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PERSPECTIVA ORTEGUIANA DE LA PEDAGOGIA
I. INTRODUCCION
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524 Gonzalo Vázquez Gómez
Para no dilatar más esta introducción, voy a referirme a los puntos princi-
pales de la aportación de Ortega a nuestro campo. A partir de ahí trataremos
de verificar sus interrelaciones, de tal modo que podamos descubrir alguna de
las rutas orteguianas en el ámbito pedagógico.
Los temas pedagógicos afrontados con mayor decisión por Ortega son, a
mi juicio, los siguientes:
a) exigencias científicas de la Pedagogía,
b) su fundamentación filosófica y antropológica,
c) la educación general, en relación con la cultura y con la edu-
cación material y especializada,
d) la educación y la Pedagogía sociales,
e) la educación universitaria.
El orden de enumeración de estos temas no se corresponde con el del tra-
tamiento por el autor. Pero, al precio de traicionar una de las vías de análisis
mas prometedoras sobre su obra -la de la circunstancia histórica en la que se
va produciendo-, este orden puede facilitar su comprensión desde una estruc-
tura del saber pedagógico.
Por otra parte, será necesario decir algo, en última instancia, sobre la acti-
tud y las posibilidades «magisteriales» de Ortega, no menos fecundas que las
cuestiones que tuvieron en él un tratamiento mas sistemático.
Dado que, por la razón antedicha, las referencias a su obra no van a seguir
el hilo cronológico, bueno será que antes de entrar en su análisis tengamos
presentes las fechas de algunos de sus trabajos de cariz pedagógico:
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Perspectiva orteguiana de la pedagogía 52'5
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526 Gonzalo Vázquez Gómez
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Perspectiva orteguiana de la pedagogía 527
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528 Gonzalo Vázquez Gómez
III. Perspectivismo y actitud pedagogica en Ortega
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Perspectiva orteguiana de la pedagogía 529
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530 Gonzalo Vázquez Gómez
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Perspectiva orieguiana de ¡a pedagogía 53 1
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532 Gonzalo Vázquez Gómez
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Perspectiva orteguiana de ¡a pedagogía 533
tal característicamente humano solo tiene sentido dentro de una tesitura míti-
ca -como la de Penélope- en un intento de detener el tiempo, extremo al que,
ciertamente, Ortega fue muy poco proclive, o dentro de un síndrome de des-
trucción o «des-realización» de la personalidad. La psicología contemporá-
neaa, de los años ochenta, está intentando explicar, precisamente, el aprendi-
zaje como una «elaboración de consistencias».
El presupuesto pedagógico radicalmente optimista requiere que, al cam-
biar la vida del hombre, sea un cambio en su vida, es decir, que quede algo en
él, en el hombre, y de él, del cambio que se efectúa. De otro modo, no cabe la
educación. Y esto vale, tanto para el caso del individuo, cuanto para ese
«cuerpo social» formado por minorías y por el hombre-masa, esto es, para las
generaciones. La educación general del hombre, como la cultura en cuyo me-
dio se da, son algo mas que meros accidentes biográficos o históricos que se
pierden de vista en cualquier momento.
En fin, no es posible, por los límites y naturaleza de este trabajo, certificar
con mayor seguridad y extensión toda la problemática antropológica que sub-
yace en la obra quasi-pedagógica de Ortega. Para ello, sería necesario anali-
zar con mayor detenimiento obras tales como Vitalidad, alma, espíritu; La
rebelión de las masas; En torno a Galileo; Ensimismamiento y alteración; El
hombre y la gente; Meditación de la técnica, etc., empresa que resulta impro-
pio desarrollar aquí.
De tal análisis podríamos, acaso, deducir como conclusión general y más
común que no existe naturaleza humana que dé cuenta de la condición per-
manente del hombre y que lo que el hombre es, está constituido por su vida,
expresada como biografía, y explicable como «razón vital» (mejor diríamos
como «razón histórica»). Existen, desde luego, otros textos en los que ve-
mos a un Ortega en los que expresa otra cosa bien distinta. Los textos que si-
guen pertenecen al mismo trabajo (Conferencia dictada, en noviembre de
1939, en Buenos Aires; cfr. O. C, tomo 6, p. 242):
-«después de dos siglos de inmoral petulancia empieza ahora el hombre a
redescubrir una inexorable estructura, ni más ni menos que la materia
cósmica»
-«el hombre no es sino 'lo que pasa'».
