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Juan N. Triana Garcés.

CRISIS DE LA
CIENCIA PENAL

TESIS DE GRADO

MCMXVII
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BOGOTÁ
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Juan N. Triana Garcés.

CRISIS DE LA
CIENCIA PENAL

TESIS DE GRADO

MCMXVII
AGUILA NEGRA EDITORIAL
BOGOTÁ
Rector de la Facultad, Dr. D. Antonio José Cada vid_

Presidente de tesis, Dr. D. Antonio José Uribe.

Consejo de examen:

Dr. D. Hernando Holguin V Caro.

Dr. D. Rafael Escallón.

Dr. D. Eduardo Santos.


En memoria de mi padre, el
señor don José Marla Trlana
Calcedo; a mi madre, la Ile-
flora dOflaMarla deJesds a~
cés de Trlana; a Margarita
dd Carmen. C. D.; a Filome-
na Oarcés Vallecllla,gratlttuf.
J. N. T. O.
«La Facultad no aprueba ui desaprueba
las opiniones emitidas en las tesis; dl-
chll8 opiniones deben considerarse como
propias de sus autores».
Crisis de la Ciencia Penal.

La So.cio.lo.glacuenta co.mo.uno. de sus más podero.sos


elementos de estudio. a la Ciencia Penal, que es o.bjeto.
en las edades co.ntempo.ráneas de las más labo.rio.sas
investigacio.nes y de lo.s más pro.lijo.s exámenes po.r par-
te de quienes, en beneficio. de la humanidad, le han de-
dicado. el fruto. de su saber.
Haré, ligeramente, sin presunción que no. habrla en
qué fundar, un apunte expositivo-critico. de las escuelas
clásica y antro.po.lógica, dado. que las intermedias no.
san sino. derivacio.nes de cualquiera de las das mencio.-
nadas, meras ramas de un tronco. que les co.munica más
o. menas intensamente su savia y su vida.
Mi tesis, en la acepción riguro.sa de la palabra, in-
tenta so.stener que entre las do.s escuelas madres no. exis-
le sino. una diferencia virtual, debida ya al Po.co.estudio.
que se hace de una de ellas-la an(ro.po.lógica,-ya a
lo.s afíejo.s prejuicio.s que hacen mirar to.do.·lo. nuevo.
cama algo. sospecho.so., seIrÚn estrechas interpretaciones
de la Escuela Clásica, por desgracia tan comunes y casi
pudiéramos decir unánimes.
-8-
Complacido quedarla si ,estas páginas indujeran a
personas mejor preparadas a ejecutar una labor com-
pleta, ya que no me fue posible hacer otra cosa que una
síntesis para cumplir con el deber reglamentario de des-
pedirme de la Universidad con la publicación de algo
sobre los muchos temas que da el estudio del DerechO'
y de las Ciencias Polit/cas.

Vista.

El Presidente de tests,

ANTONIO JOSÉ URIBE'


Escuela Clásica.

En el orden intelectual, como en el orden material •..


existe la ley de la evolución. Mantegazza hace notar
que las ciencias todas no son, al cabo, sino series ar-
mónicas que presentan en su desarrollo creciente con-
tinuo y progresivo las mismas faces que los gérmenes
vivientes de los seres organizados.
La lucha por la existencia rige el proceso evolutivo
de todas las especies animales, como rige el proceso
evolutivo de todas las ciencias que nacen, crecen y se
transforman atemperándose, unas veces al medio, y
otras, reaccionando contra las ideas cristalizadas en
forma de afirmaciones dogmáticas que nadie es osado
a contrariar ni rebatir. La lucha es la vida y en la vida
perece quien debe perecer y triunfa quien debe triunfar.
Estos conceptos quizás dieron origen a la escuela
clásica, que historiaremos brevemente.
A la primitiva venganza privada de sangre, forma
primera y necesaria de la penalidad, sin limitaciones
ni cortapisas por parte del poder social inspirada en
el derecho de defensa, que arranca espontánea e irre-
flexivamente del instinto de la propia conservación,
para extenderse luégo a la familia y a la tribu, sucede
esta misma venganza con un cierto número de restric--
ciones, aunque conservando el mismo carácter esen-
-- 10 -

. cialmente individual, que aún subsiste en otro momen-


to de la pena, aquel en que la compensación es per-
mitida y lícito el arreglo mediante cierta suma entre el
matador y la víctima o sus hijos y parientes.
La Ley del Talión, forma rudimentaria y bárbara de
, la justicia, que en fuerza de buscar una igualdad com-
pleta y absoluta entre la (-fensa o el crimen y el casti-
go, conduce a la más absurda de las desigualdades, es
un progreso inmenso con relación a las legislaciones
precedentes, y arraiga en la conciencia de los pueblos
y en sus costumbres, y en sus códigos, porque res-
ponde a sus necesidades. El carácter social del delito
se afirma con ella de un m)do indubitable; el Estado
arrebata al ciudadano el ejercido de la función puni-
tiva, la protección de los intereses individuales se afir;.
ma y se robustece, y la ve1ganza, en fin, conviértese
. en castigo, existiendo al caho una norma inflexible y
una regla fija que aplicar sancionada y garantida por
el poder público.
La venganza privada sin más freno que el poder
del vengador incitado por el espíritu del muerto a la
. ferocidad y la matanza; devuelta una vez cumplida con-
tra él mismo por los defensorl~s de aquellos que murie-
ron a sus manos; rechazada de familia a familia y trans-
mitida de generación en generación como sagrada he-
rencia, hubiera seguramente é~cabado con la existencia
de la tribu, quedando como recuerdo único de aquella
sociedad salvaje el último ejecutor de la venganza úf.;.
tima. Por eso, a pesar de su bárbara igualdad, cons-
titutiva de las desigualdadesllás injustas, la Ley del
Talión se impuso, y el deret:ho nuevo representado
por ella, triunfó del derecho antiguo encarnado en la
venganza.
-11-

Las ordalias o juicios de Dios, el tormento y el due-


lo como medios de prueba, se ensefiorearon en Europa
del Derecho Penal durante muchos siglos, la pena de
muerte bajo todas sus formas más horribles y san-
grientas, se prodiga en la Edad Media y buena parte
de la Moderna, de un modo extraordinario, aun para
los delitos menos graves; la delación cobarde y ca-
lumniosa puesta al servicio de la justicia; la crueldad
y el sarcasmo en el suplicio; la afrenta tras la muerte
y la maldición sobre el sepulcro del ajusticiado; todo
ese sin número de aberraciones reclamaban con ansia
y con angustia, bien justificadas, que una voz se alza-
se potente y compasiva contra aquel tejido de infamias
y de errores, de fanatismos y de ignorancias, procla-
mando los derechos del individuo frente al absolutis-
mo absorbente del Estado, que desgarrando las fibras
de la carne sofocaba los gritos de la conciencia.
La reacción contra esos excesos de la fuerza empe-
zó por la legislación penal canónica, inspirada en las
ideas de la caridad cristiana y encaminada a buscar la
enmienda y rehabilitación del caído l.
Pero quien dio cima a la idea de terminar con las
anteriores iniquidades fue el Marqués César Beccaria,
con la publicación de su libro Dei de!liti e dela pene
(1774), a favor de los vientos revolucionarios que so-
cababan a la sazón las carcomidas bases de aquella
sociedad. Reacción necesaría contra el rigorismo de
la penalidad en boga, con el libro del ilustre ~na1ísta
los tormentos fueron barridos para siempre de la le-
gislación, merced a esa enérgica protesta de un espí-
ritu levantado. A nadie debe sorprender la acogida

1. c. 1. Tratado de Derecho Penal y Comentarios al Código Penal CoJo~


. biatlO. José Vicente Concha. Página 22.
- 12 --

que se dispensara al tratado de los delitos y de las pe-


nas, verdadera columna en que descansa el edificio de
la ciencia penal, hasta entonces desconocida y aban-
donada como cosa al fin y al (:abo despreciable, por
referirse a esa clase maldita de la sociedad perpetra-
dora eterna del delito, con la cU,ll jamás temieron con-
fundirse los legisladores ni los sabios. Error crasísimo·
que retrasó siglos y siglos el desarrollo de una ciencia
eminentemente social, que debiera haber crecido a la
par que sus hermanas.

En el libro de Beccaria no todas eran ideas nuevas;


la condenación de la tortura había sido ya pronuncia-
da por un magistrado bordelés, por Montaigne, que
fue alcalde de Burdeos en 1581.

El libro de Beccaria despertó, como todas absolu-


tamente todas las innovaciones, resistencias y recelos,
por otra parte naturalísimos y quizás necesarios para
depurar en el crisol de la discusión el progreso real
que en ellas se contenga, conservando de lo antiguo
aquella parte acreditada como bu.;ma.

Las doctrinas nacen generalmente al calor de las


necesidadt:s de su tiempo y se arraigan en el alma de
las colectividades con todos los prestigios de su his-
toria, acompanada del renombre de sus sostenedores,
y jamás abandonan el campo si 11 renir desesperada
lucha contra las nuevas que intent.:l,n suplantarlas. «La
órbita del pensamiento humano, dice Maudesley, está
como las órbitas planetarias determinada por fuerzas
contrapuestas: una centrífuga o n:volucionaria espar-
ce las nuevas ideas; mientras que el freno de la cos-
tumbre obra como fuerza centrípeta o conservatriz~
- 13-

siendo la resultante de ambas la vía en que se cumple


la evolución del espíritu 1.
Como Galileo cuando sostuvo que la tierra se mo-
vla siendo el sol punto fijo de atracción en derredor
del cual giraban los astros todos; como Colón, cuan-
do mostró a los sabios del Consejo de Salamanca que
era precisa la exis·tencia del mundo americano; como
todos los grandes reveladores de todas las grandes
verdades, Beccaria sirvió de blanco a la calumnia y
sufrió los ataques de la ignorancia, siendo acusado en
Venecia de enemigo de la Religión y de la autoridad
soberana, y perseguido en Milán, donde necesitó la
protección del Conde Firmiani par~ librarse de sus
enemigos.
No olviden esto sus discípulos, actuales mantene-
dores de la escuela clásica, al formular contra otra nue-
va escuela parecidas e igualmente injustas acusacio-
nes; no olviden que es ley indefectible de todo pro-
greso, la resistencia de 10 antiguo; que la conquista
de nuevas verdades, no supone la destrucción y ani-
quilamiento de las verdades anteriores, sin 1as cuales
ni aun existir podrían, pues el presente es hijo del pa-
sado como el porvenir será hijo del presente; recuer-
den, en fin, que en la serie infinita de transformaciones
a que están sujetas las doctrinas todas, en su crecien-
te evolución progresiva, a ninguna puede echarse en
cara con justicia su tendencia innovadora, porque to-
das lo fueron algún día. Suprimid las innovaciones y
caeréis en la esterilidad ~ en el estancamiento de la
ciencia; cada transformación consagrada por el éxito,
supone la subida de un peldafio más en esa triunfal e
inmensa escalinata del progreso científico moderno,
1. c. f. El crimen y la IOCClra. capitlllo \l. Malldesley.
- 14-

cuyo último limite apenas se vislumbra en la actuali-


dad, efecto sin duda de que el horizonte se ensancha;
y se amplifica a cada paso de avance, ofreciendo en
cualquier rama de la ciencia, a la vista del hombre ob-
servador, nuevos mundos de ,:onocimientos y de ideas'.
¡Eterno acicate del espíritu humano que necesita para,
no empequeñecerse la potente atracción de lo desco-
nocido y la inmensa grandeza de lo infinito! 1
Merced a la fecunda inic,:ativa de César Beccaria
nació la ttamada escuela clásica, la cual ha sido man,..
tenida después por eminentes publicistas, aun cuando
con parciales diferencias, que 110 excluyen el acuerdo
en los principios fundamentales. Esa escuela respon-
dió perfectamente a las necesidades de su época y
triunfó en la lucha contra los si:;temas de la Edad Me:.
di a, como triunfara antes el Talión contra el sistema
de la venganza, porque debió triunfar. Tócale a su
vez ceder el campo a otras doctrinas vivificadas con la
savia de la observación y de la estadlstica.
Uno de los erróneos princípbs en que se funda la
escuela clásica es el de que estudia el delito como una
abstracción, y las abstraccione~, son seres sin vida y
sin ~onsistencía; olvida al delincuente por completo,
sin cuidarse de otra cosa que del delito cometido, como
si éste fuera más en último término que un fenómeno
revelador de un estado e~pecialísimo; persigue el im-
posible de una igualdad matemática entre la pena y el
delito, y devolviendo mal por mal da al castigo carác-
ter de venganza, y, finalmente, trata de graduar la pena
por la libertad moral del individuo, como si esta fa-
cultad, tan discutida y tan imponderable, fuera sus.--

