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En contra de la pena de muerte

Hasta el siglo XVIII, la potestad de la sociedad de aplicar la pena de muerte en


determinados casos a uno de sus individuos, no se discutía. En las distintas culturas
variaban las formas de ejecución, los delitos merecedores de la pena capital, la
discriminación entre ciudadanos libres y esclavos en cuanto a su aplicación, los atenuantes
o agravantes contemplados, etc., pero la pena de muerte en sí no se cuestionaba, y el
discurso favorable a su aplicación apenas sufrió alteraciones a lo largo de los siglos.
La primera referencia documentada contraria a su aplicación se circunscribe a un suceso
puntual. En el año 427 a.c., Diodoto, argumentando que esta pena no tenía valor
disuasorio, convenció a la Asamblea de Atenas de que revocara su decisión de ejecutar a
todos los varones adultos de la ciudad rebelde de Mitilene. Tucídides relata este hecho
excepcional en la "Historia de las Guerras del Peloponeso".
Por su parte, Jayawardene, en "La pena de muerte en Ceilán", explica que en el primer
siglo después de Cristo, Amandagamani, rey budista de Landa (Sri Lanka) abolió la pena de
muerte durante su reinado, y que lo mismo hicieron varios de sus sucesores. Al parecer, a
principios del siglo IX de nuestra era, el emperador Saga de Japón también suprimió la
pena de muerte.
Tomás Moro (1478-1535), víctima él mismo de la pena de muerte (acusado de alta traición
por no reconocer la legalidad del divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón), en su obra
Utopía (Libro Primero) se manifestó también en contra de la pena de muerte:
"Dios prohíbe matar. ¿Y vamos a matar nosotros porque alguien ha robado unas
monedas? Y no vale decir que dicho mandamiento del Señor haya que entenderlo en el
sentido de que nadie puede matar, mientras no lo establezca la ley humana. Por ese
camino no hay obstáculos para permitir el estupro, el adulterio y el perjurio. Dios nos ha
negado el derecho de disponer de nuestras vidas y de la vida de nuestros semejantes.
¿Podrían, por tanto, los hombres, de mutuo acuerdo, determinar las condiciones que les
otorgaran el derecho a matarse?"
Pero son aisladas excepciones, opiniones minoritarias o iniciativas puntuales que no
perduran. No es hasta mucho más tarde, durante el siglo XVIII en Europa, cuando se
empieza a cuestionar, cada vez de forma más consistente, la pena de muerte. Ocurre al
mismo tiempo que por un lado se cuestiona el uso de la tortura (usada hasta entonces
como procedimiento judicial para obtener confesiones y como pena asociada a
determinados delitos), y que por otro lado se empiezan a buscar métodos de ejecución
más rápidos y menos dolorosos, como a guillotina.
Se considera generalmente que el movimiento abolicionista moderno comenzó con la
publicación en Italia, en 1764, de la obra De los delitos y de las penas, de Cesare Beccaria.
En ella aparecía la primera crítica sustentada y sistemática a la pena de muerte.
Basándose en las ideas de Beccaria, Leopoldo I de Toscana promulgó en 1786 un código
penal que eliminaba totalmente la pena de muerte (posteriormente restablecida). En
1787 se eliminó también del Código penal austriaco (para ser igualmente en este caso
posteriormente restablecida).
Los enciclopedistas franceses tuvieron un papel destacado durante el siglo XVIII. En 1766,
Voltaire publicó sus Comentarios a la obra de Beccaria. Ya anteriormente, en 1764, en el
Diccionario Filosófico, se había referido también a la pena de muerte:
"Leyendo la historia y viendo la serie casi nunca interrumpida de calamidades que se
amontonan en este globo, que algunos llaman el mejor de los mundos posibles, me chocó
sobre todo la gran cantidad de hombres considerables en el Estado, en la Iglesia y en la
sociedad que hubo sentenciados a muerte como si fueran ladrones de caminos reales. No
me ocupo ahora de asesinatos ni de envenenamientos; sólo voy a ocuparme de matanzas
hechas en forma jurídica, bajo el amparo de las leyes y ceremoniosamente."