Pero, pese a ello, a estas divergencias y desarrollos de su pensamiento, el
pensamiento orteguiano puede valorarse como coherente, particularmente si
lo examinamos a la luz de la historia y de su posición circunstanciada. En
términos generales, la Pedagogía ha de contar con que las tesis orteguianas
mas confirmadas y características ponen como presupuesto fundamental del
quehacer pedagógico y educativo una profunda paradoja, posibilidad-y-
límite, la de la irrestricta plasticidad humana.
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534 Gonzalo Vázquez Gómez
* No he podido contar con una copia del trabajo de mi colega, el Prof. G.' Carrasco, cuyo cono-
cimiento previo hubiera mejorado, a buen seguro, los presupuestos del presente estudio.
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Perspectiva orteguiana de la pedagogía 535
fomentar esa vida primaria y espontánea del espíritu, que es idéntica hoy y
hace diez mil años (y) que es preciso defender contra la ineludible mecaniza-
ción que ella misma, al crear órganos y funciones específicas, acarrea...» («El
Quijote en la escuela»). Esta educación esencial ha de ser capaz -aquí surge
una nueva finta orteguiana a la lógica de la opinión común- de armonizar el
«permanecer idéntica desde los tiempos más salvajes del pasado...» con la ur-
gente necesidad de educar, «no... para la vida ya hecha, sino para la vida
creadora». Para realizar este paradójico ideal, es preciso ocuparse «primero
de fortalecer la vida viviente, la natura naturans, y luego, si hay solaz, aten-
deremos a la cultura y a la civilización, a la vida mecánica, a la natura natu-
rata (Ibid, O. C, tomo 2, p. 279).
La tarea de la educación elemental, nos dice Ortega en este trabajo, debe
alejarse de tentaciones utilitaristas, tan caras al siglo XIX (en algún otro estu-
dio repudia también la tentación de la servidumbre o excesiva orientación
política) y tan poco acordes con su propia naturaleza básica. No obstante
ello, no deja de expresar que «para que un hombre ejerza bien sus actos civi-
les , deberá educarse su moralidad afirmando su sensibilidad para las normas
éticas, robusteciendo su obediencia a los imperativos del deber... (sobre la
base de) una vigorosa potencia de voluntad, de entusiasmo, de energía básica».
Los términos que he subrayado ponen de manifiesto la tentación orteguiana
de hacer consistir los actos humanos en actos sociales -aquí «civiles»-, pero,
en todo caso, importa más ahora destacar el contenido ético y moral de este
programa de educación elemental.
Según hemos visto más arriba, Ortega habla de la «alta cultura». Mas, a
decir verdad, en su obra se encuentran testimonios a favor de la cultura sin
adjetivo alguno, ni siquiera el de «general». Es posible, de nuevo, con esta
aparente contraposición que esté afluyendo la tensión, constante en su pensa-
miento, entre formación de minorías y educación para el «hombre medio» (u
hombre masa). Ahora bien, en cualquier caso, Ortega y Gasset nos expresa a
pedagogos y educadores dos puntos bien ciertos, a saber, que la cultura ha de
procurar que el hombre busque «lo definitivo», los puntos cardinales de su
existencia, superando la mera ocupación y preocupación por las que él llama
penultimidades, y esto vale, tanto para el utilitarismo mecanicista de preocu-
parse por que el niño averigüe, en la enseñanza elemental, qué es un ferroca-
rril, una fábrica y una letra de cambio, como para la educación superior que
también en el siglo pasado tomó como cuestión límite algo que tan solo era
penúltimo: la ciencia física (cfr. O. C., tomo 2, pp. 720-21).
En fin, y por lo que a la educación elemental hace referencia, Ortega en-
tiende que la tarea de la Pedagogía «actual» debe tratar de sistematizar la vi-
talidad espontánea del joven, de desarrollar estructuras que regulen su espon-
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536 Gonzalo Vázquez Gómez
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Perspectiva orteguiana de là pedagogia 537
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538 Gonzalo Vázquez Gómez
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Perspectiva orteguiana de la pedagogía 539
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540 Gonzalo Vázquez Gómez
causa directa de una sola experiencia ideativa «en el otro», Ortega ha hecho
posible que algunos maestros de la filosofía, de las humanidades y de las dis-
ciplinas sociales, se hayan originado desde él mismo.