l. e, l. Crisis cúl Der:«ho Penal P4iinas 7 y. 8. César Sl1lóy Cortés.,


- 15-

ceptible de peso o medida. De ahí que incurra a cada ~


paso en errores imposibles de evitar.
En cambio, la escuela moderna positiva no acepta
los fundamentos apriorísticos de los clásicos y aplica
a la ciencia penal un nuevo método, cuyo resultado en
las ciencias psicológicas le garantizan éxito en el estu-
dio de las jurídicas y sociales, investiga la génesis del.
delito, considerándolo como un conjunto de con causas
que precisa inquirir y conocer para atacarle en sus
raíces; pide a las ciencias naturales y fisiológicas sus
auxilios; analiza los caracteres somáticos y psíquicos
del delincuente, presentando de relieve la figura del
criminal incorregible, en que parecen atrofiadas las.
fibras todas del sentimiento, e imprime al Derecho
Penal un carácter antroposociológico, de acuerdo con
los adelantos de la fisiología-psicológica, muy necesa-'
rio para resolver las dificíles cuestiones de la locura y
el delito; sustituye el principio de que la responsabi-
lidad aumenta o disminuye con la libre voluntad del
individuo con el criterio positivo y amplio de la defen- .
sa social que autoriza la eliminación o reclusión de los
elementos perturbadores y peligrosos. En suma, sus·
principios fundamentales son la observación, la esta-
dística y la seguridad social.
Entre las dos escuelas, la una que representa el in-
dividualismo nacido de la revolución francesa, y la
otra, necesaria reacción de los intereses sociales, cada
vez más y más abandonados, apareció la doctrina ea-·
rrecionalista, nacida en el cerebro de Augusto Rl}eder,
doctrina que si produjo y aún produce grandes bienes
en cuanto impulsa la reforma penitenciaria ideada por·
el inglés Howard, exagera la nota sentimental pres--
tando al delito nuevas ala5 con la supresión de las pe- -
- J 6 --

-nas perpetuas, confunde un efecto dudoso de la pena


con su fin y ra~ón fundamental.
Si pudo en otro tiempo atribuírse la perversión del
criminal más bien que a su organización defectuosa y
al medio ambiente en que nacieron, al presidio en que
las penas se cumplían, tal afirmación es hoy imposi-
ble, ya que la práctica de los sistemas más perfeccio-
nados coincide con un gran aumento de los delitos y
de las reincidencias. «La teoría que aspiraba al noble
fin de la corrección y de la enmienda como última ra-
zón y la base única de la pena, purificando con olea-
das de aire y luz las lobregueces del calabozo, reblan-
deciendo con carifio y con ternura la costra formada
por el vicio en las conciencias, sw;tituyendo con la ora-
ción, alimento del espíritu, y la ensefianza, pan sagra-
do de la inteligencia, al grillete y al látigo q~e humi-
llan y despiertan rencores en el alma, debe contentar-
se con pedir, como pide la escueia positiva, la regene-
ración de aquéllo~ séres que de ella fueren suscepti-
bles; que se imprima a la penalidad un carácter defen-
sivo, sin odios injustos pero sin lástimas nocivas, y
que se active y se concluya, prescindiendo de radica-
lismos y apasionamientos de sistt~ma, la iniciada refor-
ma carcelaria, librando al presente siglo del estigma
infamante del presidio. l.
Acepto como más conforme con el estado social ac-
tual la escuela positiva, sin que e:;to signifique confor-
midad absoluta ni incondicional asentimiento a cuanto
proclaman en sus libros sus más ilustres campeones,
sino, sencillamen.te, aceptación dd método de"estudio
por ellos iniciado, y de cuantas verdades aparezcan

1 ~_ f. César Sili6 y Cortés, op. cit., pá¡¡lna 13.


- 17-

confirmadas por la observación atenta y cuidadosa de


los hechos; entiendo que es hoy cada vez más insos-
tenible la doctrina clásica, cuya noble misión ya está
cumplida, como parece que evidentemente lo demues-
tra la esterilidad de sus mantenedores que contrasta
por cierto con la labor de los apóstoles del positivis-
mo: Lombroso, Ferri, Garofalo, Marro, Morselli, Pu-
glia, Fioreti, Mayor, Virgilio y tantos otros en Italia,
cuyo suelo parece vincular la hegemonia de las cien-
cias jurídicas; Lacassagne, Bournet, Coutagne, Feret,
Tarde, Broca, Manouvrier en Francia; Prins y Albre-
chk en Bélgica; Clapham y Chark en Inglaterra; Be-
nedick en Austria; Castello-Branco en Portugal; Pi-
f'ieiro y Drago en las Repúblicas americanas.
A pesar de que la escuela clásica funda el castigo
en la libertad moral y en el libre albedrío, diciendo que
éste lo legitima y que sin él el vicio y la virtud son pa-
labras que nada significan, encierra, sin embargo, al
loco en la celda de un manicomio, con lo cual acude a
la defensa. También encierra al borracho, quien mien-
tras dura la embriaguez completa es un sér moral-
mente írresponsable. Con este hecho ya no atiende a
la libertad tan sólo.
Admite, en suma, la locura, la embriaguez, la ob-
cecación, y el arrebato como causas que anulan o ate-
núan la responsabilidad. Lo anterior prueba que, o su
lógica es muy flexible, o que no delinquen igualmente
dos hombres de distinta educación o de distinto tem-
peramento o de distinto clima, y con los anteriores
criterios llega al absurdo de condenar más suavemen-
te y aun de absolver, si llega el caso, a los seres más
incorregibles. Sin embargo la escuela clásíca critica
como inseguras las doctrinas positivas. En fin, si la
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pena ha de estar siempre en relación con la libertad


moral del individuo a quien se aplique, ¿ cómo es po-
sible medir sin miedo a errores los grados impalpables
de libertad escudrií'lando las conciencias? El más
ilustre de los sostenedores de la escuela clásica, Ca-
rrara, decia que fuera defecto enorme y verdadero ab-
surdo una ley penal cuyas sanciones pudieran comu-
nicar impulso a la delincue:1cia 1, y la experiencia nos
pone de manifiesto que l(,s crimenes han aumentado
de una manera extraordinaria, y de todos es sabido
que los Códigos Penales, aun los más recientes, han
tenido como base los principios de la escuela clásica
que hoy, llena de gloria, debe ceder el campo a otros
métodos de estudio, ya qUt~los preconizados por ella,
y practicados durante más de un siglo, en vez de con-
tribuir a la disminución de la criminalidad, han permi-
tido que ella crezca de una manera alarmante.

J. Teoría de la tentativa y la complicidad, párrafo 121.


Escuela Antropológica

Necesario es hacer un resumen histórico, aun cuando


él sea muy suscinto de la escuela antropológica, que qui-
zás debido al poderoso impulso que con sus trabajos le
dio César Lombroso, es denominada por algunos escuela
lombrosiana.
En este orden de investigaciones es del todo cierto el
aforismo latino de que natura non facít saltus, y así es pre-
ciso hacer notar que la escuela antropológica tiene sus an-
tecedentes en el Edipo de Sófoc1es y en otras obras filo-
sóficas de los antiguos partidarios del fatalismo refutado
burlescamente por Cicerón. Dcmócrito, padre intelectual
de Epicuro, y Anaxágoras, Heráclito y otros fl~icos de la
escuela jónica, en su estudio de la naturaleza por el mé-
todo experimental pueden considerarse como los precur-
sores de la escuela antropológica italiana. Esto, por lo que
se refiere a la parte filosófica del problema, pues en cuan-
to dice relación a la parte que pudiéramos llamar experi-
mental, es preciso pasar revista a los varios estudios so-
bre psiquiatrla, no descuidar las labores de la estadlstica
criminal, «pues es axiomático que todo progreso científico
está ligado al progreso de los métodos de investigación.
El conocimiento de la técnica estadística es tan indispen-
sable a la persona que organiza las investigaciones como
a la persona que las utiliza» l.

l. C. f. Armaod Julio.
- 20 --
Quetelet, a quien se juzga como el primer sociólogo
criminalista, estableció la ley térmica de la delincuencia j
y Gall con sus estudios sobre frenologla dieron copioso
aporte a la escuela que estamos historiando. Sabios pro-
fesores que se dedicaron al estudio de la enajenación men-
tal llegaron en épocas pretéritas a la conclusión de que la
ausencia de remordimientos es la anomalía más caracte-
rlstica del delincuent~ nato. Entrt esos profesores eminen-
tes no podemos menos de citar :J. Pinel, Esquirol, Falret y
Morel, quien señalando los distintivos fisicos, intelectuales
y morales de los degenerados decia: «Los tipos extraor-
dinarios y desconocidos que pueblan las prisiones, nada
tienen de extraordinario ni de desconocido para los que
estudian las variedades de la eSJecie humana por su lado
pslquico y por su lado moral. Esos tipos per~njfican las
degeneraciones de la especie; r la enfermedad que les da
sér constituye para las sociedades modernas un peligro
mayor que lo fue la invasión Je los bárbaros para las so-
ciedades antiguas:>.
«Encargado del manicomio de Pessaro el año 1871,
empezó César Lombroso sus estudios de antropologla y
psiquiatria y desde entonces hasta el 19 de octubre de
1909, fecha en que murió repentinamente en Turín, perse-
veró en sus investigaciones predilectas. Expuso el fruto
de ellas en su cátedra de psiquiatrla en Pavla y como pro-
fesor de medicina legal, de hig,ene y de antropología cri-
minal en la ciudad de Turin. No es dable pasar etrevista
los múltiples trabajos de Lombroso que fue autor muy fe-
cundo y que dio principio a su:~publicaciones cuando ape-
nas contaba diez y siete años de edad:> l.
Juntamente con Lombroso es indispensable mencionar
a los notables expositores de Ciencia Penal, Enrique Ferri
y Rafael Garofalo, el primero !:ociólogo y el segundo ju-
risconsulto que dieron con sus publkaciones poderoso im-

1. c. f. Martln Carnacho. Conferencia ,;obre Crlmlnologta, página 6.


- 21-
pulso a la nueva escuela, y que hoy día son consultados
por todos aquellos que anhelan que la ciencia penal me-
jore de dia en día y que el delito se logre prevenir y evi-
tar en mayor escala.
Tal es a grandes rasgos la historia de la escuela antro-
pológica duramente combatida y así mismo defendida.
Trataré ahora de formular sus conclusiones en 10 que
al Derecho penal hace referencia. Puedo resumirlas en las
siguientes cláusulas: 1.° El hombre no es libre ni respon-
sable de sus actos, sino que éstos son fatales como los de
los demás seres de la naturaleza.
2.° No hay delito, ni puede haber pena.
3.0 La causa del delito es una enfermedad o bien otro
desorden fisiológico, tales como el atavismo, la herencia,
las pasiones, una locura momentánea y el medio social.
4.0 La sociedad debe tratar de curar a esos hombres,
y si ello no es posible, librarse de ellos como se libra de
un loco o de una fiera.
Mediante prolijas observaciones y laboriosos estudios
experimentales la escuela antropológica sienta las sIguien-
tes conclusiones: Que existe un tipo criminal; que este
tipo o por lo menos muchos de sus caracteres, son inna-
tos, se heredan con la sangre o se adquieren bajo el influ-
jo de ciertas circunstancias.
y que, una vez heredada o adquirida tan anómala cons-
titución, se si!ue necesariamente el crimen.
Ta'h son los postulados que desarrolla, sostiene y
trata de probar esta escuela que ha logrado interesar po-
derosamente a los sabios en el estudio del hombre y en
especial del sér que delinque. Innecesario me parece una
vez sentados los anteriores principios decir que la escuela
antropológica presupone el determinismo que es el prin-
cipio de causalidad en las voliciones humanas y por ende
la negación del libre albedrío, esta negación es uno de los
capitulos más interesantes de las obras de Perri, Oarofalo.
- 22-

