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Introducción

El objeto del presente trabajo es otorgar una visión más clara de la identidad propia
de la Filosofía de la Naturaleza y de las ciencias experimentales, a través de la identificación
de sus objetos y métodos específicos, para comprender mejor el servicio mutuo que se
brindan ambos saberes a la hora de abordar el conocimiento de la realidad toda. Se ha
adoptado una postura de realismo moderado, en la línea del pensamiento aristotélico
tomista.

En el conocimiento del mundo que nos rodea podemos distinguir diferentes cosas y,
en cada cosa, diferentes realidades o modos de ser. La amplitud y variedad del universo no
han permitido al hombre agotar, a lo largo de los siglos que lleva recorriendo la historia, toda
la capacidad de su conocimiento. Por el contrario, cada nuevo avance científico, despierta
una mayor conciencia del misterio que aún encierra gran parte del cosmos. Esto es
sorprendente tanto respecto al universo mismo que se despliega ante nuestros sentidos,
como en cuanto al hombre mismo, cuyo potencial cognoscitivo parece ser inagotable.
Este conocimiento del cosmos no se da, sin embargo, caóticamente. El mismo orden
que presenta la realidad impone la exigencia de un orden en su conocimiento que lo refleje
correctamente, aunque de forma incipiente. Es conocida la propuesta de Aristóteles, pionero
en la ocupación propia del sabio que él mismo definió y encarnó, la de ordenar.1 Explica el
Estagirita en el proemio a la Física que el verdadero conocimiento es el del que sabe las causas
de las cosas, próximas, que le permiten entender cada cosa, y luego últimas. Y aquí recurrimos
a Tomás de Aquino, que comentando al Filósofo explica que entender y saber se encuentran
aquí en referencia a la definición y a la demostración2. El conocimiento del cosmos culmina
así en la explicitación de sus causas últimas. La definición de lo conocido, aunque solo explicita
las causas más inmediatas de lo definido, lleva implícitas a sus causas últimas. Porque «sólo
creemos conocer una cosa cuando conocemos sus primeras causas y sus primeros principios,
e incluso sus elementos»3. Esto es, la episteme se da solamente en tanto se hacen explícitos,
a partir del análisis de una cosa, sus principios, sus causas y sus elementos.
Pero entre estos principios y causas, unos son más universales que otros, pues son
comunes a más entes. Lo máximamente universal será entonces el objeto de la ciencia más
alta, pues explicará las causas últimas y principios primeros de todas las cosas. Así lo explica
Tomás comentando la Metafísica de Aristóteles4. Ahora bien, lo máximamente universal
implica los seres materiales, pero no se restringe a ellos, sino que trasciende su campo.
Porque «[Hay cosas que] no dependen de la materia ni según el ser ni según la razón; o bien
porque nunca existen en materia, como Dios y otras sustancias separadas, o porque no existen
universalmente en la materia, como la sustancia, la potencia y el acto, y el ente mismo.» Así,
el mundo material tal como lo percibimos mediante nuestros sentidos no constituye la
totalidad de lo que puede ser objeto de nuestro conocimiento. Por el contrario, es posible al
hombre trascender el nivel de lo meramente fenoménico para investigar las causas, lo
estable, detrás de los numerosos cambios que los cuerpos presentan. Más aún, según el texto

