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Néstor Perlongher
Prosa Plebeya de Perlongher aparece en el año 1997 gracias a Christian Ferrer y Osvaldo
Baigorria, quienes compilaron los ensayos más representativos del autor desde 1980 hasta 1992.
Lemebel publica Loco Afán. Crónicas de sidario en 1996 donde reúne una serie de crónicas
publicadas en diversas revistas y diarios. El libro de Lemebel está dedicado a Perlongher y no es
casual, comparten una visión estética y política. Ambos son parte de una misma genealogía de
escritores cartográficos de las ciudades latinoamericanas. Sus escrituras son parte de la
construcción, ¿o reconstrucción?, de una cartografía de deseos, de cuerpos, de identidades.
Tanto los ensayos de Perlongher como las crónicas de Lemebel buscan una nueva
representación de la homosexualidad. En este caso, solo analizaremos aquella representación
asociada al mundo de la prostitución, los prostitutos miché de Brasil y las prostitutas travestis,
locas, de Chile. El cruce entre homosexualidad, travestismo y prostitución me permite observar
cómo estos escritores configuran estas identidades marginadas (¿subalternas acaso?). Entones,
¿cómo representan la homosexualidad? La hipótesis que sostengo y que será la guía para esta
ponencia es que tanto el miché como la loca son representadxs como sujetxs nómades.
La pregunta por la representación hace necesario que analicemos estos escritos en tanto actos
estéticos-políticos de intervención discursiva. En este sentido, sostengo que estos escritos son
máquinas literarias, comunicacionales y de guerra que luchan en el plano de la representación.
Esto permite dar cuenta de la relación denuncia-representación y de lo que Said en El mundo, el
texto y el crítico ha conceptualizado como la mundaneidad de los textos literarios (Said, 2004: 15).
¿Qué es un nómade? Deleuze y Guattari en Mil Mesetas nos proponen los conceptos de nómade,
máquina de guerra y micropolítica de las fronteras para analizar a los sujetos y ciudades
contemporáneas. La figura del/la sujetx nómade comprende a el/la sujetx no unitarix, inacabadx y
móvil: el/la sujetx nómade comprende un devenir y no un ser. La feminista Rossi Braidotti entiende
a el/la nómada como un vector de desterritorialización, es unx sujetx que ha renunciado a lo
Universidad de la Patagonia “San Juan Bosco”
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales-Sede Trelew
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establecido, formando una identidad hecha de transiciones, desplazamientos, cambios y sin una
unidad esencial. El nomadismo para esta teórica feminista implica, en la línea de Lucy Irigaray,
buscar nuevas subjetividades no-unitarias, no-estrictamente racionales y no-exclusivamente
masculinas, y que al mismo tiempo denuncien el falogocentrismo del pensamiento occidental.
Deleuze y Guattari, en su ya célebre “Tratado de Nomadología: la máquina de guerra”,
explicitan lo que consideran una máquina de guerra:
la máquina de guerra es la invención nómada que ni siquiera tiene la guerra como objeto primero,
sino como objeto segundo, suplementario o sintético, en el sentido de que está obligada a destruir
la forma-Estado y la forma-ciudad con las que se enfrenta. (Deleuze y Guattari, 2014: 418)
Estos textos funcionan como máquinas de guerra: son una búsqueda de formas de
representación como contrapartida de las políticas de representación hegemónicas sobre la
sexualidad. Si aceptamos la idea de que la subjetividad es de naturaleza maquínica, industrial, y
que los procesos de subjetivación implican el funcionamiento de máquinas de expresión de
carácter tanto extra-personal, extra-individual como de naturaleza infra-personal (Guattari y
Rolnik, 2005: 58), debemos entender que la máquina de guerra se mueve en este terreno, en el de
la producción de subjetividad en tanto resistencia. En este sentido, la escritura de Perlongher y
Lemebel resiste los modos de representación dominantes del mundo homosexual y al mismo
tiempo denuncian la marginación de estos grupos. Sin embargo, la denuncia de la marginación no
busca la inscripción de lxs subalternxs en la categoría de mártires, la representación de estos grupos
dista de constituirlos como sujetxs pasivxs, antes bien, apuntan a un tipo de representación que dé
cuenta de su carácter activo, en su función de singularización: estxs sujetxs se reapropian de su
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subjetividad en la medida en que se reapropian de su cuerpo. Los michés y las travestís, en tanto
procesos de singularización, producen una subjetividad nómade que atenta contra los mecanismos
de interiorización de los valores capitalistas (Guattari y Rolnik, 2005) y patriarcales (Braidotti,
2000).
Perlongher en El sexo de las locas apunta que existe un “modelo gay” que erige una
“normalización de la homosexualidad” (Perlongher, 1996: 33), creando nuevos segregados: locas,
travestis, chongos, gronchos. Lemebel en varias de sus crónicas como Crónicas de New York
también establece una clara distinción entre el Gay de Norteamérica y las locas latinoamericanas.
