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La filosofía de la Generación Beat

En este artículo de 1958, Jack Kerouac, autor de 'En el camino',


da las claves sobre el movimiento que abanderó: "No fue más
que una idea que se nos ocurrió"

El siguiente texto de Jack Kerouac (1922-1969), publicado originalmente


en 1958 en la revista 'Esquire', forma parte del libro 'La filosofía de la
Generación Beat y otros escritos' que edita Caja Negra.

La Generación Beat fue una visión que tuvimos John Clellon Holmes 67 y
yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años
cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que
aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América,
graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos,hermosos, de
una fea belleza beat —fue una visión que tuvimos cuando oímos la
palabra beat en las esquinas de Times Square y en el Village, y en los
centros de otras ciudades en las noches de la América de la posguerra
—beat quería decir derrotado y marginado pero a la vez colmado de una
convicción muy intensa. Llegamos incluso a escuchar a los viejos Padres
Hipsters de 1910 usar la palabra en ese mismo sentido, con una
entonación melancólica. Nunca aludió a la delincuencia juvenil;
nombraba personajes de una espiritualidad singular que, en lugar de
andar en grupo, eran Bartlebies solitarios que contemplan el mundo
desde el otro lado de la vidriera muerta de nuestra civilización. Los
héroes subterráneos que se salieron de la maquinaria de la “libertad” de
Occidente y empezaron a tomar drogas, descubrieron el bop, tuvieron
iluminaciones interiores, experimentaron el “desajuste de todos los
sentidos”, hablaban en una lengua extraña, eran pobres y alegres, fueron
profetas de un nuevo estilo de la cultura estadounidense, un estilo nuevo
(creíamos) completamente libre de influencias europeas (a diferencia de
la Generación Perdida), un reencantamiento del mundo. Algo parecido
pasaba casi al mismo tiempo en la Francia de posguerra de Sartre y
Genet, algo sabíamos de eso. Pero en cuanto a la existencia de la
Generación Beat, no fue verdaderamente más que una idea que se nos
ocurrió. Nos quedábamos despiertos todo el día, las veinticuatro horas, y
poníamos discos de Wardell Gray, Lester Young, Dexter Gordon, Willis
Jackson, Lennie Tristano y los demás, un disco tras otro, y hablábamos
incansablemente de ese aire nuevo que sentíamos en la calle.
Escribíamos relatos sobre los santos negros del jazz que hacían dedo
por Iowa con sus instrumentos y grabaciones y llevaban el mensaje
secreto del hálito, de la respiración a otras costas, otras ciudades, a
semejanza de un auténtico Walter el Indigente que liderara una invisible
Primera Cruzada. Teníamos nuestros propios héroes, nuestros propios
místicos, escribíamos novelas sobre ellos, las cantábamos, y
componíamos larguísimas odas a los “ángeles” nuevos de la América
subterránea. Quedaban en realidad un puñado de esos hips, de esos
tipos con verdadero swing, y lo que hubo antes se extinguió velozmente
en la Guerra de Corea (y después) cuando emergió en los Estados
Unidos una especie novedosa de eficiencia; puede haber sido la
consecuencia de la universalización de la televisión y nada más (la
Política del Control Policial Total de los oficiales de la “paz” de Dragnet),
pero después de 1950 los fantasmas beat decayeron y se desvanecieron
en cárceles y manicomios o quedaron confinados en la vergüenza de un
conformismo silencioso; la generación misma fue efímera y muy
pequeña.

Pero no tendría ningún sentido escribir todo esto si no fuera igualmente


cierto que, por un raro milagro de la metamorfosis, la juventud de la
posguerra se reveló también beat y adoptó sus gestos; pronto se lo vio en
todas partes, el nuevo estilo, el desaliño y la actitud indiferentes; por fin
llegó al cine (James Dean) y a la televisión; los arreglos de bop que
había sido el éxtasis musical secreto del ánimo
contemplativo beat empezaron a escucharse en los fosos de todas las
orquestas y de todas las partituras (cf. las obras de Neal Hefti, para no
hablar de las piezas de Basie), esas visiones del bop pasaron a ser
propiedad común del mundo de la cultura popular y comercial; el uso de
nuestras palabras (palabras como “crazy”, “hungup” o “go”) se volvieron
familiares y entraron en el uso común; el consumo de drogas ganó una
legitimación oficial (sedantes y todo lo demás); e incluso el vestuario de
los hipsters beat se abrió paso en la nueva juventud del rock ‘n’ roll por
vía de Montgomery Clift (la campera de cuero), Marlon Brando (la
camiseta) y Elvis Presley (las patillas), y entonces la Generación Beat,
aunque ya muerta, resucitaba y se veía de pronto justificada.