1
Aristóteles, Metafísica, I, 2
2
Tomás de Aquino, In Phys., I, 1
3
Aristóteles, Física, I, 1
4
Tomás de Aquino, In Metaph., Proemio, 9
citado, nuestro conocer puede alcanzar realidades no atadas a la materia como tales, ya
porque nunca existen en ella, ya porque pueden o no existir en ella. Así, como decíamos en
el comienzo, al conocer un determinado ente percibimos en primer lugar lo sensible, y en ello
un primer modo de ser, a saber, el material; en segundo lugar lo conocemos tal cual es, y aquí
entra en juego un modo de ser más profundo, un segundo nivel, que consiste en su realidad
formal; por último, en tercer lugar, lo conocemos en lo que tiene de común con todos los
entes, es decir, de forma máximamente universal. Es así que lo percibimos como ente, es
decir, lo que es.
Si consideramos el conocimiento desde el punto de vista de lo conocido, y no según
el orden en que el sujeto lo conoce; veremos que podemos encontrar cuatro niveles de
realidades. En el primero se encuentran, simplemente, los fenómenos particulares que se
presentan ante nuestros sentidos. Al estudiar a estos, conocemos sus cambios y mutaciones
para inferir, a través de la inducción, las leyes comunes que en ellos se aplican; trabajamos
así con determinada cantidad de entes particulares, con los que experimentamos. El segundo
nivel penetra en lo conocido para distinguir los accidentes de la sustancia, es decir, lo que
subyace a las mutaciones a nivel accidental. Podemos estudiar de este modo a los entes en
cuanto sujetos de cambios, y esto nos lleva a ordenarlos en categorías que nos permiten
comprender la realidad toda. Más allá, podemos restringir nuestro estudio al campo de la
cantidad en cuanto tal; es decir, en la extensión propia de los cuerpos para estudiarla en sí
misma. En este campo encontramos aquellos entes que, aun dependiendo de la materia en
el ser, no dependen de ella según el conocer, pues pueden estudiarse en forma abstracta.
Inferior sin duda al estudio del ser en sí mismo, pero más abstracto que el campo de estudio
de la ciencia física, que es más cercana a lo sensible, la ciencia matemática es situada por
Maritain en un nivel intermedio entre la Física y la Metafísica5. Esta última constituirá la
cumbre del conocer, distinguiendo de los entes no su condición de mudables, sino un tercer
nivel real: su condición de entes, es decir, que son. Y al considerar la realidad de este modo
lo hacemos de forma totalmente independiente de la materia, pues el ente, aun cuando en
casos existe con materia y no puede ser sin ella, es considerado en sí mismo, y lo que es tanto
que es no depende de la materia.
A estos cuatro modos de considerar la realidad se corresponden cuatro tipos de
conocimiento, que dan lugar a cuatro modos de entender la ciencia humana. El considerar las
cosas según su ser es el conocimiento máximamente universal, pues es el que nos permite
abarcar la totalidad de lo que es, es decir, no excluye realidad alguna. Este conocimiento
constituye la ciencia en sentido restringido, a saber, el conocimiento cierto según las causas
últimas y primeros principios. Por eso Aristóteles lo llamó Ciencia en sentido propio, “rectora
de todas las demás”6. En segundo lugar, el considerar al accidente cantidad en sí mismo, es
decir, al considerar la extensión de los entes separada de la materia en la cual la conocemos,
podemos distinguir entre cantidades discretas y cantidades continuas. El estudio de las
primeras engendra la aritmética; y el de las continuas da lugar a la geometría. En tercer lugar,
el conocer las cosas en cuanto entes sujetos al movimiento enfoca nuestro campo de estudio
en la naturaleza, según argumenta el mismo Aristóteles en el libro III de la Física: “Puesto que
la naturaleza es un principio del movimiento y del cambio, y nuestro estudio versa sobre la
naturaleza, no podemos dejar de investigar qué es el movimiento […]”7. Este estudio pues se

