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Anita Salmón Couret

Por Luis Antonio García Sepúlveda


23/06/2016

Hace unos días, no recuerdo cuantos, si cuatro o cinco, recibí la triste noticia de la sepultura de mi
queridísima amiga Anita Salmón. No les extrañe amigas y amigos, cómo algo tan reciente no lo
recuerde. En mi memoria no tengo grabada la fecha de la muerte de ninguno de mis seres más
queridos, ni de mis familiares, ni de mis amigos o amigas. Su rostro, su voz su sonrisa, eso sí lo tengo
bien grabado en mi memoria y en mi corazón. Tal vez sea una especie de defensa en contra del dolor
de su partida. Siempre he sido cobarde para acercarme al féretro y observar sus rostros pálidos,
rígidos, carentes de expresión alguna. De alguna manera intuimos que el alma, el espíritu, la persona
que habitaba ese cuerpo, ya no está ahí. Es como un enorme pedazo de carne que tiene las facciones
de nuestro ser amado. Pero ella o él, no están ahí.

Terry Couret, fue quién me informó del sepelio de Anita, desagraciadamente fue tarde el aviso, me
comuniqué a la funeraria y me comunicaron que hace rato ya estaban en el panteón. En la soledad
de mi departamento me quedé recordando tantos momentos alegres que disfrute con su compañía,
poco a poco entre sonrisa y sonrisa las lágrimas se abrieron paso. Nunca le dije lo mucho que me
ayudo su amistad y afecto. Ella fue como una hermana mayor para mí, y en tiempos de crisis fue mi
mecenas, muchas veces ella calmó mi hambre y me brindo su amistad de una manera maravillosa.

Recuerdo que ella disfrutaba la intimidad de su recamara como nadie. Era un cuarto antiguo, (la
casa fue hecha en el siglo XIX) había en la habitación un ropero antiguo enorme, de madera fina y
junto a él su cama, había dos otra igual junto a la ella separada por un buró. En medio de las camas
había una hermosa televisión, la cual Anita pasaba horas viéndola. Ella me invitaba a su recamara y
yo me recostaba en la cama vecina y desde ahí tomando refresco o una cerveza o un jaibol, Anita y
yo platicábamos extensamente durante horas, ambos teníamos la costumbre de criticar lo que
pasaba en la televisión, nos deleitábamos en encontrar los errores en las filmaciones y criticábamos
la actuación de los personajes.

El cuarto ya lo dije era grande, alto, con unas vigas muy antiguas y una de ellas a punto de quebrarse
y se encontraba exactamente arriba de su cama. Por esa viga recibí una lección que siempre
recordaré.
-Anita, ¿Ya viste la viga que tienes arriba de tu cabeza?
-Sí, ¿Por qué?
-Está a punto de caerte en la cabeza, ¿No crees que hay que repararla?
Anita, no me respondió, solo volteó a verme muy seria y me extendió la mano. Le vi la mano y luego
su rostro, Muy seria me dijo.
- ¡Dame!
- ¿Qué te dé qué?
- ¡Pues el dinero para hacerlo!... Antonio, ¿tú crees que yo no he visto que esa viga se va a
quebrar? ¡No me des consejos! ¡Dame dinero!
Tragué saliva con su respuesta, desvié mi mirada a la televisión, salía una muchacha muy hermosa.
- ¡qué bonita plebe!
Exclame para desviar la conversación.
- ¡Si, muy bonita!
Fue su respuesta, para enseguida soltar una carcajada al ver mi turbación.
-Antonio, si no puedes ayudar, nunca des consejos en lo que es obvio.
-¡Tienes razón! ¡Perdóname! –le contesté.
Ella sonrió y nunca más mencionamos el asunto de la viga.

