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III Congreso de Estudios Poscoloniales y IV Jornadas de Feminismo

Poscolonial – “Interrupciones desde el Sur: habitando cuerpos, territorios


y saberes”
12, 13, 14 y 15 de Diciembre, 2016. Buenos Aires, Argentina

Esas locas memorias: Loco Afán: Crónicas de sidario de Pedro Lemebel en la encrucijada descolonial

Autor:
Diego Gabriel Torres. Estudiante avanzado de la carrera de Lic. en Letras de la Universidad Nacional de la
Patagonia “San Juan Bosco”. Dirección Postal: Güemes Norte 54, CP 9100. E-mail: dietorres26@gmail.com

Universidad Nacional de la Patagonia “San Juan Bosco”


Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
Licenciatura en Letras

Abstract

En esta ponencia problematizaremos acerca del llamado “boom de la crónica” y las


afirmaciones acerca de que la crónica se constituiría en el género propio para que lxs subaternxs
hablen. En este sentido, retomamos los aportes realizados por Gayatri Spivak en torno a la
representación y la subalternidad, así como los trabajos de John Berverly en relación con la
literatura latinoamericana. Esto nos sirve de base para encarar la producción de Pedro Lemebel,
en particular su libro Loco Afán: Crónicas de sidario (1995). Sostenemos que Lemebel realiza una
práctica descolonizadora con su producción cronística donde muestra/representa una subalternidad
en particular: las prostitutas travestis del Santiago de Chile de los años ’90. Deja su condición de
subalterno para construir un espacio propio de enunciación descolonial: el espacio coliza. Sus
crónicas, entonces, se configuran a partir de esta mirada coliza, construyendo así una memoria a
contrapelo, una memoria minoritaria para hacer frente al olvido y el silenciamiento de las locas.
Sin embargo, esta sujeta no se ancla en identidades estereotípicas, sino que se configura como
sujeta subversiva en tanto Lemebel la representa como sujeta nómade (Braidotti, 2000).
Esas locas memorias: Loco Afán: Crónicas de sidario de Pedro Lemebel en la encrucijada
descolonial

En esta ponencia problematizaremos acerca del llamado “boom de la crónica” y las


afirmaciones acerca de que la crónica se constituiría en el género propio para que lxs subaternxs
hablen. En este sentido, retomamos los aportes realizados por Gayatri Spivak en torno a la
representación y la subalternidad, así como los trabajos de John Berverly en relación con la
literatura latinoamericana. Esto nos sirve de base para encarar la producción de Pedro Lemebel,
en particular su libro Loco Afán: Crónicas de sidario (1995). Sostenemos que Lemebel realiza una
práctica descolonizadora con su producción cronística donde muestra/representa una subalternidad
en particular: las prostitutas travestis del Santiago de Chile de los años ’90.

Quisiera aclarar que este trabajo es una primera aproximación a mi Tesis de Licenciatura
“Cronar la loca(lidad): la construcción de la subjetividad nómade de la Loca en Loco Afán.
Crónicas de sidario de Pedro Lemebel” y, asimismo, parte de las reflexiones teóricas discutidas
en el Proyecto de Investigación “Alcances y límites de la noción representación/representaciones
en la teoría social contemporánea. Estudio de caso: La configuración de las subjetividades en la
zona de Chubut (1930-2002)”.

1) Problematizando la Crónica: Representación y Subalternidad

El llamado “boom de la crónica” apareció para denominar un supuesto “fenómeno” cultural,


literario y periodístico. Leila Guerriero ya derribó y cuestionó tal “boom” en su famoso Sobre
algunas mentiras del periodismo, diciendo, además, que no entendía por qué se hablaba del auge
de la crónica y, paradójicamente al mismo tiempo, de la pérdida de la lectura. En Argentina, varios
fueron los medios que usaron esta hipérbole. En febrero de 2012 aparece en El País el artículo ¿El
boom de la crónica latinoamericana?, por Javier Rodríguez Marcos. En Agosto de ese mismo año
Leonardo Tarifeño publica en el diario La Nación su texto Periodismo narrativo: el nuevo boom
latinoamericano donde analiza brevemente las antologías de crónicas Mejor que ficción y
Antología de crónica latinoamericana actual. En el 2013 Julián Gorodischer de la Revista Ñ
escribe El boom de la crónica argentina. Todos estos artículos hablan del boom de una forma
positiva y comparándolo con el famoso boom de los ’60.
Por un lado, desde su explosión en los ochenta-noventa, la crónica ha aparecido como el género
propio que representa lo latinoamericano, y, al mismo tiempo, como el mejor lugar para representar
a el/la subalternx. Agustín Pastén en un análisis sobre Pedro Lemebel, Carlos Monsiváis y
Rodríguez Julia plantea que estos escritos realizan