'YLombroso y esa misma negaciór. es lo que ha quitado


muchos partidarios a esta escuela.
El defecto capital de la escuela p,)sitiva italiana estriba
en la negación rotunda y terminante del libre albedrlo, lo
cual le enajena muchas simpatfas, no tanto por lo grave y
radical de semejante negación, cuanto por ser ésta conse-
cuencia necesaria del materialismo ql1e nos reduce a la ca-
tegoría de simples máquinas, regid:ls e impulsadas por
fuerzas inherentes a ellas mismas,:r \lega a convertir el
pensamiento, lo más puro y lo más !:rande, lo más noble
y lo más alto de nuestro sér, en secreción de la sustancia
cerebral, con la cual tiene, según Vo;~t, la misma relación
que la bilis con el hfgado o la orina con los riñones.
Hay algo sin embargo en la conci~ncia que no es mera
ilusión como pretenden los positivistas; que vive dentro
de ella con realidad indiscutible, y proclama de un modo
evidentisimo la existencia de una voluntad libérrima, deci-
dora en último término, entre los varios motivos que ac-
túan como excitantes solicitando nuestra actividad, como
también hay algo en nuestro sér, imisible e impalpable,
algo que constituye la esencia misma de la naturaleza ra-
<:ionali sustancia inmaterial que anima y da calor a la ma-
teria i sustancia misteriosa e impalpable, en un todo dis-
tinta de las sustancias blanca y gris que forman el cerebro.
sustancia en fin, que permanece inalterable en medio de
las transformaciones a que la materia está sujeta, sellando
con su presencia constante en esta vida la certidumbre que
abrigamos de nuestra propia personalidad, indivisible y
una a pesar de todas las renovaciones moleculares que va-
rian de cierto en cierto tiempo, de un modo completo y
absoluto la constitución orgánica de nuestro sér, en todo
diferente de si mismo algunos meses o años atras si al or-
den material s6lo atendemos. pero en un todo idéntico a
si propio esencialmente, porque en su seno alienta el mis-
mo espfritu, guardando en los archivm; de la memoria los
recuerdos del pasado y en lo más hondo de la conciencia.
--23 -

la absoluta y completa convicción de su unidad indestruc-


tible. Y rechazo tanto más las tendencias materialistas y
deterministas de la moderna escuela, cuanto que son sin
disputa, innecesarias de una parte, para llegar a formular
las conclusiones que constituyen el credo cientifico de la
misma; de otra perfectamente gratuitas y en modo alguno
autorizadas por las observaciones y estudios experimen-
tales de los fisiólogos, si atenta e imparcialmente se las
examina, y profundamente perjudiciales en último término
para la aceptación y planteamiento de las nuevas doctri-
nas penales. De aqui probablemente nacen la mayor parte
de los recelos que despiertan los estudios de Antropologia
criminal, apenas comprendidos por sus adversarios, y el
repulsivo horror con que es mirada la nueva ciencia por
:ciertas gentes que ni aun se atreven a escudriñar 108 prin-
cipios que la informan, ni a contemplar serena y friamente
los fines que persigue, mirando como miran de avanzada en
primer término la negación del alma y la negacfon del li-
bre albedrio como consecuencia forzosa de aquel princi-
pio que convierte al rey de ·la creación en una máquina,
regida por las múltiples fuerzas de la naturaleza, ni mp ni
menos que es regido un aparato mecánico por la "erza
del vapor o de la electricidad l.
Respecto de las experiencias de los fisiólogos, sin dar-
me fnfulas de erudito, que comprobarian únicamente mi in-
suficiencia y divulgarían la máscara formada por la lectura
de unos cuantos libros, se pueden dar por ciertas sus ex-
periencias aun cuando lleguen a conclusiones contradicto-
torias al referirse a la misión que cada parte del encéfalo
cumple. Acepto asi mismo que al estirpar en ciertos ani-
males porciones cada vez más importantes del cerebro, se
<lbserve que su instinto disminuye en razón directa de la
masa estirpada hasta dejarlos en completo estado de ldi~
tez. Aceptable es también que toda célula cerebral g.asta
cuando funciona sus materiales fosfatados, y aun tambiú
1. c. l. César Si1lÓy Cortés, op. cit., páginas 19., siguientes.
- 24-

]a existencia de ciertas relaciones entre el peso del cerebro,


el número e irregularidad de sus circunvoluciones, y des-
arrollo del lóbulo frontal y la inteligencia, cosa que pudie-
ra discutirse recordando que los cerebros de Voltaire, Na-
poleón y Rafael, entre otros muchos de hombres eminen-
tes, no arrojan mayor peso que el ordinario, o repitiendo
con M. Lelut, que los imbéciles tienl~nla frente desenvuelta
en grado sumo. Acepto también qUI~el pensamiento toma
calor y vida en la palabra, el deseo en las acciones, la ab-
negación en el martirio, la caridad 1m la limosna y la idea
santa del deber en el sacrificio de la vida por rendirle cul-
to j porque todas las ideas, como todos los actos, como to-
das las palabras, se determinan por impresiones que el ce-
rebro recibe por los múltiples hilos que de él parten, al
ser devueltas por otros hilos en número infinito, desde su
centro hasta los órganos que han de ponerse en movi-
miento.
¿ Son estos hechos, sin embargo, suficientes para po-
der decir con BUchner que es evidentlsima la conexión del
alma y el cerebro, esto es, lo absurdo de un alma inmate-
rial, toda vez que el escalpelo arranca a un sér ese alma
pieza a pieza? ¿ Autorizan acaso la afirmación de Taine
para quien son el vicio y la virtud simples productos como
el vitriolo y el azúcar? Sólo un esplritu fanático, pues tam-
bién en la ciencia hay fanatismos, puede llegar a conclu-
siones tales. Yo sólo miro en estos hechos una comproba-
ción clara y precisa de las relacione:; indiscutibles existen-
tes entre la parte espiritual y la corporal de nuestro sér y
una acabada e irrebatil11e demostración de la importancia
del cerebro, como órgano del alma, que no pudiendo ma-
nifestarse sin órganos, pues son éstas condición indispen-
sable de toda función, hace de él su Instrumento favori-
to 1.

En la perfecta máquina humana (~xisteuna absoluta su-


bordinación de las partes y órganos secundarios a los 6r-
l. c. f. César.SlUó y Cortés, op. elt., página 26.
- 25-

ganos y partes principales, sirviendo como término de re--


lación entre unos y otros, el sistema nervioso, y así como
en el mecanismo de los astros el sol representa el punto
fijo de atracción, el cerebro en el mecanismo humano es
también el centro superior a donde se refieren todas las
sensaciones de un orden elevado que determinan actos vo-
luntarios y manifestaciones conscientes y donde se realizan
todos los fenómenos intelectuales. ¿ Pero quiere esto de-
cir que este cerebro por sí mismo, sin razón ni causa que
10 explique, sea el único y exclusivo agente de estos fenó-
menos? El sol recorre sin cesar las Iineas de sus órbitas
porque hay un sér, el Alma del Universo, que encausa su
rumbo y le impone leyes que nosotros conocemos por el
solo hecho de su existencia, pero seríamos incapaces de
concebir y comprender si no existieran. El cerebro necesi-
ta también un alma que le anime, un espíritu que le vivifi-
que, una inteligencia distinta de su masa, una voluntad que
no puede fabricarse con sus células, y su misión se reduce
únicamente a ser como la manifestación ma!erial más ele-
vada de es~ espiritu y la máquina del mismo.
La rápida y continua renovación de los elementos que
componen nuestro organismo es un hecho demostrado per-
fectamente por la ciencia actual. Moleschot en su libro La
circulation de la vie dice: -La sangre abandona constan-
temente sus propias partes constitutivas a los órganQs del
cuerpo en calidad d~ elementos histogenados. La activi-
dad de los tejidos descompone esos elementos en ácido
carbónico, en uria y en agua. Los tejidos y la sangre su-
fren constantemente por la marcha regular de la vida, una
pérdida de sustancias compensadas por los alimentos, y
este cambio continuo de materias, se opera de un modo tal,
que el cuerpo humano se renueva casi totalmente en el
corto periodo de 20 a 30 dias-.
Mi sér todo cambia flsicamente a cada Instante y los-:
átomos que primitivamente lo formaron se encuentran hoy
repartidos por el universo. Ahora bien, admitida como no'
- 26-

puede menos de admitirse la renovación molecular, ya Sea


~n este o en aquel período de tiempo, ¿ cómo es posible
conciliarla con la memoria y sobre todo con el hecho que
en la vejez se observa en esta facultad, de recordar más fá-
cilmente los sucesos de la infancia que aquellos otros re-
cientísimos cuya impresión puramente material debiera
existir en toda su pureza? ¿ Y cómo, en fin, se explica que
un todo compuesto de infinitos átome,s incapaces de sen-
tir ni de pensar, piense y sienta hacie.ldo gala de condi-
·ciones y propiedades de que carecen s lS elementos todos?
En cambio admitido un espiritu que necesita del cerebro
y se sirve constantemente de él en su~;complejas manifes-
taciones, el hecho de la experiencia a que Btichner se re-
fiere como todos los relativos al calt~ntamiento o excita-
·ción de determinadas partes del cerebro, en tales o cuales
momentos o circunstancias, encuentran fácil y sencilIa ex-
plicación perfectamente compatible con la existencia de un
alma espiritual, puesto que alterado el órgano han de alte-
rarse también lógicamente las funciones que él mismo des-
empeffa; y como al mayor ejercicio de un órgano corres-
ponde un acrecentamiento en sus funciones nutritivas, será
en tal caso efecto de la mayor frecuencia con que el pen-
samiento utilizara su instrumento favorito, el tan cacareado
aumento de peso y de volumen, que He dice ha podido
comprobarse en los cerebros de alguno:¡ hombres de genio
o de talento extraordinario.
Yo no acepto de•••ninguna manera la anterior afirma-
ción y si la expongo y concedo es en v[a de discusión.
cBien conocidas son esas tentativas con que el materialis-
mo ha querido determinar la inteligencia por el cerebro,
tentativas propuestas en nombre de la ciencia y frustradas
por la ciencia misma. El crudo materialista Ferrieri hace la
siguiente confesión en su obra: cEI Alma es la función del
cerebro». La ciencia es hasta ahora impotente para indu-
·cir la cantidad proporcional de intelige.!1cia,sea del volu-
.men y peso del cerebro, sea del número y profundidad de
- 27-

las clrcunvoluciones. Primero se dijo que la masa o el vo-


lumen del cerebro era el mismo de la inteligencia, creyen-
do que el cerebro humano era el más voluminoso. El cere-
bro del elefante y el de la ballena hicieron ver lo falso de
esta creencia, y observando que el gavilán mosqueado y
y el palomo tienen cerebros de igual volumen y tienen ins-
tintos tan diferentes, que el cerebro del perro es más pe-
queño que el del buey siendo aquél tan superior y que la
abeja y la hormiga superan a muchos animales en habili-
dad, cayó a tierra la primera hipótesis materialista.
Se pasó a que la inteligencia estaba en la proporción
entre el volumen del cuerpo y el del cerebro. Vano empe-
ño también: se encontró que el gorrión, el canario, muchos
monos, tienen su cerebro más voluminoso que el del hom-
bre en proporción de su cuerpo. Se imaginó entonces que
la proporción debia buscarse entre el cerebro y los ner-
vios; pero la comparación entre la foca y el perro y entre
el hombre y los pájaros, desvaneció estas nuevas ilusio-
nes materialistas, que habrian dado, según las observacio-
nes de Soemmering, la superioridad intelectual a la mujer
sobre el hombre.
Quisieron, entonces, establecer la comparación entre el
cerebro y la médula, pero el delfln los desengañó.
Tratóse de fijar la inteligencia por la proporción entre
la cara y el encéfalo. La naturaleza, rebelde, nos muestra
en León x, Montaigne, Leibnitz, Descartes, Franklin, Mi-
rabeau, grandes cabezas y grandes caras, y en Voltaire.
Kant, etc., cabezas grandes y caras pequeñas; en las mu-
jeres, según Soemmering, es inferior el cráneo a los huesos
faciales. Se desechó la escala.
Se buscó otra por Cuvier consistente en el peso pro-
porcional entre el cerebro y el cerebelo, y se halló exacta-
mente igual en el hombre que en el buey. Vino Camper
con su ángulo facial, cuya base es una IInea desde el bor-
.de libre de los primeros incisivos hasta el meato auditivo
exterior y cuyo otro lado es una linea recta desde los inci-
-28--

s¡vos superiores hasta el punto más elevado de la frente:


la agudeza del ángulo es estupidez, su apertura inteligen-
cia; Lavater formó una escala de!lde !a rana hasta el Apo-
10 del Belvedere; de esta manera se pasó del cerebro al
cráneo y a la mandíbula superior para fijar la inteligencia.
Se abandonó este sistema aún mc,dificado por la línea oc-
cipital de Daubentón, y se apeló a las formas del cráneo
en su totalidad que no son las del cerebro.
El cráneo de Laplace era muy mal conformado y el de
Voltaire muy pequeño; y todos los días vemos en la caBe
personas de grandes cabezas poco inteligentes, aventaja-
das por personas de cabeza peqU(~ña" l.
Lo que, sin apartarme de la filosoffa tomista acepto, lo
que creo indiscutible, es la íntima relación entre los fenó-
menos de orden material y los fenÓmenos psíquicos, rela-
ción de tal naturaleza, tan fuerte y acabada, que no existe
fenómeno alguno puramente espiritual, por lo mismo que
todos ellos necesitan de órganos materiales para manifes-
tarse de un modo sensible.
Es imposible nega' la influencia recfproca del espíritu
sobre la materia y de la materia sobre el espíritu: éste es-
la fuerza que impulsa, la causa que crea, el elemento que
concibe, el lazo de unión que acredita con su permanencia-
nuestra personalidad, lo eterno de nuestro sér; aquél es la
armadura de combate, la herramienta que ejecuta, la ma-
nifestación tangible de la existencia humana, el instrumen-
to, en fin, de que el espíritu se sirvt:, hasta que por la des-
aparición del alma el cuerpo va al sepulcro.
Al historiar la escuela positiva no he podído prescindír
de esta ligera refutación de las doctrinas materialistas, que
sólo de una manera indirecta se relacionan con el objeto
de esta tesis; pero yo entiendo que en toda investigacióll
científica es convenientlsimo fijar perfectamente con c1ari-
1. c. f. Colegio Mayor de Nuestra Sellara del Rosario. Lecciones de Antropcr·
lozta por .Julián Re.trepo HenWIdez, páginas 222 y 223. Casa Editorial de Ar~
leo & Valencia. 1917.
dad y exactitud el punto de partida, con lo cual a la vez
que se evitan torcidas o maliciosas interpretaciones se co-
loca la primera piedra del edificio firmemente asentada en
~l terreno elegido por una honrada y profunda convicción.
Creo que es posible armonizar las convicciones neta-
mente espiritualistas con la escuela positiva italiana, y juz-
go que ningún espiritualista rechazarla los siguientes pos-
tulados:
1.0 Las experiencias de los fisiólogos modernos no au-
torizan la negación del espíritu.
2.0 El cerebro es el órgano del alma que necesita de él
para exteriorizarse Yen él se realizan los fenómenos inte-
lecluales Y volitivos.
3.0 Las alteraciones de la masa encefálica deben tradu-
cirse, como todas las alteraciones orgánicas, en alteracio-
nes funcionales. Todo desorden de la parte moral de nues-
tro sér supone una lesión orgánica correspondiente.
Brevemente expondré las teorias de la escuela antropo-
lógica respecto del delincuente y de los factores antropo-
lógicos, psíquicos y sociales.

EL DELINCUENTE

Al proceder a demostrar la existencia del tipo criminal


acepto la afirmación de Enrico Ferri, para quien el delito es
un fenómeno natural producido por multitud de causas que
pueden agruparse en tres órdenes, a saber: factores antro-
pológicos del delito, factores físicos y factores sociales.
Sin embargo, discrepo del ilustre penalista en cuanto allu-
gar que deben ocupar en esa clasificación los mentados
factores.
Ferri estudia la educación y la instrucción entre los fac-
tores antropológicos, lo cual puede ser verdad si se indivi-
duallza el estudio riel delincuente, pero indudablemente
pertenecen al segundo grupo si se aprecian su desarrollo
y consecuencias al comparar los habitantes de los presi-
- 30-

dios con la parte honrada de la sodedad. Si sólo se habla


de delincuentes, claro está que es preciso ocuparse de su
educación y cultura (factor antropológico) pero en tratán-
dose del delito deben mirarse amb,lS como causas eminen-
temente sociales.
Una de las mayores conquistas de la nueva escuela es
la determinación del tipo criminal, que con parciales dife-
rencias de detalle, admiten hoy todos los hombres que, li-
bres de apasionamientos, se dedican al estudio y a la ob-
servación en beneficio de la ciencié.
Muy poco significa que mientra~: Ferri y Lombroso con-
sideran al delincuente como verdadera variedad antropo-
lógica; Tarde, para quien el delitO €:s un oficio, le conside-
re como variedad profesional.
Todos admiten su existencia como innegable y sólo un
reducido número de seres de inger:io satírico y punzante,
aficionados a la tradición, sostienen que el tipo criminal no
es otra cosa que la invención forjad::. por un excéntrico am-
bicioso de llamar la atención sobre sus obras y creida de
buena fe por cuatro ilusos.
Sin embargo, desmienten en la vida práctíca este des-
dén científico hacia las doctrinas de la nueva escuela, ha-
blando sin cesar de caras criminales y caras sospechosas,
de otras que indican un carácter expansivo o un carácter
reservado, de caras que atraen o repelen, que \levan en si
el sello de la bondad o de la perversidad, el de la estupi-
dez o el del talento.
Las notas culminantes de la entidad moral de los hom-
bres pueden ser apreciadas por una especie de adivinanza
libre sin embargo de todo arte mágieo, por el solo aspecto
que al presentársenos de pronto y p,)r primera vez produ-
ce un rostro humano. Tal se deduce al menos de esas fra..
ses por todos admitidas que se pudieran sintetizar en el
vulgar y hermoso aforismo la cara es el ~spejo del alma, re-
petido a diario por quienes niegan la existencia del tipo-
criminal.
- 31-

Lo que repugna y choca con su razón a los enemigos


de la escuela italiana, es que se determine el tipo criminal,
pues ellos admiten sin reparo esas vagas e indescriptibles
impresiones que nos hacen desconfiar de una persona sin
más causa que la de hallar en su rostro un no sé qué que se
refleja en nuestro ánimo en forma de recelo o de temor, de
repugnancia o antipatla.
El vulgo, que si hierra a veces, dice también grandes
verdades, ha afirmado con sus refranes que el aspecto ex-
terior de cada individualidad retrata generalmente los sen-
timientos e ideas de que su espíritu se nutre: la cara es el
espejo del alma ha dicho el vulgo: hé aquí una afirmación
bien terminante y categórica que manifiesta sus creencias
completamente de acuerdo con las ideas de la moderna es-
cuela.
El espíritu no es una entidad independiente de la mate-
ria, necesita de ella para manifestarse y asi como en un in-
dividuo, las contracciones del semblante, la expresión que
en cada momento tiene su fisonomía responden al estado
de ánimo; asi como el dolor y la alegría, el odio y el amor,
la ira y la calma se reflejan en el rostro con rasgos pecu-
liares y característicos, con perfecta igualdad en todos los
tiempos y lugares; as! también el crimen y la virtud, la
maldad desenfrenada Y la bondad nativa, se señalan de un
cierto modo en los distintos órganos del cuerpo y en el
rostro especialmente, que viene a ser la encarnación mate-
rial de todos aquellos sentimientos, con rasgos y caracte-
res perfectamente definidos que el vulgo conoce, o mejor
dicho adivina de un modo incierto y vago, sin darse cuen-
ta del por qué; rasgos y caracteres que la nueva escuela
positiva italiana ha conseguido puntualizar cientiftcamente
en fueza de trabajo y de observaciones pacientisimas. Las
distintas pasiones y sentimientos no permanecen en la par-
te interna de nuestro sér, donde son apreciados y sentidos,
sino que trascienden al semblante; se reflejan en él de un
modo inequívoco, caracteristico y peculiar. Admitido lo an-
- 32 --

.terior, como no puede menos de admitirse, está ya forma-


do el primer eslabón de una cadena que ha de conducimos
suavemente por el camino de la IÚgica a afirmar la realidad
del tipo criminal. Todo individuo ':lene una fisonomia mo-
ral como tiene una fisonomia material, cualquiera de los
. innúmeros sentimientos del espíritu humano pueden formar
la nota culminante de aquella fisonomía moral. Si los dis-
tintos estados emocion&les de un;l individualidad se refle-
jan en su organismo diferentemente, al comparar entre si
varias individualidades, debemos también hallar marcadas
diferencias orgánicas, correspondientes a esas mismas di-
ferencias psíquicas. Absurdo fuen el admitir lo uno sin ad-
mitir lo otro; si la cólera y la mansedumbre se reflejan en
el rostro de un mismo sér con manifestaciones externas tan
distintas como distintas son las causas que las producen,
el hombre colérico y el hombre >osegado y tranquilo de-
ben tener algún rasgo propio y peculiar que los caracteri-
ce y los distinga; y que le tienen, es indudable, pues todo
'ellllllndo admite y habla sin reparo de caras que inspiran
simpatía o desconfianza, que indj·:an honradez y lealtad o
perversión. Lo anterior basta para justificar en el terreno de
la lógica que deben existir ciertos caracteres que diferen-
cien al criminal del hombre virtu,)so.
Los pitagóricos, al decir de .ruan Bautista Dalla Porta
observaban como regla inflexible y general, no recibir nin-
gún discípulo, si del aspecto de su rostro y de su cuerpo
todo no deducfan que pudiera ser fructifera y provechosa
la enseñanza a que deseaba soml~terse. Según ellos, la na-
turaleza forma el cuerpo con arreglo a el alma y entrega a
ésta los intrumentos que le son precisos, pero lo hace de
un modo tal, que el alma nos muestra en el cuerpo su pro-
pia Imagen l.
La fisonomfa de Alcibíades, dice Plut'arco, indicaba
que estaba destinada a elevarse al más alto grado de la

J. c. f. P. Mantegazza. La Physionomie Et l'expreslon des sentiments, págl-


,na 13.
- 33-

República l. Dalla Porta compara frecuentemente con el


h0ll!bre toda clase de bestias, persiguiendo y hallando a
cada paso equivalencias de carácter que corresponden a
otras equivalencías o semejanzas orgánicas, lo cual no
impidió, como hace notar Mantegazza, que muriera en
olor de santidad, y fuese enterrado en una iglesia '.
Los caracteres somáticos de los delincuentes son se-
ñalados ya en el año 1602 por este escritor napolitano,
quien habla de la mirada seca de los homicidas, de la vista
errante y mal segura de los bribones, compara a las mu-
jeres con los impúdicos, \lama a los delincuentes crimina-
les o locos malos, y observa que los individuos de mal
carácter, tienen la nariz oblicuamente colocada en la cara,
los cabellos rígidos, la cabeza dura y puntiaguda, las ore-
jas de tamaño excesivo y un poco laxas, la mirada huída,
agregando que los hombres de mala índole carecen de
barba y algunas veces tienen la vista atravesada '.
Jerónimo Cortés dice que la physiolTomía es una cien-
cia ingeniosa y sutil de la naturaleza humana, gracias a la
cual pueden conocerse la buena o mala complexión y los
vicios o virtudes de un hombre considerado en cuanto
animal '.
En la misma época el jesuita Niquetius trazó de mano
maestra la pintura del hombre audaz en estos términos:
Audacis viris figura: Os exertum, vultus horridus, aspera
frons, supercilia arcuata, oblonga; nasus longior; dentes
/ongi,. breve colum,. brachia longiora qucegenua attingant,.
pectus latum,. humeri elevati,. aculi cesii, rubei, salientes j
tarvus aspectus 6,
Infinidad de autores pudiéramos citar, quienes entre mil
supersticiosas creencias exhiben alguna observación sa-

1. e. f. P. Mantegazza, op. cit., págIna 3.


