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8 El Enigma Del Arcangel - NS
8 El Enigma Del Arcangel - NS
NALINI SINGH
EL ENIGMA
DEL
ARCANGEL
El Gremio de los Cazadores 8
Nalini Singh
ARGUMENTO
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Nalini Singh
Profecía
Zhou Lijuan miró en el gran disco de metal que colgaba en la pared del fondo
frente a su trono. Era una pieza de arte que le había dado un admirador hacía mucho,
mucho tiempo. El admirador estaba perdido en las nieblas de su memoria milenaria,
pero había guardado el regalo, había algo en el brillo elegante del disco, en la forma
de las tallas en los bordes que habían sido hechas con tanta delicadeza, que le
hablaba.
Incluso después de miles de años de tenerlo en la sala del trono de su fortaleza
interna lo encontraba fascinante. Tal vez porque ese disco le reflejaba tan claramente
como cualquier espejo, y sin embargo no era frágil. El disco de metal podía abollarse
pero nunca se rompería. Había reflejado su fuerza y ambición como una arcángel
joven, la sabiduría y el poder a medida que crecía. Hoy, le mostraba los estragos de la
guerra.
Muchos en el mundo todavía creían que estaba muerta y le convenía dejarles creer
tal cosa, siempre que mantuvieran las manos fuera de su territorio. Sus generales se
encargaban de la seguridad, aunque no creía que ni siquiera Michaela fuera tan
arrogante como para intentar una incursión. Todos la temían.
Bien.
Sin embargo, para que el miedo permaneciera, no podían ver a la mujer en el
espejo de metal. Aún no. Esa mujer tenía el pelo del familiar blanco helado; Zhou
Lijuan había nacido con el pelo tan negro como la noche, pero el color se había
desvanecido con el aumento de su poder, como si su fuerza lo hubiera drenado todo.
Cuando alcanzó los mil años de edad, su cabello era “blanco como la nieve”.
Su madre se lo había dicho, y si lo intentaba con mucha fuerza, Lijuan a veces
podía recordar el rostro de la mujer que le había dado a luz. Sobre todo porque le
había legado sus finos huesos faciales. El reflejo en el metal tenía pómulos
dramáticos que empujaban contra la delicada piel translúcida tan delgada que
parecía que podía romperse con un toque. Delgadas venas azules latían debajo, pero
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eran los vasos sanguíneos rojos alrededor de la sombra nacarada de sus iris los que
llamaban la atención.
Era como si sus iris estuvieran nadando en sangre.
Y lo estaban, Rafael le había hecho daño. Su rabia ante ese conocimiento era un
profundo frío violento dentro de su cuerpo. Nadie hería a Zhou Lijuan. Aniquilaría al
arcángel advenedizo de Nueva York por el insulto, pero primero, le haría ver como
esclavizaba a su consorte mortal. Y para eso, tenía que tener paciencia, necesitaba
terminar de sanar, necesitaba terminar de convertirse.
Porque no toda ella se había regenerado igual que antes de que Rafael tratara de
borrarla de la existencia.
Levantó una mano con músculos que estaban débiles y temblorosos y se examinó
las uñas. Habían vuelto a crecer de un brillante rubí rojo y se enganchaban sobre los
dedos como las garras de una gran ave de presa. Los incisivos tampoco eran los
mismos. Los otros dientes eran de color blanco puro, los incisivos escarlata oscuro.
Era extrañamente hermoso. Como convenía a una diosa.
Sin embargo, esos incisivos no funcionaban todavía. Había intentado alimentarse
de la brillante fuerza vital de los leales súbditos que deseaban sacrificarse para que
su diosa pudiera sanar más rápido y con menos dolor, pero aunque sus incisivos
parecían fuertes, no estaban maduros. No podía penetrar la piel, e incluso cuando
utilizaba un cuchillo para hacer el corte, podía aspirar sólo un poco de sangre inútil,
no la fuerza vital del sacrificio.
La agonía quemaba las terminaciones nerviosas a cada instante de cada día.
Los huesos le dolían.
Las alas no podían sostenerla en alto.
Sólo su mente estaba entera.
Apoyando la mano derecha totalmente regenerada sobre el brazo del trono de jade
tallado con pesadillas y sueños, y considerado un tesoro entre la raza angelical por
aquellos que lo habían visto, se concentró en la forma arrodillada del ángel debajo
del estrado. Tenía la frente pegada al suelo, sus alas sostenidas con gracia a la
espalda. No podía recordar cuánto tiempo había estado sentado allí y no podía
distinguir su forma con claridad.
Sus ojos manchados de sangre no siempre funcionan como deberían.
—Habla —dijo ella, y la palabra salió a través de una garganta devastada, el
sonido un susurro ronco que, no obstante, aullaba con gritos.
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Levantando la cabeza del suelo, el hombre… ah, era el Escriba. Sí, reconoció el
pelo rubio hasta los hombros. El Escriba puso las manos sobre los muslos y mantuvo
la cabeza respetuosamente inclinada mientras comenzaba a hablar.
—He terminado mi trabajo en la profecía, sire.
Su sangre palpitaba, los sentidos agudos. Recordó asignarle esta tarea en los meses
antes de la batalla con Rafael, aunque recordaba haber leído la profecía en un antiguo
pergamino cuando había sido una mera ángel. En ese momento, no había significado
nada y la había olvidado durante un eón. Luego, había llegado su creciente poder, y
con él, un débil susurro de memoria que le decía que el pergamino era importante.
A los estudiosos y rastreadores les había costado casi un año redescubrir el
antiguo texto, y desde el momento del redescubrimiento, las palabras se habían
convertido en un eco en el fondo de su mente, un golpe de tambor que no podía no
oír.
Arcángel de la Muerte. Diosa de la Pesadilla. Espectro sin sombra.
Alzada, alzada, alzada a su Reino de Muerte.
Para que su fin venga
Su fin vendrá.
En manos de lo nuevo y lo viejo.
Un Arcángel besado por la mortalidad.
Un Durmiente de alas de plata que despierta antes de que su Sueño se acabe
El sueño roto con ojos de fuego.
Destruida. Destruida. Destruida.
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La leyenda afirmaba que había elegido Dormir poco después de que se arrancara
los ojos en un vano esfuerzo por detener las visiones. Sus ojos habían vuelto el
mismo día, y en la hora siguiente, con su vestido todavía manchado de sangre, había
desaparecido. La mayoría de sus profecías se habían perdido en el tiempo y las que
quedaban a menudo eran pasadas por alto como los garabatos de algún fantasioso
desconocido.
—Rafael es el besado por la mortalidad. —Lijuan no entendía cómo un arcángel
con tal debilidad había sido capaz de derribarla, pero no cometería el error de
subestimarlo de nuevo.
—No tengo respuestas para el último mencionado, para los sueños rotos con ojos
de fuego —respondió el Escriba—. Pero el Durmiente de alas de plata sólo puede ser
uno.
El agarre de Lijuan sobre el reposabrazos se volvió violento y su espalda se
contrajo. Sus alas habían vuelto a crecer después de su cerebro y columna vertebral,
de acuerdo con la jerarquía angelical de lo que era importante, pero eran débiles y
propensas a provocar que su torso sufriera espasmos, agravando aún más sus
restantes lesiones.
Respirando a través de las violentas sensaciones, se quedó mirando el disco de
metal que actuaba como su espejo, y dijo el nombre del Durmiente que tenía que
morir.
—Alexander.
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Capítulo 1
Siete meses había estado cazando Naasir. Siete meses desde que le había dicho a
Ashwini que estaba listo para encontrar una compañera. Siete meses y su compañera
no se había dado a conocer todavía. ¿No sabía que la estaba buscando?
Agazapado en uno de los balcones sin barandilla de la alta Torre, gruñó.
Un luchador de la Legión que había pasado volando se giró para darle una mirada
apreciativa. Naasir chasqueó los dientes al macho con alas de murciélago y se alegró
cuando el luchador cambió de dirección hacia la nueva casa de la Legión. A Naasir le
gustaba esa casa, aunque tenía paredes. Era un rascacielos que había sido convertido
en un invernadero gigante, habían quitado las ventanas para crear balcones, las
paredes habían sido reemplazadas con hojas enormes de cristal siempre que era
posible, y habían creado un túnel de vuelo en el núcleo central, un túnel
suficientemente grande para dar cabida a las alas.
Con el otoño ahora un resplandor de color rojo, naranja y amarillo a través de
Central Park, los ingenieros también habían añadido "cortinas" transparentes
inteligentes de lo que Illium le había contado era un material de alta tecnología que
permitía a la Legión entrar y salir volando a voluntad, pero que mantenía una
temperatura cálida en el interior. Cada vez que un luchador tenía que pasar, las
cortinas caían de forma automática en su lugar, atrapando el calor en el interior.
Naasir había logrado colarse en el rascacielos poco después de regresar por
primera vez a Nueva York dos semanas antes. El interior estaba estructurado de
manera que las partes restantes de los pisos y techos internos sobresalían en ángulos
inusuales; la distancia entre uno y el siguiente era a menudo profunda. Disfrutó de la
exuberante vegetación del interior, las enredaderas que trepaban por los lados ya
comenzaban a tomar fuerza y los pequeños árboles clavaban sus raíces mientras las
flores abrían sus capullos, Naasir se había abierto paso hasta la cima sin alertar a la
Legión de que estaba en su territorio.
No creía que el Primario hubiera estado contento cuando Naasir apareció en el
cristal del techo, pero el líder de la Legión era leal a Rafael, y Naasir era uno de los
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Siete de Rafael, por lo que existía en una tregua cautelosa. Sólo de pensar en la
Legión hizo que la piel le cosquilleara y los músculos se le tensaran.
Eran tan antiguos y tan otros que a menudo tenía que luchar contra la compulsión
de morderlos.
A pesar de eso, o quizá debido a ello, a veces sentía que los extraños combatientes
que volaban con alas desprovistas de plumas, eran más como él que nadie en el
mundo entero. Naasir podría no tener alas, pero era como otro. Excepto, que donde
había setecientos setenta y siete en la Legión, él sólo era uno.
Estás enojado con nosotros, porque somos muchos, pero ya sabes en lo más profundo que
eres uno de nosotros. Un niño de la tierra. Amargamente joven en comparación con nuestros
largos eones de existencia, pero con una conexión a la vida que es primitiva.
El líder de la Legión se lo había dicho con una cara seria. El otro hombre, aunque
hombre no se sentía como la descripción correcta, creía verdaderamente sus palabras.
No entendía que Naasir no era nada natural. Él no había nacido de la tierra; había
sido creado por un monstruo.
Un monstruo cuyo hígado y corazón Naasir había arrancado y comido.
Mostrando los dientes, bajó la vista hacia el balcón a su izquierda dos pisos más
abajo, notando que era uno de los raros con una barandilla. Dmitri había dicho que
no podía saltar a las calles de la ciudad, ya que acabaría aplastado como una tortita,
pero este salto no era lejos y el viento, aunque rápido, no lo empujaría por el borde.
Tensando los músculos una fracción de segundo después de que su mirada se posara
en el otro balcón, saltó.
El aire frío le azotó la cara, le pegó la camiseta al cuerpo y picó en los ojos, luego
sus pies descalzos golpearon la superficie dura del balcón. Absorbiendo el impacto a
través de todo su cuerpo, después de haber acabado deliberadamente en cuclillas a la
manera felina, decubrió que el viento lo había empujado más lejos de lo que había
esperado, otro par de centímetros y se habría golpeado contra lo alto de la
barandilla, hubiera tenía que arañar para evitar caer al aire.
Sonreía ante eso cuando se dio cuenta de que alguien corría hacia el balcón. No
necesitaba mirar atrás para saber de quién se trataba; el olor de Honor era tan
familiar para él como el suyo propio. Levantándose en toda su estatura mientras se
volvía, vio que las mejillas de honor estaban pálidas bajo su piel besada por el oro,
sus ojos verdes enormes.
—¡Naasir! —ella corrió hacia él, pasando frenéticamente las manos sobre sus
hombros y sus brazos—. ¿Te has hecho daño?
Naasir se dio cuenta de que podría estar en problemas.
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Él bajó la cabeza, mirándola a través de sus pestañas. Como el pelo cortado recto
que se deslizó alrededor de su cara, eran de color plata metálico e inhumano que le
marcaba como diferente.
—Lo siento. A veces me olvido de pensar como un ser humano.
Sacudiendo la cabeza, Honor le tomó la cara entre las manos.
—Eres perfecto exactamente como eres —susurró ella con tanto amor que se sentía
como si estuviera siendo abrazado—. Simplemente no quiero que te hagas daño.
Él sonrió, sabiendo que estaba perdonado por haberla asustado. Levantándola en
sus brazos, la apretó con fuerza. Ella rió, recortada contra un cielo azul cromo sin
nubes, y, cuando la bajó, dijo:
—Llegas a tiempo para la cena. Le pedí a Montgomery la receta de la carne
condimentada que te gusta.
Prometiéndoselo, Naasir la hizo entrar en la Torre y se dio cuenta que había
saltado al balcón justo fuera de su estudio. Estaba pensando en acurrucarse en un
sillón al sol en la esquina y simplemente dormir la siesta cuando sintió la ola
estrellarse, el toque fresco del agua, era la voz de su arcángel en su cabeza.
Naasir, necesito hablar contigo.
Estoy en camino, sire. Dejando a Honor con un roce de su mejilla contra la de ella
que Honor permitió con una sonrisa, se dirigió a la habitación de la Torre desde la
que Rafael dirigía su territorio. Dominando sobre el cielo de Manhattan, la Torre del
arcángel de la ciudad contenía un sinnúmero de habitaciones, todas con un
propósito. Por encima de este piso estaban las suites privadas.
Naasir tenía una, pero prefería quedarse con Honor y Dmitri.
¿Por qué iba a querer estar solo cuando podía estar con la familia?
Entrando en la oficina de Rafael, se sintió decepcionado al descubrir que Elena no
estaba allí. Le gustaba entrenar con la consorte de su sire y lo habían hecho varias
veces desde que Naasir había sido finalmente liberado de la obligación a largo plazo
en Amanat, la ciudad en manos de la madre de Rafael, Caliane.
Las fuerzas de Caliane se habían vuelto más fuertes a medida que más y más de
aquellos que recordaban su imperio volvían con ella y le juraban lealtad una vez
más. Ya no era necesario que Rafael mandara a uno de los Siete a Amanat, aunque
Naasir sabía que sire seguiría ayudando a su madre mientras ella se adaptaba al
mundo moderno.
—Sire.
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Las alas de Rafael estaban iluminadas por el sol, donde estaba detrás de su
escritorio, sus plumas chispeaban como oro blanco tan metálicas como el pelo de
Naasir, y su mirada estaba fija en una serie de hojas extendidas sobre la pulida
piedra volcánica de su escritorio. Incluso después de tantos siglos de ser uno de los
hombres de mayor confianza de Rafael, parte de Naasir siempre sentía un golpe de
asombro ante el poder violento personificado en el arcángel frente a él. Ese golpe
venía del núcleo primitivo de su naturaleza, la parte que nunca había estado
destinada a estar dentro de tal proximidad a un arcángel.
—¿Has descansado? —Levantando la mirada, Rafael se la sostuvo, con los ojos de
un azul tan puro que cuando era niño, Naasir había pensado que debían estar hechos
de piedras preciosas de verdad.
Fascinado, se había acostumbrado a arrastrarse sobre Rafael y tratar de tocarlos.
Para crédito de Rafael, éste había disuadido los esfuerzos persistentes de Naasir sin
aterrarlo o hacerle daño. Sólo como adulto, había entendido Naasir lo tolerante e
indulgente que Rafael había sido con él.
Incluso antes de haberse convertido en un arcángel, sire había sido un poder.
—Sí —dijo en respuesta a la pregunta de Rafael—. Me alegra estar aquí. —No le
importaba el trabajo en Amanat, le gustaba y respetaba a su compañero en la tarea, y
había sido divertido entrar furtivamente en el territorio de Lijuan para comprobar el
pulso emocional. Pero el puesto había estado lejos de toda su familia.
Si Veneno, Rafael, Janvier y Ashwini no le hubieran visitado en Amanat durante
los seis meses desde que había salido de Nueva York, Naasir podría haber regresado
a sus raíces salvajes. Como fuera, había hecho que Janvier y Ash se quedaran una
semana más de lo que había previsto, encantado de tener compañeros de juego que
entendían la forma en que su mente trabajaba.
—No quiero irme —dijo al arcángel al que le había dado su lealtad el día que
Rafael le había encontrado.
Naasir había sido un niño pequeño entonces, y en ese instante, había estado
alimentándose en la cavidad torácica del Anciano que le había Convertido y que
había abierto con sus garras. Debía parecer un pequeño monstruo cubierto de sangre,
pero en lugar de matarlo, Rafael había levantado su cuerpo feroz y gruñón en sus
brazos y dijo:
—Tranquilo. No quieres comer esa carne.
Naasir no había estado seguro de lo que esas palabras significaban en realidad, ya
que su Hacedor no hablaba con él como un ser humano, pero el tono le había
atravesado. Se había calmado y permitido que Rafael le llevara a las nubes, a su casa
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en la fortaleza angelical del Refugio. Ni una sola vez desde aquel día había sentido
Naasir la necesidad de desafiar al hombre que le había sacado del hielo y la maldad.
Rafael era el alfa de su familia y Dmitri era el segundo del alfa.
Naasir había sido un cachorro, pero ya no lo era.
Rodeando el escritorio, las alas alejadas del suelo con la fuerza inconsciente y la
disciplina de un guerrero, Rafael se reunió con él en el centro de la habitación.
—Sé que quieres quedarte en Nueva York —dijo, el azul doloroso de sus ojos
continuaba sosteniendo la mirada de Naasir—. Pero no estás formado para este
medio ambiente, empezarás a rechazar esa piel civilizada que tienes que usar en la
ciudad.
Naasir sintió sus manos apretarse mientras un gruñido crecía dentro de su pecho.
Quería mentir, decirle a Rafael que podía quedarse siempre en la ciudad, pero la
mentira no saldría. Su naturaleza ya estaba empezando a rebelarse, a doler por
espacios abiertos donde pudiera correr, trepar y explorar.
—Mi familia está aquí —dijo en su lugar—. No quiero una tarea solo.
—También tienes familia en el Refugio.
El interés despertó en su sangre.
—¿Voy a ir allí? —Honor no estaría allí, pero Jessamy sí, su relación con ella era
diferente de la que tenía con Honor, pero quería a la Historiadora y Profesora
angelical de la misma manera que quería a Honor. Veneno y Galen, también estaban
destinados en las montañas del Refugio.
—Tu tarea comenzará allí —dijo Rafael— y aunque tendrás que dejar el Refugio y
tu familia durante un tiempo, la tarea creo que te gustará.
Como Rafael le entendía también, Naasir esperó.
—Quiero que descubras donde Duerme Alexander.
Naasir se quedó inmóvil. El lugar de Dormir de un ángel o arcángel era algo tabú.
Ni siquiera Naasir, que no tenía mucho respeto por las reglas, había roto esa.
—¿Quieres matarlo? —Si Rafael tenía que matar a Alexander, Naasir le ayudaría.
Porque Rafael nunca había olido como carne mala. Una vez, antes de Elena, había
empezado a oler preocupante, como frío y hielo, pero se había ido.
Ahora olía a sí mismo y a toques de Elena.
Naasir quería oler como su compañera, pensó con una mueca hacia adentro. ¿Por
qué se estaba escondiendo de él?
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—No, no tengo ningún deseo de matar a Alexander. —El tono de Rafael era
helado—. Jason ha estado entrando y saliendo del territorio de Lijuan este mes
pasado.
Naasir siseó al oír el nombre de Lijuan. Esa era mala carne hasta la médula.
Cuando era niño, había pensado que quería matarla y comérsela, pero ahora sabía
que no la tocaría aunque se muriera de hambre. Sin embargo, todavía la quería
muerta.
—Ella está viva, ¿verdad?
—Jason no ha sido capaz de vislumbrarla, pero todo apunta a eso. —Con rasgos
sombríos, Rafael extendió sus alas antes de cerrarlas de nuevo contra su cuerpo, el
fuego blanco que le lamía las plumas pareció una ilusión creada por la luz solar.
Naasir había estado fascinado por las alas angelicales desde la infancia. Cuando
Rafael le encontró, se había agarrado a las plumas con fuerza, arrancando una grande
blanca con filamentos de oro que había sostenido posesivamente en su puño. No
sabía que no debía tocar las alas angelicales, que era una intimidad permitida sólo a
los amigos y amantes, y aunque no tenía esa excusa ahora, a veces todavía tocaba
una sin preguntar.
Sólo a sus amigos y familiares, sin embargo. Sólo a las personas que no le mirarían
como si hubiera hecho una cosa terrible. Ayer, había estado tumbado en la hierba con
Elena después de una sesión de entrenamiento y ella había puesto un ala sobre su
pecho de manera que él pudiera acariciar la belleza elegante tanto como quisiera.
Negro, índigo, azul medianoche, amanecer y blanco dorado, Elena tenían unas
plumas tan fascinantes que había estado tentado de robar una de cada color, excepto
que los colores se mezclaban a la perfección uno con otro.
Entonces se había quedado dormida en la hierba junto a él.
Había pensado recordarle que era peligroso, pero como no iba a hacerle daño
nunca, la había dejado dormir y había jugado con sus plumas. Estaba igual de
fascinado por las alas de Rafael, pero resistió la tentación de agarrarlas cuando Rafael
se volvió para dirigirse al balcón. No estaba seguro de que el impredecible fuego
blanco no quemara.
Naasir siguió a sire y se agachó en el borde en su posición favorita. Podía ver una
corriente de pequeños taxis amarillos desde aquí, fluyendo a lo largo de la cinta recta
de la carretera. Los olores desde tan alto eran débiles pero captó un atisbo del río y
de las cosas verdes que crecían en la casa de la Legión. Los olores verdes le daban
ganas de liberarse, de estirarse de una manera que no podía, ni siquiera en Central
Park.
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—Impredecible. Era más fuerte que ella cuando se fue a Dormir más o menos hace
cuatrocientos años, pero el poder de Lijuan ha crecido exponencialmente en ese
mismo período, mientras que él ha estado en éxtasis.
Naasir sabía que cuando los ángeles Dormían, no cambiaban, pero eso no era su
preocupación en este momento.
—Necesito un olor que rastrear y Alexander se ha ido del mundo hace demasiado
tiempo. —Ni siquiera Naasir podía rastrear un fantasma.
Eso le molestó; no le gustaba no poder encontrar a su presa.
Como su compañera. Que se escondía de él.
—Vas a tener ayuda —respondió Rafael, y luego hizo una pausa para mirar a un
solitario escuadrón de lucha hacer una serie de movimientos intrincados de vuelo
mientras practicaban con una ballesta—. Jessamy tiene una erudita estudiando con
ella que se ha especializado en los arcángeles Durmientes. Tu tarea es mantenerla a
salvo y explorar los lugares que sugiera.
Naasir frunció el ceño.
—¿Es su especialización conocida por los otros?
—Sí. —La voz de Rafael era lo suficientemente fría para congelar el aire—. Es poco
probable incluso para Lijuan ordenar el secuestro de un ángel en el Refugio, pero
teniendo en cuenta su historial de romper tabúes angelicales, tengo a Galen y Veneno
manteniendo un ojo en Andrómeda por si acaso.
—Yo cuidaré de ella. —Naasir podría ser un buen perro guardián cuando era
necesario.
—También tendrás que vigilarla —dijo Rafael—. Es la nieta de Charisemnon.
Naasir enseñó los dientes ante el nombre del arcángel que había causado la Caída,
el terrible suceso que había herido o matado a tantos ángeles. Charisemnon también
era responsable de una enfermedad mortal vampira.
—¿Por qué estamos trabajando con ella?
—Jessamy me asegura que Andrómeda es una erudita hasta la médula, que cortó
todos los lazos con su familia cuando llegó al Refugio, y que se horroriza al pensar en
el asesinato de un Durmiente. Galen respalda el juicio de Jessamy.
Naasir asintió.
—Galen tiene buenos instintos. —Jessamy era inteligente, pero con un corazón
demasiado tierno—. Podré decir si la estudiosa miente. —Inmortal o mortal, los
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Capítulo 2
Naasir odiaba viajar en el vientre de metal de un avión, pero era la manera más
rápida para un viajero sin alas para acercarse lo más posible al Refugio. Paseó por la
cabina todo el tiempo y salió por la puerta casi antes de que estuviera totalmente
abierta una vez que aterrizaron. El sol en la cara, el beso de viento, era puro placer.
Inhalando profundamente por primera vez en horas, se sacudió para acomodar la
piel en su lugar adecuado, luego agarró la bolsa de lona cuando el piloto la tiró hacia
fuera. Sonrió y saludó a uno de los dos hombres, el otro era el copiloto a quien había
vuelto loco durante el vuelo. El otro vampiro estaba acostumbrado a él y le mostró
los colmillos a Naasir antes de desaparecer de nuevo dentro.
Naasir se rió y, petate al hombro, trotó hasta el aparcamiento privado que
albergaba su motocicleta. Podía ver las montañas en la distancia, tocadas por las
nubes, pero no eran del Refugio. Todavía estaba lejos, porque los ángeles no tenían
nada de civilización cerca de ellos.
Cualquier vampiro no autorizado, o mortal que accidentalmente entrara en
territorio del Refugio, pronto lo olvidaría, la memoria borrada tranquilamente. El
paisaje en sí era tan inhóspito que mantenía a la mayoría a raya, y los poderosos
ángeles que vivían de forma permanente en el Refugio eran capaces de hacer algo
que envolvía los accesos al refugio angelical en una densa niebla.
Los escaladores obstinados que insistían en aventurarse más lejos se encontraban
en una región helada e inhóspita que equivalía a miembros rotos el cien por cien del
tiempo. Cualquiera que regresara por segunda vez no salía vivo: a los angelicales no
les gustaban los juegos en lo que se refería a proteger el lugar que albergaba a sus
niños.
Asintiendo con la cabeza al mecánico de turno, Naasir fue directo a su moto.
—Está lista para partir —dijo el mecánico vampiro en la lengua local, acercándose
para acariciar los paneles laterales azul eléctrico—. Te envidio el viaje. El clima es
perfecto.
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Naasir había aprendido a conducir motos con Janvier después de que las
máquinas se volvieran rápidas y excitantes. Ambos se habían caído más de una vez.
Nunca durante ese tiempo o después, se había puesto Naasir un casco. Sin embargo,
hoy cogió uno, la última vez que Ashwini lo había visto montando sin casco, se había
puesto tan furiosa que él se había disculpado, luego salió con ella y se compró un
casco.
La compañera cazadora de Janvier había perdido a su hermano y hermana menor
un año antes; había estado tan triste durante tanto tiempo que le había dolido verlo.
No iba a ser responsable de ponerla triste de nuevo al hacerse tanto daño que ni
siquiera su inmortalidad pudiera salvarle, porque a diferencia de lo que los mortales
creían, Naasir sabía que nadie era totalmente inmortal.
Luego estaba Lijuan.
La arcángel de China tenía la mala costumbre de volver de entre los muertos.
Considerando una vez más que podría mantenerse muerta, se puso el casco y
arrancó la moto. Volvió a la vida con un rugido de seda. Acelerando, le mostró el
pulgar al mecánico y partió. Se había alimentado de sangre embotellada y alimentos
secos en el avión, y le daría energía para la siguiente etapa del viaje. La moto también
necesitaría combustible más adelante, pero Janvier, él y algunos otros que utilizaban
este método de transporte había escondido viveres en varios lugares discretos.
Por ahora, podía simplemente conducir por los caminos de montaña y deleitarse
con el viento en contra. Amenazaba con empujarle fuera de su moto directo al medio
del enorme barranco. Mostrando los dientes en desafío, se inclinó más sobre la moto
y siguió adelante. En un punto, después de haber frenado para admirar un río
espumoso, vio un cartel que advertía de tigres en la zona.
Le recordó a los intentos de Elena por averiguar sus orígenes.
Riéndose tan fuerte que casi se cayó de la moto, aceleró el motor y salió disparado.
No paró cuando la clara y dura luz del sol se convirtió en sombras, luego
medianoche, su visión nocturna tan buena como la vista normal. Utilizando el
combustible guardado cuando fue necesario, continuó. Tuvo que detenerse y cazar
un par de horas más tarde, pero incluso aunque no hubiera encontrado una presa, no
estaba en peligro de morir de hambre, era lo bastante viejo para que su cuerpo no
quemara tanto combustible como un vampiro más joven.
No es que fuera un vampiro exactamente, pero era la palabra que la mayoría de la
gente utilizaba para describirlo. Elena le llamaba “criatura tigre” y no tenía ni idea de
lo cerca que estaba de la verdad sin querer. Le gustaba burlarse de ella haciéndole
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adivinar, pero lo que más le intrigaba era que Rafael jugaba a lo mismo también. El
sire también se negaba a decírselo a Elena.
Naasir nunca había visto jugar a Rafael. No de esta manera.
Reglas secretas entre compañeros.
Como los secretos que tendría con su propia compañera, una vez que la cazara y le
gruñera por esconderse de él. O tal vez no gruñera. Podría morderla a cambio.
Con los pensamientos de su esquiva compañera en mente, condujo a través de la
noche y el día siguiente, descansando sólo cuando el sol calentaba mucho y era
incómodo. Durante ese tiempo, encontró un árbol, se posó en una rama y se tumbó.
Una vez, Dmitri le había descubierto en la misma posición siendo niño y le gritó para
preguntarle que estaba haciendo.
—¡Estaba durmiendo! —Naasir le había fruncido el ceño por haberle despertado
de su siesta.
Vestido con pantalones de un material negro resistente, botas y con el torso
sudoroso tras una sesión de combate contra Rafael, Dmitri había levantado una ceja.
—¿No te preocupa caerte?
—No. Por eso duermo así. —Agitó deliberadamente los brazos y las piernas, se
sentó a horcajadas sobre la rama, tumbado boja abajo.
—En ese caso, descansa.
Naasir descansó bien hoy, también, y cuando despertó, encontró un poco de agua
y la bebió. No era tan buena como la sangre, pero valía por ahora. Conduciendo toda
la tarde, finalmente detuvo la moto en otro garaje. Éste estaba construido en la ladera
de una montaña y escondido tan bien que nadie que no lo supiera lo vería jamás.
Lo abrió usando la huella de la palma, hizo rodar la moto en el silencio y la aparcó
junto a varios vehículos robustos todo terreno y motos familiares. Detrás de él, la
montaña se cerró de nuevo, dejando el garaje en la oscuridad ya que no había
activado las luces cuando entró. Se quitó el casco y lo colgó con cuidado en el
manillar de su moto para que otros supieran que era suya, luego agarró su petate y,
pasándose una mano por el pelo, se dirigió a la parte trasera del espacio cavernoso.
Odiaba la parte del túnel del viaje, pero al menos era un túnel ancho.
Con los dientes apretados, echó a correr para atravesar más rápidamente el
pasadizo subterráneo. Era poco más de dos kilómetros, según los registros. Jessamy
lo había mirado una vez por él. En realidad nada, no para Naasir, salvo que odiaba
estar encerrado.
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Se estiró una vez que finalmente salió, luego comenzó a correr a través del paisaje,
sus pulmones expandiéndose para hacer frente al aire más fino. Tenía una fuerte
aversión por el frío, frunció los labios al hielo y la nieve que cubría los accesos al
Refugio, aunque el propio Refugio se mantenía generalmente libre de nieve por
medios que nadie entendía completamente.
Una vez, cuando Naasir era muy joven, Rafael había respondido a sus preguntas
curiosas contándole una historia de los Antepasados que dormían debajo del
Refugio.
—Los primeros de nuestra especie —le había dicho, los brazos musculosos a cada
lado del cuerpo de Naasir mientras le enseñaba cómo usar una ballesta—. Aquellos
de antes de registrar la historia, antes de los Ancianos, tan viejos que casi son otra
especie.
La leyenda dice que es la influencia de los Antepasados Durmientes lo que
mantiene el clima templado del Refugio, pero con temporadas irregulares de nieve y
hielo.
—Cuando llega el invierno —había murmurado Rafael—, es porque un
Antepasado se ha distraído con un sueño. O esa es la historia que mi madre me contó
cuando era un bebé.
Nadie sabía si había algo de verdad en la leyenda, pero había algo diferente en la
física del Refugio. Nada a tal alta altitud debería estar libre del látigo helado de
temperaturas bajo cero.
La cabaña secreta de Naasir estaba fuera del Refugio propiamente dicho, pero
Aodhan le había puesto calefacción, incluida calefacción por suelo radiante, que la
mantenía a la temperatura que le gustaba. Todo estaba alimentado por paneles
solares discretos, colocados a cierta distancia de la cabaña para que nadie la
descubriera por casualidad.
Hoy, evitó ir a las altitudes más frías durante el mayor tiempo posible.
Cuando ya fue inevitable, se lavó en una corriente alimentada por un glaciar que
le hizo quedarse sin aliento, luego se secó y se cambió de ropa. Encima, llevaba el
jersey de cachemir negro que había comprado en Nueva York, debajo una camisa
gris oscuro con broches de plata que Honor había comprado para él. Dejó que las
colas de la camisa colgaran sobre los vaqueros y se puso la maltratada chaqueta de
cuero que Janvier le había regalado hacía una década.
Calcetines gruesos, sus botas gastadas y marcadas con sus suelas especiales para el
hielo y terminó.
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Nalini Singh
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Nalini Singh
Cuando la sombra de grandes alas pasó sobre él mientras el sol estaba a punto de
hundirse por debajo del horizonte, miró hacia arriba. Vívido cabello rojo iluminado
hasta ser un brillo escarlata por los últimos rayos del sol y alas de color gris oscuro
veteadas de blanco, Galen movió las alas para reconocer el saludo de Naasir, luego le
rodeó para aterrizar no muy lejos.
—¿Me estabas vigilando? — preguntó Naasir al llegar el macho de hombros
anchos.
—Estaba esperando que salieras de las faldas de la montaña. —El maestro de
armas abrazó a Naasir con un abrazo de palmadas en la espalda que casi lo tira,
Galen era muy fuerte—. Debes haber recortado por lo menos dos horas tu tiempo
anterior.
—Soy más rápido. —Estaba creciendo de maneras que ni siquiera Keir entendía y
el sanador entendía muchas cosas; lo único que se sabía era que aunque Naasir era
un adulto, sus habilidades y dones aún no se habían asentado en su forma final.
Eres el único en tu clase que ha sobrevivido hasta la edad adulta. No existe un plan para tu
desarrollo, no hay manera de predecir su resistencia final.
—Cuando tengas tiempo, tendremos que probar cuánto más rápido. —La voz de
Galen interrumpió el eco de las palabras de Keir—. ¿Está pensando en correr todo el
camino?
—Sí. —Siendo niño, los ángeles le habían llevado por el aire y le había gustado.
Pero ya no más. Ahora quería el suelo bajo sus pies, ni siquiera le gustaba montar en
las cestas que los escuadrones utilizaban para transportar a los huéspedes no
alados—. Dile a Jessamy que llegaré para cenar.
Con una sonrisa que alcanzó a los inusuales ojos verde pálido, Galen extendió sus
alas.
—Te ha estado esperando desde el amanecer.
Eso encantó a Naasir. Esperó a que Galen despegara con un poderoso aleteo de las
alas que provocó una ráfaga de nieve en el aire, luego Naasir intensificó su ritmo aún
más, hasta que para cualquiera que mirara, no habría sido nada más que un borrón.
Más alas pasaron por encima de su cabeza una hora más tarde, el tráfico aéreo en
constante aumento hasta que empezó a escuchar los susurros de los aterrizajes, el
ritmo de los despegues, las risas y las conversaciones de las personas sobre sus vidas.
El cielo era de un negro suave sólo roto por varias estrellas tempranas cuando la
nieve se terminó de repente, el aire caliente contra su cara fría.
Fue directamente a la casa de Jessamy y Galen sobre el acantilado.
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Nalini Singh
—¡Naasir! —Un vampiro, sus ojos verde veneno con la pupila como la de una
víbora y su cabello castaño oscuro largo hasta tocar el cuello de la camiseta, le atrapó
en un abrazo en el patio pavimentado fuera de la casa.
Dándole palmadas a la espalda de Veneno, Naasir dejó caer su petate sobre los
adoquines, el pequeño patio estaba ribeteado con macetas llenas de flores.
—Veo que Galen no te ha roto todavía. —Observó los vaqueros y simple camiseta
negra del hombre más joven—. ¿No hay más trajes?
Veneno era bien conocido por su aspecto peligrosamente elegante, su gracia tan
fluida que era letal.
—A quién le importan los trajes cuando entreno mi culo en el círculo de
entrenamiento todos los días. —Veneno hizo una mueca y señaló un moretón azul y
negro en la mandíbula, el color vívido contra el marrón cálido de su piel—. A veces
no estoy seguro de si Galen me está enseñando o trata de matarme.
Naasir enseñó los dientes.
—Si Galen estuviera tratando de matarte, lo sabrías. —El maestro de armas no
luchaba como Naasir o Veneno, su estilo más pesado y más constante, pero era una
fuerza brutal y mortal—. Te va a endurecer. —Veneno era un cachorro peligroso que
tenía el don del veneno mortal en su sangre, pero con poco más de trescientos
cincuenta años, era el más joven de los Siete.
Necesitaba un poco más de templanza.
—¡Ahí estás! —Jessamy salió corriendo de la casa, con un vestido vaporoso
amarillo brumoso hasta los tobillos que se arremolinó alrededor de sus piernas y su
cabello castaño ondulado sujeto en una trenza floja. Sus exuberantes ojos marrones
brillaban con la bienvenida contra su piel cremosa, su sonrisa luminosa.
Agarró la figura alta y esbelta con delicadeza en sus brazos y la piel rozó el
interior de sus alas, Naasir la hizo girar y girar hasta que ella protestó.
—Oh, te he echado de menos —dijo con lágrimas brillando en sus ojos, antes de
tomarle la cara con las manos y besarle en ambas mejillas—. Entra. Tengo una bebida
esperándote.
Su estómago retumbó en el momento justo, pero no se había olvidado de su
misión.
—La erudita, ¿está a salvo?
—Sí, está trabajando en la Biblioteca. Pensé que podrías descansar y comer algo
antes de presentaros, estoy planeando invitarla a cenar con nosotros.
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Nalini Singh
Caminando con Jessamy y Veneno en la casa justo cuando Galen aterrizó detrás de
ellos, Naasir soltó un suspiro silencioso. Era bueno estar con la familia de nuevo.
* *
Andrómeda trató de concentrarse en el manuscrito iluminado que había colocado
en un soporte en la parte posterior de la Biblioteca, pero lo único que podía ver eran
las palabras de la carta que había recibido una hora antes.
En veintidós días, cumplirás cuatrocientos años. Has tenido muchos años de indulgencia.
Te los hemos permitido todos, incluso cuando elegiste abandonar tu línea de sangre.
Ahora es el momento de volver a casa y cumplir tu obligación para con tu familia y tu
arcángel. Te esperamos para el inicio de las celebraciones ceremoniales seis días antes de tu día
de nacimiento, tras lo cual, irás a la corte de tu abuelo a tomar tu posición a su lado.
Tiene poca utilidad para los eruditos, pero eres su única nieta, y como tal, está dispuesto a
pasar por alto tus defectos, siempre y cuando te comportes como una princesa de la corte
durante tu tiempo de servicio. No le defraudes, Andrómeda. La misericordia de tu abuelo no es
infinita.
Ella se agarró a los lados del soporte, los bordes de madera se le clavaron en las
palmas. "Indulgencia", llamaba su madre a los siglos de aprendizaje de Andrómeda,
aprendizaje que había sido de ayuda a innumerables inmortales que llegaban a la
Biblioteca en busca de ayuda. Era la guardiana de las historias angelicales y maestra
de sus hijos. Sin embargo, después de unos meros trescientos veinticinco años, más o
menos, era una simple aprendiz. Había tanto que tenía que aprender.
Y los viajes que había realizado… el mundo estaba cambiando y ella quería seguir
bebiendo de cada parte de ello. Pero el tiempo se había agotado. Siempre había
sabido que se agotaría, siempre había sabido que un día, sin importar cualquier otra
elección que tomara, cumpliría cuatrocientos años y se esperaría que regresara a la
corte del arcángel Charisemnon, a cumplir con los términos de un voto de sangre que
sus padres habían hecho en su nombre cuando era una recién nacida.
Jessamy le había preguntado si estaba obligada por tales votos cuando llegó por
primera vez al Refugio. Asustada de no ser aceptada como aprendiz si le decía la
verdad, de admitir que tendría que dejar sus estudios a los cuatrocientos años,
Andrómeda había mentido y dicho que Charisemnon le había perdonado su voto ya
que era claramente inadecuada para la vida en la corte. A medida que los años
pasaban, la mentira se ha vuelto más y más difícil de corregir.
Nada de eso importaba ahora. Dejando un día para el viaje, tenía quince más de
libertad antes de tener que volver a la impresionante y desgarradora tierra que había
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Nalini Singh
abandonado siendo una chica pero todavía no una adulta. Cualquier otra acción sería
considerada alta traición, el castigo la muerte.
Nadie, enemigo o amigo, le ofrecería un puerto seguro. “Robar” niños de la
familia de sangre de otro arcángel era considerado un acto de violencia silenciosa
que podía llevar a la guerra. Había considerado pedir santuario a Rafael o Titus,
puesto que ya estaban en guerra con su abuelo, pero sabía que incluso si prestaran
atención a la petición de un aprendiz humilde, los dos arcángeles podrían no darle lo
que ella quería.
Hacerlo sería sorprender y molestar a los arcángeles más tradicionales que eran
aliados de Rafael y de Titus contra la muerte y la enfermedad que su abuelo y su
aliada de pesadilla habían extendido por todo el mundo. Y de todos modos, sería
cazada hasta el final de su existencia, tendría que huir. Mucho mejor servir los
quinientos años requeridos y esperar que su alma estuviera intacta al final del
periodo.
Como princesa de la corte, se esperaría que fuera el brazo implacable y violento de
Charisemnon. Su abuelo podría no matarla la primera vez que se negara a obedecer
la orden de torturar o humillar, pero iba a hacer todo lo posible por romperla, por
convertirla en su marioneta. Charisemnon no toleraba los desafíos.
Quince días más.
Inhalando profunda y temblorosamente, estaba tratando de concentrarse en el
manuscrito de nuevo en un esfuerzo por encontrar un terreno estable, cuando el
vello de la nuca se le erizó. De repente, deseó no tener el pelo recogido en una trenza
para que la nuca no estuviera tan abierta, tan vulnerable.
Con la garganta seca, se giró de manera tranquila alcanzando al mismo tiempo la
hoja afilada atada a su muslo y accesible a través de un agujero en el bolsillo de su
vestido de gasa color frambuesa. Cuando vio que sólo era Jessamy dirigiéndose hacia
ella, comenzó a sonreír… entonces se dio cuenta de que su mentora no estaba sola.
Había una sombra a su lado. Una sombra de ojos de plata que miraron a
Andrómeda sin pestañear.
Cada pelo de su cuerpo se erizó, o así es cómo lo sintió. Sabía quien era, todo el
mundo conocía a Naasir, aunque como ella, la mayoría no tenía ni idea de su origen
o naturaleza. Era único en su clase. Piel de un marrón cálido y profundo que contenía
matices dorados y que invitaba a acariciarlo, ojos plateados y cabello del mismo
color. Plata, no gris. Era como si su cabello y sus ojos hubieran sido formados de ese
metal y pulidos para que brillaran.
Destacaba, hacía que le recordaras.
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Nalini Singh
Por supuesto, nunca antes había estado tan cerca de él. Naasir había pasado por el
Refugio muchas veces en los tres siglos y cuarto que ella había vivido aquí, pero
Andrómeda se había asegurado de que nunca se conocieran. Al principio, había sido
demasiado joven y demasiado decidida a tener éxito en sus estudios para
preocuparse por alguien del sexo masculino. Pero después... Naasir incitaba cosas
dentro de ella que no eran correctas para una mujer que había hecho voto de celibato,
hacía que el animal fuera de control de su interior quisiera salir.
Eso no significaba que no lo hubiera observado desde lejos.
Se movía como un gato de la selva, se alimentaba de sangre y, sin embargo comía
carne, tenía ojos que veían en la oscuridad, y seducía a mortales e inmortales con
facilidad. Andrómeda podría no haberse rendido jamás a los mismos impulsos
primarios, pero entendía que él era único en su habilidad para embelesar a tantos.
Añade su belleza salvaje, tan atrayente e hipnótica, así como la profundidad
poderosa de su poder, y era una amenaza a muchos niveles.
—Andrómeda. —Jessamy inclinó la cabeza a un lado—. ¿Todo bien?
Al darse cuenta de que se había quedado congelada mientras observaba al
vampiro que no era un vampiro caminar hacia ella, obligó a sus músculos rígidos a
moverse.
—Sí, por supuesto —se las arregló para decir—. Sólo perdida en mis
pensamientos.
Jessamy se tomó sus palabras al pie de la letra, su preocupación fluyó suavemente
a una sonrisa cariñosa mientras tocaba el brazo de Naasir con los dedos.
—Quería presentarte a Naasir antes de la cena. ¿Comerás con nosotros?
Con el corazón golpeando como si hubiera volado en una dura carrera física,
Andrómeda iba a decir que prefería estar sola para poder terminar su investigación
de última hora, cuando Naasir se movió. Estaba a menos de un par de centímetros de
ella antes de saber lo que estaba pasando.
Con las fosas nasales dilatadas y ese pelo de plata imposible deslizándose hacia
delante sobre su piel exquisita, bajó la cara a su garganta.
La sangre de Andrómeda rugió en ese punto del pulso mientras su mano se
cerraba sobre la empuñadura de la hoja.
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Nalini Singh
Capítulo 3
Naasir tomó una respiración larga, profunda y sintió que la boca se le hacía agua.
Ella olía correctamente, olía como su compañera debía oler. Sin embargo, no estaba
seguro de que fuera su compañera, sobre todo porque era tan pequeña y tenía esos
ojos grandes y asustados, pero sabía que quería lamerla, saborearla, morderla.
A punto de acariciarla con la nariz, oyó la voz de Jessamy.
—Naasir.
Al darse cuenta de que había hecho algo incivilizado en su excitación, se obligó a
dar un paso atrás, pero no pudo dejar de mirar al ángel que olía tan deliciosa. Tenía
la piel como la miel. Le gustaba la miel. Tenía la sensación de que le gustaría lamer
su piel de igual manera. Sus ojos eran de un color castaño traslúcido con un destello
de oro brillante alrededor de la pupila.
Bonita.
Sus alas, por lo que podía ver de ellas, eran de un rico tono cerca del chocolate
negro que a Honor le gustaba comer.
Y su pelo, era castaño dorado, sedoso y espeso. Lo llevaba sujeto en una trenza en
este momento, pero notó que sería rizado si lo dejaba suelto; ya tenía planes para
deshacer la trenza para poder jugar con él. Por supuesto, primero tendría que
convencerla de que no tenía la intención de comérsela.
—Hola —dijo, con sus mejores modales—. Sólo quería olerte.
—Oh. —Arruguitas entre las cejas, el tono de su voz le daba ganas de cerrar los
ojos y simplemente escuchar—. ¿Hueles a todos los que conoces?
Sonriendo interiormente ante la curiosidad que ella no podía ocultar, dijo:
—No. —Inhaló su aroma de nuevo, con cuidado de hacerlo parecer como si
simplemente estuviera respirando—. Sólo a las mujeres.
—¿Por qué?
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Nalini Singh
* *
Andrómeda tenía la intención de decir que no a la invitación de la cena de
Jessamy. No era porque no disfrutara comiendo con su mentora y el maestro de
armas, eran dos de sus personas favoritas en todo el mundo y la habían aceptado por
quién era, veían a la mujer en quien se había convertido y no la línea de sangre que la
marcaba.
En cuanto a Veneno, el vampiro se había convertido en una imagen familiar en la
mesa de Jessamy desde su traslado al Refugio, tenía un mordaz sentido del humor y
una inteligencia fría que Andrómeda apreciaba.
Ni siquiera era porque Naasir la inquietaba.
Era porque sabía que Jessamy había estado esperando la llegada de Naasir, al
igual que Galen y Veneno. Los cuatro eran viejos amigos, con los tres hombres
aliados del mismo arcángel, y ella no quería entrometerme.
Sin embargo, cuando abrió la boca para decir que no, Naasir la olió otra vez, el
calor masculino de su cuerpo presionado contra ella, y las palabras la abandonaron.
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Nalini Singh
—No puedes hacer eso —dijo cuando pudo hablar de nuevo, momento en el cual
Jessamy había tomado su silencio como un asentimiento y los tres ya estaban a
medio camino de la casa de Jessamy y Galen.
Los ojos de plata salvaje la miraron con la más absoluta inocencia.
—¿Qué?
—Oler a la gente.
Naasir se encogió de hombros... y la olió, hebras de plata de su pelo le rozaron la
piel
—Lo siento.
Entrecerrando los ojos, ella apretó los labios.
—No lo sientes en lo más mínimo.
La risa suave de Jessamy llenó el aire.
—No dejes que te tome el pelo, Andrómeda. Es un experto en ello.
Andrómeda decidió ignorar el vampiro que la acechaba, que no era un vampiro.
Excepto que era casi imposible ignorar a Naasir, especialmente cuando él estaba
decidido a no ser ignorado. Cogió su trenza y tiró de ella. Cuando ella se apartó, le
pellizcó la tela ligera de su vestido entre los dedos y frotó.
Alejarse no le detuvo. Simplemente dio un paso a su lado.
Cuando Jessamy se adelantó, saludando a Galen y Veneno, que estaban esperando
en el patio, Andrómeda quería gruñir. Alejando la trenza una vez más, se dio la
vuelta para enfrentarse a la amenaza de ojos de plata.
—¿No puedes actuar de manera civilizada por un minuto?
Él se quedó extrañamente inmóvil, alteró la expresión de un modo que ella no
podía describir, excepto para decir que el hombre que le había estado tomando el
pelo y molestándola de repente ya no era el mismo hombre.
—Por supuesto —dijo, su voz profunda resonante y culta—. Me disculpo si te he
causado cualquier angustia u ofensa.
Andrómeda sintió un nudo en el estómago, una sensación repentina de mareo en
su interior, pero ya habían llegado al patio ahora iluminado por el resplandor suave
de faroles colgados en los árboles.
—Pensé que podríamos comer aquí fuera —dijo Jessamy y recibió una ronda de
asentimiento.
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Nalini Singh
Atrayendo a Jessamy cerca con una gran mano en la nuca, Galen le plantó un beso
en la boca que la dejó sin aliento, sonrojada y sonriendo. Con un destello satisfecho
en los ojos, el maestro de armas dijo:
—Sacaremos la mesa.
Andrómeda se había sobresaltado la primera vez que comprendió que su
prudente, educada, reservada y elegante mentora estaba locamente enamorada del
bárbaro que era el maestro de armas del arcángel Rafael. No podía imaginar dos
personas más dispares. Entonces había visto la ternura en la expresión de Galen
cuando miraba a Jessamy y fue testigo de cómo los ojos de Jessamy se iluminaban al
oír el sonido de sus poderosas alas.
El corazón le dolía por la belleza de su vínculo.
—Veneno, Naasir —dijo Galen y los tres hombres se acercaron para sacar la mesa
de un pequeño edificio que Andrómeda sabía que Galen utilizaba como taller
cuando no quería trabajar en el campo de las armas.
Esa mesa estaba llena de cicatrices de las innumerables armas que habían colocado
encima, pero limpia y pulida. Después de haber entrado en la casa para traer un
mantel, Andrómeda lo colocó sobre la superficie de madera, superconsciente de
Naasir de pie al otro lado antes de desaparecer para traer uno de los dos bancos.
Minutos más tarde, la comida estaba fuera, todo listo.
Como sabía que a Galen y Jessamy les gustaba sentarse juntos, fue al banco del
lado opuesto. Tres pares de alas compitiendo por el mismo espacio podía ser
incómodo. Veneno se deslizó a su lado, Naasir al otro. Los hombres tuvieron cuidado
de no tocar sus alas.
—En primer lugar, un brindis —dijo Galen, sirviendo champán en sus copas—.
Por tener a Naasir en casa con nosotros.
El rostro de Jessamy estaba radiante a la luz de la lámpara.
—Te hemos echado profundamente de menos —dijo ella, levantando su copa—.
La próxima vez, no estés lejos tanto tiempo.
Naasir inclinó ligeramente la cabeza en señal de conformidad, con una expresión
difícil de leer por lo que Andrómeda podía ver de su perfil, pero fuera lo que fuera
que Jessamy vio, la hizo sonreír profundamente mientras chocaron las copas y
bebían. Las burbujas le hicieron cosquillas en la lengua, el sabor del champán luz de
sol en una botella.
Su patria no producía ese líquido dorado, pero tenía una belleza salvaje y
desgarradora que echaba de menos desesperadamente desde su falsa deserción. Por
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lo menos cuando volviera para cumplir con sus quinientos años de servicio, podría
respirar el aire caliente otra vez, mirar hacia el azul nebuloso de un cielo diferente a
cualquier otro en esta tierra.
Esa sería su recompensa por cada día de horror en la corte de su abuelo.
—¿Quieres un poco de pan?
No fueron las palabras los que la sobresaltaron. Fue lo intensamente educadas que
fueron, dada la identidad de quién las había dicho. Aceptando la cesta de pan de
Naasir, le miró el rostro y no vio nada más que cortés interés. Sin el brillo salvaje que
había visto antes, ciertamente, ningún intento de molestarla.
Se le erizó el vello de la nuca de nuevo.
Perturbada por la repentina cortesía de Naasir de una manera que no podía
articular, puso un pedazo del grueso pan caliente en el plato y le entregó la canasta
tejida a Veneno. El vampiro con los ojos de serpiente letal y una oscura sensualidad
que atraía a innumerables mujeres a su cama, miró de ella a Naasir, pero no dijo
nada, excepto:
—Gracias.
—Ten. —Jessamy le pasó a Naasir un tazón pequeño—. He hecho tu favorita.
Honor me envió la receta de Montgomery.
Naasir tomó el tazón de lo que parecía ser alguna carne rara, ¿o era cruda?, de
algún tipo, su ancha sonrisa hizo que Andrómeda se quedara sin aliento. Sin
embargo, la máscara de la civilización estaba firmemente en su cara cuando él la
miró a mitad de la comida.
—¿Necesitas algo de este lado de la mesa?
Sacudiendo la cabeza, ella tomó un bocado de la comida en su plato mientras
Veneno y Naasir bebían sangre de pequeñas copas. Veneno mordisqueó algo aquí y
allá, pero a diferencia de Naasir, en realidad no comió ninguno de los alimentos
sólidos.
Eso sólo resaltaba el hecho de que Naasir no era un vampiro ordinario.
Comió lentamente, escuchó hablar a los otros… y sintió su piel estremecerse cada
vez que Naasir le decía algo amable. Notando el ceño de Jessamy en un momento, se
dio cuenta de que tenía razón al sentirse al límite. La lógica le decía que no tenía
sentido. Por lo general, la gente era normalmente cortés con los extraños… excepto
que Naasir era diferente a cualquier otra persona que había conocido.
Y él no había sido amable con ella antes de que le gritara.
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Nalini Singh
* *
Dos horas después de la cena, Naasir se impulsó fuera de la cama. Quería estar
descansado para que así, Andrómeda y él pudieran comenzar la caza mañana, pero
estaba demasiado enfadado. Ella le había espetado que fuera civilizado. Estaba claro
que no era su compañera aunque olía tan deliciosa que podía olerla a pesar de los
muros que los separaban. No importaba si ella le hacía la boca agua; su compañera
no le diría que fuera lo que no era.
Una mujer que me conozca, que entienda lo que soy y que quiera tener reglas secretas
conmigo.
Eso era lo que le había dicho a Ashwini que quería en una compañera y no había
cambiado de opinión. Su compañera no le pediría que llevara una piel diferente, no
esperaría que fuera “normal”. Él no era normal, no por cualquier medida, pero era
una persona y a las personas se les permitía tener compañeros. A él se le permitía
tener una compañera.
Apretando los dientes contra las ganas de seguir el aroma seductor de la mujer
que claramente no era su compañera, se puso los vaqueros y se dirigió a la pequeña
arena de entrenamiento detrás de la fortaleza. No era el anillo de entrenamiento
principal, sino más bien un patio amurallado en el borde de un acantilado, donde los
que tenían que trabajar dentro de la fortaleza podían luchar o estirar sus músculos.
Saltaría sobre la pared, bajaría por el acantilado hasta el fondo del barranco que
dividía el Refugio, luego regresaría. El viaje era lo bastante duro como para acabar
exhausto…
Gruñó dentro del pecho cuando su olor se volvió más profundo e intenso cuanto
más se acercaba al patio. No había habitaciones para dormir en este extremo de la
fortaleza. ¿Qué estaba haciendo aquí su olor?
No es que le importara.
Iba a ignorarlo.
Con los músculos tensos, salió a la noche y frunció el ceño ante la luz difusa de las
dos lámparas que alguien había encendido a una intensidad baja. Sus ojos se
acostumbraron rápidamente, pero prefería la plena oscuridad de la noche. La mujer
estaba haciendo algún tipo de ejercicio en el centro de la arena de entrenamiento, sin
embargo estaba claro que no podía ver en la oscuridad.
Ya no estaba vestida con el vestido suelto del color de las frambuesas maduras con
el que la había visto antes, sino con pantalones negros que abrazaban su forma
curvilínea. Su top era del mismo color y parecía una camiseta. Las hendiduras para
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las alas estaban cerradas con botones discretos, el suave tejido abrazaba la parte
superior de su cuerpo, dejando la mayor parte de sus brazos desnudos.
La luz se reflejaba en los mechones dorados de su cabello, su piel como miel
radiante.
Cuando se movía, sus alas rozaban, pero las mantuvo escrupulosamente lejos del
suelo. Galen debía haberle enseñado, el maestro de armas era feroz sobre enseñar a
sus alumnos a mantener la disciplina con las alas. Que se arrastraran no sólo podría
dañarlas, el hábito creaba músculos débiles. Los músculos de las alas de Andrómeda
eran fuertes, sus movimientos gráciles.
Esas alas se extendieron cuando hizo un giro controlado y Naasir sintió que sus
entrañas se anudaban. Sus alas no eran sólo como el chocolate negro, aunque eso
hubiera sido más que acariciable. Tenían un patrón con gradaciones intrincadas de
color hasta el pálido dorado, pero el secreto sólo era visible cuando las extendía.
Se cerraron un segundo después cuando giró en otro movimiento.
Había visto gente practicando algo como esto en la tierra de Lijuan. Se llamaba tai
chi. Él prefería las artes marciales más duras, más rápidas como el karate y el tae
kwon do. Podía adoptar esos movimientos y hacerlos suyos. Este tipo de paciencia le
volvería loco.