una efectiva representación de la subalternidad en un contexto cultural y político donde el triunfo


del neoliberalismo y la omnipresencia de la globalización han exiliado de la República del Éxito
todo aquello que no se ajusta a la lógica del mercado” (Pasten, : 103).

La crónica latinoamericana aparece así como el lugar propicio para representar el margen, Carlos
Monsiváis le habría otorgado “una encomienda inaplazable de [la] crónica y [el] reportaje: dar voz
a los sectores proscritos y silenciados” (Monsiváis, 1997: 76).

Por otro lado, se ha visto en la crónica una nueva forma de reinventar y de salvar a la literatura,
por ejemplo, Cairati considera que

Frente a los géneros literarios monolíticos y convencionales, el periodismo narrativo,


aquí enfocado a través de la epistemología disidente y revolucionaria de los estudios
subalternos, reclama su derecho a narrar los márgenes, los suburbios humanos y hasta
inhumanos para dar un paso más hacia el conocimiento de una realidad compleja y
contradictoria. (Cairati, 2013: 51)

Creer que la crónica vino a salvar a la Literatura y al Periodismo de hundirse en sus géneros
monolíticos y convencionales es no atender a la historia de los géneros literarios, periodísticos y
además, a esta supuesta “heterogeneidad” de la que tanto se hace alarde. Creer que la crónica es
un género “más político” es ignorar las relaciones propias que han tejido la literatura, el periodismo
y la política y olvidar que toda forma de representación es mediada, por tanto, por más
“transparente” que parezca una forma particular de representación, jamás lo es. Tanto la literatura
como el periodismo tienen sus propias evoluciones, sus cruces, contactos y desconexiones.
Olvidarlas es deshistorizarlas. Es necesario realizar una lectura crítica del lugar de enunciación
que produjo la crónica. Lo que estoy tratando de problematizar no es una “poética de la crónica”
sino la idea de que “la crónica sea el género de la subalternidad”. Debemos problematizar el
concepto de “representación” en la crónica para no caer en la trampa de la “representatividad”:
la crónica es un género genuinamente latinoamericano, descendiente de sangre de las Crónicas de
Indias, no solamente por la reiteración del mismo referente, de manera justamente “crónica”, sino
por la capacidad del género de indagar y restituir el presente a través de una participación activa.
Si ya Tomás Eloy Martínez (Jaramillo Agudelo 2012: 13) otorga a la crónica el título de columna
vertebral de toda la historia literaria argentina, a buena razón podríamos reclamar el mismo
calificativo también para Perú, y tal vez para toda América Latina. (Cairati, 2013: 44)

Subalternidad y Representación

Sobre la dimensión de la representación de la subalternidad, recupero el texto de la intelectual


Gayatri Spivak Chakravorty ¿Puede hablar el subalterno? (1983). En este artículo, Spivak,
retomando El Dieciocho brumario de Marx, apunta sobre la doble acepción del significante
“representación”: el término puede ser entendido en el campo de la práctica política como “hablar
por” (vertreten); o, en el campo cultural-artístico, como “sustituir” (darstellen). Plantea, además,
que la confusión y asimilación de ambas acepciones supone un error epistemológico con
consecuencias políticas graves. Siguiendo y criticando tanto a Said como a los subalternistas,
problematiza el concepto de representación para el intelectual: Mariela Flores Torres reflexiona
sobre este hecho y se pregunta si la incapacidad de representación solo está condicionada por la
desventaja estructural, o también son partícipes lxs intelectuales que pretendiendo “recuperar” la
voz y la conciencia subalterna erran el método (Flores Torres, 2009: 10). Evidentemente, la
intelectual subalternista llama la atención sobre la violencia epistémica que la elite y los
intelectuales, sobretodo, realizan sobre la construcción de la subalternidad

