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-¡Deje de rayarse las manos!

- me repite mi mama desde que llego a mi casa, luego de


6/8 horas bien estudiadas, calentando mi nalga con el pupitre y repasando trazos en los
cuadernos y en mis manos. Y es que para mí es inevitable no sentir el impulso de
querer llenar de formas y líneas los espacios en blanco o cualquier otro color por todas
partes, (No me pueden dejar sola con un lapicero) y desde pequeña he sido así, inquieta,
desobediente y caprichosa -¡En el cuaderno de matemáticas no se hacen maticas!,
¡Usted parece con déficit de atención, no se queda quieta!, ¡VAGA, INMADURA,
BRUTA! No es por hacerme la incomprendida, pero espero que todas estas
responsabilidades de tener unas notas increíblemente altas en matemáticas o química
acaben de una vez (aún no he logrado sacarme el primer superior en estas clases)

Y según lo que les he venido contando, se deben de estar imaginando que por alguna
razón yo odie entrar por esa puerta, que algún día me va a llevar a una educación de
alta calidad y con mayores oportunidades… pues, ¡TUVIERON RAZON! No soy la más
fanática a madrugar, ni mucho menos a escuchar a alguien decir que las funciones
trigonométricas me van a salvar la vida; pero, a pesar de todos estos percances,
siempre aprendo algo en el colegio, así sea a encontrar un numero de oxidación, porque,
me da razones para seguir buscando una razón por la cual mi mano explote de alegría y
no se detenga a la hora de dibujar (ah, esa es Marco).

A pesar de ser muy brutica en las ciencias básicas, creo que estoy atraída por ellas,
porque tiene muchos colores, ¡ME GUSTAN LOS COLORES! Además de los detalles, y
las diferentes combinaciones que hay dentro de las formas bien diseñadas. También me
gustan las palabras raras; pericardio, aminoácido, queratina… Y deseo en este momento
que me practiquen una lobotomía, para que me quiten esta puta locura, y pueda encajar
sin colores.

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