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WeberObjetividad - CONFIRMAR PDF
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ECONOMÍA
Todos sabemos que nuestra ciencia, como todas jas que tienen
por objeto procesos e instituciones de la cultura humana, con ex-
cepción, quizá, de la Historia política, parte ante todo histórica-
mente de puntos de vista prácticos. Su más inmediato y en primer
lugar único fin fue el ofrecer juicios de valor ncerca de determi-
nadas medidas económico-políticas del Estado. Era "técnica", por
ejemplo, en el sentido en que lo son también las disciplinas clíni-
cas de la ciencia médica. Hoy es ya notorio cómo se fue- alterando
tal posición, pero sin que hubiera llevado a cabo una distinción
de principio entre el conocimiento de "lo que es" y el de "lo que
debe ser". Contra tal separación se opuso en primer término el
parecer de que lo inmutable equivalía a la ley de la naturaleza
física, y luego el de que los procesos económicos se hallaban regi-
dos por un principio unívoco de evolución y que, por tanto, «/o
que debe ser» no se conciliaba—en el primer caso—con «lo que es»
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.se quiere. Podemos enseñarle a conocer los fines que pretende con-
forme a su conexión y sentido, y entre los cuales elige, mostrando,
nnte todo, y desarrollando ien conexión lógica las "ideas" basadas,
.o que pueden basaiise, en Jos fines concretos. Pues unas de las mi-
siones esencialísimas de toda ciencia es, evidentemente, alumbrar la
comprensión intelectual de esas "ideas" por las que, en parte, real-
menta y en parte imaginativamente, se ha combatido y S.D com-
bate. Ello no excede los límites de una ciencia que. aspira a la
"ordenación intelectual de la realidad empírica" por poco que los
medios, que sirvan para explicar los valores espirituales, sean "in-
ducciones" en el sentido usual de la palabra. Indudablemente esa
misión se íale, al menos en parte, del marco de la disciplina eco-
nómica en su corriente especialización por motivos d,i división del
trabajo; "trátase, pues, de una misión de la Filosofía de la sociedad.
Sólo que la fuerza histórica de las ideas ha sido, y es aún, tan po-
derosa para el desarrollo de la vida social, que nuestra revista no
eludirá nunca tal misión, cuya atención ha de incluirse en el ám-
liito de sus más importantes deberes.
Pero la explanación científica de los juicios de valor no sólo
facilitaría además el comprender y el revivir les fines pretendidos
y los ideales en que se basan, sino, sobre todo, el enseñar también
a "enjuiciar" críticamente. Esta crítica, por cierto, sólo puede tener
un carácter dialéctico, es decir, no puede ser más que un enjuicia-
miento lógico-formal del material yacente en las ¡deas y en los
juicios (ie valor históricamente dados, una comprobación de los
ideales a la luz del postulado de carencia de contradicción interna
lie lo querido. Proponiéndose ese fin, puede procurar a la volun-
tad humana el conocimiento mismo de aquellos axiumad últimos
en que se basa el contenido de su querer, de la última norma de
valor de la que parte inconscientemente, o —para sor consecuen-
te— de' la quiD tiene que partir. El hacer darse cuenta de estas
últimas normas que se manifiestan en juicios concretos de valor,
es ahora indudablemente lo último que, san entrar en el terreno
de la especulación, puede ofrecer aquélla. Si el sujeto que enjuicia
debe profesar esas normas últimas, es incumbencia per-onal suya y
cuestión alañente a su voluntad y a su conciencia, mas no propia
de su saber empírico. •
Una ciencia empírica no está capacitada para enseñar a nadi>e>
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toda época en lucha con oíros ideales, para los demás tan sagra-
dos como para nosotros los nuestros".
