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La Argentina: el gran proyecto de la arquitectura política del siglo XIX

Luego del inicio del proceso revolucionario mal datadoi por gran parte de la historiografía
Argentina, podemos apreciar un largo y tortuoso proceso de construcción y consolidación del
Estado que precisó de diversos elementos para legitimar su existencia: la idea de nación,
identidad y simbología.

Es necesario plantear algunas cuestiones fundamentales: en primer lugar que los conceptos de
nación y Estado eran considerados sinónimos en las primeras décadas del siglo XIX y es recién en
la tercera década de ese siglo cuando el término ‘nación’ adopta un cuerpo conceptual propio
como bien señala Hobsbawm en diversos estudios al denominar el período 1830-1880 como el de
la ‘fabricación de naciones’. En segundo lugar, una vez creado el concepto se transforma en una
herramienta clave en la legitimación de los nuevos Estados americanos. Chiaramonte nos habla en
uno de sus escritosii de la nación como un resultado y no como un fundamento, es un error clásico
situar a la nación antes que el Estado, ya que es el Estado quien se encargará de construir la
nacionalidad. En palabras del autor: “la emergencia de la Nación como fundamento y/o correlato
de los Estados nacionales y del nacionalismo es un fenómeno moderno, que nace en las
postrimerías del siglo XVIII”1.

Algo que nos represente: el problema de intentar pertenecer

¿Quiénes somos?

La pregunta es compleja y nos descoloca al intentar dar una respuesta apresurada, el


secreto consiste en no abrumarse y entrelazar algunas ideas, ¿Cuáles? La de nación e
identidad. Es en realidad una cuestión lógica: la identidad argentina que comenzaría a
manifestarse muy dificultosamente varios años después de la revolución de mayo de 1810
no es sino una construcción al servicio de la unificación del nuevo Estado nacional. La
nacionalidad argentinaiii no sólo integra esa construcción sino que es además el producto

1
Chiaramonte, J.C.” Elogio de la diversidad” en Encrucijadas, N° 15, enero de 2002, p.53.
final, ella adopta la identidad como el complemento perfecto. Para ser mas precisos, la
idea de nacionalidad no puede prescindir de la identidad ya que forman parte de un
mismo objeto que es ese ‘quiénes somos’.

Altamirano insiste con la premisaiv de que una sociedad sólo puede reproducirse como
nación en tanto y en cuanto el individuo sea constituido como ciudadano del Estado
nacional mediante una red de instituciones entre las que podemos nombrar a la familia y
la escuela. Por lo tanto, la nación necesita de las instituciones para evidenciar su
existencia. Son las instituciones las que se encargan de crear la identidad y reforzar esa
moderna idea de pertenecer.

Podemos evidenciar un claro ejemplo al leer a Dussel y Southwell quien de manera muy
ingeniosa denominan ‘rituales escolares’ a los actos escolares y reconocen en ellos un
gran poder adoctrinador. El ritual opera sobre los participantes, buscando crear
conexiones emocionales e intelectuales, crear un estado de comunidad. Y ese estado de
comunidad no es sino otra construcción que nos muestra a las escuelas “en conexión con
una comunidad más amplia: la nación”2. Muy enriquecedora resulta la lectura de
Carretero quien nos aclara que es la escuela quien “forma el sentimiento de pertenencia
de los ‘cachorros’ a una ‘manada’ más amplia que la propia familia directa: su grupo, su
nación y hasta su patria”3.

En síntesis, no podemos pensar el concepto de nacionalidad e intentar abordar el proceso


de su construcción prescindiendo del concepto de identidad. No es correcto pensar en
dicho proceso sin la implicancia de las instituciones quienes serán las encargadas de
formar esas ‘identidades colectivas’. Finalmente, es la escuela la institución más
manoseadav de todo el proceso y la principal encargada de inculcar los ideales nacionales.

