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ARTÍCULOS CLASICOS DE

ECONOMÍA

LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO


PROPIO DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Y DE LA POLÍTICA SOCIAL

La primera cuestión con que entre nosotros suele saludarse la


aparición, o el cambio de dirección, de una revista de las Ciencias
sociales, y ¿obre todo de Política social, es la <le cuál va a ser su
"tendencia"'. Tampoco nosotros podemos eludir la respuesta a tal
cuestión, y liemos de abordar su iplanteamiento de un modo más
fundamental, remitiéndonos a las advertencias consignabas en
nuestras palabras de "introducción". Ofrécesenos, pues, así ocasión
para dilucidar según las diversas orientaciones la índole peculiar
de una misión, a nuestro entender, "propia de las Ciencias socia-
les"; lo que, si no para el especialista, puede al menos ser útil para
más de un lector alejado <le la práctica del trabajo científico, por
más que con ello se trate, o, por mejor decir, precisamente por
tratarse de "perogrulladas".
Fin manifiesto del "Arcbiv" desde su fundación fue, a más de
ampliar nuestro conocimiento acerca de la "situación social de
todos los países", y por ende-, de los hechos ¡¡ositivos de la vida
social, el adiestrar también la facultad de enjuiciar los problemas
prácticos de esa vida y, de consiguiente—en la medida Tnodestí-
sima, por'cierto, en que se puede promover tal finalidad por profe-
sores ajeno» a la vida pública oficial—, la crítica de la labor polí-
tico-social práctica, basta llegar a la de los factores que la instituyen
legislativamente. Pero, a pesar de que el "Arcbiv" ba pretendido
mantenerse desde su comienzo siendo una revista exclusivamente
científica y en trabajar sólo con los medios propios d.e la investi-
gación científica, surgen por de pronto la pregunta de cómo puede
fundamentalmente conciliarse tal finalidad con el constreñirse a
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esos nuedios. Al permitirse «1 "Archiv" enjuiciar en sus columnas


las medidas legislativas o administrativas, o las propuestas o pro-
yectos prácticos para las mismas, ¿qué quiere dar a entender con
ello? ¿Qué normas hay para tales juicios? ¿Qué validez tienen
los juicios de valor, emitidos, quizá, a su vez, por el crítico o en
los que S'S basa el escritor que las propone? ¿A qué significación
tiende en el terreno de la investigación científica al tener que en-
contrarse la nota característica del conocimiento científico en el
valor "objetivo" de sus resultados como verdad? Expondremos en
primer lugar nuestros puntos de vista acerca de esta cuestión para
terminar luego con la siguiente: ¿En qué sentido "hay" en gene-
ral "verdades objetivamente válidas" en el campo de las Ciencias
de la vida cultural? Cuestión ésta que no puede pasarse por alto
en vista del continuo cambio y de la acerba' lucha en torno a los
problemas aparentemente clementalísimos de nuestra disciplina,
el método de su trabajo, el modo de formar sus conceptos y ,1a
validez de éstos. No pretendemos aquí ofrecer soluciones, sino pre-
sentar problemas, y problemas éstos a los que nuestra revista, para
cumplir con su misión actual y futura, tiene que dedicar su atención.

Todos sabemos que nuestra ciencia, como todas jas que tienen
por objeto procesos e instituciones de la cultura humana, con ex-
cepción, quizá, de la Historia política, parte ante todo histórica-
mente de puntos de vista prácticos. Su más inmediato y en primer
lugar único fin fue el ofrecer juicios de valor ncerca de determi-
nadas medidas económico-políticas del Estado. Era "técnica", por
ejemplo, en el sentido en que lo son también las disciplinas clíni-
cas de la ciencia médica. Hoy es ya notorio cómo se fue- alterando
tal posición, pero sin que hubiera llevado a cabo una distinción
de principio entre el conocimiento de "lo que es" y el de "lo que
debe ser". Contra tal separación se opuso en primer término el
parecer de que lo inmutable equivalía a la ley de la naturaleza
física, y luego el de que los procesos económicos se hallaban regi-
dos por un principio unívoco de evolución y que, por tanto, «/o
que debe ser» no se conciliaba—en el primer caso—con «lo que es»
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inmutablemente ni—en el segundo caso—con el inevitable devenir.


Con el despertar del sentimiento histórico conquistó la primacía
en nuestra ciencia una combinación de evolucionismo ético y de
relativismo histórico, combinación que intentó despojar de su ca-
rácter formal a las normas éticas, determinando lo "moral" por su
contenido mediante la inclusión de la totalidad de los valoréis cul-
turales t n el dominio de lo moral, y, de *ese modo, sobre funda-
mentos empíricos prebendió elevar la Economía política a la dig-
nidad de una "ciencia ética". Al investir al conjunto de todos los
¡díales culturales posibles con el sello de lo "moral" fue decayendo
la dignidad específica de los imperativos éticos, sin que, «n cambio,
se lograse en absoluto la "objetividad" de la validez de aquellos
ideales. Con todo, aquí no es permitido y tenemos que prescindir
dvs una explicación de principio sobre, ellos: únicamente nos aten-
dremos al hecho de que aún no se ha desvanecido hiy la opinión,
por otra parte muy comprensiblemente corriente, en especial en
¡os prácticos, de que la Economía política obtiene, y ha de obtener,
juicios di: vidor de una determinada "concepción económica del
mundo''.
¡Vuestra revi-ta, como patrocinadora de una disciplina empírica,
liene que rechazar fundamentalm-enle, como nos apresuramos a
opinar de antemano, tal opinión, pues sustentamos q'ie jamás pue-
de ser misión de una ciencia empírica el establecer normas e idea-
les obligatorios para derivar luego de ellos fórmulas para la
práctica.
Pero, ¿qué se sigue de esta tesis? De ningún modo el que los
juicios de valor, precisamente por fundamentarse «n última instan-
cia en ideales determinados y ser, por ende, de origen "subjetivo",
se hayan de substraer a la discusión científica. La práctica y el
fin de nuestra revista desautorizarían constantemente, por cierto,
una tesis semejante. La crítica no se detiene ante los juicios de
valor. El problema es más bien averiguar qué quiere decir y qué
se propone la crítica científica de los ideales y juicios de valor;
lo cual requiere una consideración algo más detenida.
Toda reflexión especulativa sobre los elementos últimos de la
actuación inteligente humana va ligada en primer termino a las
categorías de "fin" y de "medio". Queremos algo ia concreto o
'por su propia valic6Ídad", o como medio al servicio de lo que-
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rido en último término. Al alcance de la consideración .científica


se le ofrece, pues, de modo inmediato y absoluto el problema de la
udecuabilidad de los medios al fin propuesto. Y como somos ca-
paces (dentro de los respectivos límites de nuestro saber) de deter-
minar valederamente qué medios son o no apropiados para con-
ducir a un fin propuesto, podemos también, de esa manera,
.ponderar las posibilidades de alcanzar, en general, IKI fin deter-
minado con los medios de que disponemos, y, por ende, en razón
de la respectiva situación histórica, juzgar indirectamente el esta-
blecimiento mismo del fin como inteligente, o, por el contrario,
censurarlo como desatinado conforme a las condiciones de las cir-
cunstancias. Además, cuando se nos ofrece la posibilidad de al-
canzar un fin preestablecido, siempre naturalmente oentro de los
límites de nuestro respectivo saber, podemos establcrcr las conse-
cuencias que tendría la aplicación de los medios requeridos al logro
eventual -del fin pretendido, debido a la universal correlación de
todo acontecer. Y después ofrecemos al realizador la posibilidad
de ponderar estas consecuencias no, queridas frente a las queridas,
y, por tanto, la respuesta a la cuestión de cuánto "cuoita" la reali-
zación del fin pretendido en la' forma de un quebrant.iinianto,
probablemente eventual, de otros valore-s. Como en la gran mayo-
ría de los casos cada fin pretendido en este sentido "cuesta" algo
o puede costarlo, ninguna facultad reflexiva de los hombres res-
ponsablemente ejecutores puede prescindir de ponderar entre sí el
fin y las consecuencias del obrar, y el lograrlo es una de las fun-
ciones esenciales de la crítica técnica que hasta ahora hemos ve-
nido considerando. Pero «1 convertir en decisión esa misma pon-
deración ya no es,- por cierto, una tarea posible para la ciencia,
sino misión de la voluntad del homb.re: éste es quien pondera
y elige, conforme a su propia conciencia y a su personal concep-
ción del mundo, entre los valores de que se trate. La ciencia puede
procurarle la convicción de que todo obrar y, naturainiente, según
las circunstancias, el no obrar, significa para sus consecuencias
ponerse de parte á& determinados valores y, de consiguiente, —cosa
quo boy i?, reconoce con singular agrado—por lo regular contra
otros. La elección que 'haya de 'hacerse es de su incumbencia.
Lo que nosotras, además, podemos 'aún ofrecer para tal resolu-
ción es el conocimiento de la significación de aquello mismo que
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.se quiere. Podemos enseñarle a conocer los fines que pretende con-
forme a su conexión y sentido, y entre los cuales elige, mostrando,
nnte todo, y desarrollando ien conexión lógica las "ideas" basadas,
.o que pueden basaiise, en Jos fines concretos. Pues unas de las mi-
siones esencialísimas de toda ciencia es, evidentemente, alumbrar la
comprensión intelectual de esas "ideas" por las que, en parte, real-
menta y en parte imaginativamente, se ha combatido y S.D com-
bate. Ello no excede los límites de una ciencia que. aspira a la
"ordenación intelectual de la realidad empírica" por poco que los
medios, que sirvan para explicar los valores espirituales, sean "in-
ducciones" en el sentido usual de la palabra. Indudablemente esa
misión se íale, al menos en parte, del marco de la disciplina eco-
nómica en su corriente especialización por motivos d,i división del
trabajo; "trátase, pues, de una misión de la Filosofía de la sociedad.
Sólo que la fuerza histórica de las ideas ha sido, y es aún, tan po-
derosa para el desarrollo de la vida social, que nuestra revista no
eludirá nunca tal misión, cuya atención ha de incluirse en el ám-
liito de sus más importantes deberes.
Pero la explanación científica de los juicios de valor no sólo
facilitaría además el comprender y el revivir les fines pretendidos
y los ideales en que se basan, sino, sobre todo, el enseñar también
a "enjuiciar" críticamente. Esta crítica, por cierto, sólo puede tener
un carácter dialéctico, es decir, no puede ser más que un enjuicia-
miento lógico-formal del material yacente en las ¡deas y en los
juicios (ie valor históricamente dados, una comprobación de los
ideales a la luz del postulado de carencia de contradicción interna
lie lo querido. Proponiéndose ese fin, puede procurar a la volun-
tad humana el conocimiento mismo de aquellos axiumad últimos
en que se basa el contenido de su querer, de la última norma de
valor de la que parte inconscientemente, o —para sor consecuen-
te— de' la quiD tiene que partir. El hacer darse cuenta de estas
últimas normas que se manifiestan en juicios concretos de valor,
es ahora indudablemente lo último que, san entrar en el terreno
de la especulación, puede ofrecer aquélla. Si el sujeto que enjuicia
debe profesar esas normas últimas, es incumbencia per-onal suya y
cuestión alañente a su voluntad y a su conciencia, mas no propia
de su saber empírico. •
Una ciencia empírica no está capacitada para enseñar a nadi>e>
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lo que debe de hacer, sino sólo lo que puede y, en ciertas circuns-


tancias, lo que quiere hacer. Si es exacto que las ideologías perso-
nales suelen constantemente abrirse paso en el campo de nuestras
ciencias, también lo es que perturban d« continuo la argumenta-
ción científica, y es que hacen apreciar -de diversa manera la im-
portancia de los argumentos científicos hasta en el campo de la
investigación de las meras concatenaciones causales de los hechos,
¡i medida que el resultado aumenta o disminuye las posibilidades
de los ideales personales, es decir, la posibilidad -de querer algo
detierminado. También, sin 'duda, la dirección y colaboración dc
nuestra revista "creen que nada humano les sea ajeno" en este
aspecto. Pero de esta confesión <le debilidad 'humana a la creencia
en una ciencia "ética" de la Economía política, que hubiera de
producir ideales extraídos <le su> materia-, o normas concreta? por
aplicación a su materia de imperativos élico6 generales, va un largo
trecho. Aún es exacto algo más: precisamente aquellos elern.entO6
íntimos de la "personalidad", los supremos y últimos juicios de
valor que determinan nuestro obrar y dan sentido y significación
¡t nuestra vida, son sentidos por nosotros mi-rnos corno algo "ob-
jetivamente" valioso. Pues, en efecto, sólo podemos justificarlos
cuando ss nos presentan como válidos, como fluyendo de nuestros
supremos valores vitales y desplegándose de ese modo en la ¡uclia
contra las adversidades de la vida. Y seguramente la dignidad de
la "personalidad" yace encerrada en que hay para ella valores a
los que referir su propia vida, y tales valores están también en
algún caso singular exclusivamente dentro de ]a esfera de la pro-
pia inoividu'alidad, pues precisamente considera como idea a la
que referirse al "despliegue dc su actividad vital" en aquellos inte-
reses suyos para los que pretende la consideración dc valores. Sólo
en el supuesto previo de la creencia en valoreo tiene sentido el
justificar los juicios dc valor hacia el exterior. Pero icl enjuiciar la
validez de semejantes valores es materia de creencia, quizá, ade-
más, misión de la consideración y explicación íespeculatliva de la
vida <del mundo atendiendo a su sentido, mas no, por cierto, objeto
de una ciencia empírica en el sentido en que debe cultivarse ín
este lugar. Para esta distinción no tiene decisiva importancia
—como <a menudo se eréis—• el hecho empíricamente demostrable
. de que aquellos objetivos últimos sean variables y discutibles. Pues
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también el conocimiento de los principios más seguros de nuestro


saber teórico —por ejemplo1, el del «xacto de las ciencias naturales
o de las matemáticas—, ei> sólo, del mismo modo que el aguza-
miento y depuración de la conciencia, producto de la cultura. Pero
si pensamos en los problemas prácticos de la política económica
y social (ien el sentido usual de la palabra), aparece, en efecto, que
hay numerosas y hasta innumerables cuestiones singulares, para
cuya dilucidación se parte en universal conformidad de ciertos
fines propuestos como evidentes •—-piénsese, por ejsmplo, en los
créditos para calamidades públicas, en tareas concretas de higiene
social, en la asistencia a los pobres, en medidas tales coma la ins-
pección de las fábricas, los tribunales laborales, las bolsas de tra-.
bajó y, en gran parte, de la legislación protectora del trabajador—,
en los que al menos, aparentemente, sólo i-e pregunta por los me-
dios para alcanzar el fin. Pero, aun cuando quisiéramos aquí—cosa
ijue la ciencia jamás dejaría impune— tomar la apariencia de
evidencia por la verdad misma, y considerar los conflictos en que
incurre inmediatamente el intento de realización como meras cues-
tiones técnicas de oportunidad —cosa que razonablemente muchas
v.eces 'sería errónea— tendríamos, no obstante, que advertir que
también esa apariencia dje evidencia de las normas de valor regu-
ladoras desaparece tan pronto como ascendemos de los problemas
concretos de asistencia caritativo-policíaca, benéfica y económica
ÍI cuestiones de política económica y social. Lo típico del carácter
político-social de un problema es, por cierto, en verdad, que en
razón de meras consideraciones técnicas no haya de dedicir de fines
estables el que se pueda y se tenga que polemizar en torno a las
normas mismas de valor, porque» ol problema alcanza hasta la
región de las cuestiones generales de la cultura. Y se polemiza no
fiólo, como hoy nos agrada creer, entre "intereses de clase", sino
también entre concepciones del mundo, con lo que sigue en pie la
verdad, naturalmente absoluta, de que* para lo que representa
la conoepción del mundo del individuo suele ser deci.-ivo también,
además de muchas otras «esas y, por cierto, en medida muy pre-
ponderante, el gTado de afinidad electiva que la vincula con su
"interés de clase" —si por una vez aceptamos este concepto sólo
aparent&mente unívoco—. Lo cierto os, bajo cualesquiera circuns-
tancia, que cuanto "más general" es el problema de que se trata,
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es decir, en este caso: cuanto más extensa sea su significación cul-


tural, tanto menos asequible es una respuesta desde el fondo fiel
material del saber empírico, y tanto más se abren pa?o los último*.
y más sumamente personales axiomas de la creencia y de las ideas
de valor. Es. sencillamente una ingenuidad, aunque, corrientemente
creída por los especialistas, .el que sea menester formular "un prin-
cipio", sobre todo para la ciencia práctica de la Sociedad, y afir-
marlo científicamente oo'mo válido, del que. :luego se deducirían de
modo unívoco normas para la solución <le cada uno de los proble-
mas prácticos. Por muy necesarias que sean en la ciencia de la
sociedad las dilucidaciones, "basadas on principios", de los proble-
mas prácticos, es decir, la reducción de los juicios de valer, que se
imponen impensadamente, a su contenido ideal, y basta por muclio
que nuís'lra revista intente en especial dedicarse precisamente a'
ellas, ©1 establecimiento de un denominador común para nuestro
problema en forma de ideales últimos de general validez no puede
ser ni misión suya, ni, ien general, de ninguna cieuria empírica,'
pues como tal sería, no sólo prácticamente ini-olublc, sino en si
mismo contradictorio. Y si se prefiriese sean interpretados como
siempre el fundamento y naturaleza de la obligatoriedad de los
imperativos éticos, lo cierto es que de ellos, comic de normas para
la conducta concreta y condicionada del individuo, no pueden
deducirse 'terminantemente como debidos contenidos ciillur-'ilt's, y
precisamente tanto menos cuanto más extensos sean lo-- contenidos
<¡e que se trate. Únicamente las religiones positivas—diclio con
más precisión: las sectas dogmáticamente vinculadas—son capaces
de promover el contenido de los valores culturales a la dignidad
dr mandamientos óticos absolutamente válidos. Fuera de éstos hay
ideales culturales que el individúe quiere realizar y deberes ¿ticos
que debe cumplir de dignidad fundamentalmente desigual. El sino
de una época cultural, que se ha nutrido del árbol de la ciencia,
es t;nor que saber que no podemos descifrar el sentido de! aconte-
cer universal por ilos resultados, por muy perfectos que sean, de
su investigación, sino tiene que estar capacitada pava obtenerlo,
que l'as "concepciones deJ mundo nunca pueden ser producto de
un saber empírico progresivo, y que, por tanto, los ideales supre-
mos, que nos mueven poderosísi mámente, sólo se consiguen en
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toda época en lucha con oíros ideales, para los demás tan sagra-
dos como para nosotros los nuestros".
Únicamente un sincretismo optimista, resultado a veces del
relativismo histórico evolutivo, puede teóricamente lo'grar olvidar-
se de Ja considerable gravedad de esta situaoión, o esquivar prác-
ticamente sus consecuencias. Para el político práctico jus-tamente1
puede ser .tan obligatorio en un caso singular de manera evidente-
mente subjetiva el conciliar la divergencia de opiniones existente,
como el ponerse de parte de una de e'llas. Pero esto ni en lo más
mínimo tiene que ver nada con la "objetividad científica". La
"línea media" ni en un ápice es más verdad científica que los
extremos ideales partidistas de derecha o de izquierda. El interés
de la ciencia por su perduración jama? lia estado peor atendido que
allí donde no quieren verse en.su crudeza las realidades de la vida
y los hechos desagradables. El "Archiv" combatirá incondicional-
mente la costosa ilusión de que puedan lograrse, por Ja síntesis de
varias opiniones partidistas o por líneas intermedias entre las
mismas, normas prácticas de validez científica, pues aquella s?TÍa,
por gustarle 'encubrir relativistamente sus propias normas de va-
lor, mucho más peligrosa para ila imparcialidad de la investiga-
ción que la vieja e ingenua creencia d.e los partidos en la "demos-
trabilidad" científica de sus dogmas. Con lo que nosotros queremos
familiarizarnos con mayor intensidad cada vez, es con la facultad
de distinguir entre conocer y enjuiciar y con «1 cumplimiento, tan-
to del deber científico de percibir la verdad de los hechos posi-
tivos, como del deber práctico de luchar por los propios ideales.
Hay y sigue habiendo—esto es de lo que para nosotros se tra-
ta—para cualquier época una infranqueable diferencia entre si
una argumentación se dirige a nuestra sensibilidad y a nuestra
capacidad do eritusiasiuarmos por fines concretos y prácticos o por
iormas y contenidos culturales, o de si se dirige, en cuanto esté
en discusión la validez de normas éticas, a nuestra conciencia, o,
finalmente, a nuestra facultad y necesidad de ordenar intelectual-
mente la realidad empírica de modo que reclame su validez como
verdad empírica. Y esta proposición permanece siendo exacta, a
pesar de que, como ya se indicó, aquellos supremos "valores" del
interés práctico son y continuarán siendo siempre ele decisiva im-
portancia para la orientación que la adlividad ordenadora del jten-
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.«•amiento introduce continuamente en ol dominio de las ciencias