5
Cf. Maritain, Filosofía de la Naturaleza, fascículo 23-02 de la edición digital. Disponible en:
<http://www.jacquesmaritain.com/pdf/05_FN/click.php?link=02_FN_FilNat.pdf> [consultado el: 27/7/2018]
6
Aristóteles, Metafísica, 983a
7
Aristóteles, Física, 200b
denomina ciencia natural, o filosofía de la naturaleza, porque estudia las causas próximas de
los entes sujetos a movimiento. Por último, en cuarto lugar, el considerar los entes móviles
según sus características concretas y singulares da por resultado las ciencias particulares, en
el sentido moderno del término ciencia. De este modo cada ciencia posee un objeto formal
específico que le otorga una identidad propia, y a partir de su conocimiento elabora
conclusiones respecto a dicho objeto, restringiéndose a un campo específico diferente del de
las demás ciencias.
Pero hemos dado un salto cualitativo que nos obliga a detenernos un momento. Tanto
en la Ciencia rectora8 como en la ciencia natural nos referimos a la investigación de las causas
del ente, en tanto nos permiten llegar hasta el conocimiento íntimo de él y universal acerca
del cosmos. Sin embargo, al referirnos a las ciencias en su cuarta acepción, las hemos descrito
como particulares, es decir, como específicas a determinados campos de lo real sensible.
Estas ciencias no abstraen del objeto conocido realidades estrictamente universales, sino que
se restringen a un método empírico no especulativo, ligado estrictamente a la materia con
toda su condición de mudable. Por lo tanto, no es propio de las ciencias experimentales
considerar las causas del ente en cuanto tal, ni siquiera de una propiedad de él como puede
ser la cantidad, sino únicamente determinadas condiciones de su materialidad que lo llevan
a comportarse de distintos modos. Así, por ejemplo, es conocida comúnmente la división
entre química y física según la cual la primera estudia aquellas mutaciones de la materia que
transforman su estructura interna y por tanto su forma de comportarse; a diferencia de la
física, que estudia la interacción entre energía y materia sin la alteración de la estructura
interna de esta última. El objeto formal de una y otra ciencia, vemos, difieren por el modo en
que estudian una realidad propia de la materia, i.e. el cambio; pero son definidas por el
hombre mismo de forma puramente arbitraria, pues se trata de ciencias que, aun estudiando
la naturaleza sensible, han sido constituidas y diferenciadas entre sí por el hombre mismo;
aunque, por supuesto, a partir de la experiencia de lo sensible. Las ciencias modernas, así,
experimentan con la realidad para penetrar sus leyes y predecir su comportamiento; estudian
multitud de casos y elaboran teorías; y tienen el poder de, de alguna manera, enfocarse más
en determinadas áreas de lo real según el interés del científico, como el exponencial
crecimiento de la tecnología en las últimas décadas lo ha mostrado.
Consideramos de enorme importancia el comprender los campos de estudio
específicos propios de cada conocimiento científico, pues aunque una correcta división
teórica sea perenne, en la práctica encontramos una y otra vez a ciencias experimentales
planteando problemas estrictamente filosóficos, o a filósofos desmereciendo el valor de la
experiencia sensible de las ciencias experimentales. Ejemplo de lo primero es el argumento a
favor del ateísmo de S. Hawkins, que deduce la inexistencia de Dios a partir de la física
cuántica9.
En lo que atañe específicamente al objeto del presente trabajo, nos ha parecido
necesario exponer la división del conocimiento elaborada por Aristóteles y sostenida hasta
nuestros días por filósofos de la talla de J. Maritain. Consideramos que el valor perenne de
esta perspectiva radica en que está tomada directamente de la experiencia de lo real. Los
siglos no han hecho más que profundizar en ella y pulirla hasta hoy, en que la encontramos
plenamente vigente en el resurgir del tomismo en el siglo XX. Citamos como prueba de ello,

8
En adelante haremos uso de la mayúscula al referirnos a este tipo de conocimiento.
9
Se puede leer una crítica seria en A. F. Rañ ada, Los científicos y Dios, Trotta, 2010, pp. 141-143
a modo de ejemplo, a filósofos contemporáneos como Sanguinetti10, Leocata11, Gómez
Robledo12, McMahon13, el mencionado Maritain14, autores que disienten en determinados
puntos y proceden de ámbitos de pensamiento diversos, y que sin embargo poseen en común
el aval a la doctrina del conocimiento expuesta en la obra aristotélica, que se encuentra
concentrada de forma sucinta pero excepcional en el anteriormente citado Proemio a la
Metafísica.
Sentada la base de esta división del conocimiento, nos toca ahora enfocarnos
específicamente en la filosofía de la naturaleza y su rol frente a las ciencias en la actualidad,
para dilucidar la relación entre una y otras, si es que existe, y encontrar puntos de contacto
para una mutua edificación. Pero antes de comenzar, expondremos brevemente la
terminología a utilizar.
En primer lugar, hasta ahora nos hemos referido al conocimiento del hombre como
ciencia en un sentido amplio, aclarando cuando fue necesario su sentido más específico. En
adelante, haremos uso del vocablo únicamente en referencia a las ciencias en sentido
moderno, es decir, a aquellos conocimientos metódicamente adquiridos y sistemáticamente
organizados15 que, a nivel fenoménico, se enfocan en las causas inmediatas del objeto formal
de su estudio desde una óptica matemático-física. Estas conocimientos son denominados
también como ciencias particulares. En segundo lugar, nos referiremos al conocimiento de la
naturaleza en sus causas próximas desde una óptica ontológica, como Filosofía de la
Naturaleza; y no como Física o Ciencia Natural, a salvaguarda de alimentar la omisión
cometida por los antiguos que describe Maritain:
“ellos no habi ́an visto que este detalle de los fenómenos exige su propia ciencia,
especi ́ficamente distinta de la filosofi ́a de la naturaleza. Según el optimismo
filosófico de los antiguos, que se apoyaba muy rápidamente en razones de ser a
veces muy hipotéticas cuando se trataba del detalle de los fenómenos, la filosofi ́a
y las ciencias experimentales constitui ́an un solo e idéntico saber; todas las
ciencias del mundo material eran subdivisiones de una sola y única ciencia
especi ́fica que se llamaba philosophia naturalis, y a la cual perteneci ́an a la vez la
explicación de la sustancia de los cuerpos y la del arco iris o de los cristales de
nieve”16

