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Inicialmente hay que decir que el Protocolo de Minnesota, está antecedido por el
hecho que las ejecuciones de las que se tenía alguna sospecha que habían sido
extralegales, arbitrarias o sumarias, se podían investigar de acuerdo a las normas
nacionales o locales vigentes y podían terminar en procedimientos de carácter
penal. A pesar de ello, existen algunos casos en que los respectivos procedimientos
investigativos suelen resultar inapropiados, como consecuencia de la carencia de
recursos y de conocimientos, de tal manera que el ente encargado de llevar a cabo
la investigación puede actuar de manera parcializada. Ello, sin duda, llegó a
constituirse en una de las razones por las que resulta que sea improbable que
prosperen dichos procedimientos de tipo penal.
En cuanto al rango normativo del protocolo, hay que precisar que este se adoptó
por parte de la Organización de Naciones Unidas, y junto con el Protocolo de
Estambul (1999), se constituyen en una valiosa guía que comprende un conjunto de
estándares sobre las prácticas que se realizan durante el proceso para establecer
si una determinada víctima ha sido objeto de ejecución extralegal, arbitraria, sumaria
o si ha padecido golpes, colgamientos, descargas con energía eléctricas o algún
otro tipo de métodos de tortura. Sin embargo, es importante tener presente que este
protocolo no se constituye en un documento jurídicamente vinculante, pero es una
costumbre internacional.
De igual manera, dicho protocolo no se aplica en todas los casos de autopsias, pues
solo es para cuando se investigan aquellos crímenes de Lesa Humanidad, es decir,
en los que existan indicios o se presume de la participación del Estado en tal
ejecución, con el propósito de evitar que funcionarios declarados como
sospechosos, logren influir durante la respectiva investigación.