Observar a Andrómeda hacerlo, sin embargo...
—Oh. —Ella se detuvo sorprendida después de su siguiente giro a la izquierda al
verlo, a él y a sus ojos brillantes.
Naasir podía hacer que no brillaran, también podía escudarlos con sus pestañas
cuando no quería ser visto, pero no estaba de buen humor en ese momento.
Asustarla con sus ojos de depredador le hizo sentir momentáneamente mejor.
A punto de lanzarse sobre la parte superior de la pared para poder comenzar su
descenso, fue detenido por una ridícula pregunta femenina.
—¿Buscas un compañero de entrenamiento?
Él la miró fijamente.
—¿Quieres morir? —Naasir era muy, muy, muy bueno, y a menos que contuviera
su lado letal, podía matar fácilmente a alguien de su suave naturaleza.
—No —dijo, haciendo otro estiramiento frente a él.
El movimiento tensó la tela de su top sobre sus pechos y mostró una tira delgada
de su abdomen, se preguntó si le estaba provocando. Su sangre se calentó, sus
instintos depredadores gruñeron.
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Capítulo 4
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—¿Listo? —preguntó ella, adoptando una postura con las piernas abiertas frente a
él, a una distancia suficiente entre ellos para que ella probablemente pensara que
estaba a salvo.
—Sí.
—En ese caso, ¡tres, dos, uno!
Naasir se abalanzó, sin refrenar su velocidad o agilidad. Todo lo que tenía que
hacer era derribarla al suelo y este ejercicio ridículo terminaría, así podría irse y su
boca dejaría de hacerse agua con su aroma embriagador. El aire silbó ante sus ojos, el
mundo lento en comparación con su velocidad, las estrellas se desenfocaron…
—¡Grr!
Gruñó mientras bajaba, mirando con incredulidad su brazo. Había una delgada
línea de color rojo en el bíceps. Sacudiendo la cabeza, miró de nuevo, pero todavía
estaba allí. Se curó ante sus ojos, una herida superficial, pero la sangre permaneció
para marcar el lugar.
—Me has cortado —dijo a Andrómeda.
* *
Con el corazón como un caballo de carreras y respirando fuerte y rápido,
Andrómeda se preguntó si sabía qué demonios estaba haciendo. No había tenido la
intención de desafiarlo, pero él había estado tan horrible y desconcertantemente
educado que su boca se había abierto y las palabras habían salido. Estaba claro que
había decidido que ella no le gustaba y por alguna razón, eso la enfurecía.
Ahora él la miraba con ojos entrecerrados de plata brillante, el pelo colgando sobre
su rostro antes de retroceder.
—¿Cómo me has cortado? —Una pregunta.
Ella fue quien se encogió de hombros esta vez.
—Hice trampa.
Un largo y lento parpadeo.
—Hacer trampa no está permitido.
—Sí, lo está. Tú eres más grande, más rápido, y mucho mejor entrenado que yo. Si
no hago trampas, no nos divertiremos.
Otro parpadeo lento... y se dio cuenta de que él se estaba moviendo, y ella se
movía por instinto en respuesta, ambos trazando un círculo. Entró en ese espacio
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dentro de su cabeza, donde era una con la hoja y reaccionó por instinto de nuevo
cuando se movió, le pinchó en los duros músculos de su abdomen. Sólo que él no se
detuvo por la sorpresa esta vez, sino que continuó.
Ella nunca había trabajado más duro con la espada en su vida.
Aun así, Naasir la inmovilizó en el suelo en menos de tres minutos, el calor de su
cuerpo en su parte delantera una intimidad cruda. Con las rodillas a cada lado de sus
caderas y las manos agarrando sus muñecas por encima de su cabeza, haciendo que
su espada fuera inútil, Naasir se inclinó hacia abajo hasta que su aliento besó el de
ella y Andrómeda pudo mirar a esos ojos asombrosos desde una proximidad que
nunca había esperado.
Eran claros, muy claros, y absolutamente hermosos. La plata brillaba en la noche,
las estriaciones dentro de los iris de una plata más oscura.
—Me has cortado siete veces y media —dijo él, la voz poseía ese tono gruñón y
ronco.
Jadeando, ella trató de encogerse de hombros, como si no estuviera atrapada
debajo de un depredador hostil.
—Bastante bueno para una erudita.
Él se acercó aún más, hasta que su nariz fue un susurro encima de la suya.
—Tienes secretos —dijo lentamente—. Tú también te pones otra piel.
Andrómeda se quedó inmóvil, el juego de repente peligroso.
—No —dijo a través de una garganta ronca—. Yo no tengo secretos. Soy
exactamente lo que parezco. —Al menos durante sus últimos quince días de libertad,
quince días donde la gente que respetaba todavía creerían en ella, todavía confiarían
en ella.
—¿Una erudita que empuña una espada?
—¿Nunca has oído hablar de un erudito-guerrero?
Él siguió mirándola con esos claros ojos de plata que la hacían imaginar que podía
ver las galaxias del interior.
—Tienes la cara sucia.
—¿Qué? Debe ser la suciedad de cuando me derribaste.
Sujetando las dos muñecas con una sola mano, Naasir llevó un dedo áspero a su
nariz y mejillas.
—Puntos.
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Nalini Singh
Ella lo miró más allá del escalofrío que quería ondular a través de ella.
—¡Esas son pecas! —Una pizca sobre el puente de la nariz y en la parte superior
de las mejillas que sólo se habían arraigado más con el tiempo, hasta que había
renunciado a toda esperanza de lograr una fría elegancia.
Ignorándola, el depredador la mantuvo cautiva y empezó a contar sus "puntos".
—Naasir.
Éste alzó la mirada, la expresión repentinamente seria.
—Cortarme después de engañarme con tu piel exterior no fue agradable. No fue
civilizado.
—No prometí ser civilizada —dijo, y luego quiso cerrar la boca. Había pasado la
mayor parte de su vida inmortal siendo civilizada y comportándose bien, no una
adicta a las sensaciones impulsada por sus necesidades básicas.
Naasir le chasqueó los dientes.
Cuando ella se sacudió, él se rió y se tendió sobre ella, siguió agarrándola las
muñecas con una mano, su olor cálido y masculino en cada uno de sus alientos.
—Entonces yo tampoco voy a ser civilizado.
Era extraño. Acababa de conocerle hacía sólo unas horas y, sin embargo sus
palabras hacían que algo en su interior se soltara, se aflojara. Como si hubiera
perdido algo, pero hubiera logrado ganar otra cosa a cambio.
—Sólo te pedí que te comportaras durante un minuto —se encontró diciendo
cuando debería estar pidiéndole que se quitara de encima—. Me estabas molestando.
Él flexionó los dedos en sus muñecas, pero no la soltó.
—No te estaba haciendo daño —dijo con el ceño fruncido.
—No —admitió, las palabras de la carta crudas contra el paisaje de su mente—.
Estaba enfadada por algo más y te grité. Lo siento.
Esos ojos asombrosos la miraron otra vez mientras cerraba la distancia entre ellos.
—Quiero lamer tu piel.
Esa piel hormigueaba con algo que no era miedo, pero trató de quitárselo de
encima. Por supuesto no pudo. Él era significativamente más pesado.
—No puedo respirar.
—Eres una inmortal.
—Mis alas están aplastadas.
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Él se levantó de encima.
—Extiéndelas.
Ella lo hizo, aliviando la tensión, pero cuando tiró de sus muñecas, él las sujetó
más fuerte y bajó su cuerpo otra vez encima del suyo.
—Ahora que tus alas ya no están aplastadas podemos hablar.
Teniendo en cuenta que podía sentir su erección, dura y gruesa contra su
abdomen, Andrómeda no creía que hablar fuera lo que tenía en mente. Tuvo el
pensamiento de que si le daba un solo gramo de estímulo, estaría desnuda con él
dentro de ella en cuestión de segundos.
—No —susurró ella, y por primera vez en su existencia, sintió pesar por la
elección que había hecho.
Él inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿No?
—He realizado un voto de celibato. No lo he hecho por capricho, o sin pensar. —
Habían pasado cien años—. El voto es parte de mi honor, parte de lo que me hace
Andrómeda. —No la nieta de Charisemnon. No la hija de Lailah. No sólo otra
princesa hastiada de la corte. Andrómeda. Erudita y guerrera.
Un sonido bajo y retumbante provino del pecho de Naasir, ojos plateados
ardiendo encima de ella.
—Follar no es deshonroso.
Las mejillas de Andrómeda ardían desde dentro.
—Lo es para una mujer que ha hecho voto de no caer en ello.
Él se movió para frotarse contra la unión de sus muslos. Ella se quedó sin aliento,
sus músculos internos se contrajeron de vacío dolor mientras el lugar entre sus
muslos se volvía húmedo. Con las fosas nasales dilatadas, Naasir se inclinó lo
bastante cerca para acariciar la garganta con la nariz.
—Me deseas. —Fue un ronroneo satisfecho.
Ella tenía la garganta tan seca que necesitó varios intentos para decir sacar las
palabras.
—Eso no cambia mi elección.
Apretando las muñecas, pero no lo suficiente para hacer daño, él le chasqueó los
dientes otra vez.
—¿Qué lo cambiará?
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Nalini Singh
Las palabras simplemente cayeron de sus labios, como tendían a hacer alrededor
de Naasir.
—Encontrar el Grimoire Estrella. —Ese era su cláusula de escape; se liberaría del
voto si el Grimoire volvía al mundo.
—¿Qué es un Grimoire Estrella?
—Un libro. —Un libro perdido en los misterios del tiempo, la razón por la que lo
había elegido como la llave que abriría su voto—. Un libro antiguo que nadie ha visto
desde hace miles de años. Un tesoro angelical.
Naasir se quedó callado largo rato.
—Si encuentro este estúpido Grimoire, ¿follarás conmigo?
Sus mejillas ardieron más calientes mientras sus pezones se volvían puntos duros
que incluso latían.
—No puedes encontrar el Grimoire.
—¿Y si lo hago?
—Si lo haces, puedes hacer lo que quieras conmigo —dijo imprudentemente.
Su sonrisa fue puro pecado, los colmillos brillaron a la tenue luz brillante y blanca.
Levantándose, le tendió la mano y, cuando ella la tomó, la puso de pie.
—¿Quién te enseñó a manejar la espada? Tu estilo no es el de Galen.
—Mi otro mentor. —Ella lo vio mirar con admiración la espada y se la pasó para
que pudiera examinarla.
Naasir la aceptó, se apartó y cortó el aire con la espada a un ritmo peligroso y
rápido.
—¿Alguien de la fortaleza de Charisemnon del Refugio?
—No. No tengo nada que ver con la gente de mi abuelo. —Todavía no. No
durante quince días más—. Fue Dahariel.
Un corte helado de sonido cuando él detuvo su espada.
—Dahariel es el segundo de Astaad.
—Los maestros y estudiosos no están vinculados a ningún arcángel a menos que
juren lealtad. —Se suponía que Jessamy era más leal a Rafael que a cualquier otro
arcángel, debido a su relación con Galen, pero aún así, los demás de la Cátedra
seguían yendo a ella en busca de información.
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* *
El amanecer llegó en suaves pinceladas de color en el horizonte. Después de
hablar con los guardias de turno en la fortaleza de Rafael, donde se alojaba
actualmente, Andrómeda dio un paseo a lo largo de lo alto de los acantilados que
rodeaban la garganta. Como no tenía ninguna intención de ser secuestrada por la
gente de Lijuan, se quedó a la vista de la fortaleza y los guardias.
Sí, podía defenderse con los cuchillos que llevaba atados a sus muslos debajo de
su vaporoso vestido verde menta, pero no ganaría contra un escuadrón de guerreros
entrenados. Mejor no correr el riesgo, y no era duro mantener el paseo matinal por
esta parte del Refugio. Era pacífico, pocos ángeles habían salido de sus casas o nidos,
mientras que ninguno de los vampiros del Refugio parecía estar en pie.
En la calma, encontró su centro de nuevo.
Disciplina. Serenidad. Aprendizaje.
Las tres bases sobre las que había construido su vida elegida.
Ojos salvajes de plata y una danza con la espada que todavía la dejaba sin aliento.
Andrómeda sacudió la cabeza, apretó los puños, y cerrando los ojos, inhaló
profundamente el aire fresco de un amanecer en la montaña. No había espacio en su
vida para el salvajismo de Naasir, sólo tenía dos semanas preciosas para construir
escudos emocionales lo suficientemente duros para sobrevivir quinientos años en el
infierno. Esos escudos tenían que ser creados con disciplina absoluta y voluntad de
acero.
Sintiendo la bofetada de viento contra su mejilla que señalaba un aterrizaje
angelical cercano, abrió los ojos. Estaba decidida a ser amable a pesar de la rudeza de
ese aterrizaje, pero su sonrisa cortés desapareció en el instante que vio los pómulos
afilados y alas de color gris oscuro veteadas de rojo del ángel de cabellos oscuro a
poca distancia delante de ella.
Xi. Uno de los generales de Lijuan.
Andrómeda no dudó; dio un paso hacia atrás al acantilado y extendió las alas…
pero Xi no había venido solo. El pánico la zarandeó cuando sus alas fueron
capturadas en los finos hilos de la red que la había estado esperando. No había
ninguna posibilidad de recuperar o ir a por sus cuchillos. La envolvieron
apretadamente en segundos.
Entonces todo el equipo descendió por la garganta a velocidad peligrosa. Ella gritó
todo el tiempo, no por miedo, sino en un esfuerzo por dar a los guardias los sonidos
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que seguir, aunque su lado pragmático le decía que había sucedido demasiado
rápido. Los guardias, probablemente, ni siquiera habían llegado a la cima del
acantilado todavía. Y había pocas posibilidades de que alguien más la oyera, casi
nadie volaba tan abajo en la garganta, tan abajo que podía sentir el chorro de agua
del río atronador de debajo.
Los hombres y mujeres de Xi tenían que haber estado vigilándola, tenían que
haber aprendido sus hábitos.
Habían utilizado su disciplina duramente ganada, su lealtad al orden y a la rutina
en su contra.
Con la cara apretada incómodamente contra la red, logró mover la mano por el
costado del muslo y sacar una de los dos cuchillos. Estaba fuertemente afilado pero
cuando trató de cortar la red, no logró ningún éxito. Filamentos de metal, se dio
cuenta. Por eso sentía como si las hebras le estuvieran cortando la piel. No iba a salir
de esto hasta que la gente de Lijuan la desenvolviera.
Ocultó el cuchillo de nuevo. Ya que nunca había practicado en áreas de
entrenamiento públicas, Xi podría ignorar que no era un blanco fácil. Si no la
registraban al aterrizar en la fortaleza de Lijuan en el Refugio, podría usar las hojas
para ayudarla a escapar. Aunque no tenía tanta confianza en ellos como con la
espada, había entrenado con Veneno desde que éste había llegado y le había
enseñado algunos trucos taimados.
Sin embargo, a medida que los minutos pasaban y el terreno cambiaba debajo de
ella, se dio cuenta que estaban abandonando el Refugio. Su corazón se heló ante la
única explicación posible. La estaban llevando directamente a la ciudadela de Lijuan,
un lugar donde no tenía amigos, ni aliados, y que supuestamente estaba lejos de toda
civilización.
Un lugar donde sacrificaban a los vivos y los muertos caminaban.
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Capítulo 5
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Capítulo 6
Rafael estaba sudoroso después de una sesión de práctica con las espadas dobles
que le gustaba usar en combate, cuando Montgomery salió al patio de la casa del
Enclave de Rafael y Elena. Daba al Hudson, y por encima del río, al acero y cristal de
Manhattan. ¿Sí, Montgomery? dijo sin detener la furia de las cuchillas.
Su consorte se sentiría muy decepcionada al volver a casa de su caza para
descubrir que había tomado tiempo para una sesión. A ella le encantaba verlo, pero
ni siquiera Elena, valiente, temeraria y magnífica, trataba de unirse a él.
—No puedo ni separar tus movimientos, eres tan rápido cuando haces eso —le
había dicho la última vez que le vio, sus ojos chispeando con reconocimiento
evidente—. Y estoy muy encariñada con mi cabeza así que me gustaría mantenerla
unida a mi cuerpo.
—A mí también —le había dicho él antes de tumbarla en la hierba para otro tipo
de sudorosa y acalorada batalla.
La verdad era que nadie en su territorio podía hacer este ejercicio en particular con
él. Ni siquiera su letal segundo. De los arcángeles, solo Neha tenía la habilidad,
velocidad y fuerza. Los otros preferían diferentes armas, pero la Arcángel de la India
y Rafael habían luchado juntos con espadas dobles hacía algún tiempo, Neha
delgada y fluida con pantalones de cuero de combate mientras atacaba y defendía a
partes iguales.
Rafael no se arrepentía de la ejecución de la hija de Neha por sus crímenes, pero
lamentaba haber dañado tan gravemente su relación con una arcángel que, a pesar
de su rígido pensamiento tradicional y ocasional crueldad, se preocupaba por su
pueblo y no dudaba en compartir su conocimiento con los arcángeles más jóvenes.
Sire, respondió Montgomery cuando esos pensamientos pasaron por la mente de
Rafael en cuestión de décimas de segundo. Galen desea hablar con usted. Dice que es
urgente.
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seguro de que no sería atrapado por Lijuan, y a diferencia de cuando Naasir había
sido un niño, Lijuan no le perdonaría si entraba sin permiso.
—Has estado en la ciudadela —dijo a Jason—. ¿Puede entrar Naasir?
—Sí. —Sin su coleta habitual hoy, los mechones de pelo negro de Jason volaron
sobre las curvas y puntos finos de la tinta que le marcaba—. También es lo bastante
sigiloso para salirse con la suya, si no permite que sus instintos más primitivos le
controlen.
—Eso podría ser un problema —dijo Galen, con las manos en las caderas y el tono
ronco de preocupación—. Estaba convencido de que Andrómeda es su
responsabilidad.
Galen tenía buenos motivos para preocuparse. Una vez que Naasir asumía una
tarea, moriría antes de fallar.
—Ve —ordenó Rafael a Jason—. Síguele el rastro y ayúdale a sacar a la erudita. —
Sabía que la aprendiz de Jessamy estaría ilesa… o no gravemente herida en cualquier
caso. Lijuan quería la información que Andrómeda tenía en la cabeza.
Y su sangre era el aliado más cercano de Lijuan.
—Sire —Jason se desconectó.
—¿Es probable que la erudita coopere con Lijuan para salvar su piel? —preguntó
Rafael a Galen.
—No. —Una respuesta que no contenía la más mínima vacilación o duda—. Cada
vez que he hablado con ella sobre el tema de Alexander, ha estado firme en su
disgusto por lo que todos creemos que Lijuan tiene la intención de hacer.
—¿La fortaleza de Lijuan del Refugio?
—Aguanta, ha dejado un escuadrón completo allí y están nerviosos.
Rafael había creído que Lijuan entendía las líneas que había cruzado cuando se
precipitó a una batalla en el Refugio, pero era evidente que su arrogancia no dejaba
lugar a las reglas que limitaban su raza.
—¿Cuánto tiempo podrá sobrevivir Andrómeda en la ciudadela de Lijuan?
—No muchos saben que ella es una guerrero plenamente entrenada y capaz —le
dijo su maestro de armas—. Así que sobrevivirá, pero no sé si sobrevivirá entera. Los
métodos de persuasión de Lijuan pueden ser horribles.
En los pálidos ojos verdes de Galen estaba el conocimiento de que nadie que
experimentara la “hospitalidad” de Lijuan sería el mismo.
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Capítulo 7
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—No necesitas ojos para decirle a mi señora lo que necesita saber. —El general la
miró fijamente, sus ojos tan oscuros y duros como el ónix—. ¿Qué será?
Ella se puso la venda de los ojos, preguntándose una vez más por qué el mal no
era feo. Su abuelo con su piel de un dorado profundo y cabello de un rico castaño,
había sido hermoso antes de los estragos de la enfermedad, lo sería de nuevo cuando
su cuerpo sanara. Un poeta mortal había escrito una vez sobre él, diciendo:
La sangre de mi corazón por un solo instante
Mi alma por la gloria agonizante de su toque
Tal belleza no es para los ojos mortales
Enloquece. Causa estragos. Asesina.
Xi, también, era un ángel muy apuesto y sabía que no tenía escasez de amantes.
Hacía mucho tiempo, antes de que ella se hubiera dado cuenta del frío corazón que
latía en su pecho, había admirado su forma en vuelo, era una máquina elegante y
hermosa, sus alas únicas crudamente hermosas.
Sin embargo, incluso mientras pensaba en su naturaleza, sabía que para su
escuadrón, no era malvado. Para ellos, era simplemente un general leal sirviendo a
su señora. El hecho era que su señora hubía demostrado que tenía poco respeto por
la vida de la gente que declaraba gobernar, y sin embargo, Xi todavía la seguía, eso
era lo que le convertía en malvado.
—¿Cómo puedes justificar eso? —Le dijo cuando él la arrastró y la puso de pies.
No hubo respuesta mientras le ataba las muñecas.
Su ceguera la volvió audaz.
—¿Das tu lealtad a una arcángel que convirtió a su pueblo en muertos vivientes?
—Los renacidos eran pesadillas dadas carne y liberados para alimentarse, para
infectar, asesinar—. Si eso por sí solo no es suficiente crimen, se alimenta de la fuerza
vital de sus súbditos y los deja como cáscaras secas.
Como erudita y aprendiz de profesora que trabajaba con Jessamy, Andrómeda
tenía acceso a los informes presentados por ambos lados de la feroz batalla encima de
Nueva York. Cada uno había usado palabras diferentes, pero los dos habían estado
de acuerdo en lo básico: el de Rafael decía que Lijuan se había alimentado de la
fuerza vital de su pueblo hasta que estuvo saturada de poder.
Andrómeda aún recordaba la línea del informe que había hecho que se le enfriara
la piel: Su boca estaba rodeada de sangre después de que la levantara del cuello de su
sacrificio.
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El de Lijuan había declarado que sus soldados se habían ofrecido en masa para
que su arcángel pudiera obtener la gloria. En esto, los soldados habían encontrado un
honor más allá de la comprensión mortal o inmortal, dejando un legado de orgullo
para los de su linaje.
En este caso, Andrómeda tuvo la sensación de que ambos informes eran
igualmente ciertos.
Uno de los lados había visto el horror, el otro el honor.
No podía echar la culpa a Xi por los informes que había escrito personalmente,
había sido brutalmente honesto en cuanto a las victorias y derrotas de la batalla.
Tampoco había tratado de hacer que pareciera como si Lijuan hubiera ganado,
aunque había suavizado su caída, como haría cualquier general leal, diciendo que su
señora se había retirado del campo de batalla para fortalecerse para la guerra por
venir.
Su interpretación era notablemente diferente del informe presentado por Illium. El
comandante aéreo líder de Rafael había declarado que Rafael “voló a Lijuan en
pedazos”, aunque Illium también había dejado una nota de que Lijuan puede o no
puede estar muerta: Zhou Lijuan es una arcángel y no muere fácilmente.
—He servido a mi señora durante la mayoría de mis novecientos años en esta
tierra —dijo Xi después de que otro miembro de su escuadrón le atara los tobillos—.
Tú no sabes nada de ella. Tu tarea es registrar, no juzgar.
Andrómeda inclinó la cabeza, porque en esto, él tenía razón.
—Pero —añadió—, se requiere algún pequeño juicio cuando registramos las
historias. A menudo debemos buscar la verdad en medio de acusaciones grandiosas,
mentiras descaradas, y todo lo demás.
Por eso, según le había enseñado Jessamy, era por lo qué a menudo ponían
informes conflictivos en la historia oficial. Los informes de Xi e Illium yacían entre las
páginas que tenían que ver con la batalla de Nueva York, junto con un resumen
escrito por Jessamy después de haber leído, visto y escuchado todos los registros de
la batalla.
—Si registramos ciegamente, somos poco más que máquinas.
—Como yo no hago afirmaciones falsas en mis informes —respondió Xi—, no
tienes nada que decirme en este momento. —Le agarró la barbilla sin previo aviso,
los dedos firmes pero no dolorosos—. Te daré un consejo, erudita.
Capaz de sentir su poder estrellarse contra ella, aunque era más moderado de lo
que había sentido anteriormente cerca de Xi. Testimonio de la declaración en el
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informe de Illium de que Lijuan alimentaba a sus generales con poder, Andrómeda
se quedó inmóvil.
—Haz lo que te dicen —dijo Xi con su tono frío y refinado—, y no sufrirás daño.
—Le soltó la barbilla—. A diferencia de tu abuelo, mi señora tiene una debilidad por
los eruditos.
—Agradezco el consejo. —No era mentira. La declaración de Xi le decía cómo
podía jugar a este juego hasta que tuviera la oportunidad de escapar, porque ella no
tenía la misma fe en Lijuan que Xi. Los ángeles gravemente heridos eran como
cualquier otra criatura herida en su dolor y frustración. Podían atacar sin previo
aviso.
El hecho de que Lijuan hubiera sido inestable antes de sus heridas sólo hacía la
situación más volátil. Y si añadías el hecho de que era una arcángel… No,
Andrómeda nunca sobreviviría una confrontación si enojaba a Lijuan. Sin importar
lo que viera, oyera o experimentara, tenía que actuar como la erudita dócil que era en
lo más profundo.
Xi ladró una orden en ese instante y Andrómeda se encontró levantada
bruscamente en un cabestrillo formado por la red. Le hicieron la cortesía de
permitirle tumbarse de lado en esta ocasión, lo que garantizó que sus alas no se
aplastaran, pero sin embargo, la red se le clavaba en la carne. Mientras el viento
salino soplaba a su alrededor en el despegue, se encontró pensando en la criatura
salvaje con quien había discutido a la luz de los faroles.
Nunca había luchado con alguien que se moviera como Naasir. Quería hacerlo de
nuevo, quería ver sus ojos brillar en la oscuridad y esa lenta y peligrosa sonrisa en su
rostro mientras encontraba placer en la danza. Había algo fascinante sobre el
vampiro que no era un vampiro. . . fascinante y peligroso.
Andrómeda quería escapar por muchas razones, pero la principal de ellas era la
compulsión de bailar con él otra vez, de volar demasiado cerca de la llama que, por
primera vez en su existencia, la hacía cuestionar el rígido control y la sensual
disciplina que la definía.
Un voto de celibato era fácil de sostener cuando no había tentación.
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Capítulo 8
Elena hizo una mueca mientras se cernía sobre la azotea de la Torre, su mente
repasaba su anterior conversación con un Rafael fríamente furioso.
—Si Lijuan logra rastrear y matar a Alexander, fracturará el núcleo de la raza
angelical. En todos nuestros milenios de existencia, tal crimen nunca ha sido
cometido.
Elena no necesitaba que su arcángel le dijera que la fractura conduciría al caos y la
guerra total. Algunos podrían seguir los pasos retorcidos de Lijuan, mientras que
otros lucharían contra ello. Cientos de miles, millones, de mortales e inmortales
morirían, el mundo para siempre marcado.
—Estúpida Cascada —murmuró en un jadeo, el sudor le pegaba la camiseta a su
piel.
—¿Has dicho algo, Ellie? —preguntó Aodhan a su lado, su pelo pálido como la
niebla y brillante como los diamantes resplandecía como gemas talladas a la luz del
sol de la tarde, sus extraordinarios ojos azul y verde fragmentados hacia el exterior
de la pupila, en llamas.
Junto a él, el propio cabello casi blanco de Elena no era nada extraordinario.
—Maldecir la Cascada —dijo, sus músculos tensos—. Mierda, creo que estoy al
límite. —Se dejó caer en el balcón más cercano—. ¿Qué tal lo he hecho? —preguntó
cuando Aodhan aterrizó a su lado.
Sus plumas reflejaban la luz, enviando chispas brillantes en todas direcciones.
—Dos minutos más que en nuestra última prueba. —Aodhan, su cuerpo ya
sanado completamente de las graves heridas de guerra, se remangó las mangas de la
camisa—. Has aprobado.
—Me siento como mi primer día en la Academia del Gremio. —Estirando sus
músculos rígidos, se sentó en el borde de la terraza—. Tengo que fortalecerme. —La
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guerra hervía en el horizonte, si no este año, entonces pronto, y tenía que ser lo
suficientemente fuerte como para luchar al lado de Rafael.
Aodhan se sentó a su lado, con las alas plegadas cuidadosamente para asegurarse
de no tocar las de Elena.
—Hay algunas cosas que no puedes controlar. Como un niño que crece a su fuerza
de adulto, tienes que crecer en tu inmortalidad.
Elena lo sabía. Eso la enfurecía. Sacando un cuchillo arrojadizo que había afilado
hasta que tuvo un borde letal, jugó con él entre los dedos en un esfuerzo por
canalizar su frustración, y miró hacia la ciudad que ya no llevaba ninguna cicatriz de
la batalla. Había costado un trabajo brutalmente duro lograr eso, pero como el centro
del territorio de Rafael, Nueva York tenía que mostrar una cara impávida al mundo.
—Estoy preocupada por Naasir. —Solo, era un fantasma que nadie podía atrapar,
pero si todo iba bien, no estaría solo en su viaje. Estaría guiando a una erudita. No
importaba si la erudita tenía entrenamiento de guerrero, nadie, y Elena se incluía a sí
misma entre ese número, podía moverse con tanto sigilo como el tal—vez—vampiro
de ojos de plata que se negaba a contarle sus orígenes, y que se había abierto camino
en su corazón.
—He aprendido a no subestimarlo nunca. —Aodhan se inclinó hacia delante, sus
antebrazos apoyados en los muslos y la mirada fija en las aguas del East River, el
Hudson no era visible desde su posición actual—. ¿Has notado los cambios en
Illium?
—Difícil no hacerlo. —El poder del ángel de alas azules se había intensificado en
los meses posteriores a la batalla, hasta que ardía en el dorado de los ojos y latía en
su piel.
Todavía bromeaba con Aodhan igual de perversamente, insistiendo en llamarlo
Chispas, todavía hacía reír a Elena con su coqueteo abierto e impenitente, pero
también se estaba alejando de ellos y eso dolía. No podía soportar pensar en un
Nueva York sin Illium, porque aunque respetaba a todos los Siete, su relación con
Illium era diferente.
Él había sido el primero al que realmente había llegado a conocer, su humor y su
ingenio crítico la ayudaron a adaptarse a esta nueva vida. Incluso entre los Siete,
parecía tener un lugar especial: no había nadie jamás enojado con Campanilla. La
idea de que el poder pudiera cambiarle, enfriar ese corazón alegre era incluso peor
que la idea de perderlo.
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—Es demasiado joven. —La voz de Aodhan era tranquila pero cerró el puño de la
mano izquierda sobre el muslo—. Al igual que tú no puedes hacer ciertas cosas, él no
es físicamente lo bastante viejo para controlar tanto poder.
Con el estómago lleno de nudos, Elena se volvió a mirar el perfil perfecto de
Aodhan, su piel no blanca o crema, sino algo distinto, alabastro besado por el sol.
—¿La Cascada?
Un asentimiento.
—Sire cree que está acelerando el desarrollo natural de Illium, sólo que su cuerpo
no puede seguir el ritmo.
Ella se agarró a los bordes de la terraza con tanta fuerza que sus huesos destacaron
blancos contra la piel dorado oscuro que había heredado de su abuela marroquí.
—¿Hay algo que podamos hacer?
Aodhan sacudió la cabeza, el movimiento esparció fragmentos de luz en una
inesperada lluvia brillante.
—Nadie puede detener el crecimiento de un ángel.
Con el hielo rompiendo su corazón, Elena fue directa a los brazos de Rafael
cuando éste regresó a casa después de un simulacro en la costa.
—¿Por qué no me contaste lo de Illium?
—Porque es tu favorito y te preocuparías cuando no se puede hacer nada. —Alas
de oro blanco lamidas con las llamas frías que aparecían y desaparecían sin previo
aviso, se envolvieron a su alrededor—. No se puede detener el desarrollo de tu
Campanilla.
—¿Podría convertirse en un arcángel?
—Un día, en un futuro lejano, sí. Si asciende ahora… no está listo. —Rafael la
abrazó con fuerza, su voz tensa con un hilo duro de emoción desnuda cuando dijo—:
el cuerpo de Illium se romperá con la sobrecarga de poder y no es lo bastante mayor
para sobrevivir a tal aniquilación total.
Elena quería cerrar los ojos con fuerza y borrar esa imagen horrible. Y si ella se
sentía así, no podía ni imaginar la sombría ira y la preocupación de su arcángel.
Había conocido a Illium desde que era un niño, y la madre de Illium, Sharine,
conocida entre los ángeles como Colibrí, tenía un lugar especial en su poderoso
corazón. Ese corazón sabía cómo amar, cómo ser leal.
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—¿Qué diablos está pasando, Rafael? —preguntó, abrazándolo tan fuerte como él
hacía—. Uno de nuestros amigos se dirige directo al corazón del territorio de esa
perra loca, y otro está en el borde de un cambio catastrófico.
La voz de Rafael se estrelló en su mente, el mar luminoso y el frío beso con el que
estaba íntimamente familiarizada. La cascada no tiene ninguna lealtad y no elige bandos.
Nadie está a salvo.
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Capítulo 9
Naasir cruzó la frontera hacia territorio de Lijuan justo antes del amanecer del
día siguiente. Lo había hecho muchas veces. Entonces, su tarea había sido tomar la
temperatura de la tierra, discernir el estado de ánimo de su gente. Había merodeado
en las sombras de pueblos y ciudades y había escuchado, luego, informado.
Hoy, era una carrera contra el tiempo a través de un paisaje azotado por los
brillantes colores de otoño. Si la escuadra de Xi había volado directamente desde el
Refugio a la ciudadela, Andrómeda ya llevaba en las garras de Lijuan al menos doce
horas.
Naasir no creía que fuera a sobrevivir mucho más que otras cuarenta y ocho horas
como máximo. Era una guerrera y una erudita, pero no era astuta. Bueno, tal vez un
poco porque le había engañado con su piel civilizada, pero no lo bastante astuta,
Naasir no estaba seguro de que fuera capaz de engañar a Lijuan el tiempo suficiente
para llegar a ella.
Porque una cosa sí sabía: Andrómeda no traicionaría lo que sabía sobre
Alexander. Otros podrían dudar de su lealtad a causa de su línea de sangre, pero él
había visto la verdad en ella cuando la inmovilizó sobre la tierra. Su honor era una
parte indeleble de ella, incrustado en su verdadera piel de una manera que nada
podría borrar.
Tormentas de invierno y relámpagos.
Cambió de dirección ante el olor en el aire, corriendo a través de las altas hierbas
sin molestarse en bajar el cuerpo. El sol aún no había salido, la luz era tenue y gris.
Incluso aunque fuera mediodía, nadie veía a Naasir en las hierbas cuando no quería
ser visto. Era una sombra, un espejismo de rayas. El ángel que le esperaba bajo las
ramas extendidas de un gran árbol con hojas escarlata y oro era otra especie de
sombra.
Alas negras apretadas firmemente a su espalda y su cuerpo inmóvil, Naasir no
habría visto a Jason si no hubiera captado su olor. Lo aprobó. Para él, el jefe de espías
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siempre había sido uno de los miembros más peligrosos de los Siete. No le supuso
ninguna sorpresa que Jason le hubiera encontrado. Como él podía rastrear por el
olor, Jason tenía métodos propios.
—¿Me ayudarás a encontrar a Andrómeda? —preguntó al llegar junto al ángel de
alas negras, porque si Jason tenía otra tarea, Naasir no podía ayudar, hoy no.
Pero Jason asintió, su tatuaje desnudo por el modo que se había sujetado el pelo en
una coleta en la nuca. Naasir había ido con Jason en uno de sus viajes a la casa del
artista en las islas del Pacífico que había hecho el trabajo. Jason había caminado solo
mucho tiempo, pero a veces no parecía importarle el seguimiento de un curioso
Naasir.
Naasir sentía lo mismo por el dolor que por el frío: podía soportarlo pero no lo
elegía. Sin embargo, entendió la elección de Jason de pasar por el proceso agotador
que significaba “pegar” el tatuaje a su piel inmortal. El tatuaje era como las rayas de
Naasir, un reconocimiento de la naturaleza salvaje en el interior Jason.
Ahora, Jason extendió las alas medianoche para estirarlas, luego las plegó, el
suave movimiento una ola de oscuridad silenciosa. Él era el único ángel que supiera
Naasir que podía, cuando quería, mover sus alas con sonido cero. Ningún susurro,
ningún crujido, nada más que puro silencio.
—He confirmado que han llevado a la erudita a la ciudadela central de Lijuan.
Naasir reprimió un sonido áspero, no humano ante las palabras de Jason. No tenía
ningún argumento contra la información del jefe de espías, Jason nunca se
equivocaba en cosas como esta. Era la idea de Andrómeda encerrada con la fealdad
de Lijuan lo que hacía emerger las garras, las hojas curvadas y brillantes incluso a la
luz turbia.
—¿Puedes sacarla? —preguntó, porque poner a Andrómeda a salvo era lo
importante, no quién lo hacía y los caminos del cielo eran más rápidos que el suelo.
Jason sacudió la cabeza.
—Solo no. Además, el hecho de que ella no me conozca podría causar un retraso
peligroso.
—Entonces entramos juntos y la sacamos.
—Tendrás que practicar la paciencia para esto, Naasir. —Jason cerró la corta
distancia entre ellos—. Sé que puedes entrar, pero tenemos que entrar y salir con ella
sin ser vistos y sin alertar a sus guardias.
—Eres fuerte. Puedes matarlos. —Había visto el fuego negro de Jason encender el
cielo—. Yo te ayudaré. —Naasir podía luchar contra muchos hombres a la vez.
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—No somos lo bastante fuertes como para derrotar a la gran cantidad de soldados
estacionados en los alrededores de la ciudadela. —La voz de Jason estaba tranquila,
pero difícil, exigía atención—. Debes usar esa parte primitiva de tu naturaleza en
esto. Debes ser astuto, sigiloso e invisible.
Naasir flexionó los dedos y pensó en lo que Jason había dicho.
—¿Puedo matar a algunos de ellos? —Habían cogido, y probablemente asustado,
tal vez herido, a alguien bajo su cuidado; quería impartir castigo.
—Sólo si eso no nos expone.
Guardando las garras de nuevo, miró a Jason.
—Muy bien —dijo al fin, confiando en el consejo de Jason porque era uno de su
familia y había estado a su lado siempre que había sido necesario—. Puedo entrar,
pero si tengo que sacar a Andrómeda sin que las fuerzas de Xi sean conscientes de
ello, necesito que me cuentes el diseño de la ciudadela.
Jason sacó un mapa de un bolsillo y lo desdobló.
Durante los siguientes diez minutos, Naasir contuvo su impaciencia y escuchó y
aprendió. Era inteligente. Dmitri se lo había dicho siendo niño cuando se negó a ir a
la escuela de Jessamy; el vampiro más viejo le había encontrado sentado encima de
un estante alto en la biblioteca de la fortaleza, los brazos cruzados y la cara seria.
Había fingido que estaba siendo terco porque no quería ir, pero en realidad, no
había sabido cómo ser como los demás niños, cómo entender las palabras que había
visto a Jessamy escribir en la pizarra cuando se coló allí para echar un vistazo a
través de las ventanas.
—Eres inteligente —había dicho Dmitri, agachándose delante de él después de
que le ordenara bajar—. Tienes más inteligencia que muchos adultos.
—Entonces, ¿por qué tengo que estudiar?
—Porque te dará otra arma. —Los ojos oscuros de Dmitri no se habían apartado
de los suyos, el hecho de que fuera un depredador mucho más peligroso calmaba a
Naasir. Nadie podía hacerle daño u obligarle a hacer cosas malas cuando se
encontraba en una familia con Rafael y Dmitri.
—Además —había continuado Dmitri—, los otros serán capaces de hacer cosas a
tu espalda, tendrán secretos que no podrás desentrañar.
Naasir odiaba la idea de ser excluido, por lo que había ido a la escuela. Había sido
difícil quedarse quieto durante largos períodos de tiempo, pero Jessamy no lo había
echado, ni siquiera cuando trepó por la pared para aferrarse al techo. Había sonreído
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—Esperaré. —Porque Jason era inteligente, también. Muy, muy inteligente. Había
entrado y salido de la ciudadela de Lijuan sin que el arcángel lo supiera jamás—.
¿Dónde estarás?
—Entraré contigo y haré lo que sea necesario para desviar la atención de tu ruta de
escape. ¿Tienes un teléfono? —Ante el asentimiento de Naasir, dijo—: mándame un
mensaje después de que averigües su ubicación, para que pueda causar una
distracción lejos de allí. Y dile a Andrómeda que no vuele una vez que estéis fuera, el
cielo está fuertemente custodiado.
—No te dejaré solo. —Naasir no dejaba atrás a su familia.
—Estaré detrás de ti —le aseguró Jason—. Si no puedes enviarme un mensaje para
hacerme saber tu localización, sigue adelante. Te encontraré.
—No tardes mucho o volveré a por ti.
Jason le sostuvo la mirada y luego hizo algo que no había hecho durante mucho
tiempo. Alargó la mano para tocar a Naasir, cerrando la mano sobre su hombro en
un apretón firme.
—Lo sé —dijo—. Ahora, vamos a cazar.
Naasir enseñó los dientes de nuevo y se giró para continuar su carrera a través de
las hierbas mientras Jason se preparaba para despegar. Tal vez, pensó, considerando
el toque de Jason, había más beneficios en el emparejamiento de los que había
notado. Incluso con una compañera suave y frágil, Jason era feliz ahora. Jason no
había sido feliz durante cientos de años. Había estado oscuro por dentro.
Naasir no estaba oscuro por dentro… pero estaba solo. El único de su raza en
todo el mundo. Tenía amigos, tenía familia, pero no tenía a nadie que fuera como él.
Emparejarse no cambiaría eso, pero le daría a una persona que le pertenecería tanto
como él le pertenecería a ella. Y tal vez un día, tendrían un cachorro y habría otro
como él en el mundo.
Sonrió ante la idea de un cachorro travieso colgado boca abajo de una rama de
árbol. Nadie sabía si se podía reproducir, pero Keir dijo que no había ninguna razón
por la que no pudiera, él no era como los vampiros Convertidos, que solo eran
fértiles durante unos dos siglos después de su Conversión. Había nacido así como
Convertido… y sobre todo no era un vampiro.
Lo que Keir no podía decirle era si era biológicamente compatible con una
hembra, mortal o inmortal, vampiro o ángel. Nunca había tratado de crear un
cachorro con nadie, sabía cuándo estaba en celo, podía sentirlo y nunca había tomado
amantes durante ese tiempo.
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No quería que su cachorro tuviera una madre que pensara que él, o ella, era un
salvaje. Quería a alguien en quien confiara que amaría a sus hijos. Y no había sido lo
suficientemente mayor como para ser padre. Ahora, lo era, y había encontrado una
ángel que llevaba su propia piel secreta, pero que le había mostrado su verdadero yo.
Quería jugar más con ella, saber si podía ser su compañera. Para hacer eso,
primero tenía que rescatarla del infierno.
* *
Andrómeda se había quedado dormida durante la última parte del viaje a la
ciudadela de Lijuan. No fue por casualidad. Dahariel le había enseñado esa habilidad
durante los cien años de entrenamiento. Un guerrero que podía dormir donde él o
ella tuviera la oportunidad, era un guerrero que duraría más tiempo en la batalla, o
en manos del enemigo. Siendo un ángel de casi cuatrocientos años, no tenía que
dormir cada noche, pero no podía durar días o incluso semanas sin dormir.
El sueño es un arma. Los rasgos aguileños de Dahariel en su visión. Rejuvenece y
sana. Úsalo como cualquier otra arma a tu disposición.
Ella nunca había apreciado el valor de su entrenamiento y asesoramiento más que
en la actualidad.
Sus horas de sueño significaron que estaba alerta cuando llegaron a la ciudadela
justo antes del amanecer. Después de ordenar que le cortaran las ataduras tan pronto
como aterrizaron, Xi le permitió quitarse la venda por sí misma.
—¿Te duele o te molesta algo?
Ella no se sorprendió de la educación de su pregunta. Xi era un general hasta los
huesos. Eso no significaba que no fuera a ejecutarla o torturarla si fuera necesario,
pero hasta entonces, la trataría con impecable cortesía.
—Un poco rígida —dijo ella, extendiendo las alas y haciendo una mueca más de lo
estrictamente necesario—. ¿Se me permite hacer un vuelo bajo para aliviar los
músculos? —Le daría una idea del paisaje por lo menos.
Desafortunadamente, Xi era demasiado inteligente como para permitirse una
distracción después de haberle vendado los ojos tanto tiempo.
—No —dijo—. Pero puedes extender las alas en este patio antes de entrar.
Andrómeda se tomó su tiempo. Estaba rígida y necesitaba moverse sin problemas
si iba a aprovechar una oportunidad de escape cuando surgiera. Realizando algunos
ejercicios básicos que se enseñan a la mayoría de los ángeles en la infancia, no hizo
nada para traicionar su entrenamiento bajo Dahariel, o el hecho de que había
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mantenido su habilidad entrenando con Dahariel y Galen detrás de los muros que
protegían su secreto.
Ambos ángeles habían estado de acuerdo con su elección de mantener una
habilidad oculta en su arsenal. Galen la ayudó porque era una de las aprendices de
Jessamy, pero los motivos de Dahariel eran... complicados. A Andrómeda no le
gustaba pensar demasiado en esos motivos, pero su entrenamiento significaba que
tenía algún tipo de oportunidad en este ambiente hostil.
Tienes secretos.
La profunda voz de Naasir resonó en su cabeza y se preguntó que habría hecho
después de descubrir que había desaparecido. Se habría unido a la búsqueda, pero ni
siquiera se podía esperar que un vampiro de ojos de plata que no era un vampiro se
infiltrara en esta ciudadela. Por lo que sabía, nadie aparte de la gente de Lijuan sabía
siquiera su ubicación exacta.
Si iba a sobrevivir a esto y escapar, tendría que depender de sí misma.
Irónicamente, su línea de sangre podría influir en Lijuan lo suficiente para
mantenerla viva, pero Andrómeda, no era hipócrita. No intentaría utilizar un nombre
de familia que había elegido abandonar, sin embargo, por la forma en que había sido
secuestrada, Lijuan no estaba preocupada por ofender a Charisemnon.
—Gracias —le dijo a Xi después de completar la rutina de estiramiento.
Había aprovechado la oportunidad para observar a los guardias armados encima
de las altas torres, así como los escuadrones del cielo. Por alguna razón, y a pesar de
haber sido testigo de la exquisita belleza y la elegancia majestuosa de la Ciudad
Prohibida antes de su destrucción, había esperado que la ciudadela de Lijuan fuera
una monstruosidad fea llena de desesperación, pero sin embargo, estaba formada de
una piedra brillante de color gris oscuro que con el sol naciente se iluminaba de
resplandeciente vida.
Flores en tonos sutiles florecían en grandes jardineras situadas alrededor del patio,
y ella podía ver no sólo a soldados de ambos sexos moviéndose alrededor, sino
también a doncellas vestidas con delicados qipaos de seda y vestidos etéreos. Había
cortesanos masculinos también, usando sedas bordadas y túnicas a la moda.
El agua brillaba a través de un pasaje del patio, junto con destellos de verde. Un
estanque, notó. Tal vez un jardín creado en torno a esa fuente de agua. Ese tenía que
ser el verdadero patio donde Lijuan podría caminar entre sus cortesanos. Este era
más práctico que uno externo, e incluso estaba pavimentado con piedras que
brillaban con motas de minerales.
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Las partes del tejado que pudo ver desde aquí tenían dragones sinuosos a lo largo
de los bordes, mientras que los puentes de piedra cuidadosamente tallados
conectaban una sección de la ciudadela a otra. Esos puentes dotaban al edificio, con
seguridad en expansión, de una apariencia de fragilidad. Impresionante, dado que
estaba cavado en la piedra y probablemente podía resistir un asedio a largo plazo.
—Es hermoso —murmuró—. Esperaba algo más parecido a una estructura militar.
—Esta es la casa de nuestra señora —dijo Xi con un toque de censura en su tono,
su postura rígidamente militar—. Ella siempre ha amado y cultivado a los artistas,
aunque nunca ha hecho alarde de ello como Michaela. Esta ciudadela fue diseñada
por un arquitecto de talento hace mucho tiempo.
—Ah. —Pasó los dedos sobre la piedra, sus huesos doloridos por la sensación de
historia incrustada en la suavidad sedosa bajo su toque. Como si muchas manos
hubieran tocado esta piedra durante tantos milenios que la habían pulido a su
esencia más pura.
—¿Suyin? —preguntó con asombro.
Una pequeña inclinación de cabeza de Xi.
—Nació de la hermana de Lady Lijuan.
Andrómeda sintió suspirar el corazón. Que se le permitiera ver, tocar una de las
obras maestras perdidas de Suyin... Casi le hizo olvidar sus circunstancias. Estirando
el cuello, deseó poder ver la ciudadela desde arriba, no para escapar, sino porque su
corazón de erudita estaba agitado ante la idea de explorar lo que bien podría ser la
estructura más grande jamás diseñada por Suyin.
Xi le permitió tiempo para admirar las partes que podía vislumbrar antes de
hacerle un gesto para que caminara con él hacia la ciudadela.
—El mundo perdió una gran artista con la muerte de Suyin —dijo Andrómeda,
sus manos picaban con las ansias de tener un bloc de dibujo y un lápiz.
—Sí.
Incluso mientras seguía deleitándose en la gracia y esplendor que gritaba el toque
de Suyin, tan incrustado en el palacio que la arquitecta había diseñado para
Alexander, estaba recordando las circunstancias tristes y misteriosas de la muerte de
la otra mujer.
—Dado que el cuerpo de Suyin nunca fue encontrado, siempre he esperado que tal
vez su nota de suicidio fuera una falsificación para que le permitieran ir a Dormir
según sus propios términos.
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Capítulo 10
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ser utilizados por los mortales e inmortales, incluidas aquellas lenguas que habían
caído poco a poco en desgracia.
Porque, ¿cómo puede un historiador llevar un registro verdadero si ella no oye ni entiende
todas las voces, incluso las más calladas?
Las palabras de Jessamy el día que le había explicado la importancia de los
estudios de los idiomas a una joven Andrómeda, que era una novata en la erudición,
pero que quería desesperadamente aprender. La tasa de retención actual de
Andrómeda era de un cincuenta y ocho por ciento e incluía todos los principales
idiomas del mundo, así como una tercera parte de los menores.
También quedaba en su lista los subdialectos, así como ciertas lenguas que se
hablaban sólo en focos aislados del mundo, y las lenguas “muertas”. Por supuesto
ese porcentaje nunca llegaba al cien por cien, el idioma era un organismo vivo que
cambiaba día a día, año tras año, siglo a siglo.
Incluso Jessamy se consideraba solamente al noventa y ocho por ciento de
competencia en un momento dado.
—No tardaré mucho —dijo al vampiro y cerró la puerta detrás de sí misma.
La habitación que le habían dado estaba elegantemente decorada en gris oscuro
con toques de azul brillante y, para su sorpresa, tenía una ventana lo suficientemente
grande como para permitir que un ángel volara fuera. Cuando abrió el pestillo, la
ventana se abrió hacia afuera, dejando entrar el fresco aire exterior que se instaló
como un bálsamo sobre su piel tensa.
Frente a ella había campos llenos de flores silvestres que no parecían dejarse
intimidar por la ausencia del verano, más allá había árboles resplandecientes con el
follaje de otoño que brillaban a la luz suave de la mañana. Aunque no tenía ni idea
de su ubicación exacta, el hecho de que el paisaje pareciera montañoso, cuando se
añadía la frialdad notable en el aire del amanecer, sugería que esta parte del territorio
de Lijuan se volvería blanca cuando la nieve viniera con el invierno.
Sería mucho más difícil escapar con nieve o hielo, o lluvia torrencial.
Las flores le hicieron señas para dar un paso y volar libre.
La ventana era muy conveniente.
Era como si Xi quisiera que volara.
Inclinándose hacia fuera con las manos firmemente agarradas el alféizar de la
ventana, soltó un largo suspiro, haciendo todo lo posible para que pareciera como si
simplemente disfrutara de la vista. Mientras lo hacía, abarcó todo lo que la rodeaba.
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Aun así, lo habría pasado por alto si no hubiera entrenado bajo Dahariel, y más tarde,
bajo Jessamy.
Dahariel le había enseñado cómo evaluar una situación de amenaza.
La historiadora le había enseñado no sólo a mirar, sino a ver.
Lo qué Andrómeda vio fue que los campos podrían estar vacíos, pero no se podía
decir lo mismo del cielo. No es que viera alas o captara un destello de una espada
atada a un cuerpo en lo alto. No, lo que vio fue una sola pluma flotar hacia abajo para
aterrizar en la hierba no muy lejos de su ventana. Esa pluma era pequeña, podría
haber sido de un ave, excepto que se trataba de un color amarillo pálido con rayas
azules.
Una coloración muy distintiva e idéntica a la de Philomena, una de los generales
de Lijuan.
Sólo un tonto esperaría vencer a Philomena y su escuadrón en su propio terreno.
Apartándose de la ventana, Andrómeda se acercó a la cama para ver una muda de
ropa colocada para ella. Si lo hubiera pensado, podría haber esperado que las
prendas fueran delicadas, y totalmente poco prácticas para escapar, eran ropas de
cortesano, pero el conjunto estaba formado por túnica y pantalones, de un estilo que
podría haber elegido ella misma. El diseño de la túnica hasta la cadera parecía el de
un qipao, el tejido exuberante de seda color azul medianoche pintado a mano con
diminutas flores blancas. Los pantalones eran sueltos, blancos y cerrados en los
tobillos.
Severo y encantador, y claramente adaptado a su cuerpo.
La ropa interior colocada al lado en una discreta bolsa de tela estaba todavía en
sus cajas… y también de la talla correcta. Le hizo preguntarse exactamente cuánto
tiempo llevaba observándola la gente de Xi desde las sombras, a la espera de la
oportunidad de atraparla.
Sintiéndose dolorosamente vulnerable, se bañó con rapidez antes de ponerse las
nuevas prendas. Un poco de maña y algún uso creativo de tiras de tela arrancadas de
su vestido sucio y ya dañado y logró ocultar sus cuchillos a ambos lados de sus
caderas, bajo la cinturilla de los pantalones. Había tenido que rasgar el vestido a lo
largo de los cortes provocados por la red cuando la secuestraron, así que no había
razón por la que debería despertar sospechas.
En cuanto a este conjunto, los pantalones eran lo bastante ligeros para no
obstaculizar su huida, aunque hubiera preferido un color que no fuera blanco; su
mejor oportunidad de escapar sería de noche, cuando nadie esperaría que una
erudita se aventurara hacia lo desconocido.
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caoba de su amplio pecho, pero ninguno de los arcángeles habían desarrollado algo
tan macabro.
Por supuesto, nadie había visto a Charisemnon en meses. Y Michaela… había
desaparecido de la vista pública, algo muy inusual para una mujer conocida por su
amor a la cámara. Andrómeda podría haberle preguntado a Dahariel, que tenía fama
de ser el amante de Michaela, pero la relación de Andrómeda y Dahariel era algo
pequeño y bien definido. Él le enseñaba a luchar y si ella le preguntaba, él le contaba
sobre la política angelical y la manera de entender la complejidad de la misma.
Eso era todo. Y era todo lo que sería jamás.
El rostro de Lijuan cambió de nuevo, y esta vez Andrómeda no pudo contener su
jadeo. Si el primer cambio había sido horrible, este estaba más allá de la belleza, lo
bastante para provocar lágrimas y que el corazón doliera. La arcángel de China
brillaba desde dentro, la luz de su poder era de un blanco cegador que la volvía
luminosa con una feroz sensación primigenia de vida que le recordó a Naasir. Los
rasgos de Lijuan parecían más suaves, sus ojos chispeantes, sus pestañas más
profundas y más espesas.
Era como si Andrómeda estuviera viendo una visión del ángel que Lijuan había
sido una vez.
Así que tal vez… tal vez el otro era en lo que finalmente se convertiría.
* *
Naasir se alimentó más que descansó. No mató, no hizo daño. Sólo se abrió
camino a las afueras de una pequeña aldea aislada, y sonrió a una doncella en sus
campos; ella le devolvió la sonrisa y separó los labios. Cuando se acercó a ella, ella no
corrió y él pudo oír su pulso latiendo, su olor cambiando a medida que su cuerpo se
preparaba para él.
—Estoy hambriento.
Temblando ante sus palabras, ella inclinó el cuello y él bebió, con una de las
manos le acunó la cabeza mientras la respiración de la chica se volvía entrecortada y
su cuerpo ansioso bombeaba más y más de su sangre rica y caliente en su boca.
Fue amable, no se atiborró o tomó más de lo que ella podía permitirse el lujo de
dar, y cuando terminó, se aseguró de que no llevara ninguna marca. Él siempre
trataba bien a su comida, consciente de que sin comida, moriría.
—Gracias.
Ella le agarró la muñeca con estrellas en los ojos.
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—¿Volverás?
—No. —Mentir a su comida no era buen tratamiento, por lo que no lo hacía—. No
me esperes.
Dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Dejando sus ojos llenos de
lágrimas detrás de él, desapareció en el bosque, rejuvenecido con su regalo de
sangre. Había tenido innumerables conversaciones similares a lo largo de su vida.
Cuando era niño, se había alimentado de Dmitri, Rafael o Keir. En ese momento, no
había entendido la profundidad del honor que se le estaba dando. Sólo había sabido
que esos tres hombres definitivamente no eran comida, le permitían alimentarse de
ellos, como resultado, se había comportado muy bien.
Los tres también eran tan poderosos que sólo había necesitado un sorbo una vez
cada dos días como máximo. Habría durado más si hubiera podido alimentarse más
profundamente, pero había sido pequeño, sólo capaz de manejar una pequeña
muestra de esa sangre tan poderosa. Dmitri era al que se había dirigido más a
menudo. El vampiro más viejo le había disciplinado más que nadie, pero a Naasir le
gustaba eso, le gustaba saber que Dmitri se preocupaba lo suficiente para enseñarle
cosas. Cuando había necesitado alimentarse, había encontrado a Dmitri y éste le
había tendió la muñeca.
Ni una sola vez se había quejado, ni siquiera cuando Naasir estaba en problemas.
Cuando ninguno de los tres hombres estaban en el Refugio, se suponía que tenía
que alimentarse de Jessamy, pero en su mente infantil, decidió que era demasiado
débil para compartir sangre, y se obligó a beber la sangre embotellada de respaldo
que Dmitri guardaba para él.
Todo eso cambió cuando se convirtió en un niño más grande, luego casi un
hombre. Había descubierto que a las chicas les gustaba. Y no sólo a las chicas. A las
mujeres también. Vampiras, ángeles, mortales cuando se coló por el mundo, mujeres
de todas las edades y razas se sentían atraídas por él. Sus olores se derretían cuando
se acercaba.