de la cultura. Pues íes y sigue siendo verdad que una demostración
científica metódicamente correcta en el dominio de las ciencias
sociales, si pretendo haber logrado su objetivo,- tiene que ser reco-
nocida como exacta hasta por un chino; o—dicho con más exac-
dtud—que tiene que aspirar siempre a ese fin quizá no plena-
mente alcanzable por falla de material; que hasta para él también
tiene, además, que ser válido el análisis lógico de un ideal conforme
a su contenido y a sus últimos axiomas, y la exposición de las
consecuencias resultantes de modo lógico y práctico de su prosecu-
ción, si han de considerarse como logradas en tanto que aquél puede
carecer de "oído" para nuestros imperativos éticos y <:n tan'to que
puede rechazar, y muchas veces, •seguramente, lo rechazará, ol ideal
mismo y las valoraciones concretas que de é'ste emanan, salvando
todos los respetos para el valor científico' de cualquier análisis
especulativo. Claro está que nuestra revista no va precisamente a
ignorar los constantes intentos inevitablemente reiterantes de de-
terminar de modo unívoco el sentido de la vida cultural, antes al
contrario, pues tales tentativas forman parte de les productos más
importantes de ésta y muchas veces constituyen sus elementóte im-
pulsores más poderosos. Por eso tenemos que seguir die cerca con
cuidadosa atención el curso de las discusiones, en este sentido
también "filosófico sociales". Y más aún: completamente lejos de
aquí se halla la infundada opinión de si las consideraciones de la
vida cultural, que intentan explicar el mundo metafísicamente,
trascendiendo la ordenación lógica de lo empíricamente dado, no
podrían cumplir, a causa de ese carácter suyo, ningún comdlido al
servicio del conocimiento. En qué estribaría esc cometido es en
primer término, sin duda, un problema de Teoría del Conocimien-
to, cuya solución puede y tiene que soslayarse aquí para nuestros
fines. Porque una cosa hemos de afirmar para nuestra labor: una
revista de ciencia social en nuestro sentido1, en tanto se dedique a
la ciencia, debe ser un lugar en el que se busque la verdad, que
reclama la validez de una ordenación lógica de la realidad empí-
rica aun para los chinos, siguiendo nuestro ejemplo.
Verdad es que los redactores, ni a sí mismos, ni a sus colabo-
radores podrían prohibirles en absoluto el expresar en juicios de
valor los ideales que les animan. De lo que resultan estíos impor-
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tantes deberes: en primer lugar, el que ellos mismos y los lectores


adviertan claramente cuáles son las normáis con que 6e ha de
medir la realidad y de las que ha de derivarse el juicio de valor,
en vez de, como ocurre con demasiada frecuencia, dejarse engañar
•respecto a los conflictos entre ideales por una imprecisa ensambla-
dura de los valores de la más variada especie, y querer "ofrecer
algo a cada uno". De cumplirse estrictamente ese deber, la actitud
apreciativa en el mero interés científico sería entonces, no sólo
inofensiva, sino inmediatamente útil y hasta la indicada, por cier-
to: en la crítica científica de los proyectos legislativos y de las de-
más propuestas prácticas, el esclarecimiento de los motivos del le-
gislador y de los ideales del autor criticado en su amplitud muchas
veces apenas podrá reducirse a forma claramente inteligible más
que por la confrontación de las normas de valor que la fundamen-
tan con otras, y en este caso, na<ruralmente, con las mejores: con
las prepias. Toda valoración inteligente de una voluntad extraña
no puede ser más que crítica surgida de una "ideología" propia,
lucha contra el ideal extraño desde ©1 campo del ideal propio. Por
consiguiente, si en cada caso el supremo axioma vatorativo que
sirve de fundamento a un querer práctico, debe no sólo afirmarse
y analizarse científicamente, sino demostrarse en sus referencias a
otros axiomas de valor, es precisamente inevitable la crítica "posi-
tiva" por la exposición coherente de estos últimos.
Por eso en las columnas de esta revista—especialmente en el
comentario legislativo—, adamas de la ciencia de lo social—la orde-
nación lógica de los hechefe posi'üvos—, habrá también de ha-
blarse ineludiblemente de la política social—la exposición de loe
ideales—. Pero no pretendemos con ello hacer pasar por "ciencia"
a polémicas de tal clase y nos guardaremos con toda? nuestras
fuerzas de entremezclarlas y confundirlas. Porque ya no es la
ciencia la que habla y el segundo mandamiento1 fundamental de la
imparcialidad científica es, por consiguiente, hacer en tales casos
comprensible al lector (y, volveremos a decirlo, sobre todo, a sí
mismoi en todo momento, qué y dónde cesa de hablar el investi-
gador especulando y comienza a hacerlo con su voluntad el ser
humano, cuándo se dirigen los argumentos a la razón y cuándo al
sentimiento. La constante 'confuirjón do la discusión científica de
los hechos con el razonamiento valoraíivo es siempre, en efecto,

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ima de las peculiaridades más extendidas, pero también de las


más n-iScivas, de los quehaceres de nuestra disciplina. Contra tal
confusión, mais no precisa menUie contra • la defensa de los ideales
propios, se encaminan das precedentes explicaciones. La carencia
de opiniones y la "objetividad" científica no tienen en modo algu-
no afinidad íntima entre sí. El "Archiv" no es, al menos atendiendo
a su inte.noión, ni tampoco lo deberá ser nunca, lugar donde se
lleve a efecto la polémica contra determinados partidos políticos o
pollítico-sociales, ni mucho menos donde &e baga propaganda a
favor o en contra de ideales políticos o de política social; para
ello hay otros órganos. Justamente lo característico de la revista
más bien ha consistido desde su>s comienzos, y habrá de seguir
siéndolo en tanto 'ello dependa de su dirección, en que en ella co-
incidan en la labor científica enconados adversarios políticos. No
ha sido hasta ahora ningún órgano "socialista", ni en lo futuro lo
será "burgués". No excluye de su colaboración a nadie que quiera
colocarle en el terreno de la discusión científica. No pued.e cons-
tituir una palestra de "contestaciones", réplicas y súplicas, pero
tampoco protege a nadie, ni siquiera a sus colaboradores, y mucho
menos a sus redactores, contra la "exposición a 'la crítica científica
objetiva, por enconada que pueda imaginarse. Quien no pueda so-
portar, o sostenga la opinión de no querer colaborar con gente que
trabaje al servicio de ideakls diversos al suyo, aunqi:e lo sean de
mero conocimiento científico, que se quede alejado cíe ella.
Pero, por cierto, ahora—y no queremos engañarnos acerca de
culo1—prácticamente con .esta última frase se ha dicho desgraciada-
mente más de lo que a primera visita parece. En primer lugar, como
ya se ha significado, la posibilidad de coincidir imparciahnente con
adversarios políticos en un campo neutral—social o ideal—en to-
das partes tiene, por desgracia, según enseña la experiencia, sus
límites psicológicos, y sobre todo en la situación de Alemania. De
por sí, como un signo de estrechez fanática y partidista y de cul-
tura política apenas desarrollada, digna de ser incondicionalmente
combatida, para una revista como la nuestra logra ese- factor un
refuerzo muy considerable, por la circunstancia de que, en el cam-
po de la!s ciencias sociales, las que, según la experiencia, impulsan
por lo regular el desenvolvimiento d.e los problemas científicos 6on
las "cuestiones" prácticas, de tal modo que el mero reconocimiento
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de la existencia de un problema científico se halla en unión per-


sonal con una voluntad resueltamente decidida de hombres diná-
micos. En las columnas de una revista, que bajo el influjo del
'interés general se funda para un problema concrelo, coinciden, por
lo regular, como colaboradores personas que dedican su interés
personal a «se problema, porque les parece que determinadas si-
tuaciones concretas se encuentran en contradicción con valores
ideales, en los que creen y que ponen en peligro a tales valores.
La afinidad electiva de semejantes ideales mantendrá entonces la
consistencia de esa colaboración y hará que se consigan para ella
nuevos elementos, lo que imprimirá a la revista, a't menos en el
manejo de los problemas políticos de práctica social, un "carácter"
determinado, como inevitable fenómeno concomitante de toda co-
laboración entre hombres de viva sensibilidad, cuya posición valo-
rativa respecto de Jos problemas, aun en la mera labor tnórica,
no siempre se reprime por completo, y ante la crítica de los
proyectos prácticos y de las medidas adoptadas se expresa también
—en los supuestos antes discutidos-—de modo totalmente legítimo.
Pues bien, el "Archiv" se fundó en un período en <el que determi-
nados problemas prácticos de la "cuestión obrera", en el sentido
tradicional de la palabra, ocupaban el primer plano en las discu-
siones de las ciencias sociales. De ahí que precisamente aquellas
personalidades para quienes 6on los problemas que se pretendía
tratar estaban enlazadas las ideas de valor supremas y decisivas y
que por eso se hicieron sus colaboradores más regulares, fueran
también al mismo tiempo defensores de una concepción cultural
cohonestada de modo igual o al menos semejante por aquellas
ideas de valor. Pues todo el mundo sabe también que, cuando la
revista se negaba decididamente a la idea de seguir una ''tenden-
cia", limitándose expresamente a la discusión "científica" e invi-
tando explícitamente a los "partidarios de todos los campos polí-
ticos", poseía de seguro, a pesar de ello, un "carácter" en el sentido
anteriormente indicado, creado por el círculo de ¿us ordinarias
colaboradores; hombres, en general, que, a pesar de cualquier otra
diferencia ds opiniones, tenían muy presente la protección de la
salud física de les trabajadores y el facilitarles la participación
creciente en los bienes materiales y espirituales de nuestra cultura,
y, como fin—pero también como medio—, la alianza de la inter-
436 AnTICl'LOS CLASICOS DE ECONOMÍA [ R . E . P., VII, 2-3

vención del Estado en la esfera material de los intereses con el


libre progreso ulterior de la ordenación jurídica y política exis-
tente, y que afirmaban para el presente el desarrollo capitalista
—cualquiera que fuese su opinión sobre la estructuración del cr-
den social en un futuro ¿lejano—, y no porque les pareciese el
mejor frente a las formas más antiguas de organización social, sino
por considerarlo como prácticamente ineludible, y poique ic-1 inten-
to de una lucha de principios contra él les parecía, no un auxilio,
sino una traba para el ascenso de la clase trabajadora a la luz de
la. civilización. Ante la situación hoy existente en Alemania—que
no requiere aquí explicación más detallada—era ello, y aun lo
sería hoy, inevitable. En efecto, favoreció directamente con éxito
positivo Ja universalidad de la participación en las discusiones
científicas y constituyó para la revista un factor de fortalecimien-
to-, y hasta—bajo las circunstancias dadas—quizá uno de los títulos
que justificaron su existencia.
Es, pues, indudable que el desplegar un "carácter"' ,en este sen- .
tido puede significar en una revista científica un peligro para la
imparcialidad dell trabajo científico, y en realidad tieno que, signi-
ficarlo si la selección de los colaboradores fuera sistemáticamente
parcial: en este caso, el cultivo de ese "carácter," significaría prác-
ticamente lo mismo que la existencia de una "tendencia"'. Los
redactores tienen plena conciencia de la responsabilidad impuesta
por esta situación y no intentan ni modificar sistemáticamente el
carácter del "Arcliiv", ni conservarlo artificialmente limitando a
sabiendas el cuadro de sus colaboradores a científicos de determi-
nadas orientaciones partidistas; lo aceptan como un hecho exis-
tente y aguardan su posterior "evolución". De qué modo se des-
arrollará en el futuro y se transformará, quizá, a consecuencia de
la ineludible ampliación del cuadro de colaboradores, ello depen-
derá, en primer término, de la índole de aquellas personalidades
. que se incorporen a ese cuadro con intención de dedicarse a la
labor científica y !se habitúen o permanezcan en las columnas de
la revista, y dependerá, además, de la ampliación del campo de
problemas, cuyo fomento es el fin que se propone esta revista.
Con esta advertencia llegamos a la cuestión, hasta ahora aún
no dilucidada, de la delimitación material de nuestro campo de tra-
bajo, a la que, empero, no se le puede dar solución sin desarrollar,
JUMO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 437

sobre todo aquí, también el problema referente a la naturaleza


del fin -del conocimiento propio de las ciencias sociales. Hasta aho-
ra, mientras distinguíamos fundamentalmente entre "juicios de
vaJor" y "conocimiento empírico", suponíamos que se dalia en
realidad una especie de conocimiento absolutamente válido, es
decir, una ordenación lógica de la realidad empírica en el campo
de las ciencias «ocíales. Ta'l suposición hasta tal punto se convierte
ahora en problema, que tenemos que dilucidar qué puede signifi-
car en nuestro campo la "validez" objetiva de la ve.rdad a que
aspiramos. Que el problema como tal existe y no se inventa aquí
por mera sutileza, no puede escapársele a nadie que observe y vea
la lucha acerca del método, "conceptos fundamentales:"', hipótesis,
los constantes cambios de "puntos de vista" y el persistente y nuevo
definir los "conceptos" aplicados, y como todavía siguen separadas
las formas de consideración teórica e histórica por un abismo
aparentemente insalvable: "do6 Economías políticas", como se que-
jaba generalmente en sus tiempos' un desesperado examinando
vienes. ¿Qué quiere decir aquí objetividad? Esta cuestión es la
que únicamente pretenden dilucidar las explicaciones que siguen.

I I

La revista, desde sus comienzos, ha tratado como económico-


sociales los asuntos de que se ocupaba; ipues bien, por poco sentido
que tenga el ocuparse aquí de definiciones conceptuales y de deli-
mitaciones de la ciencia, hemos de poner en claro sumariamente
lo que ello significa.
El que nuestra existencia física, así como la satisfacción de
nuestras necesidades más espirituales, tropiece por doquier con la
limitación cuantitativa y la deficiencia cuantitativa de los medios
externos necesarios para ello, y él que necesite para su satisfacción
del cuidado metódico y del trabajo, de la lucha con'tra la natura-
leza y do la asociación humana, es, expresado del modo más im-
preciso posible, el hecho constitutivo fundamental en el que se
aglutinan todas aquellas manifestaciones designadas por nosotros
como' "económico-sociales" en su más amplio sentido. La cualidad
de un 'proceso como manifestación "económico-social'1 no es, pues,
438 AHTICliLOS CLASICOS DE ECONOMÍA [ R. E. P., V I I , 2-3

algo que como tal se Je adhiera "objetivamente". Más bien está


condicionada por la orientación de nuestro interés cognoscitivo,
tal como ésta resulta de Ja específica significación cultural que
«tribuímos en cada caso al proceso correspondiente. Donde quiera
que un proceso de 'la vida cultural, 'en aquellas partes de su pecu-
liaridad en las que estriba para nosotros su significación específica,
esté ligado directamente, o de manera por mediata que sea, a aquel
hecho constitutivo, allí se encierra, o por lo menos, si el caso
ocurriera, puede encerrar, un problema de ciencia social, es decir,
un tema para una discipüina que tenga como objeto propio el
esclarecimiento del alcance de aquel hecho constitutivo- funda-
mental.
Podemos, pues, distinguir dentro de los problemas econóinico-
6oc¡aJes procesos y complejos de tales normas, instituciones, etc.,
cuya significación cultural estriba en esencia para nosotros en 6U
aspecto económico, los cuales nos interesan fundamentalmente 6Ólo
desde ose punto de vista—como, por ejemplo, procesos bursátiles
y bancarios—. Esto ocurrirá, por lo general (aunque no quizá ex-
clusivamen'te), cuando se trate de instituciones creadas o utilizadas
conscientemente para fines económicos. Podríamos designar en
sentido estricto a tales objetos de nuestro conocimiento como pro-
cesos, o bien instituciones "económicas". Aparecen junto a ellos
otros que—como, por ejemplo, los jwoccsos de Ja vida religiosa—
no nos interesan, o all menos no en primer término, desde el punto
de vista de su significación económica, ni a causa de ésta, pero que
en ciertas circunstancias, bajo ese aspecto, adquieren importancia,
porque de ellos proceden efectos que nos interesan desde puntos
de vista económicos: son fenómenos ".económicamente relevantes".
Y, finalmente, entre tales fenómenos no "económicos", en nuestro
sentido Jos hay cuya eficacia económica no tiene para nosotros
ninciin interés o Jo tiene escaso (como, por ejempilo, la orientación
del gusto artístico de una época), a su vez, «n algiin caso y en
ciertos aspectos importantes de su peculiaridad, están conjunta-
mente incluidos de manera más o menos' vigorosa por motivos
económicos; por consiguiente, en nuestro caso, por ejemplo, por
la naturaleza de la estructura social del público interesado en el
arte: son fenómenos condicionados económicamente. Ese complejo
de relaciones humanas, de normas y de situaciones normativamente
JUMO-DBBE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 439

determinadas que llamamos "Estado" es, para citar un ejemplo


relativo a fl'a Economía política financiera, un fenómeno "económi-
co"; en tanto que influye legislativamente, p de otro modo, en la
vida económica (y, por cierto, también allí donde otros puntos de
vista totalmente diversos determinan de modo ccnscien'te su com-
portamiento) es "económicamente'relevante", y en tanto que, por
último, su comportamiento y su naturaleza, aun en sus relaciones
distintas a las económicas, están conjuntamente determinados por
motivos económicos, es un fenómeno "económicainonte condicio-
nado". De suyo se comprende, por lo expuesto, que el ámbito de
los fenómenos "económicos" es, por una parte, fluctuante y no
delimitable rigurosamente, y, por otra, líos aspectos "económicos"
de un fenómeno acaso no sean en modo alguno, por cierto, sólo
"•económicamente condicionados", o sólo "económicamente efica-
ces", y que en general un fenómeno no conserva la cualidad de
"económico" más que en tanto y sólo basta el punto en que nuestro
interés se aplique exclusivamente a la significación que aquél posee
para la lucha material por Ja existencia.
Ocúpese, pues, nuestra revista, como la ciencia económico-social
desde Marx y Roscher, no sólo de los fenómenos "económicos", sino
también de los "económicamente relevantes" y de los ''.económica-
mente condicionados". El ámbito de los objetos de tal especie se
extiende, por cierto,—de modo fluctuante atendiendo a las respec-
tivas orientaciones de nuestro interés—de una manera patente a
la totalidad de Jos procesos culturales. Los motivos específicamente
económicos—es decir, los que en su peculiaridad significativa para
nosotros están ligados a aquel hecho constitutivo fundamental—ee
tornan eficientes en todas partes donde la satisfacción de una ne-
cesidad, por inmaterial que sea, esté ligada al empleo d.e medios
externos limitados. Por eso su impulso ha decidido y transformado
en general, no sólo la forma de satisfacción, sino también el con-
tenido de das necesidades culturales, aun las de naturaleza más
íntima. La influencia indirecta de las relaciones, instituciones y
grupos humanos que se hallan bajo la presión de intereses "mate-
riales" se extiende (muchas veces inconscientemente) sin excepción
por todos los ámbitos culturales hasta los más delicados matices
de la sensibilidad estética o religiosa. Los procesos de la vida ordi-
naria, no menos que los acontecimientos "históricos" de la alta
440 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

