al inicio del proceso de individuación, cuando se produce la
confrontación con la sombra. En esos momentos, sucede que el individuo proyecta en el
prójimo todos los contenidos que hasta la fecha no ha admitido y que, por tanto, había
reprimido. No es difícil observar, sobre todo al comienzo de dicho período, una
posesión por parte de la sombra, lo que se traduce en una impugnación, harto exaltada,
de los vicios no reconocidos en la figura del prójimo. El enemigo interno se proyecta
en el otro y se vivencia desde el exterior. Por lo tanto, “la impugnación por medio de
acusaciones” se corresponde con un estado psicológico de posesión por parte de una
potencia autónoma de lo inconsciente que, en lenguaje del Antiguo Testamento,
correspondería a Satanás.
Y resulta muy interesante el apunte que hace Schärf (1994) acerca del verbo sàtan,
cuando dice: “En un sentido primitivo, significaba una persecución en forma de
impedir la marcha hacia delante, o sea: estorbar, oponer, impedir una intención.”
Por tanto, se trata del adversario o del oponente, figura que encaja con suma perfección
con el concepto de sombra en Psicología analítica. Como dice el autor al tratar el
concepto profano de Satanás,y basándose en el Libro de los Reyes, “el adversario
constituye lo opuesto a la paz, a la tranquilidad de esta vida, al estado de
prosperidad segura y plena.” La palabra sàtan la relaciona con “vicisitud”. Y, más
adelante, refiriéndose a II Samuel XIX, 23, cuando los hijos de Sarvia le quieren
impedir conceder la vida a Semeí, condenada a perderla por un anatema de un antiguo
rey, dice:

“El pasaje permite suponer que aquí hay ya un concepto de enemigo


(Satanás) interior, que se aplica simbólicamente a los hijos de Servia”.

Unos párrafos después, al referirse a II Samuel XIX, 23, dice:

“Este pasaje excede también la confrontación concreta y expresa de


“Satanás” como enemigo, en la medida en que lo confrontado se
encuentra en el plano psíquico y se expresa con la imagen del enemigo
exterior. El concepto profano de Satanás se transforma aquí en la imagen
de una lucha interior.”

En el Tarot, el símbolo de Satán expresa la combinación de los cuatro elementos (agua,


aire, tierra y fuego) en cuyo seno se desarrolla la existencia del hombre. En este punto,
se asocia al hermafroditismo de Satán, la versión obscura del Andrógino (Nichols,
1997). Satán es el reflejo de Dios, su otra cara, la imagen en el espejo y la
contrapartida de la divinidad. El cometido de Satán o el Diablo (como imagen
arquetípica) es el reducir, simbólicamente, a la caída al Espíritu: desposeer al hombre
de la gracia de Dios para someterlo a su dominio[11]. Y así, en Japón, los espíritus
diabólicos que poseen al hombre son jactanciosos y orgullosos (Chevalier y
Gheerbrant, 1995). Todo aquí evoca al infierno, en el que no existe distinción entre el
hombre y el animal, entre la conciencia y lo inconsciente, pues están ligados,
indiferenciados. Pero, así como el Diablo es la figura despiadada y malvada que
trasunta por entre las fisuras del entendimiento humano y provoca las más de las veces
una inflación (Jung, 1997), traicionándolo y abocándolo a sus dominios, es la parodia
de Dios, que como figura antropoide, representada en los sueños por la imagen de un
negro primitivo o su equivalente racial, advierte de los peligros que corre aquel que
utiliza las energías por él conferidas, en favor del propio provecho. Y en este orden de
ideas, Rijnbert (1947) afirma:

“El que aspire al saber escondido, al poder oculto, debe permanecer en


equilibrio como el Prestidigitador, o mantener en jaque las tendencias
opuestas del Abismo, como el héroe sobre su carro, adquirir la paz interior
como el eremita, o difundir a la manera altruista del Ahorcado, vencedor de
sus propios deseos, los beneficios de la ciencia, de lo contrario cae víctima
de las corrientes fluidas desordenadas que ha evocado o proyectado, pero
que no ha sabido dominar. Ante lo oculto es preciso renunciar a dominar, o
resignarse a servir. Vencedor y vencido, uno no trata de igual a igual con las
fuerzas de la Nada.”
Fuerzas que resultan imprescindibles para el equilibrio de la naturaleza (humana y no
humana): solo Lucifer aporta luz y se convierte en el Príncipe de las Tinieblas. Este
argumento enlaza con lo que señala Jung (1994) al establecer la relación de Saturno con
Mercurio. El propio demonio simboliza la iluminación superior a las normas
habituales, que permite ver más lejos, como si se poseyera un telescopio especial, y
con más seguridad. Autoriza a romper las normas de la pura racionalidad, en nombre
de una luz trascendente que es tanto del orden del conocimiento como del destino.

Agrippa de Nittesheimdice de Saturno que es “ un gran señor, sabio y cauto, autor de


la contemplación interior” y continúa “defensor y desvelador de misterios[12]”. Por
tanto, Saturno tiene su aspecto positivo, como todo arquetipo. De este modo, su
influencia confiere una profunda penetración, a fuerza de largos esfuerzos de reflexión,
lo que se corresponde con la fidelidad a la propia naturaleza (al lumen naturae), a la
ejecución de la Ciencia, a la renuncia a los bienes efímeros y al desapego por las
“cosas de este mundo”, a la castidad y a la adopción de una actitud religiosa. Y esta
última se consigue después de una ruptura y un desapego, comenzando por la
separación del bebé de su madre tras el parto, pasando por la ruptura del “cordón
umbilical” psicológico, en tanto que subdesarrollo del anima como función de
desarrollo con lo inconsciente y, por ende, de la identificación inconsciente o
participación mística con la madre real, de carne y hueso, por la proyección del anima
indiferenciada, lo que arrastra al individuo a una relación pueril con el sexo opuesto. Y,
por supuesto, todos los sacrificios y renuncias que la vida misma impone.

Este proceso aboca en una madurez psicológica, fruto de la liberación de las ataduras a
nuestra animalidad, a las posesiones materiales o inmateriales. Se consigue, con ello,
una libertad que denota la ruptura de las cadenas que nos apresan a una instintividad y a
una pasión enceguecidas. En este mismo sentido, la parálisis de la progresión
libidinosa simbolizada por Saturno nos obliga a considerar el desarrollo espiritual,
moral e intelectual. Este estado de parálisis y enfrentamiento con lo que de más oscuro
hay en la naturaleza humana, se relaciona con la primera fase de la obra alquímica, la
ya referida nigredo y, por tanto, con el inicio del proceso de individuación.

En ese mismo sentido, Mayer (2007) dice que la piedra no se oculta en el oro saturnal,
sino en la fase negra de la putrefacción, que se encuentra al comienzo del opusy está
regida por Saturno. Y esa fase negra de la putrefacción se corresponde con la “ noche
oscura del alma ” sanjuanina. Período previo a la unión mística o unión de los
contrarios.
CAPÍTULO 6
LA NOCHE OSCURA DEL ALMA EN EL PROCESO DE

INDIVIDUACIÓN [13]

En una noche oscura,


Con ansias, en amores inflada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada;

a escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y encelada,
estando ya mi casa sosegada;

en la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guiaba
Más cierto que la luz del mediodía
Adonde me esperaba
Quien yo bien me sabía,
En parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!;


¡oh noche amable más que la alborada!;
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
Amada en el Amado transformada!

En mi pecho florido,
Que entero para él solo se guardaba,
Allí quedó dormido,
Y yo le regalaba,
Y el ventalle de cedros aire daba.

El aire del almena,


Cuando yo sus cabellas esparcía,
Con su mano serena
En mi cuello hería,
Y todos mis sentidos suspendía.

Quédeme y olvídeme,
El rostro recliné sobre el Amado;
Cesó todo y déjeme,
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.

San Juan De la Cruz. B.A.C. 1994.

