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Franco Fazoli
La invocación y el deseo conviven con la crítica y los símbolos patrios. La calle se privatiza
y pagamos peaje. Que se haya instalado el no lugar no significa que no busquemos un
lugar.
La soledad nos arrastra a la calle, ya no hay ira ni rebeldía. Salimos en busca de otra
mirada y no siempre la encontramos. La calle no es la misma y nosotros tampoco. Decir
público o privado me confunde. Las puertas se hicieron para abrir y cerrar, y luego
volverse a abrir. Sin bisagra no hay puerta. Lo mismo puedo decir de las ventanas, tienen
ritmos para respirar.
Gota a gota, como un péndulo o un metrónomo, tiqui tiqui, la decepción convive con el
optimismo. Destiñe y tiñe. El agua decolora.
Aquí una puesta en escena. Un altar o estupa, un espacio privado que abre sus puertas al
público, un espacio público que invita a la introspección, a la palabra íntima o la oración.
Los símbolos pueden ser religiosos, decorativos, conmemorativos, festivos, amuletos, y
compañeros, lo mismo da.
No son rastros de paloma, son colores derramados sobre el blanco del papel, sobre la
superficie de la pared, sobre el monumento central. Una puesta a punto del abismo, un
libro para colorear.
Supo haber un underground pochoclero y un espacio institucional. Se perdió el sentido de
lo contra cultural. El tótem está de fiesta: hay celebración. En la fiesta comparten el que
tiene calle y el que no la tiene.
Somos todos outsiders.