política, y tanto las manifestaciones colectivas y de masas como


las actuaciones "singulares" de las estadísticas, o las producciones
literarias o artísticas individuales, están influidos por tales moti-
vos: están " económicamente condicionados". Por otra parte, el con-
junto de todas las manifestaciones y condiciones vitales de una
civilización históricamente dada influyen sobre la configuración
tle las necesidades materiales, sobre eu satisfacción, sobre la forma-
ción do tes grupos de intereses materiales y sobre la naturaleza de
sus recursos y, de ese modo, sobre la naturaleza del curso del "des-
arrollo económico": se torna en "económicamente relevante". En
tanto nuestra ciencia achaque en regresión causal ¡as manifesta-
ciones culturales económicas a causas individuales—-de carácter
económico o no—, aspira a un "conocimiento histórico"; en tanto
persiga en su significación cultural un elemento específico de los
fenómenos culturales (el económico) a través de las más diversas
relaciones de la cultura, aspira a una interpretación histórica desde
un específico ipunto de vista y ofrece una imagen parcial, un tra-
bajo preparatorio, para un pleno conocimiento histórico.
Porque, si bien no se da un problema económico-social donde
quiera qué ocurra como caiü-a o consecuencia una actividad de fac-
tores económicos—pues tales problemas sólo se originan allí donde
la significación de esos factores es precisamente problemática y
exclusivamente comprobable de modo cierto aplicando el método
de la ciencia económica—, sí se da, en cambio, en el ámbito casi
ilimitado del campo <le actividad del modo d.e ver económico-
social.
Ya nuestra revi'sta, autolimitándose deliberadamente, ha renun-
ciado en general, ha9ta ahora, a cultivar una serie completa de
dominios especiales sumamente importantes de nuestra disciplina,
tales como, por ejemplo, la Economía descriptiva, la Historia de
la Economía en sentido estricto y la Estadística. Del mismo modo
ha abandonado a otros órganos la dilucidación de las cuestiones
técnicas financieras y de los problemas técnico-económicos de la
formación de mercados y precios en la moderna Economía de
cambio. Constituyen su campo de su actividad ciertas situaciones
de intereses y determinados conflictos (surgidos del papel dirigente
d«l capital en busca de empleo en la economía de las modernas
naciones civilizadas) en su significación actual y en su desarrollo
JUMO-DBRR. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 441

histórico. No se ha ilimitado, además, a I06 problema? prácticos y


de evolución histórica denominados "cuestión social" en sentido
estricto, es decir, las relaciones de las modernas clases asalariadas
con ©I orden social existente. Claro esíá que la preocupación cien-
tífica -por el interés, que precisamente por tal cuestión especial se
generalizó entre nosotros en el transcurso de estos ochenta años,
tenía que constituir para ella, en primer lugar, uno de sus temas
esenciales; sólo que cuanto más se convertía la atención de las
relaciones laborales en objeto de la actividad legislativa y de la
discusión pública, aun entre nosotros, el centro de gravedad del
trabajo científico más tenía que desviarse de la comprobación de
las conexiones más universales referentes a tales problemas y des-
embocar así en la tarea de un análisis de todos los problemas
creados por la naturaleza peculiar de los fundamentos económicos
de nuestra cultura, y en cuanto que problemas culturales específi-
camente modernos. La revista ha comenzado, pues, a ocuparse
también muy pronto de las situaciones más diversas de la vida,
en parle "económicamente relevantes", en parte "económicamente
condicionadas", de las demás grandes clases de las modernas na-
ciones civilizadas y de sus relaciones históricas, estadísticas y teó-
ricas entre sí. Sólo lograremos sacar consecuencias de tal conducta
considerando como el campo más propio de la actividad de nuestra
revista la investigación científica de la significación civilizadora
general de. la estructura cconómico-social de la vida colectiva hu-
mana y sus formas históricas de organización. A esto, y no a otra
cosa, aludimos al designar a nuestra revista "Archiv lür Sozialwis-
ssnchaft". Con tales palabras ha de comprenderse aquí la dedica-
ción a los. mismos problemas cuya solución práctica es objeto de
la "Política social" en el más amplio sentido de la palabra. Utili-
zamos el derecho de aplicar la expresión "social" en su significa-
ción determinada por concretos problemas actuales. Si se- pretende
denominar "ciencia de la cultura" a disciplinas tales como las que
se ocupan de los procesos de la vida humana desde el punto de
vista de su significación cultural, entonces la ciencia social, en el
sentido que aquí le damos, pertenece a esa categoría. Pronto ve-
remos cuáles son las consecuencias fundamentales que ello acarrea.
Es indudable que el destacar el aspecto económico-social de la
vida cultural significa una limitación muy sensible de nuestra ma-
442 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

teria. Diríase que di punto de vista económico o, como con poca


exactitud se ha dicho, el .punto de visía "materialista" desde el que
aquí se considera la vida cultural es "unilateral". Cierto es, y tal
unilateraüdad es premeditada. La creencia de que la misión del
progresivo trabajo científico es remediar "la unilat^ralidad" del'
punto de vista económico para extenderla a una ciencia social
general, adolece, ante todo, del defecto de que el punto de vista
de lo "social" y, por tanto, de la relación entre hombres, sólo posee
alguna precisión, suficiente para delimitar problemas científicos,
cuando está dotado de algún predicado especial en cuanto a su
contenido. De lo contrario, concebido como objeto de una ciencia,
comprendería, naturalmente, por ejemplo, tanto a la Filología
como a la Historia de la Iglesia y, especialnrente, a todas aquellas
disciplinas que se ocupan del más importante elemento constitutivo
de toda vida cultural: el Estado, y de la forma más importante
de su regulación normativa: el Derecho. Que la Economía social
se ocupe de relaciones "sociales" es un motivo tan exiguo para
concebirla como precursora necesaria de una "ciencia social ge-
neral'', como lo es, por ejemplo, el hejclio de que se ocupe de los
fenómenos vitales, para obligar a considerarla como parte de la
Biología, o el de que se interese 'por los acontecimientos que ocu:
rren en un cuerpo celeste para considerarla como parle de una
Astronomía artificialmente corregida y aumentada. No son lias co-
nexiones pc'iitivas de las "cosas", sino las conexiones mentales de
los problemas las que fundamentan los campos de actividad de las
ciencias: allí donde se afronta con nuevos métodos un problema
nuevo y se descubren de ese modo verdades que abren nuevos pun-
tos de vista significativos, allí surge una nueva "ciencia".
No es, pues, casualidad alguna que el concepto de lo "social",
que .parece tener un sentido por entero general, en cuanto se le
examina atendiendo a su aplicación, lleve siempre consigo una
significación muy especial específicamente matizada, aun cuando,
en la mayor parte de los casos, imprecisa; lo "general" en él no
estriba en otra cosa más que en su indeterminación precisamente.
Tomándolo en su significación "general" no1 ofrece, por cierto,
ningún punto de vista específico desde el cual pueda aclararse la
significación de determinados elementos, culturales. Liberados de
la anticuada creencia «n que el conjunto de los fenómenos cultu-
JUMO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 443

rales puede deducirse como iproducto o como función de situa-


ciones "materiales" de interés, creemos por nuestra parte, sin em- .
bargc, que el análisis de los fenómenos sociales y de los procesos
culturales desde eJ punto de vista especial de su dependencia y
alcance económicos era, y seguirá siendo también en cualquier
futuro previsible, prudentemente aplicado y desprovisto de parcia-
lidad dogmática, un principio científico de creadora fecundidad.
La llamada "concepción materialista de la historia" como "concep-
ción del mundo", como denominador común de la explicación cau-
sal de la realidad histórica, ha de rechazarse de la manera más
categórica, mas el atender a la interpretación económica de la
historia es uno de los fines fundamentales de nuestra Revista. Lo
cual requiere una explicación más detallada.
La llamada "concepción materialista de la historia", en su
viejo y genial sentido primitivo, cual el del manifiesto comunista,
impera hoy probablemente tan sólo en las mentes de los profanos
y de los meros aficionados, en los que, por cierto, aún sigue difun-
dido ©1 singular fenómeno de no encontrar satisfacción para su
exigencia causal de explicar una manifestación histórica, en tanto
no se acrediten (o aparenten acreditarse) como tomando parte en
ésta, sea corno sea y no importa dónde, causas económicas; pero
cuando así ocurre, vuelven a contentarse con hipótesis manidas y
las frases más comunes, porque ya entonces 6e satisface su exigencia
dogmática de ser los "impulsos" económicos "genuino^" los únicos
"verdaderos"', los "decisivos por doquier en última instancia".
.El fenómeno no es, por supuesto, nada extraordinario. Casi todas
las ciencias, desde la Filología a la Biología, han pretendido en
ocasiones ser creadoras, no sólo de un saber especializado, sino
también de "concepciones del mundo". Y bajo la impresión de la
enorme significación cultural de las modernas revoluciones eco-
nómicas y, sobre todo, de la extraordinaria gravedad de la "cues-
tión obrera", por este camino se escapa naturalmente el inextirpa-
ble impulso monista de todo conocimiento que no sea crítico
respecto a sí mismo. El mismo impulso favorece a la Antropología,
ahora que se libra ccn creciente acritud la lucha política y político-
comercial de las naciones entre sí ipor el dominio del mundo; pues
está muy extendida la creencia de que "en último término" todo
acontecer histórico es resultado del juego recíproco de "cualidades
444 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

raciales" innata?. En vez de la mera descripción acrítica de las


"mentalidades nacionales" apareció la exposición más acrítica aún
de singulares "teorías de la sociedad" con fundamento "científico-
natura)!".
En nuestra Revista seguiremos atentamente la evolución de la
investigación antropológica en tanto que adquiera importancia
para nuestro punto de vista. Es de esperar que la situación, en que
la atribución causal de los acontecimientos culturales a la "raza"
únicamente documenta nuestra ignorancia —lo mismo que, por
ejemplo, la referencia al "milieu" o, anteriormente a las "circuns-
tancias temporalles"—, vaya siendo superada progresivamente por el
trabajo metódicamente realizado. Si ailgo le ha perjudicado hasta
ahora a esta investigación ha sido la idea de- celosos aficionados de
que para el conocimiento de la cultura podría realizarse algo espe-
cíficamente distinto y más importante que el ampliar la posibilidad
de atribuir más seguramente singulares acontecimientos culturales
concretos de fia realidad histórica a causas concretas históricamente,
dadas por medio de la adquisición de materiales de observación
exactos, recogidos desde específicos puntos de vista. Únicamente en
tanto en que puedan ofrecer esto, tienen sus resultados interés para
nosotros y califican a la "Biología racial" de algo más que un pro-
ducto de la moderna fiebre científica de fundamentación.
Lo mismo ocurre con la importancia de la interpretación eco-
nómica de lo histórico. Si tras un período de ilimitada exageración
hoy casi corre el riesgo de ser subestimada en su capacidad de ren-
dimiento científico, ello es consecuencia de la sin par carencia do
crítica con que la interpretación económica da la reallidad se em-
plea como método "universal", en el sentido de deducir todos los
fenómenos culturales —es decir, todo lo que en ellos es para nos-
otros esencial— como en última instancia condicionados cconómi-
micamente. Actualmente la forma lógica en que se presenta no es
por completo uniforme. Donde se ofrecen dificultades para la pura
explicación económica se tienen disponibles diversos medios para
mantener su validez general como factor causal decisivo. O bien
todo lo que en la realidad histórica no es deducible de motivos
económicos se maneja, justamente per ello, como "contingencia"
sin significación científica, o bien se amplía el concepto de lo eco-
nómico hasta desfigurarlo, de tal modo que todos los intereses hu-
manos en alguna manera ligados a medios externos se incluyan en
JUMO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DFL CONOCIMIENTO... 445

aquel concepto. Si históricamente es indiscutible que en do6 situa-


ciones semejantes desde el punto de vista económico se haya reac-
cionado, sin embargo, de manera diferente —a consecuencia de las
iliferencias entre las determinantes políticas y religiosas, climática?
y demás innumerable^ no económicas—, .para mantener la supre-
macía de lo económico se degradan a "condiciones" históricamente
accidentales todos aquellos factores bajo Jos cuales actúan como
''causas" los motivos económicos. Pero es evidente, que todos aque-
llos factores "accidentales" para la consideración económica obe-
decen cada uno a sus propias leyes, enteramente en el mismo sen-
tido que los económicos, y que para un modo de ver que persigue
su específica 'significación las respectivas "condiciones" económicas
son tan por completo en el mismo sentido "históricamente acci-
dentales" cora» a la inversa. Un intenso muy en boga de poner en
salvo frente a 'esto la significación predominante de lo económico
consiste, por último, en explicar la constante acción recíproca o
subordinada de los elementos singulares de la vida cultural en una
dependencia causal o funcional de uno con respecto a los otros,
o más bien, de todos los demás con respecto a uno: el económico.
Donde una determinada institución singular no económica haya
desempeñado históricamente también una determinada "función"
al servicio de intereses económicos de clase, es decir, se haya tor-
nado en aprovechable para éstos donde, por ejemplo, determinadas
instituciones religiosas se dejen emplear, y quizá se empleen, como
"policía clandestina", la institución entera se concibe, o como crea-
' da para esta función, o —muy metafísicamente— como troquelada
por una "tendencia evolutiva" procedente de lo económico.
Hoy ya para ningún especialista es suficiente la explicación de
que esta interpretación del fin del análisis económico cultural haya
údo el resultado, en parte, de una determinada coyuntura histó-
rica, que encaminaba su interés científico a determinados proble-
mas culturales económicamente condicionados, y, en parte, de un
patrioterisTno científico rabiosamente exclusivista, y porque en la
actualidad tal explicación, por Jo menos, está anticuada. La reduc-
ción sólo a causas económicas exclusivamente nunca es en sentido
alguno exhaustiva en ningún campo de los fenómenos culturales,
ai siquiera en el de los acontecimientos económicos. En principio,
una 'historia bancaria de cualquier nación que, para su explicación,
446 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P^ VII, 2-3

pretendiera referirse a motivos económicos sería, naturalmente, tan


totalmente imposible como, por ejemplo, una "interpretación" de
la Madona Sixtina, partiendo de los fundamentos económico-so-
ciales de la vida cultural en la época de su creación, y en manera
alguna sería, en principio, más agotadora que, por ejemplo, el
derivar el capitalismo de ciertas transformaciones de las convic-
ciones religiosas que intervinieron en la génesis del espíritu capi-
talista, o, por ejemplo, el derivar cualquieT creación política de las
condiciones geográficas. En todos estos casos, para medir la impor-
tancia que hemos de conceder a las condiciones económicas, lo
decisivo es la clase de causas que han de imputarse a aquellos ele-
mentos específicos del fenómeno respectivo a los que, en el caso
particular, atribuimos significación. Pero la razón del análisis uni-
lateral de la realidad cultural desde puntos de vista específicos —en
nuestro caso de su condicionalidad económica— proviene, ante
todo, de manera meramente metódica de la circunstancia de que
el adiestramiento visual en la observación de los efectos de cate-
gorías causales cualitativamente homogéneas y el manejo constan-
te del mismo mecanismo metodológico ofrecen todas las ventajas
de la división deíl trabajo. No es "arbitrario", en tanto que el re-
sultado hable en su favor, es decir, en tanto que procure el co-
nocimiento de concatenaciones que demuestren ser valiosas para
la atribución causal de acontecimientos históricos concretos. Pero
la "wiilateralidacL''' e irrealidad de la pura interpretación económi-
ca de lo histórico no es, en suma, más que un caso especial de un
principio muy umversalmente válido para el conocimiento cientí-
fico de la realidad cultural. Esclarecer éste en sus fundamentos
lógicos y en sus consecuencias metódicas generales es la finalidad
esencial de la siguiente exposición.
Un análisis científico decisivamente "objetivo" de la vida cul-
tural o lo que quizá dé a entender algo más estricto, p'ero, para
nuestro fin, nada sin duda esencialmente distinto de los "fenómenos
sociales"', no existe independientemente de puntos de vista espe-
ciales y "unilaterales" con arreglo a los cuales sean esos fenómenos
elegidos —expresa o tácitamente, consciente o inconscientemente—
como objeto de investigación y analizados y coordinados en forma
descriptiva. La razón estriba en lia peculiaridad del propósito cog-
noscente de cada trabajo científico-social que pretenda superar una
JUN1O-DBRE. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 447

consideración estrictamente formal de Jas normas —jurídicas o con-


vencionales—'de la coexistencia social.
La ciencia social a que queremos dedicarnos es una ciencia de
la realidad. Pretendemos comprender en su peculiaridad 'la reali-
dad vitaíl que nos rodea y en la cual estamos inmersos: por un
lado, la conexión y la significación cultural de sus fenómenos sin-
gulares en su contextura actual, y por otro, los motivos de su modo
histórico de ser así y no de otra manera. Ahora bien, tan pronto
como tratamos de reflexionar sobre la manera en que la vida nos
sale directamente al encuentro, ésta nos ofrece "en" y "fuera" de
nosotros una diversidad absolutamente infinita de acontecimientos
que surgen y se desvanecen sucesiva y simultáneamente. Y la in-
finitud absoluta de esa diversidad aún subsiste intensivamente y
cié ningún modo aminorada.cuando consideramos aisladamente un
"objeto" singular —por ejemplo, un acto concreto de trueque—,
es decir tan pronto como queramos intentar seriamente describir
siquiera este "singular" objeto de manera exhaustiva en todas sus
partes constitutivas, y no digamos cuando pretendemos concebirlo
en su dependencia causal. Por eso todo conocimiento reflexivo de
la realidad infinita por medio de la limitada inteligencia humana
se basa en el supuesto tácito de que en cada caso únicamente una
parte limitada de aquélla ha de constituir el objeto de la compren-
sión científica, de que sólo esa parte ha de ser "esencial" en el
sentido de "digna de saberse". Pero ¿con arreglo a qué principios
se etlegirá esta parte? Siempre se creyó poder hallar la caracterís-
tica decisiva, aun en las ciencias culturales en último término, en
la repetición "regular" de determinadas concatenaciones causales;
y eso que entrañan >en sí las "leyes" que podemos reconocer en el
curso infinitamente variable de 'los fenómenos, ha de ser en ellas
—según esta concepción—lo único científicamente "esencial": tan
pronto como hayamos, ya con los medios de la inducción histórica
general, demostrado como vellida sin excepción la "legalidad" de
una concatenación causal, o ya reducídola a evidencia inmediata-
mente perceptible para la experiencia interna, se subordina en
efecto, a cualquier fórmula así encontrada cualquier número de
casos iguales por grande que se le imagine.
Lo que por la realidad individual, tras esta exaltación de lo
"legal", queda siempre sin comprender, o- bien se considera como
448 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

un remanente aún no elaborado científicamente que ha de ser in-


cluido en el sistema "legal" mediante un perfeccionamiento cada
vez mayor de éste, o bien se deja, por lo general, aparte como "acci-
dental", y, precisamente por eso, como científicamente inesencial,
justamente porque no es "explicable legalniente" y, por tanto, no
pertenece al "tipo" de proce-o, de ahí que no pueda 6er objeto
más que de "curiosidad superflua". Por este motivo 6e füé impo-
niendo —incluso en representantes de la Escuela histórica— la con-
cepción de que el ideal que persigue todo conocimiento, por tanto,
el conocimiento cultural también, y puede perseguirlo aun cuando
para un lejano futuro, es un sistema de axiomas del que pudiera
"deducirse" Ja realidad. Sabido es que un (prohombre de da ciencia
natural lia creído poder calificar la meta ideal (de hecho, inaccesi-
ble) de una elaboración semejante de la realidad cultural como un
conocimiento "astronómico" de los acontecimientos de la vida. Por
muy discutidas que hayan sido estas cosas, no cejaremos en el em-
peño de observar también por nuestra parte a'lgo más de cerca esa
cuestión. Ante todo, salta a Qa' visita que ose conocimiento "astronó-
mico" a que se alude no es ningún conocimiento de leyes, sino que
las "leyes" con las que trabaja, las toma más bien como hipótesis
para su trabajo de otras disciplinas como, por ejemplo, de la Me-
cánica. Pero él mismo se interesa por la cuestión de que resultado
individual produce el efecto de aquellas leyes sobre una situación
individualmente configurada aíl tener esas situaciones individuales
importancia para nosotros. Toda situación individual, que por él
nos es "explicada" o vaticinada, se comprende que sea sólo causal-
mente explicable como consecuencia de otra igualmente individual
que la precede, y así hasta remontarnos por la niebla gris del más
remoto pasado; pero la realidad a la que se aplican las leyes per-
manece siempre idénticamente individual, idénticamente poco in-
fcrible de leyes. Un "estado originario" cósmico que llevara en sí
un carácter no individual o menos individual que la realidad cós-
mica del presente, sería, por supuesto, una idea absurda: Pero ¿no
se agita como un duende por nuestro campo de trabajo un residuo
de representaciones semejantes en esas hipótesis, ya decididas ius-
naturalistamente, ya acreditadas por la "observación" de los pue-
blos primitivos, de "estados originarios" económiccsociales sin
"accidentalidades" históricas, como, por ejemplo, la del comunismo
JUMO-DBBE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 449

agrario .primitivo, la "promiscuidad" sexual, etc., de las que des-


pués surge en lo concreto Ja evolución histórica individual por
una especie de .pecado original?
Punto de partida del interés científico-social es, pues, sin duda,
la configuración real y, por consiguiente, individual de la vida so-
cial culturad que nos rodea en su conexión universal —pero no por
eso naturalmente menos individualmente .configurada— y en su
desarrollo evolutivo, partiendo de otras situaciones sociales cultu-
rales a su vez evidentemente de índole individual. Muéstrase aquí,
de modo .manifiesto en dimensiones específicamente ampliadas, jus-
to el «stado de cosas que hemos ejemplificado con la Astronomía,
como un caso límite (también utilizado normalmente por Jos lógi-
cos al'mismo fin). Mientras que en la Astronomía para nuestro in-
íerés sólo se tienen en cuenta los cuerpos celestes en sus relaciones
ciwntitativas susceptibles de exacta medición, en la ciencia social
lo que nos interesa es la matización cualitativa de los aconteci-
mientos. Añádase a esto que en las ciencias sociales se trata de la
acción conjunta de acontecimientos espirituales, cuya "compren-
sión" por experiencia posterior es naturalmente un problema de
distinta naturaleza específica que la de los que pueden o .pretenden
resolver en general las fórmulas de exactitud del conocimiento na-
tural. En todo caso, estas diferencias no son en sí, por lo general,
tan de principio como a primera vista .parece. Tampoco pueden
prescindir de cualidades las ciencias exactas de la naturaleza —ex-
ceptuando la Mecánica pura—; además, en nuestra materia espe-
cial tropezamos también con la opinión —por cierto equivocada—
de que al menos el fenómeno del tráfico en la Economía monetaria
es cuantificable y, justamente por eso, "iegalmente" comprensible;
y finalmente depende de lo reducido o amplio de la extensión del
concepto "ley" el que se pretenda o no entender también por le-
yes aquellas regularidades que, per no ser cuantificables, no son
susceptibles de ser comprendidas numéricamente. En cuanto con-
cierne especialmente al concurso de motivos "espirituales" éste no
excluye, en todo caso, di establecimiento de reglas del obrar ra-
cional y, sobre todo, aún hoy no se ha desvanecido por' completo
la opinión de que el tema de la Psicología sea desempeñar un papel
comparable al de las Matemáticas en cada una de las "ciencias del
espíritu", all tener que analizar los complicados fenómenos de la