D esde tiempos inmemoriales, la unión mística ha sido un símbolo de la


unificación de los contrarios. Por tanto, representa, en sí misma, el camino
por el que la libido podrá discurrir, cual siempre lo ha hecho y,
probablemente, siempre lo hará. Como tal, es una expresión de la nueva línea por la
cual se encontrará la suprema intensidad de vida. De esta manera, se comprenderá por
qué, en este trabajo, se dirige la atención a la obra de uno de los místicos españoles
más importantes.

La vía mística descrita por San Juan se asemeja, en su esencia, a la vía de la


individuación, tal y como la describe Jung (1997). Recordemos que por individuación
ha de entenderse aquella vía que conduce a la autorrealización, es decir, al desarrollo y
expresión de las potencialidades dadas.

Por su agudeza psicológica en el abordaje del proceso que conduce a la unión del alma
con Dios, de un lado, y por la altura de su sentir y pensar religiosos de otro, San Juan
de la Cruz es, junto a su amiga del corazón Santa Teresa de Jesús, uno de los
representantes más excelsos de la mística española del siglo XVI. Por ello, voy a
realizar un pequeño recorrido por las canciones en su libro Subida del Monte Carmelo,
centrándome en el material que más directamente atañe a los objetivos de la presente
investigación.

Por proceso de individuación C. G. Jung entiende algo así como el encuentro


consciente del hombre con su profundidad, con lo que en su Libro Rojo denomina el
espíritu de las profundidades. La meta de este proceso es la realización de la
divinidad que habita al ser humano. De un modo un poco más prosaico, vendría a
referirse a la más completa expresión de las potencialidades del hombre.

El periplo de la vida de un ser humano consta, tal y como lo describe Jung, de dos
polos o vertientes. El primero de ellos es ascendente, extravertido, y conduce al
individuo a separarse de la atracción que en él ejerce el ambiente familiar de su
infancia; deja tras de sí el paraíso de seguridad e ignorancia infantil y se integra en el
colectivo social de su época. Se prepara estudiando una carrera, o un oficio, que,
eventualmente, lo hará convertirse en un miembro respetable de un colectivo; se
enamorará y puede que forme su propio grupo familiar; diversificará el centro de sus
intereses en el mundo, etc. Assagioli (1993) dice del ser humano que soloha vivido este
polo de la existencia que es un hombre que " se deja vivir " (p. 63) en lugar de vivir. Es
decir, que toma su vida tal como viene sin cuestionarse su significado, su valor y su
propósito. Busca el disfrute de los sentidos, placeres emocionales, la seguridad y
comodidad material o la consecución de sus ambiciones personales, familiares y
sociales. La tarea del terapeuta en esta primera etapa de la vida será ayudar al
individuo a que levante el vuelo y a desatar los lazos invisibles que lo mantienen
amarrado a la infancia. Incluso si la persona se considera creyente, religioso o
espiritual lo hará desde una posición convencional y exterior, adoptando los mandatos
de su iglesia y compartiendo sus ritos, pensando que con eso ya ha cumplido con las
exigencias que se espera de él. El caso opuesto al del "creyente" lo constituye el
"apóstata", el "no creyente" o el "ateo", es decir, aquél que defiende su posición
racionalista con la misma vehemencia y convicción que esgrime el "religioso" al
defender sus "creencias". Jung afirma que, en este primer polo de la existencia, una
incursión prematura en el mundo interior puede servirle al individuo para evadir sus
responsabilidades inmediatas. Observó que el giro pendular hacia el otro polo de la
vida se produce sobre los 35-40 años, más o menos en la mitad de la vida. No obstante,
si bien es cierto que, como norma general, esto suele ser así, los fenómenos
concomitantes de la actual crisis de valores que padece el mundo occidentalizado,
como por ejemplo la desintegración del núcleo familiar, están provocando que los
jóvenes tengan que buscar en su interior un sostén y una guía para su propia vida, que
compense el desorden y la falta de orientación que, por desgracia, cada vez son más
comunes en los hogares occidentales. En el otro extremo, nos encontramos con personas
de edad avanzada, en torno a los 60 años, cuya maduración emocional se corresponde
con la de un adolescente y que aún no han logrado romper el cordón umbilical que los
liga al ambiente de su más tierna infancia.

Cuando el individuo ha llegado al cénit de una vida extravertida, identificado con los
valores del espíritu de su época, puede que comience a sentir una desorientación vital,
un sentimiento de irrealidad y un vacío existencial que le dificulten continuar su vida
como hasta entonces. Así, el "hombre normal", aquél que se ha identificado con los
valores defendidos por la consciencia colectiva, se siente sorprendido y perturbado
ante un súbito cambio en su mundo interior. Cuando esto sucede, como los terapeutas de
orientación psicodinámica, existencial y transpersonal saben bien, suele producirse una
regresión hacia etapas evolutivas precedentes y emerge material desde lo inconsciente,
pues la energía psíquica se dirige hacia el mundo interior con el fin de encontrar una
nueva dirección y orientación vital. En ese momento el individuo trata de buscar una
escala de valores que trascienda a su limitado yo consciente. Como diría Jung lo
inconsciente quiere realizarse en él y, por tanto, puede dar comienzo el proceso de
individuación o, como lo denomina Assagioli (1993), el proceso de transmutación
(pp. 76-83). Este último autor sostiene que dicho proceso acontece solo cuando se
asume conscientemente que la autorrealización requiere de una completa renovación y
transformación de la personalidad.

Con demasiada frecuencia tiende a identificarse individualismo con individuación. Y


en modo alguno son lo mismo. El individualismo es una exaltación de las pretendidas
peculiaridades del individuo; un deseo, a menudo inconsciente, de destacarse
excéntricamente de lo que se considera colectivo. Es una mórbida forma de aventurar y
destacar lo propio, a expensas y, con frecuencia, en contra de las necesidades y
obligaciones sociales, llegando incluso a pasar por alto las reglas y leyes colectivas
(algo bastante común en muchos adolescentes contemporáneos). Una ma-nifestación
social actual de esa tendencia individualista a destacarse de la masa social la
encontramos en algunos grupos terroristas, quienes constituyen un ejemplo patológico
de compensación ante la necesidad actual de individuarse, es decir, de separarse del
rebaño, para llegar a ser un individuo.

En total contraposición, la individuación es la realización de lo que constituye la


naturaleza íntima del individuo, de su auténtica vocación. La meta de la individuación
es la unificación de los pares de opuestos, de las dualidades, de las tendencias
contrarias que con frecuencia dominan la vida de los seres humanos. Un equivalente de
este proceso lo hallamos en el término budista que se refiere a la liberación de toda
dualidad: nirvana (Martín Velasco, 2012).
Para comprender cómo se concreta un proceso de individuación imaginen, como
metáfora, que cada uno de ustedes va a realizar un viaje de peregrinación hacia parajes
desconocidos (ejemplos de ese peregrinaje son todos los grandes mitos, como el viaje
de Ulises en la Odisea, la epopeya sumeria de Gilgamesh o las pruebas de
Hércules/Heracles; las grandes obras de la literatura universal, como el Fausto de
Goethe, Así habló Zaratustra de Nietzsche, Niebla de Unamuno, y Juan, el protagonista
de mi novela titulada Al Final del Túnel. Una historia sobre el despertar del Alma).
Imagine que es de noche y que parte andando desde su hogar, o del centro de una ciudad
o de un pueblo. Mientras camina va alejándose de los edificios que le son conocidos;
luego, va paseando por una vereda que está iluminada con las últimas farolas de su
núcleo urbano y observa cómo la silueta de su sombra se va moviendo hacia un lado o
detrás de usted. Finalmente, llega a un oscuro bosque donde solo la luz de la luna le
permite ver el paisaje y su sombra se ha fundido con la del lugar. Una vez allí
comienzan a aparecérsele imágenes de algunos antepasados suyos y/o de personajes
fabulosos (hadas, duendes, brujas, dragones, sátiros, etc.) que, en un principio, le dejan
paralizado durante unos minutos por el pavor que siente ante aquella inesperada
presencia. Sin embargo, tras superar el miedo inicial, usted las acepta y acoge e inicia
un diálogo con esos personajes imaginales, y, a través de esa dialéctica, va usted
conociendo ese mundo interior autónomo, colmado de vida, que lo habita y del que no
tenía ni la más remota idea de que formara parte de usted. Al cabo de un cierto tiempo,
regresa de aquel peregrinaje, de nuevo a la ciudad de la que había partido, con una
actitud completamente transformada, con una consciencia ampliada y un conocimiento
de sí mismo, del mundo y de su auténtica vocación. Por último, al haber descubierto el
camino que conduce a ese otro mundo, ya sabe como volver a él siempre que quiera o
lo necesite, de manera que la vía hacia lo inconsciente es de doble sentido. Por
supuesto que el encuentro con ese mundo de imágenes que lo habita tiene sus peligros y
es importante conocerlos. No me detendré aquí a explicar esos riesgos, aunque sí
mencionaré que la identificación con las imágenes interiores o la ruptura de la
personalidad (trastornos psicóticos) en sujetos con un sistema consciente poco
estructurado son algunos ejemplos de esos peligros.

