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La transparencia y gobernabilidad en Iberoamérica ¿en

crisis?
Es la cuestión que se me ha plantado y la respuesta no es
sencilla. Y es que bajo el populismo, ahora exportado a
España, no es posible ni lo uno ni lo otro, como se ha visto en
Argentina, en Nicaragua, en Bolivia, Ecuador, Brasil o
Venezuela. Aquí en España el modelo del populismo
socialista, encarnado en Podemos, es el que Kitschelt
describió, precisamente, para Iberoamérica: crear un partido
de ámbito estatal asentado en movimientos sociales locales
para dar la apariencia de popular. El partido-movimiento.
Nada que no se tratara en el hoy agonizante Foro de Sao Paulo
de 1990, origen de los populismos iberoamericanos actuales
y prueba palmaria, por sus resultados, del peligro que
suponen para la gobernabilidad, entendiendo como tal la
propia de una democracia y, desde luego la transparencia,
con los países que han padecido el populismo anegados por
la corrupción. ¿Acaso Cristina Fernández de Kirchner, de la
familia del clásico populismo peronista, no va a ser juzgada por
robar dinero público entre 2003 y 2015? ¿Y qué decimos del
narcorégimen venezolano, con un Diosdado Cabello, el de
Odebrecht, que ya no sabe cómo escapar de la DEA después
de caer el corrupto cártel de los Soles? ¿Y Lula da Silva, el
organizador de todo el tinglado en la sombra, en Brasil? Es
cierto que el populista critica a sus enemigos acusándolos de
corruptos y prometiendo transparencia. Pero no es menos
cierto que todo ello no es más que una pose, propia, como
veremos de una de las características del populismo.
Digo agonizante Foro de Sao Paulo porque, salvo el caballo de
Troya de López Obrador en México, poco de ese populismo se
mantiene hoy en pie, a excepción del tirano Nicolás Maduro
en Venezuela, de Daniel Ortega matando estudiantes en las
calles o de Evo Morales en Bolivia. Kirchner y Correa van a ser
procesados por corrupción, mientras Lula está en prisión y
Dilma Rouseff ha sido destituida. En realidad, este populismo
del que hablamos, es un copia-pega de las guerrillas marxistas
que asolaron en su día Iberoamérica y que no aparecieron por
casualidad, sino por el entrenamiento cubano financiado con
dinero de la URSS. Es Fidel Castro quien dos años antes del
derrumbe del Muro se da cuenta de la implosión que se está
produciendo y contacta con el entonces joven y carismático
Lula da Silva y se organiza el Foto de Sao Paulo, inspiración
de Chávez, pero también de Pablo Iglesias.
Pero entremos en materia. Quizás conviene definir en primera
instancia qué es el populismo del que hablamos, ya que, como
señalaron Mackinnon y Petrone, casi todos los regímenes
políticos de América han sido históricamente catalogados
como populistas. De Batlle en Uruguay, Cárdenas en México,
hasta Fujimori en Perú o Menem en Argentina.
Empecemos diciendo que el populismo, cuyo origen se
encuentra en los narodniks rusos del siglo XIX, no es una
ideología, sino un estilo de hacer política, de imagen, de
liderazgo, de construir discursos. El populismo se mueve con
gran facilidad en un terreno previamente abonado por la
socialdemocracia y su irremediable consecuencia: una
sociedad infantilizada, irresponsable y sentimental. Y es que
en el populismo NO hay razones, hay emociones. El
populismo solo germina en una sociedad enferma. El fin del
populista es dominar la agenda política, el lenguaje, el timing
y así implantar su dictadura del “otro mundo es posible”. Se
trata de alcanzar la HEGEMONÍA CULTURAL gramsciana.
El populismo, por demás, como estamos viendo en Europa de
la mano de su vertiente nacionalista, algo que en España
conocemos bien ya que lo venimos padeciendo en Cataluña o
el País Vasco desde hace décadas, es contagioso, ya que sus
oponentes no lo enfrentan bien porque intentan competir con
él en su propio terreno y con su lenguaje, su estética y su
discurso. Lo vemos a diario, aquí y allá. De hecho, qué mejor
ejemplo que Pedro Sánchez, quien ha podemizado al PSOE.