De repente, tenía más comida de la que podría consumir nunca, aunque se saciara.
No es que no lo hubiera intentado.
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Sonrió.
Haría que le gustase después de sacarla de la ciudadela de Lijuan. Y cuando se
alimentara de ella, la alimentaría también, así sabría que no sólo era comida para él.
Se preguntó qué le gustaría comer. Tendría que averiguarlo para poder cortejarla
correctamente y confirmar que era su compañera. Nunca había cortejado a nadie
antes, pero había visto hacerlo a otras personas. Sabía que tenía que llevarle regalos,
hacer cosas que la hicieran sonreír.
Para lograr eso, tendría que descubrir los secretos más pequeños de Andrómeda.
Había observado a otros ganar y perder en el cortejo, sabía que los mejores regalos
combinaban con la persona. Tal vez le encontraría un cuchillo. A Elena le gustaba el
cuchillo que Rafael le había dado, y Andrómeda también era una guerrera. Pero
tendría que encontrar el cuchillo correcto. O tal vez, le conseguiría algo más.
Dmitri le había dado a Honor joyas que había mantenido a salvo durante siglos,
como si una parte de él supiera que estaba esperando a que su compañera las
reclamara. Los ojos de Honor se volvían suaves cada vez que tocaba esas joyas.
Naasir no había visto a Andrómeda llevar joyas pero no la conocía desde hace
mucho. Tal vez le gustaban las cosas brillantes. A Naasir le gustaban a veces. Tenía
un gran alijo que había coleccionado a lo largo de los años. Ni siquiera había robado
la mayoría de ellas: había dejado de robar cosas, incluso a gente que no le gustaba,
hacía unos cuatrocientos años, después de crecer.
Le había llevado más tiempo que a otros inmortales porque era diferente.
Un gruñido sonó no muy lejos de él. Gruñó en respuesta y tuvo un compañero de
carrera durante más de una hora antes de que el otro corredor le gruñera un adiós y
volviera a su territorio. Siguió corriendo al mismo ritmo incesante, Naasir levantó la
vista al cielo y trató de encontrar a Jason. No pudo. El jefe de espías era demasiado
bueno.
Cuando vio un pequeño camión aparcado en el extremo más alejado de un campo,
como si el dueño hubiera entrado en la aldea a lo lejos, se metió dentro. Le hizo un
puente y lo condujo hasta que agotó el combustible, corrió otra vez hasta que
encontró otro vehículo. Se movía tan rápido como podía sin provocar que su cuerpo
se agotara, pero el territorio de Lijuan era enorme. Le llevaría al menos otro día
completo alcanzar a Andrómeda. De veinticuatro a treinta y seis horas, cuando ella
estaba a solas con Zhou Lijuan.
Gruñendo, se recordó que la mujer que olía como su compañera no estaba presa.
Era inteligente. Tenía secretos. Sobreviviría.
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* *
El jadeo de Andrómeda todavía estaba colgando en el aire cuando Lijuan sonrió.
—Ah, ¿has visto mis caras? —Continuó hablando sin esperar respuesta—. Sigo
evolucionando. Pronto, voy a ser más poderosa que incluso las leyendas que se
rumorea Duermen bajo el Refugio.
Andrómeda no dudaba que Lijuan estaba cambiando, pero no estaba segura de
llamarlo evolución.
—Señora —dijo, su tono respetuoso—. De acuerdo con los informes presentados
después de la batalla, pereció en los combates. —Necesitaba mantener a Lijuan
hablando. Le daría más de ese tiempo precioso para pensar en una manera de salir
de esta situación.
—No soy tan fácil de matar. —La voz de Lijuan resonó con gritos otra vez en las
dos últimas palabras, como si las almas que había tragado estuvieran luchando por
salir—. Me decidí por una retirada estratégica, decidí permitir vivir a Rafael.
Andrómeda permitió la reescritura de Lijuan de la historia. La discreción no era
sólo la mejor parte del valor en este instante, podría ser su única oportunidad de
supervivencia.
—¿Se reunirá con la Cátedra?
—La Cátedra es una construcción débil. —Lijuan movió la mano como si borrara
la idea—. Es hora de un nuevo orden mundial. —Apoyándose en el trono, sonrió, su
cara seguía desvaneciéndose y apareciendo, mostrando sus diferentes formas. Era
inquietante y extrañamente convincente al mismo tiempo—. Voy a crear un mundo
mejor.
Durante la siguiente hora, Andrómeda escuchó a Lijuan hablar del mundo que
planeaba construir. Las palabras de la arcángel eran divagaciones y desarticuladas, y,
a veces, se desvanecían por completo, el cuerpo de Lijuan apareciendo y
desapareciendo al mismo tiempo. Sin embargo, Andrómeda sabía que sería un error
fatal subestimarla. Zhou Lijuan tenía al menos nueve mil años de vida y experiencia
a sus espaldas, probablemente más.
—Escuchas bien, erudita.
Andrómeda inclinó la cabeza.
—Es mi tarea escuchar y registrar.
Lijuan sonrió justo cuando su cara cambió y apareció el cráneo. Convirtió la
sonrisa en una mueca grotesca llena de aullidos agonizantes que hicieron que
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Andrómeda quisiera taparse las orejas con las manos. Controlando su respiración
con esfuerzo, se agarró la mano con más fuerza frente a ella.
—Entonces oye esto —dijo la arcángel en su voz sepulcral—. Necesito hablar con
Alexander.
—El Anciano Duerme. —Esa respuesta sería la esperada, no debería generar
tortura o violencia. No obstante, seguía siendo un riesgo calculado—. Nadie debe
molestar el Sueño de un ángel. —Era un tabú al igual que prohibir el abuso de los
niños.
—Entiendo tus reparos, pero el mundo está cambiando y debo cambiar con él. —
Los ojos sangrientos de Lijuan sostuvieron los suyos—. Xi me dice que sabes dónde
Duerme Alexander.
—No, señora. No lo sé —dijo Andrómeda incluso mientras la profundidad del
aplastante poder de Lijuan amenazaba con asfixiarla—. Alexander era demasiado
buen general para que sea de otra manera. Sólo sé de un posible lugar donde podría
haber ido a tierra.
—Mentirme no sería una buena idea. —Un escalofrío extraño se infiltró en el aire
con las palabras de Lijuan.
—Yo no mentiría. —Sentía el aliento como fragmentos de hielo en sus pulmones,
punzante y doloroso—. Alexander era un Anciano cuando se fue a dormir. Debe
haber tenido el poder de esconderse de la misma forma que Caliane. —La madre de
Rafael se había llevado a toda una ciudad con ella a su Sueño, y cuando se levantó
después de más de un millar de años, se encontraba en un lugar lejos de sus
orígenes—. No podemos saber si se enterró en la tierra o bajo el fondo del mar.
Lijuan asintió por fin, la frialdad inhumana retrocedió.
—Dices la verdad. No debo olvidar que Alexander fue siempre un gran táctico.
Los cuentos de sus compañeros hablaban de él como un joven luchador... —Una
sacudida de la cabeza, su tono casi cariñoso cuando añadió—: Él no confirmó ni negó
nada cuando le pregunté.
El estado de ánimo de Lijuan podía cambiar en un santiamén, Andrómeda utilizó
el enfoque sombrío para mantener la voz firme, aunque el miedo era un intruso frío
en sus entrañas.
—¿Puede esta erudita importunarla por tales historias que se han perdido en el
tiempo?
Lijuan rió y por un instante Andrómeda pudo ver a la arcángel como había sido
una vez. La que era vieja y arrogante, pero también sabia y la cabeza fría de la
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Cátedra. La que había encontrado divertido a un niño salvaje que había fingido
comerse a su gato.
—Tan joven y curiosa. —Lijuan sacudió la cabeza—. Sí, te contaré historias,
erudita, pero primero, le darás la posible ubicación del lugar de Dormir de
Alexander a Xi. — Era una orden—. Él establecerá la búsqueda.
Con la espalda recta por la disciplina implacable que necesitó para mantenerse
firme contra el poder de Lijuan, Andrómeda no se vino abajo.
—Señora, como historiadora en ciernes, realicé algunos juramentos inviolables. No
puedo revelar la posible ubicación de Alexander sin comprometer esos juramentos.
—Tus escrúpulos te dan crédito, pero como ya he dicho, el mundo ha cambiado.
Aunque su carne estaba helada por el renovado frío y le dolían los huesos,
Andrómeda luchó por buscar coraje, lo encontró en el repentino recuerdo del baile
de espadas con un vampiro de ojos plateados que no era un vampiro. Naasir pensaba
que tenía una piel secreta. Hoy, se pondría la piel de una joven erudita con
problemas y sería su máscara y su escudo.
—¿Puedo tener una noche para considerar mi decisión? —preguntó—. Es difícil,
pues aunque mis juramentos son sagrados para mí, sé que se necesita la fuerza de
Alexander en este mundo.
El rostro de Lijuan se desvaneció a la casi nada y sin previo aviso, también su
cuerpo.
—Eres de la sangre de un aliado, así que te daré esta oportunidad. —Un eco,
gritando con voz horrible—. Vete. Considéralo. —Un gesto de la mano mientras su
cuerpo tomaba forma de nuevo.
Andrómeda salió antes de que la arcángel cambiara de opinión. Su vampiro
escolta ya no estaba en el exterior de las grandes puertas, pero Xi sí.
—General —dijo con calma, luchando contra el impulso de salir corriendo hasta
que se quedara sin aliento y las sinuosas sombras que gritaban en la sala del trono de
Lijuan estuvieran muy lejos—. ¿Se me prohíbe explorar la ciudadela? Tengo
curiosidad por ver la creación de Suyin.
—Vete dónde quieras —le dijo Xi—. Si necesitas ayuda para encontrar el camino,
pregunta a cualquiera con quien te encuentres. —Un gesto brusco—. Tengo que
asistir a mi arcángel.
Andrómeda se obligó a alejarse a un ritmo tranquilo, el corazón le latía tan rápido
que era todo lo que podía oír. La aquiescencia de Xi confirmó sus sospechas de que
Lijuan no tenía intención de que se fuera. Nunca.
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blancas como la nieve con las primarias de bronce que Andrómeda podía ver detrás
de ella, hacían imposible confundir su identidad.
—Suyin.
La sobrina de Lijuan y una de las más grandes arquitectas que el mundo jamás
había conocido.
La ángel sonrió, y fue sorprendente ver la abierta y amable bienvenida en un
rostro que podría haber sido un duplicado del de Lijuan excepto por el color de los
ojos de Suyin y el bonito lunar.
—¿Y tú quién eres, jovencita?
Andrómeda suponía que era joven, en comparación con un ángel de muchos miles
de años.
—Andrómeda —dijo—. Una erudita.
—Ah. —Volviendo los ojos a su cuaderno de dibujo, Suyin hizo un gesto con la
cabeza hacia el sofá opuesto—. Siéntate, Andrómeda —dijo en el mismo dialecto
antiguo que ella había usado antes—. Dime lo que haces aquí.
Andrómeda no veía ninguna razón para mentir.
Con el lápiz inmóvil sobre su cuaderno de dibujo, Suyin la miró con ojos tristes,
una vez que se sentó.
—Mi tía no te permitirá irte.
—Lo sé. —Ya no era Lijuan a la que veía cuando miraba a Suyin. El espíritu de la
otra mujer era demasiado brillante y demasiado suave—. ¿Has estado encarcelada
aquí todo este tiempo? —Debía haber sido como la muerte en vida de un ángel que,
de acuerdo con las historias que Andrómeda había leído, había adorado volar por el
mundo.
—Me dieron la opción de Dormir o morir. Y en esto, tuve… suerte, otros que
ayudaron a construir esta ciudadela y por lo tanto sabían sus secretos, fueron todos
ejecutados. —Pesar en cada parte de ella mientras pasaba la página y comenzaba a
dibujar de nuevo—. Elegí Dormir, pero me despierto cada pocos cientos de años para
ver si esta prisión que construí ha caído y puedo volar hacia la libertad. —El
tranquilo horror de su dolor hacía que los ojos de Andrómeda picaran—. Sin
embargo, cada vez que despierto, mi tía es más poderosa, más una pesadilla.
Andrómeda quería confiar en esta mujer que parecía ser una compañera de
cautiverio, pero no podía. No tan rápido. Sin embargo, se arriesgó a preguntar:
—¿Alguna vez has tratado de escapar?
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—Si el mundo está al borde de un cambio catastrófico —dijo Suyin en voz baja—,
entonces, tal vez la próxima vez que despierte seré libre… y el mundo será una ruina.
Una pesadilla para otros.
* *
Naasir corrió bajo la luna después de que el último camión se quedara sin
combustible, su piel cubierta por una fina capa de sudor y los músculos tensos por el
esfuerzo, pero aún estaba demasiado lejos de la ciudadela de Lijuan. Se inteligente,
pensó para Andrómeda. Se astuta. Ya voy.
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Capítulo 12
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Pasó un minuto hasta que Lijuan la mirara, su cara lo suficientemente normal por
el momento, a pesar de la ira que había oscurecido su expresión.
—Antes de que me digas tu decisión, erudita, tengo un pequeño problema con el
que tengo que lidiar.
Aliviada por el indulto, Andrómeda se hizo a un lado y se alejó del torno. Un
ángel con alas de crema sucia fue arrastrado a la sala poco después. Vestido con las
sedas coloridas de los cortesanos, su ancho rostro estaba pálido, sus ojos castaños
suplicantes.
—Mi señora. —Las lágrimas corrían por sus mejillas, su aliento salía en hipos—.
No quería traicionaros.
—Sin embargo, estabas alimentando a Michaela con información acerca de mi
corte. —Hielo colgaba de cada palabra.
A Andrómeda se le tensó el pecho ante lo que sin duda iba pasar.
Postrándose a los pies de la escalera, el ángel sollozó.
—Me sedujo por su belleza, mi señora. Fui débil y se aprovechó.
—Eres un tonto. —Lijuan era pura diosa real en ese momento—. Pero voy a ser
misericordiosa, porque Michaela tiene una manera de embrujar a los hombres. Se te
permitirá vivir.
El ángel comenzó a balbucear su agradecimiento, pero Andrómeda, con el
estómago retorcido, sabía que estaba hablando demasiado pronto. Había visto la
estructura de madera que había sido sacada de las sombras detrás de él. Dos minutos
más tarde, el cortesano con los ojos desorbitados fue esposado a ese marco en una
posición de águila extendida. Todavía llevaba su ropa, pero fue lenta y
metódicamente cortada por el guardia rubio hasta que estuvo totalmente desnudo.
A continuación, el marco fue girado hasta quedar horizontal por cuatro guardias,
uno en cada esquina, dejando al ángel siendo castigado de cara al suelo.
—Ven —dijo Xi a Andrómeda mientras los guardias comenzaban a sacar el marco
de la sala del trono—. Mi señora cree que puedes encontrar esto edificante.
Con la bilis ardiendo en la garganta, Andrómeda salió con el general favorito de
Lijuan. Los guardias llevaron el marco al patio y lo colocaron sobre cuatro postes que
parecían haber sido erigidos en el centro del espacio abierto precisamente para este
propósito. El ángel miraba ahora a los adoquines, sostenido a unos treinta
centímetros de ellos, su cuerpo extendido expuesto al aire de la mañana y a la mirada
compasiva de los demás.
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era: una diosa debería ser capaz de dar la vida, y Lijuan había creado una entidad
completamente nueva.
Simplemente porque los renacidos fueran feas burlas de vida no cambiaba el
hecho de que Lijuan tenía la capacidad de alterar la naturaleza misma de los mortales
e inmortales.
Esta vez, cuando Andrómeda entró en la sala del trono, los guardias cerraron las
puertas detrás de ella, cortando toda evidencia del mundo exterior. Observando a
Andrómeda y Xi caminar hacia ella, Lijuan miró a Xi, estaba claro que estaba
hablando con él como un arcángel podía hacer con los que elegía.
Fuera cual fuera su informe, pareció satisfacer a la arcángel de China.
Andrómeda se había preparado para la atención de Lijuan, pero el toque de esos
ojos manchados de sangre provocó que su cerebro primitivo e impulsado por la
supervivencia intentara tomar el control.
—Ahora, erudita —dijo Lijuan—. Has tenido una noche de sueño para tomar tu
decisión. ¿Vas a compartir tu conocimiento de Alexander?
Lo que no dijo era la amenaza silenciosa de que si no lo hacía, sufriría un destino
similar al del desafortunada ángel en el patio.
—Mi Señora —dijo—, es difícil para mí romper mis votos cuando se trata de los
que Duermen, pero creo que tiene razón. Los Durmientes necesitan despertar para
ayudar a estabilizar el mundo.
—Dinos —dijo Lijuan.
Un sudor frío amenazaba con brotar a lo largo de su piel y Andrómeda bajó la
mirada, como si lo hiciera en deferencia.
—Toda mi investigación sugiere que confiaría su Sueño a Titus. —La amistad
entre el Anciano y un ángel que una vez había sido un niño en la corte de Alexander
era legendaria.
Los ojos de Lijuan se agudizaron.
—Sí.
Andrómeda continuó.
—La dificultad está en la localización de la ubicación exacta. —Titus controlaba el
paisaje extenso del sur de África, la línea que separaba sus tierras de las de
Charisemnon cortaba el continente por la mitad—. Sin embargo, después de leer
todos los registros conocidos de su amistad, creo que debe estar debajo o dentro del
monte Kilimanjaro.
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Lijuan sonrió mientras su rostro adquiría esa imposible belleza inquietante. Y por
un momento, pareció muy joven.
—Recuerdo las historias de lo que esos dos hicieron en los picos del Kilimanjaro.
—Su risa fue ligera y despreocupada—. Un joven y testarudo Titus desafió a
Alexander a un concurso de escalada y le ganó. En ese momento, se desafiaron el uno
al otro a trepar en la oscuridad.
Andrómeda se sorprendió de la calidez en el tono de Lijuan. Era como si fuera una
mujer diferente. Y la historia que era su memoria... Andrómeda no habría sido
historiadora si no se hubiera sentido atraída por ella.
—¿Conoció a Titus en su juventud, mi señora?
—Sí. Siempre obstinado, pero con un corazón tan grande que nadie podía
guardarle rencor. —La sonrisa se desvaneció, la juventud desapareció, la misma
Lijuan se desvaneció y volvió de una manera que parecía más... borrosa que antes—.
Puedo ver a Alexander eligiendo Dormir bajo la montaña que amaba tanto, en las
tierras del amigo en quien confiaba.
—Alexander era conocido por su apego a su pueblo —dijo Xi en el tranquilo
silencio que había caído—. Y dejó atrás un hijo que aún hoy reside en su palacio.
—Rohan era un bebé demasiado confiado. —Los rasgos de Lijuan se volvieron
esquelético, los gusanos que se arrastraban en las cuencas de sus ojos le revolvieron
el estómago a Andrómeda—. En lugar de alertar a la Cátedra después de que
Alexander eligiera Dormir, intentó mantener el territorio de su padre, provocando
casi un baño de sangre vampírico.
—Sin tener en cuenta —dijo Xi—, la profunda confianza de su padre.
Lijuan dio un pequeño asentimiento.
—Erudita, ¿qué dices sobre esto?
Mordiéndose el labio y esperando que su voz no se rompiera y la traicionara,
Andrómeda sacudió la cabeza.
—Consideré el apego de Alexander a su pueblo y a su hijo —dijo ella—, pero
como usted misma notó, era un gran estratega. No creo que hiciera una opción tan
obvia.
—Las emociones pueden cegar —dijo Lijuan, antes de mirar a Xi—. Sin embargo,
también podría decirse que Alexander no pondría a su hijo en peligro al ir a Dormir
bajo de su palacio.
Xi inclinó la cabeza en aceptación del punto antes de decir:
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Capítulo 13
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Lástima que hubieran dejado crecer los pastos hasta la rodilla. Era largura
suficiente para ocultar la forma de Naasir, tales pastos eran un ambiente que parte de
su naturaleza sabía cómo utilizar instintivamente. Llegó a la pared exterior de la
ciudadela sin ser descubierto. A partir de ahí, no fue difícil evitar a los guardias
vampíricos, pero requirió un tiempo preciso asegurarse de que permanecía sin ser
visto por la escuadra alada.
Podía oler la lluvia en los vientos. Eso podría ser una ventaja o una amenaza.
Dependería de las habilidades de la mujer con secretos que olía a su compañera. La
pesada cobertura de nubes era un regalo indiscutible, escondiendo la luz de la luna.
Naasir podía utilizar la luz de la luna a su favor, su cuerpo un fantasma ondulante,
pero la piel lamible como miel de Andrómeda destacaría.
Rondando a lo largo de los bordes del muro, observó a los guardias, escuchó sus
conversaciones, y cuando uno de ellos fue a responder a la llamada de la naturaleza
justo cuando el centinela en el cielo se orientó en otra dirección, se deslizó por la
pared justo bajo sus narices.
Astuto, sigiloso e invisible.
Recordándose a sí mismo en las palabras de Jason, no derramó sangre ni dejó
ninguna huella de su presencia a su paso por el segundo muro y saltó al patio
interior. Aterrizó en cuclillas sobre los adoquines, sus pies descalzos absorbieron el
impacto a través de todo su cuerpo sin darle una sacudida dura.
Carne ligeramente en mal estado, sangre y el miasma feo del miedo.
Un depredador en casa en la noche sin luna, se dirigió hacia la carne podrida que
debía haber estado al sol durante horas. Estaba vivo, notó al acercarse. Vivo y
marcado por los aromas de varios perros. Las plumas le dijeron que la carne había
sido un ángel antes de alimentar a los perros. Ahora estaba hecho pedazos, aunque la
cabeza permanecía unida a la reluciente médula espinal expuesta.
Exhausto o simplemente débil, la carne estaba inmóvil, pero un párpado cerrado
se movió en un rápido patrón, como si el ángel estuviera soñando. Su otra cuenca del
ojo era un enorme agujero coagulado con un fluido viscoso que se había secado al
sol, o era el resultado de su cuerpo tratando de regenerarse.
La brutalidad no interesaba a Naasir; había visto más de un castigo implacable a lo
largo de los siglos y no iba a juzgar éste sin tener los detalles. Lo que le interesaba era
el olor que se demoraba alrededor del hombre.
Andrómeda.
Había estado aquí recientemente. ¿Por qué?
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Miró la carne de nuevo y tuvo la idea de que tal vez la mujer que olía a su
compañera podría tener un corazón blando. Por la posición de su olor, podía decir
que había estado de pie o sentada cerca de la cabeza, posiblemente en un esfuerzo
por proporcionar el consuelo que podía.
Decidió que le gustaba la idea de una compañera con un corazón blando, rastreó
su olor a la ciudadela. Al ver un cortesano angelical adelante, saltó hasta el tejado y
se sujetó allí usando las garras para engancharse en el detalle tallado. Se dejó caer tan
pronto como el cortesano estuvo fuera del alcance del oído y continuó el rastro del
delicioso y único olor de su guerrera—erudita.
Había muchas rutas superpuestas; estaba claro que Andrómeda había estado
explorando la ciudadela con el fin de escapar. Pero los sentidos de Naasir eran
agudos y no tuvo problemas en distinguir el olor más reciente.
Deslizándose detrás de una pared para evitar un guardia, se encontró atrapado
entre dos personas que se aproximaban, uno de cada dirección. No perdió el tiempo,
subió al techo de nuevo. Nadie levantó la vista. Pensarías que los ángeles lo harían,
pero dentro de sus casas, nunca lo hacían. Era como si sus alas les cegaran al hecho
de que había otras maneras de ir por lo alto que simplemente volar.
Se movió por el techo usando las garras de manos y pies para aferrarse, tuvo
cuidado de no clavarlas tan profundas que su paso creara polvo o finos rizos de lo
que fuera que estaba hecho el techo. Le divertía pasar justo sobre la cabeza como
llamas roja de Philomena. Quería saltar sobre ella y soltar ¡Boo!, pero se lo guardaría
para otro día.
Esta noche, su prioridad era Andrómeda.
Trepando a la parte superior de una pared y girando una esquina, se quedó
paralizado en un charco de sombras.
Xi.
Según lo que habían aprendido durante la batalla sobre y en las calles de Nueva
York, Xi sólo era violentamente poderoso cuando Lijuan le alimentaba con poder,
pero eso no cambiaba su mente táctica y entrenamiento militar. Era peligroso y
Naasir le respetaba como otro depredador. Si Xi no hubiera estado luchando en el
otro bando, Naasir le habría invitado a tomar una copa y hablar con él sobre tácticas.
Ahora, se quedó inmóvil.
Xi se detuvo justo debajo de donde Naasir estaba enganchado a la pared, la
atención del general atrapada por un vampiro que había surgido de otro corredor.
—¿Sí?
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* *
Andrómeda se quedó boquiabierta, su cerebro luchando por comprender lo que
estaba oyendo. Naasir había venido a por ella. Al corazón del territorio más peligroso
del mundo.
—¿Acaso Rafael te envía?
Naasir terminó la carne que ella había dejado en su plato y se apartó el cabello
plateado que le había caído sobre su rostro mientras comía.
—No necesito que me envíe —dijo, un gruñido en su tono—. Pero sire me está
ayudando a rescatarte. Jason está aquí.
—¿El jefe de espías? —Con las piernas temblorosas, se sentó en la cama—. ¿Los
dos habéis entrado? —No podía imaginar cómo; tenía un dolor de cabeza de intentar
en encontrar una ruta de escape exitosa y fallar —. Se supone que nadie se ha
infiltrado jamás en la ciudadela. ¿Cómo lo has hecho?
Naasir se agachó delante de ella. Estirando la mano, le pellizcó la nariz.
—No sería un secreto si te lo contamos y lo escribes en tus libros de historia. —
Poniéndose en cuclillas, se inclinó cerca de su cara—. No pongas esto en tus libros.
—No lo haré —susurró ella, fascinada por esta salvaje y absolutamente hermosa
criatura que había venido a rescatarla.
No era una mujer que se conmoviera con facilidad, rara vez la habían tocado, pero
se encontró alargando la mano para acunar esa mejilla. Girando la cabeza, Naasir se
frotó contra ella. Su piel era suave, sin aristas, y el contacto envió un escalofrío por su
cuerpo, cuando los mechones sedosos de su cabello le rozaron el dorso de la mano,
quiso desesperadamente meter los dedos entre esa seda espesa.
—Más tarde —dijo él, con ojos entrecerrados y pesados—. Primero tenemos que
escapar. —Se levantó y le tendió la mano.
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—Tengo una sola ala, jovencita. —Acarició la mejilla de Andrómeda con la mano
libre—. Valoro tu lealtad, pero no me voy a aprovechar de ella. No puedo volar, no
seré más que una carga.
—No volaremos —dijo Andrómeda, pensando en la criatura salvaje que había
dejado en su habitación, la que había entrado en territorio enemigo buscándola. A
ella—. Iremos como van los tigres. —Fue la primera imagen que le vino a la mente al
pensar en Naasir: un tigre, mortal y sigiloso.
—¿Tigres?
—Ya lo verás. Ahora cámbiate.
Suyin no discutió más, aunque su expresión dejaba claro que pensaba que esto era
un riesgo insensato. Desapareciendo en otra parte de su suite, regresó vestida con
leggings azul oscuro combinados con una túnica en un tono ligeramente más pálido
de azul. Tocó con la mano la bufanda color marrón oscuro con la que se había
cubierto el cabello.
—Llevo las cosas más oscuras que he podido encontrar.
El trueno retumbó en el cielo en ese momento, justo antes de que la lluvia
comenzara a caer fuera con fuerza.
—Los perros no pueden seguirnos con la lluvia —dijo Andrómeda con una sonrisa
mostrando los dientes—. Estamos claramente destinados a escapar esta noche.
Las palabras apenas habían salido de su boca cuando Naasir entró en la
habitación. Con ojos enormes, Suyin se llevó una mano a la boca cuando Naasir la
examinó y dijo:
—Sólo tienes un ala. ¿Afecta a tu equilibrio?
La pregunta directa hizo parpadear a Suyin y espetar una respuesta.
—Sí. También me va a arrastrar hacia abajo si tengo que correr.
Los ojos de Naasir se encontraron con los de Andrómeda y ella sintió tensarse
todo su cuerpo. Mirando a Suyin, sabía que la solución silenciosa de Naasir era la
correcta, pero eso sería tratarla con crueldad cuando la otra mujer merecía algo
mucho mejor.
Las siguientes palabras de Suyin demostraron que también se había dado cuenta
de lo que iba a suceder.
—Sangraré demasiado o ya me hubiera cortado mi ala restante y tratado de
escapar a través del terreno —dijo ella sin ningún atisbo de autocompasión—. El
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dolor del corte es intenso y es probable que pierda la conciencia durante una hora
por lo menos. La pérdida de sangre me debilitará mucho más tiempo.
La ira era una quemadura en la sangre de Andrómeda, pero se obligó a pensar.
—Podemos romperte el ala. —Eso también haría daño, pero no provocaría
pérdida del conocimiento o el tipo de pérdida de sangre que venía con la extirpación.
Andrómeda había experimentado un ala rota por sí misma siendo un ángel mucho
más joven, después de haber sido atrapada por una corriente que la estrelló contra la
pared de la garganta, comprendió por el nivel resultante de dolor y, por lo que había
visto, que Suyin había desarrollado mayor umbral al dolor como resultado de las
repetidas extirpaciones de las alas.
—Una vez rota —añadió Andrómeda—, podemos atarla a tu espalda. —Como un
abanico, para que no recogiera el aire.
Suyin respiró hondo y asintió con la cabeza.
—Los huesos se curan.
Naasir acortó la distancia con ese suave permiso. Recogiendo un pequeño cojín
que había sido tirado en uno de los sofás, se lo dio.
—Amortigua tu dolor.
Mientras Naasir realizaba la horrible tarea y Suyin lo soportaba, Andrómeda se
subió a una silla y bajó las espadas montadas en la pared. Podrían haber tenido la
intención de burlarse y aterrorizar a Suyin, pero tenían bordes afilados y se
manejaban bien. Consciente de que necesitaría una vaina si se llevaba las dos, dejó
una de mala gana.
En cuanto a sus cuchillos, los dejó a un lado para Suyin; la otra ángel no tenía
ningún entrenamiento con la espada, le resultaría difícil de manejar. Los cuchillos,
sin embargo, se usaban de manera instintiva.
Una vez hecho esto, llevó la espada a las infortunadas sábanas blancas de la cama
de Suyin. Para cuando terminó de cortarlas, Naasir también había completado su
triste tarea. El ala de Suyin colgaba inerte, y aunque la cara del ángel estaba tan
blanca como su pelo, seguía consciente. Usando las largas tiras de tela, Andrómeda y
Naasir le ataron el ala rota y doblada al cuerpo de Suyin.
—Ya casi hemos terminado —le aseguró a Suyin cuando el cuerpo de la otra mujer
se estremeció.
Envolvió la tira final de tela alrededor de las costillas de Suyin y la ató.
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—Listo. —No se detuvo a pensar, encerró a la ángel más vieja en sus brazos y la
abrazó, meciéndola suavemente hasta que Suyin suspiró temblorosa y se echó hacia
atrás.
—Eres fuerte —dijo Naasir, con aprobación en su tono mientras apartaba lo que
parecía un pequeño teléfono—. ¿Tu equilibrio está mejor?
Tomando los cuchillos que Andrómeda le entregó, Suyin caminaba, luego corrió
en silencio alrededor de la suite.
—Sí, pero no estoy acostumbrada a hacer mucho ejercicio.
—No vamos a correr con fuerza. —Naasir se acercó a Andrómeda y le tiró de la
trenza—. ¿Lista?
Ella levantó la espada. Su borde mortal brillaba a la luz.
Naasir sonrió mientras Suyin sonreía con airada satisfacción.
—Qué hermosa ironía que el instrumento de mi tortura ahora nos ayude a
escapar.
—Me he puesto en contacto con Jason —les dijo Naasir, y de repente, era el
hombre peligroso que era parte del círculo más íntimo de un arcángel—. Pronto va a
provocar una perturbación en otra sección de la ciudadela, cuando lo haga, debéis
convertiros en mis sombras. —Una orden—. Yo soy el alfa. Vosotras me seguís. —
Sus extraordinarios ojos sostuvieron los de Andrómeda—. No para siempre. Para
esto.
Andrómeda se sintió extrañamente complacida de que hubiera aclarado su
declaración.
—Hasta que escapemos —estuvo de acuerdo ella.
Naasir se quedó en silencio, con la cabeza ligeramente inclinada. Luego sonrió de
nuevo, los dientes de color blanco brillante contra el exuberante oscuro de su piel.
—Jason es muy inteligente.
Andrómeda no sabía lo que había oído, pero el suelo vibró con el trueno de pies
corriendo segundos después. Todos se dirigían al otro lado del complejo. Gritos
sonaron poco después.
—Renacidos —dijo Naasir con una sonrisa salvaje—. Jasón los ha llevado a casa.
—Una inhalación profunda que hizo brillar sus ojos—. Y ha provocado un fuego. —
Abrió la puerta y dijo—: aquí no hay nadie. Vamos a jugar.
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Capítulo 14
Vamos a jugar.
La declaración debería haber sonado despectiva dado el nivel de peligro, pero la
hizo sonreír. Cuando miró a Suyin, vio que la otra mujer también estaba sonriendo,
una especie de sonrisa atónita y sorprendida. Naasir tenía ese efecto. Juntos, los tres
se movieron rápidamente por el pasillo. Naasir no hacía ningún ruido; Andrómeda y
Suyin no eran tan silenciosas, pero hacían todo lo posible.
Cuando Naasir levantó una mano, Andrómeda se quedó inmóvil y atrapó a Suyin
cuando la ángel herida tropezó. Llevando un dedo a los labios, Naasir saltó. Estuvo
en el techo antes de que Andrómeda supiera lo que estaba sucediendo. Se le secó la
boca. Le observó girar la esquina y tuvo que obligarse a no seguirle a pie, sus
instintos protectores erizados.
Regresó poco después. Cuando doblaron la esquina, vio a uno de sus escoltas
vampíricos apoyado contra la pared.
—Está…
—Vivo —dijo Naasir, y sin previo aviso, abrió una puerta—. Dentro.
Se agacharon dentro y él las siguió. Cerrando la puerta, apoyó la oreja en la
madera, los ojos de plata líquida brillantes en la oscuridad.
—Xi ha enviado gente a ver cómo estáis Suyin y tú.
Abrió la puerta y salió.
Esta vez, Andrómeda le siguió.
Naasir ya había incapacitado a un guardia, y mientras miraba, él puso el brazo
alrededor del cuello del otro y lo retorció. Limpio y eficiente, sin ningún deseo de
causar dolor innecesario, sus acciones eran honestas de una manera que hablaba a la
guerrera en ella.
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Regresando a la habitación, sacó a Suyin, y los tres se movieron tan rápido como
era posible por el pasillo. Tuvieron que entrar en otra habitación para escapar de una
patrulla y mientras estaban allí, Suyin dijo de pronto:
—Conozco esta habitación. Construí aquí una entrada especial al túnel.
Ambos la miraron.
—¿Qué túnel? —dijo Andrómeda, preguntándose si sus instintos se habían
equivocado después de todo—. Dijiste que no había otras vías de escape, excepto la
puerta secreta en el muro.
El delicado rostro de Suyin estaba tan avergonzado que era imposible no creerla.
—Me olvido de las cosas —admitió—. El Dormir tiene ese efecto, ya que nunca he
estado despierta el tiempo suficiente para recuperarme verdaderamente. —
Caminando hacia un elegante sofá con las patas de madera curvada, dijo—: creo que
la trampilla se encuentra debajo.
Naasir movió el sofá y empujó la alfombra a un lado para dejar al descubierto un
suelo liso, sin defectos.
—¿Dónde?
Metiendo los cuchillos en las tiras de tela que ataban el ala a su cuerpo, Suyin se
agachó. Andrómeda la agarró del brazo.
—Cuidado —susurró—. No dobles la espalda; utiliza tus rodillas.
Incluso eso provocó arrugas de dolor en las comisuras de los ojos de Suyin, pero
sus dedos eran seguros sobre la madera del suelo cuando comenzó a tocar lo que
debían ser los puntos de presión. Andrómeda aprovechó la oportunidad para
bloquear la puerta de esta habitación poniendo una silla debajo del picaporte. Detrás
de ella, la trampilla se abrió con una nube de polvo.
Agitando una mano delante de su cara después de sofocar un estornudo que hizo
que sus músculos se contrajeran y sus ojos se llenaran de lágrimas, Suyin miró hacia
abajo.
—El túnel va hacia el exterior. Fue construido como una vía de escape de último
recurso para la gente de Lijuan.
Naasir se dejó caer en el agujero, luego salió con una fuerza ágil que hizo que
Andrómeda simplemente quisiera observarlo.
—No iremos por aquí —dijo definitivamente.
Decepcionada, pero no tan sorprendida, Andrómeda dijo:
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Cuando Naasir le tendió una mano, la tomó sin dudar. Ya que la otra mano estaba
cerrada alrededor de la empuñadura de la espada, dijo a Suyin que se agarrara a la
cintura de sus pantalones bajo la túnica.
El mundo era una negrura opaca y castigadora, pero Naasir se movía como si
hubiera nacido para ello.
Cuando Suyin tropezó, sus piernas amenazando con derrumbarse, Naasir y
Andrómeda la pusieron entre ellos y envolvieron un brazo cada uno alrededor de su
cintura, con cuidado de no aplicar demasiada presión. Mientras la ayudaban a llegar
a la puerta de la pared interior, Andrómeda vio un destello de movimiento a su
derecha. Actuó sin dudarlo, cortando con la espada hasta casi decapitar a un
vampiro.
Cayó con un gorgoteo al suelo.
Era la primera vez que realmente le había hecho daño a alguien y parte de ella se
estremeció con la bilis en la garganta. Esa parte llevaba el nombre de la chica que
había sido, la que había huido de un hogar donde la brutalidad era un asunto
cotidiano y la amabilidad se consideraba una debilidad risible. El resto de ella
entendía que no era violencia por violencia. Era una cuestión de supervivencia. No
sólo la suya, sino también la de Suyin y Naasir. No habría ninguna misericordia de
ser capturados; estos mismos guardias impartirían tortura si así se lo ordenaban.
Los ojos de Naasir brillaron hacia ella a través de la lluvia.
—Deja de jugar. Tenemos que irnos.
Ella fue a fruncir el ceño pero se dio cuenta que era él quien estaba jugando… con
ella. Así que no iba a pensar en la sangre que acababa de derramar. Quería besarle,
pero en cambio ayudó a Suyin a atravesar la puerta de la pared interior mientras la
lluvia lavaba la mancha escarlata de su espada.
Fue entonces cuando su suerte se acabó.
Tres centinelas llegaron rodeando la esquina casi a la vez y los hombres miraron a
su pequeño grupo. Naasir se lanzó a por ellos una fracción de segundo más tarde,
pero eran tres contra uno. Dejando a Suyin apoyada en la pared, Andrómeda volvió
a la pelea. Los centinelas no podían permitirse lanzar la alarma.
Su objetivo estaba entrenado, pero no esperaba su habilidad. Le cortó la garganta
y lo dejó tratando de apretar la mano sobre el orificio que sangraba. Cuando se giró
hacia Naasir, éste ya se había ocupado de los otros dos. Al ver a su centinela, se
acercó y golpeó al hombre en el lado de la cabeza, dejándolo inconsciente.
—Podría haber visto en qué dirección nos vamos y traicionado.
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Con la espada lista mientras la lluvia continuaba cayendo con fuerza, Andrómeda
mantuvo los ojos alerta ante los cuerpos que medio se arrastraban que eran los
renacidos. Cuando Naasir siseó y dijo:
—Izquierda.
Ella giró ya moviendo la espada.
Una cabeza cortada rodó a tierra segundos después. El cuerpo del renacido
derramó sangre al caer, pero Andrómeda se apartó del chorro con la suficiente
rapidez.
—Gracias por la advertencia. —Una vez más, la lluvia lavó la hoja.
Como había hecho con la de su padre cuando éste cortó metódicamente a un
vampiro en trozos.
La mirada de Naasir buscó en su rostro, como si pudiera sentir lo perturbada que
estaba ante esa crueldad sin titubeos.
—Son ellos o nosotros. No estás torturando o dañando al renacido sin motivo,
estás luchando por tu supervivencia. Ese es el derecho de toda criatura.
Andrómeda asintió bruscamente.
—Sí.
El renacido pudo haber sido inocente antes de su transformación, pero ahora era
una abominación. En cuanto a los guardias, habrían matado a Naasir a la más
mínima oportunidad.
Apretó la mandíbula y cerró la mano con fuerza sobre la empuñadura de la
espada.
—No voy a dejar que nadie te haga daño.
En lugar de reírse de lo que debía parecerle una afirmación ridícula ya que se
trataba de un hombre tan peligroso y capaz de cuidar de sí mismo, los labios de
Naasir se curvaron en una sonrisa de satisfacción.
—Sabía que te gustaba.
Soltando sorprendida una risa suave, Andrómeda se acercó para comprobar el
pulso de Suyin. Era aún más superficial de lo que había esperado.
—Ella podría caer en el anshara. —Normalmente, el sueño reparador
semiinconsciente era útil, pero podría ser un serio obstáculo si Naasir tenía que llevar
a Suyin todo el camino.
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—Los ángeles serían mucho más eficientes si pudieran beber sangre —dijo Naasir
tranquilamente.
—Bien... supongo que eso es verdad. —Una alimentación hubiera dado a Suyin
una sacudida inmediata de energía—. ¿Alguna vez has alimentado a alguno?
Naasir le lanzó una mirada intrigada.
—¿Quieres probarme?
Ella no se dejó intimidar por esa pregunta como cualquier erudito civilizado
habría hecho.
—No —dijo ella al fin, y tenía la sensación de que estaba diciendo una mentira.
—Yo quiero probarte. —Una sonrisa maliciosa—. ¿Me alimentarás si lo necesito?
—Por supuesto —dijo, tratando de sonar pragmática cuando la idea de Naasir
alimentándose de ella le fundía las entrañas—. Tú eres mi única esperanza de salir de
aquí.
Él gruñó y no dijo nada más durante los próximos diez minutos mientras se abrían
camino a través del bosque. Por último, no pudo soportarlo más.
—Deja de estar malhumorado.
Otro gruñido. Naasir se volvió y le chasqueó los dientes.
Ella saltó a pesar de que había pensado que estaba lista para una reacción
agresiva. Con los dientes apretados, miró esa cara exasperante.
—Grúñeme otra vez y te morderé. —No sabía de dónde habían venido las
palabras, probablemente de la irritación.
Mirándola, él fue a decir algo. Dilató las fosas nasales.
—Renacidos —dijo, y colocó a Suyin contra un árbol con un tronco lo bastante
ancho como para que su espalda estuviera totalmente protegida.
Andrómeda no necesitaba que le dijera dónde ponerse, se puso con Naasir detrás
de ella, Suyin a su izquierda. Naasir tenía la espalda presionada contra sus alas, pero
ella sabía que no estaba siendo provocativo por una vez.
—Ten cuidado con tus alas.
De repente recordó las manos desnudas de Naasir.
—¿Tienes armas?
Una risa alegre.
—Sí.
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Y entonces no hubo más tiempo para hablar. Las criaturas babeantes de ojos en
blanco y ferozmente hambrientos que eran los renacidos de Lijuan salieron de los
bosques alrededor de ellos.
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Capítulo 15
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* *
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Nalini Singh
Andrómeda se puso en pie mientras Naasir se inclinaba para recoger a Suyin con
una falta de esfuerzo que traicionaba su fuerza. Estaba salpicado de sangre, su
cabello plateado manchado de ella. Ella quería lavarla toda, Naasir era tan real y
honesto como los renacidos eran abominaciones no naturales.
Por lo menos la lluvia lavaría lo peor de ella mientras caminaban.
—¿Por qué decidiste estudiar a los arcángeles Durmientes? —preguntó Naasir
algún tiempo después.
Ella notó que su voz era menos gruñona ahora, le gustaba de cualquier manera. La
única voz que no le gustaba era el tono frío y culto que había usado la primera vez
que le había hecho enojar.
—Estoy fascinada por la idea de todos estos poderosos seres que descansan en
lugares ocultos en la tierra.
—¿Cuántos?
—Nadie lo sabe. Los Antepasados son historias que contamos a los niños, pero
hay leyendas más creíbles de Ancianos que han Dormido tanto tiempo que ellos,
también, se han convertido en mitos. —Se mordió el labio y admitió su deseo
secreto—. Jessamy dice que a Alexander a veces se le podía engatusar para hablar de
los tiempos de los mitos. Son sus recuerdos. Con él y Caliane en el mundo,
podríamos saber tanto.
—¿Caliane te habla?
—No, a Jessamy sí. Aunque no a menudo, pero Jessamy la visitó poco después de
que te fueras de Amanat; dijo que Caliane fue de lo más atenta y generosa. —
Andrómeda sabía que la Historiadora, con su ala torcida e incapaz de llevarla a lo
alto, era muy consciente de que no debía ser vista por los mortales ordinarios, la raza
angelical no podía ser vista como débil, de ninguna manera, pero eso no era
problema en Amanat.
Cuando Jessamy quería ver las cosas en entornos más poblados, disfrutaba del
paisaje a bordo de un avión ligero o en un helicóptero modificado para adaptarse a
las alas angelicales al tiempo que ocultaba a los ocupantes de la vista. Por lo general,
el ocupante era un solo ángel delgado. Jessamy había aprendido a manejar los dos
vehículos.
Andrómeda veía en la determinación de Jessamy a una mujer que era su heroína.
La ángel había sobrevivido a miles de años antes de que los inventores le dieran una
manera de subir a los cielos por su cuenta. Andrómeda podía sobrevivir quinientos
años en una corte carente de esperanza.
~115~
Nalini Singh
—De acuerdo con Caliane —dijo ella, dejando de lado lo inevitable por esta
noche—, contando a Alexander, hay siete arcángeles Durmiendo.
—¿Qué pasaría si todos ellos despertaran a la vez?
—Sería catastrófico. —Los arcángeles no podían estar cerca unos de otros durante
largos períodos sin un aumento peligroso de su agresividad. Diez era el número
perfecto para que se extendieran por todo el mundo. Uno o dos más podrían ser
acomodados, pero más… —Terminaríamos con guerras hasta que el equilibrio se
restableciera.
—La ley natural —dijo Naasir sin rodeos—. La naturaleza siempre tratará de
mantener el equilibrio.
—Sí. —Comprobó a Suyin otra vez, sacudió la cabeza cuando Naasir la miró—.
No mejora.
Con el rostro lleno de líneas duras, Naasir siguió caminando.
—No estudio sólo arcángeles Durmientes —dijo Andrómeda, en un esfuerzo por
mantener sus mentes apartadas de la situación sombría—. Si prometes no reírte, te
hablaré de mis otros estudios.
Abierta curiosidad
—Dime.
—Primero prométeme que no te reirás.
Curvando los labios, Naasir le chasqueó los dientes juguetonamente.
—¿Cómo puedes pedirme que haga la promesa después de eso?
Ella le fulminó con la mirada porque le había hecho saltar de nuevo, pero se lo
dijo.
—Estudio criaturas —dijo, a la espera de la diversión condescendiente que tan a
menudo veía en los rostros de sus colegas—. Como cambiantes —continuó cuando él
se limitó a escuchar—, tritones y sirenas, grifos, quimeras, caminantes… cosas así.
—¿Por qué estudiar lo imposible?
—Porque las historias deben de haber comenzado en algún lugar. Y... me gusta
pensar que hay misterios en el mundo.
—Creo que los tritones y sirenas tiene sentido.
—¿En serio? —Ella entrecerró los ojos pero no parecía que se estuviera burlando
de ella—. ¿Por qué?
~116~
Nalini Singh
—El mundo está cubierto de agua. ¿Por qué no habría evolucionado una especie
para vivir en el agua? —Una mirada de ojos plateados—. Deberías preguntarle al
Primario. Tal vez la Legión son la verdad tras la leyenda. Vivieron un eón en las
profundidades.
Se le erizó el vello de los brazos.
—He estado desesperada por hablar con ellos —susurró ella, su corazón de
historiadora rebosaba—. Sé que Jessamy ha tenido algún contacto con el Primario,
pero no quería pedirle su tiempo para mi pequeña subespecialidad.
—Te presentaré cuando estés lista —dijo Naasir—. Incluso te colaré en su nuevo
hogar verde.
Andrómeda casi bailó en el acto, olvidando por un momento que no iba a tener la
libertad de hacerlo pronto.
—¿Qué pasa con los grifos?
Él se tomó tiempo para pensar antes de hablar.
—Creo que las historias deben venir de las grandes rapaces en tiempos primitivos.
—Esa es mi teoría, también. —Infantilmente feliz de descubrir que su mente era
tan abierta, dijo—, ¿cambiantes?
—No. Pero una vez, conocí a un chamán que caminaba con un espíritu guía.
Entendía la tierra y a todas sus criaturas mejor que nadie que haya conocido jamás.
—Su tono contenía un evidente respeto—. Los mortales mueren demasiado rápido.
El hombre medicina era más sabio que muchos inmortales, pero se fue antes de que
le conociera.
—Le echas de menos —dijo en voz baja de Andrómeda.
—Era mi amigo.
A Naasir se le cerró la garganta.
—¿Me hablarás de él?
—Sí, más adelante. —Curvó el labio sobre sus colmillos—. Mi amigo era un
hombre que vivía en las llanuras bajo el cielo abierto. No tiene cabida en este bosque
contaminado con renacidos ¿Qué otras criaturas están en tu lista?
—Chupacabras.
—Espero que exista. Cuenta con el mejor nombre.
Andrómeda se rió.
—¿Quimera?
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—¿Un animal con cola de serpiente, cuerpo de león y cabeza de cabra unida a su
espina dorsal? —Resopló—. Su cabeza de cabra le desequilibraría antes de dar un
paso y, de inmediato, sería comido por algo más grande. ¿Y no estaría la cabeza de
león tratando de comerse la cabeza de cabra constantemente?
Andrómeda tuvo que estar de acuerdo, aunque fascinada porque tal criatura
pudiera haber existido.
—Nunca he podido averiguar cómo podría haber funcionado eso. —Se tocó la
barbilla—. Pero es algo extraño lo que la gente imagina. Como el.
—No conozco ese.
Así, mientras la lluvia amainaba hasta convertirse en una fina niebla, ella le contó
sobre el paraguas con un ojo y una pierna, y siguieron andando.
* *
Naasir se divertía hablando con Andrómeda, jugando con ella, aunque ella no lo
sabía todavía, cuando olió el relámpago negro. Una sombra pasó por encima y luego
una pieza de noche se separó para aterrizar frente a ellos. Advirtiendo su estado
ensangrentado, Jason dijo:
—Erradicasteis el resto del nido.
—Sí.
Jason se adelantó.
—Suyin.
Naasir no se sorprendió de que el jefe de espías conociera la identidad de la mujer
en sus brazos, por lo que podía averiguar, Jason lo sabía todo.
—Tiene que ir con Keir. Xi ordenó que le extirparan una de sus alas y yo tuve que
romperle la otra.
Extendiendo los brazos, Jason dijo.
—Yo la llevaré. Con su ala atada, es bastante fácil de transportar, iré a Amanat y le
pediré a Keir que viaje allí. —Miró a Andrómeda—. Vas a tener que permanecer en
tierra. No puedes volar lo bastante alto para evitar los escuadrones, pero Naasir
puede sacarte.
—Entendido. —Tocó suavemente el hombro de Suyin—. Por favor, cuida de ella.
Ha estado atrapada desde hace mucho tiempo.
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Nalini Singh
—Lo haré —dijo el jefe de espías, sosteniendo a Suyin con brazos que Naasir sabía
no la dejarían caer.
—Manteneos a salvo. —Dando un paso atrás con esas palabras, Jason extendió sus
alas e hizo un despegue vertical impecable. Se perdió en la noche con tres aleteos.
Naasir sabía que nadie le divisaría.
—Increíble —Andrómeda suspiraba, la cabeza vuelta hacia arriba.
Naasir frunció el ceño.
—Jason no tiene garras. —Le mostró las suyas.
Andrómeda le miró las garras, luego a él, y una lenta sonrisa iluminó sus ojos.
—Son muy afiladas. ¿Por qué no me cortaste cuando me agarraste?
—No quería cortarte. —Gruñó ante la pregunta que no debería haber hecho.
—Tenemos que encontrar un poco de agua —dijo la mujer que estaba actuando y
sonando más y más como su compañera—. No me gusta estar sucia y manchada de
sangre.
—El agua no es buena. Contaminada.
Ella hizo una mueca.
—Entonces, vámonos.
La decisión no requería más conversación, Naasir comenzó a sacarlos de la selva.
Los escuadrones sobrevolaban, pero ninguno aterrizó. Naasir pensó que le
descartaban, si es que conocían ya su identidad. Y estaba claro que creían que
Andrómeda estaba en el cielo. Estúpidos.
Ella mantuvo el ritmo que él estableció durante las siguientes tres horas. Era lento
para él, pero sabía que la estaba empujando, los ángeles no estaban acostumbrados a
cubrir esta cantidad de terreno a pie. Su poder estaba en el aire. Sobre el terreno, sus
alas se convertían en un peso extra que creaba una considerable resistencia.
Andrómeda también llevaba unas endebles zapatillas que se desgarraron a medio
camino.
—Es un dolor superficial —le dijo a Naasir cuando él se detuvo para examinar sus
pies—. Los cortes se curarán cuando paremos.
A Naasir no le gustaba ver sus pies magullados y sangrientos, pero sabía que era
dura, que lo lograría. Aún sí, se encargó de elegir un camino con pocas rocas y
piedras. Finalmente, salieron del bosque anteriormente infestado de renacidos y la
llevó a un valle entre dos montañas. Necesitó una hora para localizar un estanque
~119~
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alimentado por un manantial, pero el agua profunda era cristalina y fría como el
hielo bajo el cielo nocturno ahora sin lluvias.
—Baño —le dijo a ella, notando el agotamiento que ella estaba tratando de ocultar,
pero que había hecho que sus alas comenzaran a caer—. No podemos estar a cielo
abierto al amanecer.
Andrómeda colocó su espada con cuidado sobre la hierba.
—Date la vuelta.
—Yo también quiero estar limpio. —El olor a renacidos era feo.
—Vigilaré las amenazas mientras te bañas si haces lo mismo por mí. —Ella se
cruzó de brazos y permaneció inmóvil—. No voy a desnudarme a menos que te des
la vuelta.
Él le enseñó los dientes, pero hizo lo que le pidió. Dmitri le había enseñado que
nunca debía tomar lo que una mujer no quería dar.
No robas lo que sólo tiene valor si es dado libremente.
Naasir había tenido que escuchar eso. No era una mala persona por dentro, pero
aunque podía ponerse una piel culta que engañaba a la gente, en el interior, a veces
todavía no sabía cómo comportarse. Cuando era más joven y empezó a sentir el
impulso de follar con las mujeres, y antes de haber crecido hasta el punto que
muchas del sexo opuesto le encontraban irresistible; había tratado de cortejar a las
chicas llevándoles carne y cosas brillantes.
Resultó que las había asustado.
—La mayoría de las mujeres y las niñas —le había dicho Dmitri—, no saben que
hacer cuando un hombre deja caer un pedazo de carne cruda en sus manos.
Había aprendido la lección después de que las chicas gritaran, dejando caer una
carne perfectamente buena que había pasado tiempo cazando y desollando. Cuando
había vuelto con cosas brillantes, le habían mirado con ojos enormes y él había olido
el hedor del miedo. Le había enfurecido y confundido y había vuelto con Dmitri.
—No voy a hacerles daño.
—Por desgracia, ahora te ven como una amenaza. Comienza con las cosas
brillantes la próxima vez y sáltate la carne. Si hueles miedo en una mujer, retrocede y
no vuelvas.
El consejo de Dmitri había funcionado. A algunas mujeres les gustaban las cosas
brillantes y les gustaba estar desnudas con él, pero luego las había asustado en la
cama. Al parecer, morder no siempre estaba permitido y golpear en la humedad de
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la mujer no siempre era aceptable. Esas mujeres le habían empujado fuera y gritado
que debería ser "suave" y "amable" y no "una bestia salvaje”. Irritado, había
encontrado otras a las que no les importaba si las golpeaba un poquito.
Hoy, muchas mujeres decían que era un buen amante. Lo que ellas no sabían era
que desde que se dio cuenta de lo que era y no era aceptable, ya no desataba todo su
deseo, incluso con las mujeres a las que no les importaba si era duro, no podían
tomarlo. Y con Andrómeda… estaba tan profundamente hambriento sexualmente
que quería darse la vuelta y saltar sobre ella, hacer todas las cosas sexuales que nunca
antes se había permitido a sí mismo.
Una salpicadura sonó detrás de él, acompañado de un pequeño chillido de
asombro.
Sonriendo, se dio la vuelta y se agachó en la orilla del agua.
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Capítulo 16
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—Tu ropa está toda ensangrentada. —Y no había ningún sitio donde robar más.
—La lavaré. No me importa llevar la ropa mojada. El hedor a renacidos es
horrible.
Naasir encontró más de la hierba limón y la aplastó con su túnica antes de tirársela
para que pudiera lavarla. Hizo lo mismo con los pantalones y con las diminutas
bragas que no olían a renacidos, sino a ella. Cálida, almizclada y femenina, le daban
ganas de lamerla.
—Quítate la camiseta y la lavaré también —dijo ella mientras enjuagaba la ropa.
Quitándosela, se la entregó mientras tomaba sus cosas mojadas y las lanzaba sobre
las ramas de los árboles a su alrededor. Entonces, decidiendo que no había razón
para mantener sus pantalones, empezó a quitárselos. Fue mientras vaciaba los
bolsillos que se dio cuenta que su teléfono había desaparecido, probablemente se
había caído durante la lucha con los renacidos.
Su familia se preocuparía si no contactaba con ellos, lo haría a la primera
oportunidad.
—¡Naasir!
—Cierra los ojos. —Él gruñó sin querer hacerlo—. No hay amenazas aquí y quiero
estar limpio.
Sus alas se enfrentaron a él cuando dijo:
—Sí, lo siento. No debería haberte hecho esperar tanto tiempo.
Dejando sus pantalones en la orilla con un trozo de hierba, se lanzó desnudo al
estanque. La temperatura helada le hizo apretar los dientes, pero le encantaba estar
en el agua, le encantaba cómo se deslizaba fría contra su piel. Saliendo a la superficie,
se echó hacia atrás el pelo y vio a Andrómeda mirándole. Sonrió y nadó hacia ella.
—Estás mirando.
—No puedo ver en la oscuridad. —Ella trató de fruncirle el ceño, pero él podía
oler el calor en su piel, como si su sangre corriera rápida—. ¿Dónde están tus
pantalones?
