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LA ASOCIACIÓN CIENTÍFICO-CULTURAL «CISCO DE PICÓN» VISITA CÓRDOBA"

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«Aunque sepa los caminos / yo nunca llegaré a Córdoba». Con los versos de Federico en nue-
stros fardeles de peregrinos, tomamos el bordón y emprendimos el viaje a Córdoba. Subimos al
tren en Santa Justa con las claritas del día para llegar hora y media más tarde a la que fuera capi-
tal del mundo. Las calles estaban recién puestas, lavadas, y todo resplandecía con la brisa nueva.
Ana, Luis y yo nos fuimos a perder por el laberinto del barrio de San Lorenzo, para dar final-
mente con la otra Carbonería viva que aún se mantiene en tierras andaluzas: el veterano es-
tablecimiento fundado en 1951 por Ángel, hijo de un piconero de la sierra, y padre del tercer
miembro de la saga, Rafael, que nos recibió con los brazos abiertos. Los dos señores carboneros
dieron en hermanar sus dos carbonerías. La barroca carbonería de Sevilla, con su despacho de
cisco a granel, sus extraños objetos artesanales, sus plantas y sus telarañas, y la encalada y tersa
carbonería cordobesa, con su logotipo de Romero de Torres, sus vitrinas y sus bronces. De-
spués de despedirnos, nos encaminamos al segundo punto de nuestro viaje, en el barrio de San
Agustín; pero antes, hicimos un alto en el camino, para visitar una de aquellas tabernas cor-
dobesas, minimalistas avant la lettre, célebres por las fotos donde aparecen los poetas del grupo
Cántico; y hablando de versos, llegamos por fin a la librería, imprenta y taller de Ediciones De
Papel, aunque cabría hablar más bien de laboratorio, puesto que allí se cocían ensalmos con el
mismo poder de los que armó Paracelso, entre crisoles y atanores. Nos recibieron, igualmente
con los brazos abiertos, los hermanos Manuel y Francisco Patiño, inagotables inventores de
cuanto juego pueda darse con la sagrada materia del papel y la flor nunca marchita de las pal-
abras. Siguiendo las mismas pautas para fabricar el papel propias de los artesanos árabes de Al-
coy, tras la molienda de la materia prima, la colocación de la pulpa así obtenida en moldes y
bastidores, y el secado de las láminas, bellísimas por irregulares, en improvisados tendederos, la
imaginación «sin bridas y sin estribos» de los hermanos Patiño las convierte en pliegos poéticos
sugerentes, en libros encuadernados a la tibetana, en poemas-objeto, como la cafetera en cuyo
depósito superior eclosionan mínimos pliegos poéticos o artísticos, o en las ediciones exquisi-
tas de temas cordobeses y sevillanos…, y en mil y una fantasías para gozo de bibliófilos y lec-
tores. Con ganas de volver nos despedimos. Arreciaba un sol envolvente y vivísimo por la plaza
de la Corredera, donde repusimos fuerzas. Dedicaríamos el resto de la tarde a visitar el Museo
Romero de Torres, término de nuestro viaje, pues nos proponíamos admirar in situ el original
del logotipo que preside nuestra Asociación: «La chiquita piconera». Si hubo un artista andaluz
que recogiera como nadie el legado prodigioso de la hiperestesia —e incluso del morbo— de
prerrafaelistas, modernistas y simbolistas, no fue otro que Julio Romero de Torres, autor de una
pintura literaria sin complejo alguno, donde asoman sus sobrecogedores perfiles sensuales eter-
nos femeninos inolvidables, como la Samaritana, la Nieta de la Trini, la Magdalena o la propia
Chiquita Piconera, toda ojos, ojos posibles e imposibles, de misterios a la vez latentes y
patentes. Se derretía el sol cuando salimos a la calle, con los ojos cegados por lo que habíamos
visto. Atravesamos murallas y jardines, y subimos de nuevo al tren, para emprender el regreso a
Sevilla. Ya no podríamos volver a sentir «lejana y sola» a Córdoba. ❧

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