20
450 ' ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., V I I , 2-3

vida social, atendiendo a sus condiciones y efectos psíquicos, refe-


rir éstos a los factores psíquicos más sencillos posibles, clasificar
de nuevo a estos últimos conforme a su especie, e investigarlos en
sus conexiones funcionales. Con lo que se habría creado, ¿i no una
"Mecánica", sí, por cierto, una especie <le "Química" de la vida
social en su fundamento ipsíquico. No pretendemos decidir aquí si
tales investigaciones proporcionarían en cualquier momento resul-
tados individuales valiosos y—lo que es distinto—útiles ;para las
ciencias de la cultura. Pero esto no tendría la menor importancia
para la cuestión de si puede lograrse el fin perseguido por el cono-
cimiento económico-social en nuestro sentido, es decir el conoci-
miento de la realidad en su significación cultural y en su conexión
causal mediante la búsqueda de lo que se repite con regularidad.
Suponiendo que, ya ipor medio de la Psicología,1 ya por otros ca-
minos, se lograse un día analizar, en vista de cualesquier últimos
"factores" simples, todas las concatenaciones causales de los acon-
tecimientos de la convivencia humana observados en cualquier mo-
mento y además todas Ia9 imaginables en un futuro cualquiera y lue-
go incluirlas de manera exhaustiva en una monstruosa casuística
de conceptos y do normas de rigurosa validez legal, ¿qué signifi-
caría su resultado para el conocimiento «leí mundo cultural histó-
ricamente dado o siquiera para el de cualquier fenómeno particu-
lar de éste—por ejemplo, para el capitalismo—en su evolutivo
desurrollo histórico y en su significación cultural'? Como medio
de conocimiento, tanto y tan poco como, por ejemplo, un diccio-
uario -de los compuestos químico>-orgánicos para el conocimiento
biogenético del inundo animal y vcgelal. En uno y en otro caso se
habría realizado un trabajo preparatorio, sin duda importante y
útil; ipcro, tanto en el uno como en el otro, jamás se deja la reali-
dad de la vida deducir de aquellas "leyes" y "factores", y no tanto
porque algunas fuerzas superiores y misteriosas ("dominantes", "en-
télequias", o como se las quiera llamar) no hubieran de estar hin-
cadas en les fenómenos de la vida —lo que ya de por sí constituye
un problema—, sino simplemente porque a nosotros en el conoci-
miento de la realidad lo que nos interesa es la situación en que se
encuentran aquellos "factores" (hipotéticos) agrupados en un fenó-
meno cultural para nosotros históricamente significativo y, porque
si quisiéramos "explicar causalmente" esa agrupación individual,
JUNIO-DBKK. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 451

tendríamos que recurrir siempre a otras agrupaciones igualmente


individuales, .partiendo de las cuales la "explicaríamos", utilizando
naturalmente aquel (hipotético) concepto "de ley". Por consiguien-
te, comprobar aquellos (hipotéticos) "factores" y "leyes" sólo sería
para nosotros, en todee caso, el primero de los diversos trabajos que
nos llevarían al conocimiento que aspiramos. El análisis y exposi-
ción ordenadora de la agrupación individual siempre históricamen-
te dada de tales "factores" y de su concurso, así concreto y condi-
cionado y significativo en su género, y, sobre todo, la explicación
del fundamento e índole de esta significación sería la ulterior cues-
tión, que habría que resolver, por cierto, empleando ese trabajo
preparatorio, pero totalmente nueva c independiente frente a él.
La tercera sería ed remontarse a los orígenes ele cada una de las
peculiaridades individuales significativas para el presente de estas
agrupaciones en su desarrollo evolutivo, ¡penetrando lo más posible
en el pasado y en su explicación histórica, partiendo de nuevo de
precedentes situaciones individuales; y finalmente una cuarta ima-
ginable sería la valoración de futuras situaciones.
Para todos estos fines, la existencia previa de conceptos claros y
efl conocimiento de aquellas (hipotéticas) leyes habría de ser evi-
dentemente de gran valer como medio de conocimiento —pero úni-
camente como tal— y hasta en absoluto indispensable para este fin.
Pero incluso en esta función se advierte en seguida, en un extremo
decisivo, el límite de su a'lcancc y con su comprobación hemos con-
seguido la definitiva peculiaridad del modo <le ver científico-cul-
tural. Hemos calificado de "ciencias culturales" a aquellas disci-
plinas que aspiran a conocer líos fenómeno» de la vida en su signi-
ficación cultural. Pero la significación de la contextura de un fe-
nómeno cultural y la razón de tal significación no puede ser infe-
rida, fundamentada y hecha inteligible ,por ningún sistema de con-
ceptos de ley, por acabado que sea, ya que supone la referencia de
los fenómenos culturales a ideas de valor. El concepto de cultural
es un concepto valorativo. La realidad empírica es para nosotros
"cultura" porque, y en tanto en que la ponemos en relación con
ideas de valor, abarca aquellas partes esenciales de la realidad que
se nos hacen significativas mediante esa relación, y sólo- aquéllas.
Una parte diminuta de Ja realidad individual considerada en cada
caso va siendo matizada por nuestro interés condicionado poT aque-
452 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA IR. E. P., V i l , 2-3

lias ideas de valor; ¿ólo ella tiene significación para nosotros y la


tiene ,j>orque revela relaciones que para nosotros son interesantes
a consecuencia de su enlace con ideas de valor; sólo porque, y en
tanto que es así, es para nosotros digna de ser conocida en su pecu-
liaridad individual. Pero aquello que tiene significación para nos-
otros no lia de concluirse naturalmente por medio de investigación
alguna "libre de bipótesis" de lo empíricamente dado, sino que
es su comprobación la que es supuesto previo para que algo se con-
vierta en objeto de la investigación. Lo significativo aun en cuanto
tal no coincide naturalmente con ninguna ley como tal y por cierto
tanto menos cuanto más validez general tenga esa ley. Pues la sisi-
nificación c-pccífica que para nosotros tiene una parle integrante
d« la realidad no se encuentra, como es natural, precisamente en
aquellas de sus relaciones que comparte en todo lo' posible con
muchas otras. La referencia de la realidad a ideas de valor que le
confieren su significación, y el destacar y disponer ordenadamente
las parles integrantes de la realidad de esc modo matizadas, par-
tiendo del punto de vista de su significación cultural es un criterio
enteramente heterogéneo y dispar frente al análisis de la realidad,
atendiendo a leyes y a su disposición ordenada en conceptos gene-
rales. Ambos modos de ordenación mental de la reatf'idad no tie-
nen entre sí ninguna clase de relaciones lógicas necesarias. Pueden
coincidir una vez en algún caso particular, pero con las más fata-
les consecuencias cuando esta concurrencia fortuita engaña respecto
a la declinación de sus principios. La significación cultural de un
fenómeno, por ejemplo, del cambio de la economía monetaria,
puedo consistir en que aparezca como un fenómeno de masas al
ser éste im componente fundamental de la vida cultural de nuestro
tiempo. Pero luego, es precisamente el hecho histórico de que des-
empeñe este papel lo que hay que hacer comprensible en su sig-
nificación cultural, lo que hay que explicar causalmente en su ori-
gen histórico. La investigación de la naturaleza general dcil cambio
y de la técnica del moví miento del mercado es un trabajo preli-
minar sumamente importante e indispensable. Pero con ello no
sólo no se ha contestado a la cuestión de cómo, pues, obtuvo histó-
ricamente d cambio su actual significación fundamental, sino que,
sobre todo, no se infiere de ninguna de aquellas "leyes" lo que nos
importa saber en primer término: la significación cultural de la
JUMO-DBHE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 453

Economía monetaria, por cuya causa, en efecto, tan sólo nos inte-
resamos por aquella descripción -de la técnica comercial y sólo por
la cual hay una ciencia hoy que se ocupa de esa técnica. Las carac-
terísticas específicas del cambio, de la compraventa, etc., interesan
a los juristas, mas a nosotros lo que nos interesa es justamente ana-
lizar el (problema de la significación cultural' del hecho histórico
de que el cambio en 'la actualidad sea un fenómeno de masas. Si
liubjere de explicarse, si .pretendiéronlos comprender que es lo que
distingue a nuestra cultura económica-social de la cultura de la
antigüedad, por ejemplo (en la que el cambio ostentaba, sin duda,
exactamente las mismas cualidades específicas que boy), y en qué,
por consiguiente, consiste la significación de la "Economía moneta-
ria", es cuando resaltarían en la investigación principios lógicos de
origen por completo heterogéneo: nosotros emplearemos como me-
dios expositivos aquellos conceptos que nos facilitan el investigar
los elementos genéricos de los fenómenos económicos de masas,
precisamente en tanto en que en ellos -se'contengan elementos cons-
titutivos muy relevantes de nuestra cultura. Pero no sólo no se lo-
gra la finalidad.de nuestro trabajo mediante la exposición, por
minuciosa que sea, de esos conceptos y leyes, sino que la cuestión
de lo que habrá de constituir el objeto del cultivo intelectual es-
pecífico, no está en manera alguna "libre de supuestos", sino íleci- •
dida precisamente en vista de la signiftención que para la cultura
poseen determinados elementos de aquella infinita diversidad a
que llamamos "comercio". Aspiramos precisamente al conocimien-
to de un fenómeno histórico, es decir, de un fenómeno significativo
en sn singularidad. Y ello, por otra parle, es decisivo, pues sólo
por eü supuesto de que únicamente una parte limitada de la infi-
nita multitud de los fenómenos sea significativa, resulta en gene-
ral lógicamente absurda la idea de un conocimiento de fenómenos
individuales. Incluso con el conocimiento más amplio concebible
de todas las "leyes" del acontecer nos quedaríamos perplejos ante
la cuestión siguiente: ¿Cómo es en general posible la explicación
causal de un hecho individiud, cuando ya hasta una descripción
del más pequeño sector de la realidad jamás es concebible, en
efecto, como exhaustiva? El número y la naturaleza de las causas
determinantes de cualquier acontecimiento individual es, sin duda,
siempre infinito y no existe ninguna característica situada en las
454 AHTICULOS CLASICOS DK ECONOMÍA | R. E. P., V I I , 2-3

cosas inisnias que permita separar una parte de ellas como la única
que haya de ser tenida en cuenta. Un caos de "juicios de existen-
cia" sohre innumerables observaciones particulares sería lo único
que conseguiría el intento <le un. conocimiento de la realidad seria-
mente "libre de supuestos". Y basta este resultado sería sólo ien
apariencia posible, pues la realidad de cada percepción singular
muestra, examinada de cerca hasta una multitud de elementos sin-
gulares, que nunca ipucden ser puestos de manifiesto de modo ex-
haustivo en juicios de' apercepción. En este caos solamente introduce
orden la circunstancia de que en todo caso sólo una parte de la
realidad concreta tiene interés y significación para nosotros, porque
sólo ella está referida a ideas culturales de valor con las que abor-
damos la realidad. Sólo determinados aspectos de los fenómenos
particulares, siempre infinitamente diversos, aquellos a los que
atribuímos una general significación cultural, son, por consiguiente,
dignos de conocimiento, y ellos solos son objeto de explicación
causal. Aun esta misma explicación causal vuelve a ofrecer luego
igual fenómeno: y una regresión causal exhaustiva a partir de
cualquier fenómeno concreto en su plt'.tui realidad no sólo es
prácticamente imposible, sino, sencillamente, una quimera. Sólo
elegimos aquellas causas a las que en cada caso particular han de
atribuirse los elementos "esenciales'" de un acontecer: y la cuestión
causal, cuando se trata de la peculiaridad de un fenómeno, no es
una cuestión acerca de leyes, sino de conexiones causales concretas;
no una cuestión de a qué fórmula ha de subordinarse' el fenómeno
como modelo, sino la cuestión de a qué situación individual ha de
atribuirse el fenómeno como resultado: es cuestión de imputación.
Cada vez que se tenga en cuenta la explicación causal de un "fenó-
meno cultural" —de un "individuo histórico", como diríamos refi-
riéndonos a una expresión ya utilizada ocasionalmente en la meto-
dología de nuestra disciplina y cuyo uso se está consagrando ahora
en la lógica en formulación más precisa—, el conocimiento de las
leyes que lo causan puede ser, no fin, sino medio de la investi-
gación. Nos facilita y hace posible la imputación causal de los
elementos de' los fenómenos culturalmcnte significativos en su in-
dividualidad a sus causas concretas. En tanto, y sólo en tanto lo
logra, es valiosa para el conocimiento de conexiones individuales.
Y cuanto más "generales", es decir, más "abstractas" las leyes,
JU.MO-DBRE. J 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CO.VOCIMIENTO... 455

tp_nto menos satisfacen las necesidades de la imputación causal


de los fenómenos individuales y con ello, indirectamente, el com-
prender la significación de los acontecimientos culturales.
¿Qué se sigue, pues, de todo esto?
Evidentemente, no por cierto que no tenga justificación cien-
tífica alguna en el campo de las ciencias culturales el conocimiento
de lo general, la formación de conceptos genéricos abstractos, el
conocimiento de regularidades y. el intento de formulación de
concatenaciones "legales". Todo lo contrario; si el conocimiento
causal del historiador es el atribuir resultados concretos a causas
co'ncretas en general, no es posible una imputación válida de cual-
quier resultado concreto sin el empico de un conocimiento nomo-
lógico—conocimiento de las regularidades de las concatenaciones
causales—. Si a un elemento singular individual de una concate-
nación en la realidad hay que atribuirle in concreto significación
causal para el efecto de cuya explicación causal se trata, esto sólo
puede ser efectivamente determinado, en caso de duda, mediante
la valoración de los influjos que generalmente solemos esperar de
él y de los demás, para la explicación de los elementos del mismo
complejo que se consideran: regulan cuáles son los efectos uade-
ti/rtc/os" de los elementos causales de referencia. Hasta qué punto
el historiador (en él más amplio sentido de la palabra), con su
fantasía, alimentada por la experiencia, personal de la vida y metó-
dicamente ejercitada, puede efectuar con seguridad esa atribución
y hasta qué punto ha de conformarse1 con el auxilio de ciencias
especiales que se la faciliten, es cosa que depende del caso par-
ticular. Pero en todos lados, y lo mismo también en el campo de
los procesos económicos complicados, la certeza de la atribución
es tanto mayor, cuanto más seguro y amplio sea nuestro conoci-
miento general. No perjudica en lo más mínimo a esta posición
el que en esto, y asimismo en todas las llamadas "leyes económi-
cas "sin excepción, se trate siempre, no de conexionas "legales" en
ti estricto sentido exacto de las ciencias naturales, sino de conexio-
nes causales adecuadamente expresadas en reglas, de una aplica-
ción de la categoría de la "posibilidad objetiva", que no hay que
analizar aquí con más detalle. Precisamente la exposición de tales
regularidades no es solamente fin, sino medio del conocimiento, y
si tiene o no sentido ofrecer como "ley" en una fórmula una regula-
456 ARTÍCULOS ci.AStcos DE ECONOMÍA ÍR.E. P., VII, 2-3

ridad de enlace causal reconocida por la experiencia cotidiana, ello


es en cada caso particular una cuestión de conveniencia. Si para
las exactas ciencias de la naturaleza las leyes son tanto más impor-
tantes y valiosas cuanto mayor sea su validez universal, para el
conocimiento de los fenómenos históricos en su condición concreta
las leyes más generales, por más vacías de contenido, son, por lo
regular, también las más carentes de valor; pues cuanto más general
sea la validez de un concepto«genérico—su alcance—, tanto más
nos aparta de la exuberancia de la realidad, ya que para contener,
en efecto, lo común del mayor número posible de fenómenos, tiene
que ser lo más abstracto posible y, por consiguiente, lo más pobre
de contenido. El conocimiento de lo general en las ciencias cultu-
rales nunca es para nosotros valioso por sí mismo.
Lo que ahora, como resultado de lo hasta aquí dicho se infiere
es que un manejo "objetivo" de les acontecimientos culturales en
el sentido-de que la reducción de lo empírico a "leyes" haya de
considerarse como fin ideal del trabajo científico, es absurdo. Ello
rio es, por ejemplo, como se afirma con frecuencia, porque los
acontecimientos culturales, o también los acontecimientos espiritua-
les, transcurran "objetivamente" con menos regularidad, sino: 1.",
porque el conocimiento de las leyes sociales no es conocimiento de
lo real social, sino uno de los diferentes medios auxiliares que utili-
za nuestra pensamiento a tal efecto, y 2.°, porque ningún conoci-
miento de los acontecimientos sociales es concebible sino sobre la
base de la significación que para nosotros tiene la realidad de la
vida, de naturaleza individual siempre, en determinadas relaciones
singulares. En qué sentido y en qué relaciones ocurre así no hay
ley ninguna que nos lo descubra, por determinarse con arreglo a
ideas de valor, desde las cuales consideramos en cada caso la "cul-
tura". Esta, desde el punto de vista del hombre, es un fragmento
limitado, provisto de sentido y significación, de la incomprensible
infinitud del acontecer universal. Lo >es para el hombre, aun cuan-
do éste se oponga como enemigo mortal a una civilización concreta
y desee -"la vuelta a la naturaleza", pues sólo puede adoptar esta
íictitud aplicando a tal civilización concreta sus ideas de valor y
hallándola "demasiado liviana". A este hecho, puramente lógico-
formal, se alude al referirnos aquí a la sujeción lógicamente nece-
saria de todos los individuos históricos a "ideas de valor". Supuesto
JUMO-OBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... . 457

trascendental de toda ciencia de la cultura no es, por ejemplo, que


encontremos valiosa una determinada "civilización", o, en general,
cualquier "civilización", sino que somos hombres culturales, do-
tados de capacidad y voluntad para adoptar conscientemente una
actitud frente al mundo y para conferirle un sentido. Cualquiera
que sea este sentido conducirá a que, partiendo de él, juzguemos
en la vida determinados fenómenos de la convivencia humana, a
que adoptemos frente a ellos una actitud como significativa (posi-
tiva o negativamente). Cualquiera que sea el contenido de esta
actitud, tales fenómenos tienen para nosotros significación cultural
y en esa significación estriba únicamente su interés científico. Por
consiguiente, cuando se hable aquí—aceptando la terminología de
los lógicos modernos—de la condicionalidad del conocimiento cul-
lural por las ideas de valor, es de esperar no estemos sujetos a
errores tan groseros como el de la opinión de que la significación
(ultural sólo ha de atribuirse a fenómenos valiosos. Tan fenómeno
cultural es la prostitución, como la religión o el dinero, porque
todos tres, y sólo porque, y sólo en tanto que su existencia y la for-
ma que históricamente adoptan, atañen directa o indirectamente a
nuestros intereses culturales y excitan nuestro deseo de conoci-
miento desde puntos de vista derivados de las ideas de valor, las
cuales hacen significativa para nosotros la parte de la realidad
mentada en aquellos concepto?.
Como se infiere de ello, todo conocimiento de la realidad cultu-
ral es siempre un conocimiento desde puntos de vista específica-
mente peculiares. Cuando exigimos como supuesto elemental del
historiador y del investigador de lo social que sea capaz de dis-
tinguir lo importante de lo no importante y que para tal distinción
(Usponga de los "puntos de' vista" necesarios, únicamente se quiero
significar que debe saber referir—consciente o inconscientemente—
los acontecimientos de la realidad a "valores culturales" universa-
les, y después obtener las conexiones que sean significativas para
nosotros. Si con frecuencia cunde la opinión de que aquellos pun-
tos de vista podrían ser "inferidos de la materia misma", ello nace
de la ingenua ilusión del. especialista, que no se fija en que, do
antemano, y en virtud de las ideas de valor con las que inconscien-
temente se ha acercado a la materia de una infinitud absoluta ha
destacado una parte tan exigua como aquella cuya consideración a
458 AKTICUI.OS CLASICOS DE ECONOMÍA [ R . E. P., V I I , 2-3