El proceso de individuación, que conduce a la más completa realización del individuo,


tiene mucho en común con la vía mística de unión del alma con Dios. En ambos casos,
el camino se dirige hacia un encuentro con lo divino que nos habita. Así pues,
considero que la vía mística descrita por San Juan de la Cruz puede servirnos como
ejemplo de ciertas experiencias a las que convoca el proceso de individuación. A fin
de cuentas, tanto San Juan de la Cruz, cuanto C. G. Jung describen vivencias humanas en
el Camino hacia la más plena realización del ser humano. Por ello, voy a hacer un
brevísimo recorrido por algunos fragmentos de los poemas del libro de Juan de la Cruz,
Subida al Monte Carmelo, centrándome en el material que más directamente atañe al
objetivo de este capítulo: La noche oscura del sentido, que es aquella parte del
proceso que prepara al individuo para el encuentro con Dios. Mi aproximación al
estudio de este fenómeno, como podrán comprobar, es psicológica, fenomenológica y
hermenéutica, no teológica ni filosófica.

El fragmento de la canción de Fr. Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo


referido a la noche oscura del sentido dice así:

En una noche oscura,


con ansias, en amores inflamada,
¡oh, dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada;

Dice el propio santo, en su prólogo, que la descripción de la subida al monte será de


provecho para los menos, pues:

“ Aquí no se escribirán cosas muy morales y sabrosas para todos los


espirituales que gustan de ir por esas cosas dulces y sabrosas a Dios, sino
una doctrina sustancial y sólida, (…) si quisieren pasar a la desnudez de
espíritu que aquí se escribe ” (p. 257).
Con ello parece dar a entender el sabio que no ha de esperarse que el camino sea fácil,
rápido y sin esfuerzo, tales como “ cosas dulces y sabrosas ”, contraponiéndose a lo
que pretenden algunos sectores del movimiento New Age, algo muy propio de la
consciencia colectiva contemporánea, sino, antes bien, se precisará una decidida
observancia a la voz interior o a lo que Dios nos "pide" como vocación (algo que en
demasiadas ocasiones no coincide con, y hasta se opone a, las expectativas y metas de
nuestro yo consciente). Y, en ese difícil viaje que es la vida, la fidelidad a Dios es la
conditio sine qua non de la eventual unión con Él.

En su libro primero de la Subida al Monte Carmelo (según la edición de las obras


completas de la Biblioteca de Autores Cristianos), encontramos el siguiente pasaje:

“ Para que un alma llegue al estado de perfección, ordinariamente ha de


pasar primero por dos maneras principales de noches, que los espirituales
llaman purgaciones o purificaciones del alma. Y, aquí las llamamos noches,
porque el alma, así en la una como en la otra, camina como de noche, a
oscuras. ” (P. 258).

Y continúa diciendo:

“La primera noche o purgación es de la parte sensitiva del alma..., y la


segunda es la de la parte espiritual...” (Pp. 258-259).

Inmediatamente nos explica:

“Y esta primera noche pertenece a los principiantes, al tiempo que Dios los
comienza a poner en el estado de contemplación, de la cual también
participa el espíritu... Y la segunda noche o purificación pertenece a los ya
aprovechados al tiempo que Dios los quiere ya (comenzar a) poner en el
estado de la unión con Dios; y esta es más oscura y tenebrosa y terrible
purgación...” (P.259).

Jung (1994) hablaba también de las distintas fases del proceso de individuación
masculino cuando afirmaba que si la discusión con la sombra (o lado oscuro) es la
prueba que consagra oficial al aprendiz, la diferenciación del anima (o alma) es la
prueba que consagra maestro al oficial.

De lo dicho se colige que, la primera noche se podría corresponder con “la discusión
con la sombra”, mientras que la segunda noche, la de los ya aprovechados, se
correspondería con la diferenciación del anima, o mejor, con “la discusión con el
anima”, en el hombre, y del animus en la mujer, como imagen del alma personificada
en sueños en la figura de una mujer en el varón y de uno o varios hombres en la mujer, y
de visiones fantásticas, así como de su transformación en función de
relación/diferenciación con lo inconsciente colectivo y con el sí-mismo (arquetipo de
la totalidad, o del “Dios en nosotros.”

En este trabajo me voy a referir sobre todo a la primera noche o purgación sensitiva (a
lo que Jung denominó el encuentro con la sombra), porque considero que puede ser
interesante, habida cuenta de la crisis espiritual que padece el mundo occidentalizado
en este momento histórico.

La “primera noche o purgación” está constituida por tres partes. En una primera parte,
San Juan de la Cruzse refiere a la “ carencia de apetitos ” por las cosas de este mundo,
aludiendo al símil del fuego que quema y purifica la instintividaddel iniciado. Con ello,
se ahuyenta al demonio “ que tiene poder en el alma por asimiento a las cosas
corporales o temporales ” (p. 261), nos dice Fray Juan. Esta primera etapa de la subida
al monte (individuación) se corresponde con la toma de conciencia de la parte de
sombra o lado oscuro del individuo. Los alquimistas llamaban a esta etapa de
transformación del Lapis philosophorum con el nombre de melanosis o nigredo
(ennegrecimiento) y la simbolizaban por el esqueleto, el cuervo y el buitre. Ambos
animales son variantes distintas del mismo tema, porque se alimentan de carroña, es
decir, de cuerpos muertos (Fig. 1). Por tanto, se trata del inicio del proceso de
individuación (la muerte del hombre viejo, es decir, de una actitud prosaica y
materialista, ignorante de la existencia del misterio que nos habita y en el que
habitamos). Aquí, se han de traer a la luz de la conciencia los obscuros contenidos del
inconsciente individual, para lo que ha de realizarse un esfuerzo moral que retire las
proyecciones en los objetos del mundo exterior al individuo.

Fig. 1. Michael Maier, 2007. Emblema XLIII. Atalanta Fugiens. “En la cima de una montaña un buitre grita
sin cesar: Se dice que soy blanco y negro; soy también amarillo y rojo y no miento. Lo mismo el cuervo, que
sabe volar sin alas en la noche tenebrosa y en plena luz del día. Uno u otro será lo principal de tu obra.”