Lo Gay pertenece al Primer Mundo, se presenta como La Identidad a la que deberían aspirar los
homosexuales y produce El Modelo Gay: blanco, musculoso, estética viril, con potencia
masculina, pertenece al barrio del sexo rubio, son como dioses del olimpo, bien comidos,
sadomasoquistas, con viceras Calvin Klein. El bar se convierte en un centro turístico para gays de
todo el mundo, el santuario de la causa homo y epicentro del tour comercial: se fetichiza la causa.
Las locas y los michés pertenecen al Tercer Mundo, donde la diferencia colonial produce un
modelo “inferior”: fea, desnutrida, loca tercermundista, cara de chilena asombrada, indiecita,
mosquita latina. Por un lado, cuando se refiere a lo gay, todos los adjetivos se utilizan en
masculino; por el otro, cuando se refiere a las locas latinoamericanas, se refiere en femenino.
La distinción entre Gay y Loca nos lleva a la distinción entre Latinoamérica e Imperialismo. El
modelo gay exporta no solo una moda, sino toda una subjetividad: el Gay se ancla en el
Capitalismo, el Patriarcado y la Neocolonización. Todo es importado desde el Imperialismo hacia
los países latinoamericanos: las identidades, el cine, la moda, el SIDA y su “prevención”. Al inicio
del libro Lemebel escribe “La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización por el
contagio” (Lemebel, 2015: 65). En las crónicas la enfermedad llega como la última moda a los
centros urbanos de América Latina desde el epicentro del capitalismo: Estados Unidos.
Latinoamérica aparece como una Loca que es penetrada y colonizada por la enfermedad que le
contagia la potencia viril del Imperialismo, porque “El SIDA habla inglés” (Lemebel, 2015: 65).
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Veamos cómo estas singularidades generan líneas de fuga de la Identidad Gay hegemónica:
La Loca no puede tener un nombre, la loca escapa a este porque un nombre es una marca, un
“rostro bautismal” (Lemebel, 55): la identidad civil y genérica de las personas es marcada en el
nombre que instituye El Padre que marca su descendencia –Patriarcado, Familia: “sin preguntar,
sin entender, sin saber si Alberto, Arturo o Pedro le quedaría bien al hijo mariposón” (Lemebel,
55). Este nombre es a su vez una marca indeleble que debe cargar la loca como a su próstata hasta
la tumba. A esta marca/deseo de los padres se contrapone el “zoológico gay” que desvanece la
Identidad/identificación civil entre el “nombre” y el individuo porque se genera “una gran alegoría
barroca que empluma, enfiesta, traviste, disfraza, teatraliza, castiga la identidad a través del
sobrenombre” (Lemebel, 55). Los nombres y adjetivos se reciclan, rebautizan, reprograman,
re-semiotizan y se cargan de nuevos significados, de nuevas historias. El sobrenombre deja de ser
una cuestión individual para ser una cuestión colectiva: “no abarca una sola forma de ser, más bien
simula un parecer que incluye momentáneamente a muchos, a cientos que pasan alguna vez por el
mismo apodo” (Lemebel, 55). La re-significación convierte el nombre en una simulación, en un
parecer colectivo: el nombre se devalúa en disfraz y deja ver su carácter de constructo social,
muestra su carácter reificado. El sobrenombre se constituye en una fuga, es una discontinuidad y
una desterritorialización del Nombre-Identidad, desfigurando y desbordando lo civil, rechazando
la visión ontológica del nombre como Identidad-Identificación.
El cuerpo, como el nombre, es otro elemento que se transforma en signo, se re-semiotiza para
construir a partir de él una política corpórea de la transgresión y el desplazamiento. Los cuerpos
de la prostitución son cuerpos de la exuberancia: tanto el miche como la loca tienen cuerpos-
montaje, cuerpos-teatrales, cuerpos-simulación y cuerpos-de-deseo.