2
Dussel I., Southwell M. “Los rituales escolares: Pasado y presente de una práctica colectiva”, en Revista El
monitor Nº21, 5º época, junio 2009.
3
Carretero, M. Documentos de identidad. La construcción de la memoria histórica en un mundo global.
Bs.As., Paidós, 2007, p. 36.
De colores todo se tiñe

En aquella construcción de la nacionalidad llevada a cabo en los albores del nuevo estado fue
fundamental la invención de una simbología nacional que nos represente. Cuando nos hablan de
símbolos pensamos en colores que son quienes caracterizan casi todo: países, equipos de fútbol,
partidos políticos. Los colores también eran fundamentales en el siglo XIX. Y como bien sabemos el
celeste y blanco fueron los inmaculados colores elegidos para encarnar la nación argentina, ¿o no
fue así?

En realidad el asunto es un poco más complejo, los colores celeste y blanco aparecen por primera
vez durante las invasiones inglesas (1806-1807) y paradójicamente “significaban fidelidad al rey de
España, Carlos IV que usaba la bandera celeste de la orden de Carlos III”4. En Buenos Aires estos
colores fueron adoptados inmediatamente, además de hacerse presentes también en la banda del
retrato de Fernando VII. Aunque los colores estuvieran ligados al universo simbólico de la corona
española fueron utilizados para designar al Estado argentino en todo el territorio nacional, o al
menos eso pensamos.

De la realidad de la época se desprende otro relato, los colores celeste y blanco fueron adoptados
en Buenos Aires y luego se expandieron a las demás provincias. En las provincias del litoral no
estaban de acuerdo entre otras cuestionesvi con los colores adoptados por Buenos Aires y en
contrapartida se identificaban con una insignia tricolor (rojo, azul y blanca) que también provenía
paradójicamente del universo simbólico español. En Santa Fe, López “reconoce como propia la
bandera tricolor de Artigasvii y no la bandera de Buenos Aires”5. Otro claro ejemplo es el de
Corrientes, en el que se registraron cuatro escudos desde la colonia hasta la independencia de su
territorio. No existe aún alusión alguna hacía las Provincias Unidas.

Como podemos apreciar, los actuales colores celeste y blanco de nuestra bandera no son
originalmente propios, sino que pertenecían al mundo español. En las provincias había diferencias
simbólicas, Buenos Aires no incluía el rojo mientras que las provincias dominadas por Artigas lo
adoptan como propio. Resulta conveniente que las cosas se hayan dado de este modo y que

4
Herrero, A. “Algunas cuestiones en torno a la construcción de la nacional argentina” en Estudios Sociales,
Revista Universitaria Semestral. Año VI, N° 11, Santa Fem Argentina, 1996, p. 50.
5
Ídem, p.52.
podamos vislumbrarlas y romper con viejos esquemas de pensamiento, propios del carácter de
auto celebración de las naciones modernas.

25 de mayo de 1810: el nacimiento de ¿Argentina?

Los mitos establecen desde la antigua Grecia relatos que se convierten en supuestos estables, sin
embargo no dejan de ser representaciones ficticias de una realidad, y esa particularidad permite
que puedan ser derribados.

Uno de los mitos más arraigados en la sociedad es el de colocar el nacimiento de la Argentina


moderna en el 25 de mayo de 1810. En realidad el vocablo ‘argentina’ casi no aparece en el
período que va desde 1810 hasta 1825 en el léxico americano, con excepción de Buenos Aires.
Siendo más específico, ni siquiera en el Congreso Constituyente de 1824-1825 se resuelve el
nombre del futuro Estado. El término nace realmente en Buenos Aires y por iniciativa de Juan José
Paso quien quería que el estado se llame ‘Confederación Argentina’. De esta manera, podemos
hipotetizar que el término nace en Buenos Aires, y luego se expande por todo el territorio nacional
aunque con mucha resistencia. El término tiene una importante carga ideológica de carácter
centralista que colocaría a la ciudad de los grandes puertos a la cabeza del proyecto nacional.