2. e. f. P. Mantegazza, op. cIt., página 4.
3. e. f. Citado por Luis M. Drago en Los hombres de prua, pá&fnas 25,26.
4. e. f. P. Mantegazza, op. cIt., página 5-
5. e. f. P. Mantegazza, op. cit., página 8.
- 34-

gaz, que recogida por Spencer y otros psicólogos positi-


vistas, culmina en los datos aportados por los criminalis-
tas de la escuela antropológica, relativos al hombre cri-
minal.
Me parece haber demostrado en el terreno de la ló-
gica y con argumentos históricos que el tipo criminal debe
existir, fáltame determinar sus caracteres peculiares para
lo cual echaré mano de las observaciones de Lombroso,
Ferri, Lacassagne, Marro y Ber edick.
Entre nosotros, quizás, no se han hecho observaciones
en este ramo de la ciencia, per puede afirmarse que en
l)

nuestras prisiones se encuentra cierto parecido en los que


en ellas viven. A falta de observación personal reproduz-
co el siguiente bosquejo del criminal: «Palidez en el ros-
tro; ojos hundidos que parecen incapaces de soportar
nuestra mirada; algo indefinible que sc traduce en un ex-
traño aspecto sombrIo, tales SLS ragos más salientes; al
interrogarlos se observa la impasible frialdad con que re-
fieren sus proezas, la falta de todo pudor, la fijeza incon-
movible de su palidez y la orencia absoluta de remor-
dimientos y de propósito de enmienda. Claro que no se
limitan a lo dicho lo:; rasgos característicos y peculiares
del criminal. Además dc1 tinte tétrico y sombrío, tiene ge-
neralmente grandes mandíbulas, orejas enormes y en for-
ma de asa, cabellera recia y abundante, barba escasa o
nula, frecuente asimetría facial, color oscuro de la piel y
del cabello, frente huída, brazos extremadamente largos,
dientes caninos grandes y robustos, que particularmente
en los homicidas habituales asoman con frecuencia, mer-
ced a una txtraña contracción del rostro como perpetuo
signo de amenaza, gran capaddad orbitaria, extravismo
frecuente, mirada vidriosa, jnn~óvil, fria y a veces sangui-
nosa en los asesinos y recelosé. e inquieta en los ladrones
y cara desproporcionadamenh: larga. Unamos a esto, la
mayor estatura y el mayor peso, la menor capacidad y me-
nor circunferencia del cráneo, la desproporción entre la
35 -

semicircuferencia anterior, extremadamente pequeña y la


posterior relativamente grande, la tendencia a la exagera-
ción del indice cefálico característico de los individuos de
su [raza, con marcada braquicefalia en los homicidas, la
faceta occipital mediana, el ángulo facial agudo y algunos
. otros signos menos importantes y ya tenemos hec\10 a
gran des rasgos el bosquejo anatómico del criminal» l.
Pero ¿ son igualmente ciertos estos caracteres? Creo
que mientras nucvas y más completas investigaciones no
llenen las lagunas existentes y desvanezcan las dudas que
espontánt'amente nacen a la vista de datos contradicto-
rios es necesario res¡:onder a esta pregunta con una ter-
minante negativa.
No insisto respecto a los caracteres anatómicos del
criminal, pues la ciencia en este punto no ha pasado de su
periodo de formación, nadie ha podido designar un solo
rasgo anatómico propio exclusivamente de los criminales
ni siquiera común a todos.
Todo hasta hoy se estrella contra nos hechos evlden-
tísinws: de una parte la existencia de hombres honrados
y aun viriuoso~:, verdadero~: antípodas del criminal en la
esfer;' ele 1(1 moralidad con signos y caracteres y anoma-
lías SUn1"mentr frecuentes en los presidios; de otra la
existencia de gr:ll1des criminales, monstruos inconcebibles
de mald¡;LÍ en cuyos órganos nada se encuentra de anó-
malo ni de extraño.
Sin embargo la existenci;1 del tipo criminal puede com-
probarsc' con les mismos argumentos que se aducen para
negar!:'. Los estudios hasta la fecha realizados no con-
sienten aseverar a priori este hombre es criminal, tan sólo
porque en él se observen ciertas anomalías y ciertos de-
fectos de conformación, ni tampoco permiten la afirmación
contrarÍi, ese es un hombre honrado aun cuando su orga-
nismo tNfo fuera modelo acabadísimo y proporcionado de
perfecciones anatómicas. Los caracteres típicos del crlmi-
l. c. f. César SiI/ó y Cortés, op. cit., página 165.
nal, tan s610 unidos a otra porción de caracteres psfqul-
cos permitirán un diagnóstico probable. En todo caso, a
nadie puede c1asificarse de criminal a priori, siendo precI-
so para hacerlo que exista El hecho antisocial, el crimen.
Creo en resumen, que existt: un tipo criminal cuyos ca-
racteres principales referente!l a la parte orgánica, sin ser
exclusivamente propios de los malhechores, abundan más
en ellos que en los hombres honrados. Entiendo que no
todas las pretendidas anomalJas de los criminales han sido
comprobadas y sólo les concedo un valor relativo, y esto
a posteriori en cuanto pueden servir para apreciar la peli-
grosidad del que delinquió o esclarecer la fuente y el origen
de los instintos marcadamente antisociales en los casos de
enfermedad y de locura. Acepto la conclusión votada por
el Congreso de Antropologia criminal celebrado en Parls
en 1889: «Es preciso continuar en vasta escala, el estudio
comparativo entre los criminaies y los honrados, tomando
un número igual de unos y d~ otros, observando minu-
ciosamente los caracteres que presentan, a fin de estable-
cer las diferencias que los separan. Doy por terminado
el examen expositivo-crltico ::le los caracteres anatómi-
cos, y prescindiendo de los fisiológicos y patológicos,
paso a ocuparme de los más importantes, esto es, de los
caracteres psiquicos del hombre delincuente .
.•..•. ,~
Pueden negarse o discutirse las anomallas que según
la nueva escuela caracterizan al hombre delincuente. Nadie
en cambio dudar puede de que allí donde los sentimientos
de caridad y compasión son ~lUstituidos por los de des-
pojo y crueldad, donde en vez de la virtud predomina el
vicio, am hay una conciencia lesionada, un esplritu ruin y
miserable, un alma anómala y distinta por completo de las
almas buenas, y un sér enferrnJ o loco degenerado o sal-
vaje, pero incapaz de vivir honrada y libremente, incom-
patible de todos modos con el sosiego a q1le la sociedad
37 -

tiene derecho, y digno en suma ya que no de vengador


castigo, de corrección si esta es posible, y de pena que
robe a sus instintos, los medios de dañar a los honrados.
En la actualidad por medio del esfimógrafo se aprecia
de un modo matemático el curso de las emociones y asi
ha logrado evidenciarse que el criminal es esencialmente
vanidoso y siente más frecuentes e intensas palpitaciones
ante-un vaso de vino, que ante el retrato de una muier
desnuda, esto prueba que el criminal es borracho y más
borracho que galante; y hoy día pudiera representarse la
criminalidad y el alcoholismo por dos lineas paralelas que
suben a la par y alcanzan cada dfa cifras más altas.
La historia de los grandes criminales patentiza que
carecen en absoluto de sentimientos de piedad, basta re-
cordar a Corvoisiere, quien no interrumpe la comida al
presentarle los sanguinosos miembros de su hermano,
muerto y despedazado por él en seis pednos y exclama:
mejor están ahí que en mi estómago, y vuelve a replicar a
los que le amenazan con la guilIotina, podrán partirme en
dos, pero no en seis cual yo lo hice, no puede sentir re-
mordimientos, ni es capaz por lo tanto de corrección, está
atrofiada alguna fibra de su organismo, algo dormita o no
ha nacido en su alma desdichada que permite marcarle
con este triste sello: iIncorregiblel
Para terminar sólo agregaré que esa insensibilidad mo-
ral, corre parejas generalmente con la insensibilidad flsica,
cosa comprobada con la costumbre del tatuaje que se
observa en las prisiones, y para no extenderme prescindo
de anotar otros caracteres como la religiosidad, la aso-
ciación, el caló y la escritura de los criminales. Sobre
esto último, en el año 1886, se realizaron en La Salpetriere
experiencias con individuos hipnotizados cuya letra cam-
biaba cada vez que les era sugerida una nueva persona-
Ildaa.
Tal es el hombre criminal: ffsicamente un sér en quien
se advierte con frecuencia anomalias, raras por el contra-
- 38-

rio entre los hombres que viven honrada y libremente: En


lo moral cuanto hay de bajo, dE~odioso y repugnante, ha-
hita sin protesta en su alma y la conduce por la pendiente
del delito: vanidoso, borracho, cruel, incorregible, el ver-
dadero criminal se diferencia profundamente del resto de
la humanidad.

***
He afirmado, en lo que ante'~ede, que el tipo criminal
~ebe existir; como consecuencia lógica de esta afirma-
ción es imprescindible proceder a la determinación de las
varias clases de delincuentes. Juzgo que a pesar de las
varias clasificaciones que respl~cto de los criminales han
dado los partidarios de la escuela antropológica, su dis-
crepancia en nada afecta la par:e esencial de ella y basa-
do en esta opinión acojo la dada por el ilustre profesor de
la Universidad de Pisa, Enricc Ferri, que es la siguiente:
La Delincuentes locos o semilocos.
2.a Delincuentes natos.
3." Delincuentes habituales.
4." Delincuentes de ocasión.
5.8 Delincuentes pasionales.
En la primera categoría, se comprenden todos aquellos
individuos afectados de una enfermedad mental, que, efec-
to de la misma, delinquen y re a:izan con frecuencia hechos
atroces, los impulsivos, los epilépticos y los llamados mat-
toidi por Lombroso. El crimen es en ellos consecuencia
de su enfermedad. A veces como sucediera al desgraciado
Morillo, ideas extrañas, nacida:J en su mente trastornada,
llegan a apoderarse de su pensamiento; con ellos va do-
quiera su alucinación que les manda matar, destruir, lavar
con sangre alguna afrenta imaginari~ Y"'ftlatan y destru-
yen por cumplir el mandato de aquel fantasma, sin otra
realidad que su locura, y tras el crimen duermen satisfe-
chos y tranquilos, cual si mediante el crimen su concien-
da se descargase de algo hom~ndo, como si hubieran rea-
-39 -

lizado la acción más santa y cumplido al hacerla los man-


datos inapelables del mismo Dios.
En otros casos, inteligencia, pensamiento y voluntad
riñen en lo interior ruda batalla; suben al pensamiento
olas de sangre; ideas atroces de destrucción y de matan-
za; siente la voluntad que sus resortes de resistencia se
debilitan; la inteligencia se alza y grita: no mates 1,que es
un crimen matar; y en tanto la obsesión del homicidio
sube y sube sin hacer caso de esos gritos, y el pensa-
miento se retuerce por desechar la idea maldita, y la vo-
luntad temerosa, vacila entre el deseo y la razón, hasta
que al ca~o el brazo se apodera de un puñal, y la razón
vencida, protestando del crimen, asiste horripilada repI-
tiendo: Ino mates! a la sangrienta escena en que el delito
se realiza. Transcribo a continuación la historia de la en-
fermedad del alienado criminal Eulogio Parrado, pues ella
comprueba la realidad del anterior bosquejo.
Enfermedad actual-La enfermedad hereditaria de Pa-
reado empezó a manifestarse durante el mes de octubre de
1909. Fue cuando sintió, según él mismo refiere, una espe-
cie de «angustia y de susto" porque habla ocultado algu-
nos pecados en la confesión sacramental, y temla que por
esta falta podría lIevárselo el Diablo. En efecto, dlzque a
poco tiempo oyó unas voces que le amenazaban .... En
tan aflictiva situación se encomendó a la Virgen, pero sus
súplicas fueron inútiles, pues las voces le repetian: entre más
ruegue más rinde. Declara el procesado que más tarde se le
revelaron las sombras de sus padres en la forma de dia-
blos. Luégo las voces le ordenaron «que tenia que abando-
nar su casa". Atormentado por la incesante persecución de
esas voces, huyó a esconderse en la soledad de un monte.
Dos veces se arrojó, con intención de ahogarse, a las
aguas del riachuelo Contador impelido por la desespera-
dón de esas voces que a cada momento le obligaban a
ejecutar aun actos peligrosos contra si mismo, tal como la
berida que, por obedecer a los ocultos mandatos, se hizo
-40-

con un cuchilo en el dedo meñique de su mano izquierda.