En el caso de Perlongher, los michés exhiben un cuerpo macho, viril, que recrea la relación
marica/macho//cliente/prostituto. Este cuerpo no se presenta como montado sino como “natural”
ya que se acerca al rol sexual predilecto para el “hombre”. Sin embargo, Perlongher analiza esta
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postura de macho y distingue una teatralidad de la virilidad del miché, una máscara para conseguir
al cliente, atrayéndolo con su rol “activo” y su rigidez:
Lo primero que se ve son cuerpos provocativamente machos: ciñe un blue jean gastado la escultura
de esa teatralidad del virilismo; telas rústicas, antes opacas que brillosas, que se adhieren
viscosamente, a una protuberancia que destacan: hay en esos cuerpos sobreexpuestos toda una
escenificación de la rigidez, de los varios sentidos de la dureza. (Perlongher, 1997: 46)
Su cuerpo, aun así, es una fuga, una simulación viril que juega con la Identidad y el Rol. Aunque
el miché se define como macho, heterosexual y hombre, en la polaridad que establece con la
travestí/loca se encuentran variaciones que “declinan el grado de ortodoxia varonil” (Perlongher,
1997: 48), desestabilizándose hasta el punto de no saber si son hombres o putos. En este sentido,
ser “puto” es reconocerse con una Identidad distinta de la del Hombre: la orientación sexual
definiría correlativamente otra Identidad:
Por regla general los michés no son o no se consideran homosexuales, residiendo en esa renuencia,
demandada por los mismos clientes (que buscan muchachos que no sean homosexuales), buena
parte de su encanto. (Perlongher, 1997: 48)
Lemebel, por su parte, configura un cuerpo-texto que es un cuerpo del engaño, es puro montaje
exagerado donde cirugía, ropa, maquillaje, gestos, pestañeos, guiños fortuitos, aleteo trashumante,
sobreactuación, etc., se conjugan para generar la “mascarada ambulante”. Su cuerpo es una fuga,
una simulación, un parecer que se repite hasta la parodia y anula la Identidad. La loca vive sobre
el maquillaje y la espectacularización: “la <<travestida>> trastoca completamente la división entre
el espacio psíquico interno y externo, y de hecho se burla del modelo que expresa el género, así
como de la idea de una verdadera identidad de género” (Butler, 2007: 267). La travesti parodia el
género y muestra su falso carácter de <<original>> en esta sobreactuación, en su montaje, en la
mezcla:
Pero la atracción de esta mascarada ambulante nunca es tan inocente, porque la mayoría de los
hombres, seducidos por este juego, siempre saben, siempre sospechan que esa bomba plateada
nunca es tan mujer. Algo en ese montaje exagerado excede el molde. Algo la desborda en su ronca
risa loca. Sobrepasa el femenino con su metro ochente, más tacoaltos. La sobreactúa con su boquita
de corazón pidiendo un pucho desde la sombre” (Lemebel, 2015: 75)
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En ambas obras podemos diferenciar dos ciudades: la que construye el poder hegemónico y la
que duplica y construye el miché o la loca: la primera se define como ciudad estática y la segunda
como ciudad dinámica.
La ciudad estática vive de día, es la ciudad de la moral, pálida, sin vida, que constituye un mapa
vigilante, con sus reglas, sus “compás de semáforos”, sus leyes de circulación, el tráfico y la rutina,
el espacio del control ciudadano y de los gestos sedentarios. A su vez, la ciudad tiene un cúmulo
de lugares que no son propicios para la productividad, sino para la circulación de cuerpos de
trabajo, lugares que se constituyen como “zonas de paso”.
Los miches y las locas se ubican en esas “zonas de paso”, en esa intermitencia entre la entrada
y salida, o en esos “entres” de las ciudades: calles, esquinas, rotondas, veredas, plazas, puertas de
bares, etc., se convierten en lugares para el tráfico de deseo: pasarelas y vitrineos para la exhibición
de los cuerpos de consumo: la ciudad se vuelve prostíbulo urbano
La calle se presenta como lugar de desvío de las leyes de “tránsito” y del “transitar”. La
circulación de autos y personas empieza a buscar el deseo:
“La calle, ‘microcosmos de la modernidad’, se transforma en algo más que un mero lugar de
tránsito dirigido o de fascinación consumista; se revela, también, como un lugar de circulación
deseante, de errancia sexual” (Perlongher, 1997: 48)
Trayectorias Nómades:
las trayectorias de los miches son nómades, en varios sentidos. El primero, ya considerado, es la
errancia sexual, la cual no es caótica. El nómade, observan los autores de Mil Mesetas, tiene un
territorio, sigue trayectos rutinarios, va de un punto al otro, establece localizaciones: pero no para
de circular, de derivar. Los puntos son sólo consecuencia y no principio de la vida nómade.
(Perlongher, 1997: 51)
Las descripciones que utiliza Lemebel para dar cuenta del movimiento de la loca muestran su
aspecto nómade: desprecia la brújula, huérfana del norte y de sueños sureños, boca nómade,
despiste, acróbata, garabatea, agitado desplazamiento, culebreo alocado, voltereta cola del rito
paseante, fiebre homoerótica que en su zigzagueo voluptuoso, callejeo acezante, etc. Entonces, el
lugar propio de la Loca es cualquier lugar que ella elija, no tiene geografía precisa, no tiene un
mapa único, sino un andar, es su presencia la que transforma los lugares, es ella la que construye
en su andar: “la ciudad, si no existe, la inventa el bambolear homosexuado” (Lemebel, 2015: 78).