Teníamos nuestros propios héroes, nuestros propios místicos,


escribíamos novelas sobre ellos, las cantábamos, y componíamos
larguísimas odas a los “ángeles” nuevos de la América
subterránea
Lo que pasa, y lo que es realmente triste, es que mientras se me pide
que explique qué es la Generación Beat ya no queda nada de la
Generación Beat original.

Y en cuanto al análisis de lo que significa… ¿cómo saberlo? Aun en esta


etapa tardía de la civilización en la que lo único que le importa a todos es
el dinero, creo que es tal vez la “segunda religiosidad” que profetizó
Oswald Spengler para Occidente (en los Estados Unidos, el hogar
definitivo de Fausto) porque existen elementos de significación religiosa
oculta en el modo, por ejemplo, en que un tipo como Stan Getz, el genio
mayor de su generación “beat”, cuando lo metieron en la cárcel por
intentar robar un almacén, tuvo una súbita visión de Dios y se arrepintió.
Muchas veces escuchamos entre los hipsters tempranos raras
conversaciones sobre “el fin del mundo” en la “segunda venida”,
“visiones” e incluso visitaciones, todos ellos creyentes, todos fervorosos,
inspirados y libres de cualquier materialismo bohemio-burgués.

Un tipo tuvo visiones de un Armagedón tecnológico (la experiencia fue en


Sing Sing); otro, visiones de una reencarnación según la voluntad de
Dios. Un tercero, inusitadas visiones de un Apocalipsis en Texas (antes y
después de la explosión en la ciudad de Texas). Luego estuvo también el
intento desesperado de otro tipo que buscó asilo en una iglesia (los
policías lo echaron y le rompieron un brazo) y la visión que tuvo un chico
en Times Square: la televisación de la Segunda Venida (todo esto
envuelto en la niebla de la vida contemporánea, en las cabezas de los
miembros típicos de mi generación y a quienes conocí; el regreso del
sentimiento de una temprana primavera gótica, mucho antes de que la
civilización racional de Occidente desarrollara la relatividad, los jets y las
superbombas y tuviera estructuras supercolosales, burocráticas,
benevolentes y totalitarias semejantes al Gran Hermano). Entonces,
según dijo Spengler, cuando llega la decadencia de nuestra cultura
(cumplida ahora de acuerdo a sus gráficos morfológicos) y sedimenta el
polvo de nuestras pugnas civilizadas, la clara luz del fin del día revela
una vez más las aflicciones originarias, revela una
indiferencia beatíficahacia las cosas que son del César, por decirlo así, un
cansancio de todo eso, y arrepentimiento, y el anhelo de un valor
trascendente, o “Dios”, el “Paraíso”, la penitencia espiritual por el Amor
Infinito que terminará verificándose con nuestra teoría de la gravitación
electromagnética, nuestra conquista del espacio, y en lugar de las
meras técnicas de la eficiencia no habrá ya nada, como un pueblo
extinguido por un terremoto, solo pervivirán las Últimas Cosas... de
nuevo.

Lo que pasa, y lo que es realmente triste, es que mientras se me


pide que explique qué es la Generación Beat ya no queda nada
de la Generación Beat original.
Todos estamos al tanto del Renacimiento Religioso, Billy Graham y todo
lo demás, pero la Generación Beat, e incluso los existencialistas con sus
dobleces intelectuales y su pretensión de indiferencia, representan una
religiosidad más profunda, el deseo de desaparecer, de estar fuera de
este mundo (que no es nuestro reino), de “elevarse”, de conquistar el
éxtasis, de ser redimido, como si las visiones de los santos de los
monasterios de Chartres y Clairvaux estuvieran otra vez entre nosotros y
crecieran como el pasto que crece entre el cemento, en las aceras de
esta civilización endurecida y agitada por sus últimos estertores.

O quizá la Generación Beat, vástago de la Generación Perdida, no es


más que un paso hacia esa generación pálida y definitiva que tampoco
tendrá las respuestas.

Como sea, todo indica que su efecto tiene raíces en la cultura


estadounidense.

Tal vez.

Y si no, ¿qué importa?

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