Esta retirada permite que nos demos cuenta de los contenidos inconscientes, que antes
habían sido proyectados contaminando las relaciones con nuestros prójimos. Esa toma
de conciencia de la sombra -es decir, de todo aquello que no hemos logrado vivir y
que, por consiguiente, lleva una vida autónoma en el fondo oscuro de nuestra alma. La
sombra, de ordinario, suele estar relacionada con nuestros más penosos defectos, con
nuestras calladas debilidades o con aquellas limitaciones que no queremos admitir-
acontece en un período de introversión, en el que la libido (energía vital psíquica) está
vuelta hacia sí misma. Por lo tanto, la libido se ha retraído de los objetos o “ de las
cosas corporales y temporales ”, para llegar a la fuente de las imágenes primordiales o
arquetipos de lo inconsciente colectivo. Llegados a un cierto punto del camino, la
noche se hace más obscura y la regresión que tiene lugar lleva al hundimiento de la
consciencia en las aguas madre de lo inconsciente colectivo y a la pérdida de
orientación y comprensión. El camino se enangosta y se pierde la visión clara de la
ruta, pues se accede a un territorio ignoto. Y aquí llegamos a la segunda parte de la
noche del santo, “ que es la fe, (y) se compara a la medianoche que totalmente es
oscura ”. En esta fase, se ha entrado en un terreno desconocido, llegando a la matriz en
la cual se descubren las raíces de la identidad inconsciente (es decir, de la igualdad
inconsciente con cualquier objeto interno, como por ejemplo una idea, una emoción, un
sistema de creencias; o externo, como el trabajo, una relación de pareja, el dinero, la
casa, la familia, el coche o cualquier otro objeto material, lo que hace que el individuo
se apegue a él, porque se identifica con tal o cual objeto). Sin embargo, al principio
solo se tiene una vaga idea de lo que está sucediendo. Se confía ciegamente en Dios (el
Sí-mismo) como personalidad total o imago Dei. Pues se tiene un sentimiento profundo
y obscuro de certeza en la realidad arropada por los símbolos creados por lo
inconsciente. No es extraño que, en esos momentos, puedan afluir a la conciencia
contenidos simbólicos en forma de sueños, de imágenes hipnagógicas o hipnopómpicas,
o bien, en visiones en un estado de consciencia crepuscular, así como eventos
sincronísticos que solo pasado un tiempo podemos darnos cuenta de que parecen
unificar los procesos que tienen lugar en lo inconsciente (el mundo interior), con los
acontecimientos objetivos (mundo exterior). Sin embargo, mientras San Juan sigue una
vía en la que se sirve de unos rituales establecidos (cristianos), y se guía por las
enseñanzas de las Sagradas Escrituras, la individuación es un camino cuya guía es la
función generadora de símbolos. La expresión artística de los mismos y su
interpretación psicológica son los baluartes de esta vía. Los alquimistas llamaban a esta
vía visionaria, en la que se observan las fases del proceso que conduce al Centro (a la
unión del Alma con Dios, en la terminología de San Juan) en su reflejo sobre el Cáliz
del Alma en forma de imágenes, con el nombre de "vía húmeda" (ejemplos de místicas
que han seguido esta vía son Teresa de Jesús y Hildegard von Bingen), mientras que a
la vía en la que apenas se presentan imágenes, como parece ser el caso de San Juan de
la Cruz, la denominan "vía seca". El seguimiento de una u otra vía va a depender de la
propia ecuación personal del individuo, sin perjuicio de que en ambas vías pueden
presentarse momentos “húmedos” (con imágenes) y períodos secos (sin imágenes). Se
siga una vía u otra, uno nunca sabe con certeza cuales son los designios del espíritu de
las profundidades (Dios), ni qué camino deberá tomar en cada encrucijada de
antemano. Motivo por el cual, la consciencia debe ser lo más comprehensiva posible,
puesto que nunca se sabe lo que Dios pueda pedirle a su amado hijo, ni los agravios
que habrá de soportar por la incomprensión y los prejuicios de sus prójimos. Esa es la
cruz que ha de llevar todo aquél que se distancie del colectivo para seguir su propia y
exclusiva senda (pensemos por un momento en el terrible conflicto de deberes que
debió de afrontar el profeta Oseas (Os 1,2) ante la petición que le hizo Dios de casarse
con una prostituta, por simbólico que se entienda ese mandato).

Dice San Juan de la noche activa del sentido que:

“ Fue dichosa ventura, meterla Dios en esta noche, de donde se le siguió


tanto bien, en la cual ella no atinara a entrar, porque no atina bien uno por sí
solo a vaciarse de todos los apetitos para venir a Dios.” (P. 259)
Con ello parece aludir a la exención del libre albedrío en la entrada a la noche del
alma. Es decir, el inicio de la Subida al Monte está jalonado por la obscuridad, el caos,
la perturbación que caracterizan a la noche saturnal. Acontece de forma involuntaria,
en tanto que la voluntad consciente nada tiene que decir cuando se constela un
arquetipo, salvo decidir qué hacer con eso que está sucediendo dentro y fuera de él. Ese
pe-ríodo se caracteriza por la tensión, provocada por la separación de los opuestos,
por la enemistad de las distintas potencias psíquicas. Todos ellos son símbolos
análogos de la prima materia de los alquimistas en su estado inicial, o sea la Piedra al
negro, la que Saturno, confundiéndola con su hijo Júpiter, devoró y luego vomitó,
dejándola en el monte Helicón (Fig 2), y a la que se referían como “negro, más negro
que lo negro”. Desde un punto de vista psicológico, esto representa una auténtica
muerte del yo y de su universo, sin ver aún la salida del túnel en el cual la consciencia
está inmersa. En estos períodos, la destrucción del mundo anterior (hombre viejo) es tal
que toda huella del camino desaparece, y todo lo que se había creído comprender y
vivir se observa como si estuviese equivocado. El individuo se siente condenado,
excluido, perdido y hasta maldito.

Desde un punto de vista psicológico alude, como hemos dicho, al inicio del proceso de
individuación, lo que constituye, para los alquimistas, una etapa de capital importancia.
Fig. 2. Michael Maier, 2007. Emblema XII. Atalanta Fugiens.
¿Quieres saber por qué a menudo los poetas hablan del HELICÓN, y de escalar a la cumbre? Y una PIEDRA,
como RECUERDO, ha sido colocada en su cima, la piedra que su padre, confundiéndola con Júpiter, devoró y
vomitó. Yerras tomando estas palabras en su sentido literal. Pues esta piedra de Saturno es la PIEDRA
QUÍMICA.
En el Rosario de los filósofos, Arnau Villanova dice:

“Y cuando se vuelve negra, decimos que ahí está la clave de la obra, pues
ésta no se realiza sin el color negro. ” (Citado por Maier, 2007, p.130).

Y Michael Maier (2007), en su Atalanta Fugiens, afirma que:

“El color negro es, por tanto, Saturno, revelador de la verdad, que devora
una piedra en lugar de devorar a Júpiter. Pues una negrura, es decir, una
nube sombría, recubre primero la piedra para hurtarla a la vista.” (P.130)
(Fig. 2).

Jung (1987, p. 122) se refiere a la nigredo como sigue:

"Al principio resulta incomprensible que tal estado oscuro merezca


especial elogio, puesto que la nigredo se refiere por lo general a un estado
de ánimo melancólico y sombrío que recuerda a la muerte y a la tumba. Mas
el hecho de que la alquimia medieval no solo tenía vinculación con la
mística de su tiempo, sino que representa por sí misma una forma de esa
mística, nos permite traer a colación, a fin de parangonarla con la nigredo,
la obra de San Juan de la Cruz (muerto en 1591) titulada Noche oscura del
alma. El autor concibe la "noche espiritual" del alma como un estado
decididamente positivo, en el que la invisible (y por lo tanto oscura) luz
divina atraviesa el alma y la purifica."

Juan de la Cruz se refiere a ella, a esta etapa, como la noche que:

“Pertenece a los principiantes al tiempo que Dios los comienza a poner en


el estado de contemplación, de la cual también participa el espíritu...” (P.
259).

Inmediatamente después, comienza Fray Juan la interpretación de la “canción”. El


inicio es clarificador y directo:

“Quiere, pues, en suma, decir el alma en esta canción, que en una noche
oscura, que es la privación y purgación de todos los apetitos sensuales
acerca de todas las cosas exteriores al mundo y de las que eran deleitables
a su carne, y también de los gustos de su voluntad; lo cual todo se hace en
esta purgación del sentido y por eso dice que salía estando ya su casa
sosegada, que es la parte sensitiva, sosegados ya y dormidos los apetitos en
ella, y ella en ellos, porque no se sale de las penas y angustias de los
retretes de los apetitos hasta que estén amortiguados y dormidos.” (p. 259).

Y explica con posterioridad la importancia que tiene la privación y la purgación de los


apetitos sensuales en las cosas exteriores del mundo. En efecto, la proyección libidinal
en los objetos, es decir, la identificación inconsciente con los objetos, nos esclaviza a
guiarnos y regir nuestras vidas por los sucesos y acontecimientos objetivos. Y añade el
santo que se hace necesaria la purgación de los apetitos deleitables a la carne.