A partir de estas reflexiones del lugar que ocupa el intelectual en la representación de la


subalternidad, podemos reflexionar sobre ¿qué rol juegan lxs cronistas en la representación de
sujetxs subalternxs? ¿Qué rol juegan lxs críticxs literarios/culturales en el análisis de estas
representaciones y en la producción de otras? ¿Qué acepción de “representación” debemos
considerar para el caso de la crónica? ¿Qué es, entonces, unx cronista? ¿Es unx etonógrafx? ¿Es
unx literatx? ¿Qué es la crónica? ¿La crónica es periodismo? ¿Es literatura? ¿Cómo debemos leer
la crónica: como un intelectual “hablando por” lxs subalternxs que no tienen “voz” o como una
representación artística?
Estamos ubicados ante el problema teórico de la representación de la subalternidad: el/la sujetx
que trata de representar, el objeto de representación y el modo de la representación, es decir, el/la
cronista, las travestis prostibulares de Santiago de Chile y la crónica.

Para Spivak el subalterno no tiene “agencia” ni voz. Es más, considera que la “voz del
subalterno” o “la conciencia subalterna” solo existen en tanto ficción teórica. Para John Beverly
(2002), retomando las conceptualizaciones de la intelectual india, el/la subalternx es quien carece
de representación y a quien no se puede representar. El problema de la enunciación para Beverly
es sumamente importante, partiendo de las problematizaciones del testimonio como género
propicio para la enunciación de lxs subalternxs: no podemos lograr una “verdadera”
representación, sino solo una aproximación: El/la subalternx carece de legitimidad para hablar,

La pregunta por la representación hace necesario que analicemos estos escritos en tanto actos
estéticos-políticos de intervención discursiva. En este sentido, sostengo que estos escritos son
máquinas literarias, comunicacionales, periodísticas, máquinas de guerra (Deleuze y Guattari,
2005) que luchan en el plano de la representación. Esto permite dar cuenta de la relación denuncia-
representación y de lo que Said en El mundo, el texto y el crítico ha conceptualizado como la
mundaneidad de los textos literarios (Said, 2004: 15).

2) Lemebel y la representación de la subalternidad homosexual y travesti


latinoamericana

Lemebel publica su libro Loco Afán: Crónicas de sidario en el año 1996 donde recopila una
serie de crónicas escritas para diarios y otros textos de intervención oral (su famoso Manifiesto por
la Diferencia). En este libro, crona los cuerpos desmemorizados de las locas muertas por el SIDA,
pero también sobre los discursos, los artistas, la parafernalia simbólica que giró alrededor de la
enfermedad.

La representación del/la sujetx subalternx es siempre política y responde a posturas ideológicas


concretas. Pedro Lemebel deja su condición de subalterno para y narrar/cronar, desde allí, la
subalternidad travesti y construir un espacio propio de enunciación descolonial: el espacio coliza.
Las crónicas buscan una nueva representación de la homosexualidad en relación con la Historia
de Chile, la posdictadura/democracia y la memoria. Construyen, entonces, una memoria a
contrapelo, una memoria minoritaria para hacer frente al olvido y el silenciamiento de las locas.
El cruce entre homosexualidad, travestismo, prostitución, enfermedad, me permite observar cómo
se configura la subalternidad travesti. La hipótesis que sostengo y que será la guía para esta
segunda parte de la ponencia es que las locas son representadxs como sujetxs nómades bajo el
pensamiento de Néstor Perlongher y de los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari.

Deleuze y Guattari en Mil Mesetas (2003) nos proponen los conceptos de nómade, máquina de
guerra y micropolítica de las fronteras para analizar a los sujetos y ciudades contemporáneas. La
figura del/la sujetx nómade comprende a el/la sujetx no unitarix, inacabadx y móvil: el/la sujetx
nómade comprende un devenir y no un ser. La feminista Rossi Braidotti entiende a el/la nómada
como un vector de desterritorialización, es unx sujetx que ha renunciado a lo establecido, formando
una identidad hecha de transiciones, desplazamientos, cambios y sin una unidad esencial. El
nomadismo para esta teórica feminista implica, en la línea de Lucy Irigaray, buscar nuevas
subjetividades no-unitarias, no-estrictamente racionales y no-exclusivamente masculinas, y que al
mismo tiempo denuncien el falogocentrismo del pensamiento occidental.