—En la orilla —dijo perezosamente, robando algo de la hierba que ella sostenía
para poder frotarse el hedor a renacidos.
—Date la vuelta.
Cuando él obedeció, ella le recompensó aplastando la hierba en su pelo. Naasir se
echó hacia atrás, un sonido profundo retumbó en su pecho. La sintió detenerse, pero
comenzó de nuevo un instante después, sus fuertes y hábiles dedos le masajearon el
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cuero cabelludo. Cuando ella movió las manos para frotar la hierba sobre los
hombros y la espalda, sintió que su polla ya dura latía.
Era bueno que ella no pudiera ver en la oscuridad o probablemente se marcharía.
No quería que se fuera; quería jugar con ella.
—Abajo. —Le empujó por los hombros.
Hundiéndose, se enjuagó la hierba del cabello. Esta vez, cuando emergió, ella
estaba tanteando para agarrar sus pantalones y poder lavarlos. Sus alas estaban
extendidas sobre el agua, la sangre se había enjuagado y de verdad, de verdad, quería
tocar. Acercándose sigilosamente, pasó una mano por encima de sus plumas
primarias.
Ella se sacudió y le lanzó una mirada por encima del hombro.
—Sabes que eso es de mal comportamiento.
Acercándose a la orilla, él alcanzó su húmeda pero limpia camiseta y la arrojó a un
árbol. Se enganchó a una rama y quedó extendida. El aire de la noche la secaría un
poco al menos.
—A menudo soy malo —dijo con sinceridad—. Me gustan tus alas.
En lugar de seguir en el tema, Andrómeda se ruborizó de un rojo caliente.
—Um, aquí están tus pantalones. Ya los he lavado.
—Gracias. —Sabía que era de buena educación decir eso cuando alguien hacía
algo bueno por ti—. ¿Por qué estás roja?
Ella se alejó nadando en lugar de responder. Lanzando sus vaqueros hacia un
árbol y logrando que colgaran de una rama, nadó tras ella, su pulso acelerado.
¿Estaba jugando con él? Pero cuando llegó a su lado después de haber buceado bajo
el agua, ella jadeó.
—¡Dijiste que no mirarías!
—No lo he hecho. He cerrado los ojos. —Había sido tentador romper su promesa,
pero las promesas tenían que mantenerse. Fue una de las primeras cosas que Dmitri
le enseñó, mantener sus propias promesas.
—Te voy a traer la carne curada que quieres cuando vuelva.
—¿Prometes?
—Sí.
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Dmitri se había ido hacía mucho tiempo en la mente del niño, debió haber sido tres meses
por lo menos. Naasir no había olvidado la promesa, pero no había esperado que Dmitri la
recordara. Había estado tan emocionado por el regreso del hombre al que veía como su padre.
—¡Dmitri! —Se arrojó por la puerta, escapando de los desventurados vampiros que le
cuidaban—. ¡Dmitri! ¡Dmitri!
Unos brazos fuertes lo agarraron con firmeza y lo levantaron del suelo, los ojos oscuros de
Dmitri tristes a pesar de que su boca sonreía. Naasir no sabía por qué Dmitri estaba triste
pero había visto la forma en que los ojos de Dmitri comenzaban a calentarse después de que
estuvieran juntos un rato, así que sabía que él no era lo que entristecía a Dmitri.
—¿Te has portado bien, Naasir?
Naasir agachó la cabeza.
—No. —Se había comido el conejito mascota de la escuela. No había querido hacerlo, pero
estaba justo allí, delante de él, y había estado tan hambriento—. Estoy en un gran problema.
—Ah. —Una profunda risa masculina que le hizo alzar la mirada y desnudar los dientes
en una sonrisa feroz porque podía ver que Dmitri no estaba enojado—. Puedes contármelo
mientras te comes esto.
Naasir tomó el paquete y lo abrió para encontrar el regalo que le había pedido.
—¡Te has acordado!
Con tristeza en los ojos de nuevo, Dmitri le revolvió el pelo.
—Un hombre cumple sus promesas, Naasir.
—¿Naasir?
Se sacudió el recuerdo de la infancia para sostener la bonita mirada brillante de
Andrómeda.
—No he mirado —repitió—. Si miro, será porque me invites.
Con las mejillas calientes, ella le sonrió.
—¿Quieres una carrera?
—Te voy a ganar —advirtió—. Tus alas te frenarán.
—Dame ventaja. No empieces hasta que esté a medio camino.
Encantado con la idea de un juego privado con ella, asintió con la cabeza.
—Está bien. —Elena le había dicho que hacer trampa estaba permitido cuando una
de las partes era más débil que la otra de alguna manera. Como cuando habían
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luchado, Andrómeda hizo trampa, pero fue una trampa de las buenas. Significaba
que podían jugar juntos.
Cuando Andrómeda salió hacia el extremo opuesto de la laguna, vio que era más
elegante y rápida de lo que esperaba. Su compañera había estado guardando más
secretos. Riendo ante su astucia, esperó a que estuviera a medio camino, y luego
comenzó a cortar a través del agua. Había nacido sabiendo nadar.
Después de alcanzarla, podría haberla superado en cualquier momento, pero hizo
algo astuto. Bajó la velocidad como si estuviera cansado, así podía nadar con ella. Y
cuando llegaron al final de la laguna, la dejó lanzarse hacia adelante y tocar la orilla
primero.
—¡Gané! —dijo ella, todo su rostro iluminado—. Me debes una prenda.
—¿Qué quieres? —preguntó, apoyando los brazos en la orilla mientras ella hacía
lo mismo a su lado—. Tengo un tesoro de cosas brillantes.
—¿En serio? —Sus ojos se abrieron, pero sacudió la cabeza—. No quiero una cosa
brillante esta vez, tal vez la próxima vez que gane.
A Naasir le gustó la idea de más juegos.
—Quiero que hagas algo por mí —dijo.
—¿Qué? —Se acercó subrepticiamente, por lo que su ala le rozó el brazo.
—Ven conmigo a una cena celebrada por mis padres.
Naasir parpadeó. A las mujeres les gustaba follar con él, pero nunca había sido
invitado a cenar a casa, y como Andrómeda no quería acostarse con él, no entendía
su petición. A menos...
—¿Quieres sorprender a tus padres? —Naasir era diferente y único. Muchos en el
mundo le querían por sus habilidades, pero también era profundamente otro.
Se aceptaba a sí mismo. Su compañera también tendría que aceptarle, no tratarlo
como un bicho raro.
Andrómeda se rió como si hubiera dicho una gran broma.
Con el ceño fruncido, él empezó a salir del agua.
* *
Al ver como el agua resbalaba por el cuerpo musculoso de Naasir, Andrómeda
perdió la cabeza por un segundo. Sólo cuando expuso la curva superior de sus nalgas
gritó, y colocando una mano en la tensa fuerza de su brazo, lo arrastró hacia abajo.
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Capítulo 17
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—Titus —dijo Neha, el cabello apartado del rostro en un suave moño en la nuca, y
su cuerpo vestido con un sari de seda verde con reflejos dorados—. ¿Cuál es la
emergencia?
Cuando el arcángel que controlaba la mitad sur del continente africano comenzó a
hablar, su voz no era la templada y tranquila como la que normalmente utilizaba en
las reuniones. Era una baja que vibraba con ira en carne viva.
—Uno de mis exploradores ha sido amigo de Jariel durante mucho tiempo y fue
invitado a su casa. Al llegar encontró a la gente de Jariel masacrada, y la cabeza de
Jariel colocada en el centro de la puerta de entrada, un montón de cenizas la única
evidencia de lo que pudo haberle sucedido a su cuerpo.
Con los ojos ónice brillantes y los abultados músculos bajo el azabache de su piel,
Titus dejó de golpe una jarra de cristal. Se quebró derramando cenizas negras sobre
la superficie de madera contra la que el arcángel del sur de África la había estrellado.
—Todos sabemos que el fuego ordinario no crea una ordenada pila de cenizas en
un área definida. Tampoco destruye el cerebro, dejando el resto de la cabeza sin
tocar.
Un silencio de asombro.
¿Arcángel?
Se creía que Jariel estaba a punto de convertirse en un arcángel, le dijo Rafael a su
consorte. Tal vez en las próximas dos décadas.
—¿Estás seguro? —preguntó Astaad a Titus, su barba negra de chivo recortada
contra el blanco sin sol de su piel—. Tenemos que estar seguros.
Las fosas nasales de Tito se dilataron.
—Mi hombre enviará imágenes, pero estoy muy seguro. Por la condición de los
otros restos, sucedió al menos hace una semana, diez días más probable.
No mucho antes del secuestro de Andrómeda, dijo Elena, su mente caminando
claramente por el mismo camino que la suya. ¿Coincidencia?
Yo no creo en tal coincidencia letal.
Alguien tomó aliento cuando las imágenes que Titus había prometido comenzaron
a desplazarse a través de sus pantallas. La cabeza en descomposición de Jariel los
miraba con ojos ciegos, la película sobre el blanco. Imágenes del resto de su hogar
mostraron criados vampiros muertos y ángeles rotos con alas aplastadas. Todos
muertos de formas que eran definitivas, incluso para los que los humanos veían
como inmortales.
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Fue Michaela quién lo dijo, el verde penetrante de sus ojos centrados en la ceniza.
—Sólo hay una manera de confirmarlo.
Titus recogió en silencio las cenizas negro y las sostuvo cerca de la cámara. La
ceniza creada por el fuego y la ceniza creada por una habilidad arcangélical podían
parecer idénticas a simple vista, pero mirabas con suficiente atención a esta última y
las chispas de poder permanecían en su interior durante un máximo de un mes
después.
—Entonces. —La voz de Neha era afilada, la opinión de la arcángel de la India
sobre la masacre inconfundible—. Fue uno de la Cátedra.
Ellos eran los únicos seres en el planeta que podían incinerar con tanto poder. Ni
siquiera se requería fuego de ángel, no si el arcángel estaba cerca del objetivo, una
simple descarga de poder arcangélical concentrado tendría el mismo final.
—¿Por qué? —Astaad sacudió la cabeza, claramente perturbado—. No era de la
Cátedra todavía, no tenía nada que decir en nuestra política.
Rafael volvió a pensar en el secuestro de la erudita y los planes de Lijuan para
Alexander.
—Tal vez alguien decidió deshacerse de un competidor antes de que alcanzara la
madurez —dijo, con cuidado de no revelar mucho, las alianzas eran cosas fluidas y
alguien en esta reunión podría haber formado una con Lijuan.
—Si ese es el caso —dijo Neha en un susurro sedoso que goteaba veneno—, mejor
que vigiles a tu Campanilla para asegurarte de que su cabeza se mantiene pegada a
su cuerpo.
—Tomaré eso en consideración —dijo en un tono suave que no traicionaba nada.
Elijah se movió, acariciando un pequeño puma, tal vez un cachorro, que acababa
de trepar para acomodarse en su escritorio.
—Sólo uno de nosotros es capaz de un acto tan atroz.
—Hablas demasiado pronto, Elijah —dijo Favashi en su tono suave y acerado—.
Cualquiera de nosotros podría estar aprovechando la notoriedad de Lijuan para
hacer un juego de poder. —Clavó la mirada en Michaela, quien se limitó a sonreír
con frialdad—. Cualquiera de nosotros.
Hablaron durante otros diez minutos sin llegar a un consenso sobre la identidad
del autor. Sin embargo, sí tomaron la decisión de advertir a otros siete ángeles que
estaban entre los más poderosos del mundo, una vez que sacabas a la Cátedra de la
ecuación. Illium no estaba en esa lista... pero debería haber estado. A pesar del
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comentario mordaz de Neha, los otros aún no se habían dado cuenta de la intensidad
del aumento en sus niveles de poder.
Desconectando después de pasar unos minutos extra hablando con su madre,
Rafael se volvió hacia Elena. Ésta se acercó a él, su pelo casi blanco recogido en una
coleta y movía un cuchillo entre sus dedos mientras miraba la imagen que Rafael
había congelado en las pantallas, la de la ceniza negra llena de chispas en la mano de
Titus.
—Favashi tiene razón —dijo ella, soltando el cuchillo—. Podría haber sido
cualquiera de vosotros, aunque personalmente te eliminaría de la lista de
sospechosos. —Poniéndose de puntillas, reclamó un beso que filtró calidez mortal en
él, derritiendo el hielo que se había formado durante el transcurso de la reunión—.
También eliminaría a Caliane porque tu madre sólo quiere que la dejen en paz con su
gente.
Rafael le acunó la mandíbula, pasando su pulgar sobre el pómulo.
—Elijah y yo hemos estado en contacto casi a diario en los últimos tiempos. —Los
dos habían decidido trabajar juntos para defender la región contra cualquier nuevo
ataque—. Aparte del hecho de que mis instintos dicen que es demasiado honorable
para un acto tan cobarde, sé que nunca salió de su territorio.
Acercándose, Elena apoyó una mano en su pecho.
—Tampoco veo a Astaad y Neha haciendo esto.
—Astaad prefiere mantenerse al margen del conflicto cuando puede, por lo que
estoy de acuerdo. —El Arcángel de las Islas del Pacífico sólo se había unido a la
coalición contra Lijuan cuando la arcángel de China se atrevió a llevar volando a sus
renacidos sobre su territorio—. En cuanto a Neha... sí, ella es una reina. No
consideraría honorable emboscar a un ángel más débil y más joven en su casa.
—Michaela parecía sorprendentemente normal. —Elena entrecerró los ojos—.
Esperaba que le hubieran crecido cuernos o algo, el modo en que ha mantenido la
cabeza gacha. —Frunció el ceño—. Sólo... —Rompiendo el contacto, se volvió a la
pantalla principal—. ¿Esta cosa graba?
—Por supuesto. —Le enseñó como mostrar la grabación—. ¿Quieres a Michaela?
—Sí. —Ella observó el ciclo dos veces—. Mierda. —Salió casi inaudible—. Tiene la
misma fragilidad que Beth tenía cuando estaba embarazada.
Como la hermana de Elena estaba aterrorizada de él, Rafael había pasado poco
tiempo con ella, pero había visto otras mortales e inmortales embarazadas en su vida.
Y ahora que Elena lo había señalado, notó la nueva delicadeza de la piel de Michaela
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y el hecho de que aunque era una mujer que utilizaba su cuerpo como arma, no había
mostrado nada de esto hoy, su imagen cortada por debajo de la hombros.
—Michaela puede estar embarazada de verdad —dijo Rafael lentamente.
—Santo infierno. —Elena silbó—. ¿Crees que estaba preparando el terreno cuando
nos mintió? ¿Así nadie lo creería cuando sucediera?
Rafael sacudió la cabeza.
—Los embarazos inmortales son demasiado raros para ser predichos con
exactitud. Hay una segunda posibilidad. —Pensó en cómo había encontrado a una
Michaela herida con una bola de fuego de color rojo brillante en la sangrienta
cavidad donde su corazón debería haber estado—. Lo que sea que Uram le hizo,
puede estar empezando a asomar a la superficie.
—¿Podemos confirmarlo de cualquier manera? —Elena sacudió la cabeza casi
antes de que las palabras salieran—. Si se está escondiendo porque es vulnerable,
vamos a dejar que lo haga. —La garganta de su consorte se movió en un movimiento
convulsivo—. Nunca olvidaré su aspecto la noche en el Refugio cuando se llevaron a
Sam. Siempre me he preguntado si perder un hijo la convirtió en tan mercenaria y sin
corazón.
El corazón de Rafael no era tan suave como el de su consorte, y no creía que la
maternidad hubiera cambiado a Michaela, o que la fuera a cambiar, pero si estaba
embarazada, esperaba que el bebé escapara a ser deformado por el veneno de Uram.
—Si está embarazada, puede ser otro evento de la Cascada —dijo, con la mente en
la lucha de Illium por contener los niveles mortales de poder que crecían en su
cuerpo.
Elena dejó escapar un suspiro y se apoyó en él.
—¿Has oído algo de Jason o Naasir?
Extendiendo las alas para deslizarlas sobre las de ella, Rafael asintió.
—Jason está a salvo fuera del territorio de Lijuan, y lleva un rehén herido. —Una
mujer que había sido dada por muerta hace mucho tiempo—. Ni una palabra de
Naasir y la erudita.
Elena cerró la mano alrededor de la suya.
—Es Naasir. Puede salir de cualquier cosa. —Una creencia feroz, pero por debajo
había una sombría preocupación.
Pensando en la ceniza negra en la mano de Titus, Rafael sabía que ella tenía razón
para preocuparse. Naasir era fuerte, rápido y muy inteligente, pero estaba atrapado
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Capítulo 18
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natural del mundo. Y siempre tenía cuidado de no matar animales de los cuales
había un pequeño número en el mundo. No quería que desaparecieran.
Hoy, sin embargo, se dio cuenta de que debería haber intentado pescar, incluso si
se trataba de un método menos eficaz de encontrar alimento, si es que a los peces se
les podía llamar comida. Antes de que pudiera hablar y tratar de impedir el grito de
Andrómeda, ésta dijo:
—Oh, has cazado algo. —Un ceño fruncido—. ¿Crees que es seguro encender
fuego aquí? No parece haber electricidad.
Entrando en la cabaña, Naasir puso su captura sobre la mesa de la cocina.
—No hay razón para que nadie se pregunte sobre esta cabaña desde el aire —dijo
él, pisando con cuidado, porque no estaba seguro si de verdad Andrómeda no estaba
enfadada por haberle traído carne—. Los vecinos que saben que está vacía se han
ido.
—Excelente. Descubrí las herramientas para hacer fuego. —Preparó el fuego con
los palos y pedazos de madera que había en una cesta junto a él, luego lo prendió con
manos competentes.
Dado que ya había limpiado y preparado los resultados de su caza antes de
traérsela, todo lo que tenían que hacer era poner la carne en el asador ya colocado en
la chimenea. Naasir suspiró al ver que una carne perfectamente buena se quemaba,
pero no dijo nada. Sabía que Andrómeda no querría comer carne cruda.
Después de colocar la ropa cerca de la chimenea para que se secaran, ella se sentó
y giró el asador cuando era necesario.
—Has sido muy rápido.
—No tuve que ir muy lejos. —Había olido su presa en su primera salida—. Atrapé
al viejo del grupo, cuya hora había llegado. —Nunca atrapaba los jóvenes, porque
esto habría destruido el ecosistema del que formaba parte.
—Mi agradecimiento al cazador, y mi agradecimiento a la criatura que entregó su
vida para que podamos vivir.
Naasir miró su perfil.
—Eres una erudita.
De alguna manera, ella entendió lo que estaba preguntando.
—No crecí siendo una erudita. Mis padres viven en una parte indómita del
territorio de Charisemnon. —Cuando Naasir enseñó los dientes al oír el nombre de
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su abuelo, ella asintió con la cabeza, sus siguientes palabras contundentes—. Sí, es
una excusa repugnante de arcángel.
La emoción fea en el tono de Andrómeda le hizo gruñir.
—¿Te tocó cuando eras una cachorra? —Naasir conocía los apetitos de
Charisemnon, que se llevaba a las no completamente adultas a su cama.
Andrómeda se estremeció.
—No… pero me miraba de una manera que me hacía sentir como si tuviera arañas
arrastrándose sobre mi piel. —Se sacudió, deshaciéndose del recuerdo de esa
sensación—. Mis padres controlan un sector remoto para él y es un lugar extenso
lleno de criaturas salvajes y libres.
Su tono cambió, su amor por su patria lejana un segundo latido.
—Vi la naturaleza en su forma más feroz y despiadada mientras crecía. Hay
depredadores y hay presas. El león caza al antílope y lo derriba, y el guepardo caza a
la gacela. Es el orden natural de las cosas. Son sólo aquellos que cazan sin necesidad
de alimento los que trastornan ese orden.
Sintiéndose más cómodo a medida que sus pantalones empezaban a humear por
el calor y se secaban totalmente por fin, con su pecho desnudo calentado por el
fuego, Naasir estiró las piernas.
—Me alegro de que no seas vegetariana. —Conocía eruditos que sólo comían
cosas verdes, le parecían criaturas fascinantes. ¿Quién podía vivir comiendo solo
hojas verdes?
Una suave risa de la mujer a su lado, la que olía más deliciosa que la carne y que
tenía el pelo hermosamente incontrolable en el que quería frotar la cara.
—¿Necesitas sangre?
Pensó en ello. Se comería parte de la carne aunque estuviera cocinada, y se había
alimentado bien durante el viaje a la fortaleza de Lijuan.
—No. Todavía no. —Mirándola, se permitió volver los ojos a su pulso.
Saltó.
Se obligó a apartar la mirada cuando su polla comenzó a hincharse y endurecerse,
se quedó mirando las llamas.
—No de ti —dijo, las palabras salieron roncas, quería inmovilizarla contra el suelo
y hundir los colmillos en ella al mismo tiempo que su polla—. Necesitas tu fuerza.
Encontraré alguien más.
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Ella no dijo nada, pero había una nueva rigidez en ella mientras terminaban de ver
cómo se cocinaba la carne. Cuando terminó, comieron en silencio. Él le dio las
mejores piezas pero ella seguía sin hablar con él como había hecho antes. Incapaz de
averiguar lo que había hecho mal, se decidió a hablar de otra cosa.
—¿Hiciste tu voto porque tus padres no pueden controlar su necesidad de follar?
Ella levantó la cabeza de golpe. Estaba tan pálida que sus pecas resaltaban
marcadas contra su piel, se terminó la comida en su plato y se levantó para lavarlo.
Luego fue a la cama que había hecho usando las sábanas de la alacena, y se acostó.
Como no quería hacerle daño haciendo más preguntas, él terminó su propia
comida en silencio antes de ir a montar guardia en la ventana para que pudiera
dormir segura.
—En parte sí. —Una confesión suave desde la cama casi diez minutos después—.
Pero no toda.
Él esperó; podía ser paciente cuando era necesario. A veces, no se movía durante
horas cuando cazaba presas astutas.
Sentada con los brazos envueltos alrededor de las rodillas levantadas, Andrómeda
le miró a los ojos.
—Soy yo —dijo ella, su tono ronco, se agarraba con fuerza la muñeca de una mano
con la otra—. Tengo los mismos impulsos carnales que mi madre.
—¿Quieres follar con mucha gente? —Trató de no gruñir ante esas palabras, a
pesar de que le daban ganas de gruñir, él iba a mantener a su compañera para sí
mismo. La satisfaría tantas veces como ella quisiera, pero nadie más iba a tocarla.
Andrómeda tragó.
—Me temo que eso es exactamente en lo que me voy a convertir si cedo a la
necesidad dentro de mí.
Naasir se esforzó por entender.
—¿Nunca te has acostado con nadie?
—No —admitió Andrómeda, consciente de que él no entendería su elección. Era
una criatura vibrante, crudamente sexual. Estar con él había hecho que sus propios
instintos sexuales dormidos lucharan por despertar; quería frotarse contra él, quería
saborearle y ser saboreada.
Convirtiendo el ceño en una mueca, Naasir se acercó para agacharse delante de
ella. Ella había cambiado de posición para sentarse con las piernas sobre el borde de
la cama, y de repente se dio cuenta de que él sería capaz de ver directamente entre
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sus muslos, si no tenía cuidado. Sus bragas estaban todavía cerca de la chimenea, la
fina tela probablemente ya seca a estas alturas.
—¿No duele estar solo? —Le preguntó, el cabello le cayó por un lado cuando
ladeó la cabeza de esa manera que tenía —. A mí me gusta ser acariciado. ¿No
necesitas acariciar?
Su honestidad exigió lo mismo de ella.
—Me he obligado a no necesitarlo. —Había sido brutal cuando su inclinación
natural era revolcarse en sensaciones—. Es por eso que escogí la espada. Para poner
mi energía sexual en la violencia controlada. —En lugar de en el tipo de sadismo
practicado por sus padres.
—Luchar es como follar. —Los ojos de Naasir brillaban—. No es lo mismo, pero
hace que la sangre bombee y me pone listo.
Cuando Andrómeda dejó caer los ojos por instinto, tuvo que obligarlos a subir. No
tenía que comprobar si estaba o no excitado.
—El placer sexual es como una droga —le dijo a Naasir—. Te conviertes en adicto
a ello hasta que se hace cargo de tu vida, hasta que el placer por sí solo no es
suficiente y la búsqueda de la novedad resulta brutal. Al menos eso es lo que pasa
con mi familia.
—Tus padres gobiernan un sector —señaló Naasir—. Hacen otras cosas.
—Es un sector lejano y no muy importante. —Charisemnon podría tener apetitos
desviados, pero todavía era un arcángel y ningún tonto. Sabía que su hija y su
marido no eran capaces de dirigir un sector grande, por lo que les había metido en
un pequeño rincón sin importancia, políticamente hablando.
—También tienen dos mayordomos que pueden dirigir el territorio sin
instrucciones, lo han estado haciendo durante mucho tiempo. —Los gemelos habían
estado allí desde mucho antes de que siquiera hubieran nacido la madre o el padre
de Andrómeda—. Mis padres son lo bastante poderosos como para ser peligrosos
cuando se les solicita que defiendan el territorio, pero de otra manera…
Se agarró una mano con la otra, apretando firmemente para frenar las ganas de
estirarlas y jugar con la sedosa tentación del cabello de Naasir.
—Están hastiados, han sido disolutos y sexualmente violentos desde que eran
jóvenes. —Había leído historias sobre el desenfreno de sus padres, todos sus
movimientos registrados en las crónicas por la línea de sangre de su madre.
—El hecho de que no puedan controlar sus impulsos les hace débiles. —La mirada
de Naasir era como un rayo, como si golpeara la luz a través de ella, dejando al
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descubierto todos sus secretos—. Una mujer que ha luchado contra sus instintos
sensuales naturales durante cientos de años no es débil.
Andrómeda contuvo el aliento, quería agarrar sus palabras y atesorarlas.
—Requiere un control constante.
Un encogimiento de hombros.
—Tengo que ejercer el mismo para no actuar demasiado inhumano.
—No lo hagas —se encontró diciendo ella—. No actúes conmigo.
Chasqueando los dientes ante ella, sonrió ante su pequeño salto.
—Pensé que querías que actuara civilizado.
—¡Argh! Te dije eso una vez cuando me volvías loca. —Empujó la piel caliente,
desnuda de sus hombros cuando él se rió con una diversión perversa en sus ojos—.
Tú me haces querer actuar totalmente incivilizada.
Los ojos de Naasir se iluminaron.
—Bien. —Poniéndose en pie, dijo—: Tengo que vigilar. Descansa y piensa acerca
de las opciones.
Ella frunció el ceño a su espalda cuando él retomó su puesto junto a la ventana.
—No trates de darme órdenes cuando no estamos arrastrándonos por ahí.
Echando un vistazo por encima del hombro, Naasir levantó una ceja.
—Duerme o te caerás cuando te muevas con dificultad. No has dominado el arte
de arrastrarte todavía.
Ella le lanzó una almohada.
Atrapándola, se echó a reír con evidente alegría, sus garras aparentes sobre la
suavidad de la almohada. Su travesura impenitente hizo que Andrómeda curvara los
labios mientras caía sobre la cama y se tapaba con la sábana, programando su mente
para despertar en unas horas, así Naasir, también podría descansar. Era mayor y más
fuerte que ella, pero todavía necesitaba descansar. Como necesitaba sangre.
Su estado de ánimo se hundió de nuevo al pensar en él alimentándose de otra
mujer.
Pero eso, también, era el orden natural de las cosas. Naasir era una criatura sexual
y las mujeres se sentían atraídas por él. No había lugar en su vida para una erudita
que había tomado un voto de celibato antes de que hubiera entendido qué era
necesitar, desear desesperadamente… mirar a los ojos de plata fundida y ver un
futuro mucho más extraordinario que el escrito en su sangre.
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* *
Andrómeda y Naasir abandonaron la casa al caer la noche, totalmente vestidos
con sus ropas secas. Naasir le había ordenado cortar una sábana y utilizar las tiras
para envolverse los pies, ya que sus zapatillas habían quedado destrozadas durante
las últimas horas antes del amanecer. Usó la sábana más vieja que pudo encontrar, la
que parecía como si la hubieran olvidado en el armario.
Rejuvenecida por el sueño y la alimentación, con los pies protegidos lo
suficientemente para que las piedras no le cortaran las plantas, fue capaz de caminar
durante horas sin flaquear.
—¿Por qué me has rescatado? —preguntó a Naasir a mitad de camino—. Le di a
Jessamy una copia de los detalles de mi investigación para su custodia.
Ojos plateados brillaron hacia ella.
—Deja de insultarme.
Frunciendo el ceño cuando él se dio la vuelta y siguió caminando, le pinchó el
hombro con la punta de su espada, teniendo mucho cuidado de no romper su
magnífica y acariciable piel.
—Era una pregunta perfectamente razonable. Soy un aprendiz, y no soy parte de
ninguna corte. —Una mentira, pero era una mentira que había elegido vivir... y que
viviría durante los días de libertad que le quedaban.
—Jessamy no pertenece a ninguna corte y a todas las cortes, y también los que
trabajan para ella. —Gruñó cuando ella fue a pincharle de nuevo—. Te voy a morder
si no tienes cuidado.
Apretando los muslos, ella trató de pensar en cosas frías y no sensuales. Excepto
que su disciplina parecía haberla abandonado. Cuando pasó junto a él en un esfuerzo
por dejar atrás el deseo que se arrastraba sobre su piel, él se acercó a su lado, inhaló
profundamente y sonrió. Ella levantó la espada antes de que él pudiera abrir la boca.
—Di una sola palabra y te atravesaré con esto.
—¿Me harías daño?
—Eres un vampiro de seiscientos años. Te recuperarías.
Él le mostró los colmillos y siguieron caminando. Ella tardó lo que se sintió como
un eón en poner su cuerpo bajo control de nuevo, e incluso entonces, era un control
débil en el mejor de los casos. Cada vez que le veía moverse, cada vez que su olor le
llegaba a la nariz, cada vez que él decía algo con esa voz baja y gruñona que se sentía
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Capítulo 19
¿Andi?
No era un nombre angelical, en absoluto… pero le gustó.
—Tocarte el pelo —admitió, ya que había sido sorprendida in fraganti.
Bostezando, él le soltó la mano.
—Puedes hacerlo. —Luego pareció caer dormido de nuevo.
Sin creérselo del todo, ella estiró la mano y entrelazó los dedos a través de los
mechones deliciosamente suaves. Él no se despertó, ni siquiera se movió, aunque ella
era consciente de que era como un gran gato que dormía con un ojo abierto en
sentido figurado. Incluso tenía rayas como un tigre.
¿Qué?
Parpadeando, miró de nuevo sus brazos y su cara. La ilusión permanecía. Levantó
la mirada, preguntándose si era causado por una combinación particular de ramas de
árboles, pero no vio nada que pudiera explicar el patrón de sombras debajo del
profundo bronceado de su piel dorada.
—¿Qué eres? —susurró ella, pero él no se despertó esta vez, o si la escuchó, optó
por mantener sus secretos.
Le acarició el pelo durante mucho tiempo, su placer en el acto le llegaba hasta los
huesos. Se sentía exactamente como acariciar a un animal salvaje que había decidido
permitir que se acercara. No estaba domado y cualquier persona que cometiera ese
error lo lamentaría, pero por ahora, había decidido que ella le gustaba. Sabía que
cambiaría en el segundo que tomara su posición forzada en una corte enemiga, y eso,
también, era inevitable.
Sentía el corazón como si estuviera siendo aplastado en un puño gigante de metal.
* *
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Naasir tenía que alimentarse esa noche. Dejó a Andrómeda esperando en los
espesos árboles al lado de un pequeño pueblo, entró, encontró a su presa, se alimentó
y volvió. Todo el ejercicio le llevó seis minutos como máximo, pero incluso eso
pareció demasiado tiempo. Sabía que Andrómeda podía defenderse, también sabía
que si no se alimentaba, no podría protegerla, pero aún así se sentía mal alimentarse
de otra cuando ella estaba en su vida.
Cuando regresó, Andrómeda no estaba donde la había dejado. No es que le
llevara mucho tiempo rastrearla a un pequeño arroyo cercano. Su cuerpo estaba
rígido, las bonitas alas con un patrón como el de un pájaro atrapado en tierra.
—¿Hecho? —preguntó ella sin volverse.
—Sí.
Ella se puso a su lado para continuar el viaje, pero él podía sentir que algo iba mal
en el aire. Como le había demostrado, él podía ponerse una piel civilizada cuando
era necesario. La mayoría de las mujeres a las que había llevado a la cama nunca, ni
una sola vez le habían visto con nada parecido a su piel real. Sólo habían visto la
imagen fría y culta que les hacía temblar con un miedo primitivo que aumentaba su
placer sexual.
Era un juego que no era un juego, sino una especie de mentira, y no le salía
instintivamente. Había aprendido cómo llevarlo a cabo sólo después de darse cuenta
de que de otro modo, las mujeres no le permitirían acercarse a sus cuerpos suaves y
su piel delicada.
No actúes conmigo.
Andrómeda podría saltar cuando la asustaba juguetonamente, pero no se había
estremecido ni una vez cuando contaba. Había estado feliz cuando le llevó carne,
había dejado que la tocara con sus garras, no le había mirado con horror aterrorizado
sólo porque no era como los demás hombres. No, ella lo miraba como si quisiera
acariciarle, morderle y jugar con él.
Excepto esta noche. Esta noche, ella no le miraba.
—Elegí un hombre.
Ella tropezó con algo en su camino y se enderezó.
—Oh. —Una larga pausa antes de decir—: creía que no te gustaban los hombres
de esa manera. —Su voz era firme, como si no estuviera respirando correctamente.
—La comida es comida. —Mientras no estuviera enferma como la sangre que
corría por las venas de los renacidos de Lijuan, le mantendría con vida.
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Bajó hasta quedar a apenas uno centímetros de esa boca de exuberantes labios
sobre los cuales ella todavía tenía las manos.
—Si Dmitri no me hubiera enseñado a ser civilizado —susurró—, probablemente
ya me habría comido a algunas de las mujeres.
Cuando los ojos de Andrómeda se abrieron enormes, se dio cuenta de que había
cometido un error, le había mostrado demasiado de su naturaleza. Iba a apartarse de
ella antes de que gritara o actuara aterrorizaba porque no estaba seguro de poder
manejar el dolor, cuando ella le mantuvo en el lugar agarrándole por la camiseta.
Tirando de él, ella susurró:
—¿Te estás divirtiendo?
Sabía que debía mentir, pero que no quería estar con nadie que esperara que se
escondiera. Janvier y Ashwini no se escondían el uno del otro. Honor sabía todos los
secretos de Dmitri.
—No —dijo—. Soy totalmente capaz de comer una persona, pero tendría que
odiarlos y estar realmente hambriento. —Pensó en contarle lo que le había hecho al
ángel que le había creado, decidió ver cómo se tomaba esta primera verdad.
Diminutas arrugas se formaron entre las cejas de Andrómeda.
—¿Piensas en mí como alimento? —Fue un gruñido.
—No. —Aflojando los músculos, frotó su nariz sobre la de ella—. Si te muerdo,
será jugando. Y si te como, será porque tenga mi lengua en tu…
Ella puso la mano sobre su boca.
* *
Con el pulso acelerado, Andrómeda miró a los ojos de la criatura salvaje y
hermosa que estaba rompiendo todas las barreras que había creado en un esfuerzo
por vivir una vida de honor y disciplina en la que no sólo usaría, sino que crearía y
daría. Él era tan puro, con un núcleo de honestidad primitivo que la atraía como una
polilla a una llama. Sabía que nunca conocería a alguien como Naasir, ni siquiera
aunque viviera hasta los diez mil años.
Una parte de ella quería aceptar su invitación, estar con él, acaparar recuerdos
contra lo que estaba por venir. Estaba obligada a servir en la corte de Charisemnon
durante quinientos años, y conociendo a su abuelo, esos quinientos años serían un
horror tras otro. Seguramente, susurró la desesperación en ella, seguramente podría
tener a Naasir sólo un rato.
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vivió ya no existe, y los eruditos han pasado miles de años tratando de localizar el
legendario Grimoire Estrella sin éxito.
—Cuéntame todo —exigió de nuevo.
Estúpidamente feliz por su obstinada determinación, ella cedió.
—Es un libro de criaturas fantásticas y misterios ocultos que se supone fue escrito
por un ángel hace tanto tiempo que su nombre se ha perdido en los Archivos. Se dice
que en sus páginas hay ilustraciones de una belleza extrema pintadas a mano por la
más querida de las concubinas del ángel.
—¿Cómo es?
—Tapas de cuero, con un broche de oro. —Una descripción frustrantemente
incompleta—. Nadie parece querer describir su apariencia física, al igual de lo que
aparentemente se encuentra dentro.
Naasir la miró tan intesnamente que ella supo que quería más. Así que le dio más,
y mientras lo hcacía aprendió que a él le gustaba escucharla contar historias de
tiempos lejanos. No le aburría la historia que ella tenía en la cabeza y muy a menudo
decía algo que le hacía ver las cosas bajo una luz completamente nueva.
Sí, nunca olvidaría a Naasir. No mientras respirara.
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Capítulo 20
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Capítulo 21
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tenía que decirle que sólo podía volar una vez que hubieran pasado el último de los
exploradores aéreos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Naasir, sus ojos escudriñando la costa mientras la
barcaza se alejaba unos pocos segundos más tarde.
—Creo que deberíamos ir a Amanat, conseguir suministros y dirigirnos a la
ubicación más probable.
—¿Le contaste a Lijuan ese lugar?
Ella puso los ojos en blanco.
—Por supuesto que no. Mentí. —Ser obligada a presenciar la tortura de Heng en
los dientes de los perros sólo había fortalecido su determinación—. Muy
convincentemente, debo añadir. Es probable que Xi esté cerca del Kilimanjaro en este
momento.
—Sabía que eras astuta. —Con los ojos brillando con esa declaración de
aprobación, Naasir le pasó un brazo alrededor del cuello y la arrastró hacia sí. Esta
vez, el chasquido de sus dientes fue juguetón—. Vuela a Amanat una vez que
estemos fuera del alcance de los centinelas. Yo llegaré allí por mi cuenta.
Su instinto y su corazón se rebelaron.
—No voy a dejarte solo.
—Seré capaz de viajar más rápido solo una vez que llegué a tierra. —Sacó algo de
su bolsillo. Era un pesado anillo de oro con la letra N grabada en él, el grabado tenía
diamantes incrustados—. Esto te permitirá entrar en Amanat. Mantente escondida
hasta que aparezca un centinela, luego, muéstraselo.
Tomando el anillo, pasó el pulgar sobre la joya. No habría pensado que esto era su
tipo de joyería, la pulsera de identidad que llevaba encajaba mucho mejor con él.
—¿Por qué lo llevas en vez de usarlo?
Él mantuvo el brazo a su alrededor y frotó la mandíbula contra su sien.
—Me gustan las cosas brillantes, pero no llevarlas. Caliane me lo dio en
agradecimiento por mi ayuda en la protección de su ciudad cuando despertó.
—Lo mantendré a salvo —dijo, mientras él se acercaba y desenganchaba la sencilla
cadena de oro que ella siempre llevaba alrededor de su cuello y que había
sobrevivido a todas sus aventuras. Deslizó el anillo en ella y lo enganchó de nuevo
alrededor de su cuello, rozándole la nuca con los dedos.
Sus pezones se apretaron, un escalofrío onduló sobre su piel.
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Debería haber protestado por esas caricias familiares, pero no se sentía mal, como
no se había sentido mal acariciarle el pelo con los dedos. Andrómeda no podía
pensar demasiado en eso, o empezaría a doler en lo más profundo.
—¿Hay alguien por quien deba preguntar cuando llegue a Amanat? —preguntó,
echando un vistazo a lo lejos para que él no viera lo que trataba de ocultar.
—Isabel. —Naasir la atrajo contra los músculos calientes de su cuerpo—. Ella fue
mi compañera durante mi estancia allí, y ha decidido permanecer en la ciudad.
Andrómeda no tenía ganas de luchar contra su abrazo.
—La he visto en el Refugio. —Una guerrera alta y competente que había elegido
caminar por la senda de un asceta.
Cuatro horas más tarde, extendió las alas en preparación para el vuelo.
—Te esperaré. —Nada estaría bien hasta que él estuviera con ella de nuevo—.
Mantente a salvo.
Naasir la vio elevarse hacia el cielo, su pelo plateado brillaba a la luz de la luna.
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Capítulo 23
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Ella lo reconoció por las descripciones de los informes: Avi, una de las personas de
mayor confianza de Caliane, y un ángel que había regresado en silencio a su lado tan
pronto como Caliane despertó.
—Mi nombre es Andrómeda —dijo ella—. Soy una erudita que ha escapado
recientemente de la ciudadela de Lijuan, gracias a Jason y Naasir. —Levantando la
mano a su cuello, sacó la cadena que sostenía el anillo de Naasir—. Vengo a ver a
Isabel.
—¿Naasir no está contigo? —Ninguna fría máscara ahora, la preocupación de Avi
oscurecía su mirada.
—Él viene por tierra. —Andrómeda cerró los dedos, su preocupación por Naasir
un eco constante en el fondo de su mente—. Tenía más sentido para mí venir
volando.
Un pequeño asentimiento y el ángel la llevó a la ciudad después de hacer que de
alguna manera el escudo se separara. O tal vez era su arcángel quien había separado
el escudo para él.
—¿Suyin? —preguntó.
—En el anshara —le dijo Avi secamente.
Andrómeda se negaba a ser apartada como una niña.
—¿Va a estar bien? —preguntó, incapaz de olvidar el dolor agónico que marcaba
la mirada de Suyin.
Girándose para clavar esos penetrantes ojos verdes, Avi se tomó su tiempo para
responder, pero cuando lo hizo, su tono fue más suave.
—Keir dice que es lo mejor para ella. Sus heridas físicas se curarán, pero cuando
despierte, lo hará en una ciudad donde a menudo fue una atesorada invitada antes
de su encarcelamiento. —Un toque inesperado en el pelo de Andrómeda, como un
padre podría hacer con un niño—. No tengas miedo, joven, Suyin tiene amigos aquí
que la protegerán y la ayudarán a sanar las heridas no tan visibles.
Con la garganta cerrada, Andrómeda asintió. Avi dejó caer la mano de su pelo y
la llevó a Amanat. Le tomó un minuto conseguir controlar sus emociones lo
suficiente para ver con claridad, y luego, tuvo que luchar para no mirar embobada
como una principiante.
Para una historiadora, Amanat era un sueño febril hecho realidad.
Con cada uno de sus pasos, entraba en la historia misma. La arquitectura, las
esculturas etéreas en piedra de los muros que formaban los edificios, los adoquines
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de vetas de minerales en el camino sobre el que Avi y ella avanzaban, los jardines en
las ventanas que derramaban flores en todas direcciones, todos ellos luchaban por
capturar su atención, pero ella se centró primero en la gente que había dormido tanto
tiempo al lado de su arcángel.
Estaban vestidos con vestidos brillantes que fluían en lo que se refería a las
mujeres no-guerreras y túnicas y pantalones bordados para los hombres no-
guerreros. Algunos hombres, pocos, llevaban túnicas similares a caftanes. En
contraste, al igual que con Avi, los guerreros estaban vestidos de manera muy
parecida a los guerreros en cualquier parte del mundo. También tenían los mismos
ojos sombríos y el aspecto alerta.
Con todo, no tan diferentes de los hombres y mujeres de la corte de Lijuan. Sólo
que aquí, nadie evitaba su mirada, y en lugar de vislumbrar miedo tembloroso en sus
rostros, oía risas por las calles, los que no eran guerreros le regalaban sonrisas, y
secos gestos de bienvenida los que lo eran.
Y esto en la casa de una arcángel una vez juzgada loca, una arcángel que había
cantado a toda la población adulta de dos ciudades prósperas hasta guiarlos al mar.
Cadáveres hinchados habían sembrado la playa después, picoteados por los pájaros,
fueron encontrados por los niños sin madre y sin padre, que habían quedado tan
traumatizados por el horror que se habían acurrucado y murieron “de tanto dolor
como los inmortales nunca conocerán”.
Palabras de Keir, registradas para las Historias por una Jessamy con un corazón
igualmente roto.
¿Era posible que Lijuan, también pudiera un día convertirse en una mejor versión
de sí misma? Andrómeda se mordió el labio inferior, incapaz de ver ese futuro.
Caliane había Dormido para alejar su locura mientras que Lijuan se alimentaba de la
fuerza de vida de su pueblo.
—Erudita.
Arrancada de sus pensamientos inquietantes, vio que se habían detenido delante
de un arco.
—Isabel está dentro —dijo Avi—. Te dejaré hablar con ella.
—Gracias. —Atravesando el arco, Andrómeda se encontró a la sombra de los
árboles, pero todavía en un patio lleno de luz rodeado de casas de dos pisos y vacío
excepto por una ángel que practicaba unos katas de artes marciales. La ángel era alta
y musculosa de una manera tonificada y fluida, llevaba el pelo negro recogido en una
trenza y sus alas eran blancas con un toque de delicado verde en las primarias.
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En lugar del cuero de los guerreros, llevaba vaqueros negros con botas del mismo
tono, su camiseta blanca suelta y de manga larga, sujeta a las muñecas. Nada de eso
alteraba el hecho de que era una luchadora entrenada y peligrosa que se movía con
una economía de movimiento que le dijo que Isabel no sería llamativa en una pelea,
sería eficaz.
A pesar de su cansancio, Andrómeda se quedó atrás, detestaba interrumpir; sabía
lo mucho que significaba encontrar la paz en un patrón tan tranquilo de
movimientos. Isabel se estaba preparando para el día e interrumpirla sería hacer
añicos su concentración.
Andrómeda encontró una medida de la paz en la simple observación de la otra
mujer.
Completando su kata varios minutos más tarde, Isabel se tomó un momento de
silencio antes de levantar la vista. Su sonrisa era tranquila pero profunda, los ojos de
un marrón más oscuro que el chocolate negro y su piel de un oro rojizo. Apuesta en
lugar de hermosa, Isabel poseía una confianza regia que decía que podía comandar
ejércitos y cortes sin romper su paso.
—Tú debes ser la Andi de Naasir.
Andrómeda parpadeó.
—¿Cómo puedes saber eso? —No su identidad, sino el apodo de Naasir.
—Naasir pidió prestado un teléfono por satélite al capitán de la barcaza después
de que te fuiste. —La sonrisa de Isabel se hizo más profunda—. No es algo natural
para él, pero ha aprendido todo sobre tecnología de Illium.
—Es más inteligente que la mayoría de los eruditos. —Andrómeda trató de no
sonar demasiado orgullosa y posesiva, no estaba segura de haberlo logrado cuando
los ojos de Isabel se arrugaron como si estuviera conteniendo la risa—. Más
perceptivo, también —añadió, sin poder evitarlo.
El acuerdo de Isabel fue evidente.
—Y sí —dijo Andrómeda—, soy Andi. —Podría ser esa mujer aquí, esa erudita
joven y felizmente imprudente que tenía aventuras con un salvaje y maravilloso
hombre que llevaba rayas de tigre secretas bajo su piel—. ¿Ha contactado Naasir
desde entonces? —El nudo en su estómago no se disolvería hasta que pudiera verlo,
tocarlo, inhalar su olor.
—No —dijo Isabel—. Pero llegará a Amanat en mucho menos tiempo del que
tomaría a cualquier otro vampiro, de eso estoy segura. —El obvio afecto en el tono de
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la otra mujer desmentía las malas lenguas de los que decían que era una autómata
carente de emociones—. Ven. Te mostraré donde puedes bañarte y descansar.
Andrómeda quería preguntarle cómo era vivir la vida de un asceta, asexual y
sereno, durante tanto tiempo, pero no pudo encontrar el coraje... porque sabía que su
propia determinación estaba en el punto de ruptura.
—Voy a tener que reunir suministros para nuestro próximo viaje —dijo en cambio,
su voz áspera por la necesidad y una soledad palpitante y embotada.
—Naasir lo mencionó. Descansa primero, luego debes presentar tus respetos a
Caliane. Mientras tanto, reuniré los suministros.
Andrómeda se tambaleó, apenas escuchó la última frase de Isabel.
—¿Qué?
—Estás en su ciudad —dijo suavemente la guerrera—. Es una cuestión de forma...
a pesar de que es consciente de tu línea de sangre, por lo que es posible que te someta
a un escrutinio más profundo.
Los pulmones de Andrómeda se tensaron.
—Aprecio la advertencia.
Guiándola a un conjunto de escalones al otro lado del patio, Isabel le mostró un
apartamento en el segundo piso lleno de luz del sol. Las ventanas estaban abiertas,
cortinas de encaje transparente estaban apartadas para revelar jardineras rebosantes
de vida; más flores crecían en las grandes macetas del pequeño balcón, al que se
podía salir a través de una serie de puertas que también estaban abiertas.
Un viento fresco hacia revolotear las cortinas de encaje en el aire, hasta que casi
tocaban la cama con dosel cubierta con sábanas blancas de un exquisito patrón. Bajo
los pies maltratados de Andrómeda, la gruesa alfombra era de un azul profundo.
Más flores, un ramillete de flores silvestres, en un pequeño florero de cristal ubicado
sobre una mesa.
Ese alegre ramillete daba a la elegante habitación un aire de bienvenida y
capricho, como si alguien hubiera salido y recogido las flores sólo para ella.
—Es precioso, gracias. Especialmente las flores.
—Ah, pero no puedo aceptar ningún crédito. —Con los brazos ligeramente
doblados, Isabel se apoyó contra la jamba de la puerta—. Mencioné a una de las
doncellas que venía una amiga de Naasir y ella se encargó de hacer que te sintieras
bienvenida. Él es el favorito de las mujeres.
Andrómeda quería tirar el estúpido ramillete por la ventana.
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Capítulo 24
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para el ángel existir con tanta fuerza dentro de sí mismo, pero Jason había
permanecido contenido y remoto. Ya no más.
—Tu compañera debe echarte de menos —dijo—. Deberías ir a casa.
Los ojos oscuros de Jason parpadearon la fracción más pequeña pero en ese
parpadeo, Naasir vio la necesidad primitiva de su amigo de volver con su princesa.
—Andrómeda y tú necesitaréis respaldo.
—Si ese es el caso, me pondré en contacto con la Torre. —Naasir había pensado un
plan durante su huida y lo había discutido con Andrómeda—. Localizar a Alexander
no es algo seguro. —Andrómeda había dejado claro que su experiencia sólo llegaba
hasta un punto, nadie podía predecir las acciones de un arcángel con precisión
milimétrica.
—Y es mejor si se trata de un equipo de dos —agregó—. Vamos a tener que
movernos con sigilo para que nadie nos vea y avise a la gente de Lijuan que están en
el lugar equivocado.
Jason se estiró y reasentó sus alas en silencio.
—Sabes que tengo gente repartida por todo el mundo. Si necesitas ayuda
inmediata, llámame.
—Compraré un nuevo teléfono antes de salir del país. —Tenía dinero en una
tarjeta almacenada en una fina caja impermeable en su bolsillo trasero. Al principio,
cuando Illium le había dado una tarjeta de este tipo, había pasado horas mirándola,
tratando de averiguar cómo funcionaba. Finalmente, su cerebro había entendido que
la tarjeta era una especie de máquina que movía el dinero de un lugar a otro.
Cuando la usaba en una tienda, la tarjeta movía dinero de su propia tesorería a la
de la tienda. Dmitri e Illium mantenían un ojo en su dinero, así que en realidad no
tenía que pensar mucho en la mecánica. Lo que sí sabía era que tenía un montón de
fondos. Rafael siempre había sido más que justo con sus Siete, y Naasir era muy
bueno en cazar tesoros que todo el mundo creía perdidos.
Tesoros como el estúpido Grimoire.
—Dime lo que sabes acerca de un libro que se llama el Grimoire Estrella —ordenó
a Jason, porque Jason lo sabía todo.
Una ceja enarcada.
—Es un libro mítico codiciado por los que coleccionan ese tipo de cosas.
—¿Sabes dónde está?
Jason entrecerró los ojos.
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—No... pero hace doscientos años, me encontré con un anciano de nuestra raza
que habló de los cierres de cuero rojo del Grimoire y sus bordes de oro. —Una pausa,
Jason inmóvil de una manera que Naasir nunca había visto al otro ángel.
No interrumpió. Los inmortales tenían buenas memorias, pero la de Jason era casi
perfecta. El otro hombre tenía que localizar la pieza correcta de la misma.
—Y este libro de misterios indecibles tenía un broche de oro tallado con la imagen temible
de un grifo en cuclillas. —La voz de Jason contenía un ritmo que no era el suyo.
El recuerdo revolvió a Naasir, haciendo alusión tentadoramente a una pista, pero
se quedó de manera molesta fuera de alcance cuando se abalanzó sobre ella.
—¿Hay algo más único al respecto?
—Sí —dijo Jason, después de casi todo un minuto de silencio—. Una bestia mítica
en oro, estampada o grabada en el cuero de la portada.
La memoria susurró de nuevo, sólo para desvanecerse. No importaba. Naasir tenía
algo entre los dientes ahora. Primero, encontraría a Alexander, luego encontraría el
Grimoire. Porque Andrómeda era su compañera y quería reclamarla. Ella podría no
estar de acuerdo con él todavía, pero olía como su compañera y a ella le gustaba en
su verdadera piel, y era tan feroz como su compañera debía ser.
Le gustaba todo de ella, excepto su voto de celibato.
Por lo menos si encontraba el Grimoire, podría cortejarla de verdad. Quería
seducirla, quería hacerla derretirse. Sobre todo, simplemente quería quedarse con
ella.
* *
Andrómeda se despertó con un cielo surcado de los violetas intensos y dorados de
la puesta del sol.
Todavía con la bata que había descubierto en la parte de atrás de la puerta del
baño, se levantó para encontrar las alas descansadas y sus pies ya no tan doloridos.
Tal vez, se estaba volviendo más fuerte ahora que tenía casi cuatrocientos años.
Frotándose los ojos con ese pensamiento soñoliento, entró en la cámara de baño y se
arrojó agua fría a la cara antes de secarse e ir a explorar las opciones en el armario.
Había cuatro vestidos en varios tonos ricos, tres conjuntos de túnica y pantalones,
e incluso un par de pantalones vaqueros y una camisa. Escogió un pantalón negro y
una túnica a juego, las líneas austeras eran compensadas por el delicado patrón
plateado pintado alrededor de la línea del cuello. Le recordaba al color de los ojos de
Naasir.
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¿Dónde estaba?
Se vistió con esa pregunta golpeando en su sangre, se recogió la masa loca de pelo,
gracias a quedarse dormida mientras todavía estaba húmedo, y de alguna manera lo
domesticó en una trenza. Luego deslizó sus pies en un par de zapatillas de exterior.
También había botas de varias tallas en el armario y sabía que se llevaría un par
cuando Naasir y ella partieran de Amanat.
¿Por qué no estaba aquí?
Dejando la espada en la habitación, no creía que Caliane fuera a sentirse
impresionada si una visitante que iba a presentarle sus respetos llevaba una hoja,
salió a buscar a Isabel. La otra mujer no estaba en su casa, así que Andrómeda detuvo
a un hombre que pasaba para pedirle indicaciones para llegar al templo. Utilizó el
lenguaje que había oído hablar cuando Avi le mostró el patio de Isabel.
Radiante, el guapo ciudadano de piel de ébano de Amanat respondió en la misma
lengua, ofreciéndose a actuar como su escolta para llevarla a su destino.
—Gracias —dijo—, pero me gustaría ir despacio y absorber plenamente esta
maravillosa ciudad.
Con las mejillas hinchadas de nuevo, le dio lo que necesitaba y Andrómeda partió.
El espectáculo de la puesta del sol había comenzado a desvanecerse a una paleta
más pálida, pero no había todavía ninguna necesidad de las altas lámparas que
bordeaban las calles. Cuando miró hacia arriba, vio que a pesar del hierro degradado
que daba la impresión de haber envejecido con Amanat, las luces de dentro eran
eléctricas.
Amanat estaba claramente actualizándose a este siglo. O Caliane tenía más visión
de futuro de lo que Andrómeda había creído, o tenía un asesor con visión de futuro.
Andrómeda apostaría por esto último. Era probable que fuera la amada de Avi,
Jelena. Tan leal a Caliane como Avi, Jelena estaba vivamente interesada en las nuevas
invenciones y tecnologías, y muchas veces había venido a la biblioteca en busca de
acceso a los manuales.
Continuando por el camino, Andrómeda vio un pequeño cachorro negro, su pelaje
liso y brillante, corriendo hacia ella. Cuando se dejó caer delante de ella como
agotado, ella se rió y lo recogió, con lo cual recuperó su energía y fue un bulto
excitado que no paraba de menearse decidido a darle sus húmedos besos de
cachorros.
Andrómeda lo sostuvo durante algún tiempo, su cuerpo caliente y el latido rápido
de su corazón un consuelo, algo familiar en un lugar desconocido. Su infancia podría
haber sido poco ortodoxa de maneras que le había dejado cicatrices, pero también
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había sido feliz a causa de los innumerables animales que habían sido su refugio, sus
amigos y sus compañeros. Ellos no mentían, no la miraban con decepción por sus
inclinaciones académicas, no la hacían sentirse como si fuera un error.
Era bueno que Andrómeda fuera tan claramente la hija de su madre, evitaba
preguntas incómodas sobre el otro lado de la línea de sangre. Andrómeda siempre se
había preguntado si Lailah había elegido a Cato en parte porque él le permitiría
ejercer sus tendencias sin límites. Después de todo, él era exactamente igual
Si fueras mía, no te dejaría follar con otros.
Su rostro se sonrojó mientras el cachorro se retorció para que le dejara en el suelo.
Colocándolo en el suelo, lo vio correr con sus pequeñas piernas rechonchas, pero su
mente estaba en un depredador con ojos de plata.
Naasir era como los animales que la habían mantenido cuerda durante su infancia,
sin ellos no habría tenido amigos. No creía que se tomara la comparación como un
insulto, no cuando tenía el mismo núcleo honesto. Él era mucho, mucho mejor
persona que la mayoría de las personas "normales" que había conocido en sus cerca
de cuatrocientos años de vida.
—¡Andi!
Levantó la cabeza de golpe ante la llamada para encontrar a Isabel saludándola
delante de un conjunto de amplias puertas que conducían al templo excavado en la
ladera de una montaña. Varias mujeres jóvenes de aspecto agotado salían del templo
y se dirigían hacia las casas cercanas.
Túnicas naranja intenso y pantalón sujeto por un cinturón de tela verde atada a un
lado, un top rosa de estilo gi conjuntado con pantalones blancos de pata ancha, una
túnica azul vívido que caía a mitad del muslo con mallas negras; eso eran tres de los
trajes más conservadores.
Reprimiendo una carcajada, Andrómeda se unió a Isabel en las puertas.
—¿Ropa de guerrero?
Diversión cariñosa en los ojos de Isabel.