Poco después explicita lo que quiere decir con esa privación de los “ apetitos sensuales
y deleitables a su carne ”: “ Llamamos aquí noche a la privación del gusto en el apetito
de todas las cosas ” (p. 261) y enumera algunos ejemplos de cada uno de los sentidos
(oído, gusto, vista, olfato y tacto). La obscuridad y vacuidad a las que también hace
alusión dejan claro el sentido de estas explicaciones. La retirada del interés por los
objetos del mundo tiene la intención de situar al hombre en una actitud introvertida. De
esta manera, y después de un tiempo de introversión, la energía psíquica se dirige a lo
inconsciente, donde aviva las imágenes primordiales que allí habitan. Por eso dice fray
Juan que:

“ No tratamos aquí del carecer de las cosas –porque eso no desnuda el


alma si tiene apetito de ellas-, sino de la desnudez del gusto y apetitos de
ellas, que es la que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. ”
(p. 262).

No se trata, pues, de reprimir los apetitos, sino de cerrar el atanor herméticamente. Este
movimiento de la libido ha de ser un sincero retraerse de los objetos, un romper la
proyección que nos liga con ellos para crear ese estado de conciencia carente de apego
por las cosas. No estamos hablando de disponer o no de bien material alguno, sino de
romper esa proyección que nos identifica con ellos, hasta el punto de que nuestra vida
dependa de “ las cosas de este mundo ”, y de fijar nuestra máxima atención e interés
amoroso en el proceso que conduce a la unión con Dios.

A continuación nos dice San Juan cual es la causa por la que el alma ha de pasar por la
oscura noche de la “ mortificación de los apetitos y negación de los gustos por todas las
cosas ”. Esta causa es:

“ Porque todas las afecciones que tiene (el alma) en las criaturas son
adelante de Dios puras tinieblas, de las cuales estando el alma vestida no
tiene capacidad para ser ilustrada y poseída de la pura y sencilla luz de
Dios, si primero no las desecha de sí...” (Pp. 264-265).

Esta enseñanza de San Juan adquiere especial relevancia, y se hace perentoria, en una
época como la nuestra, en la que los hombres viven aferrados a sus posesiones. La
identificación con los bienes materiales que el hombre atesora, con los conocimientos e
ideas acumuladas y, en general, con todo lo efímero de la existencia, ofusca su
perspectiva, impidiéndole tomar consciencia de la necesidad de transformación que
brota de su Centro (de Dios, diría San Juan). De ahí que, ante semejante desarraigo, la
crisis sobrevenga despojando al individuo de aquellas envolturas que le impiden entrar
en contacto con su verdadera naturaleza, con el Dios que habita en él -y en todas las
criaturas- y él en Dios.

Esto atestigua cuán necesario es para la salud psíquica del ser humano el aumento del
nivel de conciencia, que permita la ruptura de la identificación con los objetos
materiales (“ las cosas de este mundo ”). Con ello la consciencia se transforma en un
testigo que observa y participa del discurrir de los acontecimientos externos e internos,
de los posibles conflictos, etc., pero sin identificarse con ellos. Pues la identificación
con los objetos, conforma la actitud a los mismos y, como dice fray Juan:

“ La afición y asimiento que el alma tiene a la criatura iguala a la misma


alma con la criatura, y cuanto mayor es la afición, tanto más la iguala y hace
semejante, porque el amor hace semejanza entre lo que ama y es amado. ”
(P. 263, 267).

La afición a la que se refiere San Juan en esta frase también aparece en el proceso que
conduce a la unión mística en la alquimia, con el nombre de afinidad, y expresa la idea
de aquello que reúne a los cuerpos y los lleva a combinarlos -hoy se habla de afinidad
electrónica. Cuando se proyecta al objeto externo un contenido inconsciente, éste ejerce
desde fuera su poder numinoso y atrapa al sujeto con incondicional atracción. Entonces,
el individuo es dirigido desde afuera, se rige por lo que sucede en lo exterior y se aleja
de la fuente de la que, sin él mismo saberlo, emana el valor que él encuentra en el
objeto. Pero al apegarse a las cosas de este mundo pierde el contacto con Dios en él y
es incapaz de escuchar los mensajes que Aquél le envía. Su vida es un inagotable
vaivén que se mueve al son de los hechos, circunstancias y objetos externos y/o
internos. Ese hombre no le ha arrebatado al objeto su valor, de modo que sea él quien
lo posea. Y, así, dice San Juan:

“ De aquí es que en el alma no se puede asentar la luz de la divina unión si


primero no se ahuyentan las afecciones de ella”. Y continúa “de aquí es
que, por el mismo caso que el alma ama algo, se hace incapaz de la pura
unión con Dios (...) así no podrá comprehender a Dios el alma que en
criaturas pone su afición...” (Pp 263-267).

La proyección del supremo valor vital en los objetos (“ bienes del mundo ”) coloca al
sujeto en una posición de esclavitud. Esto es, el mundo es el que adquiere un
sobrevalor(el correspondiente a Dios) y al adquirir el objeto una influencia fuera de
toda mesura para el individuo, el mundo lo mantiene esclavizado. La ligadura al objeto
es lo que “ hace incapaz... la unión con Dios ”. En efecto, la pérdida del hombre en el
mundo lo incapacita, como ya dijimos, de toda relación con su esencia divina, con el
núcleo de su personalidad, en definitiva, con aquel eje del mundo que desde tiempos
inmemoriales le ha correspondido el valor vital más excelso, y al que los hombres de fe
han encaminado su intelectoy su obrar. Es el camino correcto, el sendero estrecho que
conduce a la unión con Dios, o como señala en otro lugar San Juan, “ el camino
estrecho de la vida eterna...; por el cual camino ordinariamente pasa (el alma) para
allegar a esta alta y dichosa unión con Dios ”. La proyección del valor excelso en los
objetos provoca en el sujeto, por tanto, una reacción emocional bien conocida ante la
pérdida o modificación del objeto. Un modo habitual de manifestarse, al menos en sus
primeros conatos, puede ser a través de un trastorno del estado de ánimo, como por
ejemplo un episodio depresivo, que puede concurrir con un trastorno de ansiedad, algo
que sucede con bastante frecuencia. Sea como fuere, lo que esos síntomas parecen
indicar es la existencia de un conflicto interior entre, por un lado, todo aquello con lo
que un individuo se ha identificado y que considera que forma parte de él (una especie
de falsa identidad a la que Jung denominó máscara o persona[14]) y, por el otro,
aquella parte de su personalidad que ha permanecido en la oscuridad, llevando una
vida autónoma en el interior de su alma. Pensemos por un momento en la joven y bella
mujer que se identifica con su cuerpo. Sitúa su centro de intereses en torno a su rostro y
figura y se acicala para exaltar su cuerpo, con esa imagen de juventud y belleza que ha
proyectado en su físico. Hoy sabemos, por los innumerables casos de este tipo, cual es
el destino de dichas mujeres, cuando la inquebrantable ley del tiempo acaricia sus
vidas y la antigua muchacha se transforma en una mujer madura. Las depresiones
pueden hacer acto de presencia, antes del ajuste y toma de conciencia de la realidad de
su vida. La imagen ya no encaja con el cuerpo y es, entonces, hora de recuperar la
energía que se había proyectado en un objeto externo, y que es indispensable para el
desarrollo de la personalidady, más allá y más acá de esta, para la “ unión del alma
con Dios ”. Como dice San Juan, citando lo que afirma Salomón en Proverbios (31,
30),en esos momentos aparecen la “ desgracia y sumo desabrimiento ” pues
“ engañosa es la belleza y vana la hermosura ” (p. 264). Por desgracia, los avances
tecnológicos actuales se han puesto al servicio de la vanidad, manteniendo hasta edades
muy avanzadas la identificación con la imagen de un ideal infantil de belleza.