él sólo le interesa. En esta selección, que consciente o inconscien-


temente se realiza siempre y en todas partes, de "aspectos" singu-
lares y especiales del acontecer, impera también aquel elemento
(leí trabajo científico cultural en que se basa la afirmación hecha
con frecuencia de que lo "personal" de una obra científica es lo
en sí propiamente valioso; que. tiene que expresarse en toda obra
"una personalidad", si realmente ha de ser digna de existir. Cierto
es: sin las ideas de valor del investigador no habrá principio al-
guno para elegir el material, ni tampoco ningún conocimiento
inteligente de lo real individual, y como sin la creencia del inves-
tigador en la significación de cualquier contenido cultural todo
trabajo para el conocimiento de la realidad individual es por com-
pleto absurdo, la orientación de su creencia personal, el reflejo de
los valores en el espejo de su alma, le indicará el rumbo para su
trabajo. Y los valores, a los que el genio científico refiere los ob-
jetos de su investigación, serán decisivos para determinar la "con-
cepción" de toda una época, es decir, susceptibles de ser decisivos,
no sólo para lo que se considere "valiosos", sino también para lo
que se considere significativo o insignificante, "importante" y no
"importante" en los fenómenos.
El conocimiento científico-cultural en nuestro sentido está, por
consiguiente, ligado a supuestos "subjetivos" en la medida en que
sólo se interesa por aquellas partes de la realidad que tienen alguna
relación—por indirecta que sea—con los acontecimientos a los que
atribuímos significación cultural. No obstante, es naturalmente
mero conocimiento causal en el misino sentido exactamente en
que lo es el conocimiento de procesos individuales significativos de
la naturaleza, que tienen carácter cualitativo. Junto a los diversos
errores nacidos de la intromisión del pensamiento jurídico-formal
en la esfera de las ciencias culturales, ha aparecido últimamente,
entre otros, el intento de "refutar" sistemáticamente la "concepción
materialista de la Historia" con una serie de ingeniosos sofismas,
exponiendo que, como toda la vida económica tiene que desenvol-
verse en formas reguladas jurídica o convencionalmente, toda
"evolución" económica tiene que adoptar la forma de esfuerzos
para el establecimiento de nuevas formas jurídicas; por consi-
guiente, sólo sería comprensible por máximas morales y, por esta
razón, diferente por esencia a toda evolución "natural". El conoci-
JUNIO-DBRE. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 459

miento de la evolución económica sería, por tanto, de carácter


"teleológico". Sin pretender discutir aquí la significación del equí-
voco concepto de "evolución" para la ciencia social, o el concepto,
lógicamente no menos equívoco, de lo "teleológico", sólo hemos
de afirmar frente a ello que, en todo caso, no es forzoso que el co-
nocimiento haya de ser "teleológico" en el sentido supuesto por esa
opinión. A pesar de la completa identidad formal de las normas
jurídicas vigentes, puede modificarse radicalmente la significación
cultural de las relaciones jurídicas reguladas, y con ello tamhién
ias normas mismas. Es más, si como sutileza entrásemos de lleno
en fantasías futuristas, alguien podría, por ejemplo, imaginarse
teóricamente como realizada una "socialización de los medios de
producción", sin que hubiera surgido ningún "esfuerzo" que ten-
diera de' manera consciente a ese resultado y sin haber desapare-
cido o añadido párrafo alguno a nuestra legislación: la existencia
estadística de las singulares relaciones jurídicamente reguladas se
habría modificado radicalmente, en muchas reducido a cero y una
gran parte de Jas normas jurídicas quedaría prácticamente sin sig-
nificación y toda su significación cultural, transformada hasta su
desconocimiento. La teoría materialista de la historia podría, por
consiguiente, eliminar con razón las discusiones de "lege ferenda",
al ser precisamente su punto de vista central el inevitable cambio
de significación de las instituciones jurídicas. Quien estime subal-
terno el modesto trabajo de la comprensión causal de la realidad
histórica puede rehuirlo, pero le será imposible el sustituirlo por
cualquier "teleología". Para nuestra consideración, "fin" es la re-
presentación de un resultado que se torna causa de una acción;
como también consideramos tal a toda causa que contribuya o
pueda contribuir a un resultado significativo. Y su significación
específica sólo estriba en que podemos y queremos, no solamente
comprobar la conducta humana, sino entenderla.
Son, pues, "subjetivas", sin ninguna duda, esas ideas de valor.
Entre el interés histórico por una genealogía y el despertado por la
evolución de los más grandiosos fenómenos culturales imaginables
que durante largos períodos de tiempo hayan sido y sean comunes
;i una nación o a la humanidad, existe una escala infinita <1¿ "sig-
nificaciones", cuyas graduaciones tendrán para cada uno de nos-
otros un orden distinto, y que, naturalmente, varían históricamente
460 ARTÍCULOS CLASICOS DE KCO.NOMIA [ R . E . P., VII, 2-3

con el carácter de la cultura y de las mismas ideas que gobiernan


a los hombres. Ahora bien, de ello no se sigue evidentemente que
la investigación científico-cultural tampoco pueda tener más re-
sultados que los "subjetivos", en el sentido de ser par unos vale-
deros y para otros no. Lo que cambia es más bien el grado en que
interesan a unos y a otros no. Dicho con otras palabras: qué ha (le
ser objeto de investigación y hasta dónde se ha de extender tal
investigación en' la infinitud de concatenaciones causales vienen
determinados por las ideas de valor que reinan sobre el investi-
gador y su época; en el cómo, en el método de la investigación, el
"punto de vista" dirigente es ciertamente el decisivo—como ya ve-
remos—para formar loa recursos conceptuales que emplea; pero en
¡a manera de emplearlos el investigador, aquí como dondequiera,
está, evidentemente, ligado a las normas de nuestro pensamiento.
Pues verdad científica es sólo aquello que pretende tener validez
para todos los que quieren la verdad.

Cierto es que de ello se infiere una cosa: lo absurdo de la' idea,


que en ocasiones domina a los mismos historiadores de nuestra
disciplina, de que la finalidad de las ciencias .culturales, aun por
lejana que sea, pudiera consistir en crear un sistema acabado de
conceptos donde pudiera incluirse la realidad en una estructura
definitiva en cualquier sentido y del que pudiera luego volver a
ser deducida. El raudal del inmenso acontecer gira incesantemente
ante la eternidad. Los problemas culturales que agitan a los hom-
bres se modifican constantemente y se matizan de diversas mane-
ras, y que así fluctuante el ámbito de aquello que del raudal cons-
tantemente infinito de 'lo individual logra 6entido y significación
para nosotros, se convierte en "individuo histórico". Cambian las
conexiones de ideas desde las cuales se le considera y comprende
científicamente. Los puntos de partida de las ciencias culturales
siguen siendo de ese modo susceptibles de variación dentro del
ilimitado futuro, mientras un entumecimiento de la vida espiri-
tual, cual el de los chinos, no haga perder a la humanidad la cos-
tumbre de formular nuevas preguntas a la vida sin cesar igual-
mente inagotable. Un sistema de ciencias culturales, aunque sólo
fuera en el sentido de una fijación definitiva, objetivamente válida
y sistematizadora, de las cuestiones y materias que dicen está lla-
mada a tratar, sería por sí sólo un absurdo: de tal intento no
JUNIO-OBRE. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO. .. 461

puede resultar, invariablemente, más que una contraposición de


diversos puntos de vista, específicamente separados, a menudo he-
terogéneos y dispares, desde los cuales la realidad fue, o es, para
nosotros, en cada caso, "cultura'', es decir, significativa en su
peculiaridad.
Tras estas fastidiosas aclaraciones podemos dedicarnos final-
mente a la cuestión que en una consideración de la "objetividad"
del conocimiento cultural nos interesa metódicamente: ¿cuál es la
función y la estructura lógica de los conceptos con los que nuestra
ciencia, como cualquier otra, trabaja?, o, formulada más especial-
mente en consideración al problema decisivo: ¿cuál es la signifi-
cación de la teoría y de la teórica creación de conceptos para el
conocimiento de la realidad cultural? • ' •
La Economía política originariamente—como ya hemos visto—,
ni menos atendiendo al centro de gravedad de sus discusiones, era
''técnica"; es decir, consideraba los fenómenos de la realidad desde
un punto de vista, al menos aparentemente, valorativo, unívoco y
sólidamente práctico: el del aumento de la "riqueza" de los
subditos del Estado. Por otra parte, no fue desde el principio
exclusivamente "técnica", pues quedó incorporada a la poderosa
unidad de la ideología iusnaturalista y racionalista del siglo XVIII.
Pero1 la peculiaridad de tal ideología, con su optimista creencia
en la racionalidad teórica y práctica de lo real, era esencialmente
eficaz en cuanto que impedía que se descubriera el carácter proble-
mático de aquel punto de vista supuesto como evidente. Como la
consideración racional de la realidad social había nacido en estre-
olia armonía con la evolución moderna de la ciencia natural, conti-
nuó aplicándola a todo género de observaciones. En las disciplinas
de la ciencia' natural, desde el principio, el práctico punto de vista
valorativo de lo que tiene inmediata utilidad técnica se ligó estre-
chamente con la esperanza, recibida como herencia de la antigüe-
dad y extensamente desarrollada de lograr, por vía de abstracción
ireneralizadora y de análisis de lo empírico según concatenaciones
de leyes, iin conocimiento monista puramente "objetivo" (lo que
quiere decir aquí, desligado de toda clase de valores) y al mismo
tiempo absolutamente racional (es decir, liberado de íodas las
"contingencias" particulares) de toda la realidad, a modo de un
sistema conceptual de validez metafísica y de forma matemática.
462 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA ÍR. E. P., VII, 2-3

Las disciplinas de las ciencias naturales sujetas al punto de vista


valorativo, tal como la medicina clínica, y aún más, la llamada
corrientemente "tecnología", se convirtieron en "preceptos de arte'"
meramente prácticos. Los valores que tenían que servir: la salud
del paciente, el perfeccionamiento técnico de un concreto proceso
de producción, etc., se mantenían siempre invariables para cada
una de ellas. Los medios que empleaban eran y no podían ser más
que la utilización de los conceptos de ley hallados ipor las disci-
plinas teóricas. Cualquier progreso fundamental en la formación
da éstos constituía, o podía constituir, también, un progreso de la
disciplina práctica. Era su propósito invariable la reducción pro-
gresiva <le cada una de las cuestiones prácticas (de un caso de en-
fermedad, de un problema técnico) como caso especial a leyes de -
validez general; por consiguiente, la ampliación del conocimiento
teórico estaba directamente enlazada e identificada con el aumento
de las posibilidades técnico-práctica;. Como luego aquellos ciernen,
tos de la realidad que nos interesan históricamente, e3 decir, en
su modo de haberse desarrollado así y no de otra manera, los hu-
biese divulgado también la Biología moderna bajo la noción de
un principio evolutivo de validez general, que, al menos en apa-
riencia—pero no ciertamente en realidad—, tedo lo esencial en
aquellos objetos permitía disponerlo debidamente en un esquema
de leyes universalmente válidas, entonces pareció anunciarse el
ocaso ds los dioses de todos los piuitos de vista valorativos en todas
las ciencias. Porque al ser ya entonces también el llamado aconte-
cer 'histórico una parte de la realidad total, y el principio causal,
supuesto <le todo trabajo científico, pareciese exigir la reducción
de todo acontecer a "leyes" de validez general, y, por último, como
fuera evidente el prodigioso éxito que las ciencias naturales habían
de veras conseguido con esta idea, en general no parecía imagina-
ble otro sentido del trabajo científico que el del descubrimiento
de las leyes del acontecer. Únicamente la "conformidad a leyes"
podía ser lo científicamente esencial.cn los fenómenos; los aconte-
cimientos "singulares" sólo podían tenerse en cuenta como "tipos",
lo que aquí quiere decir, como representantes ilustrativos de las
leyes; interesarse en ellos por sí mismos no parecía ser de "interés
científico alguno".
Es imposible seguir aquí de cerca las poderosas repercusiones
JUNIO-DBBE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 463

en las disciplina? económicas de esa disposición de ánimo satisfe-


cha de su fe en el monismo naturalista. Cuando- la crítica socialista
y la labor de los historiadores comenzaron a convertir en problema ,
los primitivos.puntos de vista valorativos, la potente evolución de
la investigación biológica, por una parte, y «1 influjo del panlo'gis-
mo hegeliano, por otra, le impidieron a la Economía política el
percibir claramente en toda su amplitud la relación entre concep-
to y realidad. El resultado, en cuanto aquí nos interesa, fue que,
a pesar de los formidables diques que a la invasión de los dogmas
naturalistas opusieron los esfuerzos de la filosofía idealista ale-
mana desde Fichte, y el trabajo de las escuelas alemanas histórica
del Derecho e histórica de la Economía política, no obstante, y «n
parte como consecuencia de esa labor, los puntos de vista del na-
turalismo aún siguen triunfantes en extremos decisivos. A éstos
pertenece, en particular, la relación siempre problemática entre el
trabajo "teórico" y el "histórico" en nuestra disciplina.
Con más brusca y aparentemente más insuperable rigidez se
enfrenta aún hoy el método teórico-"abstracto" de la investigación
empírico-his'lórica. Con pleno acierto reconoce ]a imposibilidad
metódica de sustituir el conocimiento histórico de la realidad por
la formulación de "leyes" o, a la' inversa, el lograr "leyes", en
sentido estricto, por la mera ordenación de las observaciones his-
tóricas unas junto a otras. Para lograr tales leyes—pues le consta
que ésta es la suprema finalidad a que tiene que aspirar la cien-
cia—parte ahora del hecho de que incesantemente llegamos a ver
de modo inmediato en su realidad las conexiones mismas del obrar
humano, de aquí que—según se piensa—podamos hacer directamen-
te comprensible su curso con evidencia axiomática y de ese modo
investigarlo en sus "leyes". La única forma exacta de conocimiento,
la formulación de leyes inmediata c intuitivamente evidentes, sería,
empero, al mismo tiempo, la única que permitiese la deducción
sobre los acontecimientos no directamente observados; por eso, al
menos para los fenómenos fundamentales de la vida económica, el
establecimiento de un sistema de principios doctrinales abstractos,
y—por consiguiente—meramente formales, por analogía con los de
las ciencias naturales exactas, sería el único medio para dominar
intelectualmente la multiplicidad de lo social. A pesar de la dis-
tinción metódica y de principio entre el conocimiento por leyes y
464 AHTICULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [ R . E. P., V I I , 2-3

el histórico, que el creador de la teoría había efectuado como pri-


mero y único, en cambio, ahora, para los principios doctrinales de
la teoría abstracta recurre a la validez empírica en el sentido de
posibilidad de deducir de las "leyes" la realidad. No, claro es, en
el sentido de la validez empírica en sí solamente de las proposi-
ciones económicas abstractas, sino en la manera en que, si se hu-
bieran formado las respectivas teorías "exactas" de todos los demás
factores tenidos en cuenta, todas esas teorías abstractas en con-
junto tendrían que entrañar en sí la verdadera realidad de las
cosas, és decir, lo que de la realidad fuera digno de1 saberse.
La teoría económica exacta comprobaría el efecto de un motivo
psíquico, y otras teorías tendrían la misión de desarrollar de modo
¿emejanle todos los motivos restantes en principios doctrinales de
validez hipotética. En su virtud, para el resultado del trabajo teó-
rico se recurrió aquí y allá de manera fantástica a las teorías
abstractas de la formación de los precios, del interés, de la renta,
etcétera; por analogía —supuesta— con los principios físicos em-
pleados a tal efecto, podrían deducir resultados cuantitativamente
determinados —por consiguiente, leyes en estricto sentido— de
premisas reales dadas con validez para la realidad de la vida, al
efetar "determinada" unívocamente la economía del hombre en
vista de un fin dado con respecto a los medios. No se tuvo pre-
sente que, para poder alcanzar este resultado en cualquier ca-o,
aun por sencillo que fuere, la totalidad de la respectiva realidad
histórica, incluso en todas sus conexiones causales, tenía que ser
establecida como "dada" y supuesta como conocida, y que si este
conocimiento fuera accesible a la inteligencia limitada, no sería
imaginable valor alguno cognoscitivo de una teoría abstracta. El
prejuicio naturalista, de que en aquellos conceptos debía estable-
cerse algo afín a las exactas ciencias naturales, había precisamente
acarreado que se entendiera mal el sentido de esa teórica imagen
mental. Creyóse que se trataba del aislamiento psicológico de un
"impulso" concreto, -del impulso adquisitivo en el hombre, o bien
de la observación aislada de una máxima específica de la conduc-
ta humana, del llamado principio económico. La teoría abstracta
creía poder apoyarse en axiomas psicológicos, y la consecuencia
fue que los historiadores clamaran por una psicología empírica,
JUNIO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 465

para poder demostrar la invalidez d'e aquellos axiomas y derivar


psicológicamente el curso de los acontecimientos, económicos.
No pretendemos en este lugar criticar ahora detenidamente la
creencia en Ja importancia de una ciencia sistemática —que ha-
bría primero que crear— de la "Psicología social" como funda-
mento futuro de las ciencias de la cultura, especialmente de la
Economía social. Precisamente los comienzos, en parte brillantes,
hasta ahora llevados a cabo, de interpretación psicológica de los
fenómenos económicos muestran en todo caso que no se avanza
tlesde el análisis de las cualidades psicológicas del hombre al análisis
de las instituciones sociales, sino que, antes al contrario, el esclare-
oimiento de los supuestos previos y efectos psicológicos de las insti-
tuciones supone el conocimiento exacto de estas últimas y el análi-
sis científico de sus conexiones. El análisis psicológico supone sola-
mente, por tanto, una profundización, sumamente valiosa en el caso
concreto, del conocimiento de su histórica condicionalidad y signi-
ficación cultural. Lo que nos interesa de la conducta psíquica del
hombre en sus relaciones sociales, justamente se singulariza de modo
específico en cada caso según la significación cultural específica de
la relación de que se trate. Es cuestión precisamente de motivos e
influjos psíquicos sumamente heterogéneos entre sí y compuestos
«le manera en extremo concreta. La investigación psicológica-social
significa una revisión de diferentes especies particulares, frecuen-
temente dispares entre sí, de elementos culturales, atendiendo a su
aptitud interpretativa para nuestra comprensión experimental. Me-
diante ella, partiendo del conocimiento de las instituciones parti-
culares aprenderemos a comprender espirilualmente en creciente
escala la condicionalidad y significación cultural de éstas, pero no
:i deducirlas de leyes psicológicas o a explicarlas por fenómenos
psicológicos elementales.
Por eso, pues, fue en efecto, poco fructífera la ampulosa po-
lémica habida •en torno a la justificación psicológica de las ex-
posiciones abstractamente teóricas y al alcance del "afán de lucro"
y del "principio económico", etc.
En las exposiciones de la teoría abstracta, sólo en apariencia
se trata de "deducciones", de motivaciones fundamentales psico-
lógicas, pero, en realidad, más bien versan acerca de un caso es-
pecial de una forma peculiar de la creación de conceptos, y en

30
466 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

cierta medida indispensable para las ciencias de la cultura lmma-


na. Merece la pena caracterizarla algo más detalladamente en este
lugar, adentrándonos de ese modo en la cuestión fundamental de
la significación de la teoría para >el conocimiento científico-social.
Para ello dejamos sin resolver de una vez para siempre la cuestión
de si las creencias teóricas, a las que recurrimos como ejemplos o
a las que aludimos, responden tal como son al fin a que preten-
den servir, y si, por lo tanto, están objetivamente configuradas de
modo adecuado. La cuestión de lir.sta dónde, por ejemplo, deberá
extenderse la actual "teoría abstracta" es, en definitiva, una cues-
tión de Economía del 'trabajo científico, cuyos demás problemas
tiún aguardan con impaciencia. También la "teoría de la utilidad
límite" depende de la "ley de la utilidad límite".

