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DIAGNOSTICO DE LAS INTOXICACIONES

El diagnóstico en toxicología se basa en los mismos pilares que el de otras especialidades


médicas: la anamnesis, la exploración física y las exploraciones complementarias.
La anamnesis es la base del diagnóstico en el 95% de las intoxicaciones. La mayoría de los
pacientes que sufren una intoxicación están conscientes y cuando son atendidos revelan la
historia de su contacto con el producto tóxico; sin embargo no es infrecuente que, tras una
ingesta voluntaria de fármacos, los enfermos estén confusos y no recuerden qué sustancia
han ingerido (sobre todo si han asociado etanol), o se nieguen a manifestar el tipo de
medicamento ingerido o, más raramente, mientan deliberadamente al ser interrogados
sobre esta cuestión. Más dificil de precisar es, generalmente, la dosis del tóxico, tanto por
los factores que se acaban de citar como por intentos deliberados de llamar la atención o
de restar importancia al episodio. Por todo ello, la información referente al tipo y cantidad
de substancia tóxica ha de ser tomada siempre con ciertas reservas. Se debiera también
intentar precisar el tiempo transcurrido desde la intoxicación, ya que este intervalo influye
en la puesta en práctica de algunos tratamientos.

Cuando el paciente está inconsciente, la anamnesis debe realizar se con los familiares,
amigos o compañeros de trabajo, en particular con quienes compartieron con el paciente
las últimas horas de aparente normalidad. Si no se obtuviese suficiente información,
debería investigarse el lugar de residencia habitual y donde ha sido hallado el paciente, en
busca de fármacos, drogas de abuso u otras substancias potencialmente tóxicas.

La exploración física permite apoyar o establecer una hipótesis diagnóstica y, en cualquier


caso, ayuda a calibrar la gravedad de una intoxicación.

Entre las exploraciones complementarias de importancia diagnóstica, pronóstica o


terapéutica que se pueden practicar a un intoxicado destacan la analítica general, la
analítica toxicológica, la radiología y el ECG. En relación a la primera, el hematocrito, la
glucemia, la creatinina, el ionograma y el equilibrio ácido base constituyen los cinco
parámetros de los que se debe disponer para evaluar y tratar cualquier intoxicación
clínicamente grave; a ellos deben añadirse otros (gasometría arterial, calcemia,
protrombina, osmolaridad, vacío aniónico, etc) en función de una determinada sospecha
diagnóstica.

La analítica toxicológica urgente debe solicitarse sólo en casos graves, por ejemplo, cuando
se sospecha la etiología tóxica ante un coma o unos trastornos del medio interno de origen
desconocido, o cuando el conocimiento de la concentración en sangre de un tóxico puede
tener interés terapeútico (teofilina, litio, digoxina, fenobarbital, metanol, etilenglicol) o
implicaciones médico-legales (algunos casos de intoxicación etílica). Del mismo modo, no
está justificado el análisis cuantitativo de algunos tóxicos, por ejemplo, de benzodiacepinas,
a un paciente en el que existe sospecha fundada de la ingesta de dicho fármaco, que
presenta un cuadro clínico leve y en el que el tratamiento no variará aún conociendo este
dato. En ningún caso se debe pedir un screening toxicológico amplio y sin ningún tipo de
orientación diagnóstica; cuando ésta no existe, pero se sospecha una etiología tóxica, el
clínico deberá acordar con el analista unas prioridades analíticas. Los resultados obtenidos
por el laboratorio deben ser siempre interpretados con cautela debido a la diferente
susceptibildad de los individuos frente a las substancias tóxicas y a la posibilidad de que el
enfermo tenga un fenómeno de tolerancia por consumo crónico, y en ningún caso estos
resultados deben anteponerse a la clínica.

La radiografía de tórax tiene interés en los expuestos a gases o vapores irritantes, en


quienes presenten signos o síntomas de insuficiencia respiratoria, y en todos los casos de
intoxicaciones graves, porque es en el aparato respiratorio donde asientan el mayor
número de complicaciones (edema pulmonar, broncoaspiración, neumonía, atelectasia). La
radiografía de abdomen tiene un interés más limitado, excepto en la ingesta de cáusticos,
pero permite confirmar la ingesta de substancias radio-opacas (hierro, bismuto, bario,
arsénico, mercurio, litio, carbamacepina, body-packers).

Un ECG tendrá también interés en todos los casos graves (el hallazgo de trastornos del
ritmo, de la conducción o de la repolarización, puede contribuir a orientar el diagnóstico) y
en las intoxicaciones en las que participan sustancias cardiotóxicas.

La radiología toxicológica se centrará en la radiografía simple de tórax y de abdomen.


En el tórax se podrán confirmar imágenes no siempre precoces de neumonitis tóxica
(inhalación de gases o volátiles, ingesta de disolventes o productos lipoideos), edema
pulmonar no cardiogénico (opiáceos, AAS), o neumonías broncoaspirativas en pacientes
comatosos.
La radiografía simple de abdomen pueden identificar agentes tóxicos o fármacos más o
menos radiopacos: amitriptilina, fenotiacinas?, sales de litio, Bi, As, Hg, Pb, K, I, fármacos
con cubierta entérica, etc.
Igualmente la radiografía abdominal es útil (y a veces la de tórax) para confirmar
perforación abdominal por cáusticos, ileo paralítico por anticolinérgicos, infarto
mesentérico por cocaína u otras drogas, presencia de bacterías cilíndricas o planas y
de body packers.
El ECG no es una exploración diagnóstica pero si indicativa de la gravedad. La alteración
más habitual es el ensanchamiento del QRS en la intoxicación por antidepresivos
tricíclicos.

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