Por lo dicho hasta ahora se colige que esta “ noche de privación del apetito en todas las
cosas ” es un período de introversión y de toma de conciencia. Con ello se retira la
proyección de contenidos inconscientes en los objetos del mundo. Este proceso inicial
incluye la des-identificación con el propio cuerpo; con el yo, como centro de la
conciencia, y su ilusoria creencia en ser el único dueño de casa; con las ideas y el
saber detentado hasta la fecha y, por lo tanto, se es consciente de la ignorancia del yo
frente a la sabiduría del Yo superior. Ese proceso hace tambalear la pretendida
omnisciencia del yo y se diluye en una actitud que deja de pretender saberlo todo
siempre, dando el valor que le corresponde a la paradójica esencia de lo inconsciente.

Pero al principio de la noche de los sentidos aún no se ha penetrado lo suficiente y no


se habla de la difícil situación que resulta de la irrupción del material caótico y
obscuro que brota de lo inconsciente como prima materia saturnal. Por tanto, al
principio, la regresión prepara el camino, por así decirlo, para que ese material aflore
y se produzca una oscuridad aún mayor. La retirada de las proyecciones y el
movimiento introvertido de la libido se consiguen disolviendo la relación dependiente
con el mundo de los objetos. Y esto es un proceso lento y difícil, que requiere de
aquellas cualidades de amor a Dios de las que nos habla San Juan. La conciencia del
individuo no puede más que ponerse en cierta situación para con lo inconsciente, que le
permita no verse anegada por completo por la irrupción de contenidos inconscientes e
ir asimilando esos contenidos abstrusos, que irán emergiendo sin que ella pueda hacer
otra cosa que darles forma a través de un acto creativo (mediante la pintura, la
escultura, el dibujo, la poesía, la escritura, la música etc.), primero, luego pasar a
comprender su significado y, finalmente, encarnarlas en su vida particular. El ave con
alas se transforma así en ave sin alas (Fig. 1), es decir, el espíritu se corporeiza, se
hace carne.

Es sumamente interesante observar que San Juan utiliza el símil de la subida al monte
Carmelo, para describir el proceso que culmina en la unión del alma con Dios. Abu´l-
Qâsim Kitâb al-‘ilm dice al respecto:

“ Esta prima materia se encuentra en un monte que contiene una cantidad


inconmensurable de cosas creadas. Todo el saber del mundo se contiene en
este monte. No hay ciencia ni conocimiento, sueño o idea que no lo
contenga. ” (Roob, 1997).

Vemos cómo la figura del monte representa las etapas de la vida mística, lo que
simboliza la trascendencia, la morada del Espíritu Santo, el misterio de la Creación y la
encarnación de Dios en el hombre. En definitiva, es una imagen de la totalidad y, por
tanto, del Sí-mismo. La escalada al monte se asocia con el viaje del héroe en busca de
la joya perdida u oculta entre los poderes de las fuerzas del mal. Al igual que la joya, la
planta, el oro alquímico o la dádiva divina que corresponda, la subida a la cumbre de
la montaña está plagada de entidades temibles, que impiden el acercamiento a la cima,
y contra las que hay que luchar. Entidades y pruebas que, por cierto, es la misma
divinidad quien las envía. De ahí que toda batalla deba comenzar con esas temibles
entidades que habitan en lo profundo de cada ser humano (las sabandijas de las que
habla Teresa de Jesús en las Moradas). Cuando la confrontación con el lado oscuro de
la propia naturaleza no se acomete dentro de uno mismo, dicho conflicto se traslada al
exterior convirtiéndose en destino. Resulta lamentable que sean aún demasiado pocos
los que se dan cuenta de la importancia de embarcarse en un viaje de autoexploración
profunda, de recuperar el contacto con nuestraAlma y, en definitiva, de transformarla en
un límpido recipiente capaz de albergar la " luz de la divina unión ", a fin de que el
conflicto entre las tendencias contrarias, que habitan en lo profundo del alma del
occidental, no tome cuerpo en el mundo, en la forma de una guerra (o de una
revolución). Sobre este mismo tema, al psiquiatra Carl G. Jung le preguntaron, en una
conferencia, si pensaba que habría una guerra atómica en algún momento y él respondió
lo siguiente:

“Yo creo que esto depende de cuantos individuos puedan soportar la


tensión de los opuestos en sí mismos. Si son suficientes, pienso que
podremos escaparnos de lo peor. Pero si no es así, entonces habrá una
guerra atómica, nuestra civilización perecerá, como muchas otras
perecieron antes, pero con repercusiones mucho más serias.”
La crisis de valores que padece el mundo occidentalizado, y que se ha venido
agravando constantemente durante los últimos años, nos está enfrentando con una tarea
que es propiamente hercúlea. Según me lo parece, el retorno al perdido paraíso de
nuestra interioridad, en donde se puede producir un verdadero encuentro con el
renacido Dios que nos habita y en el que habitamos, tiende a producirse cada vez más
fuera del abrigo de una institución, ya sea esta una Iglesia o una Universidad. Y ello es
así porque el caos espiritual y moral se ha agudizado tanto que determinadas
personalidades se están viendo ante la necesidad de realizar este camino solos, de
volver a crear un orden en su interior, convirtiéndose ellos mismos en su propio templo
y su alma en el seno en donde se produce la renovación de la divinidad.
Lo hasta aquí explicado no pretende abarcar el poema y, ni mucho menos, las
explicaciones del Santo. Estas disertaciones no tienen otra intención que la de iluminar
el contenido psicológico subyacente al poema de la Noche oscura del alma y
relacionarlo con ciertas experiencias convocadas durante el proceso de individuación.
Para ello, introduzco algunos pasajes que San Juan utiliza para comprender lo que el
poema significa, de tal manera que trato de dar la palabra al Santo, siempre que me es
posible.
CAPÍTULO 7

SATURNO EN LA ASTROLOGÍA
MODERNA

" Si lo estudiamos con profundidad, Saturno ofrece una imagen detallada de


lo que la persona no desea ver de sí misma. Este es el punto en el que
luchará contra la intensa sensación de inadecuación y frustración, con una
necesidad de controlar y dominar algo que está tocando esa zona tan secreta
y dolorosa (...). La intensidad solo desaparece cuando la sombra se hace
consciente y en ese momento el conflicto se convierte en una elección
deliberada basada en un código ético o moral. Antes de dicha
confrontación, la elección es impulsiva y está basada en el miedo[15]."

L a astrología moderna ha experimentado un auge en los últimos años. De hecho,


su diversificación en versiones varias, todas ellas adaptadas a las
concepciones y perspectivas de quienes las detentan, son algo más que una
mera coincidencia o el fruto de una moda pasajera. Al igual que sucede con el interés
por la mística y por la simbología, el expansión de la astrología representa una
necesidad de profundización en el conocimiento del alma humana y, lo que resulta, al
menos, de igual importancia, su correspondencia con los conocimientos objetivos de la
ciencia (Capra, 1997, Talbot, 1995).

Teniendo esto presente, entiendo la astrología como una ciencia que estudia las
influencias cósmicas en los diferentes entes y, en particular, en el ser humano. Este
énfasis en la influencia planetaria en el ser humano obliga a considerar los aportes de la
psicología analítica, y, muy especialmente, los relacionados con lo inconsciente
colectivo y sus constituyentes, los arquetipos. El estudio de los arquetipos confiere al
“arte interpretativo” de la astrología un carácter científico del que antaño no disponía.
El enfoque aquí adoptado entiende al ser humano como a un microcosmos, que en sí
mismo es un reflejo del Universo, es decir, del macrocosmos. Con esta concepción me
aproximo a alquimistas de la talla de Paracelso y Aggripa.

La razón por la cual denomino científica a la Astrología, así estudiada, se desprende


inmediatamente de la atenta lectura de mi obra El retorno al Paraíso Perdido, en la que
trato este tema con detenimiento. Por este motivo, no voy a desarrollar aquí las
susodichas relaciones. Solo señalaré las importantes palabras del Dr. Fidelsberger
(1985), fundador de la “Sociedad Astrológica Vienesa”, en su magnífico libro
Astrología 2000, por desgracia aún no editado en castellano:

“ A más tardar a comienzos del próximo milenio, la astrología se


manifestará como una imponente estructura científica, en total
concordancia con la medicina, la biología, la cosmología, la química, la
física, la astronomía, la cibernética y la psicología ”.