En la leoría económica abstracta tenemos ante nosotros un


ejemplo de aquellas síntesis que suelen designarse como "ideas"
de fenómenos bistóricos. Nos ofrece una imagen ideal de los pro-
cesos en el mercado de bienes con la organización de la sociedad
a base de la Economía de cambio, -con la libre competencia y el
comercio rigurosamente racional. Esa construcción intelectual reú-
ne determinadas relaciones y acontecimientos d'S' la vida bistórica
en un cosmos, libre1 de contradicciones initernas, de conexiones de
razón. Por su contenido, tal construcción lleva consigo el carácter
de una utopía lograda por la intensificación intelectual de deter-
minados elementos de la realidad". Su relación con los becbos de
la vida empíricamente dados reside únicamente en que allí donde
se comprueban o se presumen en la realidad, como en cualquier
grado eficaces conexiones de la índole abstractamente representada
en aquella construcción, por consiguiente de proceros dependientes
del "mercado", podemos explicarnos pragmáticamente y hacer
comprensible en un tipo idenl la peculiaridad de 'esa conexión.
Esta posibilidad puede ser no sólo heurísticamente importante
para la exposición, sino hasta indispensable. El concepto típico-
ideal pretende adiestrar para la investigación el juicio atributivo:
no es una "hipótesis", pero pretende orientar la construcción de
' hipótesis. No es una exposición de lo real, pero pretende propor-
cionar a la 'exposición medios de expresión unívocos. Así, por
ejemplo, existe la "¡dea" de la organización moderna histórica-
mente dada de la sociedad a base de Economía de tráfico, que
JUMO-DBRE. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 467

para ñosctrcs se manifiesta siguiendo totalmente los mismos prin-


cipios lógicos con los que, por ejemplo, se construyó la idea de la
"Economía municipal" de la Edad Media como concepto "genéti-
co". Al hacerlo así, el concepto de "Economía municipal" no se
construye, por ejemplo, como un término medio de los principios
económicos realmente existentes en todas las ciudades observadas,
sino también come un tipo ideal. Se obtiene intensificando unila-
teralmente uno o varios puntos de vista y reuniendo una multitud
de fenómenos singulares difusa y discretamente esparcidos unos
más en un sitio y otros menos en otro, pero en modo alguno- esjx»-
, rádicamente, y que se acomodan a aquellos puntos de vista uni-
lateralrnente destacados en una imagen ideal en sí unitaria. Esta
imagen ideal no es susceptible de ser hallada empíricamente en
la realidad en su pureza conceptual: es una utopía, y para 'el tra-
bajo 'histórico suscita el problema de comprobar -en cada ca-o par-
ticular cuánto se acerca o se aleja la realidad de tal figura ideal,
y hasta qué punto, por consiguiente, el carácter económico ds las
condiciones de una determinada ciudad han de pretenderse en
sentido abstracto como de "Economía municipal". Empero, para el
fin de la investigación y d-e la simbolización esc conceplo, emplea-
do con prudencia, presta su servicio específico. Del mismo modo
enteramente, para analizar otro ejemplo más, .puede trazarse en
una utopía la "idea:' del '"artesanado", siempre que determinados
rasgos, que se encuentran difusos en las manufacturas de la más
diferentes épocas y países, se junten, unilateralmente reforzados
en sus consecuencias, en una figura ideal libre de contradicciones
internas, y se refieran a una expresión mental que en ellos se en-
cuentre manifiesta. Puede, también, intentarse delinear una socie-
dad en la que todas las ramas de la actividad económica, e in-
cluso de la espiritual, estén regidas por máximas, que se nos
muestren como aplicación del mismo principio característico del
"artesanado" exaltado a tipo ideal. Se puede, por añadidura, opo-
ner ese tipo ideal de artesanado1 como antítesis a un tipo ideal
correspondiente de una organización industrial capitalista, abstraí-
da de ciertos rasgos de la gran industria moderna, y, a continua-
ción, intentar trazar la utopía de una cultura "capitalista", es
decir, regida solamente por el interés de inversión del capital pri-
vado. Tal utopía tendría que reunir en una imagen ideal, exenta
468 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

de contradicciones, por lo que respecta a nuestra consideración,


los rasgos .particulares difusamente existentes en la realidad de
la vida cultural, material y espiritual moderna, acentuada en su
peculiaridad. Lo cual sería entonces un intento de delinear una •
'"idea" de la cultura capitalista; teniendo aquí que abstenernos
de si y cómo, acaso, podría ser Jograda. Es, pues, posible, o mejor
dicho, hay que dar .por seguro, que puedan imaginarse diversas y
hasta en cada caso, sin duda, numerosísimas utopías de esita clase,
en que ninguna se parezca a las demás, que', con mayor razón nin-
guna pueda se-r observada en la realidad empírica como ordena-
ción realmente vigente de las situaciones sociales, pero que, no i
obstante, cada una de ellas pretenda ser una exposición de la
"idea" de la cultura capitalista, y que- también cada una de ellas
en tanto puede formular esta pretensión, en cuanto que efectiva-
mente ha tomado de la realidad ciertos rasgos de nuestra cultura
significativos en su peciialiridad y los ha reducido a una imagen
ideal unitaria. Pues aquellos fenómenos que nos interesan como
manifestaciones culturales derivan normalmente este nuestro inte-
rés •—su "significación cultural'"— de muy diversas ideas de valor
con las cuales podemos ponerlo «n relación. Por tanto, así como
existen los más diversos "puntos de vista", desde los cuales pode-
mos considerarlos significativos para nosotros, así se pueden poner
en práctica los más diversos principios de selección de las conexio-
nes que hayan de incluirse en un tipo ideal de una determinada
cultura.
Ahora bien, ¿cuál es la significación de tales conceptos típicos
ideales para una ciencia experimental como la de que vamos a
ocuparnos? Hay que destacar de antemano que hemos de evitar
por de pronto aquí cuidadosamente la idea de lo que debe ser,
de lo "paradigmático" de estas construcciones de razón "ideales",
en el puro sentido lógico de que versamos. Trátase de la cons-
trucción de conexiones que se ofrecen a nuestra fantasía como su-
ficientemente motivadas, por tanto, como "posibles objetivamen-
te" y a nuestro saber nomológico, como adecuadas.
Quien se sitúe en el punto de vista de que el conocimiento de
la realidad histórica puede o debe ser representación "libre de
supuestos iprevios", de hechos "objetivos", Te negará todo valor.
Y hasta quien reconozca que en el terreno de la realidad no se
JUMO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 469.

da una "ausencia de supuestos" en el sentido lógico, y que aun


el más simple extraolo o sumario de documentes sólo mediante
referencias a "significaciones", y, por tanto, a idsas de valor en
última instancia, puede tener cualquier sentido científico, consi-
derará, sin embargo, la construcción de cualesquier "utopias" his-
tóricas como un medio de simbolización peligroso para la impar-'
cialidad de la labor histórica y, en la mayoría de los casos, sim-
plemente como un pasatiempo. Y, en efecto, jamás puede decirse
a priori si se trata de un puro juego intelectual o de una cons-
trucción de conceptos científicamente fecunda; siquiera aquí hay
una regla: la del resultado ,para el conocimiento de fenómenos
culturales concreto? en su conexión, su cendicionalidad causal y
su significación. La construcción de tipos ideales abstractos se
¡orna, por lo tanto, en consideración, no como fin, sino como me-
dio. Ahora bien, toda observación atenta de los elementos concep-
tuales de la exposición histórica muestra que el historiador, tan
pronto como acomete el intento de averiguar, más allá de la mera
comprobación de conexiones concretas, la significación cultural
de un proceso* individual, por simple que sea y de "caracterizar-
lo", trabaja y tiene que trabajar con conceptos que, por lo regular,
s-ólo son determinables rigurosa y unívocamente en tipos ideales.
¿O es que hay que definir conforme a su contenido conceptos tales
como, por ejemplo: "individualismo", "imperialismo", "feudalis-
mo", o "mercantilismo", de manera "convencional" y las innume-
rables construcciones conceptuales de índole semejante, f>or medio
de las cuales 'tratamos de captar mental y comprensivamente la
realidad, según descripción "exenta de supuestos", de cualquier fe-
nómeno concreto, o bien por medio de la recopilación abstractiva
de lo que es común a varios fenómenos concretos? El lenguaje que
habla el historiador en centenares de palabras contiene semejan-
tes imágenes ideales imprecisas, inferidas de la necesidad, impe-
rativamente irreflexiva, de la expresión, cuyo significado de pri-
mera intención no es más que intuitivamente sentido, pero no
pensado con claridad. En innumerables casos, especialmente en
el campo de la Historia política expositiva, la vaguedad de su con-
tenido no causa, por cierto, perjuicio alguno a la claridad de la
exposición. Basta entonces con que en el caso' particular se sienta
lo que el historiador tiene presente: C1 bien cabe darse por satis-
470 . ARTÍCULOS CLASICOS DE F.CO.NOMIA [R. E. P., V I I , 2-3

fecho con que se tenga présenle como mentalmente concebida una


particular certeza del contenido del concepto de significación rela-
tiva para cada caso singular. Pero cuanto con más agudeza se logre
clara conciencia de la importancia de un fenómeno cultural, tanto
más imperiosa se hace la necesidad de laborar con conceptos claros y
definidos, no sólo particularmente, sino de modo universal. Una
"definición" de aquellas síntesis del pensamiento' histórico confor-
me ale-quema: "gemís proximum, differentia specifica", es natu-
ralmente un absurdo; hágase, si no, la prueba. Una forma así ele
comprobación del significado de las palabras no se da más que
en el terreno de las disciplinas dogmáticas que operan con silogis-
mos. Un "análisis" meramente "descriptivo" <le tales conceptos en
sus elementos constitutivos tampoco &e <la o se da sólo aparente-
mente, ya que ello depende precisamente de cuáles de esos ele-
mentos han de considerarse luego como e-enciales. Cuando se va a
intentar una definición genética del contenido del concepto, no
queda más» que la forma del tipo ideal en el sentido anteriormente
fijado. Es una imagen ideal que no es la realidad histórica, ni me-
nos ]a "verdadera" realidad y que mucho menos aún viene -obligada
a servir de esquema en el que hubiera de disponerse la realidad
como tipo, ¿ino qiJ'e> tiene la significación <lc un concepto límite
meramente ideal, con el que se mide la realidad para dilucidar
determinados elementos significativos de su contenido empírico, y
con el que se la compara. Tales conceptos son imágenes en las que,
empleando categorías de la posibilidad objetiva, construímos co-
nexiones que nuestra fantasía, orientada y adiestrada en la realidad,
juzga como adecuadas.
El tipo ideal en esta función es especialmente el intento de
abarcar individuos históricos o sus elementos singulares en con-
ceptos genéticos. Tómense, por ejemplo, los conceptos de "iglesia"
y "secta". Meramente clasificándolos, pueden descomponerse en
complejos de notas características, en los que entonces tiene que
seguir siendo constantemente fluctuante, no sólo el limite entre
ambos conceptos, sino también su contenido. Pero si pretendo com-
prender el concepto de "secta" genéticamente, por 'ejemplo, en
relación con ciertas significaciones culturales importantes que .para
la cultura moderna ha tenido el "espíritu de secta", determinadas
características de ambos conceptos se tornarán en esenciales por
JUMO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 471

hallarse en adecuada relación causal con aquellos efectos. Mas, en-


tonces, los conceptos se convierten al niL-nio tiempo en típico-idea-
les, es decir, no están representados en plena pureza conceptual,
o sólo lo están rarísimámente. En este caso, como en los demás,
todo concepto no meramente clasificatorio se aparta precisamente
de la realidad. Pero la naturaleza discursiva de nuestro conocer,
la circunstancia de que no comprendamos la realidad más que a
través de una sucesión de cambios de representaciones, postula
una laquigrafía semejante de conceptos. Seguramente que nuestra
fantasía podría muchas veces prescindir de su explícita formula-
ción ds conceptos como medio <le investigación, pero ipara la expo-
sición, en tanto pretenda ser unívoca, su aplicación al campo del
análisis cultural es en numerosos casos totalmente Ineludible.
ÍJuien la rechace por principios, tiene que limitarse al aspecto for-
mal de los fenómenos culturales, por ejemplo, al histórico-jurídico.
El cosmos de las normas jurídicas, como es natural, es claramente
determinable por conceptos y.a la vez vigente (¡en sentido jurídi-
col) para la realidad histórica. Pero de su significación ¡práctica
es de lo que se ocupa la tarea de la ciencia social en nuestro sen-
tido. Mas tal significación muy a menudo no puede hacerse notar
unívocamente sino refiriendo lo 'empíricamente dado a un caso
límite ideal. Si el historiador (en el más amplio sentido de la
palabra) renunciase a un intento de formular un tipo ideal seme-
jante como "construcción teórica", es decir, como inútil o super-
fino para su fin concreto de conocimiento, la consecuencia nor-
malmente sería, o que consciente o inconscientemente emplease
otra semejante sin formulación verbal ni elaboración lógica, o
que quedara estancado en los dominios de lo indeterminadamente
"sentido".
Nada, empero, es por cierto más peligroso que la mezcla de
teoría e historia procedente de prejuicios naturalistas, ya sea en
forma de creer haber fijado en aquellas teóricas imágenes con-
ceptuales el "verdadero" contenido, la "esencia", de la realidad
histórica, ya sea utilizándolas como un lecho de Procusto en eJ
que haya de encajarse la historia, o ya hipostasiando totalmente
las "ideas" como una "verdadera" realidad situada tras la evasión
de los fenómenos, como "fuerzas" reales que se tradujeran en his-
toria.
472 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

Este último peligro, especialmente, se encuentra ahora tanto


más próximo por cuanto estamos también acostumbrados a con-
cebir y hasta en primer término, como "ideas" de una época los
pensamientos o ideales que han imperado en la masa, o en una
parte históricamen'le considerable de los hombres de esa misma
época, y que de ese modo han sido significativos como componen-
tes para- la peculiaridad cultural de i&lla. A lo que hay que añadir
aún «los cosas: en primer lugar la circunstancia de que se den,
normalmente, determinadas relaciones entre la "idea", en el sen-
tido de orientación mental práctica o teórica, y la '"idea", en
el sentido de tipo ideal de una época construido por nosotros como
recurso intelectivo. Un tipo ideal de determinadas circunstancias
sociales que permita ser abstraído de ciertos fenómenos sociales
característicos de una época, pueden—y hasta así ocurre muy fre-
cuentemente—haberlo tenido presente los contemporáneos, incluso
como ideal al que aspirar prácticamente, o, al menos, como máxi-
ma para regular determinadas relaciones sociales. Así ocurre ya
con la "idea" de la "protección de los artículos alimenticios" y con
algunas teorías de los canonistas, especialmente de Santo Tomás,
en relación con el concepto típico id'eal; empleado «n la actualidad,
de la "Economía municipal" de la Edad Media, del que ya hemos
hablado. Con más razón ocurre así con el desacreditado "concepto
fundamental" de la Economía política: el del "valor" económico.
Desde la Escolástica hasta la teoría de Marx inclusive se confunde
aquí la idea de algo "objetivamente" válido, es decir, por tanto,
que "debe ser" con una abstracción, obtenida del curso empírico
de la formación de los precios. Y esa idea de quo el "valor" de
los bienes debe estar regulado por determinados principios "iusna-
turalistas" ha tenido, y tiene aún, una inmensa importancia .para
la evolución de la cultura, y, por cierto, no sólo de la Edad Media,
y en especial ha influido poderosamente sobre la formación empí-
rica de lo=i precios. Pero qué es lo que ss piensa, o pueda pensarse,
en ese concepto teórico es cosa que no puede ponerse en claro de
manera realmente unívoca, sino mediante una rigurosa, es decir,
típico-ideal, formación de conceptos, cosa que debería de todos
modos tener en cuenta la ironía acerca de las "robinsonadas" de
la teoría abstracta, mientras no pueda poner <en su lugar nada
mejor, lo que aquí quiere decir: más claro.
JUMO-DBKE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 473

La relación causal entre la idea históricamente comprobable


que gobierna a los hombres y aquellos elementos de la realidad
histórica de los que se abstrae su correspondiente tipo ideal, pue-
de, con todo, ser configurada, como .es natural, de manera suma-
mente diversa. Sólo por principio hay que mantener que ambas
son, con toda evidencia, cosas fundamentalmente diferentes. Pero
todavía hay algo más que tener en cuenta: aquellas mismas ideas
que gobiernan a los hombres de una época, es decir, difusamente
eficientes sobre ellos, apenas se 'trate de cualquier figura mental
complicada, podemos volver a comprenderlas con rigurosidad inte-
lectiva sólo en forma de un tipo ideal, por vivir empíricamente
hasta en la» mentes de una multitud indeterminada y cambiante
de individuos, y sufrir en 'ellos las más diversas matizaciones con-
forme a forma y contenido, claridad y sentido. Aquellos elementos
de la vida espiritual de cada uno de los individuos en una deter-
minada época de la Edad M,edia, por ejemploi, los que podríamos
postular como ''el cristiani-mo" de los individuos de referencia,
serían, si pudiéramos llevar a cabo por completo su exposición,
evidentemente un caos de conexiones de pensamientos y senti-
mientos de toda índole infinitamente diferenciadas y sumamente
contradictorias, a pesar de que ia Iglesia de la Edad Media pudo
sobre todo conseguir en el más alto grado, por cierto, la unidad
de la fe y de las costumbres. Si se plantease la cuestión de que
haya sido en este caos el "cristianismo" de la Edad Media, con
el que, sin embargo, hay que operar a cada paso como con un
concepto inmóvil, de donde está lo "cristiano" que hallamos en
las instituciones medievales, mostraríase en seguida que también
aquí se viene empleando en cada caso particular una mera imagen
intelectual creada por nosotros. Es una trabazón de dogmas de fe,
de normas jurídico-canónicas y mcrales, de máximas de conduc-
ción de vida, y de innumerables conexiones singulares, que nos-
otros asociamos en una "idea": una síntesis que en manera alguna
podíamos lograr de manera exenta de contradicción sin el empleo
de conceptos típicos-ideales.
• La estructura lógica del sistema de conceptos, en que expone-
mos tales "ideas", y- su relación con lo que nos es inmediatamente
dado en la -realidad empírica, son, como es natural, muy dife-
rente?. El asunto se presenta relativamente sencillo al tratarse de
474 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [ R . E. P., V I I , 2-3

casos en los que haya' una o unas tesis teóricas fácilmente com-
prensibles en fórmulas—por ejemplo, Ja creencia en la predesti-
nación de Calvino—, o pcstu'lados morales claramente articulables
que hubieran imperado sobre los hombres y producido efectos
históricos de tal modo, que .pudiéramos ordenar la "idea" en una
jerarquía de conceptos que se desprendan lógicamente de aquellas
tesis. Con facilidad pasa ya fácilmente desapercibido que, por con-
siderable que haya sido en la Historia la significación de la con-
tundencia meramente lógica del poder del pensamiento—el mar-
xismo es un destacado ejemplo-—, no obstante, el proceso empírico-
histórico en la mente de los hombres tiene que ser comprendido
por lo regular como psicológicamente, pera no como lógicamente
condicionado. Todavía se evidencia con más claridad el carácter
típico ideal de tales síntesis de ideas lüstóricamente eficientes,
aun cuando esas tesis y postulados fundamentales en modo alguno
vivan, o no vivan, ya en las mentes de aquellos individúes regidos
por las ideas que de aquéllas se derivan, ya por deducción lógica,
ya por asociación, bien porque se haya extinguido la "idea" que
en su origen les sirvió históricamente de fundamento, o bien por-
que en general no baya logrado <lifundirse más que en sus conse-
cuencias. Y todavía resalta más categóricamente el carácter de la
síntesis como una "idea" que nosotros creamos, cuando desde un
principio sólo de manera incompleta, o en modo alguno, se ha
llegado a tener clara conciencia <le tales tesis fundamentales, o al
menos éstas no han adquirido la forma de claras conexiones men-
tales. Si más tarde llevamos a efecto este procedimiento, como
muy a menudo ocurre y tiene aún que ocurrir, con tal "idea"—por
ejemplo, la del- "liberalismo" de un determinado período o la del
"metodismo", o la de cualquier variedad del "socialismo" no des-
envuelta lógicamente—se tratará de un mero tipo ideal entera-
mente del mismo carácter que las síntesis de "principios" de una
época económica de los que hayamos partido. Cuanto más exten-
sas sean las conexiones de cuya exposición se trate, y más variada
haya sido su significación, cultural, tanto más se aproximará al
carácter del tipo ideal su sistemática exposición coordinadora en
•un sistema de conceptos y pensamiento?, menos será posible con-
tentarse con un concepto semejante y más naturales, e indispen-
sables, por lo tanto, los intentos constantemente repetidos de ad-
JUMO-DBRE. 1 9 5 6 ] I.A OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 475