Únicamente un sincretismo optimista, resultado a veces del
relativismo histórico evolutivo, puede teóricamente lo'grar olvidar-
se de Ja considerable gravedad de esta situaoión, o esquivar prác-
ticamente sus consecuencias. Para el político práctico jus-tamente1
puede ser .tan obligatorio en un caso singular de manera evidente-
mente subjetiva el conciliar la divergencia de opiniones existente,
como el ponerse de parte de una de e'llas. Pero esto ni en lo más
mínimo tiene que ver nada con la "objetividad científica". La
"línea media" ni en un ápice es más verdad científica que los
extremos ideales partidistas de derecha o de izquierda. El interés
de la ciencia por su perduración jama? lia estado peor atendido que
allí donde no quieren verse en.su crudeza las realidades de la vida
y los hechos desagradables. El "Archiv" combatirá incondicional-
mente la costosa ilusión de que puedan lograrse, por Ja síntesis de
varias opiniones partidistas o por líneas intermedias entre las
mismas, normas prácticas de validez científica, pues aquella s?TÍa,
por gustarle 'encubrir relativistamente sus propias normas de va-
lor, mucho más peligrosa para ila imparcialidad de la investiga-
ción que la vieja e ingenua creencia d.e los partidos en la "demos-
trabilidad" científica de sus dogmas. Con lo que nosotros queremos
familiarizarnos con mayor intensidad cada vez, es con la facultad
de distinguir entre conocer y enjuiciar y con «1 cumplimiento, tan-
to del deber científico de percibir la verdad de los hechos posi-
tivos, como del deber práctico de luchar por los propios ideales.
Hay y sigue habiendo—esto es de lo que para nosotros se tra-
ta—para cualquier época una infranqueable diferencia entre si
una argumentación se dirige a nuestra sensibilidad y a nuestra
capacidad do eritusiasiuarmos por fines concretos y prácticos o por
iormas y contenidos culturales, o de si se dirige, en cuanto esté
en discusión la validez de normas éticas, a nuestra conciencia, o,
finalmente, a nuestra facultad y necesidad de ordenar intelectual-
mente la realidad empírica de modo que reclame su validez como
verdad empírica. Y esta proposición permanece siendo exacta, a
pesar de que, como ya se indicó, aquellos supremos "valores" del
interés práctico son y continuarán siendo siempre ele decisiva im-
portancia para la orientación que la adlividad ordenadora del jten-
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Economía monetaria, por cuya causa, en efecto, tan sólo nos inte-
resamos por aquella descripción -de la técnica comercial y sólo por
la cual hay una ciencia hoy que se ocupa de esa técnica. Las carac-
terísticas específicas del cambio, de la compraventa, etc., interesan
a los juristas, mas a nosotros lo que nos interesa es justamente ana-
lizar el (problema de la significación cultural' del hecho histórico
de que el cambio en 'la actualidad sea un fenómeno de masas. Si
liubjere de explicarse, si .pretendiéronlos comprender que es lo que
distingue a nuestra cultura económica-social de la cultura de la
antigüedad, por ejemplo (en la que el cambio ostentaba, sin duda,
exactamente las mismas cualidades específicas que boy), y en qué,
por consiguiente, consiste la significación de la "Economía moneta-
ria", es cuando resaltarían en la investigación principios lógicos de
origen por completo heterogéneo: nosotros emplearemos como me-
dios expositivos aquellos conceptos que nos facilitan el investigar
los elementos genéricos de los fenómenos económicos de masas,
precisamente en tanto en que en ellos -se'contengan elementos cons-
titutivos muy relevantes de nuestra cultura. Pero no sólo no se lo-
gra la finalidad.de nuestro trabajo mediante la exposición, por
