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Llegó como una ola, invisible e implacable. Y lo cubrió todo, para permanecer.

Ni siquiera llegamos
a comprender qué sucedió. Tal vez algo relacionado con el campo magnético, los terremotos, el
clima o un enorme meteorito en alguna parte del mundo o quizás todo a la vez. Quizás un
holocausto nuclear, ni idea.

Lo cierto es que la superficie de la tierra se convirtió en un erial, el sol abrasador se desplomaba a


chorros sobre cualquier ser vivo o inerte que osara asomar sobre el suelo. Los supervivientes se
refugiaron en las cloacas, en los túneles del metro y sus subterráneos pasillos de servicio.

Todo se detuvo. Millones murieron y sus cadáveres hoy no son más que polvo ardiente que arrastra
un viento pesado y cálido. Al principio intentaron mantener las infraestructuras básicas, algunas
partidas nocturnas trataban de acometer las tareas de mantenimiento pero pronto se demostró
imposible. Los hombres caían de uno en uno poco después de olvidar su más inmediato cometido.
En el día incapaces siquiera de hallar el camino hacia la sombra.

El que ha subido allí arriba de día sabe que es como respirar fuego. De noche no es mucho mejor.
La gasolina no tardó en acabarse y de todas formas los vehículos no dejaban de dar problemas
abandonando a los tripulantes a su suerte en el momento más inoportuno entregándoles a las fauces
del sol.

Cualquier desplazamiento de más de unos pocos kilómetros terminó por ser impracticable. Algunos
saqueadores aún merodean por la superficie en la noche tratando de hallar un valioso botín como
un paquete de pilas que aún funcione u otros objetos que ya no se pueden fabricar, por lo menos no
como antes. La vida se ha reducido a la más mínima supervivencia en pequeños reductos aislados a
muchos metros bajo el suelo. Y nadie se aventura en la superficie de día. Nadie salvo los shadow
runners.

A veces alguien necesita un antibiótico, un analgésico tal vez alguna pieza de instrumental
quirúrgico, anestesia. A veces se pierden varias vidas tratando de salvar una. La economía se ha
reducido al trueque en pequeñas comunidades con pozos cada vez más hondos y el mundo más allá
de un radio de unos pocos kilómetros es un absoluto misterio. Podríamos tener radios de galena,
claro, y algún generador tipo dinamo, por supuesto, pero nadie estaba preparado para que el mundo
se convirtiera en un horno de la noche a la mañana. La mayor parte del conocimiento se perdió.

Y seguro que debe haber otros supervivientes más allá de los túneles de la línea cinco y de los
antiguos colectores. Seguro. Pero es imposible contactar con ellos. Nadie ha sobrevivido un solo día
fuera. Por lo menos nadie que haya vuelto.

Nos convertimos en topos. Luz, agua, comida. La existencia nunca había sido tan dura. Algunos
piensan que sobrevivieron de puro milagro y no hay más mundo más allá de estos túneles. No más
que el de los cuerpos hervidos al sol. Nada se mueve ya allí arriba salvo lo que mece el viento.
Eso y algunos locos que pedalean huyendo del sol, yo soy uno de ellos.

Ningún shadow runner llega a viejo aunque respecto a los tiempos antiguos ninguno de nosotros
vive mucho. Así que, siendo el tiempo breve mejor vivirlo lo menos mal posible. Ninguna madre
querría que su hijo saliera ahí fuera de día pero la mía murió en el parto y nunca he sabido quien fue
mi padre. Cada uno de los demás tiene su propia excusa. No les presto mucha atención, suelen verse
muchas caras nuevas, muy jóvenes y por poco tiempo. Después de casi un año yo ya me puedo
considerar uno de los veteranos. Nelson lleva más que yo. Y Laika más o menos lo mismo.
Coge sólo encargos fáciles, eso me dijeron. Tal vez algún recado al sótano de la vieja farmacia
aunque allí se encuentren ya poco más que blisters llenos de cenizas. No muerdas más de lo que
puedas tragar, eso es: no cargues más de lo que puedas traer, sea lo que sea. Y ves por la sombra.