Recién en 1826 podemos considerar que el término se incorpora al discurso político aunque no
tuviera aún un peso considerable, de hecho había otros términos que evocaban a sentimientos
más arraigados en la sociedad. Como señala Chiaramonte, el sentimiento de español americano
sintetizado en el vocablo ‘americano’ o el de pertenencia de una unidad regional como por
ejemplo el ‘correntino’ eran predominantes. Entonces, la identidad argentina coexiste con otras
denominaciones, que vislumbran el carácter débil del vocablo. No es mi intención dar precisión de
cuándo se establece el término, más si dar cuenta pese a su gran circulación hacía 1830 en el
vocabulario político se contraponía con “una visión fragmentada de la realidad rioplatense, pues,
no se percibía a la nación argentina, sino un conjunto de estados provinciales con atributos
nacionales”6. En palabras de Grimson:

“Nada tiene de malo, sino todo lo contrario, investigar seriamente si el hecho de haber vivido en
común y haber atravesado experiencias históricas produce ciertos modos de pensar, sentir o hacer
que sean compartidos en cualquier país. Lo que es riesgoso es que determinados grupos, en
función de ser mayoritarios o de detentar el poder, puedan imponer la idea de que la cultura
nacional es de determinada forma.”7.

Sin ánimos de parecer obsesivo o repetitivo, debo ser insiste y preguntar, ¿Quiénes somos?

6
Op. Cit, p.56.
7
Grimson, A. Mitomanías argentinas. Cómo hablamos de nosotros mismos, Bs.As. Siglo XXI Editores, 2012. Pág. 109.
NOTAS
i El proceso se inicia en 1806 con la primera de las invasiones inglesas a Buenos Aires y es en 1812 que se produce el
quiebre revolucionario con la sanción de la constitución de Cádiz que creaba una monarquía constitucional con el rey
ocupando un lugar en el poder ejecutivo. Ante su ausencia sería el Consejo de Regencia quien gobernaría en su nombre.
En América, el virreinato tenía sólo dos opciones viables para continuar: una era adherir a la constitución de Cádiz y
reconocer la nueva estructura del gobierno español como legítima, la otra era declararse insurgente y transitar el
camino de la revolución para aspirar a una autonomía política.
ii Chiaramonte, J.C.” Elogio de la diversidad” en Encrucijadas, N° 15, enero de 2002.
iii Siguiendo el planteo filosófico de Alberdi, los elementos que compondrían la nacionalidad no existen, sino que deben
ser ‘conquistados’.
iv Altamirano, Carlos, “La identidad nacional”, en Debates en la cultura argentina. 2005-2006, Osvaldo Pedrozo (coord.).
1º edición, Bs. As. Emecé. 2007, p. 22.
v Que no resulte pudorosa la lectura del término que establece de forma irónica una realidad latente aún en la
actualidad. La escuela es el aparato de reproducción ideológica del estado, encargada de distribuir los ideales de la clase
gobernante de turno, además de recalcar insistentemente el origen revolucionario de nuestro país y el incalculable valor
de nuestros próceres. Sin embargo, como todo elemento institucional del estado, establece relaciones desparejas de
poder, y es que es él quien se encarga de controlar los contenidos escolares, cabe preguntarnos ¿siempre habrán podido
ser imparciales?
vi Además de los colores elegidos para representar la simbología, las provincias del litoral tenían grandes diferencias
políticas y económicas con Buenos Aires y con quienes siguieran su línea ideológica. La liga de los pueblos libres
integrada por Santa Fe, la Banda Oriental y Corrientes no participa de la primera acta de independencia.
vii El general Artigas tuvo fuertes enfrentamientos con Buenos Aires, con quien tenía intereses contrapuestos, tanto
económicos como simbólicos, traducidos en una lucha por la hegemonía política.

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