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Cada dos años ese joven aparece por estos lados, nadie entiende la razón, simplemente está ahí, sentado sobre esa
banca todo el día, mirando a todo aquel que se le acerca, la primera vez que lo vi no tenía más de 6 años, ahora es
un adulto, pero no deja de tener esa cara de pequeño rebelde.
Cada dos años está ahí, entre asustado, intrigado y emocionado… siempre solo, vestido y peinado impecablemente.
Llega independiente de la lluvia o del sol ardiente, me provoca mucha curiosidad, quisiera ir a verlo, preguntarle
que está esperando, que necesita, pero mi personalidad no alcanza para tanto, solo lo veo por mi ventana.
Cada dos años aparece sin aviso, pero yo siempre estoy sacando cuentas y esperando su aparición, debemos tener
casi la misma edad, pero no solo cambia su aspecto físico, su mirada es más perdida y no me gusta, sin conocerlo
incluso veo que cambia su esencia. Cualquiera podría notarlo.
Vivo frente a la pequeña plaza en la que hace sus apariciones y ya pasó un año desde que lo vi la última vez, pensé
en el inmediatamente cuando mi hermano dijo que iban a cambiar la plazita, harían arreglos y nada sería como lo
era antes. Pensé en esa banca, que pasará en un año más cuando el venga… pasaron los meses y la sacaron, esa
oxidada banca con la pintura desteñida y descascarada ya no estaba.
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Se acercaba abril y según mis cálculos él estaba por llegar, mi estómago tenía nudos imposibles de deshacer.
Llegó. Estaba ahí parado sin saber qué hacer, estaba perdido buscando la banca y los recuerdos de esa plaza que
era ya tan distinta. Por primera vez en esos 16 años me atreví a verlo frente a frente dejando a un lado mi ventana
y las gruesas cortinas. Saqué mis temores y por fin tuve el valor para preguntarle que hacía cada vez que llegaba
ahí, a quien esperaba.
S G.