Dice que en varias ocasiones tuvo que resistir a la orden
de las voces empeñadas en que se eortara un brazo.
Cuando ya las voces se apaciguaron, Parra do volvió a
la casa donde residia en compañia de su esposa Magda-
lena. Jamás tuvo quejas de su mujer i al contrario, ambos
vivian felices en asocio de sus cinco hijos. No obstante.
las voces mandan darle unos foetazos, orden que inmedia-
tamente cumplió descargando una violenta azotaina sobre
la inocente mujer.
Las voces continúan auyentándole de la casa y le obli-
gan a refugiarse de nuevo en el me,nte, donde permanece
atormentado por la persecución de sus invisibles enemi-
gos. Aterrado por la incesante per~ecución, el infortunado
labriego acude personalmente a pfdir protección al señor
Alcalde de Quetame, quien, de acuerdo con la familia de
Parrado, resolvió enviar a éste al manicomio de Bogotá.
Consta en el libro de registros de la Oficina Médico Legal
que, con nota número 2.517. defeclZa 10 de marzo de 1910.
fue trasladado al manicomio el señ:lf Eulogio Parra do, en
calidad de enfermo en observación.
Parrado permaneció recluído er. el manicomio durante
un mes, sin que su presencia atrajera la atención de los
circunstantes por ninguna palabra, gesto o ademán que re-
velara la más leve perturbación m'~ntal. Confiados en la
aparente actitud apacible de Parrado, cuya locura no era
una de esas manias que se denU:lcian por la locuacidad
estrepitosa, ni por el desorden escandaloso en los movi-
mientos y actos, se creyó que no era W1 enajenado, ni mu-
cho menos un degenerado peligros,ísimo por la naturaleza
del delirio que había principiado a l1astornar la psiquis del
futuro criminal. No hubo la precaudón de indagar siquiera
cuáles eran los antecedentes Que Jt¡b{an justificado el en-
cierro de aquel labriego en las celdas de un manicomio.
Quizá si se hubieran inquirido los ocultos trastornos de la
enfermiza personalidad psíquica de Pareado. se habria en-
- 41-

contrado, en el fondo de su mente desequilibrada, ellúgu-


bre fantasma de esas voces que ya se hablan apoderado
de su voluntad para reducirlo a la condición del autómata
que piensa y obra solicitado pm el capricho de una direc-
ción extraña. Y una vez que se hubiera descubierto la si.
miente del delirio que estaba germinando en el terreno de·
aquel degenerado impulsivo, fácil habría sido entonces
evitar la tragedia que conmovió de espanto a la tribu indi-
gena de los alrededores de Quetame, cuya supersticiosa
ignorancia ha forjado la leyenda de que algún esplritu ma-
ligno habíase encarnado en la persona del hechicero Pa-
rrado .... Mas en tan peligroso estado se puso en libertad
a Eulogio Parrado. Cuando regr ;:só a su hogar, presintió
en las conturbaciones de su psiquis deficiente algo trágico
que fatalmente le habría de ocurrir en el curso de su en-
fermedad. En previsión de \legar a cometer un atentado
contra la vida de alguno de su familia, Parrado intentó
abandonar la cabaña que daba abrigo a su esposa y a sus
hijos, y emigrar a otra región donde no hubiera voces que
le persiguieran con tan implacables amenazas. Comunica-
do el plan del viaje a su esposa, ésta le rogó que desistie-
ra de tal aventura. El infeliz labriego, por acceder a las sú-
plicas de su mujer, continuó viviendo en su rancho, dedi-
cado al cultivo de la labranza que le suministraba el sus-
tento para su familia.
A poco tiempo, refiere el procesado, «volvl a ofr voces
en la cabeza». Mientras trabajaba en su huerto, percibió~
en el canto de los pajaritos, voces que le pronosticaban su-
frimientos. Escuchó, lleno de miedo, que los toches le de-
cian: «Eulogio va a sufrir» i luégo vio a unos copetones
que, escondidos entre las ramas de un arbusto, le canta-
ban: «vendiste la chiva».
La noche anterior al asesinato de su esposa, oyó en el
canto del gallo una voz que le gritaba: «Mortecino de los
diablos». Agrega Parrado que «entre los pajaritos hablan
unos que estaban en su favor y otros en contra». El lector -
-42 -

-entendido en psiquiatrfa tendrá en cuenta este curioso epi-


sodio de las voces de los pajaritos, divididos en dos ban-
dos, que sirve para establecer el diagnóstico de un delirio
de persecución, en el caso de Parrado.

Muchas veces, nos ha confesado '?arrado, estuvo ten-


tado a suicidarse, para librarse del to~mento de esas voces
que no lo dejaban un momento tranquilo.

El acto delictuoso-EI delirio de persecución, que habla


desatado la tormenta dé sus alucinaciones auditivas sobre
la inconsistente personalidad de un degenerado, culminó
en la pavorosa tragedia de los impulsos criminales. El dla
12 de agosto de 1911, a las cinco y media de la mañana,
el citado Eulogio Parrado, según declaraciones de testigos
presenciales, se hallaba tan «jubilado" que la noche ante-
rior fue necesario impedirle se saliera de la casa, pues in-
tentaba arrojarse al río. «Toda la noche, declara uno de
los testigos, estuvo bregando por salir, pero el exponente
y Luis Gutiérrez se acostaron contra la puerta, trancándo-
la bien para impedir la salida al enfermo,.. A la madruga-
da de aquel día, continúa el declarante, «al ver la luz el
mencionado Eulogio, dijo: que vivan todos los diablos que
se aclaró el dia, que toquen y bailen y les voy dando al
primero, y en ese momento se par,) el exponente de donde
estaba sentado, e inmediatamente le tiró su tío Eulogio un
gaznatón y lo botó de la puerta para afuera; al ver esto
su tia Magdalena le dijo a él cAve Maria, por qué le pega.,
y entonces salió él de para afuera y le pegó a ella, que es-
.taba parada junto a la puerta, dos gaznatones". En ese mo-
mento la mujer huyó perseguida por Eulogio, quien, cal pa-
sar por el borde del corredor vio una hacha que estaba en
.el corredor y la cogió en la mano y dijo: ahora si mato este
diablo ya que me repararon la hada aqut en la mano,.. Cuan-
do alcanzó a la víctima la ultim6 a golpes de hacha en la
-cabeza y cuna vez que la vio que no se movía y que no se
- 43 ---

paraba, entonces empezó a bailar y a gritar, y decía: que


suba, que suba Icarajo I s.i no le doy más- l.
Con una más atenta observación de este enajenado la
tragedia que queda relatada habría podido evitarse.
En estos casos la locura y el crimen se amalgaman; los
médicos mantienen en los tribunales la afirmación de que
se trata de un enfermo, de un loco irresponsable; los juris-
tas teóricos que exclaman inada de pena al loco 1 se son-
n'fen con desdeñosa superioridad al ver que el loco se
conduce cuerdamente, sin reflejar en sus maneras, ni en
sus palabras los extravíos de la razón; la sociedad cruza
los brazos y sigue los detalIes del proceso y asiste a las
sesiones del jurado igual que asiste a una función teatral,
y los jueces, supremos sacerdotes del supremo saber, dic-
tan un fallo inapelable que dice: I no hay tal loco I¡ La
ciencia se equivocal iQue el presidio le recoja 1
La escuela positiva, sin acudir a las sensiblerlas teóricas
que reclaman impunidad completa para los locos crimina-
les, ni a las crueldades prácticas que les arrojan al montón
del presidio, por no admitir más caso de locura, que el
vulgar de quien habla sin sentido y se conduce de un modo
extravagante, garantiza la defensa social con un castigo,
funda los manicomios criminales, y al penar a los locos, les
socorre, y al defender a la sociedad, les cura si ello es po-
sible.

**.
En la segunda categoría, loS delincuentes natos, están
comprendidos todos aquellos criminales incorregibles,
pervertidos hasta ellfmite mismo de la perversión, sin sen-
tido moral y sin conciencia, frecuentemente caracteriza-
dos por las anomaHas ya descritas, que no hallan nada
bajo, nada odioso, nada infame, con tal que satisfaga sus
apetitos y sacie sus deseos o pueda procurarles algún lu-
1. Psicologia Patológica de la Emotividad y de la VolulIÚld. D. Garda
WásQuez.
-44-

cro. Esta es la clase del delincuente típico; para él los in-


centivos exteriores son tan sólo un pretexto, que determi-
na la aparición de sus instintos; la C2.usa principal de su
maldad reside dentro de sí mismo, y r i amenazas, ni cas-
tigos, ni enseñanzas, ni ejemplos, ni consejos pueden ha-
cer que en su conciencia surja, no ya la idea del bien, mas
ni el remordimiento.
Para Lombroso el criminal nato es un salvaje, afirma-
ción que no tiene fundamento sólido. En efecto: si en las so-
ciedades rudimentarias existen delincuentes, y hasta en las
mismas especies animales individuos rebeldes, que se des-
tacan entre sus congéneres por la illtensidad de sus ins-
tintos destructores, y si ni aquella delincuencia, ni mucho
menos estas rebeldías, son susceptibles de explicarse por
atawsticas resurrecciones de anteriores fases, no es nece-
sario en modo alguno, ni razonable y lógico, buscar en esa
regresión a las humanas formas prim.tivas o al estado bes-
tial y prehumano, la explicación precisa del delincuente
nato de nuestros días.
El salvaje es, como dice Drago, "una entidad perfecta-
mente equilibrada y normal cuyas tendencias y manera de
obrar, están en perfecta consonancia con sus ideas rudi-
mentarias; en tanto que el criminal civilizado es siempre
una entidad anómala, cuyos movimientos emocionales y
simpáticos no se hallan generalmelte en armonía con el
desenvolvimiento de sus facultades intelectuales".
El salvajismo se refiere más que nada a la inteligencia;
es lo opuesto a la civilización.
La criminalidad se refiere a la conciencia; es lo opues-
to a la honradez. El salvaje puede ser virtuoso. pero no
puede ser culto e ilustrado.
El criminal puede ser culto e ibstrado, pero no puede-
ser virtuoso.
Decir que criminalidad y salvajismo son la misma cosa,.
equivale a hacer términos sinónlmo~;a ignorancia y maldad~
- 45-

A la tercera categoría, los delincuentes habituales, per-


tenecen todos aquellos individuos que, dotados de esca-
sas energías para resistir los incentivos exteriores, efecto
de una mala educación, del abandono de que fueron víctI-
mas en la niñez, de la vagancia, venenosa fuente que au-
menta el caudal del delito, hacen del crimen un oficio, se
echan de lleno entre sus brazos y realizando hurtos y ro-
bos, falsedades y estafas, pasan su vida entre la cárcel y
el tugurio, dispuestos siempre a reincidir, siempre fraguan-
do algún nuevo negocio qué intentar, sin temor a las leyes
ni a las penas, que juzgan riesgo inevitable de su profe-
sión y tan sÓlo les amenazan con procurarles posada por
algún tiempo, sin exigirles pupilaje. Tal es a grandes ras-
gos el retrato de nuestros denominados juicieros o rateros
profesionales, que debieran deportarse a una colonia pe-
nal sin contemplaciones de ningún género.
Con los delincuentes natos, esta clase forma el verda-
dero ejército criminal; el grupo de los incorregibles, de los
malvados, de los endurecidos, de los reincidentes ..
El delincuente habitual es como el delin~uente nato in-
corregible; pero mientras que la incorregibilidad de aquél
toma su origen de la vida social, de las funestas circuns-
tancias en que desde la infancia se encontró colocado, la
incorregibilidad de éste arranca de su propia constitución;
aquélla pudo evitarse en un principio con una buena edu-
cación, robusteciendo los dormidos gérmenes de la honra-
dez con el trabajo, evitando que el vicio se enseñorease
de una naturaleza débil, dada a dejarse arrastrar por el de-
lito. La incorregibilidad del delincuente nato, es necesaria
e inevitable, producto fatal de una organización defectuo-
sa; producto de la falta de conciencia y de sentido moral
que trajo al mundo. La higiene social y moralizadora hu-
biera podido salvar al último de esa incurable enfermedad,
en los primeros años de su vida, pero hubiera sido del
todo infructuosa aplicada al primero. El delincuente nato
es criminal por naturaleza.
- 46-

El delincuente habitual, lo es por costumbre; pero coma


se ha dicho con razón que la costumbre es una segunda
naturaleza, a la postre resultan uno y otro naturalmente
criminales.
Sin embargo entre los dos existe una profunda dife-
rencia: aquél mata; en sus crfmene~ atroces, su perver-
sión no se revela tanto por la reincidencia como por la
barbarie y la crueldad de que suelen ir acompañados. Este
hurta o roba, pero aislados unos de otros, los hechos nu-
merosos de su criminal carrera, no ofrecen gravedad ex-
traordinaria; su maldad indomable: se deduce más bien
del número que de la entidad misma de sus fechorlas.
Aquél es el monstruo que destruye. Este el parásito que
chupa.

*.*
Descendiendo un grado más en la escala de la delin-
cuencia, se tropieza con el crimina. de ocasión. «Ya que
en la naturaleza no existen distinciones absolutas, la di-
ferencia fundamental entre el delincuente de ocasión y el
delincuente nato, está en que para éste el incentivo ex-
terno no tiene importancia ninguna con relación a su ten-
dencia interna criminal, la cual por s' misma tiene una f:.ter-
za centrffuga, que obliga al individuo a buscar el delito y a
cometerle; mientras que en los delincuentes de ocasión
existe más bien una debilidad de r:sistencia a los incen-
tivos externos a los que corresponde por tanto, la mayor
fuerza determinante~ l.
Es cierto que esta misma debilidad se nota en el de-
lincuente habitual, en él es aún más pronunciada, y robus-
teciéndose con la práctica del cri!TItO que va atrofiando su
conciencia y reforzando sus instint·)s de maldad, llega a
hacer de él un sér incorregible. Er todo caso, paréceme,
que la separación del delincuente ocasional y el delincuen-
te habitual, sólo atendiendo a los hechos, puede hacerse.
1. c. f. Ferri, op. cit., página 179.
- 47-
Quien delinquió una vez sin rebelar en su delito extraor-
dinaria perversidad y fue empujado hasta él por causas
poderosas, ese es un delincuente de ocasión; mas si el
presidio le envilece; si al salir de él, la sociedad le niega
un puesto en que vivir honradamente; si en lugar de edu-
carie le desprecia; si en vez de alientos le procura esco-
llos en las luchas por la vida, y abandonado, solo, sin ho-
gar y sin pan, vuelve al abismo que ya una vez cruzó,
para hacer de él por siempre su morada, el delincuente
ocasional se ha convertido en delincuente habitual .