quirir conciencia de aspectos siem.pre nuevos de la íignificabi-


lidad mediante nueva construcción de conceptes típico-ideales. To-
das las exposiciones de una ''esencia" del Cristianismo, por ejem-
plo, son constante y nece-ariamente tipos ideales de validez sólo
muy relativa y problemática cuando pretenden ser consideradas
como exposición histórica de lo 'empíricamente existente, y son, en
cambie-, de gran valor heurístico .para la investigación y de alto
valor sistemático para la exposición cuando se emplean exclusi-
vamente como medio conceptual para comparar y medir con ellos
la realidad. Kn esta función son realmente indispensables. Ahora
bien, cíe ordinario a ¡tales 'exposiciones típico-ideales todavía va
adherido citro factor que complica aún más su significación. Por
lo regular pretenden ser, o son inconscientemente, tipos ideales
no sólo en sentido lógico, sino también en sentido práctico; tipos
ejemplares que—en nuestro ejemplo—contienen lo que, según la
opinión del expositor, debe ser el Cristinismo lo que para aquél
es "esencial" en éste, por ser perdurablemente valioso. Pero cuan-
do esto ocurre así, consciente o—más frecuentemente—inconscien-
temente, entonces contienen ideales a les que el expositor, valo-
rando, refiere el Cristianismo: misiones y objetivos conforme a los
cuales ajusta su "idea" del Cristianismo y que, como es natural,
pueden ser sumamente distintos y hasta, sin duda, Jo serán siem-
pre de los valores a los que los contemporáneos, y acaso los primi-
tivos cristianos, refirieron el Cristianismo. Pero entonces en esta
significación, las '"ideas", naturalmente, ya no son meros recursos
lógicos, no son ya conceptos cen los que ss mide comparativa-
mente la realidad, sino ideales conforme a los cuales se la juzga
valorativamente. No se trata ya aquí del puro proceso teórico de
la referencia de lo -empírico a valores," sino de juicios de valer
que están contenidos en el concepto del Cristianismo. Por recla-
mar en este caso el tipo ideal validez empírica, se eleva a la región
de la interpretación valorativa del Cristianismo: se abandona el
terreno de la ciencia experimental; se da aquí una profesión de
fe pcr-onal, no una construcción abstracta típico-ideal. Por funda-
mental que esta diferencia fuere, la mezcla de aquellas dos signi-
ficaciones de la "idea" 'esencialmente diversas se da, sin embargo,
con extraordinaria frecuencia en el curso del trabajo histórico. Se
encuentra siempre muy próxima, tan pronto como el historiador
476 AKT1CUI.OS CLASICOS DE ECONOMÍA ' [ R . E. P., V I I , 2-3

descriptivo comienza a desarrollar su "interpretación" de una per-


sonalidad c. de una época. En oposición a las normas éticas cons-
tanteinen>te perdurables aplicadas por Schlosser, imbuido por el
espíritu del racionalismo, el historiador moderno, que, ejercitado
en el relativismo, pretende, por una parte, "comprender por ella
misma" la época de que habla, y, por otra, no- obstante "juz'garla",
tiene el afán de desprender de "la materia" las normas de su jui-
cio, es decir, de hacer surgir la "idea" en el sentido del ideal, de
la "idea" en el sentido del "tipo ideal". Y lo estéticamente atrac-
tivo de tal proceder le induca a cada paso a borrar la línea que
separa a ambas; imperfección que, por una parte, no le permite
abandonar el juicio valorativo y, por otra, hace que se esfuerce
en rechazar ds sí la responsabilidad por sus juicios. Pero ^frente
a esto hay un deber elemental de autovigilancia científica, y el
único medio para precaverse de sorpresas es el de distinguir rigu-
rosamente la referencia lógicamente comparativa de la realidad a
los tipos ideales en sentido lógico, del enjuicimiento valorativo de
la realidad partiendo de los ideales. Un "tipo ideal" en nuestro
sentido, como posiblemente ss haya repetido más de una vez, es
algo totalmente indifer&nte ante el enjuiciamiento valorativo, y
con ninguna otra cosa tiene nada que ver más que con una "per-
fección" puramente lógica. Hay tipos ideales de burdeles como
los hay de religiones, y de los primeros hay tantos tipos ideales
de los que desde el punto de vista de la actual ética policíaca figu-
rarían como técnicamente "convenientes", como ds aquellos otros
en los que ocurre precisamente lo contrario.
Por fuerza hay que prescindir del examen detenido del caso,
con mucho 'el más complicado e interesante: la cuestión de la es-
tructura lógica del cencepto de Estado. Sólo haremos notar lo si-
guiente: cuando preguntamos qué es lo que en la realidad empírica
corresponde a la idea "Estado", encontramos una infinidad de
difusas y discretas acciones y tolerancias bumanas de relaciones
efectivas y organizadas jurídicamente de carácter en parte único
y en parte periódico, unidas por una idea: la de la creencia en
normas realmente válida? o que deben tener validez y en relacio-
nas de soberanía de hombres sobre hombres. Esta creencia es, en
parte, -posesión espiritual, desarrollada intelectivamente, en parte
está oscuramente sentida, en parte pasivamente aceptada y exis-
JUMO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 477

tiendo matizada de la manera más diversa en las mentes de cada


uno de los individuos que, si realmente concibiesen con claridad
la misma idea sola como tal, no necesitarían, por cierto, de la "teo-
ría general del Estado" que aquélla pretente desarrollar. El ccn-
cepto científico del Esta'do, tal como siempre vi'en'e siendo formula-
do, es pues, constantemente, como1 es natural, una síntesis que nos-
otros efectuamos para determinados fin'es d'e conocimiento. Pero,
por otra parte, también se abstrae de las confusas síntesis que se
bailan en la mente de los hombres históricos. En cambio, el conte-
nido concreto asumido por el "E-tad'o" histórico en esas síntesis
de los contemporáneos no puede percibirse por otra parte, sino
orientándose en conceptos típico-ideales. Y no cabe, además, la
menor duda de que la manera cómo esas síntesis fueron llevadas
a. cabo, en forma siempre lógicamente imperfecta por los contem-
poráneos, es de una inminente importancia práctica para las1 "ideas"
que éstos se forman del Estado •—la concepción alemana metafísica
"orgánica" del Estado, por ejemplo, en oposición a la "activi&ta"
americana—, lo que, con otras palabras, quiere decir que también
«íquí la idea práctica creída como debiendo valer, o válida, y el tipo
ideal teórico construido con fines cognoscitivos marchan juntos y
muestran una tendencia constante a tran-formarse recíprocamente
uno en el otro.
Antes habíamos considerado adrede al "tipo ideal" esencial-
mente —aun cuando no exclusivamente— com construcción inte-
lectiva para medir y caracterizar sistemáticamente las conexiones
individuales —es decir, significativas en su unicidad—, tales como
el Cristianismo, el capitalismo, etc. Se hizo para 'eludir la concep-
ción, tan corriente, de sí, en el campo de los fenómenos culturales,
lo típico abstracto es idéntico a lo genéricamente abstracto. Pero
no es éste el caso. Sin que aquí quepa analizar fundamentalmente
el concepto de lo "típico", muy discutido y gravemente desacredi-
tado por el abuso, ya hemos inferido, sin embargo1, del examen
hecho- hasta ahora, que la construcción de conceptos tipos, en el
sentido de descartar lo "accidental", encuentra también y precisa-
mente su lugar en los individuos históricos. Ahora bien, conceptos
genéricos que a cada paso encontramos como elementos integrantes
de las exposiciones y conceptos históricos concretes pueden, natu-
ralmente, ser también configurados como tipos ideales, abstrayendo
e intensificando determinados elementos suyos esencialmente con-
478 AIITICliLOS CLASICOS DE ECONOMÍA I R. E. P., V I I , 2-3

ceptualcs. Es éste1, incluso, un caso particularmente frecuente c


importante de aplicación práctica de los conceptos típicos ideales,
y 'todo tipo ideal individual está compuesto de elementos concep-
tuales que son genéricos y fueron configurados como tipos idéale?.
Pero aun en esle caso se pon» de manifiesto la función lógica y
específica de los conceptos típico-ideales. Un sencillo concepto ge-
nérico, en el sentido de un complejo de características que se en-
cuentran simultáneamente en diversos fenómenos es, por ejemplo,
el concepto del "cambió", siempre que prescindamos de la signifi-
cación de sus elementos conceptuales y, por consiguiente, analice-
mos meramente el u-o vulgar del idioma. Ahora bien, si pongo en
relación este concepto, poír ejemplo, con la '"Ley de la utilidad lí-
mite" y construyo el concepto del "cambio económico" como pro-
ceso económico racial, entonces éste contiene, como' todo conceipto
desarrollado por entero de modo lógico, un juicio acerca de las
condiciones "típicas" del cambio en sí. Revisto carácter genético,
con lo que se convierte al mismo tiempo en típico-ideal en sentido
lógico, es decir, se aleja de la realidad empírica, que sólo es sus-
ceptible dé ser comparada con él y a él referida. Lo mismo cabe
decir d'e todos los llamados "conceptos fundamentales" de la Eco-
nomía política: sólo son susceptibles de ser desarrollados en forma
genérica como tipos ideales. La oposición entre simples conceptos
genéricos, que comprenden exclusivamente lo común de los fenó-
menos empíricos, y tipos ideales genéricos —como, por ejemplo,
el de un 'Concepto típico ideal de la "esencia" del artesanado—, es
naturalmente fliiotuantc en los pormenores. Poro ningún concepto
genérico tiene como tal cárct;r "típico'", y no existe un tipo "tér-
mino medio" meramente genérico. Dondequiera que hablemos —por
ejemplo, en la estadística— de magnitudes "típicas", hay más de
un simple término medio. Cuanto más s-s trate de meras clasifica-
ciones de procesos, que aparezcan en la realidad como fenómenos
de masa, más se trata de conceptos genéricos y cuanto más, por el
contrario, se configuran conccptualmenle complicadas conexiones
históricas en aquellos de sus elementos en que reside su específica
significación cultural, tanto más asumirá el concepto —o el sistema
d'e; conceptos— el carácter tic tipo ideal. Pues la finalidad de la
construcción de conceptos típíco-ideales es, en todas partes, no el
hacer darse cuenta precisa de lo genérico, sino, por el contrario,
de la peculiaridad de lo~ fenónrenos culturales.
JUNIO-DBRE. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL C0.VOCIMIENTO... 479

El 'hecho de que los tipos ideales puedan también emplearse y


se empleen, genéricamente, ofrece interés metódico sólo en conexión
con otro estado de cosas.
Hasta ahora hemos trabado conocimiento con los tipos ideales
sola esencia'lm'ente como conceptos abstractos de conexiones que
nos representamos como persistiendo en el curso de los aconteci-
mientos, como individuos históricos en los que se efectúan trans-
formaciones. Pero ahora aparece una complicación que, ayudada
por el concepto de lo "típico", vuelve a abrirle camino con extra-
ordinaria facilidad al prejuicio naturalista de que la finalidad do
las ciencias sociales tiene que ser el reducir la realidad a "leyes".
Pues también las evoluciones permiten ser construidas como tipos
ideales, y estas construcciones pueden tener un valor heurístico
muy considerable. Pero, por otra parte, surge el grave peligro de
que el tipo ideal y la realidad permiten ser entremezcladas uno
con otra y puede, por ejemplo, obtenerse el resultado teórico de
que, en una sociedad organizada rígidamente "en artesanado", 'la
única fuente de acumulación de capital fuera la renta de la tierra..
De ahí que quizás se pueda construir —pero no es éste el lugar
para investigar lo correcto de la construcción— una imagen ideal,
meramente condicionada per simples factores determinados —tie-
rra limitada, población creciente, afluencia de metales preciosos,
racionalidad del modo de vivir—, de una transformación en capi-
talista de la forma económica del artesanado. Si ha sido o no el cur-
so histórico-empírico de la evolución el realmente construido, ello
habría de investigarse sólo con ayuda de esta construcción como
medio heurístico por vía de la comparación entre el tipo ideal y
los "hechos". Si el tipo ideal fuera "correctamente" coiutruído
y el curso real de las cosas no correspondiese al tipo ideal, con ello
se suministraría la prueba de que precisamente la sociedad medie-
val en determinadas relaciones no había sido rígidamente artcsana.
Y si el tipo ideal hubiera sido construido de manera heurística-
mente "id'eal" —si, y como pudiera ocurrir en nuestro ejemplo, no
merece aquí atención alguna— dirigiría entonces al mismo tiempo
a la investigación por el camino conducente a una comprensión
más rigurosa de aquellos elementos no artesanales de la sociedad
medieval en su peculiaridad y significación hi-tórica. Si lleva ::
ese resultado, ha cumplido con su cometido lógicoi precisamente
por poner de manifiesto su propia irrealidad; ser/a en este caso
480 ARTÍCULOS CLASICOS DE ECONOMÍA [R. E. P., VII, 2-3

la comprobación de una hipótesis. El procedimiento no ofrece nin-


guna dificultad metodológica en tanto se tenga siempre presente
que construcción, evolutiva típico ideal >e histórica son dos cosas
que hay que distinguir de manera rigurosa, y que la construcción
aquí fue exclusivamente el medio de realizar metódicamente la
atribución válida de un acontecímrento histórico a sus causas rea-
les, d'e. entre la esfera de las posibles, conforme al estado de nues-
tro conocimiento.
El mantener con rigor esta distinción se hace muchas veces ex-
tremadamente difícil, según enseña la experiencia, por una cir-
cunstancia, que en interés de la demostración gráfica del tipo ideal
o de la evolución típico-ideal se intentará esclarecer mediante ele-
mentos perceptibles obtenidos de la realidad histórico^empírica.
El peligro de este procedimiento, en sí plenamente legítimo, estri-
ba en que, ien él, el saber histórico aparece sin más ni más como
servidor de la teoría, en vez de lo contrario. Es muy natural para
el teórico la tentación o de considerar esta relación como normal o,
lo que es peor, de entremezclar teoría e historia y confundirlas por
completo. En más creciente escala aún se da este caso, cuando,
dentro do una clasificación genética se elabora la construcción
ideal de una evolución por la clasificación conceptual de tipos idea-
les de determinadas formas culturales (por ejemplo, las formas de
explotación industrial partiendo de la "Economía familiar cerra-
da", o los conceptos religiosos comenzando^ por los "dioses de un
instante'"). La serie de itipos resultantes, según las características
conceptuales elegidas, aparecen entonces como una sucesión his-
tórica, Icgalmento necesaria, de los mismos. La ordenación lógica
de I03 conceptos, por una parte, y la disposición' empírica de lo
concebido en el espacio, en el tiempo y en su enlace causal, por
otra, aparecen entonces tan entre-lazadas entre sí, que la tentación
de violentar la realidad, para corroborar en ella la validez real de
la construcción, casi se hace irresistible.
Se ha eludido de propósito el. hacer manifestaciones respecto
al caso de construcciones típico ideales para nosotros, bajo todos
los aspectos pel más importante: el de Marx. Se hizo así, para no
complicar aún más la exposición enredándola con interpretaciones
do Marx, y para no anticiparse en nuestra revista a las discusiones
que la literatura, suscitada acerca y con referencia al gran pen-
sador, se 'encargará de tornar en objeto normal de análisis crítico.
JLNIO-DBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 481

De ahí que sólo dejemos aquí sentado que, por supuesto, todas
las "layes" y construcciones evolutivas específico-marxistas —en
tanto sean teóricamente impecables— li'enen carácter típico-ideal.
Todo aquel que haya irabajado de vez en cuando con conceptos
inarxistas conoce la eminente y hasta única significación heurística
de esos tipos ideales cuando se los emplea para comparar con ellos
Ja realidad, e igualmente su peligrosidad inmediatamente que 6e les
concibe como empíricamente válidos, cuando no como reales (es
decir, en realidad, metafísicos) "fuerzas actuantes", "tendencias",
etcétera.
Conceptos genéricos, tipos ideales, conceptos genéricos típico-
idealcs, ideas en el sentido de asociaciones de ideas empíricamente
eficientes en los hombres históricos, tipos ideales de dichas idea?,
ideales qué gobiernan a los hombres históricos, tipos ideales de
dichos ideales, ideales a los que el historiador refiere la Historia,
construcciones teóricas por utilización ilustrativa de lo empírico,
investigación histórica por utilización de conceptos teóricos como
límites ideales y además, luego, las diferentes complicaciones po-
sibles que aquí no se podrían más que indicar: puras creaciones
mentales, cuya rr&lac¡ón con la realidad empírica de lo inmediata-
mente <lndo es, en cada caso particular, problemática; solamente
esta, lista nos muestra ya el inacabable enredijo de los problemas
metódico - conceptuales, que en los dominios de la ciencia de la
cultura permanecen continuamente vivos. Y hemos tenido que pri-
varnos en absoluto de abordar seriamente las cuestiones práctica-
mente metodológicas, aquí donde los problemas sólo habrían de
indicarse, y de examinar detalladamente las referencias del cono-
cimiento típico-ideal al "conocimiento legal" y las de los conceptos
típico-idealcs a los colectivos.
Sin embargo, el historiador, tras todas esas polémicas, insistirá
cada vez más en que el predominio de la forma típico-ideal de la
formación de conceptos y de la construcción son síntomas especí-
ficos de la mocedad de una disciplina. Y en esto, en cierto sentido,
hay que darle la razón, con otras consecuencias distintas, sin duda,
de las que él sacará. Tomemos un par de ejemplos d'e otras disci-
plinas: Es realmente cierto que tanto el ajetreado alumno de cuar-
to curso, como el filólogo incipiente, se imaginan ante todo a un
idioma "orgánicamente", es decir, como un todo supraempírico re-
gido por normas; mas la misión de la ciencia se la representan cual

31
482 AKTICULOS CLASICOS DK KCONOMI* [ R . E. P., V i l , 2-3

la de comprobar loi que —como reglas del lenguaje— debe valer.