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Entre los opositores a la pena de muerte, encontramos también personajes
controvertidos. Por ejemplo Denis Diderot, el cual al mismo tiempo, en La Enciclopedia,
defendía la tortura de los delincuentes como forma de experimentación científica. O
Robespierre, que tras abogar por la abolición de la pena de muerte en 1791,
posteriormente condenó a muerte a muchísimas personas, antes de ser ejecutado él
mismo. Entre 1793 y 1794, durante el Periodo del Terror, fueron ejecutadas en Francia,
con o sin sentencia judicial, alrededor de 40.000 personas.
Víctor Hugo (1802-1885), gracias a su popularidad como escritor, pudo desarrollar una
importante labor de divulgación de sus ideas sociales, siempre en defensa de los
desfavorecidos. La pena de muerte era una de sus preocupaciones, y fue un firme
defensor de su abolición.
"Y además, ¿están seguros, de que no se sufre? ¿Quién se lo ha dicho? ¿Se ha sabido de
alguna vez que una cabeza cortada se haya levantado sangrando sobre el cesto, y haya
dicho al pueblo: esto no duele? (...) ¿Se han puesto en el pensamiento, en el lugar de
quién va a sufrir la ejecución, en el momento en que la pesada cuchilla que cae muerde la
carne, rompe los nervios, chafa las vértebras?"
Víctor Hugo. El último día de un condenado (1829)
"Y creéis que porque una mañana levanten una horca en sólo unos minutos, porque le
pongan la soga al cuello a un hombre, porque un alma escape de un cuerpo miserable
entre los gritos del condenado, ¡todo se arreglará! ¡Mezquina brevedad de la justicia
humana! (...) Nosotros, hombres de este gran siglo, no queremos más suplicios. No los
queremos para el inocente ni para el culpable. Lo repito, el crimen se repara con el
remordimiento y no por un hachazo o un nudo corredizo. La sangre se lava con lágrimas y
no con sangre."
Víctor Hugo. Escritos sobre la pena de muerte
Su hijo Carlos Hugo, periodista, siguió sus pasos: en 1851 fue acusado de "haber faltado el
respeto debido a la Ley", por haber escrito un artículo en el que describía una reciente
ejecución dantesca y brutal. La defensa que en aquella ocasión llevó a cabo su padre ante
el tribunal se hizo famosa:
"Verdaderamente, señores jurados, el hecho que dio pie al supuesto delito que se imputa
al redactor de 'L'Evenement' fue espantoso. Un hombre, un condenado a muerte, un
miserable, se ve arrastrado una mañana hasta la plaza pública; allí distingue el cadalso. Se
revuelve, forcejea, rehúsa la muerte. (...) Se traba una lucha espantosa (...) La lucha se
prolonga y el horror hace enmudecer a la multitud (...) Por la tarde, después de contar con
el necesario refuerzo del verdugo, amarraron al criminal de modo que quedara convertido
en una masa inerte (...) Nunca la muerte legal había parecido tan abominable y tan cínica."
Dostoievski fue condenado a muerte en 1849, bajo el cargo de conspirar contra el Zar
Nicolás I. Estando ya frente al pelotón de fusilamiento, le fue conmutada la pena por cinco
años de trabajos forzados en Siberia. En su novela "El idiota", el personaje protagonista, el
marqués Myshkin, dice:
"Matar a quien ha cometido un asesinato es un castigo incomparablemente peor que el
asesinato mismo. El asesinato a consecuencia de una sentencia es infinitamente peor que
el asesinato cometido por un bandido."
>> fragmento ampliado
Stefan Zweig, en "Momentos estelares de la humanidad", relató la condena y la anulación
de la ejecución de Dostoievski:
"En silencio forman en fila.
Un teniente lee la sentencia:
Muerte por traición. Con pólvora y plomo.
¡Muerte!
(...)
"El zar
con la gracia de su voluntad sagrada
ha anulado la sentencia,
que será conmutada por una pena más leve."