Lo normal es salir de noche pero no está tan bien pagado. Un solo viaje de día da para pasar alguna
que otra semana con la mejor compañía y bebida más o menos fría. La mayoría no aceptan esos
trabajos y sólo salen de noche, yo también empecé de nocturno, de vez en cuando también hago
alguna de esas salidas para no oxidarme demasiado pero suelo dejárselas a los novatos.

Algunos repuestos de las tiendas de bicicletas, alguna escapada por cuenta propia para unas gafas de
sol nuevas, cosas así. Eso es lo habitual pero cuando entra un trabajo urgente la tensión se palpa en
el aire. La primera vez que sales al día acojona. Vas por ese enorme túnel ascendente y a cada
cortina de plástico raído que atraviesas notas que el aire se va calentado más y más hasta que llegas
a la última y te sientes como respirando con la cabeza dentro de una enchilada. Muchos se dan
media vuelta ahí.

La cabeza se embota, como si se hinchara. El oído se vuelve como de corcho y los ojos escuecen
hasta cerrados. Lo peor es salir por la mañana, si no es muy pronto. El reloj juega en contra, las
sombras se acortan y cualquier contratiempo puede poner muy feas las cosas. Y nunca nadie bajo
ningún concepto sale cerca del mediodía. Sería un suicidio.

Fuera todo es seco y quebradizo. La lluvia se extinguió. Por lo menos en esta parte del mundo. El
hormigón que podría haberse mantenido siglos en pie luce ahora agrietado y derruido mostrando sus
oxidados nervios. El viento arrastra polvo que son brasas contra la piel. En los primeros metros de
asfalto hay varios surcos provocados por el peso de las ruedas sobre el pavimento reblandecido.
Supongo que es lo más cerca que estaremos por mucho tiempo de viajar a otro planeta.
De día apenas podemos apartarnos del parapeto que son las sombras de las ruinas.

Perros, gatos, insectos, ratas. Es todo lo que pudo cargar este arca de Noé subterránea en este
diluvio que no cesa, de aire pesado como el plomo de noche y luz cegadora de día.
Algunos salen completamente empapados sobre sus monturas y se les ve alejarse echando humo.
Sus ropajes aún humean a la vuelta y se desprenden de ellos tirándolos a un lado mientras buscan el
contacto de la piel con el tibio hormigón del túnel tratando de disipar el calor que arrastran
exhaustos. A otros simplemente se les deja de esperar y algún nocturno termina por hallar su
bicicleta tumbada y una momia aferrada a ella .

El trayecto a cualquier lugar es un camino de obstáculos. En realidad no hay misión sencilla, ahí
arriba el cuerpo no responde igual y mucho menos el cerebro. No es raro que algunos vuelvan sin
saber apenas para qué han salido o simplemente con las manos vacías. Si tarda demasiado en volver
a veces sale alguien por las proximidades a echar un vistazo pero suele ser una muy mala señal,
nadie pasa más de lo imprescindible ahí fuera. El cuerpo no puede soportarlo.

Así que, a estas alturas, ya me deben dar por muerto. Nunca debí aceptar el encargo. No por lo
menos sin haber revisado la montura. El hospital del mar estaba más lejos de lo que solía ir y los
más cercanos ya estaban prácticamente desvalijados. Qué extraña la sensación de pedalear contra el
aire, la cadena partida arrastrándose por el suelo. Y tan lejos para volver. Demasiado lejos para ir
andando. Demasiadas horas aún para el ocaso. No, sin bici no llegaría nunca, sin darme cuenta
había cruzado el punto de no retorno.

La entrada del túnel parecía ahora mucho más lejana, sin embargo la playa de los viejos mapas
estaba sólo a unas pocas calles. Ninguno habíamos visto nunca el mar. El sudor se evaporaba antes
de surgir de los poros. No tardé mucho en tomar la decisión.
Nunca nadie había visto el mar, por lo menos de los que habían vuelto. Y probablemente tampoco
de los que no, porque cuando llegué el mar ya no estaba allí. Tan sólo un erial inmenso que se
extendía hasta donde se pierde la vista y el calor desdibujando la línea de un horizonte imposible.
No había nada. Piedras, arena, nada. El mar se ha secado. No hay mar.

No pude cumplir el encargo. Ni siquiera pude morir viendo por primera vez el mar. Y aún así, no
puedo decir que no haya valido la pena. No hay mar. Joder. No hay mar.

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