El concepto de nómade aparece frente al de sedentarix, liso frente a estriado, máquinas de


control frente a máquinas de guerra, devenir frente a identidad. Según DyG el Estado apuntará a
<<estriar el espacio>>, es decir, buscará poner límites, regularizarlo, establecer mecanismos de
control, imponer disciplina, trazar trayectos, etc. Frente a los movimientos de desterritorialización,
el Estado responde con medidas reterritorializantes. Por el contrario, la máquina de guerra nómada
tiene como fin “el trazado de una línea de fuga creadora, la composición de un espacio liso y el
movimiento de los hombres en este espacio” (Deleuze y Guattari, 2004: 422). Lxs nómades
rompen con esos elementos de codificación, sus máquinas de guerra operan y se mueven
exteriormente al aparato estatal.

Veamos cómo Lemebel construye la representación de las subalternas travestis como sujetas
nómades, como devenires subversivos:

1- La loca versus lo Gay


Lemebel en varias de sus crónicas como Crónicas de New York establece una clara
distinción entre el Gay de Norteamérica y las locas latinoamericanas. Lo Gay pertenece al
Primer Mundo, se presenta como La Identidad a la que deberían aspirar los homosexuales y
produce El Modelo Gay: blanco, musculoso, estética viril, con potencia masculina, pertenece
al barrio del sexo rubio, son como dioses del olimpo, bien comidos, sadomasoquistas, con
viceras Calvin Klein. El bar se convierte en un centro turístico para gays de todo el mundo, el
santuario de la causa homo y epicentro del tour comercial: se fetichiza la causa. Las locas y
los michés pertenecen al Tercer Mundo, donde la diferencia colonial produce un modelo
“inferior”: fea, desnutrida, loca tercermundista, cara de chilena asombrada, indiecita, mosquita
latina. Por un lado, cuando se refiere a lo gay, todos los adjetivos se utilizan en masculino; por
el otro, cuando se refiere a las locas latinoamericanas, se refiere en femenino.
La distinción entre Gay y Loca nos lleva a la distinción entre Latinoamérica e Imperialismo.
El modelo gay exporta no solo una moda, sino toda una subjetividad: el Gay se ancla en el
Capitalismo, el Patriarcado y la Neocolonización. Todo es importado desde el Imperialismo
hacia los países latinoamericanos: las identidades, el cine, la moda, el SIDA y su “prevención”.
Al inicio del libro Lemebel escribe “La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización
por el contagio” (Lemebel, 2015: 65). En las crónicas la enfermedad llega como la última
moda a los centros urbanos de América Latina desde el epicentro del capitalismo: Estados
Unidos. Latinoamérica aparece como una Loca que es penetrada y colonizada por la
enfermedad que le contagia la potencia viril del Imperialismo, porque “El SIDA habla inglés”
(Lemebel, 2015: 65).

2- Del Nombre al Sobre-Nombre: La disolución de la Identidad Civil

La Loca no puede tener un nombre, la loca escapa a este porque un nombre es una marca,
un “rostro bautismal” (Lemebel, 2015: 55): la identidad civil y genérica de las personas es
marcada en el nombre que instituye El Padre que marca su descendencia –Patriarcado,
Familia: “sin preguntar, sin entender, sin saber si Alberto, Arturo o Pedro le quedaría bien al
hijo mariposón” (Lemebel, 55). Este nombre es a su vez una marca indeleble que debe cargar
la loca como a su próstata hasta la tumba. A esta marca/deseo de los padres se contrapone el
“zoológico gay” que desvanece la Identidad/identificación civil entre el “nombre” y el
individuo porque se genera “una gran alegoría barroca que empluma, enfiesta, traviste,
disfraza, teatraliza, castiga la identidad a través del sobrenombre” (Lemebel, 2015: 55). Los
nombres y adjetivos se reciclan, rebautizan, reprograman, re-semiotizan y se cargan de
nuevos significados, de nuevas historias. El sobrenombre deja de ser una cuestión individual
para ser una cuestión colectiva: “no abarca una sola forma de ser, más bien simula un parecer
que incluye momentáneamente a muchos, a cientos que pasan alguna vez por el mismo apodo”
(Lemebel, 2015: 55). La re-significación convierte el nombre en una simulación, en un
parecer colectivo: el nombre se devalúa en disfraz y deja ver su carácter de constructo social,
muestra su carácter reificado. El sobrenombre se constituye en una fuga, es una discontinuidad
y una desterritorialización del Nombre-Identidad, desfigurando y desbordando lo civil,
rechazando la visión ontológica del nombre como Identidad-Identificación.