>> fragmento ampliado
Tolstoy, en 1857, al presenciar por casualidad una ejecución, se sintió profundamente
impresionado. Dentro del contexto de su actitud pacifista global, se manifestó en distintas
ocasiones en contra de la pena de muerte.
En España, a partir del siglo XIX, distintos escritores se posicionarán en contra de la pena
de muerte. Como Mariano José de Larra:
"Pero nos apartamos demasiado de nuestro objetivo; volvamos a él; este hábito de la
pena de muerte, reglamentada y judicialmente llevada a cabo en los pueblos modernos
con un abuso inexplicable, supuesto que la sociedad al aplicarla no hace más que suprimir
de su mismo cuerpo uno de sus miembros (...) Leída y notificada al reo la sentencia, y la
última venganza que toma de él la sociedad entera, en lucha por cierto desigual, el
desgraciado es trasladado a la capilla, en donde la religión se apodera de él como de una
presa ya segura; la justicia divina espera allí a recibirle de manos de la humana. Horas
mortales transcurren allí para él; gran consuelo debe de ser el creer en un Dios, cuando es
preciso prescindir de lo hombres, o, por mejor decir, cuando ellos prescinden de uno."
Un reo de muerte (1835). Mariano José de Larra. >> artículo completo
Concepción Arenal (1820-1893) también tuvo una postura activa en el debate
abolicionista:
"Meditando sobre la pena de muerte, es imposible no preguntar si no debe haber algún
vicio en la teoría de una ley cuya práctica lleva consigo la creación de un ser que inspira
horror y desprecio; de una criatura degradada, vil, siniestra, cubierta de una ignominia
que no tiene semejante; de un hombre, en fin, que se llama el verdugo."
El reo, el pueblo, y el verdugo. >> fragmento ampliado
Ya en el siglo XX, sin duda el escritor posicionado con más firmeza contra la pena de
muerte es Albert Camús:
"La pena capital es la forma más premeditada de asesinato, con la que ningún acto
criminal se puede comparar, por muy calculado que éste sea. Para que existiera un
equivalente, la pena de muerte debería castigar a un criminal que hubiera avisado a su
víctima de la fecha en la que le provocaría una muerte horrible y que, desde ese
momento, la hubiera mantenido confinada durante meses a su merced. Un monstruo así
no se encuentra en la vida real."
"Si el crimen pertenece a la naturaleza humana, la ley no pretende imitar o reproducir tal
naturaleza. Está hecha para corregirla."
Arthur Koestler conoció la pena de muerte de cerca: como corresponsal en la guerra civil
española, fue detenido por los franquistas y condenado a muerte, beneficiándose
finalmente de un intercambio de prisioneros. Se pronunció repetidamente contra la pena
capital:
"El patíbulo no es sólo un instrumento de muerte, sino también un símbolo. El símbolo del
terror, de la crueldad y del desprecio por la vida. Es el denominador común de la ferocidad
primitiva, del fanatismo medieval y del totalitarismo moderno."
A estos escritores hay que añadir, entre otros, a Azorín, Miguel de Unamuno, Valle-Inclán,
José Saramago, Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Truman
Capote.
El impulso mayor se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. A medida que fue creciendo
el movimiento en pro de los derechos humanos fue aumentado también la tendencia a
favor de la abolición de la pena capital. Primero la proclamación de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos por parte de las Naciones Unidas en 1948, y
posteriormente, el Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, destinado a abolir la pena de muerte (1989), junto con distintos
documentos regionales, fueron consolidando el movimiento abolicionista.
A finales de 2005, el balance era el siguiente:
76 países y territorios mantenían y aplicaban la pena de muerte.
122 países habían abolido la pena de muerte en su legislación o en la práctica. De estos,
86 países y territorios habían abolido la pena de muerte para todos los delitos; 11 países
habían abolido la pena de muerte salvo en casos excepcionales (delitos cometidos en
tiempo de guerra); 25 países eran considerados como abolicionistas de hecho (a pesar de
mantener en su legislación la pena de muerte no habían llevado a cabo ninguna ejecución
durante los últimos 10 años).

http://www.amnistiacatalunya.org/edu/es/historia/pm-abolicion.html

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