En la presentación de Introducción a la Filosofia , de J. Marías, encontra-
mos una buena muestra de la fecundidad del maestro:
«En 1914 escribía Ortega en las Meditaciones de! Quijote: 4 Yo
sólo ofrezco modi res considerandi , posibles maneras nuevas de
mirar las cosas. Invito al lector a que las ensaye por sí mismo; que
experimente si, en efecto, proporcionan visiones fecundas; él,
pues, en virtud de su íntima y leal experiencia, probará su verdad
o su error'.
El lector de este libro tiene delante lo que he logrado ver mi-
rando las cosas de esa manera nueva».
En efecto, el pensamiento humano se constituye en magisterial cuando
hace posible que otros, con estilo propio, prosigan su andadura, no sus creen-
cias o su filosofía, sino su filosofar. Sin los maestros, los discípulos que «les si-
guen», no es que no sean, sino que no serían los que realmente son. Como
manifestó Zubiri en la nota necrológica sobre Ortega, muchos españoles, de
no haber sido Ortega quien fue, hubieran sido otros.
Desde luego, si un «porqué» es, al decir de Zuribi, un ex-plicar la reali-
dad, la explicación de su origen, diríamos nosotros que Ortega es el porqué de
tantos pensadores, no sólo españoles, sino de todo el mundo. El ha hecho po-
sible que muchas ideas -filosóficas, históricas, sociológicas,... pedagógicas-
hayan adquirido vigencia, esto es, presencia y fuerza ordenadora, entre noso-
tros.
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Perspectiva orteguiana de la pedagogía 541
lo mismo, pero siempre es el mismo... [y que] por esto... fue Ortega un ejem-
plar de vida intelectual» {Ibid, ibid).
Ortega se poseía a sí mismo, pero, al decir de sus discípulos directos y de
los que, dentro de una cierta coetaneidad, lo son indirectamente a través de
su lectura, nunca se impone su presencia al discípulo -alumno o lector-, sino
que, bien al contrario, ejerce formidablemente la función magisterial hacien-
do resaltar la personalidad de éste. También en esta, como en otras dimensio-
nes de Ortega se capta el quid de su ser-y-actuar a través de la paradoja:
«Si el lector analiza lo que ha podido complacerle de mi obra,
hallará que consiste simplemente en que estoy presente en cada
uno de mis párrafos... pero... el que yo esté presente en cada ex-
presión no procede de ningún supuesto don mío, más o menos
'genial', y mucho menos -sería repugnante- de que... me ponga
yo en lo que he escrito y obligue al lector a tropezarse conmigo
-se reconocerá que casi nunca he hablado de mí- sino al revés :
todo proviene de que en mis escritos pongo , en la medida de lo
posible, al lector , que cuento con él, que lo hago sentir, cómo me
es presente...» (de «Prólogo para alemanes». 1934, cit. por P. Ga-
ragorri. «Una convivencia postuma». En: Varios: Ortega vivo.
1983, pp. 121-22).
Apenas si es posible encontrar mayor esfuerzo de autenticidad educativa
que ésta en la que el pensador, para crear un clima de comunicación científi-
ca, apela al dato de la presencia del lector, del discípulo, sin imponerle la
propia. Ser maestro, como señala Heidegger (¿Qué significa pensarl), está li-
gado al «dejar aprender».
Ortega y Gasset fue hombre de su tiempo, en cuyo horizonte intelectual y
social se hizo presente en un ahora, o en un conjunto dinámico de «ahoras».
Del mismo modo que no renunció a ninguna de las ideas vigentes de su tiem-
po, proclamó siempre su vivencia, anticipada, del futuro: «mi vida... es... es-
tar yo pensando lo que voy a decir; en este instante me estoy anticipando, me
proyecto en el futuro...» («¿Qué es filosofía?», lección XI).
Ese podría ser el modo sencillo y claro con que José Ortega y Gasset ejer-
ció su condición magisterial. Hizo lo que se expresa en las palabras que él
puso en boca del Cardenal Cusano (ita nunc sive praesens complicai tem-
pus): co-implicar en su presencia la problemática cultural -y, por ende, hu-
mana- del pasado y del futuro.
Tal me parece ser el perfil magisterial del pensador Ortega al que se le
puede divisar -no sin crítica, pero con una positiva simpatía- desde la pers-
pectiva pedagógica.
Ortega no es, quizá, un pedagogo, pero es un profundo pensador «aplica-
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542 Gonzalo Vázquez Gómez
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