3- Del Cuerpo Natural Sexuado (y generizado) al Cuerpo-Montaje

La loca-travesti de Lemebel se configura un cuerpo-texto que es un cuerpo del engaño, es


puro montaje exagerado donde cirugía, ropa, maquillaje, gestos, pestañeos, guiños fortuitos,
aleteo trashumante, sobreactuación, etc., se conjugan para generar la “mascarada ambulante”.
Su cuerpo es una fuga, una simulación, un parecer que se repite hasta la parodia y anula la
Identidad. La loca vive sobre el maquillaje y la espectacularización: “la <<travestida>> trastoca
completamente la división entre el espacio psíquico interno y externo, y de hecho se burla del
modelo que expresa el género, así como de la idea de una verdadera identidad de género”
(Butler, 2007: 267). La travesti parodia el género y muestra su falso carácter de <<original>>
en esta sobreactuación, en su montaje, en la mezcla:

Pero la atracción de esta mascarada ambulante nunca es tan inocente, porque la


mayoría de los hombres, seducidos por este juego, siempre saben, siempre
sospechan que esa bomba plateada nunca es tan mujer. Algo en ese montaje
exagerado excede el molde. Algo la desborda en su ronca risa loca. Sobrepasa el
femenino con su metro ochente, más tacoaltos. La sobreactúa con su boquita de
corazón pidiendo un pucho desde la sombre” (Lemebel, 2015: 75)

4- Sobre Cartografías deseantes: fugándose de la ciudad: Trayectorias Nómadas


Las descripciones que utiliza Lemebel para dar cuenta del movimiento de la loca muestran
su aspecto nómade: desprecia la brújula, huérfana del norte y de sueños sureños, boca nómade,
despiste, acróbata, garabatea, agitado desplazamiento, culebreo alocado, voltereta cola del rito
paseante, fiebre homoerótica que en su zigzagueo voluptuoso, callejeo acezante, etc.
Entonces, el lugar propio de la Loca es cualquier lugar que ella elija, no tiene geografía
precisa, no tiene un mapa único, sino un andar, es su presencia la que transforma los lugares,
es ella la que construye en su andar: “la ciudad, si no existe, la inventa el bambolear
homosexuado” (Lemebel, 2015: 78). La ciudad que duplica la Loca, la cuidad dinámica, la
construye su paso, ella da movimiento a la ciudad, es su taconeo suelto, su agitado
desplazamiento. Ella es movimiento, desplazamiento, ritmo, desvío y fuga, pero también es
brillo y luz: “el travestismo callejero es un brillo concheperla en la noche”. Por ello su
cartografía no es tanto la escritura de una geografía de lugares fijos, sino “una escritura
vivencial del cuerpo deseante” (Lemebel, 2015: 78).

3) Lemebel y los modos de representación de la subalternidad travesti latinoamericana

La figura/identidad/representación de la travestí dentro de la literatura latinoamericana ha


adquirido mayor relevancia en los últimos años con el auge de la llamada teoría posfeminista y los
estudios queer (Marystani, 2008; Amicola, 2007; Kaminsky, 2008; Martínez, 2008). Como
antecedente más antiguo en la literatura latinoamericana tenemos a Castaño travestido en Los
empeños de la casa de Sor Juana Inés de la Cruz en el año 1683. Luego 200 años vuelve a aparecer
la figura travesti en la segunda mitad del siglo XX en obras como De donde son los cantantes
(1967) de Severo Sarduy, El lugar sin límites (1966) de José Donoso.

