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LA ENERGIA DEL CARBON

—que alimentó la Revolución Industrial—


constituye una fuente de energía que causa especial preocupación. Ello se
debe, en parte, a que su combustión produce una cantidad notablemente
mayor de dióxido de carbono por unidad de electricidad generada que la del
fuelóleo o del gas natural. Además, el carbón es barato y seguirá siendo
abundante mucho después de que el petróleo y el gas natural empiecen a
escasear. Por su abundancia y bajo precio, su consumo se está generalizando
en los EE.UU. y en otros países; es de esperar que esta tendencia ascendente
continúe en las regiones ricas en recursos carboníferos. De hecho, sólo en los
EE.UU., se espera que las compañías generadoras construyan el equivalente
de casi 280.500 megawatt (MW) en centrales eléctricas de carbón entre 2003
y 2030. Entretanto, China está construyendo ya cada semana el equivalente a
una gran central térmica de carbón. A lo largo de su vida útil, estimada en
unos 60 años, las nuevas plantas generadoras que operen en 2030 podrían
arrojar conjuntamente tanto dióxido de carbono a la atmósfera como ha sido
liberado por todo el carbón quemado desde los albores de la Revolución
Industrial.
El carbón o carbón mineral es una roca sedimentaria organógena
de color negro, muy rica en carbono y con cantidades variables de
otros elementos,
principalmente hidrógeno, azufre, oxígeno y nitrógeno, utilizada
como combustible fósil. La mayoría del carbón explotado se formó
a partir de los vegetales que crecieron durante
los períodos Carbonífero (hace 359 a 299 millones de años)
y Cretácico, al ser ambos períodos de gran extensión temporal y
situarse gran parte de los medios sedimentarios favorables para su
acumulación y conservación en latitudes intertropicales. Es un
recurso no renovable.
El carbón se origina por la descomposición de vegetales terrestres
que se acumulan en zonas pantanosas, lagunares o marinas, de
poca profundidad. Los restos vegetales se van acumulando en el
fondo de una cuenca. Quedan cubiertos de agua y, por lo tanto,
protegidos del aire, que los degradaría. Comienza una lenta
transformación por la acción de bacterias anaerobias, un tipo de
microorganismos que no necesitan oxígeno para vivir. Con el
tiempo se produce un progresivo enriquecimiento en carbono.
Posteriormente pueden cubrirse con depósitos arcillosos, lo que
contribuirá al mantenimiento del ambiente anaerobio, adecuado
para que continúe el proceso de carbonización.

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