Así finalizaba su prefacio el Dr. Fidelsberger, vaticinando en los años setenta lo que
hoy se ha transformado en realidad fáctica.
La astrología psicológica se podría definir como aquella ciencia cuyo objeto de
estudio es el carácter del ser humano. Por carácter debemos entender el conjunto de
potencialidades o posibilidades de manifestación o expresión, el total de las reacciones
con el medio ambiente, amalgama que constituye la característica de la estructura
personal o plan de desarrollo inherente e interno.

El despliegue de este carácter, al que Jung denomina Sí-mismo o personalidad total, se


realiza en el transcurso de la vida, en el constante enfrentamiento con el mundo objetivo
y con el mundo de los sueños, es decir, con lo inconsciente. En este despliegue de
potencialidades, juegan un inmenso papel las propias tendencias, es decir, el núcleo
innato de la psique, compuesto por los denominados arquetipos. Estos son los planetas
que vienen representados en el horóscopo natal. La educación es de suma importancia
en el fomento o represión de estas potencias.

El centro sobre el que gravita la astrología es el horóscopo natal o cosmograma,


representación de los planetas en la carta de una persona, en el momento de su
nacimiento. Este cosmograma es una placa radiográfica de la psique del individuo. Se
corresponde con la imagen de un mandala individual y, por ende, es una imagen
simbólica de la personalidad total o Sí-mismo. Cada elemento constituyente del
horóscopo es un símbolo de aquellas tendencias y potencialidades del individuo,
pudiéndose leer en él cómo, dónde y de qué modo se pueden desplegar y desarrollar
esas posibilidades de expresión.

Hecha esta breve introducción, nos aventuraremos a estudiar el planeta Saturno en el


marco de la moderna astrología científica y, más en concreto, en su aspecto
psicológico.

Saturno representa el principio de la limitación y, como consecuencia, el de la


detención y el de la postergación. Asimismo, se lo denomina el “Guardián del Umbral”.
Esta última designación es la más acertada de todas. Para comprender estas ideas,
aparentemente contradictorias, tendremos que introducir el concepto de Sí-mismo de
Jung (1998a). El Sí-mismo, en tanto que designa la existencia de una imagen simbólica,
que desde siempre tiene un carácter central en el mundo de la imaginería del hombre,
alude a la integración y unión de los opuestos psíquicos. Se trata de un concepto
empírico de la personalidad total. En tanto que designa aspectos que en parte son
conocidos y en parte no cognoscibles o aún no conocidos (es decir, en estado latente o
potencial) es un postulado. Pero dado que, en la práctica psicológica, designa a un
contenido inconsciente, que se manifiesta en imágenes claramente discernibles y
delimitables, cual es el caso del sabio anciano, del mago, Cristo, la cuaternidad, el
castillo, lo redondo, etc., es una hipótesis de trabajo que se muestra muy útil para
conceptuar la Imago Dei en el hombre. Cada individuo es una ramificación de ese Sí-
mismo y se encuentra hasta cierto punto constreñido y compelido a las determinaciones
individuales, flexibles pero no modificables, de su estructura de carácter, tal y como se
simboliza en la carta natal.

Si llegado el caso, el individuo se desviara del camino jalonado por su Sí-mismo,


accesible a la conciencia gracias a la manifestación simbólica generada por lo
inconsciente, extraviándose por senderos laterales, entonces puede acontecer que la
“garra del destino” lo paralice y lo haga retroceder de una forma ruda y sin
contemplaciones. Entonces, deberá soportar las mayores vejaciones y penurias,
haciendo acto de presencia los contenidos de la sombra.

En este sentido, Trismosin nos dice:

“Ovidio narra el caso de un sabio anciano que quería rejuvenecer. Para


ello, era necesario hacerle pedazos y cocerlos completamente, pero no
demasiado. Entonces sus miembros volverían a juntarse y a recuperar el
vigor juvenil[16].”

El texto se refiere al renacimiento que tiene lugar tras el tránsito de Saturno por su
posición natal, lo que sucede cada 29 años, aproximadamente (Greene, 1987). Cuando
Saturno da una vuelta completa y se posiciona en su lugar natal, lo que este planeta
representa se constela en la psique y se prepara para emerger a la conciencia. Dado que
Saturno es un representante simbólico de la sombra, es decir, de todo aquello que en el
hombre hay de más burdo, feble, pueril, indiferenciado, rudimentario e inconsciente,
material especialmente relacionado con el pasado biográfico y las imágenes parentales,
así como con la cristalización e identificación inconsciente con la sombra familiar, el
tránsito de este planeta requiere de un esfuerzo moral sobresaliente. Pues todo lo que él
representa se actualiza y el individuo debe afrontar el caos y la negritud (en tanto que
incomprensión de todo un magma de contenidos inconscientes, que en ese momento
aflora) que pertenecen a su propia naturaleza. Y ese afrontamiento de la sombra es algo
preestablecido por el destino, en tanto que es una fase arquetípica que todo hombre
debe atravesar en su proceso de individuación. Saturno se encarga de velar que ese
proceso transcurra; pues, de no ser así, la tendencia natural es la de dejar que el cáliz
pase de largo.

Uno podría preguntarse en este momento qué cosa positiva se puede extraer de ese
caos, de esa lucha de tendencias contrapuestas, de ese desgarramiento interior que
produce Saturno. Y de hecho eso es lo que uno tiende a preguntarse cuando se encuentra
inmerso en la noche saturnal de la desorientación y del caos. Pero si consideramos
que, en el simbolismo de la alquimia, Saturno representa el material sobre el que se
consuma el Arte Regia, la sustancia burda e informe, esto es, la materia prima, en tanto
que estado impuro, putrefacto e inconsciente que necesita de redención y que, bajo este
sustrato, se encuentran los gérmenes de la futura vida renovada, de pronto se aclara el
enigma.

Estos gérmenes pueden ser cultivados con un enorme esfuerzo (moral, espiritual y
material) pues vivifican el oro alquímico. En suma, encontramos que, bajo la más
absoluta de las oscuridades, es decir, en la mayor de las desorientaciones, en la
incomprensión y en el dolor sufrido por la desintegración de las estructuras pasadas, se
está gestando una unión divina, de la que surgirá un nuevo ser, un niño divino de
progenitores arquetípicos. Ese nuevo ser, que nacerá de la unión de los opuestos, en la
oscuridad más impenetrable (von Franz, 1999), representa la personalidad renovada.
Pero esto tiene lugar tras un enfrentamiento con la sombra. Por ese motivo, el individuo
se sentirá inadaptado con los valores del pasado y de su familia y nación (Goleman,
1999). Si estos valores se han incrustado en él, hasta el límite de que lo han impedido
regirse por sus propios criterios y valores internos, Saturno tendrá un efecto implacable
y doloroso. Habrá de romper con la identificación de sus imágenes parentales con los
padres objetivos, para darse cuenta de que estas imágenes, en verdad, las porta él en su
interior. El retorno de Saturno y el año precedente son decisivos. La desintegración de
las inválidas y obsoletas estructuras, la desilusión y el derrumbe son los heraldos de la
depresión y evaluación de lo que uno ha sido y ha hecho hasta ese momento.

A Saturno se lo asocia con la vejez y con el tiempo. Así, Martínez Maza (2000) afirma
que:

“(A Saturno) en época romana se le identificaba con el griego Cronos, pero


no había parecido alguno entre los atributos de ambas divinidades salvo
que ambos eran tenidos por los dioses más antiguos tanto en Grecia como
en Roma.”

En el tránsito de Saturno, la niñez psicológica llega a su fin. Obliga a mirar hacia atrás,
para romper con las ligazones que nos unen a la infancia y a la familia. Compele a
realizar una ruptura de la identidad inconsciente con los padres, hermanos y familiares.
De igual modo, se penetra en las obscuridades de lo inconsciente y se llega a aquella
libido de parentesco que nos liga a la familia, de manera que, ésta, se desliga de la
misma para ampliar el término familia al “conjunto de las criaturas de Dios”. El
maestro Eckhart dice a este respecto:

“ No vine para hacer la paz, sino (para llevar) la espada, y corté todas
las cosas y separo al hermano, al hijo, a la madre, al amigo, que son en
verdad tus enemigos. Si algo te es familiar eso es verdaderamente tu
enemigo. Si tu ojo quiere ver todas las cosas y tu oído oír todas las cosas,
y tu corazón recordarlo todo, en verdad tu alma tiene que estar dispersa
en todas esas cosas[17]”.