—Creo que consideran cualquier cosa con pantalones, o que muestre las piernas,
como escandalosa y guerrera. —A diferencia de sus estudiantes alicaídas, Isabel
parecía como si ni siquiera hubiera sudado—. Caliane está paseando por el campo de
naranjos en el otro extremo de la ciudad. Volaremos a ella.
—¿Un campo de naranjos en este clima? —dijo Andrómeda antes de darse cuenta
de que el escudo alrededor de Amanat permitía a la madre de Rafael controlar la
temperatura en su interior—. ¿Nunca baja el escudo?
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—No desde que una doncella fue asesinada por una de las enfermedades de
Charisemnon. — Isabel apretó los labios en una fina línea y el estómago de
Andrómeda se hundió—. Pensó en utilizar a Kahla como portadora, pero murió
antes de infectar a nadie. Rompió el corazón de Caliane.
—Lo siento mucho —dijo Andrómeda, tenía náuseas al conocer que el asesinato
había sido hecho por un miembro de su familia... y estaba aterrada por lo que
Caliane le haría por ello.
—No fuiste tú. —Isabel le apretó el hombro—. Eres tan inocente como Kahla.
Extendiendo las alas antes esas palabras en voz baja, Isabel despegó.
Andrómeda la siguió, sabiendo muy bien que Caliane podría no ser tan
indulgente.
En lo profundo del campo de naranjos, la Anciana no estaba vestida con uno de
los vestidos fluidos con los que tan a menudo estaba representada en pergaminos y
manuscritos ilustrados. En cambio, llevaba cuero marrón desgastado similar al de
Avi, su cabello medianoche recogido en una trenza muy similar a la de Andrómeda.
—Isabel —dijo Caliane a modo de saludo cuando la ángel guerrera aterrizó, su
voz inquietantemente pura—. ¿Mejoran mis doncellas?
—Como caracoles, mi señora.
La sonrisa de Caliane fue inesperada y sorprendentemente hermosa, con los labios
de color rosa suave contra la piel de pura crema.
—Debes ser paciente; son flores de invernadero de repente expuestas al viento y a
la lluvia. —Su sonrisa se desvaneció—. Ojala no fuera necesario enseñarles tanto,
pero el mundo está cambiando a un lugar oscuro donde los inocentes ya no están
seguros.
Isabel inclinó un poco la cabeza en un gesto de respeto.
—Le traigo a Andrómeda. Ella es amiga de Naasir, de quien le hablé antes.
—Ah. —El azul terriblemente puro de los ojos de Caliane, ojos que había legado a
su hijo, se clavaron en los de Andrómeda—. La nieta de Charisemnon. —Dagas de
hielo en esa voz que podría ser un arma hermosa y horrible—. Y sin embargo,
demuestras el buen gusto de escapar de Lijuan para ayudar a salvar la vida de
Alexander.
—Mi Señora. —Insegura de qué más hacer o decir, Andrómeda se inclinó
profundamente, a diferencia de Isabel, ella no era una guerrero de confianza, sino
una invitada mucho más joven.
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—¿Hay alguna razón por la que no debería ejecutarte en este instante por el
crimen cometido en mi ciudad?
Con la sangre rugiendo en los oídos, Andrómeda se atrevió a mirar a los ojos de
Caliane.
—Si solo la sangre es lo que nos define, ningún niño nacido nace en libertad.
Las alas de Caliane brillaron durante un latido sin fin antes de admitir.
—Bien dicho, polluela. Y no parezcas tan aterrorizada, no tengo la costumbre de
hacer daño a los niños por los delitos de sus mayores. —El arcángel miró a Isabel
mientras Andrómeda trataba de evitar temblar—. Vete, Isabel. Sé que debes hacer tu
vuelo sobre la ciudad.
—Señora. — Isabel se fue con otra pequeña inclinación de la cabeza.
—Ella cuida de mi ciudad tan diligentemente como si se tratara de la suya —dijo
Caliane informal mientras le hacía un gesto para que se uniera a ella en su paseo
entre las filas de árboles que componían la arboleda—. Le he dicho a mi hijo que voy
a tentarla para que se quede conmigo, pero él confía en la lealtad de su pueblo. —
Una mirada a Andrómeda—. Tu amigo salvaje no podía esperar para volver al lado
de Rafael.
Andrómeda se tomó un momento para pensar. Algunos ángeles mayores podrían
tomar como un grave insulto una sola palabra equivocada, y ella no tenía ganas de
acabar eviscerado.
—Vuestra ciudad es asombrosa —dijo, sin hacer nada para ocultar su asombro—.
Para mí, es como si me mostraran el cofre del tesoro. —Podría pasar semanas
simplemente caminando por las calles de Amanat, escuchando la cadencia de las
voces de su pueblo—. Pero Naasir es para lugares más salvajes y aventuras menos
civilizadas.
—Como mi hijo. —El amor de Caliane por ese hijo era una flecha afilada al
corazón—. Rafael colecciona el salvajismo del corazón para él.
—Es el arcángel que está menos atascado en el tiempo —se aventuró a decir
Andrómeda—. Incluso Michaela, que tan a menudo juega con las cámaras, mantiene
un tribunal que hoy funciona casi de la misma forma que como lo hacía hace cien
años.
El blanco puro de las alas de Caliane parecía brillar incluso a la luz apagada;
Andrómeda estaba agradecida de que ya no brillaran, porque cuando un arcángel
brillaba, las personas generalmente morían.
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—Es mi hijo —dijo Caliane en voz baja—. Y es el hijo de Nadiel. Juntos, creamos
un niño que un día volará más alto que nosotros dos.
Tenía la sensación de que Caliane estaba hablando más para sí misma que para
ella, así que se mantuvo en silencio.
—Ahora hace que me sienta aún más orgullosa al tratar de proteger a Alexander.
—Una tensión fría en los rasgos regios de Caliane—. Dormí durante ese tiempo, pero
Jelena me dice que Alexander pensó levantar un ejército contra Rafael.
Andrómeda tomó su vida en sus manos.
—Sin embargo, al final no lo hizo —dijo—. Creo que estaba cansado y que vio a
Rafael como un joven intruso. La guerra era la respuesta fácil a su necesidad de
encontrar una razón para seguir viviendo en el mundo. Al final, demostró su
sabiduría y dejó el mundo a los jóvenes.
Caliane clavó a Andrómeda con ojos en llamas llenos de poder.
La garganta de Andrómeda se secó, su pulso un conejo en su pecho.
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Capítulo 25
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* *
Naasir estaba trepando a través de las copas de los árboles de Kagoshima bajo la
luz de las estrellas, los monos residentes charlando con él por la invasión de su
territorio, y Amanat casi a la vista, cuando todo quedó en silencio. Los monos en los
árboles, los caballos salvajes abajo, los pájaros en el cielo. Naasir.
Manteniéndose inmóvil, ni siquiera un aliento agitaba el aire, escuchó. El vello de
la nuca se le erizó, el sistema de alerta temprana uno que los seres civilizados habían
aprendido a ignorar. Naasir no.
Así que captó los olores desconocidos en la brisa, oyó el latido de alas sacudir la
tierra. Girando con mucho cuidado, se dirigió en silencio a través de los árboles. Los
monos no le traicionaron, podrían regañarlo malhumorados, pero cuando se trataba
de animales contra otros, lo veían como uno de ellos.
También sabían quién pertenecía al territorio de Caliane y quién no.
Las alas que Naasir podía ver debajo sin duda no pertenecían. Parecía que había
subestimado a los generales de Lijuan, era pura suerte que el pequeño escuadrón
hubiera llegado demasiado tarde para derribar a Andrómeda del cielo. Apretándose
a lo largo de la rama, Naasir aguzó los sentidos para escuchar lo que los cuatro
ángeles estaban diciendo.
—... ir dentro?
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—Negativo. —El hombre más alto cortó con un gesto de la mano la pregunta de la
única ángel femenino—. No queremos empezar las hostilidades. Philomena dejó
claro que Lady Lijuan tiene otras prioridades. Nuestra tarea sólo es recuperar a la
erudita.
El ángel de la izquierda, el que tenía la piel tan oscura como Naasir, asintió con la
cabeza.
—Debe estar aquí, el último avistamiento en el país la sitúa sobre el extremo
meridional de Kumamoto. No hay otro refugio cerca, y es demasiado joven para
tener la resistencia de haber seguido volando.
—De acuerdo —dijo el hombre, y aunque su dialecto era diferente del de los otros,
era bastante familiar en lo básico.
Cuando Naasir era todavía un niño, Dmitri le había dicho que debía aprender
tantos idiomas como fuera posible, para que nadie pudiera guardarle secretos. Esta
no era la primera vez que el consejo le había proporcionado una buena ventaja.
—Observamos y esperamos —dijo el ángel que parecía ser el líder—. No puede
quedarse aquí indefinidamente.
La mujer parecía dudosa.
—Amanat es una joya para cualquier historiador.
—Pero ella tiene ciertas responsabilidades en el Refugio. Si decide quedarse,
reconsideraremos nuestras opciones.
—¿Podemos darnos el lujo de esperar?
—Philomena la quiere lo más pronto posible, pero podemos esperar esta noche. Si
no se va con el amanecer, me pondré en contacto con la general.
Naasir escuchó más, comprendió que el escuadrón pretendía desplegarse
alrededor de Amanat, cubriendo un cuadrante cada uno. Pensó en derribarlos uno
por uno, pero si estaban acostumbrados a comprobarse entre sí durante cortos
periodos de tiempo, eso traicionaría su baza. Decidió dejarles con su vigilancia y
queriendo asegurarse que ninguno de los cuatro sospechara que los había localizado,
volvió sobre sus pasos hasta que estuvo a cerca de una hora de Amanat, luego corrió
hacia la ciudad abiertamente.
A diferencia de Andrómeda, no tuvo que esperar a que un escolta le permitiera
entrar en el territorio de Caliane. El escudo de la ciudad le conocía, se abrió
automáticamente en una bienvenida que era una onda de energía arcangelical sobre
su piel. La única persona que podría revocar su acceso era Caliane.
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—Estabas preocupada por mí. —Él podía cuidar de sí mismo, pero parecía
correcto que una compañera se preocupara.
—Por supuesto que estaba preocupada. —Andrómeda fingió golpearle en los
hombros mientras él la sostenía en alto, pero fue más una caricia que una censura—.
Te has tomado tu tiempo para llegar aquí.
Realmente quería besarla, estúpido Grimoire, la puso en el suelo y a escondidas le
acarició las alas.
Ella le lanzó una mirada amenazadora, pero sus labios se curvaban arriba en las
esquinas, con los ojos brillantes. Jugaba con él de nuevo. Su propio juego secreto.
Cuando sus dedos rozaron los suyos, cerró la mano sobre la de ella.
—He tenido que evitar al escuadrón de Lijuan —les dijo a ella y a Isabel—. Están
esperando a que Andi salga de Amanat.
Con las manos en las caderas, Isabel pidió más información.
—Hmm —dijo después—. Que se escondan por ahora. Eliminaremos a los cuatro
de la ecuación cuando Andi y tú estéis listos para iros, no queremos dar a Philomena
la oportunidad de enviar refuerzos o reemplazos.
—Nosotros podemos hacerlo —dijo, incluyendo tanto a ambas mujeres en su
declaración.
Isabel negó con la cabeza.
—Los escuadrones de Caliane necesitan la experiencia y la confianza que viene de
derrotar al enemigo.
Naasir decidió que podía permitirles eso al escuadrón; esta presa no era muy
interesante.
—Tengo que hablar con Caliane. —La Anciana le esperaría. No era de ella, pero
pensaba en él como suyo mientras estaba aquí, y por eso, ella tenía su respeto.
Caliane podría ser una arcángel conocida por su gracia y la belleza inquietante de
su voz, pero tenía el mismo instinto asesino que Naasir y la misma devoción a la
familia.
* *
Andrómeda estaba todavía mareada de alivio una hora más tarde, cuando Naasir
trepó a su balcón y entró en su habitación a través de las puertas abiertas. Se había
bañado en alguna parte, estaba vestido con pantalones vaqueros limpios y una
camisa blanca sin cuello con las mangas enrolladas hasta los codos. Hecha de fino
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algodón o lino, era suave y le sentaba tan bien que supo que era suya. Debía haber
dejado ropa en Amanat.
Acercándose a donde ella estaba sentada en el borde de su cama tomando notas en
un pequeño bloc, se sentó a su lado y la acarició con la nariz. Ella debería haberle
detenido pero no lo hizo. Su cálido aliento, su piel caliente, su olor esencialmente
masculino, la humedad de su cabello recién lavado, todo se sentía demasiado bien, se
sentía como la mejor cosa que sentiría jamás.
—¿Te has alimentado? —preguntó en un tono ronco, después de haber notado las
finas líneas de tensión en su rostro cuando llegó por primera vez.
—Sí. —Se tumbó en la cama detrás de ella, como si tuviera todo el derecho a
ocupar su espacio—. ¿Has visto al ángel que rescatamos?
Andrómeda se giró para sentarse con una pierna doblada en la cama, curvando los
dedos de su mano para evitar estirarla y acariciar el duro músculo de su muslo.
—No, está en el anshara.
—Ella fue valiente —dijo Naasir, su tono práctico—. Sobrevivirá.
—El cuerpo, sí, pero me preocupa su mente y su corazón.
—Cuando despierte, ella elegirá vivir o morir en vida. —Palabras crudamente
solemnes—. Nadie puede hacerlo por ella.
Esa mano de metal, estaba de vuelta, aplastando su pecho.
—¿Alguna vez tuviste que hacer eso? —susurró.
—Sí, cuando fui creado. Decidí vivir y ser yo.
Debería haber sido una declaración sin sentido, ¿porque qué recordaba el niño de
su nacimiento? Sin embargo, sabía que era pura verdad, Naasir no mentía.
—Me alegro —dijo—. Me gustas.
Un destello de plata bajo la curva de sus pestañas.
—Acuéstate a mi lado.
Con dolor en el corazón, ella no luchó contra su necesidad o la de Naasir. Se
tumbó a su lado, apoyó la cabeza en una mano... y extendió un ala sobre su pecho.
Su sonrisa la mantuvo cautiva, las manos con las que le acariciaba sus plumas
inesperadamente suaves. A pesar de que permanecía lejos de las zonas muy
sensibles, las caricias hicieron curvarse los dedos.
—Plumas bonitas —murmuró él con las pestañas bajadas mientras disfrutaba—.
¿Sabes que tienes filamentos de bronce que capturan la luz del sol?
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—No, no lo sé. —Andrómeda sabía que sus alas no eran llamativas, pero eran
fuertes y la llevaban a la libertad del cielo. Era más que suficiente.
Naasir alisó una pluma.
—Mira.
Cuando lo hizo, captó la tenue luz de un filamento de bronce oculto entre todos
los demás en una de las primarias del medio. La maravilla se desplegó en ella.
—¿Cómo lo has notado?
—Porque te noto a ti. —Con ese comentario que le robó el aliento, comenzó a
acariciarle el ala de nuevo—. Alexander, cuéntame tus pensamientos.
Andrómeda miró el bloc de notas que había dejado caer en la cama al lado de sus
pechos. Lo había estado usando para organizar sus pensamientos.
—Creo que hay una alta probabilidad de que esté en su antiguo territorio, pero no
debajo de lo que fue su palacio.
Dejó escapar un suspiro.
—Traté de dirigir a la gente de Lijuan lejos de toda esa región, pero no creo que Xi
estuviera convencido. —La cuerda floja sobre la que había caminado en el salón del
trono de Lijuan hizo que respirara de manera superficial incluso ahora—. Si no va
allí, estoy segura de que se centrará en el palacio.
—Rohan es muy fuerte, los retrasará. —Naasir se pasó el antebrazo detrás de la
cabeza—. Si le hubieras preguntado se habría ofrecido a ser la primera línea de
defensa de su padre.
—¿Debemos advertirle?
Naasir sacó un teléfono negro en respuesta.
—Jelena tenía uno de sobra —le dijo antes de hacer una llamada a Rafael—. Sire
hablará cara a cara con Rohan, le contará los planes de Lijuan —compartió con ella
después de una breve conversación—. La lealtad de Rohan a su padre es una parte
indeleble de él.
Confiando en su juicio, ella asintió.
—¿Qué pasa con Favashi?
—Ella no ha elegido un bando, y si Alexander se levanta, es casi seguro que
Favashi ya no será la arcángel de Persia. Rohan no se arriesgará a decírselo. —Con
ese resumen franco, Naasir colocó la mano sobre su ala, el toque posesivo—. Si no
está debajo del palacio, entonces ¿dónde?
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—Tú puedes colarte en cualquier lugar. Yo soy el problema. —Hizo una mueca.
—Te necesito. —Las palabras francas cayeron como un regalo sobre ella—. Portas
el conocimiento sobre Alexander que podría causar que cambiemos nuestro rumbo a
mitad de camino.
—Sí. —Su teoría se basaba en registros históricos y el instinto. No había modo de
predecir la actualidad—. No te dejaría ir solo de todos modos. Es peligroso.
Una lenta sonrisa que se convirtió en un gruñido hizo que la piel se le tensara y su
sangre se convirtiera en miel.
—Ese estúpido Grimoire. —Naasir le agarró por la barbilla y desnudó los
dientes—. No he olvidado tu promesa. Harás cualquier cosa que quiera después de
que lo encuentre.
Andrómeda no podía respirar.
—Cualquier cosa que quieras —susurró ella, su voz ronca y sus pechos tan
hinchados que dolían—. Tocar, lamer, morder... cualquier cosa.
La sonrisa de Naasir regresó y esta vez fue tan primitiva que Andrómeda supo
que la tomaría, la poseería. Cada centímetro, cada gota, todo.
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Capítulo 26
Illium sobrevolaba Nueva York con un espíritu optimista. Jason y Naasir estaban
fuera de peligro por el momento y había hablado con su madre. Gracias a la llamada
de Rafael tras la suya, Colibrí había aceptado una invitación para venir a Nueva
York.
Estaba decidido a que el aniversario no fuera tan malo este año. La mantendría
demasiado ocupada para pensar en lo que había dejado atrás en el Refugio. Ocupada
y lo bastante feliz para que no quisiera volver rápidamente a su dolorosa vigilia que
rompía el alma.
Al ver la luz rota de las alas de Aodhan no muy lejos en el cielo de la tarde, sonrió
y se ladeó hacia su amigo. Su madre amaba a Aodhan e Illium sabía que Aodhan
devolvía el cariño. Pasaría horas con ella si eso era lo que necesitaba.
—Tu madre tiene una gran capacidad de amar —le había dicho Aodhan una vez.
Era cierto, y también era la mayor debilidad del Colibrí.
Metiendo dos dedos entre los dientes mientras alcanzaba la altitud de Aodhan,
silbó.
Aodhan miró por encima del hombro, la leve sonrisa en su rostro era de
bienvenida después de dos dolorosos siglos donde Illium no había sido capaz de
llegar a su amigo, no importaba lo mucho que lo intentara. Las cicatrices psíquicas de
Aodhan podrían no desvanecerse nunca, pero se levantaba a pesar de ellas en una
demostración de coraje y fuerza que nadie que no supiera lo que le habían hecho
podría entender completamente.
Los veintitrés meses que Aodhan había estado desaparecido había sido el período
más horrible de la vida de Illium... peor que cuando había perdido a su amante
mortal. Había sobrevivido a perderla. No sabía si podría sobrevivir a perder a
Aodhan.
Nunca antes había visto esa verdad tan claramente y lo sacudió.
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* *
Aodhan vio el cambio de expresión de Illium antes de que sus alas se doblaran.
Tantas veces le había engañado Illium, pero sus instintos le gritaban que esto no era
un truco. Sin detenerse a pensar, plegó sus propias alas y cayó como una piedra hacia
la forma de Illium que disminuía rápidamente, esas hermosas alas de azul plateado
colgaban inútiles mientras Illium caía hacia el metal, el cristal y el hormigón a una
velocidad mortal.
¡Sire! ¡Illium está cayendo!
Incluso mientras alertaba a Rafael, Aodhan sabía que su arcángel no estaba lo
bastante cerca. Había visto las alas de Rafael al otro lado de la ciudad poco antes de
que Illium le silbara. Con el corazón gritando mientras se obligaba a bajar más
rápido, buscó en el aire cualquier otro tipo de ayuda, pero todo se estaba moviendo
demasiado rápido, el viento le quemaba la piel. Su única ventaja era que él era una
bala aerodinámica, mientras que las alas de Illium estaban causando fricción,
frenando su descenso una fracción de minutos.
Aodhan no apartó los ojos de esa forma azul que caía… y luego le adelantó.
Extendió las alas a menos de doscientos metros de la azotea de un rascacielos y,
girando hacia Illium, se preparó para el impacto.
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Golpeó contra sus huesos, hizo temblar los dientes, y lo envió en espiral hacia
abajo en una caída incontrolable. Podía sentir a Illium resbalar, no podía reducir la
velocidad.
Iban a golpear el techo a una velocidad que les rompería los huesos.
Aodhan no estaba seguro de que cualquiera de los dos fuera a sobrevivir. No,
pensó. No.
Arreglándoselas para agarrar la muñeca de Illium cuando su amigo se soltó, sintió
que se le salía el brazo. Se negó a soltarlo. Y luego estaba viendo fuego blanco en su
visión, Rafael elevándose desde abajo y sujetando a Illium en sus brazos a pocos
metros del tejado. Le tengo.
Aodhan lo soltó.
Demasiado cerca del tejado él mismo y con demasiado impulso para detener la
colisión, Aodhan se preparó para otro aterrizaje forzoso cuando justo acababa de
recuperarse del último.
Después de cerrar los ojos por instinto, al principio no supo que le golpeó. Sólo
sabía que había sido embestido con fuerza suficiente para romperle varias costillas.
Abriendo los ojos de golpe, vio que había sido empujado al aire.
Extendiendo las alas, giró fuera de control un par de veces antes de encontrar el
equilibrio aéreo. Empapado en sudor y con el corazón acelerado lo que parecía un
millar de latidos por minuto, levantó la vista para ver a Elena y al Primario volando
hacia él.
—¿Estás bien? —gritó Elena cuando estuvo lo bastante cerca—. ¡No podíamos
atraparte a tiempo así que te embestimos!
—Gracias —se las arregló para decir, podía ver un cardenal ya formándose en el
rostro de Elena y la parte superior del brazo—. ¿Illium?
Ojos sombríos.
—No lo sé.
Los tres se volvieron como uno hacia la Torre. Aterrizaron en el balcón de la
enfermería, Elena y él corrieron dentro mientras el Primario esperaba fuera. El
sanador de la Torre y Rafael estaban inclinados sobre el cuerpo inerte de Illium, la
sala por el contrario vacía.
Aodhan no estaba acostumbrado a ver a su amigo tan quieto. Illium nunca estaba
quieto. Incluso cuando estaba acostado, sus ojos chispeaban y su boca reía.
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—Aodhan. —Elena extendió una mano como para tomar la suya pero la dejó caer
a medio camino—. Está vivo —dijo ella, su voz feroz—. Le has salvado.
Aodhan sentía como si siguiera cayendo.
—Tiene sangre —salió un susurro.
El aliento de Elena tembló, y aunque sólo había conocido a Illium un simple latido
del corazón en contraste con los siglos de recuerdos en la cabeza de Aodhan, éste
sabía que ella también estaba al borde del pánico. El tiempo suponía poca diferencia;
era el corazón lo que importaba, la capacidad de amar. Y Elena amaba con una
pasión que había fundido los escudos helados de un arcángel.
Su evidente miedo por Illium hizo más fácil para Aodhan extender la mano y
cerrarla alrededor de la suya, hacer contacto voluntario con alguien que no fuera su
mejor amigo. La sensación hubiera sido un shock en cualquier otro momento; en este
instante su mente y su alma no tenían espacio para ninguna otra emoción que para
las que ya estaban amenazando con ahogarlo.
Aodhan quería que su amigo despertara, trataba de no mirar las alas yaciendo tan
flácidas a cada lado del cuerpo de Illium, las lágrimas de sangre manchando sus
mejillas. Si perdía a Illium...
Su mano se cerró sobre la de Elena.
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Capítulo 27
Naasir se mantuvo en contacto con la Torre durante toda la noche. Dmitri había
llamado a los Siete fuera de Nueva York minutos después de la caída de Illium, para
asegurarse que escucharan la verdad, no rumores.
—No ha despertado —le dijo Dmitri dos horas antes de su salida prevista—. Pero
el sanador dice que es un sueño natural. —Sonrisa de alivio—. Probablemente
despierte mientras estás en camino. Te lo haré saber en el instante que lo haga.
Su propio alivio le arañó y dijo:
—¿El Colibrí? —Naasir no tenía una madre, pero le gustaba la de Illium. Era suave
y amable e incluso antes de tener su propio hijo, había sido amable con Naasir.
Durante las clases de arte en la escuela, ni siquiera le había importado que usara
las manos para pintar, o si se ensuciaba.
—Estará asustada. —El Colibrí no siempre había sido tan frágil, pero Naasir sabía
que debía tener cuidado con ella ahora; estaba herida por dentro.
—Hice que Jessamy le diera la noticia en persona, dice que han pasado siglos
desde que vio a Colibrí volver tan violentamente a la vida.
—Su cachorro está herido.
—Sí. Está de camino a Nueva York.
Colgó para que Dmitri pudiera informar a Galen y Veneno, y le contó a
Andrómeda las noticias. Se había colado en su habitación después de la primera
llamada de Dmitri y la despertó porque no podía estar solo, mientras un miembro de
su familia estaba herido; echando un vistazo a su rostro, ella se había levantado para
darle un abrazo.
Ahora, ella lo abrazó de nuevo, su abrazo apretado.
—Me alegro mucho de que esté bien.
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* *
Andrómeda miró la expresión de Naasir en el instante en que se despertó, estaba
feliz de ver que parecía más como el mismo de siempre. Las horas dolorosas desde
que la había despertado por la noche habían dejado claro que se preocupaba mucho
por su familia… se preocuparía igual de profundo por la mujer que era suya.
Andrómeda quería ser esa mujer, tanto que le dolía.
Empujando hacia abajo la necesidad para que no la paralizara, se preparó. Isabel
había encontrado algunas vestimentas de cuero de combate que se adaptaban a ella,
el cuero gastado y de un tono marrón polvoriento perfecto para esta misión. Los
pantalones abrazaban sus piernas, mientras que el top, que se había puesto sobre una
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camiseta modificada para las alas, le dejaba los brazos desnudos, pero subía hasta el
cuello y encajaba cómodamente alrededor de sus alas.
Poco después de su reunión con Caliane, Andrómeda había comenzado a usar las
botas que había encontrado en el armario, y aunque seguían rígidas, eran mucho
mejores que las zapatillas endebles. En cuanto a la vaina que Isabel le había dado, era
perfecta.
—Estoy lista —dijo ella, uniéndose a Naasir en el balcón diez minutos después de
que la despertara.
Él estaba vestido con una camiseta color arena y pantalones de camuflaje del
desierto, botas en los pies.
Mientras comían un desayuno rápido, Avi e Isabel salieron con un escuadrón y se
enfrentaron con los cuatro merodeadores enemigos. Ya que Amanat era el corazón
de Caliane, no había sido construido para albergar prisioneros. La única opción de
Avi era ejecutar a los prisioneros o enviarlos a otra parte.
—Planea colocarlos en un barco prisión una vez que haya terminado el
interrogatorio —dijo Isabel a Naasir y Andrómeda después de volar de regreso para
confirmar que las cosas habían ido exactamente como estaba previsto—. Está anclado
en lo profundo del océano, por lo que incluso si la gente de Lijuan averigua dónde
están y montan una fuga de prisión, no pondrá a Amanat en riesgo.
—Gracias por el refugio —dijo Andrómeda, tomando las manos de Isabel—. Por
favor, dale las gracias también a Caliane. —La madre de Rafael estaba con sus
doncellas y no deseaba ser molestada—. Espero que nos entrenemos de nuevo algún
día, Isabel.
—Por supuesto, tengo que recuperar mi honor. —Una sonrisa tranquila—. Buen
viaje, amigos.
Andrómeda y Naasir se fueron en silencio, deslizándose hacia la oscuridad de la
madrugada como espectros. Habían decidido que no podían permitirse el lujo de
volar, todavía no. Ya que todo este país había sido parte del territorio de Lijuan antes
de que Caliane despertara, Lijuan tenía espías y gente leal por todas partes. En caso
de que vieran a Andrómeda, el enemigo podría decidir dispararle para derribarla o
llevársela por el aire donde Naasir no podría cubrirla.
—Es tan tranquilo en este momento del día —dijo ella mientras caminaban por el
bosque fuera de Amanat—. Incluso los monos están dormidos.
—No están dormidos; simplemente no están seguros sobre ti. —Extendiendo la
mano, la pasó por su espalda y por encima de sus alas—. Ahora saben que eres mía.
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Ella cerró los dedos alrededor de su palma, sin cuestionar su derecho a tocarla.
* *
Dos horas de caminata los llevaron al lugar donde Naasir había dispuesto que un
vehículo grande les esperara, vigilado por un vampiro que saludó a Naasir luego se
largó en dirección a Amanat. Modificado para transportar ángeles heridos en caso de
necesidad, tenía un montón de espacio para sus alas y el resto de su viaje al campo
de aviación pasó rápidamente.
Como probablemente Philomena también tenía ojos en el campo de aviación,
habían tenido que tomar una decisión sobre si organizar un jet diferente, o hacer
cosas inesperadas. Ya que era poco probable que pudieran organizar otro avión más
rápido que los de la flota de Rafael, fueron a por la segunda opción. Condujeron el
vehículo directo al avión con el fin de compensar la posibilidad de un ataque por
sorpresa, el piloto había presentado un plan de vuelo para llevarlos a través del
territorio de Favashi, al profundo de Michaela.
Una vez que Philomena transmitiera la información a Xi, o éste les seguía o
enviaba un escuadrón tras ellos mientras seguía sus propios instintos que
probablemente le llevarían al palacio de Rohan. En cualquier caso, estaría al menos a
cinco horas de vuelo del destino real de Andrómeda y Naasir.
Una vez en el aire, Andrómeda se instaló mientras Naasir merodeaba por los
pasillos como una bestia enjaulada.
—Ven aquí —dijo al cabo de diez minutos, después de haberse trasladado a un
asiento extra ancho destinado a alojar a dos ángeles que quisieran sentarse uno al
lado del otro.
Él frunció el ceño, pero fue.
—No quiero sentarme.
—Acuéstate y pon tu cabeza en mi regazo.
Todavía con el ceño fruncido, él se tendió en el asiento como había sugerido. Su
tensión se mantuvo incólume. Sin embargo, cuando ella comenzó a acariciarle la
pesada seda de su cabello con los dedos, cerró los ojos e hizo un ruido sordo en el
pecho. Sonriente, feliz simplemente por estar aquí en este momento con él, ella
continuó acariciándolo hasta que Naasir se durmió. Incluso entonces, no se detuvo, el
placer de hacer esto por él era un calor radiante dentro de ella.
Cuando él se estiró un poco más tarde y abrió los ojos con un bostezo, fue para
mirarla con una mirada soñolienta y decir:
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niños, pero que no debía hacerles daño con mis colmillos o mis garras o perdería a
mis amigos. Tuve mucho cuidado con ellos, los bebés ángeles son muy frágiles.
—Sí, supongo que lo son. —Especialmente en comparación con un niño que tenía
garras y colmillos—. Dijiste que eras humano y no humano. Cuando eras más joven,
¿eras más no humano?
Una lenta sonrisa socarrona.
—Eres inteligente, Andi.
Ella le tiró del pelo otra vez.
—Responde la pregunta.
Mostrando los dientes dijo:
—Sí, era más no humano. Pero sabía cómo jugar con otros niños. —Una oscuridad
repentina en sus ojos—. Nunca había jugado con niños ángeles o niños mortales
antes de llegar al Refugio. Mis amigos de antes eran lobos de nieve. Los otros niños
estaban todos muertos. Fantasmas.
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Capítulo 28
La erudita en Andrómeda quería seguir ese hilo oscuro, pero la mujer que había
caído tan enteramente enamorada de este hombre sabía que ir por ese callejón
solamente le haría daño.
—Lo siento —dijo suavemente—. ¿Hiciste buenos amigos en el Refugio?
—Sí. —Un destello de colmillos—. Algunos padres dijeron que era una mala
influencia, pero a los niños les gustaba.
—Por supuesto que sí. —Andrómeda rió—. ¿Sigues siendo amigo de esos niños?
—Sí. Especialmente con dos de ellos —dijo Naasir—. Uno trabaja con Galen, el
otro es un científico en una isla tropical en el territorio de Astaad. Cuando le visito,
me da pescado para comer. —Naasir parecía dudoso—. Me lo como para ser
educado, pero no entiendo el pescado.
Ella retorció los labios.
—Eres un buen amigo. —Podía imaginarle comiendo peces, mientras trataba de
averiguar por qué alguien comía pescado—. Cuéntame el resto de la historia.
Rozándole la cadera con los dedos, sonrió.
—Porque no entendía que no debía tocar las alas, hacía cosas como esperar en la
parte superior de los estantes o aferrarme al techo y caer sobre ángeles
desprevenidos. Antes de que terminaran de gritar, ya había arrancado una pluma y
salía corriendo.
Los hombros de Andrómeda temblaron.
—Eras un pequeño terror.
—Sí —dijo con orgullo—. Entonces, un día, salté sobre Michaela.
La risa de Andrómeda se secó.
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—¿Te hizo daño? —La arcángel famosa por sus ojos verdes vívidos y una piel
perfecta con un tono de chocolate con leche, su belleza la musa de poetas y artistas a
través de los siglos, no era conocida por su paciencia.
—Michaela no era una arcángel entonces, pero era peligrosa de todos modos. Sólo
que su olor era... no en lo que se ha convertido. —Naasir frunció el ceño, como si
tratara de averiguar el cambio—. Sin embargo fue rápida. Me atrapó por el pie antes
de que pudiera huir y, sosteniéndome cabeza abajo por el tobillo, con el brazo
estirado para que no pudiera arañarla con mis garras dijo, “Estás en problemas”.
Andrómeda tragó.
—¿Qué hiciste?
—Yo tenía una de sus plumas superiores en mi mano y se la ofrecí de vuelta.
Cuando ella no lo tomó, gruñí, arañé y traté de escapar.
Andrómeda tenía el corazón en la boca, aunque estaba claro que Michaela no le
había hecho ningún daño duradero si le estaba contando esta historia.
—¿Te llevó con Rafael?
—No. Me llevó a Jessamy y le dijo que necesitaba lecciones de modales civilizados.
—¿Acaso Jessamy la obligó a soltarte?
Naasir negó con la cabeza.
—Yo había desgarrado todos mis libros el día anterior y me había comido el
conejito mascota del aula.
Andrómeda sabía que no debería, pero se echó a reír.
—No hiciste eso.
—Estaba allí, tenía hambre y nadie me dijo que no podía comérmelo —dijo con
una mirada agraviada en su rostro—. ¿Por qué poner un conejito allí si no era para
comer?
—Pobre Jessamy. —Secándose las lágrimas, Andrómeda sacudió la cabeza—.
¿Que hizo ella?
—Ella cerró todas las ventanas y puertas en su espacio de estudio en los Archivos,
a continuación, me agarró mientras Michaela salía y cerraba la puerta detrás de ella,
asegurándose de bloquearla. Cuando Jessamy me soltó, corrí furioso por toda la
habitación, rompiendo cosas, arañando los muebles e incluso mordiéndola.
La sonrisa de Andrómeda se desvaneció.
—Te sentiste atrapado.
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* *
Naasir contempló muchas expresiones atravesar la cara de Andrómeda en
cuestión de décimas de segundo. No captó todas ellas, pero vio dolor, ira, vergüenza,
y finalmente alegría.
Nada de eso le sorprendió; la inmortalidad significaba muchas experiencias.
Aunque la vergüenza no era algo habitual, pero claro, Andrómeda no era una
inmortal endurecida. Su corazón era blanco. Probablemente sentía vergüenza por
una transgresión que los otros habrían olvidado hacía mucho tiempo.
—Nunca fui a la escuela del Refugio —comenzó—. No vi el Refugio en absoluto
hasta que volé allí justo después de mi setenta y cinco cumpleaños.
—Setenta y cinco no es la plena madurez de un ángel. —A esa edad, ella hubiera
estado cerca de una adolescente humana de quince años de edad—. ¿Volaste al
Refugio sola?
—Sí. —Su expresión se alteró, las ráfagas de oro en los ojos de repente oscuras—.
Mi cuerpo había comenzado a llenarse de curvas, mis pechos exuberantes. Ya no
parecía la niña que había sido y varios de los invitados de mis padres empezaban a
mirarme de una manera que era claramente depredadora y sexual.
Naasir sintió sus garras pinchar contra su piel, luchó para mantenerlas
envainadas.
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—No podía soportarlo más. Sabía como princesa de la corte, que probablemente
estaba a salvo, pero la mirada en los ojos de los invitados… me hacía sentir sucia y
pequeña. Y la forma en que mis padres y sus amigos torturaban brutalmente a otros
por placer… —Sacudió la cabeza, los ecos del miedo y la conmoción en su
expresión—. Les conté mis planes y luego salí volando.
Un aliento tembloroso.
—Creo que madre y padre esperaban que me diera por vencida y regresara a casa.
Cuando no lo hice, se lavaron las manos de mí.
Andrómeda estaba mintiendo. No sobre su vuelo al Refugio, sino sobre la otra parte
de su historia. Le daban ganas de desnudar los dientes y exigir que contara la
verdad, pero lo haría más tarde, cuando no pareciera tan frágil.
—¿Con quién jugabas cuando vivías con tus padres?
—Los animales. —La alegría alejó las sombras—. Una vez, mientras estaba
cenando en mi guardería, una jirafa bebé asomó la cabeza por la ventana y se comió
la fruta justo al lado de mi plato.
Naasir sonrió.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Volvió, también. Yo solía preparar un plato especial para ella hasta que mi
niñera me atrapó e, incluso después de eso, esperaba hasta que no estuviera
prestando atención y abría la ventana para que la jirafa pudiera meter la cabeza y el
cuello en el interior.
Encantado con la idea de ella comiendo con una jirafa, Naasir dijo:
—¿Los otros animales también se te unían para comer?
Un movimiento de cabeza.
—Con los guepardos, echábamos carreras. Me gustaba estar en el aire, los
guepardos en el terreno. —Dejó escapar un suspiro—. Son rápidos.
—Te echaré una carrera —dijo Naasir—. Cuando estemos libres de los espías de
Lijuan.
—Trato hecho.
A medida que el avión seguía volando y el mundo giraba, ella le contó más
historias de su infancia. Traicionó una total falta de otros niños. Ni siquiera
compañeros de juegos mortales. Andrómeda no parecía haber tenido a nadie más
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que a sus animales. Tal vez por eso le entendía tan bien y aceptaba su salvajismo sin
dudarlo. Estaba feliz por eso, pero no le gustaba pensar en ella tan sola.
Una campana sonó en el aire un minuto después de que fuertes turbulencias
amenazaran con arrojarlos por la cabina.
—Esa debe ser nuestra señal —dijo Andrómeda.
Naasir se levantó para mirar por una ventana.
—Sí. —Agarrando el paquete tirado en otro asiento, se lo puso y ató las correas a
través de su pecho antes de ponerse un gorro de lana fina y apretado para evitar que
su cabello brillara a la luz del sol—. ¿Lista?
Ella sonrió.
—Oh sí.
El copiloto salió de la cabina en ese momento.
—Dos cosas. Primero, Illium está despierto y bien, el mensaje acaba de llegar
literalmente, es probable que a tu teléfono, también. —Su sonrisa era igual a la de
ellos—. En segundo lugar, no pudimos estabilizar sobre el punto de caída inicial.
¿Podéis ir por el oasis?
—Sí —dijo Naasir, siguiendo al hombre barbudo a la parte trasera del avión—.
¿Aire malo?
—Este lugar es famoso por eso, corrientes de aire impredecibles, como si el cielo te
estuviera diciendo que te largaras.
Naasir se encontró con la mirada de Andrómeda cuando el copiloto se ató a la
pared con una correa.
—Creo que estamos en el lugar correcto, Andi.
El copiloto abrió la puerta ancha construida para este fin antes de que ella pudiera
responder, el aire entró gritando en la cabina. Empujando fuera dos paquetes, él
asintió a Naasir.
—¡Buena suerte!
El viento casi arrancó sus palabras.
Dándole un pulgar hacia arriba, Naasir saltó con una sonrisa final en dirección a
Andrómeda. Con un descenso tan finamente calculado, tenía que salir precisamente
en la altitud correcta para que el paracaídas funcionara de manera segura. Lo abrió
en el instante que dejó atrás el avión, gritó ante la sensación de volar, el aire, frío a
esta altura, le golpeaba.
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Oyó risas cerca y cuando miró, allí estaba Andrómeda, extendiendo sus bonitas
alas con el patrón como el de un pájaro. Sonriendo, montó los vientos del final de la
tarde hasta el lugar de aterrizaje previsto en el paisaje del desierto, marcando
mentalmente los toques de color que denotaban los puntos de aterrizaje de los
pequeños paracaídas que habían desplegado con sus paquetes de suministro.
Empezó a recoger el paracaídas en cuanto aterrizó, mientras Andrómeda barrió a
la izquierda hacia el primer paquete de suministros. Sólo le tomó unos minutos
doblar el paracaídas. En vez de abandonarlo en la arena, se tomó el tiempo de
enterrarlo para que no despertara sospechas, o actuar como un faro para los
buscadores en el aire.
Terminó justo cuando Andrómeda regresaba con el segundo paquete de
suministros, ya había dejado el primero cerca de él. Naasir guardó los pequeños
paracaídas en compartimentos especiales, y luego se puso el paquete más pesado y la
ayudó con las correas del más pequeño. Estaba diseñado para ser usado en la parte
delantera. Él no había querido que saltara con él porque el peso desacostumbrado
podría haberla desequilibrado.
—¿Cómoda? —preguntó después de atar la correa final.
Ella asintió.
—Deberíamos salir de la arena. Me siento expuesta aquí.
Estando de acuerdo, le dijo que volara por delante a las palmeras datileras que se
extendían a lo lejos, parte de un oasis habitado por un pequeño número de aldeanos.
—Quédate al nivel de la línea de árboles.
Alzándose en el aire, ella gritó:
—¡Te echo una carrera!
Él salió disparado. Prefería los pies descalzos, pero llevaba botas desgastadas para
esta misión, ya que tendría que trepar por los sistemas de cuevas. Esas botas pronto
estuvieron cubiertas de polvo mientras corría por la arena a los árboles.
Ambos siguieron el mismo camino y corrió a la sombra de las alas de Andrómeda
durante gran parte de la carrera, iban a la par, pero él esprintó al final, el pecho
agitado mientras respiraba. Quitándose el gorro ahora que estaba bajo los árboles, se
lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
Andrómeda llegó a su lado en una ráfaga de viento, su propia respiración
irregular.
—Tengo que correr más.
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—Podemos hacerlo juntos. —Sacó una botella de agua del lateral de la mochila, se
la dio para que bebiera y luego bebió él mismo—. No más volar por ahora —dijo
después de guardar el agua—. Sólo se necesita un avistamiento por la persona
equivocada para revelar nuestra ubicación. —Según la investigación de Andrómeda,
este oasis era propiedad de una tribu no conocida por su hospitalidad.
Andrómeda miró a su alrededor, a los granados e higueras visibles debajo de las
palmeras datileras.
—Esta debe ser la fuente de ingresos de la tribu.
—Lo que significa que no podemos garantizar que no haya gente alrededor
comprobando sus cultivos.
Siguieron adelante con cuidado. No fue hasta una hora más tarde que Andrómeda
dijo:
—¿Y si me equivoco, Naasir? —Su voz era baja—. ¿Qué pasa si la gente de Lijuan
alcanza a Alexander primero y le asesina?
—Entonces ella demostrara su maldad una vez más. —Pasó la mano por su ala—.
Lijuan no es tu culpa. —Y porque entendía los pensamientos que la acosaban,
añadió—, como la elección de tus padres de lastimar a la gente para su propio placer,
no es tu culpa.
Con la cara demudada, Andrómeda se enfrentó a él.
—Encuentra el Grimoire. —Era una orden... pero su voz, temblaba—. Necesito que
lo encuentres.
—Lo haré. —Entonces la reclamaría y se quedaría con ella, y le ordenaría decirle
todos sus secretos, especialmente el que la hacía tanto daño cada vez que ella lo
miraba.
~208~
Nalini Singh
Capítulo 29
—El piloto acaba de informar a Dmitri —dijo Rafael a Elena mientras estaban
sobre la azotea del edificio de la Legión, Manhattan estaba envuelto en la oscuridad
de la madrugada—. Naasir y Andrómeda están a salvo.
—No lo dudaba. —Elena se apretó la coleta, su cabello brillaba blanco bajo las
luces de la ciudad—. ¿Nos uniremos a ellos una vez que localicen a Alexander?
—¿Nos?
Su consorte levantó una ceja, su mirada pétrea.
—No intentes ese tono arcángel conmigo.
—Soy un arcángel.
Curvando los labios, su cazadora extendió las alas para que el blanco dorado de
sus primarias rozara las suyas.
—También eres mío y te haré daño si te atreves a ir contra Lijuan por tu cuenta. —
Sacó la ballesta—. No te metas conmigo.
La atrajo hacia sí, la ballesta contra su pecho y tomó su boca. Se había enamorado
de ella porque era una guerrera, y en el tiempo desde que habían estado juntos, había
aprendido a aceptar que nunca volvería a quedarse al margen. Pero esta vez…
necesito que te quedes en la ciudad, que ayudes a mantenerla mientras no estoy.
Elena interrumpió el beso y frunció el ceño.
—Dmitri es lo suficientemente duro para hacer eso.
—Pero tú, hbeebti, ya no eres sólo una cazadora —dijo, mencionando la palabra
"amada" en el lenguaje que la abuela de su consorte había traído con ella desde una
tierra lejana—. Eres un símbolo, incluso si soy echado de menos, siempre y cuando la
gente pueda verte en el aire, se sentirán seguros. Porque todo el mundo sabe que yo no
dejaría a mi consorte en una ciudad que no sintiera que estuviera protegida contra todo daño.
~209~
Nalini Singh
—Mierda —murmuró Elena—. Odio cuando haces que tenga sentido. —Atando la
ballesta a su muslo una vez más, se acercó al borde del tejado y, esperó a que él se
acercara a su lado—. Los símbolos son necesarios en este momento, ¿no es así?
Rafael respondió deslizando el ala sobre las suyas, ambos conscientes de que el
mundo se alzaba sobre un precipicio que podría ceder sin previo aviso. El viento le
despeinó el pelo y Rafael miró hacia la torre, vio a Dmitri salir a un balcón con
Aodhan.
—Debería estar lejos de la ciudad un corto tiempo, lo suficiente para proteger a
Alexander durante la parte más vulnerable de su vigilia.
Elena asintió, mirando en la misma dirección que los de Rafael.
—¿Vamos a hablar de lo que hiciste para alcanzar a Illium tan rápido? Era una
distancia imposible de cruzar incluso para ti, arcángel.
Rafael vio la luz brillar en Aodhan, chispas en el aire y pensó en ese momento en
que había visto a Illium caer del cielo. Había pensado que era un juego hasta que oyó
el grito de ayuda de Aodhan.
—El Colibrí no puede perderle. Él es su único vínculo con una cordura tenue. —
Rafael amaba a la madre de Illium, tenía un gran respeto por ella, pero también
entendía que estaba rota por dentro.
Una mano ligeramente áspera se cerró sobre la suya, los dedos de su consorte—
guerrera fuertes.
—Tú tampoco puedes perderle. —Sus ojos contenían el conocimiento que
desmentía la brevedad de su relación en términos inmortales—. Él es el corazón de
los Siete.
Sí. Illium podría ser más joven que varios de los otros y parecer irreverente más a
menudo que no, pero era su pegamento, la pieza que ataba a todos los demás entre
sí.
—Antes de Mahiya, cuando Jason todavía estaba perdido en la oscuridad, la única
vez que lo vi cerca de una sonrisa fue después de que Illium le desafiara a un duelo a
la antigua.
Rafael podía ver el rostro impasible de su jefe de espías en su mente, recordar
cómo sus ojos se habían calentado desde el interior.
—Tu Campanilla era un mozalbete a quien Jason derrotó fácilmente, pero Illium
sólo rió y le preguntó si la próxima vez podía tener un estoque más largo para poder
pincharle desde lejos.
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arcángel de Nueva York no era un hombre con quien Elena Deveraux, cazadora del
Gremio, hubiera tenido nunca la intención de enredarse.
Un brillo en los ojos que contenían océanos, incluso en la oscuridad.
—Planéalo ahora —dijo, alzándose con ella todavía en sus brazos—. No hemos
bailado en el cielo hace demasiado tiempo, y hoy, siento la necesidad de celebrar la
vida. —Su mandíbula se endureció.
Acariciándola mientras su piel se volvía eléctrica, Elena tiró de su cabeza hacia
abajo.
—La vida —susurró antes de que sus labios se encontraran en una tormenta de
sensaciones.
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Capítulo 30
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salvo? Con el corazón latiendo con tanta violencia que era doloroso, escuchó con
tanta atención como pudo, pero todo lo que podía oír era el zumbido, como si los
insectos estuvieran justo encima de ella, decididos a excavar a través del suelo.
Pero Naasir había pasado un tiempo precioso tapándola y los bichos por fin
parecieron darse por vencidos. Aunque su corazón le gritaba que saliera, que le
encontrara, se obligó a quedarse ahí durante diez minutos más; no malgastaría su
sacrificio convirtiéndose en un objetivo.
Cuando se revolvió, lo hizo muy lentamente. Pero los insectos se habían ido,
ningún zumbido en el aire. Sacudiendo la tierra que la cubría, se frotó el polvo de la
cara y buscó alguna señal de Naasir.
Nada. Ni pistas, ni destellos de plata, nada.
Respirando profundamente, pensó en lo que podría haber hecho. No había tenido
tiempo de cavar otro agujero, pero era rápido. Muy, muy rápido. Podía mantener su
velocidad de vuelo; eso significaba que podría haber llegado a una pequeña cueva
que habían pasado por el camino.
Fue directa a la cueva y vaciló. Él probablemente querría que se quedara en su
lugar.
—Claro que no —murmuró. Si estaba herido, tenía que encontrarlo. Y si no lo
estaba, la rastrearía fácilmente.
Con la espada en la mano, empezó a dirigirse a zancadas hacia la cueva. Diez
minutos de caminar más tarde, aún no había llegado y no había visto ninguna señal
de que Naasir hubiera pasado por allí. Una parte de ella decía que no podía haber
llegado tan lejos. Tal vez había ido hacia el agua.
Vaciló, atrapada exactamente a medio camino entre las posibilidades. La cueva
habría proporcionado refugio pero no habría impedido que los insectos entraran. El
agua, por otra parte, proporcionaría un escudo y Naasir era un casi inmortal. No
necesitaba respirar por períodos largos, aunque la necesidad de respirar era
instintiva.
Corrió a través de un bosque de melocotoneros hacia el extremo estrecho de la
lágrima, la parte oculta de la aldea. Sus alas eran pesos pesados que se arrastraban
por el suelo y se raspaban contra ramas y arbustos espinosos. Sabía que estaba
dejando un rastro pero lo ignoró. Con el pecho dolorido, se tambaleó en el borde del
agua y miró frenéticamente en ambas direcciones, la luna un foco que iluminaba el
mundo con una suave luz gris plateada.
Nada.
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Una mirada más cercana mostró diminutos cuerpos aplastados contra las rocas no
muy lejos de ella. Como si las langostas, o lo que fueran, hubieran intentado bucear
en el agua y se hubieran ahogado.
—Naasir —llamó en un tono bajo que no viajaría a gran distancia—. Naasir.
Al no escuchar ninguna respuesta, apartó la espada y se centró en los diminutos
cadáveres de insectos. Estaban reunidos en un área en particular, pero el agua tenía
una corriente tranquila. Caminando río arriba, vio un punto en el borde donde la
hierba estaba aplastada y la tierra removida, como si el talón de Naasir hubiera
resbalado al hundirse.
Se puso de rodillas y se asomó en el agua, pero no podía ver mucho. Todo estaba
demasiado revuelto. Sólo había una opción y Andrómeda no dudó en tomarla:
dejando la espada en la orilla, se quitó las botas y se zambulló, buscando en el agua
turbia usando sus brazos y piernas. Nadar sobre el agua era una cosa, y otra muy
distinta bucear; tuvo que luchar contra la flotabilidad de sus alas y hundirse y
permanecer abajo.
No encontró nada en la primera pasada, o en la segundo, pero su mano derecha
golpeó algo que no era piedra a la tercera pasada. Era ropa sobre carne.
Palpando el cuerpo de Naasir, notó que su cabeza colgaba lánguidamente. Sus
músculos se tensaron dolorosamente, Naasir era lo bastante viejo para poder
sobrevivir a una fractura en el cuello, pero dependía de la intensidad de la lesión.
Luchando contra su instinto de respirar, trató de tirar de él, pero no se levantaba.
Se obligó a soltarlo. Buscando por todo su cuerpo usando las manos, finalmente
descubrió la gran rama que estaba enganchada al desgarrón en su pierna.
Desenganchándola, se las arregló para subirlo a la superficie. Jadeó y le dio una
ligera palmada en la mejilla.
—Naasir. Despierta.
Ninguna respuesta.
Con los dientes apretados, se tragó su pánico y le tocó el cuello con dedos suaves,
tratando de discernir si estaba roto. No lo parecía bajo su toque inexperto, pero
mientras palpaba hacia arriba, sintió un golpe en la parte posterior de la cabeza. Sus
ojos fueron a las grandes piedras esparcidas entre las hierbas de la orilla.
Naasir debía haber resbalado y se había golpeado la cabeza al entrar en el agua.
Sobreviviría siempre que el cuello no estuviera roto. Flotando con él hacia la orilla,
siguió hablando con él. No quería correr el riesgo de desgarrarle el cuello, tratando
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Nalini Singh
de tirar de él para sacarlo del lago, así que se quedó dentro con él, sujetándole la
cabeza para que se mantuviera encima del agua.
Sus brazos estaban empezando a cansarse y la garganta a ahogarse con todo el
sentimiento de pánico que se negaba a permitir que tomara rienda suelta cuando se
dio cuenta de que era una idiota. Echándole la cabeza hacia atrás, presionó
deliberadamente la muñeca contra su boca. Ninguna respuesta. Miró a su alrededor
en busca de algo para cortar la carne. Su espada estaba demasiado lejos, pero ella
estaba lo suficientemente cerca de una roca afilada para arañar la piel y llevar un
toque de sangre a la superficie.
La colocó contra la boca de Naasir y esperó. Nada.
—Bebe, maldita sea. —Salió un gruñido.
Sus colmillos quemaron en su carne. No hubo ningún placer en esta ocasión, sólo
la succión al beber su sangre.
Cada vez que su garganta se movía al tragar, ella sentía su sonrisa ampliarse.
Incluso cuando su cabeza comenzó a volverse pesada, su sangre fluyendo en él, no
apartó la mano.
La succión se detuvo de repente, los ojos de Naasir abiertos en un resplandor de
plata cuando levantó la cabeza.
—Tu cuello no está roto. —Su voz salió arrastrada.
Naasir se movió, arrastrándola fuera del agua con su fuerza animal. La dejó en la
orilla y desapareció. Ella levantó la mirada hacia el cielo nocturno borroso, su mente
trataba de aferrarse a los pensamientos sin éxito.
Luego Naasir estaba a su lado otra vez. Tenía una mochila con él. Una mochila.
Una de sus mochilas, se dio cuenta débilmente. Las habían dejado atrás cuando
huyeron del enjambre.
Naasir la abrió, sacó tiras de carne seca y dijo:
—¡Come! —Cuando ella se limitó a mirarlo, él comenzó a desgarrar la carne seca
en trozos pequeños y le dio de comer.
Ella volvió la cabeza después de unos trozos de la carne curada.
—Salado.
Él la arrastró de vuelta apretando su mandíbula, sus dedos con garras.
—Come esto o cazaré y te haré comer carne cruda.
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Ella le frunció el ceño, pero comió la carne seca, había una severidad en su rostro
que le dijo que estaba hablando muy en serio. Esperando hasta que vio que ella
estaba haciendo lo que le había ordenado, se fue y consiguió un poco de agua del
lago, luego dejó caer una pastilla de purificación dentro.
—No necesitamos eso —murmuró mientras el agua se aclaraba, harta de carne
seca.
—Sabrá mejor. —La ayudó a sentarse apoyada contra él, llevó la botella a sus
labios y ella bebió—. Come el resto.
Ella comió, poco a poco pudo sentir su mente empezar a aclararse como había
hecho el agua después de que arrojara la pastilla. Cuando él le entregó un puñado de
caramelos de alta energía, se los comió también y bebió más agua.
—Basta —dijo—. Me siento mejor.
Girando para observarla, la miró fijamente durante largo tiempo antes de asentir.
Luego le cogió la muñeca y lamió sobre las marcas de mordiscos y le rozó la piel para
sellar la herida.
—No deberías haber hecho eso —dijo después, el tono áspero.
Ella puso los ojos en blanco, cerrando los dedos suavemente.
—¿Debería haber dejado que te ahogaras?
—Los vampiros no se pueden ahogar.
—¿Estás seguro? —Ella no sabía si la teoría había sido probada con inmersiones
largas—. Y tú no eres un vampiro.
Él le rozó el moratón de la mordedura con la yema de su dedo pulgar, sus
colmillos brillaron cuando le enseñó los dientes.
—Casi te ahogas tú misma.
—¿Sabes la palabra “gracias”?
Un gruñido retumbó en el pecho de Naasir... pero luego inclinó la cabeza y le dio
un beso suave y dulcemente inesperado sobre el hematoma.
El corazón le dio un vuelco y cayó justo en manos de Naasir.
—De nada —susurró ella, y cuando él levantó la cabeza, lo abrazó con fuerza—.
Tenía tanto miedo por ti.
Sus brazos la rodearon, su mandíbula le acarició la sien en una caricia que se
estaba convirtiendo en íntimamente familiar.
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—Me moví demasiado rápido porque los bichos casi estaban sobre mí. —Un
apretón—. Los dos estamos mojados.
—Por lo menos esta vez tenemos ropa seca. —No había ropas de cuero de
recambio para ella, pero el equipo era resistente y duradero.
Se abrazaron durante mucho rato antes de separarse para vestirse después de que
Naasir se fuera y recuperara la segunda mochila.
—He escondido nuestros rastros también —le dijo una vez que ambos tuvieron
ropa seca—. Enterré tus plumas rotas. —Frunció el ceño—. ¿Te duele mucho?
—Ya están sanando, dolió en ese momento, pero el daño no es importante. —
Dejando su pelo todavía trenzado como estaba, Andrómeda fue a donde el agua
había atrapado los insectos muertos contra las rocas.