La crónica no ha sido el único espacio o el espacio privilegiado de representación de esta sujeta


subalterna en particular. Lemebel no es extraño a esto puesto que sus textos tejen más relaciones
con la literatura que con el periodismo, a quien, en palabras propias, ha seguido los pasos del
mexicano Carlos Monsiváis. Si bien fue uno de los primeros en instalar la problemática travestí en
relación con el SIDA, no fue el único. Luego de Loco Afán (1995) aparecerá, respecto a la relación
homosexualidad-enfermedad, Salón de belleza (2000) de Mario Bellatín, Sirena Selena vestida de
pena (2000) de Mayra Santos-Febre y El desbarrancadero (2001) de Fernando Vallejos, todas
novelas con las que pueden hacerse cruces y lecturas. Sin embargo, como han señalado varios
críticos, la relación e influencia de autores como Manuel Puig, Copi y Néstor Perlongher resultan
evidentes. La estética camp o kitsch (Amícola, 2000; Neyret, 2007) de sus textos y su estilo
neobarroco de escritura (Souilla, 2009) dan cuenta de su política escrituraria que, al mismo tiempo,
es una política colectiva al incluirse en cierta genealogía de textos y escritorxs.
Si se sostiene que la crónica se constituye en el lugar de enunciación propicio de la
subalternidad latinoamericana, estamos obliterando y silenciando otras formas que han encontrado
los/as sujetos/as subalternos/as para decirse, para representarse. Actualmente, las sujetas trans han
creado otros espacios de enunciación por fuera de la crónica y la novela. Por ejemplo, Sussy Shock
en la poesía y la música folklórica en Argentina, Claudia Rodríguez desde la poesía y la
performance en Chile, Camila Sosa Villada en teatro y telenovela, nuevamente en Argentina. Estas
artistas desde sus lugares manifiestan y construyen sus propias máquinas de guerra.

4) Conclusiones

Como sabemos, el/la subalternx es unx sujetx heterogénex, fragmentadx. No es posible


argumentar que Un Género en particular se constituye en el modo privilegiado de representación,
porque caemos en una trampa conceptual: ¿si el/la sujetx a represntar es heterogénex, por qué el
modo de representación debería ser homogéneo?

Lemebel crea un nuevo espacio de escritura revolucionaria a través del cuerpo. Se asimila el
cuerpo semiotizado con la enfermedad como marca-signo, como estigma social y espacio textual
desde donde narrar las crónicas de sidario. De esta manera tenemos que se aúnan dos espacios
textuales, se tensionan y entran en fricción: crónicas de sidario remite al mismo tiempo a un
espacio temporal –crónicas- desde el cual narrar hechos que acontecen en un lugar –sidario- que
se encuentra marginado en el espacio textual-ciudad; mientras que también crónicas remite al
tiempo de la enfermedad y la palabra sidario une, al parecer, la enfermedad –sida- como marca del
cuerpo infectado, y lo diario, lo cotidiano. Es entonces que estas crónicas narran una experiencia
doble de la loca: el de la ciudad y el del cuerpo. Desde allí Lemebel construye su ficción.: “su
historia salpica la ciudad y se evapora en la lujuria cancionera de su pentagrama transeúnte”:
escritura vivencial del cuerpo deseante.

Escritura, memoria y sujetx se encuentran imbricados en el uso político de la narración del


pasado. En este sentido, la posicionalidad del sujeto pos-colonial quedará definida a partir de cómo
relaciona estas tres variables para construir una representación del pasado y, por ende, cómo
produce identidades y alteridades. De esta manera, creemos que analizar desde esta perspectiva
nos ayudará a vislumbrar de una manera más óptima las diferentes lógicas que atraviesan a las
crónicas. Leer las crónicas sería leer el funcionamiento de determinada construcción de
representaciones de identidades y del pasado (o presente) a partir de la escritura.

5) Bibliografía

Leila Guerriero Sobre algunas mentiras del periodismo Malpensante 75… revisar como citar

En Agosto de 2012 Leonardo Tarifeño publica su en el Diario La Nación el artículo Periodismo


narrativo: el nuevo boom latinoamericano

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