•• *
La última categorla, los delincuentes pasionales, varie-
dad de los delincuentes de ocasión, que sin embargo tiene
grandes puntos de contacto con el grupo de delincuentes
locos.
En esta clase de criminales, puede decirse que los ins-
tintos de maldad no existen, ni las ocasiones que ordina-
riamente dan margen a la delincuencia ejercen grave innu-
jo. Son seres intachables en su conducta, pundonorosos
hasta la exageración, pero dotados de una sensibilidad
extraordinaria, de un temperameto muy dado a la pasión
y capaz de estallar en violentos arrebatos de cólera, de-
linquen, en un instante de exaltación y de acaloramiento,
ante el amor contrariado, o la honra calumniada, y co-
giendo un puñal o una pistola, hieren cara a cara a su ene-
migo, para después volver contra sí mismos, en multitud
de casos, el arma ensangrentada, y arrepentirse de su ac-
ción y no volver jamá'; a realizar ninguna que se le ase-
meje.
Bajo un punto de vista, son por cOn!~iguiente verdade-
ros delincuentes ocasionales. Sin la ocasión que determi-
ne el estallido impetuoso de su temperamento; sin la mu-
jer que arrastra su honra por el lodo y. paga con infamias
o con burlas la adoración de que es objeto; sin el procu
insulto que hace subir al rostro oleadas de sangre y sacu-
-48-

de los nervios con violencia, el delir cuente pasional, tran-


quilo, apacible y honrado, viviría sin tropezar jamás con
el delito.
Pero, por otra parte, se distingUi~de los delincuentes
ocasionales: los delitos de aquéllos se dirigen siempre contra
las personas, al paso que los de ést,)s pertenecen al grupo
de los delitos contra la propiedad. E.ldelincuente pasional
no es impelido al crímen, como el ocasional, por la mi-
seria, o por el atractivo del dinero, o por la ambición de
honores o por la envidia bastarda, etc. Aquél es juguete
de la pasión que le asimila momen:áneamente, arrebatán-
dole las luces naturales del ente r<lcional, al loco, con el
que se le divisan puntos de contacto indiscutibles.
Resumiendo: el delincuente loc,) es un enfermo impul-
sado al crimen por su dolencia; el delincuente nato lleva
en sI el germen del delito y en su misma constitución fisio-
lógica hay medio propicio para que el crimen fructifique,
casi sin conciencia del autor; el celincuente habitual es
un sér débil, por su indole dado más al mal que al bien,
cuyos malos instintos se refu~rzan con el ambiente social
que respira, hasta llegar a hacerse irresistibles e indoma-
bles; el delincuente ocasional es un desdichado, sin incli-
nación dominante al mal, vencido por las condiciones mo-
mentáneas en que puede encontrarse, y es susceptible de
arrepentimiento de su mismo crimen; el delincuente pa-
-sional, es un hombre honrado que cae en brazos del delito
en un acceso sanguineo o colérico y lleva en su concien-
cia, ya iluminada por la serenidad, la más dura sanción de
su delito.
CLIMA Y DELICTCOSIDAD

El sér humano tiene relativa facilidad para aclimatarse


en regiones distintas, y soportar los cambios más violen-
tos de alimentación, temperatura y género de vida. Ca~a
vez ~ana más y más terreno la do:trina monogénica, man-
-tenida con tanta brillantez por D~Quatre'fages. La espe-
- 4~-
cie humana, partiendo de un centro hoy ignorado se dis-
gregó, abandonando el primitivo suelo. El hombre al emi-
grar de un suelo ingrato, encuentra suelo y clima diferen-
tes de aquellos que dejó, y como consecuencia de estos
cambios, el hombre se transforma, la especie humana se
diversífica, aparecen las razas y los pueblos caracteriza-
dos en lo fisico y en lo moral con rasgos propios Innega-
bles. Yo no diré que el clima, ni mucho menos la tempera-
tura, haya por si sólo dado lugar a estas variantes profun-
dísimas qUe separan a los distintos grupos de la especie
humana; lo que sí afirmo y me figuro, que sin reparo ha
de admitirse, es que influyó notablemente en esas varian-
tes. Esto basta a mi objeto que se reduce a hacer constar,
que pues al clima son debidas en parte las diferencias de
color, de estatura, de temperamento y aun de aptitudes y
de ideas, nada tiene de extraño ni de absurdo que la es-
tadlstica compruebe igual influjo en cuanto a las determi-
naciones de la actividad criminal. El clima, influye induda-
blemente en las determinaciones de la actividad criminal,
favoreciendo el desarrollo de los delitos de sangre en los
climas cálidos y de los delitos contra la propiedad en los
climas frlos.
Por ser muy complejo este problema omito entrar en
detalles, pero creo firmemente que las innegables Influen-
cias de rndole más bien social que física, independientes
por completo de la temperatura, que en los climas frias
provocan el desarrollo de los ataques a la propiedad, no
son bastantes a llevar a mi ánimo el convencimiento de
que el calor y el frio no tienen en si eficacia alguna, para
'solicitar los actos de los hombres, hacer más vivos sus
deseos, o más violentas sus pasiones.
PACTORES SOCIALES DEL DELITO

Hé aqulla parte más grave del problema de la delin-


cuencia. Digo que es la parte más grave, porque induda-
blemente cualquiera que sea la importancia que se conee-
da al elemento antropológico, a las tendencias individuales,
a los instintos personalisimos con que cada hombre llega
al mundo, al poder de la herencia, que nos liga con
lazos imposibles de romper, en lo moral como en lo ffsi-
co, a la temperatura, al clima, a la altitud; cualesquiera
que sean las energías de todas esas fuerzas naturales, la
sociedad es nuestro común hOI~ar,en ella nace el hombre,
vive y muere; en ella luchan la caridad solícita y el aco-
metimiento bárbaro, la limosna y el robo, el bien y el mal,
y no hay fuerza al presente capaz de poder más sobre
nosotros que ella misma.
Descartadas las clases de delincuentes natos o instin-
tivos, todos los demás grupos obran impulsados por cau-
sas de Indole social, sin que valga decir que su organismo
estaba ya afectado por el germen del mal, porque este
germen necesitó una atmósfer,¡ propicia para desarrollarse.
Aun en los delincuentes instintivos el factor social entra
por mucho en la gestación de sus brutales instintos. Ver-
dad, es sI, que en ellos la maldad posee por sI misma una
fuerza extraordinaria, un vigor tan potente que no hay me-
dio social que pueda dominar.o, y asi como en medicina
donde no alcanza la higiene alcanza a veces la terapéutica
y donde no alcanza la terapéutica alcanza la cirugía, en la
esfera moral de las acciones, donde no alcanza la orga-
nización de la masa común, donde no llega esa higiene
social que robustece los gérmenes del bien, y cierra o di-
ficulta el paso a los gérmenes del mal, puede llegar la
pena como medicina, o en easo extremo la misma pena
como. amputación. Y la pena,idad, ¿ es otra cosa que un
remedio social contra el delito? Y los errores de sistema
de legislación penal, ¿ dejan c/e ser elementos sociales que
protegen las tan variadas corno tristes manifestaciones de
los instintos criminales?
-El complejo problema dt~los orfgenes o fuentes de la
delincencia, no puede sin err,bargo resolverse con la sim-
plicidad usada por el sociali:;mo, arrojando la culpa por
- 5J-
entero a la organización social del dia, como tampoco
puede resolverse con el solo examen de las tendencias
instintivas individuales. La diversidad de conducta que
separa los buenos de los malos, sin embargo infhsenclados
de Igual modo por un mismo ambiente, solicitados por las
mismas causas exteriores; las diferencias marcadlsimas de
inclinaciones, de sentimientos y de ideas, en individuos
hijos de los mismos padres, que recibieron las mismas en-
señanzas, escucharon idénticos consejos, fueron en suma
objeto de la misma educación, están diciendo a gritos que
hay algo en nuestro propiO sér, personalísimo, que no de-
pende de la atmósfera que nos envuelve, ni del medio so-
cial que nos rodea. Pero las modificaciones innegables de
carácter, los cambios de conducta, favorables o adversos,
de que tántos ejemplos diariamente podemos recoger,
también nos dicen que las tendencias individuales se mo-
difican en muchos casos, que el mal se sirve con frecuen-
cia, para triunfar del bien, de multitud de medios que
nuestra misma sociedad le ofrece, y Que un conjunto me-
ditado de previsoras medidas, restaria probablemente mu-
chos seres al grupo de los malos, sumándoles al grupo de
los buenos, y fuera suficiente a disminuir los numerosos
inquilinos de nuestros establecimientos penitenciarios» 1.
Es preciso confesar con valor, que entre nosotros-falta
mucho por hacer, y resta mucho por andar en el camino
que la ley del progreso nos seilala para llegar hasta oon-
de llegar podemos. En tanto que las leyes se apresw:an a
consagrar los derechos pollticos, la intervención del pue-
blo en el Gobierno del Estado; la Infancia permaae,ce
abandonada, las cárceles y los presidios siguen d8iendo
escuelas de maldad; el alcoholismo y el chichismocomo
epidemia asoladora se extiende sin cesar y nena con sus
vIctimas los manicomios y los cuadros del crimen, la va-
gancia roba fuerzas al grupo de los hombres laboriosos y
consume en el vicio las energIas de milIares de seres, que
1. c. f. César Sílió y Cortés. op. cit., página 214.
- 52 --

perezosos, demacrados por una doble anemia flsica y mo-


ral, hallan más c6m odo y más breve tomar lo ajeno que
vivir sin deshonra del trabajo propio.
El problema social llama a las puertas de nuestros le-
gisladores con imperiosa voz y es preciso abrirlas de par
en par. Una de las manifestaciones más culminantes y más
tristes de este complicadlsimo problema, es la que el cre-
cimiento extraordinario de los delitos nos ofrece; creci-
miento que acaso pudiera detenerse si las leyes cuidaran
de esa higiene social que ciega los copiosos manantiales
de vicios y de crímenes que blotan, sin que nada les es-
torbe el paso, en nuestra misma sociedad, hasta encontrar-
se con la pena •

•••••
Algunas palabras sobre los factores, miseria e igno-
rancia.
Los factores del crimen para el socialismo se reducen
a uno, el económico; cámbie~;e, dicen, nuestra absurda
desigualdad social; caigan a tierra las desigualdades exIs-
tentes; suprfmase, en una palabra, el malestar económico
que aflige a nuestras clases bajas; llévense al campo de la
vida y de la realidad nuestra~; teorías, y este triste fenó-
meno social que se llama delito, habrá dejado de existir.
Vamos por partes: en primer lugar, el crimen no es
patrimonio exclusivo de ninguna clase de la sociedad; en
segundo término, preciso es distinguir entre delitos y de-
litos, y además, en todas las esferas y en todas las capas
sociales, el numeroso grupo de los hombres honrados,
atestIgua que es posible vellcer las atracciones del am-
biente.
Pero, de todos modos, ¿ y los delitos cometidos por
esas otras clases de la sociedad, por los afortunados, por
los poderosos, por los que nada necesitan ni son vfctimas
de ninguna opresión? ¿ Qué razón económica, qué des-
igualdad irritante, qué privikgio odioso les produce?
- 53-

