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La Cultura Mochica

La Cultura Mochica o Moche, se desarrolló entre los años 100 y 800


d.C. desarrollándose en el norte del Perú. Destacan en sus cerámicas
consideradas los mejores del Perú antiguo así como también en su
arquitectura representadas en la Huaca del Sol y de la Luna, era una
sociedad de América del Sur, con ciudades, templos, canales y granjas
ubicadas a lo largo de la costa árida en una estrecha franja entre el
Océano Pacífico y la Cordillera de los Andes del Perú.

La cultura Mochica se estableció en la costa norte, entre los valles de Lambayeque y Huarmey.
Tenía como centro cultural el valle de Moche y Virú cerca de Trujillo.

Practicaban la pesca en “Caballitos de Totora (técnica que subsiste en la actualidad en Huanchaco


y Pimentel). También demostraron que tenían una gran técnica en la agricultura por el uso de
canales de irrigación para el cultivo de alimentos como la yuca, pepino, maíz, lúcuma, calabaza
etc.

Es su organización social tres tipos de tumbas:

Para la elite gobernante: tumbas decoradas con objetos de cerámica y metal, principalmente de
oro y cobre como la del Señor de Sipán.

Las tumbas comunes: Con una cantidad limitada de objetos de metal y cerámica, estos
corresponden a los administradores y artesanos de la elite gobernante.

Entierro simple: Con una decoración muy limitada. Según las investigaciones podrían ser de los
agricultores y pescadores dado que se ajusta a los productores de la zona.

El arte Moche también se refleja por la policromía y / o tres dimensiones de los murales de barro
pegados en sus edificios públicos, algunos de los cuales están abiertos a los visitantes.

ARQUITECTURA: Ellos no tenían un sistema de planificación urbana, pero dejaron dos huacas
piramidales de importantes dimensiones colosales, la “Huaca del Sol” y “Huaca de la Luna” en
Moche, cerca de Trujillo, utilizando en su arquitectura adobes de barro que tenían la mayor marca
de fabricante, y reciente descubrimiento de “El Brujo” en la que se encuentran características
arquitectónicas y artísticas no muy conocidos. Gran dominio en la construcción de canales de
irrigación, que aún se utilizan en el valle de Chicama.
La medicina egipcia
La medicina y la magia estaban íntimamente unidas en el antiguo Egipto, donde la enfermedad era
el resultado de la intervención de genios malos, de humanos mal intencionados o de otras
divinidades. Eran los mensajeros de Sejmet, diosa con cabeza de leona, que propagaban la
enfermedad y la muerte.

Como también tenía el poder de curar, era la diosa de los médicos, que ejercían a menudo como
sus sacerdotes.

La magia tiene una resonancia especial que se debe al mito de Osiris: Isis, “La gran Maga”, después
de haber reconstruido el cadáver de su esposo divino, le devolvió a la vida por medio de su
poderosa magia, y fue fecundada "milagrosamente" dando a luz a Horus.

Conjuros: A menudo están asociados con los otros remedios; eran conjuros que un dios había
pronunciado en condiciones análogas, y se recitaban para asegurar la eficacia del remedio. A cada
enfermedad le correspondía una fórmula precisa para decir.

Los amuletos. Las estatuillas

Las estelas profilácticas: estelas que representaban a Horus montado en un cocodrilo eran
consideradas protectoras contra las mordeduras y las picaduras de animales venenosos.

Las imágenes de dioses curanderos.

Médicos y magos:

El médico, sunu o sinu, era quien cumplía con el acto de la curación. No sabemos con certeza si
existían escuelas de medicina, aunque lo más probable es que los conocimientos se transmitieran
de padre a hijo, como en el resto de los oficios. Instituciones como la Casa de la Vida (Per Ankh),
normalmente anexa a un templo o a palacio, pudieron servir como lugar de perfeccionamiento del
saber médico.

Conscientes de los remedios materiales y espirituales a su alcance, y del carácter de cada dolencia,
los médicos egipcios contemplaban tres posibilidades en su diagnóstico: «Una enfermedad que yo
trataré», en aquellos casos en que se preveía la curación de la persona enferma; «una enfermedad
contra la que lucharé», es decir, un caso grave en el que el resultado del tratamiento se adivinaba
incierto, y «una enfermedad con la que nada se puede hacer», en el caso de un desenlace fatal.

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