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“Oye: en mayo del 33, los nazis quemaron los libros de Freud en una de las tantas

hogueras de la cultura que encendieron en Berlín. Y creo que hicieron bien, puesto
que ya no se necesitaban libros de Freud, allí donde Hitler le había robado toda la
clientela posible con un método mucho más sencillo y más económico que el
psicoanálisis…Adolfo ocupaba, manu militan, el consultorio de Segismundo. Y para
sacar energías de los inhibidos, de los frustrados, de los débiles; para librar de sus
fantasmas y complejos a los “ninguneados” y humillados, a los amargados, los
insatisfechos, los cornudos, los fetichistas, los sadomasoquistas, los maricones
inconfesos, los obsesionados, los lumpen indecisos, los hambrientos de autoridad,
los déspotas con las medias rotas, los Ávidos de Insignias y Mando, los aprendices
asesinos- del Padre, no hay como el regalo de un par de botas, un cinturón de fuerte
hebilla y un brazal rojo y negro. ¡El derecho de aullar Sieg Heil! a todas horas del
día vale por todo lo que pueda largar un paciente, a retazos, en larga y difícil catarsis
del subconsciente. El día en que un olor a talabartería invadió el país, la partida fue
ganada. Millones de corazones obscuros latieron a cuatro tiempos en compás de
marcha militar; salieron garras a los borregos, se auparon los enanos, se hicieron
feroces los serviles, las apetencias reprimidas se calzaron de cuero embetunado, y
los homosexuales se enredaron en una maraña de correajes y de arreos militares
que, al punto, se les hizo consentida y deleitosa prisión. Cantando el Horst Wessel
Lied y autorizado a proclamarse Hombre de Pura Sangre y representante de una
Raza Electa, cualquier mierda se encasquetó un yelmo de Caballero Teutónico para
instaurar un Reinado de Mil Años (siempre 1000, el viejo milenarismo que nunca se
contenta con un lapso de uno, dos, tres siglos —y ya sería bastante— sino que
necesita de tres ceros para afirmarse en número redondo). El vencedor del buen
Segismundo exaltó los valores de la brutalidad, de la suficiencia, del desprecio a las
categorías intelectuales, para quienes el mundo intelectual y filosófico resultaba
ajeno por inaccesible. ¡Al carajo las categorías kantianas! ¡Al carajo la lógica de
Hegel! Ahora, cualquier vendedor de aspiradoras eléctricas o de pólizas de seguro,
cualquier cultivador de ruibarbo (¿ignorabas que el ruibarbo, por ser alemán, es
superior a los mejores limones del mundo? ¡entérate por nuestra prensa!), cualquier
fabricante de llaveros o broches con la efigie de Hitler (y existe, de esto, toda una
industria como la que explota la mitología wagneriana en Bayreuth), se ve como el
‘junco pensante’ de Pascal; en todo caso, un Superhombre ventajosamente
desplazado del plano de Nietzsche al plano de Mein Kampf”… Tras de la torrencial
tirada, el “catire” había quedado sin resuello. Y era yo, ahora, quien oficiaba de
Abogado del Diablo: “La gente que tú me pintas parece sacada de un enorme
esperpento de Valle- Inclán. Pero los noticieros cinematográficos nos muestran algo
muy distinto. Porque no sólo con gente esperpéntica se llenan los estadios
inmensos donde el Führer congrega a sus adeptos. Allí hay hermosas muchachas,
vigorosos jóvenes, recios padres de familia —y hasta muy sólidos discípulos de
Heidegger. Esto, por no hablar de los magníficos músicos, de los prestigiosos
directores de orquesta, que se han sumado a las grandes bandas militares del
régimen”. —“Eso. Eso, es lo terrible: la gente saludable, la gente inteligente, que
está marcando el paso. Porque ésos no van engañados. No. Todos han leído Mein
Kampf. Todos han escuchando y analizado los discursos de Hitler. Y han escogido.
Eso es lo tremendo: han escogido. Han optado por la violencia, la arbitrariedad, la
ley del más fuerte, formando bárbaros escuadrones destinados a la quema de libros,
la destrucción de partituras, la expurgación de museos y bibliotecas. Ley de la tea,
del hacha y de la cachiporra. Y con ello, esos fuertes, esos orgullosos, han
empezado a desempeñar su papel de Electos, de Egregios, a tenor de lo publicado
por Rosenberg, el pensador, el filósofo, el racista integral, el máximo ideólogo del
sistema con la sorprendente particularidad de que el, Rosenberg, es ruso de
nacimiento y que sus teorías se alimentan del francés Gobineau y del Chamberlain
yerno de Wagner, inglés de pura cepa que sólo se hizo ciudadano alemán a la edad
de sesenta y tantos años…”.

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