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Holland
A todos ellos les hablo de la jornada más solitaria que jamás se haya emprendido, y
de las interminables bendiciones que ella trajo a la familia humana. Me re ero a la
solitaria tarea del Salvador de llevar Él solo la carga de nuestra salvación. Con toda
razón Él diría: “He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo…
Miré, y no había quien ayudara, y me maravillé que no hubiera quien [me]
sustentase”1.
Poco después, Él fue llevado ante los líderes israelitas de aquella época, primero
Anás, el antiguo sumo sacerdote, y luego Caifás, el sumo sacerdote de esos días. En
su prisa por juzgarlo, esos hombres y sus concilios declararon su veredicto con
rapidez e ira: “¿Qué más necesidad tenemos de testigos?”, exclamaron. “¡Es [digno]
de muerte!”2.
Después fue llevado ante los gobernantes gentiles del país. Herodes Antipas, el
tetrarca de Galilea, lo interrogó una vez, y Poncio Pilato, el gobernador romano de
Judea, lo hizo dos veces, declarando la segunda vez a la multitud: “…habiéndole
interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en este hombre delito alguno”3.
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19/2/2018 Nadie estuvo con Él - Jeffrey R. Holland
Entonces, en un acto que fue tan inexcusable como ilógico, Pilato “[azotó] a Jesús,
[y] le entregó para ser cruci cado”4. Las manos recién lavadas de Pilato nunca
pudieron haber estado más manchadas ni más sucias.
Ese rechazo, tanto eclesiástico como político, se volvió más personal cuando los
ciudadanos de las calles se volvieron también contra Jesús. Una de las ironías de la
historia es que junto con Jesús estaba encarcelado un verdadero blasfemo, un
asesino y revolucionario conocido como Barrabás, nombre o título que, en arameo,
signi ca “hijo del padre”5. Debido a que Pilato podía poner en libertad a un
prisionero, según el espíritu de la tradición de la Pascua, preguntó al pueblo: “¿A
cuál de los dos queréis que os suelte?”. Respondieron: “A Barrabás”6, de modo que
se puso en libertad a un impío “hijo del padre”, mientras que el Hijo
verdaderamente divino de Su Padre Celestial fue condenado a la cruci xión.
Éste fue además un tiempo de prueba entre aquellos que conocían a Jesús de
manera más personal. El más difícil de entender de este grupo es Judas Iscariote.
Sabemos que en el plan divino era necesario que Jesús fuese cruci cado, pero es
sumamente difícil pensar que uno de Sus testigos especiales que se sentó a Sus
pies, que lo escuchó orar, que lo vio sanar y que sintió su contacto, pudiese
traicionarlo a Él y a todo lo que representaba por treinta piezas de plata. Nunca en
la historia del mundo se ha comprado tanta infamia con tan poco dinero. No somos
nosotros los que hemos de juzgar lo que le espera a Judas, pero Jesús dijo del que
lo traicionó: “Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido” 7.
Naturalmente, había otros entre los creyentes que también tuvieron sus momentos
difíciles. Después de la Última Cena, Jesús dejó a Pedro, a Jacobo y a Juan
esperando mientras Él se fue solo al Jardín de Getsemaní. Postrándose sobre su
rostro en oración, “triste… hasta la muerte”8, dice el registro, Su sudor era como
grandes gotas de sangre9 mientras le suplicaba al Padre que pasara de Él esa copa
abrumadora y atroz. Pero, ciertamente, no pasaría. Al regresar de aquella
angustiosa oración, encontró dormidos a Sus tres discípulos principales, lo que lo
indujo a preguntar: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?”10. Esto
ocurrió dos veces más hasta que a la tercera Él dice con compasión: “Dormid ya, y
descansad”11, a pesar de que para Él no habría descanso.
Más tarde, después de que Jesús fue arrestado y presentado ante el tribunal,
Pedro, a quien se acusó de conocer a Jesús y de ser uno de Sus con dentes, niega
esa acusación no sólo una, sino tres veces. No sabemos todo lo que estaba
sucediendo allí, y tampoco sabemos si el Salvador les haya dado a Sus apóstoles,
en privado, algún consejo para que se protegieran12, pero sí sabemos que Jesús era
consciente de que ni siquiera esos seres tan queridos estarían con Él hasta el nal,
de lo cual ya le había advertido a Pedro13. Entonces, al cantar el gallo, “vuelto el
Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor… Y [él], saliendo
fuera, lloró amargamente”14.
Fue así que, por necesidad divina, el círculo de apoyo alrededor de Jesús se hace
más y más pequeño, dando un signi cado al corto versículo de Mateo: “…todos los
discípulos, dejándole, huyeron”15. Pedro permaneció lo su cientemente cerca
como para que se le reconociera y confrontara; Juan permaneció al pie de la cruz
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con la madre de Jesús. En especial y como siempre, las benditas mujeres en la vida
del Salvador permanecieron tan cerca de Él como pudieron; pero básicamente, Su
solitaria jornada de regreso a Su Padre siguió sin consuelo ni compañía.
Ahora hablo con sumo cuidado, incluso con reverencia, de lo que tal vez haya sido
el momento más difícil de todos en esta solitaria jornada hacia la Expiación. Me
re ero a esos momentos nales para los cuales Jesús debió haber estado
preparado intelectual y físicamente, pero para los que quizás no haya estado
preparado emocional ni espiritualmente, aquel descenso nal hacia la paralizante
desesperación de sentir que Dios lo había desamparado, cuando exclama en
suprema soledad: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”16.
Él había previsto la pérdida del apoyo de seres mortales, pero ciertamente no había
comprendido este último. ¿Acaso Él no había dicho a Sus discípulos: “He aquí, la
hora… ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis
solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo” y “…no me ha dejado solo el
Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”17?
La otra súplica que tengo para esta época de Pascua es que esas escenas del
solitario sacri cio de Cristo, marcados con momentos de negación, abandono y, al
menos una vez, con rotunda traición, nunca tenemos que repetirlas. Él ya caminó
solo una vez; ruego que Él nunca tenga que volver a confrontar el pecado sin
nuestra ayuda y socorro, que nunca vuelva a encontrar sólo espectadores
indiferentes cuando nos vea a ustedes y a mí a lo largo de SuVía Dolorosa en
nuestros días. A medida que se acerca esta semana santa —el jueves de Pascua
con su Cordero Pascual, el viernes expiatorio con su cruz, el domingo de
Resurrección con su sepulcro vacío— ruego que declaremos que somos discípulos
cabales del Señor Jesucristo, no sólo en palabra o en la a uencia de tiempos de
comodidad, sino en hechos, en valor y en fe, incluso cuando el sendero sea solitario
y cuando nuestra cruz sea difícil de llevar. Ruego que en esta semana de Pascua y
siempre permanezcamos al lado de Jesucristo “en todo tiempo, y en todas las cosas
y en todo lugar en que [estemos], aun hasta la muerte”21, porque ciertamente así
es como Él permaneció a nuestro lado, aun hasta la muerte y cuando tuvo que
estar total y de nitivamente solo. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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