A punto de recoger uno, decidió no arriesgarse a tocarlo con los dedos. En su
lugar, encontró dos palos y, mientras Naasir observaba desde una posición en
cuclillas frente a ella, utilizó los palos como los palillos para recoger el insecto.
Tenía un cuerpo similar al de las langostas y tenía un tono amarillento con tenues
marcas azul verdosas, según Naasir, ya que su propia percepción del color estaba
sesgada por la luz de la luna. Lo que podía ver era que sus alas eran de plata, un tono
tan brillante como los ojos y el pelo de Naasir. Y esas alas parecían como si
estuvieran formados por delgadas y finas piezas de metal.
—No Charisemnon —susurró ella, sintiendo que sus ojos se abrían de par en par.
—¿Alexander?
Ella asintió lentamente después de comprobar los otros cuerpos alados que podía
ver. Todos tenían las mismas alas de metal. Más de uno estaba aplastado por el
impacto contra las rocas, por lo que su composición era aún más clara.
—Debe ser una especie de mecanismo de defensa para eliminar a los demasiado
curiosos.
—Hemos dicho su nombre. —Naasir miró el bicho que ella sostenía entre los
palos—. Él lo oyó.
Tenía sentido. Después de todo, Alexander había sido un maestro de la táctica.
—Si está escuchando —dijo ella, teniendo que luchar para no susurrar—: no creo
que esté consciente. Hablamos de los planes de Lijuan durante nuestra caminata,
sobre cómo queríamos detenerla, sin embargo, las defensas se activaron.
—Pueden ser impulsadas por una parte primitiva del cerebro.
~222~
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—Entonces más defensas podrían activarse sin previo aviso. —Metió tres de los
insectos en una pequeña bolsa de plástico que había contenido la comida de viaje—.
Espero que sobrevivan al viaje. Quiero mostrárselos a Jessamy.
Naasir la observó guardar los insectos en un bolsillo interior.
—Hay una línea de plata en esto, un lado positivo.
Al ver sus ojos sonrientes, ella sabía que el juego de palabras había sido
intencional.
—¿Sí?
—Definitivamente estamos en el lugar correcto.
Andrómeda soltó el aliento de golpe, había estado tan concentrada en los
pequeños detalles que había pasado por alto la imagen más grande.
—Sí. —Tragó—. ¿Debemos decírselo a Rafael? —Si Alexander Dormía bajo la lava,
ya fuera verdadera lava o metal fundido, sólo otro arcángel podría llegar a él.
Asintiendo, Naasir sacó el teléfono que había guardado en el bolsillo delantero de
uno de las mochilas, no había querido correr el riesgo de perderlo como le había
pasado a su otro teléfono durante su escape de la ciudadela de Lijuan. Ella casi
estaba esperando su dura imprecación.
—No funciona, ¿verdad?
—Debería funcionar en cualquier lugar. —Naasir pulsó algo en la pantalla, lo
intentó de nuevo—. Muerto.
—Alexander ha hecho algo. —Pensó en la falta de fotografías de Amanat, el puro
poder de Caliane—. Puede que no sea a propósito.
Naasir guardó el teléfono.
—No importa. Si no doy señales, llegará la ayuda. —Fue dicho con la confianza de
un hombre que tenía una fe absoluta en su sire y sus compañeros—. Tenemos que
localizar el lugar exacto de Dormir de Alexander antes de eso, para que Rafael no
tenga que estar lejos de Nueva York mucho tiempo. —Se puso de pie y le tendió una
mano—. Vamos a molestar a un arcángel Anciano que tiene una clara preferencia por
la edad sobre la juventud.
Sonriendo, Andrómeda deslizó su mano en la suya y dejó que tirara de ella para
levantarla.
—No hay nadie con quien más prefiriera hacerlo que contigo.
Una malvada sonrisa, seguida de un murmullo.
~223~
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—Estúpido Grimoire.
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Capítulo 31
Xi estaba reuniendo sus tropas en las afueras del palacio de Rohan con la
intención de tomarlo antes de que Favashi fuera consciente del ataque, cuando uno
de sus comandantes se acercó a él con una mirada urgente en su rostro.
—¿Qué ocurre?
—Estamos escuchando rumores de un enjambre de insectos sobre un oasis en el
este, a cerca de cinco horas de vuelo desde aquí.
Xi esperó porque el hombre sólido y estable frente a él no iría a su general con tal
cosa a menos que tuviera relación con sus planes.
—Nuestro operativo más cercano en la zona captó el informe de un ángel que
pasaba por allí. Admite que sólo lo vislumbró desde lejos y a la luz de la luna, pero
dice que había algo antinatural en el enjambre, según él, era una formación
demasiada perfecta.
Podría, Xi pensó, ser una señal del despertar de Alexander. También podría ser
una distracción inteligente o un sueño a la luz de la luna por parte del ángel. Esta
ubicación todavía era la más lógica, independientemente de los intentos de Rafael
por enturbiar la ecuación poniendo a la erudita en un avión rumbo al territorio de
Michaela.
De acuerdo con la gente de Xi, el avión había estado asentado en la pista, desde
que aterrizó, todas las puertas cerradas. No había manera de saber si la erudita y el
enigma de ojos de plata de Rafael estaban todavía en el interior.
—Toma la mitad de un escuadrón y echa un vistazo —dijo, ante la pequeña
posibilidad de que sus instintos le hubieran guiado mal.
Después de que su comandante asintiera bruscamente y se fuera para reunir a sus
soldados, Xi volvió su atención a la cuestión que le ocupaba: cómo entrar en la casa
de Rohan. El hijo de Alexander había crecido en los últimos cuatrocientos años y
había absorbido las enseñanzas de su padre.
~225~
Nalini Singh
Rohan era ahora uno de los generales más temidos de Favashi, habiendo decidido
darle su lealtad cuando se convirtió en la arcángel de Persia. Antes de eso,
técnicamente no había estado aliado a ningún arcángel y nadie lo había cuestionado,
tanto porque Rohan se había ganado el respeto y el cariño de decenas de miles como
resultado de su línea de sangre, como porque era un poderoso luchador y líder.
Ningún arcángel quería destruir un activo cuando él o ella podría ponerse de su
lado.
—¿Dónde está Favashi? —preguntó al explorador que acababa de aterrizar,
porque si Favashi estaba cerca, sus planes tendrían que cambiar en consecuencia.
—En el territorio de Astaad. —El pecho del explorador subía y bajaba—. Aceptó
una invitación para asistir a una fiesta.
El territorio de Astaad estaba al otro lado del mundo. Incluso si se marchaba a la
primera señal de problemas, le tomaría mucho tiempo volver.
—Prepara tus escuadrones para asaltar el palacio —ordenó a sus comandantes—.
Tomaremos a Rohan por sorpresa.
Tomada la decisión, envió un mensaje a Lijuan. Mientras lo hacía, pensó en la
erudita con esos ojos de un castaño translúcido y dorado, y alas delicadamente
modeladas como un pájaro, y en su pregunta sobre cómo podía seguir a Lijuan
después de todo lo que había hecho. No había castigado a Andrómeda por la
impudicia de la cuestión, porque era una erudita y, como tal, se esperaba curiosidad,
y porque la había encontrado intrigante como mujer.
Xi siempre había preferido la inteligencia sobre la belleza común. Si no hubiera
escapado, había tenido la intención de pedirle a Lijuan permiso para cortejarla. No
habría tomado a la erudita sin el pleno consentimiento de la erudita, ese no era el
modo de un verdadero guerrero… y era una regla que Lijuan le había enseñado
cuando llegó por primera vez a su servicio.
Había sido un niño escuálido que había decepcionado a sus padres guerreros,
Lijuan era la única corte que lo aceptaría. Había esperado una posición menor y
olvidada, pero Lijuan se había interesado en él desde el principio por el patriótico
color rojo y gris de sus alas, tratándolo casi como a un hijo. Le había puesto bajo
entrenamiento con los mejores entrenadores, a estudiar con profesores dotados,
lecciones de etiqueta con los cortesanos de alto rango.
Le había costado cien años, pero al final, era un hombre y uno respetado por los
demás. Su lealtad a su señora también estaba grabada en piedra. Ella había cambiado
en la última década desde la arcángel sabia, si bien arrogante, que había conocido
~226~
Nalini Singh
por primera vez, a algo distinto, pero continuaba tratándole con respeto y ella
continuaba compartiendo su nuevo poder.
A veces, cuando estaba lejos de ella, cuestionaba su recientes maneras bélicas en la
intimidad de su propia mente, pero tenía fe en ella. Lijuan tenía planes para el
mundo y era una diosa. No podía esperar entender su visión. Sólo podía seguirla, un
soldado de infantería leal.
Hoy, habló con su señora y le dijo:
—Nos preparamos para tomar el palacio. —Lijuan era la única que realmente
podría eliminar la amenaza planteada por Alexander, porque solo un arcángel podía
matar a otro—. Todavía no puedo confirmar si se encuentra dentro. —Lijuan evitaba
las ventajas modernas como los aviones, y actualmente estaba demasiado débil para
viajar constantemente largas distancias por su cuenta, por lo que Xi había sugerido
que esperara hasta que confirmara la presencia de Alexander.
Ella había aceptado su consejo en lo que se refería al Kilimanjaro, pero hoy en día,
su voz era de acero.
—Iré. Tienes razón, Alexander no abandonaría su amada patria, no debería haber
dudado de tus instintos y haberte enviado al territorio de Titus.
Su voz se desvaneció en gritos espeluznantes por un instante, volvió latiendo con
poder.
—Si Alexander no está debajo del palacio, estará cerca. —Sin gritos ahora,
solamente una voz tan pura, que casi dolía—. Encuéntralo, Xi. Yo haré el resto.
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Capítulo 32
Naasir trepó a un árbol lo bastante alto para permitirle espiar la aldea que había
entre ellos y las cuevas, pero no había nada que ver. Era mucho más allá de la
medianoche, las luces dentro de las casas apagadas y las aguas del lago un espejo
susurrante bajo la luz de la luna. Si los aldeanos habían visto el enjambre,
probablemente lo conocían lo bastante bien para mantener sus persianas cerradas y
quedarse dentro.
Bajando en lugar de saltar, a fin de no causar ningún ruido o vibración
innecesaria, tomó la mano de Andrómeda en la suya.
—Si Alexander Duerme aquí —susurró ella mientras empezaban a bordear la
aldea por el extremo más alejado—, este no puede ser el primer incidente extraño del
que los aldeanos han sido testigos.
Naasir tenía sus sentidos concentrados en posibles amenazas, pero veía a dónde
iba ella.
—¿Crees que son leales a Alexander y guardan sus secretos?
—Como Caliane y el pueblo de Amanat. Se los llevó al Sueño con ella, pero
Alexander podría simplemente haber traído a esta tribu con él, confiado en ellos para
vigilar su lugar de Dormir.
—Eso explicaría el número de vampiros fuertes que sentí entre los mortales. —Los
vampiros tan viejos y poderosos normalmente optaban por trabajar para los
arcángeles, ya fuera dirigiendo territorios pequeños, o trabajando directamente en
sus fortalezas.
Era donde encontraban los mayores desafíos.
Uno o dos podrían decidirse por una vida más simple, pero Naasir había visto
mucho más que eso cuando Andrómeda y él llegaron al pueblo. Había pensado que
este era un pueblo donde se quedaban los soldados de Favashi que estaban de
permiso, pero la sugerencia de Andrómeda tenía más sentido.
~228~
Nalini Singh
—Los mortales por sí solos no tendrían la fuerza física para contener a los
enemigos inmortales de Alexander.
Un perro les ladró desde el patio trasero de una casa pequeña y cuidada que se
mezclaba con los alrededores. Cuando Naasir le gruñó, el animal gimió y se quedó
en silencio.
Se sentía mal. Por lo general trataba de no asustar a los depredadores más
pequeños. Le traería un poco de carne después de que todo terminara; sólo estaba
haciendo lo que estaba entrenado para hacer, mantener alejados a los intrusos.
Girando hacia Andrómeda, levantó un dedo a los labios.
Pasaron la aldea en silencio y sin problemas.
—Incluso si son guardias de Alexander —dijo Naasir esta vez no había ninguna
posibilidad de que sus voces les revelaran—, no están anclados en el tiempo.
Había visto cosas electrónicas y ropa tejida de maneras modernas.
—Tienen que dejar el pueblo e interactuar con el resto del mundo para mantener
un ojo en las cosas que pueden afectar al Sueño de Alexander. —Andrómeda pensó
en Caliane de nuevo—. Si tuviera que adivinar, diría que la fruta y los otros árboles
que hemos visto, existen para proporcionar una tapadera para evitar las preguntas
incómodas sobre cómo sobrevive la tribu. Alexander les habrá dotado de fondos
suficientes para sostener toda la tribu durante incontables siglos. —Se mordió el labio
inferior—. No vimos alas. Alexander tenía escuadrones muy leales.
—Las alas son muy visibles —señaló Naasir—. Los vampiros, por otro lado,
pueden reubicarse silenciosamente sin que nadie preste atención, siempre y cuando
el vampiro en cuestión no ocupe una posición de alto nivel como Dmitri, o si su
arcángel ya no está en el mundo. Algunos no quieren servir a cualquier otro.
—Tienes razón. —Ni despegues o aterrizajes para llamar la atención a este lugar;
sólo un pueblo tranquilo en poder de los vampiros que se habían retirado de la vida
después de que su arcángel eligiera Dormir, y los que probablemente eran
descendientes de emparejamientos vampiro—mortal, o que eran de la familia por la
sangre.
Sólo la profunda confianza debía vivir aquí, porque esa era la única manera de
que un secreto tan grande pudiera permanecer oculto. Si un niño era criado como un
guerrero entre guerreros, y le decían que vigilaba a un arcángel, Andrómeda no creía
que ese niño fuera a romper la fe, porque ¿qué mayor honor había en el mundo?
En ese instante, Naasir se llevó el dedo a los labios una vez más. Andrómeda se
quedó en silencio, aguzando el oído, pero no oyó nada más allá de los ruidos
~229~
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normales de una noche de luna llena. Un susurro de viento, los árboles que crujían
levemente, el ladrido de otro perro en el lado opuesto de la aldea. Naasir, sin
embargo, permaneció en estado de alerta mientras continuaban, sus músculos tensos
preparados para el ataqué.
No hubo ningún ataque. No entonces. Eso ocurrió justo antes del amanecer,
cuando el mundo era gris y brumoso y se creían a salvo. Una flecha pasó a
centímetros de la cara de Andrómeda, se le habría clavado en al cara si Naasir no se
hubiera movido en el último segundo para empujarla fuera del camino.
Actuando por instinto, se puso detrás de un árbol, mientras Naasir se tiraba al
suelo y se arrastraba para unirse a ella.
—Hay muchos.
Andrómeda apuntó a la saeta de la ballesta que temblaba incrustada en el tronco
de otro árbol. Era negro con grabados distintivos de plata. Plata había sido siempre el
color de Alexander.
—¡Somos amigos! —gritó Andrómeda, dejándose llevar por el instinto y juzgando
que estas personas eran de Alexander—. ¡El enemigo se acerca!
Una lluvia de flechas de ballesta fue su respuesta. Apretando la espalda contra el
árbol, sus alas fuertemente cerradas, miró a Naasir.
—Valía la pena intentarlo.
Sus ojos brillaban tan brillantes como la plata de las saetas, pero más líquidos, más
vivos. A pesar de que ella admiraba esa belleza salvaje, la parte de Andrómeda que la
convertía en una erudita se preguntaba por el color que marcaba a Naasir. La plata
era de un tono distintivo en términos de alas angelicales. Illium tenía filamentos de
plata en sus alas, y también algunos otros ángeles, pero solo Alexander tenía alas de
plata pura.
Había una pluma en el Archivo que provenía de Alexander, era de un tono
brillante que no había visto tan concentrado en ningún otro ser vivo, excepto Naasir.
Ni siquiera en Rohan. Las alas del hijo de Alexander eran de un color plata más
pálido en la parte superior que desembocaba en un gris oscuro; había heredado su
coloración de ambos padres.
¿De dónde había heredado Naasir su coloración? Si alguien le hubiera Convertido,
si hubiera sido siquiera una Conversión ordinaria en su caso, ¿era posible que
Alexander tuviera algo que ver con eso? Pero si eso era cierto, ¿por qué Naasir había
crecido en la fortaleza de Rafael?
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Y ¿cómo podía haber crecido si había sido Convertido? Sólo los adultos eran
Convertidos, no sólo porque la transformación congelaba a una persona en el tiempo,
sino porque los niños se volvían locos o morían. Ninguno había sobrevivido a un
intento, de todos esos intentos realizados por ángeles que ellos mismos estaban locos
o creían que podían burlar la ley angelical sin repercusiones.
Esa repercusión era siempre la muerte. Ninguno había escapado jamás y no valía
la pena el riesgo. Alexander, sin embargo, no era un ángel ordinario. Podría haber
hecho lo que quisiera y escapado a la ejecución, pero si hubiera Convertido a un
niño, habría sido rechazado de manera uniforme por su pueblo. No había constancia
de tal rechazo, y nada que Andrómeda supiera de Alexander indicaba que rompería
esa norma fundamental de conducta.
Alexander creía en las leyes, en las reglas, en una sociedad con una base de
disciplina.
Los pensamientos se desplomaron en su cabeza en la fracción de segundo antes de
que Naasir se estirara para agarrar una rama y balancearse al árbol. Al darse cuenta
de lo que pensaba hacer, le dio tiempo suficiente para llegar directamente sobre los
centinelas de Alexander, luego agarró algunas de las saetas que habían caído cerca y
comenzó a lanzarlas a sus atacantes. Como distracción, fue un éxito.
Otra lluvia de saetas.
Poniéndose de rodillas para dar a los tiradores un objetivo más pequeño, utilizó la
espada para desviar unas saetas que se acercaron demasiado, y esperó a que Naasir
estuviera a salvo.
* *
Naasir había trepado a lo largo de las copas de los árboles sin hacer ruido, en
dirección a los olores que apenas podía percibir. El amanecer sin viento había
mantenido en secreto a los centinelas, pero la trayectoria de las ballestas le habían
dado una dirección.
No podría haber utilizado los árboles si el oasis hubiera estado rodeado solamente
por las altas palmeras datileras, pero los aldeanos habían plantado y nutrido muchos
tipos de árboles, incluyendo estos con ramas extendidas. Aunque Andrómeda tenía
razón sobre que habían plantado los árboles como un frente para evitar a los
curiosos, la verdadera razón más probable habría sido crear sombras abajo, donde
los centinelas podían montar una emboscada.
No podía culparlos por no preocuparse por un enemigo que escalaba.
Naasir era único en su clase después de todo.
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Estaba encima de ellos ahora, pero estaban dispersados lo suficiente para que
nadie pudiera atraparlos todos a la vez. Sin embargo, también significaba que sólo
necesitaba encargarse de uno a la vez. Se centró en el hombre vestido de camuflaje
del desierto directamente debajo de él, tenía el pelo cubierto con un pañuelo marrón
polvoriento atado a la nuca y rayas marrones y verdes apagadas en la cara con
pintura de camuflaje, Naasir no dudó.
Se dejó caer, derribando al centinela a tierra con un brazo presionado contra su
garganta para que no pudiera gritar.
—No somos el enemigo —dijo en el oído del hombre—. Estamos aquí para
advertir a Alexander.
El hombre trató de liberarse. Apretando los dientes, Naasir hizo lo único que
podía y lo noqueó. Hizo lo mismo con otros dos antes de que los centinelas se dieran
cuenta de repente que tenían un depredador en medio de ellos.
—¡Arriba!
La orden era vocal. Naasir se agachó en su rama actual... luego se dio cuenta que
no estaban reaccionando a él, sino a las alas que batían en la distancia. Moviéndose
con cautela, inclinó la cabeza lo suficiente para mirar hacia arriba.
Las alas que aparecieron a la vista a menos de tres segundos más tarde no eran las
que él quería ver. Debajo de él, los centinelas de Alexander agacharon, apuntaron las
ballestas hacia los voladores vestidos con uniformes grises oscuros con detalles en
rojo, pero no dispararon.
Bien.
Si el pueblo de Lijuan estaban haciendo un sobrevuelo, probable después de que
alguien viera el enjambre, entonces lo mejor era tumbarse y no darles una razón para
creer que la zona era de alguna manera interesante. El escuadrón hizo varias
pasadas, hasta bien pasado el amanecer. Naasir, Andrómeda, y los centinelas se
mantuvieron en silencio e inmóviles en todas partes.
Incluso cuando el escuadrón aterrizó cerca del pueblo, nadie se movió. Los
miembros de la familia de los centinelas sin duda estaban entrenados para actuar de
manera inocente bajo interrogatorio o el secreto nunca habría aguantado tanto, y si
Naasir había juzgado correctamente a estos hombres y mujeres, incluso a los no
combatientes se les habría enseñado a luchar lo bastante bien como para protegerse
hasta que los centinelas pudieran regresar. Fue más de una hora más tarde, el sol de
la mañana brillante en el cielo, que el escuadrón finalmente despegó, sus aleteos
desaparecieron en la distancia.
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Capítulo 33
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—No tenemos ninguna razón para hacer daño a nadie —dijo Andrómeda y los
tres caminaron de regreso a la aldea, los otros centinelas, sin duda, a sus espaldas.
Los aldeanos les miraron con ojos muy abiertos cuando entraron, aunque una niña
descalza con el pelo oscuro y piel no muchos tonos más clara que la de Naasir, corrió
directamente hacia Tarek.
—¡Abuelo!
El vampiro, que no parecía mayor que su tercera década y, sin embargo, era
probable que no fuera su “abuelo”, sino su tatara—abuelo muchas veces, cogió a la
niña sin romper su paso y la sostuvo con una facilidad que gritaba familiaridad. La
niña miró con curiosidad a Naasir. Sus ojos eran del mismo color gris claro que los de
su antecesor.
Naasir sonrió, mostrando los colmillos; la niña sonrió inmediatamente mostrando
los hoyuelos y saludó. A los niños les gustaba. Sabían sin que se les dijera que no les
haría daño. No importaba si el niño llevaba piel, pelaje o escamas.
Osiris había tomado y matado jóvenes de muchas especies sin escrúpulos. Esa fue
una de las muchas razones por las que tuvo que morir. Una de las muchas razones
por las que Alexander tuvo que ejecutarlo.
Esto último era un hecho que Naasir no había conocido hasta que fue mayor.
Siempre había pensado que Rafael lo había hecho, pero Rafael no había sido un
arcángel en ese momento y Osiris había sido el hermano de un Anciano.
—A pesar de nuestros desacuerdos posteriores —le había dicho Rafael unos cien
años antes—, Alexander y yo siempre estuvimos de acuerdo en que Osiris tenía que
morir. —Un tono sombrío que le hizo apretar la mandíbula—. El hermano mayor de
Alexander no estaba loco. No era normal y cometió infanticidio a un nivel horrible.
Simplemente porque matara a los hijos de los mortales y los animales no hacía que
sus crímenes fueran menos terribles, acabó con especies enteras en su obsesión.
Naasir sabía que a Osiris le habría encantado haber tenido un niño inmortal con
quien experimentar, más fuerte, menos propenso a morir, pero nunca había sido
capaz de concebir con alguna de las concubinas que mantenía lejos de su feudo y
sólo rara vez visitaba. Y aún no había sido lo suficientemente arrogante como para
secuestrar a un niño angelical.
Entonces no. Si se le hubiera permitido vivir…
* *
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—Sí —dijo ella—. Rompemos una ley, pero si no lo hacemos, entonces Alexander
estará indefenso ante Lijuan. Tú no puedes protegerle contra ella.
Aún débil como estaba, Lijuan podría aniquilar a este pueblo, si Xi no se
encargaba de ello primero.
—Morirás si te decapitan, y una vez que no estés, no quedará nadie entre Lijuan y
el Anciano. —Sostuvo la mirada del hombre—. No podemos perderle. Es el estadista
angelical más grande que jamás haya vivido. Detuvo guerras y creó ciudades que
aún destacan hoy en día. Sus estrategias de batalla se les enseñan a los jóvenes
soldados y sus estrategias políticas son estudiadas por los propios arcángeles.
Tarek la miró con mucho cuidado, la intensidad de su mirada le erizó el vello de la
nuca.
—¿Cómo sabes tanto de Alexander?
—Soy una erudita.
Los ojos del hombre fueron a Naasir.
—Llevo mucho tiempo fuera del Refugio, pero sé que tú nunca has fingido ser un
erudito.
Los colmillos de Naasir brillaron a la luz del sol cuando sonrió.
—Puedo leer. —Risa en su voz—. Soy un sabueso y, como tú, un perro guardián.
—Eres mucho más —dijo Andrómeda, incapaz de mantener las palabras en su
interior—. Eres extraordinario.
—Sí —acordó Tarek, en un tono difícil de descifrar—. No hay nadie como tú, el
vampiro de ojos de plata que tiene el pelo y los ojos del mismo tono único que las
alas de Alexander.
Andrómeda frunció el ceño ante la conexión explícita, sus pensamientos una vez
más en esa pluma metálica en el Archivo.
—Alexander no me Convirtió —dijo Naasir, respondiendo a la pregunta no
formulada—. Fue su hermano, Osiris.
Andrómeda contuvo el aliento cuando la expresión de Tarek se volvió letal.
—Osiris fue purgado de la línea de la familia, todos los rastros borrados.
—Excepto yo —dijo Naasir despreocupadamente, aceptando un segundo vaso
pequeño de sangre llevado por una mujer mayor cuya sonrisa sólo contenía simple
cortesía.
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Capítulo 34
Naasir enseñó los dientes al ver que había frenado a la Hermandad lo suficiente
para que ninguna de las saetas alcanzara a Andrómeda. En el instante que confirmó
que estaba a salvo fuera de rango, giró hacia los árboles y corrió.
Saetas fueron disparadas contra el follaje, pero los Hermanos de Alas no podían
moverse tan rápido como él y las saetas se clavaban dónde había estado segundos
antes. Confiando en que Andrómeda fuera en la misma dirección, se dirigió de
vuelta a la aldea. Era la manera más rápida de llegar al otro lado.
No era arrogante, era muy consciente de que los Hermanos de Alas eran algunos
de los guerreros más altamente entrenados del mundo. La única razón por la que
esto había funcionado era porque pensaban que Andrómeda era una erudita a pesar
de su espada, y no habían estado observando con cuidado. El respaldo que ella le
había ofrecido le había dado lo suficiente, unos minutos más y la lucha se hubiera
vuelto contra ellos.
El corazón le bombeaba con toda su fuerza, había atravesado el pueblo usando los
árboles de un lado, mucho antes de que los gritos de los centinelas alertaran a los
combatientes del interior. Los vio reunirse detrás de él, yendo en la dirección
equivocada, para no dejar caer su estado de alerta; los Hermanos de Alas estaban
esparcidos en toda esta zona, sin duda, también en las propias cuevas.
Sus músculos estaban tensos, sus pulmones ardiendo pero continuó.
No había árboles en el tramo final a las cuevas, la luz del sol brillaba sobre la fina
arena del desierto. Incluso a su velocidad, un francotirador posicionado en la cima
del sistema de cuevas podría eliminarlo. Si corría en esta piel. No era estúpido, se
desnudó y se metió en una piel que era suya, pero que aún no había mostrado a
Andrómeda.
Quería sorprenderla.
Para cualquiera que mirara, ahora era un espejismo de rayas al que no podían
enfocar. Gracias a la mochila que había decidido no abandonar, un francotirador le
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divisaría, pero su puntería fallaría por varios metros. Naasir estaba donde debería
estar, la combinación de su velocidad y el hecho de que su cuerpo estaba más cerca
del suelo, por no hablar de su camuflaje natural, le convertía en el depredador
perfecto.
Sólo se detuvo cuando estuvo en la cima de la montaña que escondía el sistema de
cuevas, lejos del francotirador frustrado. Encontró un suministro de agua guiándose
por su olfato hasta que localizó una corriente oculta, se tiró un poco a la cara antes de
beber, luego se puso los pantalones.
Sus sentidos estuvieron a niveles por debajo de los humanos en el instante
siguiente.
Tenía que esperar a que su ritmo cardíaco se calmara antes de poder rastrear a
Andrómeda. Era frustrante, pero al ritmo que había corrido, su cuerpo necesitaba
tiempo para “recalibrarse”. Keir se lo había dicho cuando fue lo bastante mayor para
entender tales palabras y cosas, al parecer, su estado inestable después de un súbito
consumo alto de fuerza era un defecto de diseño. Pero ya que el otro lado tenía una
increíble velocidad no vista por ningún otro ser terrestre, de cuatro patas o dos,
Naasir no solía quejarse.
Hoy, tuvo que luchar contra la furia.
En el instante que su sangre dejó de correr a través de sus oídos y su corazón se
calmó, sus sentidos parpadearon de nuevo a la vida. Le tomó unos pocos segundos
captar el olor de Andrómeda.
Trotando sobre la superficie escarpada de la montaña con su piel secreta y
manteniéndose agachado de nuevo, miró abajo y la encontró justo debajo de un
afloramiento. Él sonrió; su compañera era inteligente. Se había ocultado a la vista
aérea y no estaba cerca de la boca de la cueva que los Hermanos de Alas tenían que
estar vigilando.
A punto de saltar, se acordó de la conmoción de Honor de ese día que había
saltado a su balcón, y mirando a su alrededor, encontró dos pequeños guijarros y los
tiró con suavidad. Cuando golpearon los hombros de Andrómeda, sacudió la cabeza,
su sonrisa al verlo fue luminiscente.
Saltó para unirse con ella, le tomó la mejilla con una mano con garras levemente
irritadas por su carrera sobre el suelo.
—¿Te han dado?
Ella negó con la cabeza y le echó los brazos al cuello, abrazándole con fuerza. Él la
envolvió con los brazos y apretó, respirando su aroma. Su vida.
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—Hay una plataforma de aterrizaje para mis amigos alados. —No les había
contado lo de su casa secreta a muchos, y todos los que la conocían tenían cuidado de
no revelar su ubicación—. El tronco del árbol es tan recto y alto, con tan pocas ramas
bajas que nadie que no sea como yo puede subir. Si mis amigos vampiros quieren
visitarme, dejo caer una escalera de cuerda.
—¿Qué hay dentro? ¿Donde duermes?
—Con lluvia y nieve, hago un nido en el interior, pero cuando el cielo está
despejado, duermo en una hamaca colgada entre ramas fuera. —Desde dónde podía
mirar las estrellas y escuchar el bosque—. Es cálido porque Illium escondió pequeños
paneles cerca que capturan la luz del sol y la liberan por la noche. —Le tocó la
muñeca de nuevo—. Te haré una hamaca más grande, lo suficientemente grande
para tus alas.
Andrómeda jadeó antes de susurrar.
—Me gustaría ver tu casa.
—Te llevaré, después. —Si ella quería poner sus cosas allí, no diría que no. Era su
territorio, pero lo compartiría con ella. Quería su olor en su espacio, en sus cosas—.
Sólo tengo un par de libros —admitió—. Cosas que Jessamy me da para aprender,
pero prefiero aprender escuchando a la gente.
—Debes tener una muy buena memoria.
—Sí. —Al parecer era un don innato que provenía de la línea de sangre del chico
que era parte de él—. Desde la hamaca, puedes ver las estrellas por la noche, tan
claras y brillantes, y, a veces, puedes ver las alas de los escuadrones que pasan.
—¿Te ven?
—La hamaca es demasiado pequeña para verla desde lo alto y la casa está
camuflada en las ramas, una parte del árbol. —Como si Aodhan hubiera arrancado la
imagen directamente de los pensamientos de Naasir—. Aodhan dice que no hay otra
casa igual en el mundo.
—Tiene un talento increíble. —La voz de Andrómeda contenía una pesada vena
de tristeza—. Algo terrible le sucedió, ¿no?
Naasir sabía exactamente lo que le había sucedido a Aodhan. Había ayudado a
Rafael a rastrear el hombre más joven en quien pensaba como un cachorro en su
unidad familiar. Ese cachorro había sido tan gravemente herido que cuando le
encontraron, Naasir se había vuelto un poco loco en la venganza. No lo sentía. Nadie
tocaba a la familia de Naasir y salía ileso.
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—Está sonriendo de nuevo. —A Naasir le hacía feliz recordar eso y sabía que haría
a Andrómeda feliz, también—. Le juega malas pasadas a Illium cuando éste se burla
demasiado de él.
—Nunca he visto Aodhan hacer nada de eso.
Naasir sonrió.
—Es el mejor amigo de Illium por una razón. —Naasir había tenido ciento veinte
años la primera vez que los conoció a los dos. Todavía no era adulto, pero era lo
bastante mayor como para saber que dos pequeños cachorros de ángel no debían
zambullirse desde el acantilado al estanque de abajo.
Cuando los atrapó por el cuello, los dos muchachos mojados se retorcieron en un
esfuerzo por escapar. Él les había gruñido y los había llevado directamente con
Jessamy. Ese recuerdo le gustaría a Andrómeda. Lo compartiría con ella más tarde,
pensó, justo cuando ella dijo:
—Cuéntame la broma de Aodhan.
Naasir quería reírse de esa inteligencia.
—Se coló en la habitación de Illium mientras éste estaba dormido. Normalmente
Illium se despertaría de inmediato, —el cachorro que se retorcía se había convertido
en un guerrero experimentado— pero su mente reconoció que Aodhan no era una
amenaza, por lo que siguió durmiendo.
Como él dormiría si Andrómeda estaba en la habitación.
—Esperó a que Illium se girara boca arriba, luego pintó palabras en la superficie
exterior de las alas con una tinta especial que moja pero se seca sin dejar una
sensación pegajosa. Cuando Illium despertó, no notó nada.
Andrómeda se rió.
—¿Qué escribió Aodhan?
—Bueno, cuando Illium salió a reunirse con sus comandantes de escuadrón para
un entrenamiento, le dieron palmaditas en el hombro y le dijeron: “Lo siento, no eres
mi tipo”. —Naasir lo había visto todo desde el balcón.
—No me tengas en suspenso. —Andrómeda le golpeó juguetonamente en el
hombro.
Naasir sonrió.
—Besos gratis de Campanilla en oferta.
Andrómeda ahogó un resoplido.
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—La mejor parte fue que la tinta no se quitó, durante tres días. Illium finalmente
cazó a Aodhan y le hizo pintarle las palabras para que sólo pareciera que tenía
manchas negras en sus alas.
—¿Se vengará Illium?
—Por supuesto. —Naasir sabía que el accidente de Illium habría aterrorizado a
Aodhan—. Pero siempre serán amigos, no importa qué bromas se gasten el uno al
otro. —Naasir tenía la sensación de que nada rompería nunca ese vínculo. Los dos
eran incapaces de traicionar al otro.
—¿Tienes un amigo así? — preguntó Andrómeda con nostalgia de su tono.
—Tengo familia. Tengo amigos. —Muchos más de los que nunca había imaginado
que podría tener cuando era un niño salvaje que no entendía lo que significaba ser
civilizado—. Janvier y Ashwini me ven, me entienden, son mis amigos. —Como los
otros de los Siete, así como Rafael, nunca le habían pedido que fuera otra cosa que
exactamente qué y quién era—. Pero se pertenecen el uno al otro primero. —Como
debe ser—. Yo seré un amigo para siempre con mi compañera.
La voz de Andrómeda era baja.
—Ella va a ser una mujer con suerte.
Frunció el ceño; ¿de quien creía que estaba hablando? Antes de que pudiera
desafiarla, sin embargo, captó los primeros vestigios de un olor.
—Tenemos que estar callados ahora —murmuró—. Este olor es viejo pero significa
que los hermanos patrullan por aquí.
El túnel se amplió poco después de ese punto y Andrómeda fue capaz de caminar
a su lado, con la mano en la suya. Los ojos de Naasir penetraban la oscuridad como si
no fuera nada, pero sabía que para ella, debía ser una nada oscura como la pez. Sin
embargo, ella caminaba sin inmutarse.
Llevando su mano a la boca, le besó los nudillos.
Su ala le rozó la espalda en una respuesta silenciosa y afectuosa cuando la
oscuridad del túnel quedó impregnada de una luz suave.
Sin oír nada ni oler nada fresco, Naasir continuó hasta que encontraron la fuente
de la luz. Estaba dentro de una gran cueva, parte del techo estaba ligeramente
agrietado. No lo suficiente para permitir el acceso, pero suficiente para que un rayo
de sol penetrara.
—Todavía estamos demasiado alto —dijo Andrómeda, sus labios rozando su
oreja—. Tenemos que ir más profundo.
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Capítulo 35
Tirándola hacia atrás antes de que pudiera bajar el pie, Naasir la inmovilizó
contra su pecho, sus alas raspadas y cortadas entre ellos.
—Hay algo por debajo.
Finas líneas blancas enmarcaban su boca, pero ella asintió.
—No me moveré.
Soltándola después de asegurarse de que no estuviera desequilibrada, se agachó e
iba a quitar la arena cuando se dio cuenta de que sus dedos podrían crear demasiada
presión.
—Aquí. —Andrómeda le tendió una de sus plumas, ésta de un marrón pálido que
se oscurecía en la punta—. Estaba a punto de caerse de todos modos.
Él le acarició suavemente la pantorrilla, sabiendo que sus alas tenían que doler. Ser
inmortal no significaba no sufrir ningún dolor.
Cuando se inclinó hacia adelante, con una mano todavía en ella, y apartó la arena,
encontró lo que había esperado.
—Es un interruptor de presión.
El músculo de la pantorrilla de Andrómeda se tensó.
—No creo que las grietas del techo sean accidentales —dijo lentamente—. Esta
cueva está amañada para derrumbarse.
—Enterrar a los intrusos en ella. —Naasir se puso de pie—. No podemos
arriesgarnos a cruzarla, no hay modo de saber cuántos interruptores se encuentran
bajo la arena.
Regresaron a la seguridad del túnel volviendo sobre sus pasos, tardaron otros
treinta minutos en encontrar un túnel que fuera hacia abajo. También les llevó
demasiado cerca de la entrada a las cuevas. Tan cerca que en un punto, Naasir
escuchó a dos Hermanos de Alas hablando, un hombre y una mujer.
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De inmediato apretó un dedo sobre los labios de Andrómeda para que supiera que
debía estar callada.
—... en las cuevas.
—No hay señales hasta ahora, pero si lo están, no pueden pasar por encima de
nosotros. — Una voz arenosa, con un peso que hablaba de experiencia—. Todos los
posibles puntos de entrada a la cámara estén bien protegidos.
—Ese explorador entró —dijo la primera, su juventud aparente.
—Shavi era un nuevo hermano en ese momento. Verde como la hierba. Se distrajo.
Menos mal que el explorador se volvió loco o nos habrían invadido los curiosos y los
peligrosos.
Una larga pausa. Naasir estaba a punto de seguir adelante cuando la hermana de
alas más joven dijo:
—Siempre me pregunté sobre eso. —Su voz era tímida—. Los otros me han dicho
que entró cuerdo y arrogante, pero salió gritando y arañándose los ojos. Es por eso
que no le matamos, porque habría sido deshonroso matar a un loco.
Una risa.
—Han estado jugando contigo, niña. La parte acerca de por qué se le permitió
vivir es cierta, pero el explorador no gritó o se sacó los ojos.
—Oh.
—Llegó a la ciudad más cercana, gracias a la suerte de los locos y los tontos, pero
terminó catatónico en una sala de hospital poco después. Cuando despertó un año
más tarde, tenía grandes agujeros en sus recuerdos y como no tenían mucho sentido
nadie prestó atención a sus divagaciones.
—¿Sire le asustó? —Un susurro asombrado.
—Simplemente porque Duerma, no quiere decir que no sea consciente del mundo
que le rodea. —Un tintineo que podría haber indicado que ponía una saeta de
ballesta con las demás—. Recuerda, se dice que Caliane se levantó antes de tiempo
porque oyó a Lijuan conspirar para matar a su hijo.
Eso no era del todo verdad, pero el razonamiento era bueno.
Naasir escuchó más, pero los dos Hermanos de Alas pasaron a hablar de un
hombre a quien la mujer quería acercarse. Deseando en silencio buena suerte a la
hermana de alas en su cortejo, Naasir alejó a Andrómeda de la entrada a un espacio
que sintió seguro, libre de olores frescos y formado de una manera que significaba
que el sonido no vagaría.
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A continuación, poniendo los labios junto a su oreja, le contó lo que había oído.
Tenerla tan cerca, su calor suave y femenino, le daban ganas de dejar de ser
civilizado y sensato. Sólo quería tomar, ceder al núcleo primitivo de su interior que
no entendía por qué debía esperar.
Cuando ella tiró de él hacia abajo para poder responder, Naasir apoyó la mano en
una parte no dañada de su ala en un esfuerzo por aliviar su necesidad. Estúpido
Grimoire, pensó, y de nuevo sintió un destello de la memoria, sobre un pequeño libro
rojo con un dibujo de oro en la portada.
Su mente seguía diciéndole que lo había visto. ¿Pero donde?
—Es cierto —dijo Andrómeda, sus labios rozando su oreja y provocando
sacudidas impactantes de placer sobre su piel—. El registro de ese explorador era
incoherente y desigual. Casi como un engaño. La única razón por la que lo tomé en
serio fue porque sabía que, como un ángel muy joven, Alexander vivió en el oasis.
Esa verdad se había perdido en el tiempo, sepultada por la ascensión de
Alexander y el eventual control de todo este territorio. Andrómeda tenía el
conocimiento, porque, cien años antes, había rastreado a los Ancianos todavía en el
mundo y les había escuchado. A diferencia de Caliane y Alexander, estos Ancianos
no eran poderosos, pero a menudo eran sabios.
Con los que había hablado estaban una vez más Dormidos, habían despertado
juntos durante medio siglo para “saborear” el nuevo mundo. Después de haberse
decidido en contra de vivir en él, los tres le habían dicho que la verían en otros mil
años.
—Guarda tus otras preguntas para entonces, hija. Es bastante encantador tener
jóvenes oídos ansiosos escuchando nuestros cuentos.
Uno de los cuentos que le habían contado había sido sobre el oasis de un recién
adulto Alexander, una “fiesta de guerreros” donde se bebió aguamiel y el baile fue
salvaje.
—Él nunca nos olvidó —había dicho uno de los Ancianos—. Incluso cuando se
convirtió en un poderoso general, luego en un arcángel, todavía teníamos una
bienvenida abierta a su casa, ya fuera el palacio arcangelical o la cabaña de caza, y él
se sentaba con nosotros, bebía un vaso o cinco y se reía de las viejas historias.
Los otros habían asentido, sus sonrisas contenían un afecto profundo y verdadero
por un arcángel que para ellos era un amigo con el que habían crecido.
—Espero que algún día cuando nos despertemos, él también esté despierto. Me
gustaría compartir una copa con él y ver que hace en este mundo donde las
máquinas de metal vuelan por el aire y un arcángel no tiene corte.
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Pensando en todas sus conversaciones con los Ancianos, apoyó una mano en el
pecho de Naasir y dijo:
—Si Alexander es de alguna manera consciente de la gente en este sistema de
cuevas, entonces podríamos estar a salvo. No era caprichoso o descuidadamente
cruel.
—Pero si se trata de una defensa autónoma como las langostas, entonces
podríamos acabar catatónicos —completó Naasir en el tono bajo y un poco gruñón
que ella amaba.
—¿Deberíamos salir y tratar de alejarnos lo suficiente para que el teléfono
funcione?
—He faltado a la llamada de comprobación, Rafael ya está de camino. —Naasir
cerró una mano cálida y áspera sobre la que ella había puesto en su pecho—. Pero
Alexander necesitará tiempo para levantarse, y Lijuan tiene una distancia más corta
que recorrer que Rafael. Tenemos que tratar de iniciar el proceso para que Alexander
no esté indefenso si Lijuan se da cuenta de que este es su lugar y llega primero.
Andrómeda pensó en cómo la forma física de Lijuan se había desvanecido y había
vuelto a tomar forma, en su rostro delgado y extremidades faltantes. La arcángel de
China estaba claramente débil, pero de acuerdo a las noticias que había recibido de
Jessamy en Amanat, existía la posibilidad de que Lijuan hubiera matado a Jariel, un
ángel que se rumoreaba había sido lo bastante fuerte para que algún día no muy
lejano pudiera haberse convertido en un arcángel.
Y Alexander estaba actualmente indefenso si decidía golpear.
—¿A qué estamos esperando? —Le dijo a Naasir, la sangre caliente—. Tenemos
que ir a molestar a un Anciano y esperemos que no nos convierta en idiotas
balbuceantes.
La risa de Naasir era suave, los dientes con los que le rozó la punta de la oreja
afilados.
—Sabía que eras mi compañera.
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Capítulo 36
Lijuan sólo había viajado una cuarta parte del camino hacia el palacio de Rohan
cuando su fuerza se agotó. Poniendo rumbo a tierra antes de que cayera del cielo, sus
alas aún apéndices débiles e inútiles, se convirtió en corpórea.
Con la rabia ardiendo en ella mientras yacía indefensa en la tierra, un torso con
alas que apenas se movían cuando trató de darse la vuelta sobre su estómago. No es
que hubiera importado. Ni siquiera podía arrastrarse rápidamente; su único brazo
totalmente regenerado estaba tan débil como las alas, los músculos temblaban ante
el más mínimo esfuerzo.
Incapaz de contener la furia, golpeó con una mano de uñas rojas. Estallaron
fragmentos negros, derribando los árboles delante de ella hasta convertirlos en
polvo. Se sacudió… y luego sonrió. Esta debilidad humillante era soportable si sus
habilidades mortales regresaban a su plena capacidad. Un Alexander Dormido no
tendría ninguna defensa contra ellas. Ella era una diosa, mientras que él había
pasado los últimos cuatrocientos años en éxtasis.
Podría haberla golpeado en combate cuando ella era un ángel a punto de
convertirse en arcángel y Alexander ya un Anciano, pero ahora era más fuerte que él.
No se alejaría de ella en esta ocasión, una criatura alta de cabellos dorados y alas de
plata que había rechazado lo que otros hombres habían codiciado.
Por un momento, vaciló, ecos de esa chica esperanzada, dulce e inteligente en su
alma. Esa chica sólo había visto maravilla en el mundo. Esa chica había sabido que
Alexander era un pedazo de luz que ardería toda la eternidad, un hombre de guerra
que había adquirido una sabiduría inconmensurable a través del tiempo que había
visto transcurrir.
—Mi hermosa Zhou Lijuan. —Sus dedos le rozaron los pómulos, sus ojos de plata
manteniéndola esclava—. Tan delicada, fuerte y llena de tal poder.
La palma de ella hormigueó ante el repentino recuerdo sensorial de cerrarse sobre
la gruesa muñeca.
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Nalini Singh
—¿Por qué no estarás conmigo? —Él la admiraba, podía verlo—. Puedo caminar a
tu lado, ser tu compañera como tú serías el mío.
Una suave sacudida de cabeza.
—Debes crecer por tu cuenta. Tal vez en siete mil años, podemos juntarnos de
nuevo. Cuando alcances tu poder y seamos iguales. Ahora… te aplastaría sin querer,
y estás destinada a la grandeza.
Siete mil años.
Habían pasado, se dio cuenta de repente. Tal vez matarlo no era la respuesta...
La rabia se apresuró a regresar adentro en un rugido negro. No porque Alexander
la hubiera rechazado; lo había olvidado hacía mucho tiempo, se había enamorado
apasionadamente de otro hombre. Durante un eón, Alexander no había sido más que
un dulce recuerdo de su juventud, que le provocaba un cariño divertido. Había sido
una joven maravillada con un hermoso Anciano.
No, su rabia venía de la idea de que Alexander, ese Durmiente de alas de plata de
la profecía, un día trataría de destruirla. Nadie tenía ese derecho. Y no eran iguales.
Nadie era su igual. Ella era Zhou Lijuan y ella gobernaría el mundo antes de que esta
Cascada terminara.
Echando la cabeza hacia atrás, se rió por primera vez desde que Rafael le había
hecho daño.
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Nalini Singh
Capítulo 37
Naasir percibió dos trampas explosivas más en las siguientes tres horas.
Andrómeda atrapó otra, advertida por un cambio en las corrientes de aire que él
había desestimado como natural. Resultó que era un antiguo truco que Andrómeda
había leído en un libro.
—Deberías leer más —bromeó cuando él gruñó por no haber visto la trampa.
—Puedes leer para mí. Me gusta escuchar historias.
—Lo haré.
Incluso en la oscuridad, él vio la tristeza en su expresión, supo que una vez más le
estaba ocultando algo. Frustrado porque no podía enfrentarse a ella en este
momento, se inclinó y le mordió la oreja de nuevo.
Ella saltó, luego le empujó por el pecho.
—Ya basta. —Un ceño fruncido—. Hablaremos de tu hábito de morder más tarde.
—Lo mismo sobre tu hábito de guardar secretos —dijo y vio como quedaba
alicaída—. Los túneles están empezando a ir constantemente cuesta abajo.
—Si nos encontramos con un hermano de ala, no lo mates o le hagas daño. —La
voz de Andrómeda era urgente—. Si Alexander está mirando a algún nivel, eso le
volvería de inmediato contra nosotros.
Naasir frunció el ceño.
—Había planeado dejarlos inconscientes.
—Podríamos atarlos y amordazarlos. Hay una camiseta en el paquete que
podemos rasgar en tiras.
Naasir no estaba convencido de que tales medidas fueran eficaces contra los
hombres y mujeres Hermanos de Alas altamente entrenados, pero sabía que ella
tenía razón acerca de no enojar a Alexander. Incluso amordazar y atar a los centinelas
podría leerse como un ataque, pero tenían que correr el riesgo.
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Él quiso gruñir.
Los votos del celibato deberían ser declarados ilegales por lo que a él se refería. Sin
embargo, como Andrómeda había tomado uno, lo honraría porque su honor era
importante y no quería robárselo. Sin embargo, terminaría felizmente ese voto
encontrando ese estúpido libro rojo.
—Vamos a terminar esto. —Para que pudiera ir a cazar el Grimoire.
Avanzaron lado a lado hasta que él olió a un ser vivo aparte de Andrómeda, él y
un gran insecto. No se lo mencionó a su compañera, ella era dura, pero él había visto
guerreros adultos, hombres y mujeres, estremecerse al pensar en insectos.
Comprobaría la tolerancia de Andrómeda más tarde, cuando no estuvieran
atrapados bajo tierra y ella pudiera ver.
Soltando su mano, le tocó la cara para tranquilizarla, a continuación, puso la
mochila en el suelo y avanzó sólo. El hermano de alas estaba de pie a la entrada de
una pequeña cueva, con los ojos en constante exploración del túnel y la ballesta en la
mano. Ningún joven novato.
Cuando Naasir volvió con Andrómeda, su respiración era más superficial de lo
que había sido antes, pero se había quedado dónde le había dicho. La abrazó y la
agarró por la nuca, le habló directamente al oído.
—Hay dos. Uno dentro de la cueva, otro en la entrada. Puedo acabar con el de
fuera relativamente en silencio. Amordazarlo y atarlo.
Ella asintió.
—Si el de dentro lo oye, tendré que dejarlo inconsciente y esperar que Alexander
entienda, nuestra única ventaja es la sorpresa.
Andrómeda le tocó la mandíbula, subió los dedos hasta los ojos.
—Sí —dijo—. Pueden ver en la oscuridad. Gafas de visión nocturna. —Frotó la
cara contra el lado de la suya—. Te robaremos un par. Los rescatarán muy pronto.
Ella le dio unas palmaditas en el pecho en señal de agradecimiento y se separaron
para dirigirse hacia los Hermanos de Alas después de que Andrómeda sacara
algunos de los trozos de tela.
* *
No fue hasta después de que Naasir se fuera que Andrómeda se dio cuenta que no
sabría si había eliminado al Hermano de Ala y dónde, no sin que Naasir la alertara. Y
puesto que los Hermanos de Alas llevaban gafas de visión nocturna, si se movía
desde este lugar, podría revelar a Naasir. Pero no quería que estuviera allí solo.
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Mordiéndose el labio, se concentró y se dio cuenta que de alguna parte venía una
luz muy tenue. No lo bastante para permitirle realmente ver, pero podría cambiar si
se acercaba un poquito. A punto de sacar la espada y arrastrarse sigilosamente hacia
adelante, sintió que algo la golpeaba ligeramente en el pecho. No lo agarró por poco,
pero cuando se puso de rodillas y tanteó por el suelo arenoso, sus dedos se
deslizaron sobre las suaves curvas distintas de las gafas.
Sin perder tiempo, se las puso. El mundo a su alrededor se tiñó súbitamente de un
verde sobrenatural, pero podía ver claramente.
Naasir había acarreado a su cautivo y de alguna manera logró mantener al
hermano contenido y silencioso mientras le tiraba las gafas. Cerrando la distancia con
pies silenciosos, le ayudó a amordazar y atar al hermano de alas, los ojos del hombre
musculoso furiosos con ira.
Tarea completa, Naasir saltó al techo con tal facilidad que ella casi jadeó.
Guiñándole un ojo, se adentró en la cueva. Acercándose sigilosamente a pie, ella vio
como caía en silencio desde el techo y derribaba al otro Hermano, con una mano
sobre la boca del otro hombre y una mano con garras alrededor de su garganta
mientras utilizaba su peso corporal para inmovilizar al hombre armado contra el
suelo.
Lanzándose hacia delante, Andrómeda ató y amordazó al hermano de alas.
Después, susurró en su oído:
—Lo siento.
—Andi.
Levantándose con esa llamada en voz baja, cruzó la cueva para unirse a Naasir en
la boca de lo que parecía ser un túnel hacia abajo. Cuando se levantó las gafas por un
instante, le quedó claro que esta era la fuente de la tenue luz ambiental, parecía venir
de la piedra de las propias paredes.
Poniéndose las gafas de nuevo, soltó un suspiro tembloroso.
—Sí, esto tiene que ser.
—Comienza a buscar trampas. Voy a recuperar la mochila.
Ella fue la que finalmente lo encontró, después de cinco minutos terriblemente
lentos que terminaron con Naasir teniendo que reatar a un hermano que casi se había
soltado. En la refriega que siguió, Naasir descubrió que el suelo de la cueva era falso,
diseñado para colapsar hacia adentro si los Hermanos de Alas activaban la trampa.
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—Por aquí.
Ella siguió la huella de sus pasos en la arena y se encontró frente a otro túnel con
paredes de piedra que palpitaban con ese resplandor misterioso. Sólo que esta vez, el
túnel tenía una pendiente empinada descendente que era casi vertical, el suelo
resbaladizo y brillante en comparación con las paredes y el techo.
—Maldita sea —murmuró, envainando su espada—. Yo iré primero. Puedes venir
detrás de mí y empujarme si mis alas se atascan.
Naasir sacudió la cabeza.
—No. No me di cuenta de la gran pendiente desde lejos. Encontraremos otra
salida.
Los sonidos que venían de la entrada de la cueva le decían a Andrómeda que la
barrera de rocas caídas pronto ya no existiría, dejó escapar un suspiro y se metió los
rizos sueltos detrás de las orejas.
—No hay manera de hacer eso sin matar a un gran número de Hermanos de Alas,
no creo que estén de humor para seguir hablando.
—Tus alas ya están maltratadas. —Fue un gruñido, levantó la mano suavemente
para tocar una parte no dañada—. Podrías romperte algo.
Un toque de los dedos de Andrómeda en su mandíbula para tranquilizarlo.
—Sanarán. —Al entrar en el túnel, miró una vez más el amado rostro de Naasir,
plegó las alas tan fuerte como pudo y aflojó las manos en los bordes exteriores.
Resbaló hacia abajo mientras plumas y piel eran arrancadas, la sangre manchó el
aire. Luchando por aguantar las lágrimas para contener el dolor punzante de los
daños en la piel tan sensible, cayó con los pies por delante a un foso de arena de
algún tipo y se obligó a rodar a un lado.
La mochila cayó segundos después, Naasir aterrizó en cuclillas a su lado.
Corriendo hacia donde ella yacía boca abajo en la arena, tratando de respirar más
allá de la agonía, Naasir le tocó la parte posterior de la cabeza y se inclinó para
acariciarla con la nariz.
—Ya casi hemos llegado.
Aferrándose a su cariño, se levantó a cuatro patas, luego lentamente, se sentó. No
había sido capaz de luchar contra las lágrimas y pudo sentir cómo la arena se pegaba
a la humedad, el aliento entraba en hipidos. La hubiera humillado ser vista de esta
manera por los demás... pero no Naasir.
Él ni siquiera pensaría en utilizar su dolor para causarle heridas emocionales.
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Tomando su cara entre las manos, Naasir le frotó la nariz con la suya.
—Eres muy valiente —dijo, los ojos de plata brillaban en la oscuridad y había un
fiero orgullo en su tono.
—Tú también. —Sus dedos temblaron cuando cerró las manos alrededor de sus
muñecas—. Mejor que Alexander no nos vuele después de todo esto.
Una sonrisa salvaje cuando se puso de pie y le tendió una mano para tirar de ella.
Una vez que se estabilizó, el hielo y el fuego de los daños en sus alas, como interpretó
por sus terminaciones nerviosas expuestas, ya no amenazaba con hacerla
derrumbarse, así que miró alrededor. Estaban en el fondo de un cuenco de piedra lisa
que parecía no tener salidas, los lados tan verticales que ni siquiera las garras de
Naasir se agarrarían.
—Podría volar —dijo ella, porque aunque sus alas estaban gravemente dañadas,
todavía la mantendrían en alto—. Intentaré ver si hay una salida por la parte
superior.
Naasir sacudió la cabeza, ese pelo metálico vívido se movía como mercurio
líquido incluso a través de la visión verdosa de las gafas.
—El sonido no está aquí. —Naasir se agachó, apoyó una mano en la arena y la otra
en el muslo, y ladeó la cabeza.
Andrómeda se quedó inmóvil, pero utilizó sus ojos para escanear todo en su
campo de visión. Cuando Naasir cambió de postura, aprovechó la oportunidad para
girar y poder ver las paredes detrás de ella.
Sus ojos se abrieron.
—Naasir.
—Hay una manera de salir de aquí —murmuró él, con la cabeza todavía
ladeada—. Puedo oírlo.
Rompiendo la posición y el flujo de aire, ella corrió hacia la pared de delante.
—¿Lo ves?
Naasir se le acercó. Inclinándose, pasó los dedos sobre las líneas finas excavadas
en la piedra.
—Es un fragmento de un diseño más grande.
—Sí. —Ella retrocedió a la pared del fondo. Partes del diseño se habían
desgastado, pero todavía podía juntarlo—. Un cuervo. —Creado con innumerables
imágenes intrincadas que representaban a esta tierra—. La cámara de Alexander
debe estar…
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Capítulo 38
Con los ojos muy abiertos, Andrómeda extendió sus alas. Se movieron, pero sabía
sin intentarlo que si trataba de salir volando, sería succionada. No es que fuera a
intentarlo, no cuando no tenía la fuerza para levantar a Naasir con ella. Manteniendo
los brazos alrededor de los músculos tensos de él, miró a su alrededor mientras él
hacía lo mismo.
