Ángel Alva, militante de la FJC en el Valle de México
“Siento que mi pueblo sufre y que me necesita, me llama y voy porque no puedo hacer lo contrario. Lo hago a conciencia y mis pasos son muy voluntarios, sólo me obliga el deber y esa es cosa bonita.” Julián Conrado El 19 de septiembre de 1985, un día que marca la historia de la República Mexicana por ser uno de los más grises en su historia. Miles de personas perdieron sus hogares, sus trabajos y su vida misma tras un devastador terremoto para él cual el Estado no contaba con las medidas necesarias para apoyar a la población. Treinta y dos años después, en un mismo 19 de septiembre, el valle de México fue golpeado nuevamente por un siniestro y el gobierno sigue sin ser eficaz. Siempre a la vanguardia del proletariado el Partido Comunista de México y la Federación de Jóvenes Comunistas salieron a las calles a organizar a todo aquél que buscara ejercer la solidaridad de clase. La cita se hizo en el local del Partido, en la calle Dr. Liceaga no.71 de la colonia Doctores. Se erigieron centros de acopio, se nos distribuyeron cascos y se formaron varias brigadas. Así inició “La brigada roja” en la que participé Junto con mis camaradas y compañeros de la brigada nos movimos por la zona centro y sur de la ciudad: el campo de batalla al cual el revolucionario era llamado. La primera locación fue la fábrica textil en Chimalpopoca. Al llegar, la Marina ya se encontraba ahí, pero sus esfuerzos se encontraban también rebasados. Ahí pudimos colaborar con los rescatistas, formando cadenas para pasar víveres, removiendo y cargando escombro, guardando silencio para los rescatistas que escuchaban con esperanza y atención, entregando víveres y brindando atención médica a aquellos voluntarios que dejaban de lado su bienestar individual por el bienestar común. Así la brigada roja formada inicialmente por 19 jóvenes comunistas creció a más de 71 miembros y se planteó, luego de colaborar con cientos de voluntarios y ayudar a organizar a las masas dentro de las colonias Obrera y Doctores, la movilización hacia otros sitios donde el apoyo fuera necesario. Por tanto de la fábrica de textiles volvimos al centro de acopio del Partido en la esquina de Dr. Vertiz y Dr. Liceaga, para después emprender la acción hacia la Alberca Olímpica y su periferia. La solidaridad de clase se hizo presente cuando era necesario transporte y sin pensarlo dos veces los conductores de trolebuses se ofrecieron a acercarnos a la locación. Siempre motivados y conscientes de la importancia de nuestro trabajo, los jóvenes seguimos avanzando, con más ímpetu cada que nos llegaban reportes continuamente de edificios dañados y colapsados en la zona. Rumbo a estos edificios se iban disgregando algunos brigadistas para prestar apoyo, pero la brigada roja continuaba y se mantenía. Estando en el destino se nos recibió de dos formas: por una parte la gente nos ofrecía comida, agua, herramientas y medicamentos, lo que la brigada, con su perenne disciplina, agradecía nuevamente los gestos de la población. Por la otra parte Protección Civil y las fuerzas gubernamentales ya no permitían el paso a los lugares donde el apoyo todavía era necesario, los voluntarios y demás brigadistas mostraron indignación ante ello, luego de un momento de hacer presión con nuestra presencia y decidimos ir a donde la ayuda era inexistente: Xochimilco. Abordo de un camión y teniendo el paso libre sobre una calzada de Tlalpan atiborrada gracias a los miles de conductores que abrían paso a la solidaridad nos fuimos aproximando a nuestro destino. Triste fue cuando una de las llantas del transporte no pudo más con el peso de la brigada y cedió ante el mismo. Emotivo fue cuando el conductor del colectivo se negó a recibir nuestro apoyo por la situación y deseando no perdiéramos tiempo nos deseó suerte en nuestro camino. Tomamos otro camión hasta estar cerca de San Gregorio, Xochimilco. Con ímpetu revolucionario marchamos apoyando a las distintas brigadas que encontrábamos, dado orientaciones, instrucciones y brindando información sobre distintos sitios que también requerían manos. Al llegar ahí, nuevamente la marina había cercado la zona. Por más que recibíamos reportes de la ineficacia de los efectivos militares dentro del poblado, eran ellos mismos quienes evitaban el paso de los voluntarios a la zona. El cansancio ya era notable dentro de nuestras filas tras poco más de 6 horas de trabajo arduo y otras tantas horas de traslado, pero en nadie había una queja. Cargando herramientas, insumos médicos, cascos y alimentos llegamos al lugar. Pero sin perder los ánimos nos dirigimos a la Clínica 32 en Calzada del Hueso donde otro derrumbe se había dado. Tuvimos que dividirnos en tres transportes para poder llegar, sin embargo, eso no fue un obstáculo para la organización y nos reencontramos sin mayor problema allá. Al llegar recibimos información de un funcionario del gobierno, que nos decía que la clínica estaba por colapsar y que se necesitaba un enorme contingente allá. Poco sabíamos que era una táctica más para desmovilizar a los grupos organizados y abrirle paso al gobierno a tomar las riendas del lugar. La clínica estaba cerrada y los pacientes habían sido evacuados, había únicamente un centro de acopio en el cual decidimos pasar una parte de la jornada. Las labores de recibir, acomodar y separar víveres las hicimos al mismo tiempo que nuestra labor política de elevar la consciencia de la gente a nuestro alrededor destacando la importancia y potencia de la solidaridad de clase. Después de esto la brigada regresó a su punto de salida en el centro de acopio del Partido y ahí se nos asignaron nuevas tareas. Esta experiencia, a la par que me hacía ver la ciudad destruida, me hizo saber que los trabajadores tienen en sus manos la capacidad de construir una sociedad completamente nueva como fruto de la consciencia de clase y la libertad, una sociedad en que se busque el bien común por sobre el egocentrismo y el individualismo que el capitalismo ha intentado sembrar. Durante mi brigada vi en las calles a hombres y mujeres, obreros, campesinos, médicos, ingenieros, abogados, deportistas, reporteros y periodistas; todos se unieron a las filas de la solidaridad como respuesta a la carencia y la falta de interés del gobierno mexicano. Vi en las calles el germen de la conciencia de clase, materia con que trabajamos los comunistas para la construcción del futuro. “El revolucionario es quien está dispuesto a darlo todo, a darlo todo a cambio de nada. Nada personal nos estimula.”