Aun concediendo que las escaceses de la vida fueran


la única causa de los delitos que pueden reportar a sus au-
tores algún lucro, siempre tendremos, como indica Ferri,
que los delitos contra las personas y los delitos contra el
pudor, no pueden explicarse del mismo modo. En los paí-
ses donde hay estadistica está demostrado que el abarata-
miento de la carne y el mayor consumo en consecuencia,
van siempre seguidos de un aumento en los crlmenes de
sangre y en los ataques al pudor; y bueno será también
hacer constar, ya que de crlmenes de sangre hablo, lo di-
ffcil que debe ser para quien mira la criminalidad como
una rebelión de los oprimidos contra los opresores, hallar
explicación al hecho de no ser siempre ni siquiera con más
frecuencia éstos, los inmolados en tales rebeliones.
Acaso influyen más que la miseria todas esas teorlas
demoledoras que se predican sin cesar pretendiendo cu-
brirlas con el manto del progreso, cual si el progreso con-
sistiera en remover de tiempo en tiempo, con violencia y
con saña lo existente; en derribar sin pensamiento ni idea
fija que sustituya a lo que muere; en romper la cadena de
la historia con una catástrofe más, o en aumentarla con una
página de sangre.
Cierto es, como dice Emico Ferri, que el crimen no de-
pende de la idea, sino del sentimiento, pero la idea influye
en éste de una manera tal, tan poderosa, que o no tiene de
idea más que el nombre, y sirve como máscara que oculte
lo que realmente vive en la conciencia y en el pensamien-
to, o de lo contrario, el sentimiento se encadena a las ideas
casi siempre. La vida entera de la humanidad, proclama y
atestigua que la idea domina al sentimiento y le arrastra
en pos de sí, lo mismo hasta las cimas de la gloria que
hasta el abismo de los crlmenes.
En síntesis: entiendo que no sólo es absurdo imputar
a la miseria la causa de esa multitud de crímenes que,
como los dirigidos contra las personas y contra el pudor,
en nada pueden remediar el malestar económico, sino que
-54-

ni aun en esos otros que consisten en el apoderamiento de


la propiedad ajena, debe considerársela como factor de
gran empuje y que, más bien fuera posible atribuir, en par-
te el crecimiento de la delincuencia, a la ambición inmo-
derada y al desencadenamiento de las pasiones, males am-
bos más fuertes hoy que nunca, por la falta del freno reli-
gioso y las predicaciones sociali~,tas, a las cuales pudiera
aplicarse sin reparo, toda vez cue reclutan sus secuaces
entre las clases menos i1ustrada~;, este profundo pensa-
miento: «nada hay tan peligroso como una idea grande en
un cerebro pequeño» .

•••
La ignorancia y la miseria son dos males que viven
casi siempre estrechamente unidos, y por lo tanto si el de-
lito no es exclusivo patrimonio de las clases pobres, tam-
poco lo será de las clases iletradas. Y sin embargo, todos
esos teorizantes penalistas que p¡:etenden conservar sin
cambio ni mudanza alguna la ciencia de los delitos y las
penas, piden que se difunda la instrucción para acabar con
los delitos, gritando ufanos a los vientos todos: «por cada
nueva escuela que se abre, se c:.erra una prisión» ; y no re-
paran que presidios y cárceles se llenan de bote en bote
en nuestros días, aun cuando a cada instante sea mayor el
número de escuelas.
La consecuencia forzosa y obligada de la falta de ins-
trucción, es la ignorancia, como la consecuencia forzosa y
obligada de la falta de moral dad, e's el vicio y con fre-
cuencia el crimen; pero estas cos esferas de la moralidad
y la cultura, son tan perfectamerIte autómatas, tan por com-
pleto independientes una de oira, que a nadie extraña ha-
llar un hombre virtuoso, que ir.splra sus acciones todas en
la honradez más pura y acrisolada, careciendo hasta de
aquella instrucción más elemental, ni otro por el contrario
i1ustradisimo, repleto de vicios y maldades.
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También se observa que la mujer generalmente es me-


nos instruida que el hombre y es también mucho menos
criminal, como se ve, por esta parte al menos el parentes-
co entre ignorancia y delincuencia no parece.
Examinaré otra fase del problema: la instrucción se ha
difundido últimamente y sigue difundiéndose; entre tanto
los delitos, lejos de disminuir, han crecido de un modo tal,
que apenas concibe el ánimo asustado a dónde nos con-
dujera tan enorme crecimiento si persistiese algunos años
más. No creo necesitar decir, por otra parte, que el núme-
ro de delitos es mayor en las grandes ciudades que en las
aldeas, y sin embargo, nadie dudará que la instrucción se
encuentra a menos altura en éstas que en aquéllas. Se de-
ducirá de todos estos datos ¿ que la instrucción no influye
en nada, ni para nada en la moralidad, ni por lo tanto en
la criminalidad? Entiendo que es preciso para responder
de un modo concreto a tal pregunta determinar con toda
claridad y exactitud el alcance de la palabra instrucción. Si
con ella se significa únicamente, aquélla que se refiere al
orden literario o científico, su influencia debe ser sin duda
muy pequeña, y aun inclinado estoy a afirmar, no ya que
es pequeña, sino más bien completamente nula, si restrin-
giendo su valor aún más, aludimos a esa cultura rudimen-
taria que consiste en saber leer y escribir, la cual no tan
sólo es insuficiente para esclarecer la conciencia y hacer
que en ella arraigue la virtud, sino que, a veces, llega a ser
un arma peligrosa puesta al servicio de los ignorantes, in-
capaces de distinguir las buenas de las malas lecturas, y
propensos a dejarse arrastrar por cuanto atice sus pa-
siones.
Pero si la instrucción es otra cosa; si no se refiere tan
s610 a este elementaIísimo germen de la cultura humana;
si abarca los complejos términos a que la inteligencia lle-
gar puede, y fundamentándose en la idea de Dios hace en-
trever otra justicia más grande y más hermosa que la jus-
ticia humana, entonces mil veces bendita la instrucción.
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La educación, en una palabra, religiosa, científica y mo-


ral, que tal nombre mejor que el de instrucción le cuadra a
ese cultivo del espíritu, puede, a mi juicio, mejorar de un
modo importantísimo la condición del '1ombrey por lo tan-
to la condición de nuestra sociedad. La educación, es cier-
to, carece del poder de crear lo que no existe, su acción
tan sólo alcanza a desenvolver el sentido moral y las fa-
cultades del hombre sobre quien actÚa, y necesita por lo
tanto como primera e ineludible condición, la existencia
de aquel sentido o de estas facultades; pero ya que, tra-
tándose de seres que nacen desprovistos del sentido mo-
ral, sea incapaz de producirle ¿ no podrá cuando menos
conseguir que la maldad no crezca con fuerza tal cual si
sus gérmenes hallaran todo un conjunto de condiciones fa-
vorables a su desarrollo?
En último término, nada más lejos de mi ánimo que pre-
sentar la educación como verdadera panacea del delito;
su eficacia se encuentra limitada en multitud de casos por
la naturaleza y todas las enseñanzas no lograrán jamás la
supresión de los castigos, que no sólo consiguen impedir
por parte del sentenciado la comisión de nuevos delitos,
sino que obran también intimidando el aquellos otros que
se sienten arrastrados hacia el crimen, y aunque incapaces
para apartar del pensamiento el mal d'~seo, evitan en mu-
chos casos su estallido.
Para quienes sean capaces de virtudes, la educación
que favorece su desarrollo; para el ¡ncorregible, para el
malvado, la espada de la ley siemp~e desnuda y nunca
compasiva, mostrándole ya que no las excelencias de la
vida honrada, las escabrosidades y peligros de la vida cri-
minal.
•••
He pretendido con la anterior exposición comprobar
que la Ciencia Criminal y el Derecho Penal deben mar-
char unidos; que no es posible, ni prudente, ni conveníen-
- 57--

te, al redactar un Código Penal, prescindir de las observa-


ciones y experiencias comprobadas por la Ciencia; que
para lograr la disminución de la criminalidad debe princi-
piarse por buscar la mejora social; reformar en primer tér-
mino el procedimiento criminal, organizar los manicomios
para los alienado s criminales, mejorar' el régimen de las
prisiones, y como coronamiento de lo anterior, redactar
un Código que, sin demasiado riv.orismo, pero sin sensi-
blerias teóricas, castigue los delitos de acuerdo con su ma-
yor gravedad. Para los delitos atroces seria conveniente
que se estableciera la prisión perpetua, ya que no es posi-
ble, por falta de personal idóneo, llegar al desideratum de
la prisión a tiempo indeterminado. Como argumento de au-
toridad no puedo menos que transcribir el siguiente con-
cepto del distinguido jurista doctor Antonio José Uribe,
que tomo de sus conferencias sobre Derecho Internacional
Privado, dictadas en la facultad de Derecho de la Univer-
sidad Nacional, el año de 1915: «El mismo Código Penal
es el más moderno de los que hoy rigen porque es de 1891.
Este Código, no es la obra de un solo hombre. No hay
en Europa ni en América un Código posterior. En cuanto
al fondo, es absurdo ar.irmar que sus disposiciones son in-
aceptables. Basta averiguar el origen de sus disposiciones
y la evolución de que ha sido objeto en los últimos años.
La base es el Código francés de 1808, pero modificado
sustancialmente con las disposiciones introducidas en Fran-
cia en 1832.
Los legisladores granadinos del año ]833 adoptaron
el Código francés introduciéndole las disposiciones más
avanzadas que se conodan tanto en materia de doctrina
como de filosofía. Desde su sanción hasta el año de 189],
que es la fecha del que hoy rige, todos los Congresos de
la nueva Granada y de la República de Colombia, y por
consiguiente todos los jurisconsultos, magistrados y abo-
gados de los distintos partidos que han intervenido en las
westiones jurídicas y legislativas en nuestra Patri<-.. han
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contribuido a la expedición de las numerosas leyes que


de 1838 a 1891 han modificado el Código y lo han perfec-
cionado y han procurado adaptarlo a bis exigencias con-
temporáneas. Por consiguiente, no es la obra de un hom-
bre solo, sino que, sobre la base del Código francés, que
era uno de los más perfectos que se conoclan en la se-
gunda mitad del siglo XIX, se ha elaborado aquel cuerpo
de leyes, que, constituye, por tanto, Pé.rte del patrimonio
moral e intelectnal de la Nación.
De 1891 para acá se le han introducido nuevas refor-
mas. De modo que, en su estado actual, no obstante los
graves defectos de que adolece, no puede decirse que sea
uno de los más imperfectos de América, como suele de-
cirse, con afirmaciones a priori, que 110 resisten un estu-
dio comparativo.
Afirmar que debería derogarse de plano y adaptarse el
de Italia, es cosa inaceptable. Ningunl nación europea ni
americana ha adoptado el Código italiano, porque para
que dé buen resultado se requieren U!la serie de estable-
cimientos de castigo y una gran cul:ura juridica en los
juzgados y en los tribunales. Ese Código deja al juicio de
magistrados y jueces un campo muy g:'ande a la arbitrarie-
dad. En nuestra Patria carecemos de ambas cosas. El
Panóptico de la capital es inadecuado y apenas basta
para 150 reclusos, 10 que es insuficiente. Y si bien es cier-
to que en determinados centros intelec:tuales hay un grupo
de jóvenes capaces y honrados, es i~ualmente cierto que
la remuneración del Poder Judicial el> mezquina y que en
la mayor parte de las poblaciones de la República los jue-
ces carecen de los conocimientos jurldicos que implican 13
recta y eficaz aplicación del Código Penal de Italia •.
Quizá nuestros legisladores, algún día, y ese es nues-
tro deseo, piensen en abordar el grave problema de estu-
diar la delincuencia, sin omitir las consideraciones cientí-
ficas.
OBRAS CONSULTADAS

José Vicente Concha. Tratado de Derecho Penal y Comen-


tarios al Código Penal Colombiano.
César Beccaria. Dei delliti e della pene.
Carrara. Teoria de la tentativa y la complicidad.
Enrico Ferri. Teoria della imputabilitá e negazione delli-
bero arbitrio.
Enrico Ferri. Los nuevos horizontes del Derecho y del Pro-
cedimiento Penal.
César Lombroso. Polémíca in diJJessa della scuolla crimi-
nale positiva.
César Lombroso. L'Homme Criminel.
Marro. 1 Caratter; dei delinquenti.
Garraud. Traité teorique et practique du Droit Penal Fran-
~ais.
De Quatrefages. L'espéce humaine.
Garofalo. La Criminologie.
Tarde. La Criminalité Comparée.
J. Maxwell. Le Concep Social du Crime et son évolution.
Moleschot. La circulatbn de la vie.
P. Mantegazza. La Physonomie et l'expresion des senti-
ments.
Maudesley. El crimen y la locura.
César Sitió y Cortés. Crisis del Derecho Penal.
Antonio José Uribe. Conferencias de Derecho Internacional
Privado.
Julián Restrepo Hcrnández. Lecciones de Antropología.
Demetrio Gareia Vásquez. Psicología Patológica de la
Emotividad y la Voluntad.
Martln Carnacho. Conferencia sobre Criminologia.
Luis M. Drago. Los hombres de presa.

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