No había nada más en este túnel de piedra, excepto Andrómeda, Naasir y la lava
burbujeante y voraz de abajo. Con el corazón latiendo frenéticamente y cada aliento
un esfuerzo, dijo a Naasir:
—Creo que tienes su atención.
Naasir enseñó los dientes.
—Tú eres más civilizada, habla tú.
Géiseres fundidos se dispararon de la lava, como si Alexander se estuviera
impacientando.
—Arcángel —dijo, dirigiendo sus palabras a la lava, aunque sabía que Alexander
podía oírla sin importar donde lanzara su voz—. El mundo está en medio de una
Cascada y los arcángeles de la actual Cátedra están creciendo violentamente en
poder.
La lava burbujeó y estalló con innumerables géiseres mientras caían medio metro.
El calor quemó sus plantas a través de las botas arruinadas.
El gruñido de Naasir fue más salvaje de lo que ella le había oído nunca, el sonido
rebotó en la piedra resonando en sus huesos.
—Lijuan quiere matarte en tu Sueño, ¡viejo bastardo testarudo! ¡Ella cree que es
una diosa!
Andrómeda se estremeció. Alexander había sido sabio, pero también había tenido
un temperamento tormentoso.
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—Tu espalda. —Su voz temblaba de furia—. Alexander te hirió. —Su camiseta
estaba casi totalmente quemada en ese lado de su cuerpo, dejando sólo la piel
expuesta y carbonizada.
Volviéndose hacia ella, le tomó la mejilla, acariciándole el pómulo con el pulgar.
—Es sólo una pequeña quemadura. Se habrá ido en cuestión de horas.
Antiguo y fuerte, se recordó. Era mayor y más fuerte que ella, y era una quimera
legendaria.
—¿Es cierto que puedes sanar igual o a veces incluso mejor que un ángel? —Eso
era un “hecho” que ella acababa de recordar, algo que había encontrado durante sus
estudios sobre las criaturas míticas.
—Sí. —Inclinándose, frotó su nariz con la suya como había hecho al final de su
viaje por el túnel—. Te contaré todo sobre las quimeras después de que salgamos.
Ella sintió sus propios labios temblar ante su tono, como si él le estuviera
ofreciendo un regalo. Y la verdad era que lo hacía: ella era una erudita, adoraba la
nueva información… y esta quimera salvaje lo había averiguado porque la miraba y
veía quién era.
—Haré que lo recuerdes.
Extendiendo sus alas heridas con su sonrisa, se levantó en el aire. Los despegues
verticales requerían más fuerza que un deslizamiento, pero como resultado del
régimen de entrenamiento de Dahariel y Galen, por lo general no tenía problemas.
Hoy, sin embargo, se sentía como si mil lanzas se le estuvieran clavando en cada
centímetro de las alas, tratando de sujetarla.
Apretando los dientes y negándose a considerar fracasar, se elevó en el aire y
comenzó a dar vueltas. Aparte de la rampa imposible de trepar por la que se habían
deslizado a este agujero, no parecía haber ninguna otra fisura o bocas de túneles.
Voló más alto.
* *
Naasir observó para asegurarse de que Andrómeda estaba estable con las alas
antes de quitarse los jirones de sus botas inútiles y comenzó a merodear en busca de
una salida. Las corrientes de aire en esta sala se agitaban de manera equivocada
contra él, su piel ondulaba con rayas entre una respiración y la siguiente. Lo que no
era visible a menos que alguien le acariciara en el momento exacto, era la fina capa de
piel que en ocasiones aparecía en su piel.
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Tal vez no le contaría a Andrómeda esa parte de él, dejaría que lo descubriera un
día, mientras jugaran desnudos. A ella no le importaría, sabía eso de ella ahora. Le
gustaba él a pesar de que no era de ninguna manera “normal”. No, eso no estaba
bien. A Andrómeda no le gustaba a pesar de su carácter inusual. A ella sólo le
gustaba.
Incluso cuando le fruncía el ceño, le gustaba.
De pie en diferentes partes del agujero mientras el conocimiento se acomodaba en
sus células, se sintonizó con las corrientes de aire. Cuando sintió a Andrómeda
empezar a descender, miró hacia arriba.
—¿Puedes quedarte un poco más? —Su aterrizaje perturbaría el aire que se había
calmado después de su despegue.
Ella asintió con la cabeza y comenzó a dar vueltas suavemente en vez de quedarse
quieta. Al darse cuenta de que estaba sufriendo demasiado para mantener un vuelo
estacionario, con los pies quemados y las alas chamuscadas quiso gruñir, apretó la
mandíbula y fue hacia una parte específica de la pared. El aire era más fresco aquí, se
movía más rápido.
—Andi.
Aterrizando suavemente detrás de él cuando hizo un gesto, ella se quitó lo que
quedaba de sus propias botas y cojeando fue a mirar la pared.
—¿Qué ves? —Un repentino parpadeo, su cuerpo inmóvil—. ¿Por qué puedo ver?
Naasir, capaz de ver sin importar la luz, no se había dado cuenta del hecho de que
ya no había una total oscuridad, la luminiscencia de las paredes era de una
intensidad mucho mayor.
—Alexander.
—Supongo que esto significa que le gustamos después de todo.
—No es suficiente para sacarnos de aquí.
—Alexander nunca fue conocido por ser un arcángel fácil.
Gruñendo en reconocimiento, Naasir comenzó a correr con los dedos las líneas en
las que había sentido el aire más fresco.
—Hay una puerta aquí.
Arrodillándose al lado de la piedra que parecía lisa, Andrómeda comenzó a palpar
alrededor de la pared al nivel del suelo.
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* *
Tres horas después de la tensa reunión fuera de la cámara de Alexander, la noche
había caído sobre el oasis y los Hermanos de Alas sabían lo que venía. El hecho de
que su arcángel estuviera despertando había causado asombro entre los miembros
más jóvenes de la Hermandad, alegría triste en los viejos.
—Estoy feliz de saber que voy a ver a sire de nuevo. —La emoción tensa en el tono
de Tarek era un testimonio de la lealtad que Alexander inspiraba en su pueblo—.
Ojala su Sueño no haya sido precipitadamente interrumpido. Él no tenía intención de
despertar durante miles de años.
El líder de la Hermandad estaba compartiendo una comida con Naasir y
Andrómeda bajo la luz de las estrellas. Ella fue a hablar, preguntarle por su largo
servicio, cuando un rastreador de largo alcance entró corriendo. Resultó que los
teléfonos de los Hermanos de Alas no funcionaban aquí tampoco, que tenían un
búnker de comunicaciones oculto a una distancia considerable del oasis.
Era inútil en este momento. Todos los sistemas de comunicaciones habían caído
poco después de que Alexander les dijera a Naasir y Andrómeda que estaba a punto
de despertar. Por lo que la Hermandad había podido comprobar, había afectado a
todo el territorio, tal vez más lejos. Toda la información pasaba actualmente a través
de un sistema de corredores y las viejas balizas de señales que utilizaban un código
de la Hermandad.
—La lucha continúa en el palacio. —Aceptando una botella de agua, el explorador
bebió a grandes tragos—. Parece que Rohan ha llamado a todos sus escuadrones y
tropas de tierra antes del ataque.
—Tu advertencia —dijo Tarek, y no era una pregunta.
Los ojos de Naasir brillaban en la oscuridad.
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—No. —Apoyándose en los talones, la tomó por los hombros y le ordenó mirar a
la ventana, examinó sus alas con un cuidado metódico y lento—. Partes de tus alas se
han raspado hasta el tendón. —El gruñido era profundo—. Ten cuidado cuando
duermas.
Andrómeda asintió, capaz de sentir el dolor palpitante que denotaba la curación
de los tejidos.
—¿Tus pies?
—Curados. —Por lo general, toda la energía se dirigiría a las alas, pero su cuerpo
había decidido claramente que los pies eran una pequeña herida que sanar con
rapidez.
Metiéndose en la cama, se tumbó boca abajo. Cuando Naasir se deslizó a su lado,
ella levantó el ala para ponerla encima de él. Él le acarició suavemente las secciones
no lesionadas.
—¿Puedo tener una de tus plumas más pequeñas cuando se mude? No la
arranques. —Lo último fue una orden.
El gruñido áspero de su voz hizo que los dedos de sus pies se curvaran.
—La que hay bajo tu dedo índice, no puedo sentirla. —Las plumas de ángel eran
otro órgano en cierto sentido, la conciencia de ellas profunda hasta la médula—. Creo
que está suelta.
Naasir tocó con cuidado, y cuando se soltó, la tomó, se levantó de la cama y fue a
la única mochila que quedaba. Volvió con una tira fina te cuero crudo en la mano, del
tipo que los hombres usan para sujetarse el pelo. Mientras ella observaba, él se sentó
en la cama y ató la pluma perfectamente al cuero crudo, entonces entretejió la tira de
cuero en una trenza fina a un lado de su cabeza, atándola con un nudo al final.
—Ya —dijo con placer satisfecho, y se volvió sobre su estómago a su lado.
Con el corazón derretido hasta que sólo era espesa miel caliente en su pecho, ella
envolvió sus alas sobre él una vez más.
—Tienes que alimentarte.
—Beberé el resto de la botella.
Andrómeda pasó las uñas sobre su nuca, el gemido de Naasir fue profundo.
—Bebe de mí. Comí bien. —Deslizó la muñeca de la otra mano bajo su boca
cuando él levantó la cabeza.
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Su suave y asombroso cabello se la rozó, los mechones húmedos una caricia fresca
y él le dio un beso sobre el pulso. Saltó. Con las fosas nasales dilatadas, le lamió la
piel, pero no mordió.
—Un día, beberé de ti mientras mi polla está asentada en tu apretada vagina, y
será lento, profundo y largo.
De repente, respirar se convirtió en una tarea difícil.
—Pero esta noche, tu cuerpo necesita toda su energía para sanar el daño a tus alas.
—Otro beso, éste tan tierno, que su labio inferior tembló y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
¿Cómo podría sobrevivir quinientos años sin él?
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Capítulo 39
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—También es una guerrera entrenada que se levantó para proteger a su hijo —le
recordó Naasir—. Creo que la Cascada va a volverse cada vez más fuerte.
Se le erizó el vello de la nuca ante lo que eso significaba y Andrómeda se
estremeció.
—La buena noticia es que no creo que Lijuan vaya a arriesgar a que le caiga un
rayo a su forma incorpórea.
El pecho de Naasir retumbó bajo su mano.
—Tal vez la tormenta nos haga un favor y queme a Lijuan.
Con ambos conscientes de tan improbable regalo, yacieron en silencio hasta que
Andrómeda dijo:
—¿Recuerdas ser dos antes de convertirte en uno? —No le parecía mal preguntar
sobre eso aquí, no con la ferocidad de la naturaleza tan cerca.
—Sí. El niño humano jugó con el cachorro de tigre. —Sus palabras contenían una
sonrisa—. Ellos eran los mejores amigos en un lugar sin otros seres vivos excepto
Osiris y los lobos que mantenía como mascotas… y cuando Osiris les obligó a
convertirse en uno, la amistad entre el chico y el cachorro mantuvo la quimera en que
me convertí en estable.
Seis mil muertos. El cachorro y el niño podrían haber sido dos bajas más... y ella podría no
haber conocido nunca a Naasir.
Repudiando violentamente la idea, escuchó a su corazón, y se recordó que era
muy fuerte y estaba vivo.
—Las dos partes no lucharon por la supremacía, sino que trabajaron juntos por la
supervivencia —añadió él, apretando el brazo a su alrededor—. Es por eso que mi
forma no está torcida o lisiada. Y ahora, sólo hay una. Yo soy yo. Soy Naasir.
La sencillez de su declaración hizo que todo fuera más potente.
—¿Elegiste tú el nombre? —No había duda en su mente de que incluso si Osiris le
había llamado por un nombre, no era uno que Naasir hubiera mantenido.
—No —le dijo—. Dmitri me lo dio, en honor de un amigo que murió en una
batalla en la que salvó la vida de Dmitri. —Emoción evidente en su tono—. Estoy
orgulloso de llevarlo, de saber que Dmitri siempre creyó que yo haría justicia a un
nombre tan honorable y que iba a ser lo bastante fuerte como para hacerlo mío.
—Nadie puede discutir eso —dijo Andrómeda—. Eres Naasir, una leyenda en
todos los continentes y a través del tiempo. —Bajo su mano, sintió la formación de
una capa de pelaje tan fino y tan suave que no podía verlo, sólo sentir la textura. Lo
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que podía ver eran las rayas del tigre en su piel. Apoyándose en un codo a su lado,
susurró—: Estoy muy feliz de conocerte.
Él le enseñó los dientes.
—¿Qué secretos me escondes?
—Te lo diré después de la cena en la propiedad de mis padres. ¿Vendrás? —La
pregunta contenía un borde de desesperación que ella esperaba que él no escuchara.
—He estado pensando en un regalo para tus padres —dijo en respuesta, su tono
solemne—. Cuando estuve en Nueva York, vi un programa de televisión sobre
muñecas que parecen humanas y son completa y anatómicamente correctas. Serían
las concubinas incansables perfectas.
Con un resoplido de risa, ella trató de parecer seria.
—No te atrevas.
Su sonrisa era impenitente.
—Le di a Ellie una planta carnívora. A ella le gustó.
—¿Debería estar celosa? —Había oído cómo hablaba sobre la consorte de su sire,
con admiración y afecto.
Increíblemente rápido, él la tiró hacia abajo agarrándola del pelo, sosteniéndola
tan cerca que ella podía contar cada pestaña individual sobre sus ojos.
—Elena es la consorte de Rafael y una compañera de entrenamiento para mí. —Su
voz había caído en un rango gutural—. Ella no eres tú. Nadie será jamás lo que tú
eres para mí.
El corazón de Andrómeda se rompió. En un millón de pequeños trozos.
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Capítulo 40
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—Sí. El chico siempre fue devoto del padre. —Lijuan consideró sus opciones y
decidió que el gasto de energía era justificable; cuanto antes y más rápido llegara
donde Alexander, más fácil sería matarlo.
Esperando sólo hasta que su fuerza estuvo a plena capacidad, aunque esa
capacidad fuera insignificante en comparación con lo que sería una vez que se curara
totalmente, se levantó en el aire durante un descanso en los relámpagos, y atacó el
palacio con su lluvia negra. El ataque vaporizó parte de los edificios, creando una
gran brecha en las defensas de Rohan. Dejando que Xi tomara ventaja de eso, Lijuan
invadió el palacio en su forma incorpórea.
Escapó a un rayo por escasos milímetros.
Era una pérdida de energía preciosa mantener su forma incorpórea cuando el
palacio era un pueblo fantasma, todo el mundo en las defensas, pero no tenía piernas
y usar sus alas atraería demasiada atención.
No vio signos de la presencia de Alexander. Incluso cuando se hundió por debajo
de la tierra, no sintió nada del Anciano de alas de plata. Subiendo a la superficie justo
antes de que su forma incorpórea se solidificara de manera humillante en carne y
sangre sobre el suelo de baldosas del palacio, supo que sólo había una opción.
Porque Zhou Lijuan no se arrastraba.
Antes de que pudiera pedirle a Xi que le trajera un sacrificio, su mirada se posó en
un viejo criado que arrastraba los pies por el pasillo de atrás. Abriendo las alas para
avanzar por los anchos corredores diseñados para los ángeles, lo atrapó en silencio y,
cortándole la garganta con su propio cuchillo ceremonial, lamió la sangre que
brotaba. Era un pobre sustituto para succionar directamente su fuerza vital y la
sangre sabía vil, pero transfirió suficiente de su energía de vida para sentirse
rejuvenecida temporalmente. Si se sentía débil de nuevo, tomaría otra vida. Siempre
había cuerpos calientes disponibles para una diosa.
Lista para terminar con esto y poder concentrarse en su curación, esperó a que el
rayo cayera, luego se elevó por encima del palacio y lo cubrió con la lluvia negra. Xi,
encuentra a Rohan. Lo quiero vivo.
Pasaron otros cuarenta minutos y dos comidas ineficientes más antes de que Xi
tuviera éxito en superar a los defensores y capturar al hijo de Alexander. El palacio
estaba medio en ruinas para entonces, los combatientes de Rohan casi todos muertos,
junto con un gran número de no combatientes que se habían escondido en una
habitación que había caído bajo el poder arcangélical de Lijuan.
Lijuan no había hecho esto último a propósito, una diosa no se preocupaba por las
hormigas sin armas, pero tampoco sentía ninguna culpa. Rohan debería haberse
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rendido en el instante en que vio que estaba contra una arcángel. Tenía que haber
sabido que no había manera de que pudiera ganar.
Sin embargo, incluso ahora, cuando estaba de pie en las ruinas carbonizadas de lo
que debió haber sido su gran sala, con las manos atadas detrás de él y sus alas medio
cortadas y cauterizadas por el fuego, mientras que ella se sentaba en una silla frente a
él, el hijo de Alexander era desafiante.
—No sé dónde Duerme mi padre —dijo con una risa insolente—. ¿De verdad crees
que sería tan tonto como para dejar la información a su hijo? Me convertiría en un
objetivo. Tampoco permanecería en este territorio, es el primer lugar que miraría un
enemigo estúpido.
—No olvides que estás hablando con una arcángel —le advirtió Lijuan—. Y
trágate tus mentiras, los dos sabemos que tu padre amaba a su pueblo y no los
dejaría.
Lijuan había pensado durante mucho tiempo que ese amor era una tontería por su
parte. Rafael compartía el mismo defecto, como Elijah, Titus y Astaad. Incluso Neha,
a pesar de su crueldad, derramaría su sangre para proteger a su pueblo. Lijuan no
estaba tan segura de Favashi, y Michaela se ponía ella misma en primer lugar, al
igual que Uram. Charisemnon solo, de todos ellos, pensaba como Lijuan.
Ser un arcángel era ser un dios. Lijuan se preocupaba por su pueblo asegurándose
que estuvieran a salvo y tuvieran suficiente para comer, pero no los amaba. Los
usaría en sus guerras si era necesario. Eran desechables. Engendrarían más y
llenarían el mundo.
Alexander no había pensado de ese modo. Había creado orfanatos en su tierra que
todavía proporcionaban refugio y educación a niños pobres hoy en día. Había estado
muy orgulloso de los hogares y de las escuelas que había fundado.
—Todos los niños de mi tierra —le había dicho, con las manos en la barandilla de
la terraza superior de este mismo palacio—, tendrán la oportunidad de convertirse
en algo mejor que un desecho perdido en la calle.
Ella había reído y sacudido la cabeza.
—Eres un tonto, Alexander. —Palabras divertidas y cariñosas de una amiga—. Los
mortales nacen y mueren en un simple rayo de tiempo. ¿De qué sirve malgastar tus
recursos y tus emociones en ellos?
Alexander, su cabello dorado en llamas a la luz del sol, había sonreído.
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—Yo soy la evolución. —Agarrándole del cuello mientras se cernía usando sus
alas, lo levantó del suelo. Se había alimentado de nuevo a la manera ineficiente que,
sin embargo, le daba un impulso de energía, y ahora ardía por ello.
Atado como estaba, Rohan no podía luchar contra ella, pero sus ojos se
mantuvieron inflexibles.
—Mi pueblo me es fiel a mí y a mi padre —dijo—. Todos saben que si llegas al
poder, el mundo se ahogará en muerte.
—El mundo será purificado. —Toda debilidad quemada—. Habla o muere.
—¿Irías a la guerra con Favashi por esto?
—Favashi es joven. —Ahora que podía alimentarse de nuevo, incluso de forma
limitada, Lijuan sabía que podría matar a la arcángel más joven si Favashi era tan
tonta como para ponerse en su camino—. ¿Dónde está tu padre, Rohan?
El hijo de Alexander, la criatura que una vez había sostenido, la miró sin
pestañear.
—Soy Rohan, orgulloso hijo del mayor arcángel que nunca ha vivido, tú eres una
abominación que nunca romperá mi voluntad.
—¡Tonto insolente! —Le aplastó el cuello hasta que la cabeza colgó floja hacia
adelante, lo dejó caer al suelo. Viviría, era un ángel fuerte de suficiente edad para
sanar esas heridas.
—Mis hombres han saqueado el palacio, pero no hay señal de Alexander —le dijo
Xi—. Si es como Caliane y capaz de ocultarse en lo profundo de la tierra, es posible
que no lo encontramos a tiempo.
Alexander amaba a su pueblo. Amaba a su único hijo aún más.
Los ojos de Lijuan fueron a la forma de Rohan que ya sanaba. Sus labios se
curvaron.
—Entonces haremos que Alexander venga a nosotros —susurró ella, y esperó los
minutos que Rohan necesitó para sanar lo suficiente como para abrir los ojos—. Tu
padre se despertará a una velocidad temeraria para vengarte.
Sus palabras hicieron que Rohan apretara la mandíbula, pero el hijo de Alexander
no suplicó, no gritó mientras ella le clavaba sus negros cuchillos. Fue a la muerte con
el orgullo estoico y desafiante de un verdadero guerrero.
Parte de Lijuan podía admirar eso, y si hubiera sido posible, habría ordenado que
a Rohan le dieran la sepultura de un guerrero. Pero no era posible, su muerte negra
había provocado que su cuerpo se desintegrara en cenizas del mismo tono.
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Capítulo 41
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—Vamos a tener que esperar hasta después de que todo esto termine para
averiguarlo. —Naasir de repente soltó un suspiro—. Al proteger a este pueblo, ha
puesto un faro justo encima. Lijuan sabrá dirigirse al ojo de la tormenta, será
consciente de que Alexander debe estar cerca.
Andrómeda recogió su espada.
—Tenemos que irnos, ver cómo podemos ayudar a los Hermanos de Alas.
Asintiendo, Naasir abrió la puerta otra vez y salió al fuerte viento que
arremolinaba la arena. No tardaron en encontrar a la Hermandad, estaban reunidos
en la gran sala central de reuniones. Ya que no habían visto a nadie más camino
aquí, ni siquiera una cara en una ventana, parecía que los no combatientes ya habían
sido trasladados a un lugar seguro.
—Estos son los presagios de que nos dijeron que veríamos —les informó Tarek—.
Pero se suponía que iba a comenzar mucho más suavemente y que el proceso
tardaría un año.
Andrómeda consideró si debía coger otra arma del arsenal de los Hermanos de
Alas, se decidió por una ballesta relativamente ligera.
—La velocidad forzada del despertar del Anciano significa que va a estar mucho
más débil de lo que debería ser cuando se levante.
Tarek cerró el puño.
—Si somos capaces de distraer a las tropas de Lijuan —comenzó Naasir, justo
cuando el viento y el rayo se detuvieron sin previo aviso, la quietud que siguió
espeluznante.
Sacudiendo la cabeza, Naasir comenzó de nuevo.
—Si somos capaces de distraer a las tropas de Lijuan, le daremos un poco más de
tiempo al menos.
Andrómeda no dijo nada, pero ambos sabían que Alexander todavía estaría en
una desventaja catastrófica. Por lo Andrómeda había leído en los Archivos, cuando
un arcángel se levantaba tan rápido, él o ella sólo tenían media fuerza, con poca
resistencia. Lijuan simplemente tenía que durar más que él podría matarle cuando
cayera.
—Oculta a tus hombres y mujeres en los árboles y disparad —dijo Naasir—. Este
asalto se trata de velocidad, de tratar de llegar a Alexander antes de que recupere su
fuerza, Xi no se molestará en esperar a las tropas de tierra. Sólo va a haber
escuadrones aéreos.
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—Tenemos armas para el aire. —El tono de Tarek era despiadado—. Enterradas en
las tierras alrededor de las cuevas y el pueblo. No quería activar las armas con las
arenas girando y la tierra temblando, pero se tarda dos horas en encenderlas.
Naasir escogió sus palabras con cuidado, consciente de que estaba hablando con
un hombre que estaba acostumbrado a dirigir un grupo letal. Pero Naasir había
pasado siglos trabajando al lado de un arcángel; conocía el valor del conocimiento en
su cabeza.
—Yo te recomendaría hacerlo —dijo, sosteniendo la mirada del otro hombre—.
Digo eso como alguien que estuvo en la batalla de Nueva York, sé cómo luchar
contra un enemigo alado desde el suelo si es necesario.
El respeto de Naasir por Tarek creció cuando el líder de la Hermandad del Ala
simplemente asintió brevemente antes de pedir a uno de sus hombres que iniciara el
proceso para activar las armas. Volviendo a Naasir, el otro hombre dijo:
—Cuéntanos qué más sabes de la lucha contra los ángeles.
Naasir se centró en cómo los Hermanos de Alas podían maximizar sus ventajas,
habilidad, conocimiento del terreno y el elemento sorpresa. También les dijo que
utilizaran su agilidad montando trampas en los árboles utilizando hilos tan delgados
que fueran casi invisibles. Cualquier ángel que intentara aterrizar podría quedar
atrapado en ella, como un insecto en una tela de araña.
—Tendremos una mayor probabilidad de éxito si podemos mantenerlos en el aire,
sobre todo porque tienes armas tierra-aire —dijo a Tarek una vez que estuvo de
acuerdo con las trampas—. Sobre el terreno, estarás luchando uno contra uno y los
escuadrones de Lijuan están llenos de ángeles viejos con habilidades desconocidas y
peligrosas. Demasiado viejos para verse obstaculizados por sus alas.
—Si aterrizan —les dijo Tarek a sus hombres y mujeres—, disparar al corazón o la
cabeza. Nada de advertencias. Tenemos para incapacitarlos lo más rápido posible.
—Tienes un combatiente con alas —señaló Andrómeda.
Naasir la miró. En ese instante, él era más el comandante experimentado de un
arcángel y menos una quimera primitiva. Era un poco intimidante.
—¿Tus heridas? —preguntó, y aunque su expresión no cambió, le tocó con una
mano suave sus plumas primarias.
Ella se dio cuenta en una oleada de amor que todavía era Naasir. Esta no era una
piel falsa, sólo otro aspecto de su personalidad.
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—Id —ordenó Tarek a los Hermanos de Alas—. Montad las trampas mientras me
aseguro que las armas tierra—aire se están cargando como deberían. A continuación,
tomad posiciones y permaneced allí. —Hizo una pausa, sostuvo la mirada de cada
hermano de ala—. Hoy, luchamos por nuestro arcángel, hacemos lo que nos
comprometimos a hacer hace cuatrocientos años. Si caemos, será con honor y
despertaremos al lado de nuestro arcángel cuando sea su tiempo de dejar este
mundo. Que ese tiempo no sea hoy.
Los Hermanos de Alas lanzaron un grito de guerra que hizo que los ojos de Naasir
brillaran salvajes. Cuando se dispersaron, Naasir y Andrómeda se fueron con ellos y
ayudaron a montar las trampas. Andrómeda también tuvo que memorizar las
posiciones exactas de esas trampas para cuando tuviera que conducir a los
luchadores alados a ellos. El tiempo corrió deprisa como si estuviera cayendo de una
mano abierta, hasta que miró hacia el oeste, en el aire vislumbró la mancha de una
gran presencia de alas en el horizonte.
Dando aviso a los demás, Andrómeda fue al suelo, su ballesta prestada en la mano
y la espada colgada del cinturón. No era tan buena con la ballesta como lo era con la
espada, pero tan superados en número por las fuerzas enemigas, sería más seguro y
más eficaz para ella mantenerse a distancia si podía.
Cuando Naasir saltó a su lado, vio una especie de alegría salvaje en él ante la
perspectiva de la batalla, pero por debajo de esa emoción primitiva había otra.
—No crees que podamos ganar sin Rafael —susurró.
Naasir sacudió la cabeza, mechones de plata se deslizaron uno contra el otro.
—Alexander dejó a estos hombres aquí no para luchar en la batalla, sino para que
cuando llegara la hora de levantarse, lo haría con aquellos en los que confiaba, podría
descansar sin prisas a medida que creciera en fuerza. —Examinó sus heridas
restantes mientras hablaba—. La tarea de la Hermandad era proteger las cuevas de
los curiosos, no defenderlas contra una arcángel enemiga y su escuadrón. Son
valientes sin medida, pero van a ser masacrados.
Andrómeda no quería pensar en ese futuro, un futuro donde Tarek yaciera con
sangre en la cara, su mente y su corazón perdidos al mundo.
—¿Crees que Rafael está lejos?
—No puedo oírle. —Naasir se tocó la sien y Andrómeda se dio cuenta que debía
tener el honor de hablar con su sire mente a mente—. Puedo escuchar a sire desde
tan lejos que puedo estimar distancias. Si aún no le puedo escuchar, entonces no va a
llegar a tiempo. —Palabras serias—. Es posible que Lijuan lo viera y enviara a un
grupo de sus poderosos comandantes a detenerlo.
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Con un nudo frío en sus entrañas, Andrómeda apoyó una mano en la mejilla de
Naasir.
—Pase lo que pase hoy, que sepas esto: habría estado muy orgullosa de ser tu
compañera. Nada me habría dado más alegría.
Él le clavó las garras sin cortarla cuando la arrastró hacia sí.
—Lucharemos, compañera. —El brillo salvaje estaba de vuelta—. Luego
encontraré tu estúpido Grimoire y podremos follar y tú podrás acariciarme mientras
estoy desnudo.
Eso hizo que las mejillas de Andrómeda se pusieran rojas y su boca riera al mismo
tiempo. Dándole un apretón final, Naasir desapareció en los árboles, mientras que
ella ocupó la posición donde estaba. Todo estaba en silencio ahora, ningún rayo,
ningún trueno, ningún chorro de arena. No era, sin embargo, un silencio pacífico, no,
este silencio contenía demasiada tensión.
Como una ola a punto de estrellarse.
Y entonces lo hizo, los escuadrones de Lijuan como un enjambre sobre el área,
Lijuan en su forma física en la parte delantera. Inmediatamente dirigió su
incongruentemente hermosa lluvia negra contra el pueblo, cada fragmento, una
pieza viviente de ónix que brillaba detalles azules, negros y el verde más profundo.
Ninguno de los defensores se movió.
Ya no había seres vivos en el pueblo, incluso los animales habían desparecido.
Que la arcángel de China malgastara su energía.
Muy pronto, sin embargo, el enemigo comenzó a dirigirse como uno hacia las
cuevas, como si Lijuan se hubiera dado cuenta de que era la posibilidad más
probable. Los defensores tenían que actuar, mantener a los escuadrones lejos del
lugar de Dormir de Alexander. Habría sido mejor si hubieran podido colocar a más
de un francotirador en el techo de las cuevas, pero como Andrómeda y Naasir habían
descubierto, había poco refugio allí, apenas ningún lugar donde esconderse.
La primera andanada de tiros de ballesta se llevó al menos a diez de la gente de
Lijuan. Cuando los ángeles cayeron, no se levantaron de nuevo, los Hermanos de
Alas escondidos en los árboles y en el suelo fueron eficientes con cuchillos y no
tenían ningún reparo contra utilizar la fuerza letal. Aprendiendo de esa primera
andanada sorpresa, el escuadrón voló más alto, fuera del alcance de las ballestas.
Tarek disparó los misiles tierra-aire.
Funcionó para dispersar a los ángeles ordinarios, matando al menos a diez más,
pero Lijuan era una arcángel. Envió su lluvia de fragmentos negros irregulares hacia
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los árboles. Andrómeda escuchó al menos dos cuerpos golpear el suelo cerca de ella,
Hermanos de Alas que habían sido afectados directamente por una brizna de negro.
Incluso mientras corría hacia los sonidos, los árboles comenzaron a ennegrecerse y
derrumbarse a su alrededor, como si la muerte de Lijuan fuera ahora tan fuerte que
también secara la tierra.
Al darse cuenta de que todos sus planes serían en vano si Lijuan destruía los
árboles, Andrómeda se levantó en el aire lo suficiente para alinearse con la Diosa de
la Muerte. Lijuan, en su arrogancia, no esperaba un ataque tan contundente y el tiro
le atravesó el ala, haciéndola descender en una espiral fuera de control. Se recuperó a
toda velocidad. Gritando, levantó la mano como si fuera a arrojar trozos negros de
nuevo… y el cielo estalló con brillantes relámpagos de plata que comenzaron a
derribar a sus fuerzas al suelo.
Con alas arrugadas y huesos rotos, los ángeles comenzaron a chocar contra los
árboles y el suelo a velocidad terminal. Andrómeda tuvo la oportunidad de correr
hacia los Hermanos de Alas caídos. Ambos se habían… ido. Cenizas.
Por encima, Lijuan se apartó de los árboles y puso un escudo negro que mantuvo a
raya a los relámpagos, su nueva ruta de vuelo una ruta directa a las cuevas.
Andrómeda se dio cuenta que tenía la intención de destruirlas. Incluso si atacaba
solamente desde arriba, su potente veneno negro bien podría filtrarse y matar a
Alexander... así como a todos los no combatientes probablemente ocultos en el
interior.
—¡Levántate, Alexander! —gritó Andrómeda mientras corría hacia terreno abierto
desde dónde podía ver las cuevas; no estaba segura de que alguien estuviera
escuchando, pero simplemente no podía observar en silencio horrorizado como
Lijuan asesinaba a un Anciano—. ¡Ella va a envenenar tu casa!
Los rayos se detuvieron.
Un instante después, la piedra por encima de las cuevas se quebró en una furia
irregular que sonó como los gritos de la tierra, y luego un ángel se elevó fuera de
ellos. Sus alas eran de pura plata metálica, su cabello de un rico dorado y su piel de
un dorado más pálido. Su belleza era impecable. Como la de una estatua tallada en
mármol. Pero esta estatua nacía de la rabia, sus manos llenas de fuego de plata.
Ese fuego se arqueó hacia Lijuan como un rayo dirigido.
Lijuan rió cuando el fuego de Alexander no penetró su escudo, y luego atacó con
su mortífera lluvia negra. Alexander se apartó a un lado con la suficiente rapidez
para evitar un impacto directo, pero era lento. Si Andrómeda podía ver eso, también
podría Lijuan.
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* *
Naasir rompió el cuello del ángel que se había estrellado contra una de las
trampas cuando un rayo frió parte de su ala, luego se trasladó para ver a un hermano
de ala que había caído bajo la lluvia de Lijuan. Se había ido, solamente una mancha
de ceniza para marcar su existencia. Dejando escapar un suspiro, Naasir corrió para
asegurarse de que Andrómeda se encontraba bien.
No estaba en el suelo.
Levantó la mirada, su corazón dolía de tan rápido que latía y encontró a su
compañera fuerte y valiente en el aire. Ella se dirigía hacia Lijuan, y por algún
milagro, todavía no había sido descubierta por el medio escuadrón que había
sobrevivido a los rayos.
—¡Mantened a los ángeles ocupados! —gritó a los Hermanos de Alas que podían
oírle y renovaron sus esfuerzos con las ballestas.
Los francotiradores en el techo de la cueva estaban tratando de alcanzar a Lijuan
con sus saetas, pero permanecía fuera de alcance. Los misiles de largo alcance habían
dejado de ser de alguna utilidad, tan pronto como se levantó Alexander; dada su
fuerza disminuida, una onda de choque aérea podría derribarle. Como a
Andrómeda.
Naasir enseñó los dientes y en silencio prometió a su compañera que iba a
castigarla por esto, pero en el suelo, agarró un lanzamisiles portátil de los
suministros que habían escondido por toda la zona, y se lo puso sobre el hombro. La
onda de choque de esta arma debería ser mucho más contenida. Mientras
Andrómeda disparaba flechas de ballesta a la espalda de Lijuan en un esfuerzo por
darle a Alexander un poco más de tiempo para reunir fuerzas, Naasir disparó el
misil.
Lijuan logró evitarlo, pero la maniobra la dejó desequilibrada lo bastante para que
Andrómeda tuviera tiempo de caer como una piedra y lanzarse hacia los árboles. La
sangre de Naasir pulsó en un rugido cuando Lijuan se dio la vuelta y trató de ir tras
Andrómeda, pero Alexander la golpeó con su rayo de plata de nuevo y esta vez, su
escudo estaba abajo.
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Gritando alto y estridente, se giró para lanzar esa lluvia negra dura como joya
contra Alexander. El Anciano no pudo evitarla esta vez. Le acertó, y dónde lo hizo,
su piel se volvió negra, como su cabello y sus alas.
Alexander comenzó a caer a la tierra, como si esas alas grandes y poderosas ya no
funcionaran bien.
El pelo blanco como el hielo se volvió un negro brillante y crepitó con el poder,
Lijuan echó la cabeza hacia atrás riendo según podía ver Naasir desde el suelo.
Cuando levantó la única mano regenerada para entregar el golpe mortal, Naasir
cargó un segundo misil, estaba a punto de disparar cuando sintió el choque de la
lluvia, la mordedura fresca del mar en su mente.
Céntrate en el escuadrón, Naasir. Yo me ocuparé de Lijuan.
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Capítulo 42
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—Ella se llevó a mi hijo de este mundo. —La rabia hervía en cada palabra—. No
voy a parar hasta que la cace y le corte su venenoso corazón.
Eso, pensó Rafael, era lo que mucha gente había olvidado de Alexander: era sabio,
fuerte y un gran pacificador, pero había comenzado la vida como un guerrero y era
el corazón sediento de sangre de un guerrero lo que latía en su pecho.
—Estaré a tu lado. —Rafael movió el cuerpo de Alexander para ver si podía
acelerar la sanación del Anciano. Tanto daño al poco de un despertar temprano
podría dejar a Alexander roto durante días.
—¿Qué ha pasado con Lijuan? —Confusión debajo de la furia de la sangre—. Ella
fue muchas veces arrogante después de su ascensión, pero mostró signos de
grandeza.
—Eso fue verdad incluso cien años atrás. —Rafael había encontrado a Lijuan
molesta a veces, inquietante más de una vez, pero los ancianos de su raza a menudo
tenían un toque como si estuvieran retirados del mundo. Le había pedido consejo
sobre innumerables asuntos a lo largo de los siglos y recibió respuestas genuinas.
Después de pasar una eternidad preguntándose si la locura de sus padres un día
le reclamaría, Rafael vio la involución de Lijuan, y no pudo dejar de considerar si era
la edad por sí sola la asesina de almas. ¿Era posible que Lijuan no tuviera otra opción
en su maldad, que la eternidad misma la hubiera traicionado?
No somos tus padres y te aseguro que no eres cualquier cosa como Su Maldad. Ella mató a
su amante mortal, ¿recuerdas? Tú convertiste a tu amante en tu consorte. Ella tuvo una
opción. La voz de Elena era tan afilada y tan molesta como si estuviera a su lado.
Sabía que era exactamente lo que diría si él articulaba sus pensamientos.
El frío incipiente dentro de él quemado por el fuego de ella, se dirigió a Alexander.
—No sé lo que precipitó el cambio, pero Lijuan se ha convertido en un flagelo para
el mundo. Se cree una diosa, el resto de nosotros somos obstáculos para su deseo por
gobernar de manera omnipotente.
Alexander volvió la cabeza hacia la aldea destruida en la distancia.
—Mi gente viene. No les quiero aquí.
Rafael entendió; por eso les había dicho a los francotiradores que se fueran.
Tocando la mente de Naasir, dijo: Naasir, dile a los que están contigo que preparen un
lugar adecuado para recibir a Alexander. Él irá a su propio tiempo. Que no vengan a por él.
Ningún arcángel querría saludar a su pueblo con aspecto débil y roto.
Haré que obedezcan, dijo Naasir con la honestidad brutal que era parte de su
naturaleza.
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—Sí. No estaba en la fortaleza, Rohan lo mandó con Titus para que pudiera
aprender de sus guerreros. Es un mozalbete de doscientos años. Su nombre es
Xander, por su abuelo.
Alegría feroz en la expresión de Alexander.
—¿Acaso Rohan tomó una compañera?
—Sí. Él y la madre de Xander eran una pareja, pero es probable que ella se haya
ido. Vivía en el palacio con Rohan, habría luchado a su lado hasta el final. —Como
Elena haría con Rafael—. Ella lo amaba y juntos, amaron a su hijo.
—El chico tendrá una casa conmigo —dijo Alexander, su voz una aspereza
apasionada de pena, alegría y rabia—. Y un día, tendrá la venganza.
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Capítulo 43
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Sus palabras dejaran clara la diferencia en sus años de crecimiento. Para él, Rafael
no era un arcángel lejano que era un miembro letal de la Cátedra. Naasir veía a
Rafael como su sire y un guerrero primero, todo lo demás segundo. A ella le habría
gustado haber visto a Rafael a través de sus ojos a través de los años, llegando a
conocer al ser deslumbrantemente poderoso que aterrizó no lejos de ellos con un
fuerte barrido de alas.
El poder que emanaba de los dos arcángeles hacía que los ojos le dolieran.
Mientras la gente de Alexander, jóvenes y viejos, se arrodillaban delante de él en
una fidelidad silenciosa y devota, Rafael caminó para unirse con Naasir y
Andrómeda. Después de rodearla para quedarse a su lado, Naasir agarró el
antebrazo del arcángel en saludo cuando Rafael se lo ofreció, su propia mano
cerrándose alrededor del antebrazo de Naasir.
—Lo hiciste bien, Naasir —dijo el arcángel, su voz tan pura como el azul ardiente
de sus ojos—. Alexander es de la opinión que no tienes respeto por nadie.
Naasir sonrió.
—Especialmente no por Ancianos obstinados que se niegan a escuchar a la razón.
Una lenta sonrisa antes de que Rafael se girara hacia a Andrómeda y tendiera su
antebrazo. A ella se le secó la boca, su corazón latiendo desenfrenado.
—Tengo una guerrera como consorte, estudiosa —dijo Rafael ante su respuesta
congelada—. Reconozco una cuando la veo, incluso si ella decide empuñar la pluma
con más frecuencia que la espada.
Impresionada y temerosa, ella le agarró el antebrazo, el poder que vivía en su
cuerpo un dolor casi doloroso en sus huesos. Y sin embargo, su consorte había sido
mortal antes de su transformación, era todavía un ángel recién nacida. Andrómeda
quería desesperadamente conocer a Elena Deveraux en ese momento, conocer a la
mujer que tenía la fuerza para sostener su posición ante un arcángel.
—Debido a vuestro coraje y voluntad, los tuyos y los de Naasir —dijo Rafael
después de que rompieran el contacto—, Alexander vive hoy. No lo olvidaré.
Andrómeda encontró su voz por fin y, aunque salió ronca, por lo menos salió.
—Me alegro de que el mundo no haya perdido a un Anciano.
Rafael asintió y se giró para ver como Alexander saludaba a sus fieles centinelas,
uno por uno, había pedido a todo su pueblo que se pusiera de pie.
—Mi madre estará feliz de tener un compatriota con quien hablar.
Ahí fue cuando Andrómeda se dio cuenta de una verdad asombrosa.
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Capítulo 44
Rafael escoltó a Naasir y Andrómeda a salvo fuera del territorio de Favashi antes
de ir a hablar con la arcángel de Persia en persona. La medianoche había caído para
entonces, y la encontró de pie en la oscuridad estrellada en las ruinas del palacio de
Rohan. Sus ojos castaños eran frágiles, sus huesos marcados contra la crema dorada
de su piel.
Barrió con alas de un tono como marfil envejecido y tocó los fragmentos rotos a su
alrededor.
—Es cierto, entonces —dijo ella, mirándolo cuando se acercó a ella a través de las
ruinas vacías de cualquier otro, como si Favashi les hubiera dicho que la dejaran en
paz—. Alexander ha despertado y tú has luchado contra Lijuan para protegerlo.
—Sí. —Podía entender su incredulidad, había tanto imposible en esos eventos.
Uno: un Anciano había estado durmiendo en el corazón de su territorio.
Dos: ese Anciano respiraba ahora en la superficie.
Tres: Lijuan había tratado de matar a un arcángel Dormido.
—Rohan fue siempre leal a su padre —le dijo Favashi, su voz elegante y culta,
pero el núcleo de acero expuesto por primera vez—. Sabía que si Alexander se
levantaba, le perdería, pero hasta entonces, me era leal. —Vientos de medianoche
despeinaron el exuberante castaño oscuro de su pelo, creando una maraña que ella
no se molestó en apartar—. Siempre supe que podía confiar en él para velar por mis
intereses.
—También protegió a la gente en esta área.
Cuando Favashi le miró, se sorprendió al ver las lágrimas en sus ojos. La arcángel
de Persia podría parecer suavemente femenina, pero era tan despiadada como
cualquier otro miembro de la Cátedra, la arquetípica mano de hierro en un guante de
terciopelo.
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—Él fue mi amante una vez, antes de mi ascensión. —Un repentino susurro ronco
en su voz—. Fuerte y leal. Debería haberlo tomado como mío, pero yo quería a
alguien con más poder.
Alguien como Dmitri, Rafael pensó, consciente de que Favashi le había ofrecido a su
segundo la posición de consorte.
—Lo siento por eso, Favashi. —Si no hubiera visto sus lágrimas, no habría creído
que su corazón estaba involucrado. Pero esas lágrimas eran reales, como lo fue el giro
de su cara mientras trataba de luchar contra ellas.
La otra arcángel respiró temblorosa.
—Solía hacerme reír —susurró—. Incluso después de que nos fueramos por
caminos separados y él encontró una compañera, siguió siendo el amigo que podía
hacerme reír. Nunca me di cuenta de lo mucho que necesitaba eso hasta este instante.
—Miró a su alrededor, con los ojos perdidos—. Debería haberle hecho mío —
repitió—. Ahora ya no existe y nadie nunca más me hará reír como él.
Un silencio embarazoso.
Luego, con los puños cerrados, Favashi tomó una respiración profunda, y cuando
se volvió para mirar a Rafael de nuevo, esa mujer perdida con el corazón roto se
había ido. En su lugar había una arcángel furiosa con la venganza en su mente.
—Si Lijuan cree que perdonaré este crimen, es tonta.
Rafael se preguntó si Lijuan se había dado cuenta de que su arrogancia podría
haberle costado una arcángel que podría haber permanecido neutral en cualquier
batalla futura.
—La arrogancia de Lijuan es peligrosa, pero lo peor son sus crecientes poderes.
Rafael no había pasado por alto el hecho de que la arcángel de China había estado
incorpórea mientras huía. Junto con su violenta lluvia negra, su capacidad de
rejuvenecer a partir de la fuerza vital de los demás, así como su capacidad de crear
renacidos infecciosa, la convertía en el ser más peligroso del planeta.
—Ella no es la única cuyos poderes están creciendo —dijo Favashi, y de repente,
los vientos eran un tornado alrededor de ellos.
Esos vientos se calmaron con la misma rapidez, pero la demostración confirmó los
rumores de la habilidad de Favashi nacida de la Cascada.
Teniendo en cuenta los usos ofensivos de tal poder, Rafael dijo:
—Alexander y tú no podéis existir en el mismo territorio durante mucho tiempo.
~306~
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Había una razón por la que los territorios arcangelicales estaban separados por
distancias considerables. Dos arcángeles podían permanecer cerca sólo por un
tiempo limitado. El período exacto dependía de los arcángeles involucrados. Tarde o
temprano, sus poderes comenzaban a empujar contra los otros, creando una tensión
que podía estallar fácilmente en el derramamiento de sangre. Incluso los padres de
Rafael no siempre habían sido capaces de estar juntos, aunque su profundo amor
había mejorado significativamente el efecto.
Como si la naturaleza supiera que sus corazones no podían estar separados.
—La Cátedra decidirá —dijo Favashi, extendiendo las alas—. Por ahora, voy a ir a
darle la bienvenida al mundo.
Rafael se elevó en el cielo nocturno con ella y le mostró el pueblo. Y advirtió a
Alexander de su inminente llegada. El Anciano estaba riendo con sus centinelas
cuando aterrizaron, nada en su postura o expresión traicionaba su vulnerabilidad.
Había despertado a una velocidad demasiado alta, necesitaría al menos seis meses
para recuperarse. Hasta entonces, estaba en riesgo de un ataque mortal, pero sólo si
alguien se daba cuenta de la magnitud de su debilidad.
Rafael se habría preocupado porque Lijuan lanzara otro asalto excepto que se
había retirado demasiado rápidamente de esta batalla. De acuerdo con lo que
Andrómeda había visto en la ciudadela de Lijuan, la arcángel de China sólo había
sanado parcialmente cuando decidió embarcarse en esta misión. Una segunda herida
por fuego salvaje debería sacarla de la ecuación el tiempo suficiente para que
Alexander recuperara toda su fuerza.
—¿Podemos matarla? —preguntó Favashi plana una vez que ella y Alexander
hubieran completado el saludo formal—. ¿Mientras está débil?
Alexander frunció el ceño.
Rafael, conociendo las creencias del Anciano sobre el honor y las reglas de la
batalla, esperaba que negara esa opción. Pero había olvidado la rabia que ahora había
en la sangre de Alexander.
—Cualquier arcángel que ataca a un Durmiente y asesina a su hijo, no es digno de
respeto. —Cada palabra era un trozo de hielo—. No veo ninguna razón para no
golpearla mientras está herida.
—Lo consideramos después de que atacara mi ciudad —dijo Rafael—, pero Lijuan
no es estúpida. Ni mi jefe de espías, ni los espías de mis aliados, fueron capaces de
señalar la ubicación donde fue a tierra. —A pesar de las apariencias, no había sido en
su ciudadela.
Las alas de Favashi brillaban.
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Rafael reconoció sus palabras, pero no las tomó como una verdad incuestionable.
Favashi solía jugar, no podía confiar en que esto no fuera un gran engaño, el hecho
de que llorara a Rohan no significaba que no quisiera a Alexander muerto.
Como el Anciano había demostrado, no se quedaría a un lado cuando se trataba
de asuntos del territorio, y en esta tierra, la lealtad a Alexander era profunda. Favashi
se había ganado el respeto en el poco tiempo que había gobernado, pero incluso entre
los mortales, la leyenda del arcángel con alas de plata era mencionada con asombro y
maravilla.
Alexander había tenido esta tierra durante miles de años antes de su Sueño.
Favashi siempre debía haber sabido que si Alexander se levantaba, ella perdería la
totalidad o un porcentaje enorme de su territorio actual, y se enfrentaría a tener que
empezar todo de nuevo. La decisión de la Cátedra era una mera formalidad.
—Rafael.
—¿Sí?
—Mis escuadrones volverán a mí —dijo Alexander con una confianza que
traicionaba su propia arrogancia—. Romperán sus contratos y volarán a casa desde
todos los rincones de esta tierra, pero por ahora, no tengo a nadie que pueda volar al
territorio de Titus.
Rafael escuchó la petición no formulada.
—Tengo que volver a mi propio territorio. —Él también tenía gente que proteger y
una consorte que se preocuparía hasta que le viera a salvo—. Sin embargo, volaré a
través del territorio de Titus y le pediré que envíe a Xander a casa con una escolta.
Puedes confiar en Titus. Él es como siempre fue.
—Contundente y honesto. —Alexander asintió—. Dile que hablaré con él
personalmente una vez que tenga las cosas en orden aquí. —Miró hacia las cuevas en
las que había Dormido—. Un hijo no debería tener que llorar a su padre cuando su
padre está en la plenitud de la vida, y un padre nunca debería tener que llorar a su
hijo, pero Xander y yo lo haremos. Le daremos a Rohan vida en la muerte y en la
venganza.
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Capítulo 45
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Preparándose un baño, se sentó con los brazos entrelazados con fuerza alrededor
de las rodillas, tratando desesperadamente de pensar en una manera de salir de la
trampa en la que estaba atrapada. Nada. La libertad sólo podía venir de la mano de
Charisemnon.
Su boca se torció: Charisemnon esperaba que su sangre cumpliera con su “deber”.
Saliendo con esa verdad desoladora, se secó, luego se obligó a dormir. No quería
perder ni un minuto de los que pudiera tener con Naasir, quería ser fuerte y estar
descansada cuando llegara.
Su descanso forzado la hizo dormir hasta el mediodía.
Tantas horas aún por pasar.
No tenía ganas de hablar con nadie más, así que se quedó en su habitación y
realizó la dolorosa tarea de catalogar todos los proyectos pendientes. Sería más fácil
para Jessamy cuando Andrómeda se fuera para no regresar durante quinientos años.
El tiempo pasó a paso de tortuga, cuando ella quería que corriera.
La noche cayó por fin, susurró después de la medianoche en el silencio cuando el
mundo entero parecía dormido.
Con un nudo en la garganta al pensar en ver a Naasir nuevo, se cambió a un par
de pantalones negros simples y una bonita túnica rosada bordada con fino hilo azul
alrededor de la uve de la línea del cuello. Se dejó el cabello suelto, simplemente se lo
sujetó lejos de la cara con dos peinetas enjoyadas que Jessamy la había regalado.
A Naasir le gustaba su pelo suelto.
Caminando a los acantilados, buscó los familiares pasos, un destello de plata
debajo de las estrellas. Sólo después de haber estado observando durante dos horas
se dio cuenta de que Naasir podría ir directamente a su casa en lugar de venir aquí.
Su estómago cayó.
Tenían tan poco tiempo y si no venía esta noche, no habría más noches. Mañana,
tenía que salir para África.
—Naasir —susurró al viento—. Te estoy esperando. Por favor, ven.
Como si la hubiera oído, apareció en la distancia, trotando con facilidad sobre las
rocas de la montaña. La nariz de Andrómeda estaba congestionada, los ojos arenosos.
Al verla, él levantó el brazo antes de desaparecer de la vista. No importaba. Sabía a
dónde iba. Despegó y voló hasta el lugar donde un delicado puente de piedra
conectaba los dos lados de la garganta.
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Él ya estaba allí, saltó peligrosamente alto para ataparla por el tobillo y arrastrarla
hacia abajo mientras ella volaba sobre él.
—¡Naasir! —Riendo, ella envolvió los brazos alrededor de su cuello.
Empapado en sudor y con calor emanando de su piel, era salvaje y hermoso y ella
lo quería así, lo quería mucho.
—¿Seguro que no quieres aceptar mi oferta? —susurró con esperanza agonizante.
Él le frotó la nariz con la suya.
—Lo haré. Me debes muchos favores de cama por mi frustración y paciencia. —
Eso último lo dijo con un gruñido de impaciencia—. Pero voy a recogerlos a la
manera correcta.
—¿Y si no lo encuentras a tiempo?
—Soy bueno en encontrar cosas. —Fingiendo morderla, dijo—: Quiero bañarme.
Ella le llevó a su nido, lo llevó dentro y cerró la puerta. Tenía la casa de una
erudita, llena de libros y arte, y él era una hermosa criatura no del todo dócil que no
parecía pertenecerle. Luego Naasir se quitó la chaqueta, el suéter y camiseta, los
arrojó sobre una silla mientras se quitaba las botas y los calcetines, y de repente, fue
como si siempre hubiera vivido aquí.
Encontró su camino a la sala de baño sin su ayuda, ya que ella estaba demasiado
muda al ver esa elegante y musculosa belleza de él para darle indicaciones. Dejando
la puerta abierta, dijo:
—Has preparado el agua.
Pudo oír cómo salía de los vaqueros.
—Sí. —Tenía la garganta tan seca que tuvo que toser—. Fue hace dos horas, pero
la calenté casi hasta el punto de ebullición, por lo que sólo debería necesitar un toque
de agua caliente para que se caliente.
Un chapoteo cuando entró.
—Está lo bastante caliente. La piedra la mantiene así.
Tan capaz de resistirse como un niño podría a un dulce, se acercó a la puerta y
miró dentro. Él se estaba mojando la cabeza y cuando se levantó, le lanzó una sonrisa
pecaminosa.
—Ven a lavarme la espalda, Andi.
Andrómeda ni siquiera intentó negárselo, a los dos. No sólo pasó el jabón sobre su
espalda, le lavó el pelo, le masajeó el cuero cabelludo hasta que ronroneó, sus ojos
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perezosamente cerrados. Las rayas eran visibles bajo la piel de nuevo, fino pelaje
delicado bajo sus dedos cuando exploró la nuca y los hombros.
—¿Qué estás pensando? —Él levantó las pestañas, las fosas nasales dilatadas—.
Tu olor ha cambiado.
Con las mejillas calientes, Andrómeda fue a mentir pero se detuvo. Si éstas iban a
ser sus últimas horas de libertad con él, le contaría toda la verdad que pudiera. Y
trataría de seducirle. A la mierda el honor.
—Me preguntaba cómo se sentiría al frotar mi cuerpo desnudo contra el tuyo.
Los ojos de Naasir brillaron. Cerrando una mano grande y mojada sobre su muslo,
donde ella se sentaba en el borde de la bañera de piedra, tiró de ella más cerca, se
inclinó hacia delante hasta que estuvo peligrosamente cerca de la carne hinchada que
latía entre sus muslos… y le mordió con fuerza la cara interna del muslo. Ella gritó,
incluso mientras un calor líquido palpitaba entre sus piernas.
—¿No te ha gustado mi idea?
Gruñéndole, él le enseñó los dientes.
—No podemos tener esos pensamientos. Has tomado un voto. Sé buena.
Ella se quedó boquiabierta.
—No puedo creer que tú me estés diciendo que sea buena.
—No voy a robar tu honor —dijo obstinadamente—. Voy a encontrar tu muy
estúpido Grimoire para que podamos follar sin culpa.
Cada vez que él decía la palabra “follar”, todo su cuerpo zumbaba. Era como una
palabra carnal, tan cruda y sin vergüenza.
—Quiero saber lo que me harías —susurró ella, inclinándose hasta que sus labios
estuvieron a un centímetro de los suyos—. Dime.
Un gruñido retumbante fue su única advertencia antes de que él la arrojara al
agua.
Cuando ella salió, farfullando y apartándose el pelo de los ojos, él la miró.
—Compórtate o echaré agua fría.
Al final de su límite, ella le enseñó sus propios dientes.
—Inténtalo y verás lo que pasa.
Él se rió y se abalanzó sobre ella, arrastrándola hacia su pecho. Otro roce de su
nariz contra la suya. Cuando ella amenazó con morderlo, sonrió aún más.
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* *
Naasir dejó a su compañera tres horas después de amanecer.
—Voy a encontrar tu estúpido Grimoire —murmuró con el ceño fruncido.
—Naasir, es una leyenda. —Su inteligente y salvaje compañero, aunque ella
pretendiera no serlo, la fulminó con la mirada, con las manos en las caderas—. ¡Te
dije que me retracto de ese voto idiota!
—No puedes. —Algo dentro de su Andi estaba roto y no la ayudaría a hacerse
más daño—. Nos vemos en una semana en la propiedad de tus padres para la cena, y
me contarás lo que me ocultas. —Salió un gruñido—. No más secretos.
Con ojos desnudos y abiertos de par en par, ella asintió. Entonces corrió hacia él, le
envolvió con los brazos en un abrazo feroz.