Cultivar lógicamente el "lenguaje literario", como hizo, por ejem-
plo, la Academia de la Crusca, reducir a reglas su contenido, es
normalmente la primera tarea que se impone una "filología". Y si
frente a esto un 'omínente filólogo proclamase hoy comoi objeto de,
la filología "el 'habla de cada individuo", habrá que pensar que la
misma exposición de tal programa =ólo sería posible caso de exis-
tir en el lenguaje literario un tipo ideal .relativamente fijo con el
quB fuera realizable —al menos tácitamente— Ja investigación, por
lo demás completamente desorientada y falta do encauzamiento,
de la infinita diversidad de hablas. Y no de otra manera se efec-
tuaron las construcciones de las teorías iusnaturalistas y orgánicas
del Estado, por ejemplo —para recordar un tipo ideal en nuestro
6entido—, la teoría del Estado antiguo de Benjamín Constant, sino,
por decirlo así, como puertos de refugio, hasta que aprendió a po-
der orientarse en el inmenso mar de los hechos empíricos. La cien-
cia en camino de madurez significa, por tanto, en realidad, la supe-
ración constante del tipo ideal, siempre que se conciba como 'empí-
ricamente válido o como concepto genérico. Pero no sólo aún hoy es,
por ejemplo, perfectamente legítima la utilización de la ingeniosa
construcción de Constant para poner de manifiesto cierlos aspectos
V peculiaridades históricas de la vida politica de los antiguos, siem-
pre que se conserve escrupulosamente su carácter típrco-idcal, sino
que, sobre todo, hay ciencias, que están dotadas de eterna juven-
tud, y lo están todas las disciplinas históricas, todas aquellas a las
que provee de nuevos planteamientos de problemas el curso eter-
namente progresivo de la cultura. En ello reside la transitoriedad
de todas la? construcciones típicc-idsales, pero, al mismo tiempo,
se encuentra en la esencia de la tarea el que sean cada vez más
inevitables nuevas construcciones de tal naturaleza.
Constantemente se repiten lo? intentos de comprobar el sentido
propio, "verdadero", de los conceptos históricos y nunca alcanzan
éxito. Por censiguiente, es completamente normal que las síntesis,
con las que trabaja de continuo la Historia, o no pasen de ser más
«jue conceptos relativamente determinados, o que tan pronto se
violente la univocidad del contenido conceptual, 'se convierta el
concepto en tipo ideal y abstracto y se revele, de ese modo, como
un punto d'e vista teórico, es decir, unilateral, desde el que viene
considerada la .realidad y al que ésta puede referirse, pero que re-
JUNIO-DBRE. 19561 LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 483

sulte evidentemente inapropiadó para un esquema en el que pu-


diera quedar totalmente inserta. Pues ninguno de aquellos sistemas
de ideas, de los que no podemos prescindir para captar en cada
caso los elementos significativos de la realidad, puede, en efecto,
agotar su inñnita riqueza; y no consisten más que en el intento,
basado en el estado actual de> nuestro saber y en las construcciones
contractuales a nuestra disposición, en cada caso, de poner orden
en el caos de aquellos liedlos que en cada momento liemos incluido
en la esfera de nuestro interés. El mecanismo, do ideas, producido
por el pasado mediante la elaboración especulativa, o, mejor di-
cho, en verdad, por medio de la transformación ideativa de la
realidad inmediatamente dada y de la adecuada disposición en
aquellos conceptos, que correspondían al estado de su conocimien-
to y a la Oirientación de su interés, se halla en constante pugna con
lo que podemos y queremos ganar en nuevo conocimiento de la
realidad. En esta lucha se va realizando el progreso del trahajo
de las ciencias de la cultura. Su resultado es un constante proceso
Iransformador de aquellos cenceptos, en los qu'e> pretendemos com-
prender la Tcalidad. Por eso la historia de las ciencias de la vida
social es, y sigue siendo, un constante intercambio entre el intento
de ordenar intclectualmente los hechos mediante la formación de
conceptos, la disolución de las imágenes mentales así adquiridas
por obra de la ampliación y el desplazamientoi de los horizontes
científicos, y la nueva construcción (le conceptos sobre los funda-
mentos así modificados. Con ello no se 'expresa quizá lo defectuoso
del intento de construir, en general, sistemas de conceptos, pues
una ciencia cualquiera, aun la Historia meramente descriptiva, tra-
baja con el cúmulo de conceptos de su época, sino que se pone fie
manifiesto la circunstancia de que, en las ciencias de la cultura
humana la formación de conceptos depende del planteamiento de
los problemas, y que ésta varía con el mismo contenido de la cul-
tura. La relación de concepto y concebido lleva consigo en las cien-
cias de la cultura la tranjitoriedad de todas las síntesis semejantes.
En el campo de nuestra ci'sncia los grandes intentos de la cons-
trucción conceptual han tenido, por lo regular, su valor precisa-
mente en haber revelado los límites da la significación de aquellos
puntos de vista que los motivaron. Los progresos más trascenden-
tales en los dominios de las ciencias sociales van materialmente
ligados al desplazamiento de les problemas prácticos de la cultura
484- ARTÍCULOS CLASICOS DK KCONOMH f R. E. P., V I I , 2-3

y revisten la forma de una crítica de la 'elaboración de los concep-


tos. Una de las principales misiones -de nuestra revista será la de
servir a esa crítica y, con ello, a la investigación de los principios
e/e la síntesis en el campo d'e la ciencia social.
Entre las consecuencias que pueden sacarse de lo dicho, llega-
mos a un punto ahora en el que nuestros pareceres a veces quizá se
separen de los de algunos representantes, incluso destacados, de
Ja escuela histórica, ¡entre cuyos vastagos precisamente nos encon-
tramos. Aquéllos muchas veces se aferran en especial expresa y
tácitamente a la opinión de que la meta definitiva, el fin de toda
ciencia, sería el ordenar su material en un sistema de conceptos,
cuyo contenido habría de alcanzarse y perfeccionarse paulatina-
mente estudiando las regularidades empíricas, la formulación do
las hipótesis y su comprobación, hasta que surja de ello una cien-
cia-"acabada" y, por consiguiente, deductiva. Para tal finalidad el
trabajó histérico-inductivo del presente sería una labor preliminar
condicionada por la imperfección de nuestra disciplina; natural-
mente, partiendo del criterio de e'ste modo de ver, nada tenía que
parecer más delicado que la formación y el empleo de conceptos
rigurosos, IOÍ cuales tendrían que esforzarse en anticipar prematu-
raramente incluso aquella finalidad de un lejano futuro. Inconcusa
sería en principio esta concepción en el campo de la teoría del
conocimiento de la antigua escolástica, que aún llevan profunda-
mente inserta en la masa de la sangre la gran mayoría de los es-
pecialistas de la escuela histórica: ge supone fin de los conceptos
tíl constituir imágenes representativas de la realidad "objetiva" de
aquí la alusión, constantemente reiterada, a la irrealidad de todos
los conceptos rigurosos. A quien acabe pensando, con arreglo a la
¡dea fundamental de la moderna teoría del conocimiento de re-
tomo a Kant, que los conceptos son, más bien, y sólo pueden ser,
medios ideativos para el dominio intelectual de lo empíricamente
dado, no se le podrá argüir, contra la formación de cone&ptos ge-
néticos rigurosos, la circunstancia de que semejantes conceptos sean
necesariamente tipos ideales. Para él se invierte la relación de con-
cepto y trabajo histórico: aquella finalidad &e le aparece como
lógicamente imposible y los conceptos, no como meta, sino como
medio para el conocimiento de las conexiones significativas desde
puntos de vista individuales; precisamente por ser los contenidos
de1 los conceptos históricos necesariamente cambiantes, forzosa-
JUMO-OBRE. 1956] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 485

mente tienen que formularse en cada caso con rigurosidad. Úni-


camente exigirá que en su empleo se mantenga con esmero de
continuo su carácter de imágenes ideales intelectuales, que no se
confundan tipo ideal e Historia. Al no tener en cuenta realmente
conceptos históricos definitivos como finalidad general en el in-
eludible cambio de las directivas ideas d1» valor, creerá que. pre-
cisamente por ser formados los conceptos rigurosos y unívocos para
un punto de vista singular y siempre directivo, existe la posibilidad
de conservar en todo momento clara conciencia de los límites de
su validez.
Hay que advertir ahora a esto, y hasta hemos de convenir en
ello, que una conexión hi-tórica concreta en un caso singular muy
bien pudiera hacerse perceptible en su transcurso, sin ponerla con-
tinuamente en relación con conceptos definidos. Y en conformi-
dad con ello se pretenderá que al historiador de nuestra discipli-
na, lo mismo que se dijo del historiador político, le sea lícito ha-
blar el "lenguaje de la vida". Cierto, sólo que hay que añadir a
este respecto, que con tal procedimiento sigue necesariamente sien-
do una casualidad, hasta en un grado frecuentemente muy elevado,
el llegar a darse clara cuenta del punió de vista desde el cual ad-
quiere significación el proceso de que se trata. Por lo general,
no estamos en la favorable situación del historiador político, para
quien, por lo regular, son, o parecen ser, unívocos los contenidos
culturales a que su investigación se refiere'. A toda descripción
meramente gráfica va unido lo singular de la significación propia
de la exposición artística. "Cada cual ve lo que lleva en el cora-
zón." Los juicios válidos presuponen por doquier la elaboración
lógica de lo perceptible, es decir, el empleo de conceptos, y es. por
cierto, ipcsihle y estéticamente seductor mantenerlos in petto, lo
cual, empero, pone continuamente en peligro la seguridad de la
orientación del lector, y a menudo la del mismo escritor, coa res-
pecto al contenido y alcance de sus juicios.
Pero el abandono de la formación de concept06 rigurosos puede
ahora hacerse extraordinariamente ipeligroso para las difusiones
prácticas po/ííieo-económicas y poZííico-sociales. La de confusiones
que han producido en este campo, por ejemplo, el empleo «leí tér-
mino "valor" (ese motivo de tormento de nuestra disciplina al que
precisamente no puede dársele sentido unívoco alguno sino como
concepto típico-ideal), o la expresión "productivo", "desde el pun-
486 AIIT1CUI.OS CLASICOS DE ECONOMÍA f R. E. P., VII, 2-3

to de vi-ta económico", etc., las que en manera alguna resisten un


análisis intelectivamente claro, es algo francamente^ increíble para
los profanos en la materia. Y eso que los conceptos colectivos to-
mados del lenguaje de la vida sen aquí los causantes del maleficio.
Tomemos para entresacar un ejemplo clásico, lo más diáfano po-
sible para el profano, el concepto de "Economía agraria", tal como
aparece en la frase "intereses de la Economía agraria". Si-omitimos
aquí -por de pronto, los "intereses -de la Economía agraria" como
la representación subjetiva, más o menos clara, comprobable em-
píricamente que los individuos singulares tienen de los interesas
que administran, y si prescindimos, además, por completo, de los
innumerables conflictos de intereses de los agricultores, criadores
y cebadores de ganado, productores de granos, traficantes en pien-
FOS, destiladores de aguardientes, etc., no ya cualquier profano,
mas ni siquie.ra cualquier especialista, conocería el enorme enre-
dijo de referencias valoralivas que se entremezclan y chocan unas
con otras confusamente representado por aquéllos. Enumérenlos
aquí sólo' unos cuantos: intereses de los labradores que pretenden
vender su finca y a quienes, por consiguiente, sólo les interesa una
rápida subida de los precios de la tierra, interés precisamente
opuesto al de los que quieren comprar una finca, agrandar la que
tienen, o arrendarla; el interés de quienes desean conservar una
determinada finca para sus descendientes por conveniencias socia-
les, y a los que, por tanto, conviene la es-labilidad de la propiedad
agraria, y el interés contrapuesto de aquellos que, en el suyo y en
el de sus hijos, de-ean la circulación de la propiedad ds la tierra
para su mejor aprovechamiento, o —'lo que no es lo mismo, sin
más ni más— anhelan un comprador con más poderoso capital, o el
interés meramente económico' del "administrador más capacitado",
en sentido económico-privado, por una libertad económica de mo-
vimientos; o el interés, en conflicto con .el anterior, de determi-
nadas clase-- dominantes por mantener la posición social y política
heredada del "estamento" a que pertenecen y con ello la de la
propia descendencia: el interés social de las clases no dominantes
de labradores por eliminar aquellas clases superiores que las opri-
men; su interés, en ciertas circunstancias opuesto al anterior, por
el dirigente político que les salvaguarde sus intereses profesionales.
La lista podría aumentarse considerablemente sin encontrar fin,
aun cuando se procediera <le la manara más sumaria e imprecisa
JliMO-DBRE. 1956] l.A OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... 487

posibla. Prescindamos de que a los más "egoístas" intereses de esta


naturaleza pueden mezclarse y unirse los más diversos valores pu-
ramente ideales, que también .pueden contrarrestarlos y desviarlos,
para recordar, ante todo, que cuando bablamos de los "intereses
de la Economía agraria", per lo .regular no sólo pensamos en aque-
llos valores materiales e ideales a los que refieren sus "intereses".
los mismos labradores de referencia, sino además, en las ideas de
valor, eji .parte- completamente heterogéneas, a las que pudiéramos
referir la Economía agraria: por ejemplo, los intereses de la pro-
ducción derivados del interés p&r un abastecimiento más barato de
la población y del interés, no siempre coincidente con reí anterior,
por un abastecimiento cualitativamente mejor, con lo que los in-
tereses de la ciudad y del campo pueden encontrarse, en las más
diversas situaciones antitéticas, y el interés de la generación pre-
sente de ningún modo tiens que ser idéntico a los intereses pro-
bables de la generación futura; le* intereses repoblacionistas, en
particular el interés por una numerosa (población rural, derivado,
ya de intereses imperialistas, o de política interior "del Esiado'*,
» ya de otros intereses ideales de la más diversa naturaleza entre
sí, por ejemplo, el interés por el esperado influjo de una numerosa
población rural en la peculiaridad cultural de una región: este
interés repoblacionista puede bailarse en conflicto con los más
diversos intereses económico-privados de todos los sectores de la
población rural, y hasta se la puede concebir en oposición con todos
los intereses actuales de la masa de la población rural. O, por
ejemplo, el interés por un determinado^ tipo de organización social
de la población campesina* por la índole de las influencias políticas
y culturales que de ella resulten. Este interés puede chocar, 6egún
sea su dirección, tanto con todos los intereses presentes y futuros
imaginables, aun los más perentorios, del labrador particular, como
con los "del Estado'". Y —lo que aún complica más la cuestión—
el "Estado", a cuyo "interés" referimos de buen grado los intereses
del individuo y otros muchos semejantes, es, para nosotros, al mis-
mo tiempo y muchas veces, sólo destino encubierto para un enre-
dijo de ideas de valor en sí sumamente enmarañado' y a las quo
a su vez lo referimos nosotros en cada caso particular: mero ase-
guramiento militar hacia el exterior, aseguramiento de la situación
de soberanía de una dinastía o de determinadas clases para el in-
terior, intereses por la conservación y acrecentamiento de la unidad
488 ARTÍCULOS CLASICOS DF. ECONOMÍA I R . E . P., VII, 2-J

político-formal de la nación en ¿u propio interés o en el de la


conservación de determinados valores culturalas objetivos, muy di-
ferentes, en cambio, entre sí, que creemos representar como pueblo
políticamente unificado, transformación del carácter social del Es-
tado en el sentido de determinados ideales culturales, también muy
diversos; nos llevaría demasiado lejos indicar, siquiera, todo lo que
circula bajo el nombre colectivo de "intereses estatales", a los que
pudiéramos referir la "Economía agraria". El ejemplo aquí ele-
gido, y más aún nuestro sumario análisis, son toscos y sencillos.
Que el profano por una vez analice de manera parecida (y a fondo),
por ejemplo, el concepto "interés de clase del trabajador"1, para
que vea qué enredijo lleno de contradicciones, de intereses y de
ideales del trabajador en parte, y en parte de ideales desde los
cuales contemplamos al trabajador, se hallan Iras él. Es imposible
eludir el tópico de la lucha de interese* por la inte-nsificción me-
ramente empírica de su "relatividad" y el único camino que aquí
supera la vaguedad de la frase, es la verificación conceptual, clara
y rigurosa, d'o los diversos .puntos de vista posibles. El "anuímentó
del libre cambio", como ideología o norma válida, es una ridiculez,
pero ha traído consigo graves perjuicios para nuestra* discusiones
de política comercial —y, por cierto, con toda indiferencia respecto
a qué ideales de política comercial del individuo pretende defen-
der—• por haber menospreciado el valor heurís>!ico de la vieja filoso-
fía práctica de los más grandes comerciantes de la tierra consignada
en tales fórmulas típico-ideales. Sólo mediante fórmulas conceptua-
les típico-idealcs los puntos de vista, tenidos en cuenta en cada caso
particular, se explican realmente en su peculiaridad por vía de la
confrontación de lo empírico con el tipo ideal. El uso de los con-
ceptos colectivos indiferenciados empleados por el lenguaje ordi-
nario es continuamente un disfraz de la imprecisión del pensa-
miento o de la voluntad, bastante- a menudo el instrumento de pe-
ligrosas sorpresa-1, y además un medio siempre de entorpecer el
desarrollo del correcto planteamiento de los problemas.
Nos hallamos ya al término de este estudio, que únicamente
persigue el fin de destacar la línea, frecuentemente sutil, que separa
la ciencia y la creencia, y de dejar ver 'el sentido de afán de co-
nocimiento económico-social. La validez objetiva de todo saber
empírico se baja única y exclusivamente sn que la realidad dada
está dispuesta según categorías, que, subjetivas en un sentido es-
JUNIO-DBRE. 1 9 5 6 ] LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO... -89

pecífico, es decir, expresando, la presuposición de nuestro conoci-


miento, están ligadas al supuesto del valor de aquella verdad, que
sólo puede proporcionarnos el saber empírico. Para quien íóta ver-
dad no tenga valor —y la creencia en el valor de la verdad cien-
tífica es producto de determinadas culturas y no algo naturalmente
dado— nada tenemos que ofrecerle con los medios de nuestra cien-
cia. Verdad es que en vano buscaría otra verdad que reemplace
a la ciencia en aquello que sólo ésta puede proporcionarle, esto es,
conce.ptos y juicios, que no son la realidad empírica y que tampoco
reproducen, pero que permiten ordenarla mentalmente de manera
válida. En los dominios de las empíricas ciencias sociales de la
cultura, la posibilidad de un conocimiento inteligente, de lo esen-
cial para nosotros en la plétora infinita del acontecer, está ligada,
como ya liemos visto, al empleo ininterrumpido de puntos de vista
de carácter especialmente determinado, qiiev, en última instancia,
están todos orientados a ideas de valor, las cuales, a su vez son, sin
duda, empíricamente comprobables y realizables como elementos
de toda acción humana inteligente, pero no susceptibles de ser
fundamentadas como válidas partiendo de la materia empírica.
La "objetividad" del conocimiento científico-social depende, más
bien, de que lo empíricamente dado vaya en verdad dirigido siem-
a aquellas ideas de valor que no Je proporcionan más que valor
cognoscitivo1, sólo mediante ellas comprendido en su significación,
pero, sin embargo, nunca convertido en pedestal para la justifi-
cación empíricamente imposible de- su validez. Y la fe, inmanente
en cualquier forma en todos nosotros,, en la validez supraempírica
de las definitivas y supremas ideas de valor, en las que cimenta-
mos el sentido de nuestra existencia, no excluye, precisamente-, sino
que incluye la ininterrumpida mutabilidad de los puntos de vista
concretos desde los cuales logra significación la realidad empírica:
la vida en su realidad irracional y su contenido de significaciones
¡¡osibles es inagotable, por eso la estructuración concreta de la re-
ferencia a valores permanece fluctuante y sometida a cambios en
el oscuro futuro de la cultura humana. La luz que difunden aque-
llas supremas ideas de valar desciende cada vez sobre una parte
limitada, constantemente cambiante, de la corriente espantosamen-
te caótica de los acontecimientos, que gira majestuosamente a tra-
vés del tiempo.
Que todo esto no vaya ahora a dar lugar a la mala inteligencia
<!-90 ARTÍCULOS CLASICOS DE FXONOMIA [ R . E . P., V I I , 2-3

<le que la misión peculiar de la ciencia -social haya de constituir


una persecución constante tras nuevos puntos de vista, y nuevas
coinstrucciones cenceptuales. Por el contrario: nada debería sub-
rayarse aquí con más insistencia que la proposición de que servir
:tl conocimiento de la significación cultural de conexiones históri-
cas concretas es, única y exclusivamente, el fin último al que, junto
con otros medios, habrá de atender la labor de formación y de' crí-
tica de los conceptos. Para decirlo con F. Tb. Vischer, también hay
en nuestro campo "ávidos de materia" y "ávidos de sentido'". La
«tpetencia de hechos de los primeros sólo puede satisfacerse con
materia documental, con infolios estadísticos y encuestas, pero es
insensible a la sutileza del nuevo pensamiento. La glotonería de
los segundos les hace perder el gusto por los hechos a fuerza de
constantemente nuevos alambicamientos de' ideas. Aquel auténtico
arte, tal como el que, por ejemplo, poseyó en tan enorme medida
(.1 historiador Ranke, suele manifestarse, precisamente, porque sabe,
con todo, crear algo nuevo mediante la- referencia de hechos co-
nocidos a puntos de vista conocidos.
Todo trabajo científico-cultural en una época de especialización,
una vez encaminado a una determinada materia por determinados
planteamientos de problemas y elaborados sus propios principios
metódicos, considerará la elaboración de esa materia como fin en
sí mismo, sin comprobar continuamente de modo reflexivo el valor
cognoscitivo de los hechos singulares con las supremas ideas de va-
lor, y basta sin seguir dándose, en general, cuenta de su fundamen-
tación en tales ideas de valor. Y bueno es que sea así. Pero en
cualquier momento cambian los colores: la significación de los
puntos de vista inconscientemente^ utilizados se torna incierta, el
lamino se pierde en el crepúsculo. La luz de los grandes problemas
culturales se va extendiendo más a lo lejos. La ciencia entonces se
dispone a cambiar su situación y su mecanismo conceptual y a con-
templar desde las alturas del pensamiento la corriente del aconte-
cer. Se dirige a sólo aquellas estrellas que pueden indicarle a su
trabajo sentido y dirección:
"... despierta el nuevo ímpetu, su luz sin fin corro a beber, el
día ante mis ojos, la noche a mis espaldas, el ciclo sobre mí, las
olas a mis pies." r , ,. , MAX WEBER
(lor la traducción: rrancisco r . Jardon.)

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