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Cautívame, Jesús, y evangelizaré.

En ocasiones al observar la forma de vida que llevan muchos bautizados, gente que recibió
desde pequeños el anuncio de Jesús muerto y resucitado por la salvación del género humano,
me pregunto: como volver a encender el fuego propio del mensaje de amor de parte Dios por
los hombres. Una realidad es cierta: todos estamos deseos de encontrar algo o alguien que dé
sentido a nuestra vida y muchas veces este deseo se ve eclipsado o, incluso, olvidado por la
mundanidad espiritual en la cual está sumergida la mayoría de los que no practican ni viven su
fe. Cómo reanimar y hacer conciencia de que en el corazón del hombre está inscrito el deseo
de Dios, aun cuando parece que el hombre de hoy se esfuerza por rechazarlo; cómo convencer
de que sólo en Dios podrá encontrar las respuestas a las incógnitas más profundas que el
misterio de la vida le plantea ¿Cómo?

« ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?
¿Cómo van a oír sin que se les predique? ¿Y cómo van a predicar si no son enviados? (Rm 10,14.15)». Antes
de partir con su Padre, Jesús no dejo una misión, nos mandó a hacer sus discípulos a todas las
gentes y a bautizarlas enseñándoles lo que él había mandado (Cfr. Mt 28, 19.20). Hoy somos
los bautizados lo que estamos necesitados del anuncio de salvación, los bautizados necesitamos
ser constantemente evangelizados. «Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena nueva a todos
ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la humanidad misma
(Evangelii Nuntiandi, 18)». No se puede reducir la evangelización a la predicación ocasional en
algunos retiros, catequesis, reuniones, etc. Se tratar de llevar el Evangelio, la Buena Nueva, la
vida, obra y mandatos del buen Jesús de Nazaret.

La acción evangelizadora es tarea de todos y debe alcanzar a todos los rincones de la existencia
humana. La noticia del acontecimiento de Cristo ha venido moviendo al mundo por dos mil
años y hoy también el mundo necesita ser movido por la voz de Cristo que resuena en el
corazón del hombre. La voz de Cristo que viene a mover, partiendo del corazón, todos los
sectores de la vida del hombre para transformar al hombre mismo. La evangelización viene a
impregnar las muchas culturas alrededor del mundo, a cristianizarlas, no superficialmente sino
desde la raíz, para regenerarlas por la buena nueva. Esta acción evangelizadora debe comenzar
de manera silenciosa a través del medio más creíble: la vida misma, el testimonio. Testimonio
que contagia, que atrae, que hace creer, así como en las primeras comunidades cristianas. Pero,
hermanos, la voz del Señor quema por dentro de aquellos que la han escuchado y asimilado y
han adherido su vida a él; de esta forma también es necesario el anuncio explícito del
Evangelio, es preciso dar razón de nuestra esperanza, como lo dice san Pedro. Así, el anuncio
claro, rotundo toca los corazones y los lleva a adherirse, con todo su ser, a Jesucristo, salvador
del género humano; y también genera un nuevo evangelizador, porque el evangelizado evangeliza a
su vez. «La evangelización es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad,
testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas
de apostolado (Evangelii Nuntiandi, 24)».
Ésta es la acción evangelizadora de la Iglesia de Jesucristo, ésta es la misión de todo bautizado
y se debe concretar, incluso, hacia los demás bautizados, para hacer de todos discípulos del
Señor. Vuelve la pregunta, cómo realizar esto cuando aquellos evangelizadores, que deberían
de sembrar la semilla de la Buena Nueva en los corazones de los hombres, parecen vivir en una
constante cuaresma sin pascua; cuando ya no sienten el ardor o han perdido la alegría por
anunciar el mensaje de Cristo. Para responder a la pregunta ¿qué podemos hacer para
evangelizar a los bautizados? hay que recordar cual es la motivación primera para ser cristianos
y misioneros del Padre, el Papa Francisco nos lo explica: «La primera motivación para evangelizar es
el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre
más. Pero ¿qué amor es ese que no siente necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si
no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en la oración para pedirle a Él que vuelva a
cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra
vida tibia y superficial. Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa
mirada de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: “Cuando estabas debajo de
la higuera, te vi” (Jn 1,48). (Evangelii Gaudium 264)».

Entonces, la primera de las motivaciones para un renovado impulso misionero es el encuentro


personal con el amor de Jesús que nos salva. Como dice el Papa, debemos pedirle y dejar que
nos cautive nuevamente y sólo así podremos pasar de ser evangelizadores tristes y lentos, a
cristianos convencidos y deseos de transmitir eso que han vivido. Decíamos, evangelizar es
llevar la Buena Nueva a todos, es llevar el evangelio, es llevar a Jesús Vivo en nosotros, dar a
conocer lo que hemos visto, oído y tocado. Por lo tanto, para que la acción evangelizadora
cumpla con su función de renovar a los hombres debe primero renovar a los portadores y para
eso la primera medida de acción es estar con Jesús.

Ahora bien, los hombres renovados podrán evangelizar a los bautizados, porque ellos serán
personas que tienen el espíritu de la evangelización. Los hombres que han permitido a Jesús
obrar en ellos, quieren responder a la exhortación apremiante del evangelio, quieren vivir
siempre movidos por el Espíritu Santo porque saben que él es quien actúa, quien dispone,
quien hace creer. No temen enfrentarse a la sociedad anhelante de autenticidad, que parece
gritar a través de innumerables signos que rechazan a Dios y quiere que no se le hable de él; no
temen porque saben que Jesús los acompaña y que el Espíritu los inspira y fruto de esta
confianza se deja interpelar constantemente por los signos de los tiempos que preguntan: «
¿Crees verdaderamente lo que anuncias? ¿Vives lo que crees? ¿Predicas verdaderamente lo que vives?
(Evangelii Nuntiandi, 76)».

« El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos,
especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta
marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá breca en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre
el riesgo de hacerse vana e infecunda (Evangelii Nuntiandi, 77)». Esta es la exigencia de la
Evangelización, y respondiendo a ella podremos evangelizar a los bautizados y a todos los que
necesiten de Dios – ¿Quién no necesita de Dios? –. Las grandes vidas de los evangelizadores
que nos han precedido nos motivan y nos dicen: ¡sí se puede! Sí se puede testificar lo que la
palabra de Dios puede hacer cuando toca el corazón, se puede trasmitir el mensaje cuando éste
va revestido de la experiencia del encuentro. No tengamos miedo de sumarnos, desde donde
nos encontremos, al plan de Jesús, a la aventura de la misión. « Y ahora, Señor, concede a tu siervos
proclamar tu palabra con toda valentía (Hch 4,29)».

José Jesús Carrera Mendoza

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