Bajo el populismo socialista el enemigo es la oligarquía, el
capitalismo, la burguesía, la clase política (la casta). Sus
representantes reúnen lo peor de la sociedad: usura,
corrupción, insolidaridad, egoísmo... y su objetivo es la
acumulación de riqueza a través de las injustas e insolidarias
reglas de la economía de mercado. Además, para el populismo
socialista el enemigo está globalizado, se trata de un grupo
político y financiero que actúa a nivel internacional para
imponer sus reglas.
El Odio. Para los populistas, hay que concienciar al pueblo de
los abusos violentos que ha sufrido a menos de los poderosos,
de ahí que se permita la violencia leninista, que invita a
protestar con rabia en nombre de generaciones pasadas. Se
trata de incitar al odio como motor de una supuesta lucha de
clases. Es un odio calculado, expresado en tono mesiánico,
bíblico, como el milenarismo, que llega a cualquiera.
“Entonces, con tantas muertes en la conciencia, se nos va a
llenar la boca de odio y los pulmones de tierra y las manos de
justicia, y nos vamos a enfadar aún más cuando nos digan que
somos nosotros los que estamos sembrando la lucha de clases.
Y entonces no van a encontrar bosques tan profundos ni mares
tan hondos ni montañas tan altas como para que puedan
esconderse y escapar de tanta rabia como nos han hecho
acumular “ (Juan Carlos Monedero).
Se trata, como pueden ver, de una peligrosa alianza entre
idealismo y resentimiento. Se trata de alimentar ese
resentimiento para provocar emociones que motoricen al
populista hacia el Poder.
Dado que el régimen es el marco institucional del no-pueblo,
la solución del populista para cumplir con la voluntad de la
gente pasa por el incumplimiento de la ley. Se trata de
reconstruir la verdadera comunidad. De ahí que el parlamento
venezolano, la asamblea, haya sido sustituido. Es una
institución del no-pueblo. Pero también es lo que hace que los
golpistas del populismo nacionalista catalán crean justificado
amedrentar jueces o saltarse nuestra Constitución.
El pueblo es el sujeto colectivo que reúne todas las virtudes:
honradez, laboriosidad, solidaridad, bondad. Para el
populismo hispanoamericano se alude al pueblo como a los
sometidos a una casta de privilegiados. No hay izquierdas y
derechas, solo identidad popular. La gente. En realidad, este
concepto es mera referencia retórica, porque lo único
importante es la voluntad del pueblo, que permite asaltar la
ley y las instituciones. Es el concepto de los totalitarismos,
comunismo y nacionalsocialismo, del siglo XX en Europa. Se
trata de una concepción roussoniana y jacobina de la voluntad
nacional y del Estado sobre el individuo. Porque éste debe de
actuar, sino quiere ser considerado no-pueblo, en interés del
pueblo. Para ello el Estado debe de ser un Estado social,
establecer el progreso colectivo como condición del progreso
individual. La responsabilidad pasa así del individuo al Estado.
El líder, sobra decirlo, encarna las aspiraciones del pueblo, es
compendio de sus virtudes y gustos, es la voz del deseo de la
gente. De Chávez a Pablo Iglesias pasando por Rafael Correa o
López Obrador. De ahí la necesidad casi inmediata de
controlar los medios de comunicación. Lo vemos en TVE y
Telemadrid, pero tenemos los antecedentes venezolanos,
como bien saben.
Siendo todo esto así, cae de suyo que la transparencia y la
gobernabilidad, fuera del partido único, son imposibles. Como
decía, lo vemos día a día en Venezuela, pero también, por
ejemplo, en Nicaragua
Como ven, bajo el populismo ni transparencia, por más que la
prometan, ni gobernabilidad democrática. Así pues, la crisis de
ambas dependerá de la fuerza de dichos movimientos.

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