—No te hagas daño al buscar el Grimoire. Y no llegues tarde. Te estaré esperando
al mediodía del séptimo día a partir de hoy. —Apretó la mejilla contra la suya—.
Prepararé un picnic e iré al antiguo abrevadero de elefantes de la finca, lo puedes
encontrar siguiendo el vuelo de las garzas. A ellas les gusta ese lugar.
Inhalando profundamente su delicioso olor, la levantó y la hizo girar.
—Estaré allí —prometió cuando la dejó de nuevo—. Asegúrate de no cocinar la
carne.
Sus dedos jugaron con su pelo, donde se había atado una segunda pluma.
—Lo prometo.
—Debes saber algo —dijo cuando se separaron.
—¿Sí?
—Cuando estemos emparejados, no me iré tan lejos otra vez. Vamos a estar juntos.
—Naasir no entendía por qué alguien tendría una compañera y no estaría con esa
pareja—. Si tengo que ir a Nueva York o a otro lugar, podrás venir conmigo. Si no
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Capítulo 46
Naasir odiaba el frío. Lo odiaba. Pero tenía que entrar en él para encontrar el
Grimoire. Todo el mundo pensaba que era una leyenda, pero durante el vuelo a casa
desde el territorio de Alexander, finalmente se dio cuenta por qué le resultaba
familiar: lo había visto.
Hacía mucho, mucho, mucho tiempo atrás, cuando todavía había sido dos. El
cachorro de tigre era el que había visto el libro rojo con el grabado de oro en el frente.
No era algo que el cachorro hubiera registrado excepto que el experimento quimera
había sucedido esa noche, el niño y el tigre obligados a fusionarse en uno solo. Los
recuerdos del tigre se habían convertido en los del chico y los del chico en los del
tigre, pero como eran dos especies diferentes que nunca deberían haber sido uno,
nada había tenido sentido durante mucho tiempo.
Había sido un periodo aterrador confuso y la quimera en que se había convertido
había olvidado el libro que el tigre había visto. Pero cuando Jason había descrito el
Grimoire, los recuerdos habían surgido mientras todas sus partes trabajaban juntas
para ganarse a su compañera. Así que sabía dónde había estado ese libro una vez y
donde debía seguir estando. Por desgracia, ese lugar estaba ahora enterrado bajo
toneladas de hielo y nieve.
Corriendo sobre la materia blanca y fría, su cuerpo protegido por ropa gruesa y
sus pies con botas aislantes, Naasir gruñó a la nieve que le azotaba la cara y no fue el
menos sorprendido cuando un ángel de alas negras aterrizó no muy lejos de él.
Estaba en el fin del mundo, pero tenía mucho sentido para él que Jason fuera capaz
de encontrarlo. Eso era lo que Jason hacía… conocer secretos.
—¿Qué estás haciendo en la Antártida? —preguntó Jason, plegando las alas—.
¿Cómo has llegado aquí?
Naasir se encogió de hombros.
—Salté de un avión. —Lejos, muy lejos de su destino real en el continente, que era
por lo que había tenido que correr tanto tiempo y pasar dos noches en el hielo. Y
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porque era importante mantener este secreto, le había pedido a Illium que hiciera
que los ojos en el cielo miraran lejos de aquí hasta que estuviera fuera.
Nadie más que su familia y su compañera podían saber de este lugar.
—Deberías llevar ropa blanca y teñirte las alas —señaló al miembro de su familia
delante de él—. Destacas en este lugar sin sombras.
—No hay nadie para verme menos tú y tú odias la nieve. —Jason no se movió—.
¿Así que, que estás haciendo aquí?
—Voy a conseguir el estúpido Grimoire —gruñó cuando un copo de nieve le tocó
la nariz. Limpiándose, miró a Jason y le llamó la atención su repentina quietud, el
gesto lo más cercano a traicionar la sorpresa en Jason.
—¿Sabes dónde está? —preguntó el jefe de espías.
—Sé dónde estuvo. —Y puesto que Osiris tenía la costumbre de aferrarse a sus
posesiones, y toda la fortaleza había sido enterrada como estaba, todavía debería
estar allí—. ¿Quieres venir conmigo? —Jason era furtivo de maneras que Naasir
apreciaba, podría ser capaz de pensar en un método más rápido para llegar debajo de
todo ese hielo y nieve—. ¿Tu compañera se enfadará?
—Mahiya es la que me ordenó que fuera a buscarte cuando Illium nos dijo donde
habías desaparecido. A mi princesa le gustas. —El otro hombre extendió sus alas en
la preparación para el despegue—. ¿Por qué no nos lo pediste? Habríamos venido
contigo.
—Illium quería venir, pero los sanadores no le dejaron y sabía que tú me
encontrarías. —Jason tenía tanta curiosidad dentro de él como Naasir, sólo que la
ocultaba mejor.
Una leve sonrisa.
—Entiendes a la gente mejor de lo que nadie se da cuenta. —Despegó con una
ráfaga de viento frío que empujó copos de nieve a la cara de Naasir. Apretando los
dientes, éste le gruñó. Casi pensó que Jason se había reído. Eso le intrigó porque
Jason nunca reía.
A menos... que lo hiciera con su princesa.
Tomando nota de visitar a Jason y Mahiya para poder atrapar a Jason riendo,
comenzó a correr de nuevo, la mochila en su espalda no hacía nada por frenar su
velocidad. Llevaba sangre congelada en esa mochila. No había empezado congelada,
pero este lugar era un frigorífico gigante. Odiaba la sangre congelada.
Desafortunadamente, antes de la llegada de Jason, no había habido nadie alrededor
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Porque la razón por la que Alexander había sumergido este lugar en lugar de
destruirlo era porque era un cementerio. A los hermanos de Naasir, a los que nunca
había conocido en su vida, no les importaría que él entrara a tomar algo. Era uno de
ellos. Pero nadie más era bienvenido aquí, y no permitiría que nadie lo contaminara.
Una pluma negra flotó hacia abajo.
Al darse cuenta de que Jason tenía que estar cada vez más preocupado, volvió a
subir para saludar al espía. Luego se dejó caer una vez más y, después de un poco de
cuidadoso astillado más, giró el pomo de la puerta y la empujó tan fuerte como
pudo. Sonó un gemido chirriante. Golpeó el hombro contra la puerta. Una vez, dos
veces… y estaba cayendo al lugar gélido donde había nacido y donde tantos habían
muerto.
—Soy sólo Naasir —dijo a los que dormían aquí en los ataúdes de piedra que
Osiris había creado uno por uno alrededor de una pequeña casa, hasta que se
convirtieron en las paredes y el suelo de una gran fortaleza. Cada bloque cuadrado
contenía un niño retorcido que eran dos, o cuerpos rotos que seguían siendo uno.
—He venido a por un libro —dijo, capaz de sentirlos a todos alrededor, curiosos y
emocionados de que hubiera venido—. Es rojo con un diseño de oro en el frente, y
tiene una cerradura sellada con la forma de un grifo. Eso es una especie mitad pájaro,
mitad león. —Su aliento helaba el aire mientras hablaba, sus garras habían cortado
sus botas para sujetarse al hielo que cubría todas las superficies.
Carámbanos goteaban de los techos. Estalagmitas crecían desde el suelo.
Era un lugar desolado y frío, pero Naasir no sentía ninguna sensación de peligro o
incomodidad. Sólo sus hermanos vivían aquí ahora. Alexander había incinerado a
Osiris y se había llevado sus cenizas lejos de aquí antes de que el Anciano enterrara
este lugar.
—Os he traído algo. —Alcanzando dentro de su bolsillo, sacó un juguete que
tocaba música y lo mantuvo en su mano mientras caminaba por las escaleras heladas
a la planta baja.
Allí, en el laboratorio, colocó su regalo en la gran mesa donde, según las notas que
Rafael había tomado y mantenido en fideicomiso hasta que Naasir estuvo listo para
leerlas, Osiris había cortado innumerables cuerpos deformes y retorcidos, muchos
cuando aún estaban vivos.
—Tengo una compañera —dijo a los demás, pensando no en las cosas malas que
habían sucedido aquí, sino en cómo había sido reclamado—. El libro es para ella. Es
una erudita.
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Una estalactita cayó del techo en las oscuras profundidades del laboratorio.
Aceptando la pista, se dirigió al lugar y descubrió que todo estaba encerrado en
hielo. Yendo al piso de arriba, encontró el hacha y regresó. Tuvo cuidado mientras
cortaba.
El libro yacía en el suelo en un bloque de hielo.
Cortó hasta que pudo recogerlo, pero todavía con una capa protectora de hielo y
los sostuvo en sus manos enguantadas.
—Gracias —dijo a sus amigos—. Un día, traeré aquí a mi compañera. Tiene alas,
pero es valiente y bajará. —No creía que a Andrómeda le resultara extraño que él
supiera que sus amigos todavía estaban aquí, felices de jugar entre sí, ella le entendía,
sabía que su mente no era la misma que la suya.
Otra estalactita cayó en una sinfonía tintineante.
Sonriendo, dio media vuelta y se marchó. Mientras subía las escaleras, oyó el
inicio de la música detrás de él y supo que su juguete era bienvenido. Metiendo el
libro helado en su chaqueta, cerró la puerta y se aseguró que el sello quedara
apretado. Luego pasó un tiempo apilando nieve alrededor.
Subiendo a la superficie, dijo:
—Tenemos que llenar el agujero de nuevo. Nadie puede saber lo que hay aquí. —
Sus hermanos se habían ganado su paz.
—La nieve caída hará eso, pero podemos ayudar.
Juntos, comenzaron a llenar manualmente el agujero con las palas extensibles que
Naasir tenía en su mochila. Mientras tanto, el libro helado comenzó a derretirse
contra el calor del cuerpo de Naasir. Al darse cuenta de que podría dañarse, lo puso
en la parte superior de la mochila para que permaneciera frío.
Cayó la noche y todavía manejaban las palas.
Incluso después de que el agujero ya no fuera visible, se quedaron, esperando para
asegurarse de que no habían dejado atrás ni un rastro de su visita. Cuando el
amanecer susurró suavemente sobre el paisaje, no había señal alguna de que alguien
hubiera estado allí excepto por las huellas que Naasir dejaba mientras se alejaba del
lugar. Se llenaron rápidamente por la nieve fresca que cayó en una suave lluvia
desde del cielo.
Sus amigos estaban a salvo de nuevo.
Y él tenía el Grimoire.
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* *
Andrómeda no sabía cómo había sobrevivido a los últimos cinco días. Sus padres
eran exactamente como los había dejado, sus excesos cambiaban sólo en los detalles.
Lailah y Cato todavía se entregaban a la viciosa tortura sexual con compañeros de
juego “dispuestos” que simplemente podrían haber estado demasiado asustados
para protestar, y de vez en cuando, infligían violencia sólo porque era una forma
“divertida” de romper el tedio que coloreaba sus acciones.
Incluso hoy, un ángel joven desventurado gritaba en los aposentos de su madre
mientras su padre se sentaba en la gran sala de estar vestido sólo con los pantalones
de seda roja, mientras dos vampiras desnudas bailaban para él. La había invitado a
sentarse con él, ver el espectáculo, Cato estaba tan cansado que había olvidado lo que
era ser un padre.
Andrómeda apenas había sido una niña la primera vez que había visto a su padre
tener sexo con una mujer, no su madre. Esa vez, había estado estrangulando a la
mujer golpeada que sangraba. Conmocionada, ella había gritado. Ese día, su padre se
había detenido y la había sacado de la habitación. No se había molestado las veces
posteriores, y ella había aprendido a no entrar sin previo aviso en cualquier
habitación de la fortaleza.
En cuanto a Lailah, la madre de Andrómeda se había reunido con ella a su llegada,
y le había dicho que había colocado un tríptico especial en su habitación.
Inmediatamente con náuseas, Andrómeda había esperado estar equivocada. No lo
estaba. Había encontrado tres hombres desnudos esperando en su cama.
Un ángel. Un vampiro. Un mortal.
Un tríptico. Una pequeña broma de su madre.
Había ordenado a los tres que se fueran con la punta de un cuchillo.
Este mediodía, el sexto desde su llegada y el séptimo desde que había dejado el
Refugio, apretó los puños, la espalda rígida ante la idea de otros quinientos años de
una existencia sumida en un miedo entumecedor, una violencia brutal y el vacío
indulgente. A diferencia de sus padres, su abuelo no aceptaba desafíos. Y como
Andrómeda no impartiría tortura siguiendo sus órdenes, él volvería esa violencia
contra ella, la maltrataría hasta que no fuera nada más que una muñeca vacía.
—Déjalo ir, Andi. —Obligó a sus puños a abrirse, hizo a un lado su frustración y
enojo, y sonrió, decidida a no permitir que el futuro oscuro le robara este día.
—Hoy, eres Andi, y hoy, serás feliz.
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Capítulo 47
No mucho tiempo después, se sentó bajo el polvoriento sol del mediodía en una
manta de picnic que había extendido bajo el dosel en forma de paraguas distintivo de
un árbol que tenía tantos nombres como África tenía idiomas. Aqba, nyoswa, samor,
acacia paraguas de espinas… el nombre o el dialecto no importaban. Lo que
importaba era que estos árboles proporcionan una agradable sombra en las praderas
ondulantes de la sabana.
Desde su posición, podía ver volar las garzas sobre el antiguo pozo de agua, sus
alas destellos de blanco. Ahora que las cañas alrededor del agua ya no eran
regularmente pisoteadas por las patas pesadas de los elefantes, crecían exuberantes y
verdes cuando, por todos los otros lugares, la sabana era de un verde dorado de una
temporada en la que las lluvias habían venido.
Por mucho que le gustaran las garzas y la exuberante vegetación alrededor del
pozo de agua, echaba de menos a los elefantes. Había algo tan sabio y constante en
las magníficas criaturas. ¿Y en la forma en que cuidaban de sus crías? Siendo ella
misma un bebé, había sentido envidia de esos torpes bebés elefante que se salpicaban
en el agua, seguros de que sus padres los protegerían de los leones a los que les
gustaba merodear por aquí.
Pero los elefantes se habían mudado por sus propias razones, y aunque
Andrómeda conocía su lugar favorito, no iba allí. No quería traicionarlos
inadvertidamente a los invitados de sus padres. Lo había hecho una vez, mostró
accidentalmente a un grupo de invitados donde caminaba el rinoceronte negro.
Los tres monstruos habían masacrado a dos de las criaturas majestuosas delante
de ella mientras ella gritaba y suplicaba y trataba de detenerlos. Lo habían hecho por
diversión.
Por diversión.
Ese día horrible marcó la única vez que había estado orgullosa de sus padres.
Lívidos ante el descubrimiento de la masacre, Lailah y Cato habían infligido castigos
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para ella. Sujetándola bajo las alas, como si lo hubieran hecho un millón de veces
antes y él supieras exactamente cómo sostenerla, la levantó del suelo y la hizo girar.
Riendo y llorando, ella cerró los brazos a su alrededor.
—Llegas tarde —acusó cuando se detuvo el giro—. He estado esperando una
eternidad.
Abrazándola, Naasir frotó la mejilla contra la suya.
—Estoy hambriento.
Ella fingió golpearle el hombro, pero cuando la puso de pie, tiró de él a la manta
de picnic... y allí, en medio del tartán estaba un libro que se suponía que no debía
existir. Separando los labios en un suspiro, cayó de rodillas. Alargó los dedos a por el
libro, apartó la mano antes de que los dedos pudieran rozar el cuero rojo grabado en
oro.
El oro esbozaba la imagen de una feroz criatura alada con aliento de fuego.
—Puedes tocar —dijo Naasir, tumbándose a su lado en la manta—. Le pregunté a
Jessamy qué hacer para descongelarlo de forma segura.
—¿Descongelarlo?
Naasir no respondió. Había abierto el recipiente aislante y encontró la carne
sazonada. Sonriendo, se metió un cubo en la boca... y su pecho retumbó de placer, los
ojos entornados.
—¿Quien ha hecho esto?
Ella se mordió el labio inferior.
—¿Te gusta?
—Sí. Espero que compraras muchos. —Se comió varios cubos más.
Olvidando el Grimoire por un segundo, ella sonrió.
—Yo lo hice. He utilizado las especias especiales que sólo puedes pedir en una
tienda en Marrakech, hice que me enviaran el paquete por avión para que llegara a
tiempo.
Los ojos de Naasir se iluminaron, pero sus siguientes palabras fueron un gruñido.
—Abre el libro para que puedas estar segura que es el estúpido Grimoire.
Riéndose de la forma en que siempre se refería al Grimoire Estrella, lo cogió con
sumo cuidado. El cuero se encontraba en estado casi impecable, sólo un poco
arrugado en el lomo.
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palpitante entre sus muslos. La segunda la mató, dejándola floja y resbaladiza como
la miel, sus músculos temblando.
Era lo único que podía hacer para mantener la pierna alrededor de su cuerpo.
Aumentando la velocidad de sus embates una vez que el cuerpo de Andrómeda
dejó de contraerse alrededor de su polla, Naasir levantó la cabeza de su cuello y
tomó su boca de nuevo mientras empujaba sobre la manta de picnic. Ella se sentía
tomada, marcada, amada con una ferocidad honesta y salvaje que llamaba a su
propia naturaleza primitiva.
Sin luchar contra el instinto, ella le mordió el cuello cuando él inclinó la boca a su
garganta de nuevo. Con un gruñido inhumano y profundo, Naasir apretó la mano…
y hundió los colmillos en ella mientras empujaba su polla en casa.
* *
Naasir se derrumbó encima de su compañera, su polla todavía sumergida en ella,
y le acarició perezosamente uno de los muslos de seda. Podía oír su corazón
tronando debajo de él, sentir cómo su cuerpo se apretaba en espasmos inesperados
que extraían placer de su cuerpo inerte. La sorpresa había dilatado sus pupilas hasta
convertirlas en lunas oscuras.
Sonriendo con suficiencia, la besó, luego le acarició con la nariz la garganta para
lamer y cerrar las pequeñas heridas que le había hecho con sus colmillos.
—Eres deliciosa. —Se alimentaría de ella a menudo cuando follaran.
Disfrutando de su mutua humedad y feliz de que ella le hubiera marcado, la
acarició lentamente entrando y saliendo. Su polla ya estaba empezando a
endurecerse a plena disposición de nuevo.
—¿Te duele?
—Me duele. —Pasó los dedos por sus labios, los ojos entornados y pesados—. Me
llenas. —Una sonrisa cuando él mordisqueó la punta de los dedos, seguido por un
escalofrío cuando él giró las caderas en una excitación sensual—. No pares.
Encantado, Naasir deslizó su mano por su cuerpo para empujar debajo de su
túnica y la camiseta ajustada que llevaba para controlar sus pechos. Los músculos
interiores de Andrómeda sujetaron posesivamente su polla cuando cerró su mano
sobre el cálido y suave globo y apretó. Le gustó y apretó de nuevo.
Andrómeda arqueó el cuello en respuesta. Dejando caer la cabeza para lamer y
besar su cuello, él comenzó a moverse. Más lento esta vez, pero igual de profundo.
Podría seguir así durante una hora, podría hacerlo si ella le dejaba. Le lamió
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Capítulo 48
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—¿Puedes imaginarlo?
La ira del recuerdo le agitó.
—Leyendas como esta impulsaron a Osiris. Quería hacerlas realidad. —Sus garras
salieron—. El hermano de Alexander era un mezclador y decidió fusionar seres
vivos.
Dejando a un lado el Grimoire, Andrómeda se volvió hacia él plenamente.
—Lo siento —dijo ella, con voz temblorosa—. Lo siento mucho. Durante todo este
tiempo, he hablado sobre el Grimoire y nunca he considerado cómo podría hacerte
daño.
Naasir no había querido que sus palabras la hirieran.
—Tus pensamientos y maravilla sobre criaturas misteriosas no me hacen daño —
dijo, tirando de ella hacia sus brazos y metiendo su cabeza contra su cuello—. Es
divertido contigo. —Un juego.
—¿En serio?
—Sí. —El corazón de Andrómeda no era retorcido, y ella no tenía ganas de
enjaular o poseer a ninguna de esas criaturas—. Me gusta escuchar las cosas que
tienes que decir.
Entonces, porque era el momento, le contó la maldad que había tenido lugar en el
hielo.
—No sabía nada sobre la Cascada antes, pero ahora que lo sé, creo que Osiris
debió haber adquirido sus habilidades en la última. Era un Anciano como su
hermano, habría estado vivo entonces.
La cabeza de Andrómeda se movió contra su pecho cuando asintió.
—Según la investigación de Jessamy, aunque la Cascada afecta más
significativamente a los arcángeles, también puede tener un impacto en un pequeño
porcentaje de otros ángeles. —Le acarició el pecho, pasando las uñas sobre su piel y
el fino pelaje a rayas.
Las caricias hacían que fuera soportable entrar en la muerte y la oscuridad.
—Osiris tenía la capacidad de poner dos cosas juntas y hacer una. —Una habilidad
a la que nadie había prestado mucha atención, ya que parecía tan frívola—. Al
principio, mezclaba objetos inanimados para su diversión y la de los demás, una silla
a una escoba, o una espada a una piedra. Entonces decidió ver si podía combinar dos
seres vivos juntos.
Todo había estado en los diarios que Rafael había guardado para Naasir.
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mutuamente a sobrevivir. —El momento del cambio era borroso en su memoria, pero
sabía que había habido dolor, un dolor agonizante.
Andrómeda se levantó y, con expresión despojada de todo rastro de civilización,
dijo:
—Me alegro de que esté muerto.
Él le apretó la cintura con el brazo que tenía a su alrededor.
—Traté de matarlo inmediatamente después de mi transformación, pero estaba
demasiado débil. —Se había sentido como si fuera una muñeca rota, sus
extremidades inútiles y su mente embotada.
—Necesité meses y meses para empezar a pensar con claridad de nuevo, aunque
mis patrones de pensamiento no eran 'humanos. Ni tampoco animales. —Más bien,
una amalgama de los dos—. Tuve que aprender a caminar de nuevo, hablar de
nuevo. Osiris quería saber porque tenía dos piernas en lugar de cuatro, por qué la
forma del niño había tenido prioridad sobre la del cachorro de tigre, por lo que hizo
más experimentos.
Los ojos de Andrómeda brillaron.
—Me alegro de que esté muerto —repitió—, pero quiero traerlo de vuelta a la vida
para poder arrancarle el negro corazón y alimentarme con él.
Naasir le enseñó los dientes.
—Sabía que eras mi compañera. —La atrajo hacia sí agarrándola por la nuca, le
abrió los labios con los suyos y lamió su lengua contra la de ella hasta que su ala
revoloteó sobre él y su muslo frotó contra el suyo.
Deslizó la mano por debajo de su túnica hasta acunarle el pecho y la tumbó de
espaldas. Dilató las fosas nasales ante su olor. Moviendo la mano por su abdomen
tembloroso, la deslizó por debajo de la cintura floja de los vaqueros y acarició su
humedad con dos dedos. Cuando levantó la cabeza, sus labios estaban más
hinchados que antes y su profunda respiración era superficial.
—¿Alguna pregunta más? —Pestañas protegiendo los ojos mientras observaba el
ascenso y caída de su pecho, rodeó con el pulgar el nudo resbaladizo en el vértice de
sus muslos.
Agarrando su bíceps con una mano, ella trató de fulminarlo con la mirada, pero el
placer seguía ondulando en ella.
—Bestia.
Él sonrió.
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—Tu bestia. —Mordiéndole el labio inferior, usó sus dientes para tirar de la carne
suave, mientras movía los dedos con una destreza juguetona que hizo que
Andrómeda profiriera un gemido sobresaltado y tuviera un orgasmo en dulces
revoloteos que él quería lamer con su lengua.
Se le hizo la boca agua.
Poniendo los labios contra su oreja, le dijo:
—Tú vas a ser mi postre después de la cena de esta noche. Voy a lamerte como
miel, hundir mis colmillos en la delicada carne regordeta entre tus muslos.
Su cuerpo se sacudió, sus muslos apretaron su mano. Ella no se sobresaltó cuando
sus garras salieron, a pesar de que estaba sujetando carne suave y frágil. Ninguna
sorpresa. Su compañera era tan salvaje como él y ella sabía que él nunca le haría
daño.
Con dedos temblorosos le agarró del pelo pero los dientes en su mandíbula eran
afilados.
—No si consigo poner mi boca sobre ti primero.
Él gruñó y le quitó los pantalones vaqueros y diez minutos más tarde, Andrómeda
estaba sudorosa y desnuda sobre su pecho, mientras su propio corazón latía con
fuerza y todo su ser se estiraba bajo el sol saciado.
Cuando Andrómeda finalmente se apoyó en su pecho para mirarle, parecía
deliciosamente utilizada, marcada por sus mordiscos y sus besos. Y el cariño en sus
ojos... se regodeó en ello.
—¿Cuánto tiempo hasta que nos tengamos que ir? —preguntó.
—Horas todavía. —Ella se echó hacia atrás el pelo empapado de sudor mientras
sus párpados se cerraban—. No te duermas todavía. Tengo una pregunta.
Perezoso, él no se molestó en abrir los ojos.
—¿Hmm?
—El hecho de que seas una quimera no explica tu vampirismo.
Naasir bostezó.
—Osiris tenía miedo de que yo no fuera una verdadera quimera inmortal, que
muriera antes de que hubiera descubierto sus respuestas. También quería
mantenerme como un niño, así sería más fácil de controlar. —Especialmente después
del último ataque de Naasir en el que le había dejado marcas de garras en el rostro.
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—No es que eso le hubiera salvado. El día que Rafael me encontró, después de oír
lo que Osiris estaba haciendo de un mensajero que había visto más de lo debido;
había saltado sobre Osiris desde del techo, le saqué los ojos con las garras y le hice
resbalar por las escaleras. Su cráneo chocó con la fuerza suficiente contra la piedra
para dejarlo inconsciente. —En ese momento, Naasir le había arrancado la garganta y
le había abierto con las garras la cavidad torácica—. Pero esa fue la racionalización de
Osiris para Convertirme.
El horror y la rabia hicieron que su compañera se quedara rígida encima de él.
—Convertir a un niño está estrictamente prohibido. Los niños se vuelven locos si
son Convertidos. Mueren.
—Estuve a punto de morir, pero tal vez porque era una quimera, sobreviví no más
loco de lo que estaba cuando comenzó el proceso.
—Nunca estuviste loco.
—Era salvaje.
—Eso no es locura. —Besos en la mandíbula.
Él se volvió hacia ellos, sin vergüenza por pedir más. Andrómeda le dio lo que
quería, sus labios tan suaves como su amor era feroz.
Abriendo los ojos para poder ver el violento amor en los de ella, cogió su mano
para mordisquear y besar la punta de los dedos.
—Los que saben que me comí el corazón de Osiris dicen que tal vez soy tan fuerte,
tan inmortal, porque me comí el corazón de un Anciano mientras aún no estaba
completamente desarrollado.
—¿Eso te molesta?
—No. —Naasir enseñó los dientes—. Me gusta la idea de haber consumido a mi
enemigo y haberme hecho con su poder.
—A mí también —dijo su inteligente y salvaje compañera, sus ojos brillando—.
Creciste a pesar de haber sido Convertido.
—Sí. —Nadie se lo esperaba, los que le conocían se habían preparado para hacer
frente a la angustia y el dolor de un niño que nunca creciera, pero cuyo conocimiento
podría crecer más de manera constante—. Mis patrones de crecimiento imitaban los
de los niños angelicales.
Nadie sabía por qué, pero la teoría predominante era que como quimera, ya era de
por sí inmortal y, como tal, su cuerpo había luchado contra las toxinas de la
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Conversión. Sin embargo, como había sido pequeño y débil, no había ganado
totalmente la lucha y por lo tanto, había ganado ciertas características vampíricas.
—Como los ángeles, no he envejecido sensiblemente desde que me convertí en un
adulto. Podemos estar juntos por toda la eternidad.
El rostro de Andrómeda palideció, toda la felicidad borrada.
Gruñendo, él le puso de espaldas y se apoyó encima de ella.
—Basta, compañera —dijo en un tono que no era del todo humano—. ¿Qué me
estás escondiendo?
La garganta de Andrómeda se movió, las palabras roncas.
—Mañana, tengo que ir a la corte de Charisemnon.
Naasir curvó los labios sobre sus dientes.
—¿Debes rendir tributo a tu arcángel? Iré contigo para protegerte.
—No. —La respiración de Andrómeda se volvió trabajosa, como si ella le resultara
difícil introducir aire en sus pulmones—. Estoy obligada a servir quinientos años en
su corte.
Naasir se quedó inmóvil encima de ella.
—¿Por qué estás esclavizada?
—Un voto de sangre familiar. No se puede negociar.
Naasir gruñó ante la fatalidad en su tono.
—A nadie le gusta Charisemnon —dijo—. Ignora la obligación. —Le mordisqueó
el labio inferior, y luego lo hizo de nuevo, ya que había estado escondiéndole cosas
que le hacían daño.
Ella le clavó las uñas en los hombros y entornó los ojos. Él pasó una mano con
garras sobre su mejilla en señal de advertencia. Ella no parecía asustada en absoluto.
—Me gustan tus uñas en mí —dijo con una sonrisa—. Clávalas con más fuerza.
Un gruñido distintivo de su compañera.
—No puedo simplemente no acudir —le espetó—. Sabes cómo son los arcángeles,
podrán luchar entre sí, pero no van a apoyar la rebelión dentro de las familias de
cada uno.
—Las cosas han cambiado. —Naasir se apoyó en sus antebrazos—. Rafael odia a
Charisemnon por provocar la Caída. Él te aceptará bajo su protección. —Porque ella
era de Naasir y Rafael respaldaba a sus Siete.
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—Diez años antes de salir para el Refugio, entré en una habitación en casa de mis
padres y le vi torturar a un niño mortal que apenas era mayor de edad. —La había
destrozado, dejó el corazón en pedazos en el suelo, la esperanza dentro de ella se
apagó—. Él quería que yo lo supiera —susurró—. Podía ver las estrellas en mis ojos y
quería borrarlas, mostrarme su verdadera cara.
Enseñarle que a pesar de que no estaba perdido en una búsqueda compulsiva de
sensaciones como sus padres, estaba igual de despiadadamente hastiado.
Andrómeda le había rogado que dejara ir al mortal. El hombre que era su padre de
sangre simplemente había levantado una ceja y azotó con el látigo una vez más la
espalda del chico, haciéndole gemir mientras la sangre corría por su piel destrozada.
Un corazón blando puede ser una debilidad fatal en el mundo inmortal, un atractivo para
los depredadores. Si quieres sobrevivir, harías bien en aprender de mi ejemplo.
Andrómeda había vomitado.
—Dahariel es un hijo de puta —aceptó Naasir—. Pero también es el segundo de
Astaad y puede solicitar santuario para ti. Nadie interferirá ya que eres su hija.
Andrómeda sabía que tenía razón; los arcángeles y ángeles viejos lo considerarían
un asunto familiar privado ya que Dahariel, y por tanto Astaad, tenía tanto derecho a
ella como Charisemnon.
—Se lo pedí —admitió en voz baja—. Hace cincuenta años. —Había estado tan
desesperada como para humillarse, a sabiendas de que a pesar de que Dahariel era
cruel, la corte de Astaad no era para nada como la de Charisemnon.
La expresión de Naasir se endureció.
—¿Dijo que no a su cachorro? Los ángeles aman a sus hijos.
—Creo que él me quiere a su manera retorcida. —Eso fue lo que hizo que su
abandono doliera aún más—. Me dijo que me había dado todo lo que era capaz de
dar y que continuaría entrenándome, pero en todo lo demás, estaba sola.
—Mucho ha cambiado en cincuenta años.
—Sin embargo, él nunca ha hecho la oferta, aunque le he visto muchas veces para
nuestras sesiones de combate. —Acarició el cabello de Naasir—. Creo que el vínculo
nunca se formó lo suficientemente profundo como para que me reclamara como
suya, no se dio cuenta de que lo era hasta casi cincuenta años después de mi
nacimiento, cuando mis alas se acomodaron en su patrón adulto final. Para
entonces... ya era demasiado tarde para verme como un bebé. —Para sentir los
instintos de protección de un padre.
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Capítulo 49
Un día después, sin embargo, tuvo que verla irse a esa misma corte.
—Quinientos años —dijo ella, con una mano en su pecho, sobre el corazón que
latía por ella—. ¿Quieres realmente esperar?
—Si tengo que hacerlo —dijo, tomando su boca en un beso voraz—. Pero no lo
haré. Estate atenta a mí. Iré a sacarte. —Cerró ambos puños en su pelo—. Mantente
con vida. —Él sabía las horribles reglas de la corte de Charisemnon, conocía los
horrores a los que se enfrentaría.
—Lo haré —prometió ella, pero en sus ojos, él vio el conocimiento de que tal vez
no sería suficiente.
La muerte tenía muchas formas. No todas eran del cuerpo.
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Capítulo 50
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había amado a Naasir. Con el recuerdo del secreto guardado dentro de ella, se trenzó
el pelo y se ciñó la espada.
No más tiempo.
Naasir. Lucha por Naasir. No permitas que te lo roben.
Salió, caminando por los pasillos a la corte interior de Charisemnon. El olor a
alcohol, así como de fuertes sustancias estupefacientes que tenían efecto en la
fisiología inmortal, persistía en el aire, varios cortesanos aún estaban desplomaron
sobre las mesas donde habían estado la noche anterior.
Alas arrastrando lánguidamente por el suelo pegajoso, y un vampiro saciado
dormido en una chaise longue con su brazo posesivamente alrededor de un delgado
niño mortal que no podría tener más de dieciséis años. Al oír un gruñido, levantó la
vista y vio a uno de los generales angelicales de su abuelo copulando con una mujer
vampiro que ya tenía moratones por sus manos, pero parecía estar disfrutando de ser
follada en una mesa de comedor.
Continuando a través de la corte sin detenerse, bordeando cuerpos dormidos y
caídos e ignorando las proposiciones mal articuladas, se dirigió a las grandes puertas
de más allá. Talladas con exquisito cuidado y con incrustaciones de oro y piedras
preciosas, las puertas eran tan sorprendentes como el corazón de su abuelo estaba
podrido. Los guardias, con ojos agudos y alerta, las abrieron para ella de inmediato y
continuó al santuario interior.
Se tragó su repulsa antes de empujar a través de la puerta sin vigilancia del final,
tuvo que abrirse paso a través de cortinas de seda colgantes al dormitorio.
Charisemnon yacía en la cama, su previamente sano y musculoso cuerpo arrugado y
marcado con cicatrices. La enfermedad que había extendido se había vuelto contra él
como un perro despiadado. El hecho de que estuviera recuperando su salud, no era
una sorpresa.
Después de todo, era un arcángel.
Las cicatrices desaparecerían con el tiempo. La seda caoba despeinada de su
cabello fino, se espesaría, la masa muscular regresaría. Sería un hombre hermoso en
el exterior de nuevo, un arcángel de pelo oscuro con la piel de un dorado profundo y
ojos del mismo tono excepto por astillas de color castaño en el interior, sus labios
impecables exuberantes con una promesa sensual.
Mortales e inmortales por igual no siempre llevaban su fealdad en la piel.
Manteniendo los ojos escrupulosamente lejos de las apenas desarrolladas chicas
que yacían desnudas alrededor de Charisemnon, Andrómeda miró directamente a la
cara de su abuelo.
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—Lijuan nunca debería haber tomado a una hija de mi linaje, y debería haberme
informado de sus planes sobre Alexander.
Ah. Andrómeda sabía que no significaba nada para Charisemnon como persona,
pero como un símbolo de su gobierno, sí. Lijuan había cruzado una línea allí. Pero
incluso eso, sospechaba, no habría sido suficiente sin la última transgresión.
Apretando el cinturón de su bata, Charisemnon se burló.
—Yo hubiera sido capaz de garantizar el éxito de la misión. Ella fue una tonta por
descartarme.
—Sí, sire. —Andrómeda esperó para ver si había algo más, pero Charisemnon la
despidió después de afirmar que Alexander estaría en casa de sus padres al día
siguiente y que ella iba a volar allí hoy para prepararse.
Luchando por no vomitar de alivio por el retraso temporal de la tortura,
Andrómeda se fue de inmediato, rechazó una oferta de una escolta del Maestro de la
Guardia. Ella era una erudita guerrera y compañera de una quimera salvaje; podría ir
de un territorio a otro a salvo sin guardias.
Despegó y se quedó por debajo de las blancas nubes de algodón de azúcar, lo
suficiente para poder ver las tierras sobre las que volaba. Tardó cerca de treinta
minutos en salir de la ciudad en el centro de la cual estaba la fortaleza en expansión
de Charisemnon, y entrar al desierto de este territorio imponente. Una manada de
antílopes corrieron por debajo de ella por lo menos un kilómetro, como si hicieran
carreras con su sombra, vio elefantes caminando con pompa regia, hipopótamos
nadar en los ríos, grupos de babuinos charlar y luchar por debajo de árboles muy
dispersos.
Su corazón se hinchó.
Parecía tan injusto que toda esta generosidad estuviera en las manos causantes de
enfermedades de Charisemnon. Si la vida fuera justa, tendría una tierra tan estéril
como su alma, y la lluvia negra de Lijuan no se manifestaría con la belleza de los
diamantes negros que brillaban con el agua.
Con un barrido a lo largo de una corriente ascendente, forzó su mente a apartarse
de ese camino oscuro y a llenar sus pensamientos con el amor de Naasir por su
patria. Él le había dicho que se colaba tan a menudo como podía, sólo para correr con
los animales. A ella le encantaba eso, le encantaba que alguien tan valiente,
honorable y puro encontrara placer en esta tierra. Él debería ser el encargado de este
territorio, aunque probablemente no querría el trabajo.
Se detuvo un momento en la orilla de un pequeño lago que ondulaba con la luz
del sol, detestaba pasar más tiempo en casa de sus padres de lo necesario. Era mejor
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que la corte de Charisemnon, pero mejor era una cuestión de grados. Su compasión
por la infancia de Lailah y Cato no se extendía a la vileza que infligían.
La noche había caído cuando por fin llegó, y aunque trató de dormir, pasó la
noche en el tejado, mirando hacia las estrellas.
—Naasir —susurró ella, su fe en su amor el fundamento de su nueva existencia—.
Te echo de menos, mi corazón.
No apareció en la sabana en esta ocasión, no la revolcó en la tierra.
Sólo había la noche y el silencio.
* *
A la mañana siguiente, salió volando para posarse en una colina y observar cómo
los cielos giraban de un gris suave a la luz rota del amanecer y luego a un suave azul
polvoriento que no se veía en ningún otro lugar más que en esta tierra. Si pudiera, se
encontraría con Alexander aquí. Pero cuando el arcángel apareció en el cielo noventa
minutos más tarde, sus alas brillando a la luz del sol de una manera que trajo a
Naasir vívidamente a su mente y le ahogó la garganta con anhelo, él bajó las alas
para mostrar que la había visto, pero continuó a la fortaleza de sus padres.
Andrómeda se obligó a hacer lo mismo.
A diferencia de la sencilla túnica verde mar de Andrómeda y los pantalones
negros ajustados, Lailah y Cato habían salido vestidos con ropa formal. Andrómeda
hizo las presentaciones, esperando estar siguiendo los protocolos correctos. Nunca
había tenido razón para aprender cómo presentar a un Anciano a otros ángeles
poderosos, pero ya que nadie la censuró, debía haberlo hecho bien.
—Por favor —dijo su madre, guiando a Alexander al área de recepción formal,
elegante y adornada con obras de arte de valor incalculable.
Andrómeda tardó unos minutos en darse cuenta de que tanto Lailah como Cato
estaban intimidados por Alexander.
—Vuestra hija puso su vida en peligro para salvar la mía —estaba diciendo
Alexander, su cuerpo vestido con las ropas de un guerrero, colores gris carbón y
negro austero—. No soy un hombre que olvide esas cosas.
—Ella siempre ha sido fuerte, siempre ha tenido una voluntad más formidable que
muchos adultos.
Asombrada y sorprendida por el orgullo que escuchaba en la voz de su madre,
Andrómeda se la quedó mirando, pero Lailah ya había vuelto su atención a
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Alexander. Su cara de perfil era de huesos finos, su suave piel como miel oscura
impecable, y su cabello fuertemente rizado recogido de manera elegante.
Al lado de Lailah, Cato parecía fantasmalmente pálido, su piel ya nunca tenía el
calor del sol y sus ojos de un azul descolorido todavía eran no obstante, inquietantes
en su belleza. El fino cabello rubio le caía hasta los hombros, una cara que muchos
artistas habían esbozado. Siempre le pintaban como un inocente.
—Sí —dijo Alexander en el pequeño silencio que había caído—. Vuestra hija es
fuerte para su edad y tiene el valor suficiente para disparar una ballesta contra un
arcángel para salvar a otro. —Una débil sonrisa—. Es por esa razón que me gustaría
tenerla en mi nueva corte.
Andrómeda se congeló.
Naasir.
Él había hecho esto. De alguna manera, su astuto e inteligente compañero había
hecho esto.
Al otro lado de Alexander, las caras de sus padres se habían quedado flojas. Su
madre fue la primera en recuperarse, sus ojos castaños dorados enormes.
—¿Deseas que nuestra hija sea una de tus cortesanas?
—No tengo cortesanos como tales. —El tono de Alexander fue frío—. Sin
embargo, tengo guerreros y eruditos en mi círculo íntimo. Y tengo que reconstruir mi
corte después de que muchos de ellos fueran asesinados luchando junto a mi hijo.
Un escalofrío llenó la habitación, el poder de Alexander fue de repente una
presión agónica contra los tímpanos de Andrómeda, sus alas habían tomado un
brillo que nadie quería presenciar. No porque no fuera glorioso, oh, lo era; sino
porque los arcángeles por lo general brillaban antes de infligir una muerte violenta y
final.
—Es un honor —dijo Andrómeda cuando parecía que sus padres se habían
quedado mudos—. Por lo general, una posición en la corte de un Anciano nunca se
ofrece a un ángel tan joven.
Los labios de Alexander se curvaron, y en ese instante, ella pudo ver al “hermoso
guerrero” sobre el que escribieron en las historias de su reinado. Pero no podía verlo
como un hombre, porque en sus ojos, veía tal edad que amenazaba con aplastarla.
No sabía que mujer podría manejar jamás su poder absoluto. ¿Caliane? Pero Caliane
era famosa por seguir enamorada del compañero que se había visto obligada a
ejecutar.
Nadie más en el planeta era igual a Alexander en poder y edad.
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Capítulo 51
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puerta del baño. La bata de seda negra que colgaba parecía nueva… y tenía el
Grimoire en un bolsillo.
Andrómeda se lo había dado a Naasir para que se lo llevara a Jessamy.
Metiendo los brazos por las mangas, se la ató de cualquier forma y entró corriendo
en la habitación. La sonrisa llenó su cara mientras corría para saltar en la cama sobre
el hombre que estaba tumbado tranquilamente en ella.
—¿Cómo has entrado?
Ojos plateados brillaron sobre ella con fingido insulto.
—¿Acabas de hacerme esa pregunta? —Tomó el Grimoire y la arrojó sobre una
mesita—. Estúpido Grimoire.
Riendo, ella le llenó la cara de besos. Naasir abrió la bata y metió las manos en el
interior para apoyarlas sobre su piel húmeda mientras la abrazaba y giraba la cara
para que ella pudiera cubrirle por entero con besos.
—Te he echado de menos —dijo ella entre cada beso—. Te he echado de menos. Te
he echado de menos.
Su pecho retumbaba bajo ella, su piel con las rayas de tigre.
—Deberías echarme de menos. Soy tu compañero.
Sonaba tan engreído que ella le besó de nuevo.
—¿Por qué no viniste? ¡Esperé y esperé! —Golpeándole el pecho, se sentó de
rodillas—. Te busqué todas las noches.
Con el ceño fruncido hacia ella, dijo:
—Tenía que pensar en una manera de sacarte de las garras de Charisemnon. —Le
enseñó los dientes—. Luego tuve que cazar a Alexander y señalar que nos debía un
favor muy grande.
Ella se quedó boquiabierta.
—¿De verdad le dijiste eso? —Salió un susurro agudo.
—¿Por qué no? —Con las manos detrás de la cabeza, se encogió de hombros—.
Alexander siempre fue conocido por su honor y le gustas.
Aún sorprendida de que él hubiera ido descaradamente hasta un Anciano y
exigido un pago, se estremeció.
—Podría haberte matado iracundo. —Y ella podría haberle perdido para siempre.
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Naasir bebió hasta saciarse; no había batalla que luchar esta noche y había traído
un paquete de comida para su compañera. Después, la alimentaría, la acariciaría y
hablaría con ella. Ahora bebió de ella y era intoxicante. Su olor cálido, almizclado y
saciado le rodeaba, su sangre caliente en su lengua y la pierna libre sobre su espalda
mientras él tiraba fuertemente de ella.
Temblando, Andrómeda susurró su nombre otra vez e hizo que su polla latiera. Le
acarició el muslo mientras se alimentaba, disfrutando de la sensación de seda. Ella
era tan suave y sin embargo había fuerza en ella. Quería entrenar con ella, quería
cruzar cuchillos con ella, quería tumbarse desnudo en la cama con ella y excitarla.
Lamiendo las diminutas heridas para cerrarlas después de que por fin quedara
saciado, se levantó sobre ella. Andrómeda tenía los párpados pesados, los labios
hinchados y sus pechos sonrojados. Levantando la mano, tiró de él hacia ella
mientras él le levantaba el muslo y empujaba su polla en su apretada vagina
resbaladiza. La besó mientras se mecían juntos y ella le abrazó.
No era cómo había imaginado este acto cuando había pensado en estar con su
compañera. Siempre había pensado que sería duro y crudo. Esto era caliente, tierno y
le gustaba. Le acarició el muslo de nuevo mientras se movía y siguió besándola. Sus
lenguas jugaban entre sí y cuando ella fingió morder la suya, gruñó y ella rió.
Le pellizcó la nariz y le apretó el muslo.
La sonrisa de ella se hizo más profunda y lo abrazó incluso con más fuerza,
cerrando las piernas a su alrededor.
—Te amo.
—Lo sé.
Riendo de nuevo, con los ojos brillantes y llenos de luz de sol, ella reclamó otro
beso. Y siguieron jugando a su pequeño juego sexy que a él le hacía profundamente
feliz. Cuando ella le apretó en un orgasmo sorprendido, Naasir la montó a través de
él antes de inclinarse para chupar y lamer sus pechos hasta que ella gimió y tiró de su
cabeza.
Él amaba besarla, por lo que colaboró con su demanda silenciosa. Y cuando llegó
al orgasmo, la dejó toda pegajosa, hasta que todo su cuerpo olía a él. Frotando la
mejilla contra la suya al final, se acostó sobre ella durante mucho tiempo,
asegurándose de mantener su peso sobre un brazo para no aplastarla. Cuando se
volvió de espaldas, ella hizo un sonido somnoliento de queja.
Él la abrazó contra su pecho, las alas extendidas sobre la cama y sobre su pecho.
Bostezando, acarició su ala y le dijo:
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—Sí —susurró ella, su mente llena con pequeños niños salvajes que la volverían
loca y a quienes amaría tan ferozmente como amaba a su maravilloso y hermoso
padre quimera—. Sí.
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Epílogo
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mismo, pero lo hizo para poder volar ala con ala hacia la ciudad. Titus me ayudó a
entrenar cuando era un mozalbete, dijo después de que ambos estuvieran en posición,
pero una vez que ascendí, aceptó que yo era un arcángel y su igual en la Cátedra.
Alexander, por su parte, siempre ha tenido problemas con el hecho de que me convirtiera en
arcángel con sólo mil años. Hacía a Rafael el ángel más joven que alguna vez se hubiera
convertido en un arcángel. Como resultado, no puedo permitirle que me trate como a un
joven. Podía reír con Titus y llamarle “viejo” mientras el otro arcángel le llamaba
“cachorro”, pero este tipo de juegos nunca sucedería con Alexander.
Cierto. La trenza de Elena se deslizó por encima del hombro mientras barría a la
izquierda con el viento, su alegría por volar evidente. Él es como un padre que no puede
aceptar que su hijo ha crecido.
Una buena analogía. Casi en Manhattan, dijo, mira.
La respuesta de Elena estaba libre de la preocupación que la había invadido en los
días inmediatamente después de la caída de Illium. Campanilla y Chispas están
compitiendo de nuevo.
No muy lejos de la Torre, los dos ángeles estaban corriendo en una línea vertical
recta hacia las nubes. Mientras Rafael observaba, Aodhan tomó ventaja, Illium lo
alcanzó, sólo para ser superado él mismo… y luego todo se fue al infierno.
Illium se estrelló contra la estratosfera mientras el mundo de repente se rompía en
una lluvia azul y oro. Alcanzó a Elena a su lado, brillaba y se pegaba, cubriendo su
piel y cabello.
Rafael, ¿qué está pasando?
Está ascendiendo. El corazón de Rafael tronó. Aterriza. Ahora. Con esa instrucción
cortante sabía que su inteligente consorte no pelearía, no con las corrientes de aire ya
turbulentas que les rodeaba; él se elevó en el cielo tras Illium.
No se interfería con la ascensión de un ángel, pero el muchacho era demasiado
joven, cientos de años demasiado joven. En ese momento, Rafael no podía evitar
pensar en Illium como el muchacho que había conocido, el que le había seguido por
todo el Refugio contándole historias de sus aventuras. El pequeño niño de alas azules
que, con su amigo más tranquilo, Aodhan, habían realizado más bromas que la
mayoría de los otros niños juntos.
Con no muchos más de quinientos, el cuerpo de Illium simplemente no era lo
suficientemente fuerte físicamente como para manejar el poder que vivía en las venas
de un arcángel cada momento de cada día. Mil había sido justo, Rafael apenas había
sobrevivido a la transición, había podido sentir su piel a punto de romperse cuando
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—Sí —oyó decir a Elena detrás de él justo cuando drenó la última gota de la nueva
energía de Illium—. Creo que funcionó. —Una pausa—. Sí, lo haré. —Colgando,
dijo—: Vamos a meterlo dentro.
Entre Rafael y Aodhan, se las arreglaron para meter a Illium a la oficina por el
balcón, que resulto ser la de Honor, y cerraron la puerta. Elena apretó el botón que
opacaba las ventanas y fue sólo entonces cuando Illium se desplomó en la silla más
cercana, sus alas extendidas i a ambos lados.
—¿Qué ha pasado? —dijo, todo su cuerpo temblaba.
Cuando Aodhan se agachó frente a él y le apartó el cabello mojado, el ángel de
alas azules se estremeció y se apoyó en la caricia. Necesitó tiempo para dejar de
temblar, y cuando lo hizo, fue para levantar la cabeza para encontrarse con la mirada
de Rafael.
—Sire, no soy un arcángel.
—No —Rafael estuvo de acuerdo—. Puedes serlo un día, pero tu cuerpo y mente
no pueden manejar el poder a esta edad. —Y con ese poder viviendo en Rafael ahora,
Illium no mostraba signos de una ascensión.
Después de haber encontrado una botella de agua fría, Elena se lo dio a su querido
Campanilla y, sentada en el brazo de su silla, le dio unas palmaditas suaves en la
espalda, sus dedos rozando las alas de Illium.
—¿Mi madre dijo algo más? —le preguntó Rafael.
El gris de los ojos de Elena estaba oscuro, el anillo de plata vívido.
—Quiere que la llames.
Sin esperar por si acaso Illium empezara a brillar con poder de nuevo, Rafael
utilizó el teléfono de su consorte para realizar la llamada, puso el altavoz para que
todos ellos pudieran oír lo que Caliane tenía que decir. Esperaba conseguir al técnico
que supervisaba el sistema de comunicaciones que Illium había organizado para
Amanat, pero fue la cara de Caliane la que llenó la pequeña pantalla.
—Hijo —dijo ella, su expresión pálida—. ¿Tu ciudad sigue en pie?
—Sí. —Su pregunta preocupada le hizo comprender la sorprendente verdad: si él
no hubiera estado allí para detener la ascensión prematura de Illium, la muerte del
joven ángel hubiera provocado una onda de choque catastrófico—. ¿Has visto esto
antes, madre?
—Sí, en una Cascada en los albores de mi existencia. Antes de convertirme en
arcángel.
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Nalini Singh
Rafael no podía imaginar ese tiempo, su madre había sido un poder toda su vida.
—¿Que pasó?
—Un ángel que era el comandante de un arcángel, ascendió sin previo aviso. Sólo
tenía setecientos años y su cuerpo no pudo albergar el poder. —Tristeza en ella ante
la pérdida de ese ángel hacía tanto tiempo—. Murió en una furia atronadora y se
llevó a más de veinte mil personas con él.
Soltando un suspiro tembloroso, Illium se puso en pie. Estaba inestable, pero se las
arregló para acercarse al lado de Rafael y mirar a Caliane.
—Señora —dijo, inclinándose profundamente—. Me ha salvado la vida. Se lo
agradezco.
Caliane inclinó la cabeza mientras Rafael agarraba a Illium antes de que se
desplomara hacia atrás al enderezarse de la reverencia.
—Siéntate, hijo —ordenó la madre de Rafael—. Estás dañado.
Illium no discutió.
—¿Dañado? —El tono de Elena era agudo—. ¿Es algo de lo que tengamos que
preocuparnos?
—No. Debería recuperarse ahora que el poder está fuera de él. —Caliane se
recostó en su asiento, con el pelo recogido en una trenza y su cuerpo vestido con
viejas vestimentas de cuero de combate, parecida a Elena—. Aunque el ángel en mi
juventud murió, hubo rumores de otro joven ángel que ascendió demasiado pronto,
pero que sobrevivió porque tenía un vínculo de sangre y de confianza con su
arcángel. Estaba débil después de la transferencia de poder, pero se recuperó por
completo.
Miró a Rafael.
—El arcángel, sin embargo, ganó en fuerza.
Rafael sintió su sangre helarse.
—No tengo la intención de robar lo que es legítimamente de Illium. —Había hecho
lo que había hecho sólo para salvar la vida de Illium.
—Puedes tenerlo, sire. Insisto.
Haciendo caso omiso de las palabras arrastradas de Illium, Rafael sostuvo la
mirada de su madre.
—No puedo detener su ascensión por la fuerza si esto es lo que está destinado a
ser.
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Nalini Singh
—Las ascensiones repentinas de los muy jóvenes sólo se producen durante una
Cascada —indicó Caliane—. En las tres ocasiones, que yo sepa, el ángel en cuestión
era o segundo de otro arcángel o pertenecía a su círculo más íntimo.
—Crees que la transferencia de energía es el objetivo. —Acercándose para poder
mirar a la pantalla, Elena permaneció con su cuerpo y sus alas tocando a Rafael en
una intimidad tranquila y poderosa—. ¿Pero y si Rafael no hubiera estado aquí?
—La Cascada nunca es predecible, consorte —dijo Caliane, una sensación de edad
aplastante en su voz—. No hay manera de predecir si tal incidente volverá a ocurrir,
o si ha sido la única vez y el chico ya no está en peligro. —Sus ojos miraron a
Rafael—. Todo lo que puedo deciros es que si no tomas el poder, él morirá y se
llevará a decenas de miles con él. No hay otro resultado posible.
—El hecho de que puedas incluso absorber el poder —dijo Elena lentamente—,
eso tiene que significar algo, ¿no?
Caliane levantó una ceja.
—Un punto sobresaliente. Una verdadera ascensión no permite ninguna
interferencia, ni siquiera por el Anciano más fuerte.
Hablaron un poco más, pero Caliane no sabía mucho más. Desconectando, Rafael
se volvió para encontrar que Illium luchaba por ponerse de pie otra vez. Su rostro
estaba despojado de todos los escudos, de pronto insoportablemente joven.
—No estoy listo —dijo de nuevo, su voz temblorosa—. No estoy listo para dejar
tus Siete.
Agarrándolo por el lado de su cuello como había hecho antes, Rafael lo arrastró a
sus brazos.
—No estoy listo para que te vayas. —Sus ojos se encontraron con los de Elena por
encima de la cabeza de Illium mientras el ángel de alas azules le abrazaba con fuerza.
Mi madre tiene razón. Ahora no es el momento. Illium se convertiría en un poder un día,
pero tenía que crecer esa fuerza, no que se la forzaran en él por la violencia de la
Cascada.
Al lado de Elena había un Aodhan con cara blanca. Él te necesita ahora más que
nunca, Aodhan, dijo Rafael. Mantenlo en el presente, no en un futuro que puede o no
suceder.
Ojos fracturados de azul y verde cristalino, los fragmentos estallando hacia el
exterior desde las pupilas negro azabache se encontraron con los de Rafael. Sí, sire.
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Nalini Singh
Soltando a Illium sólo después de que el ángel más joven dejara de temblar, Rafael
miró a esos ojos que eran de nuevo de su dorado brillante de costumbre, desprovisto
de la llama de color rojo oscuro.
—Ve a tu suite. Descansa. Hablaremos más cuando despiertes, pero sabes una
cosa. Si esto sucede de nuevo, voy a estar allí.
—Lady Caliane dijo que es impredecible.
—Si la transferencia de energía es el objetivo como parece ser —señaló Rafael—,
ocurrirá mientras estoy cerca.
El estremecimiento de alivio de Illium fue repentinamente abrumado por una
emoción que le tensó la piel sobre sus pómulos.
—Mi madre…
—Ya le he dicho a Dmitri que se asegure que el Colibrí sepa que estás a salvo y
que lo que ha pasado hoy era un simple experimento que tenía que ver con tus
habilidades y las mías, y que ha ido un poco mal. —La madre de Illium se
encontraba todavía en territorio de Rafael, pero había ido a visitar a Jason y
Mahiya—. Jason lo confirmará y la mantendrá alejada de cualquier grabación que
pueda haberlo registrado.
Los ojos del ángel de alas azules brillaban húmedos.
—Gracias, sire. Ella...
—Voy a velar por ella, Illium. —Rafael nunca sería poco amable con el Colibrí—.
Ahora ve.
Esperando hasta que el ángel más joven salió de la habitación, Aodhan actuando
como su apoyo, Rafael se volvió hacia Elena.
—Mientras Illium esté a salvo, el Colibrí aceptará una explicación vaga, pero
tenemos que encontrar una manera de explicar esto al amplio mundo inmortal como
algo más que una ascensión. —Si alguno de la Cátedra creía a Illium un arcángel
débil, se convertiría en un objetivo.
—Tengo una idea. —Dmitri entró corriendo en la oficina—. He estado trabajando
en ello desde el instante en que te vi volar hacia Illium. —El segundo de Rafael se
pasó una mano por el pelo, su camiseta negra se estiró sobre el pecho—. Lo único
que se ha visto realmente ha sido a Illium y a ti acelerar hacia el cielo. Las imágenes
tomadas a través de telescopios y satélites simplemente muestran una neblina
cegadora de la luz. —Puso varias imágenes impresas en la mesa de Honor.
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Fin
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