Asimismo, la confianza queda golpeada y mancillada, por lo que suelen aflorar todas
las inferioridades anteriormente relegadas al desván de lo inconsciente, por medio de
la represión. Puede surgir un sentimiento de inadaptación, que llegue a unas
dimensiones tales, que uno no se reconozca en casi nada de lo que ha hecho o del modo
en el que ha actuado hasta la fecha. Esto es tanto más cierto, cuanto menos haya vivido
la persona su propia vida y mayor haya sido la influencia de sus padres. El retorno de
Saturno es, en definitiva, un período de reevaluación, de liberación de las cadenas que
unen con el pasado y una ruptura del “cordón umbilical” psicológico.

Pese a lo difícil del tránsito de Saturno, este representa lo que en el fondo más íntimo
uno quiere en la vida y ayuda a obtenerlo. Son muchos los que están del todo
enajenados de sus auténticas necesidades y deseos íntimos, habiendo adoptado los roles
sociales o los familiares, las proyecciones de los deseos parentales o de la pareja,
todos ellos impuestos desde fuera. Pero, dado que éstas no constituyen su verdadero
destino, fruto de la personalidad total, las pérdidas que Saturno ocasiona se relacionan
con todo aquello que, en realidad, uno no necesita y, en el fondo, nunca quiso para sí
(Hand, 1976). El dolor que producen esas pérdidas, tiene su explicación en la
proyección de la libido en las “cosas de este mundo” y en el correspondiente apego a
los objetos, investidos de un valor emocional excedido. Sea como fuere, la ruptura de
las proyecciones en los objetos y la retirada de la libido en ellos investida, nos brinda
la oportunidad de ligarnos con la esencia más íntima, con el valor vital supremo que en
las religiones ha recibido el nombre de Dios.

Por otra parte, a Saturno, en las tradiciones herméticas, se lo identifica con Satán:

“ En cuanto materialización del Espíritu; es el Espíritu en la involución, que


cae en la materia; es la caída de Lucifer, el portador de luz... El mito de
Satán resume todo el problema de lo que se llama el mal. ” (Senard, 1948,
citado en Chevalier, J. & Gheerbrant, A., 1995).

El mal es la ignorancia humana, es decir, la inconsciencia de los actos y de sus


consecuencias. Y es así cómo Senard (1948, citado en Chevalier, J. & Gheerbrant, A.,
1995 ) continúa diciendo que la maldad:

“ No es más que la desviación de la luz primordial que, oculta en la


materia, envuelta en la oscuridad y reflejada en el desorden de la
conciencia humana, tiende constantemente a hacerse día.”

Pero Satán, como propiciador del mal, que atrae la oscuridad y el desorden como un
malhechor, permite adquirir una actitud religiosa al convertirse en portador de luz.
Goethe lo define en Fausto como “ una parte de aquel poder que siempre quiere el mal
y siempre produce el bien ”. Y así, Senard (1948, citado en Chevalier, J. & Gheerbrant,
A., 1995) dice:
“Esta desviación, por los sufrimientos que entraña, puede sin embargo ser
el medio de reconocer la verdadera jerarquía de valores y el punto de
partida de la transmutación de la conciencia, que se hace luego capaz de
reflejar puramente la luz original.”

Entonces y solo entonces, Saturno puede desplegar su potencial civilizador. Y así, el


individuo trabaja con aplicación y ahínco en el desarrollo de las semillas psicológicas
recién conquistadas (plantadas). Estas habrán de ser cultivadas con gran dedicación
para que den sus codiciados frutos (Greene, 1986).

La gran paradoja de Saturno es la madurez que confiere su tránsito y, a la par, el


nacimiento de un nuevo ser, de entre las derruidas estructuras que soportan un
exoesqueleto endeble e inconsciente: el Sí-mismo.
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[1] Este capítulo es una revisión y ampliación del artículo titulado "Descorriendo Velos", que fue publicado por primera
vez en la web Odisea del Alma, dirigida por el terapeuta de orientación junguiana Raúl Ortega, en el año 2001.
[2] Un desarrollo del concepto de máscara social o persona lo encontrará el lector en: Delgado González, J.A. (2015).
Cine y Espiritualidad. El viaje del héroe en Avatar y en otras películas de ciencia ficción. Estados Unidos:
Delgado González editor.
[3] La imaginación activa es una técnica de meditación descubierta por Jung a través de la cual la consciencia
mantiene una relación dialéctica (diálogo) con las imágenes de lo inconsciente. La realización de esta técnica favorece
el acercamiento entre la consciencia y lo inconsciente y el desarrollo de la función trascendente. La función
trascendente es una función de formación de símbolos que facilita la comprensión por parte de la consciencia de los
mensajes y/o contenidos provenientes de lo inconsciente (sueños, visiones, etc.) en el proceso de individuación o
realización del Sí-Mismo.
[4] Los capítulos 2, 3, 4, 5 y 7 son una revisión y mejora de uno de los apartados del libro titulado El retorno al
Paraíso Perdido. La renovación de una cultura, publicado por primera vez en 2004 por la editorial Sotabur, hoy casi
imposible de conseguir. También forma parte, junto con algunos extractos de los capítulos mencionados, del artículo
titulado "Contribuciones al simbolismo del lado oscuro de la psique", publicado por la página web junguiana
norteamericana Jung´s Page.
[5] Ibid. P. 24.
[6] Jung, C. G. (1998a). AION. Contribución a los simbolismos del sí-mismo. Barcelona: Paidós. Pp. 64-65.
[7] Jung, C. G. (1998b). Psicología y Religión (p.135). Barcelona: Paidós.
[8] Greene, L. (1986). Saturno. Un nuevo enfoque de un viejo diablo. Barcelona: Obelisco. P. 13.
[9] Ireneo Philatethes, Ripley Revived, Londres, 1677. En Roob A. (2014). Alquimia & Mística. Colonia: TASCHEN
BENEDIKT.
[10] Roob A. (2014). Alquimia & Mística. Colonia: TASCHEN BENEDIKT.
[11] Debo reseñar aquí que, justo ahora que estoy preparando la publicación de este libro, ha aparecido la noticia en
algunos periódicos de que en la ciudad de Detroit la secta Templo Satánico ha erigido una estatua de Satán, de más de
dos metros y medio de altura y de tonelada y media de peso, con la intención de realizar un ritual satánico en un lugar
desconocido.
[12] En De Oculta Philosophia, 1520. Texto recogido en Roob, A. (2014). Alquimia y Mística.
[13] Este capítulo fue publicado originalmente en el año 2004 en el libro El retorno al Paraíso Perdido. La
renovación de una cultura, por la editorial Sotabur. Posteriormente, tras una revisión y actualización, se presentó en
el III Congreso de Antropología, Psicología y Espiritualidad el 22 de septiembre de 2012 en el CITES-Universidad
de la Mística de Ávila, con el título de "La experiencia mística y el proceso de individuación". Posteriormente, fue
publicado con el mismo título en el año 2013 en el libro La experiencia mística, por la editorial Montecarmelo. El texto
que aquí presentamos es una revisión y mejora del que aparece en este último libro.
[14] Para un desarrollo actualizado de la máscara social o persona remito al lector a mi libro Cine y
Espiritualidad. El viaje del héroe en Avatar y en otras películas de ciencia ficción. Charleston: Delgado González
editor.
[15] Greene, L. (1986). Saturno. Un nuevo enfoque de un viejo diablo. Barcelona: Obelisco. P. 184.
[16] S. Trismosin, Splendor solis, Londres, s.XVI. Cf. Alexander Roob.
[17] Pfeiffer: Deutsche Mustiker, II, págs. 14, 23 y siguientes. Citado en Chevalier, J. & Gheerbrant, A., 1995.

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