La ciudad que duplica la Loca, la cuidad dinámica, la construye su paso, ella da movimiento a la
ciudad, es su taconeo suelto, su agitado desplazamiento. Ella es movimiento, desplazamiento,
ritmo, desvío y fuga, pero también es brillo y luz: “el travestismo callejero es un brillo concheperla
en la noche”. Por ello su cartografía no es tanto la escritura de una geografía de lugares fijos, sino
“una escritura vivencial del cuerpo deseante” (Lemebel, 2015: 78).
Cartografiar
La escritura de Perlongher y Lemebel es una escritura cartográfica puesto que trazan líneas: de
fuerza del socius, de afectos grupales, de fisuras o vacíos, de fuga en el espacio liso de la ciudad
del/la sujetx nómade. Estas escrituras producen un mapa donde tienen lugar los devenires
minoritarios. Según Perlongher:
“la tarea del cartógrafo deseante no consiste en captar para fijar, para anquilosar, para congelar
aquello que explora, sino que se dispone a intensificar los propios flujos de vida en los que se
envuelve, creando territorios a medida que se los recorre. El mapa resultante, lejos de restringirse
a las dimensiones físicas, geográficas, espaciales […] ha de ser un mapa de los efectos de
superficie” (Perlongher, 1997: 65)
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Es este mapa el producido por los autores, conectando la máquina de guerra de la prostitución
homosexual y travestí con una máquina literaria que se vuelve a constituir como máquina de guerra
y máquina deseante.
La prostitución de los michés y de las locas configura una Máquina de Guerra en el plano del
deseo donde se establecen conexiones cuerpo-espacio-deseo-capital-escritura: la sexualidad no se
vive bajo los parámetros establecidos y constituyen puntos de fuga de la heterosexualidad
obligatoria (Wittig, ):
“Hay, en la base de toda la práctica de la prostitución, a veces triste pero siempre dinámica, un
impulso de fuga. En el caso de los muchachos de la noche, fuga de la familia, del trabajo, de toda
la responsabilidad institucional o incluso conyugal. En la homosexualidad masculina podrían
configurarse, dice, Guattari, puntos privilegiados de ruptura con el orden social, pasibles de abrirse
a un devenir mujer, plataforma de todos los devenires” (Perlongher, 1997: 50)
cuál es el interés de esas minorías desde el punto de vista de la mutación de la existencia colectiva.
Ellas estarían indicando, lanzando, experimentando modos alternativos, disidentes,
‘contraculturales’ de subjetivación. Su interés, residiría, entonces, en que abren ‘puntos de fuga’
para la implosión de cierto paradigma normativo de personalidad social. (Perlongher, 1997: 68)
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Sin embargo, no todas las sexualidades tienen el poder de subvertir la normalización, por eso la
sexualidad de las locas aparece como el lugar propicio para la “fuga de la normalidad” (Perlongher,
1997: 33). La loca es margen, mezcla y Latinoamérica vuelta una loca se configura como Sujeta.
La Loca y Latinoamérica como devenires subversivos que pueden atentar contra el poder
dominante:
Quizás América Latina travestida de traspasos, reconquistas y parches culturales –que por
superposición de injertos sepulta la luna morena de su identidad- aflore en un mariconaje guerrero
que se enmascara en la cosmética tribal de su periferia. (Lemebel, 2015: 78)
Lemebel crea un nuevo espacio de escritura revolucionaria a través del cuerpo. Se asimila el
cuerpo semiotizado con la enfermedad como marca-signo, como estigma social y espacio textual
desde donde narrar las crónicas de sidario. De esta manera tenemos que se aúnan dos espacios
textuales, se tensionan y entran en fricción: crónicas de sidario remite al mismo tiempo a un
espacio temporal –crónicas- desde el cual narrar hechos que acontecen en un lugar –sidario- que
se encuentra marginado en el espacio textual-ciudad; mientras que también crónicas remite al
tiempo de la enfermedad y la palabra sidario une, al parecer, la enfermedad –sida- como marca del
cuerpo infectado, y lo diario, lo cotidiano. Es entonces que estas crónicas narran una experiencia
doble de la loca: el de la ciudad y el del cuerpo. Desde allí Lemebel construye su ficción.: “su
historia salpica la ciudad y se evapora en la lujuria cancionera de su pentagrama transeúnte”:
escritura vivencial del cuerpo deseante.
Bibliografía
GUATTARI, Félix y ROLNIK, Suely. (2005). Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid:
Traficantes de Sueños.
LEMEBEL, Pedro. (2015). Loco afán: crónicas de sidario. Santiago de Chile: Planeta.
PRECIADO, Beatriz. (2014). Testo yonqui: sexo, drogas y biopolítica. CABA: Paidós.