minuciosa que sea, de esos conceptos y leyes, sino que la cuestión
de lo que habrá de constituir el objeto del cultivo intelectual es-
pecífico, no está en manera alguna "libre de supuestos", sino íleci- •
dida precisamente en vista de la signiftención que para la cultura
poseen determinados elementos de aquella infinita diversidad a
que llamamos "comercio". Aspiramos precisamente al conocimien-
to de un fenómeno histórico, es decir, de un fenómeno significativo
en sn singularidad. Y ello, por otra parle, es decisivo, pues sólo
por eü supuesto de que únicamente una parte limitada de la infi-
nita multitud de los fenómenos sea significativa, resulta en gene-
ral lógicamente absurda la idea de un conocimiento de fenómenos
individuales. Incluso con el conocimiento más amplio concebible
de todas las "leyes" del acontecer nos quedaríamos perplejos ante
la cuestión siguiente: ¿Cómo es en general posible la explicación
causal de un hecho individiud, cuando ya hasta una descripción
del más pequeño sector de la realidad jamás es concebible, en
efecto, como exhaustiva? El número y la naturaleza de las causas
determinantes de cualquier acontecimiento individual es, sin duda,
siempre infinito y no existe ninguna característica situada en las
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cosas inisnias que permita separar una parte de ellas como la única
que haya de ser tenida en cuenta. Un caos de "juicios de existen-
cia" sohre innumerables observaciones particulares sería lo único
que conseguiría el intento <le un. conocimiento de la realidad seria-
mente "libre de supuestos". Y basta este resultado sería sólo ien
apariencia posible, pues la realidad de cada percepción singular
muestra, examinada de cerca hasta una multitud de elementos sin-
gulares, que nunca ipucden ser puestos de manifiesto de modo ex-
haustivo en juicios de' apercepción. En este caos solamente introduce
orden la circunstancia de que en todo caso sólo una parte de la
realidad concreta tiene interés y significación para nosotros, porque
sólo ella está referida a ideas culturales de valor con las que abor-
damos la realidad. Sólo determinados aspectos de los fenómenos
particulares, siempre infinitamente diversos, aquellos a los que
atribuímos una general significación cultural, son, por consiguiente,
dignos de conocimiento, y ellos solos son objeto de explicación
causal. Aun esta misma explicación causal vuelve a ofrecer luego
igual fenómeno: y una regresión causal exhaustiva a partir de
cualquier fenómeno concreto en su plt'.tui realidad no sólo es
prácticamente imposible, sino, sencillamente, una quimera. Sólo
elegimos aquellas causas a las que en cada caso particular han de
atribuirse los elementos "esenciales'" de un acontecer: y la cuestión
causal, cuando se trata de la peculiaridad de un fenómeno, no es
una cuestión acerca de leyes, sino de conexiones causales concretas;
no una cuestión de a qué fórmula ha de subordinarse' el fenómeno
como modelo, sino la cuestión de a qué situación individual ha de
atribuirse el fenómeno como resultado: es cuestión de imputación.
Cada vez que se tenga en cuenta la explicación causal de un "fenó-
meno cultural" —de un "individuo histórico", como diríamos refi-
riéndonos a una expresión ya utilizada ocasionalmente en la meto-
dología de nuestra disciplina y cuyo uso se está consagrando ahora
en la lógica en formulación más precisa—, el conocimiento de las
leyes que lo causan puede ser, no fin, sino medio de la investi-
gación. Nos facilita y hace posible la imputación causal de los
elementos de' los fenómenos culturalmcnte significativos en su in-
dividualidad a sus causas concretas. En tanto, y sólo en tanto lo
logra, es valiosa para el conocimiento de conexiones individuales.