Anita era increíblemente culta, podía hablar con ella de casi cualquier tema y sus opiniones eran
muy acertadas, en una ocasión le hable sobre la arquitectura de catedral y ella me dejó mudo
cuando utilizando un lenguaje arquitectónico (que yo desconocía) describió las partes y tipos de
columnas y cada detalle por su nombre. Y sobre música ¡ni hablar! ella leía la partitura musical como
leer un libro común. Por cierto con la música ella demostró su carácter ante su padre (el Dr.
Benjamín Salmón).Resulta que a ella no le gustaba el piano, sin embargo su papá la obligó a
estudiarlo y eso fue por años, pero el día en que finalmente la maestra le dijo al doctor que ya no
tenía más que enseñar a Anita, ese día le dijo a su padre.
-Así es que: ¿papá, ya no habrá más clases de piano?
-No hija, la maestra dice que ya no tiene más que enseñarte
-Pues muy bien, yo ya estaba muy cansada y hasta este día toqué el piano. Lo estudié porque tú me
obligaste.
Cerró el piano y nunca más lo tocó.

Anita me contó muchas anécdotas, ella se casó con Gido (no recuerdo el apellido) y se la llevó a vivir
a Cuernavaca, ahí Anita tuvo el privilegio de tener cotidianamente en su mesa a grandes personajes
de la vida cultural y artística de México, como Alfonzo Reyes, Eric Fromm, o José Luis Cuevas, entre
otros. Ella en su madurez reflexionaba cuanto daría por volver a tenerlos como invitados y escuchar
esas conversaciones que ella por su juventud, en aquel entonces muy poco entendía. Con los años
se aficionó a la lectura y se desesperaba porqué a su grupo de amigas (venerables damas de sesenta
y más) no les interesaban asuntos culturales, ni artísticos ni históricos.

Cada jueves se congregaban un grupo de amigas a jugar baraja, cada semana se reunían en una casa
diferente, desde luego a la anfitriona le tocaba poner bebida y comida, pero para Anita llegaba el
momento que solo el jugar le aburría, así es que en una ocasión intentó iniciar una charla y con las
cartas en la mano lanzó una pregunta.
-Oigan ¿y ustedes que opinan de Hitler?
-¿De quién? - Preguntó una de ellas
-De Hitler - respondió Anita
-Yo no lo conozco –dijo una, y otra agregó…
-¡Si hombre, el Hitler!, el líder estudiantil que mataron y que ahora le quieren poner un monumento
en la plaza Rosales.
Anita respiro profundo, movió la cabeza y solo dijo
-¡Denme dos cartas!
Y siguió jugando en silencio.

Recuerdo la anécdota que me contó sobre la muerte del Dr. Benjamín Salmón. Él tenía varios perros,
pero en especial había una perrita que lo quería mucho. Cuando muere el doctor, el velatorio fue
en la casa y como se acostumbraba en aquel entonces, se colocaron cubetas llenas de hielo debajo
del féretro, durante tres días lo velaron ya que esperaban a parientes que vivían en ciudades lejanas.
Durante ese tiempo no podían encontrar la perrita que siempre acompañaba al doctor. La tarde en
que levantaron el féretro para llevarlo a la carroza, se dieron cuenta que la perrita estaba echada
debajo del ataúd. ¡Estaba muerta! Acompaño a su amo hasta en la muerte.
Hay muchas anécdotas sobre el viejo Culiacán que Anita Salmón me platicó. Poco a poco las iré
escribiendo y compartiendo. Mis condolencias más sinceras a Ana Elena, Palmira, Mauricio, Ana
Victoria a Pedrito y a Max su hermano.

Me despido no sin comentar antes que estos últimos quince días mi corazón ha sido golpeado con
la pérdida no solo de Anita sino también del gran amigo el Arq. Felipe Andrade, gran conversador y
compañero por muchos años del café y la bohemia. Y de una señora artista de la cual a pesar de
que no me gustaba su música, me convertí en su ferviente admirador cuando la conocí, me refiero
a Chayito Valdés, señora de todos mis respetos ya que desde su silla de ruedas daba un show
maravilloso. Tuve el gusto de filmarla en uno de sus últimas actuaciones, cuando acompañe a mi
queridísima compañera cronista Leonor del Carmen Mena a un centro nocturno en Caborca, Sonora,
donde actuó Chayito. Y donde Leonor la entrevistó para escribir su biografía. “Entre Besos y Copas”.

¡Tristes días, amigas y amigos! Desde Mocorito, Sinaloa, les mando un fuerte abrazo.

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