Y cuanto más "generales", es decir, más "abstractas" las leyes,
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casos en los que haya' una o unas tesis teóricas fácilmente com-
prensibles en fórmulas—por ejemplo, Ja creencia en la predesti-
nación de Calvino—, o pcstu'lados morales claramente articulables
que hubieran imperado sobre los hombres y producido efectos
históricos de tal modo, que .pudiéramos ordenar la "idea" en una
jerarquía de conceptos que se desprendan lógicamente de aquellas
tesis. Con facilidad pasa ya fácilmente desapercibido que, por con-
siderable que haya sido en la Historia la significación de la con-
tundencia meramente lógica del poder del pensamiento—el mar-
xismo es un destacado ejemplo-—, no obstante, el proceso empírico-
histórico en la mente de los hombres tiene que ser comprendido
por lo regular como psicológicamente, pera no como lógicamente
condicionado. Todavía se evidencia con más claridad el carácter
típico ideal de tales síntesis de ideas lüstóricamente eficientes,
aun cuando esas tesis y postulados fundamentales en modo alguno
vivan, o no vivan, ya en las mentes de aquellos individúes regidos
por las ideas que de aquéllas se derivan, ya por deducción lógica,
ya por asociación, bien porque se haya extinguido la "idea" que
en su origen les sirvió históricamente de fundamento, o bien por-
que en general no baya logrado <lifundirse más que en sus conse-
cuencias. Y todavía resalta más categóricamente el carácter de la
síntesis como una "idea" que nosotros creamos, cuando desde un
principio sólo de manera incompleta, o en modo alguno, se ha
llegado a tener clara conciencia <le tales tesis fundamentales, o al
menos éstas no han adquirido la forma de claras conexiones men-
tales. Si más tarde llevamos a efecto este procedimiento, como
muy a menudo ocurre y tiene aún que ocurrir, con tal "idea"—por
ejemplo, la del- "liberalismo" de un determinado período o la del
"metodismo", o la de cualquier variedad del "socialismo" no des-
envuelta lógicamente—se tratará de un mero tipo ideal entera-
mente del mismo carácter que las síntesis de "principios" de una
época económica de los que hayamos partido. Cuanto más exten-
sas sean las conexiones de cuya exposición se trate, y más variada
haya sido su significación, cultural, tanto más se aproximará al
carácter del tipo ideal su sistemática exposición coordinadora en
•un sistema de conceptos y pensamiento?, menos será posible con-
tentarse con un concepto semejante y más naturales, e indispen-
sables, por lo tanto, los intentos constantemente repetidos de ad-
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De ahí que sólo dejemos aquí sentado que, por supuesto, todas
las "layes" y construcciones evolutivas específico-marxistas —en
tanto sean teóricamente impecables— li'enen carácter típico-ideal.
Todo aquel que haya irabajado de vez en cuando con conceptos
inarxistas conoce la eminente y hasta única significación heurística
de esos tipos ideales cuando se los emplea para comparar con ellos
Ja realidad, e igualmente su peligrosidad inmediatamente que 6e les
concibe como empíricamente válidos, cuando no como reales (es
decir, en realidad, metafísicos) "fuerzas actuantes", "tendencias",
etcétera.
Conceptos genéricos, tipos ideales, conceptos genéricos típico-
idealcs, ideas en el sentido de asociaciones de ideas empíricamente
eficientes en los hombres históricos, tipos ideales de dichas idea?,
ideales qué gobiernan a los hombres históricos, tipos ideales de
dichos ideales, ideales a los que el historiador refiere la Historia,
construcciones teóricas por utilización ilustrativa de lo empírico,
investigación histórica por utilización de conceptos teóricos como
límites ideales y además, luego, las diferentes complicaciones po-
sibles que aquí no se podrían más que indicar: puras creaciones
mentales, cuya rr&lac¡ón con la realidad empírica de lo inmediata-
mente <lndo es, en cada caso particular, problemática; solamente
esta, lista nos muestra ya el inacabable enredijo de los problemas
metódico - conceptuales, que en los dominios de la ciencia de la
cultura permanecen continuamente vivos. Y hemos tenido que pri-
varnos en absoluto de abordar seriamente las cuestiones práctica-
mente metodológicas, aquí donde los problemas sólo habrían de
indicarse, y de examinar detalladamente las referencias del cono-
cimiento típico-ideal al "conocimiento legal" y las de los conceptos
típico-idealcs a los colectivos.
Sin embargo, el historiador, tras todas esas polémicas, insistirá
cada vez más en que el predominio de la forma típico-ideal de la
formación de conceptos y de la construcción son síntomas especí-
ficos de la mocedad de una disciplina. Y en esto, en cierto sentido,
hay que darle la razón, con otras consecuencias distintas, sin duda,
de las que él sacará. Tomemos un par de ejemplos d'e otras disci-
plinas: Es realmente cierto que tanto el ajetreado alumno de cuar-
to curso, como el filólogo incipiente, se imaginan ante todo a un
idioma "orgánicamente", es decir, como un todo supraempírico re-
gido por normas; mas la misión de la ciencia se la representan cual
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