El término Física, por un lado, tiende a confundirse con la ciencia propuesta por
Newton en el s. XVII, en su obra Philosophiae naturalis principia mathematica, donde el
científico postula las conocidas tres leyes de la mecánica clásica. Nótese que, según el título,
la Filosofía Natural basa sus conocimientos en principios matemáticos. Este punto será
desarrollado más adelante. La acepción Ciencia Natural, por otra parte, contiene en sí misma

10
Cf. Science, Metaphysics, Philosophy: In search of a distinction, Acta Philosophica, vol. 11 (2002) fasc. 1, pp.
69-92
11
Cf. Filosofía y Ciencias Humanas, Buenos Aires, 2010 (disponible en
franciscoleocata.com.ar/docs/librosfilosofia.pdf)
12
Cf. La ciencia como virtud intelectual (en Diánoia II, 1956, n.2 pp. 55-75)
13
Cf. The Proemium to the Physics of Aristotle, en Laval Théologique et
Philosophique XIII, 1957, n. 1 pp. 9-57
14
Cf. Los grados del saber, Buenos Aires, Club de Lectores, 1980. También Filosofía de la naturaleza, Buenos
Aires, Club de Lectores, 1978
15
Cf. Héctor Mandrioni, Introducción a la Filosofía, Buenos Aires, Kapelusz, 1979, c. 2: Conocimiento científico
y conocimiento precientífico
16
Jacques Maritain, Filosofía de la Naturaleza, fasc. 23-02 de la edición digital, p. 5 disponible en:
http://www.jacquesmaritain.com/pdf/05_FN/click.php?link=02_FN_FilNat.pdf al 10/7/18)
la concepción de aquello de lo que, proponemos, la Filosofía de la Naturaleza debe
distinguirse, pues ciencia se llama comúnmente hoy en día al conocimiento empírico que
investiga el comportamiento de los entes materiales y su movimiento, y natural alimenta a
su vez el equívoco. La acepción Filosofía de la Naturaleza, por el contrario, hace referencia en
sí misma por un lado al conocimiento cierto por las causas, tal como definía Aristóteles a la
Episteme de Platón17; y por otro a su objeto de estudio, el ente natural, objeto que comparte
con las ciencias particulares.
Por último, debe aclararse que designaremos al conocimiento empírico con los
nombres de ciencias particulares y de ciencias experimentales, indistintamente. El primero
hace énfasis en lo concreto de su objeto, lo que consideramos asertivo, ya que ha constituido
una fuerte tentación para los científicos, en ciertas épocas, el universalizar sus conclusiones
explícita o implícitamente, practicando así escaramuzas en el campo de la filosofía18. La
segunda acepción hace énfasis en el método, y esto es igualmente bueno, pues veremos más
adelante cómo es justamente el permanecer en lo concreto sensible lo propio de las «ciencias
de la experiencia», si se nos permite la expresión.

Dos saberes diferentes y complementarios

Procedamos en adelante a la delimitación de la filosofía de la naturaleza y las ciencias


particulares, esto es, a la especificación de sus respectivos métodos y objetos. J. Maritain, a
quien hemos citado anteriormente como autoridad en lo que respecta a la temática del
presente trabajo, consagró gran parte de su vida a comprender en profundidad las similitudes
y diferencias entre filosofía de la naturaleza y ciencias particulares. En primer lugar, ubicó a
ambos conocimientos es un mismo plano o grado del saber. En su obra Filosofía de la
Naturaleza, el autor distingue tres grados en el conocimiento humano.
“en el primer grado, el de la física […], el espíritu hace abstracción de la materia
singular o individual, pero solamente de esta: y el objeto que a sí mismo se
presenta, no puede ni existir sin la materia sensible ni ser concebido sin ella; su
noción encierra constituyentes material-sensibles. Este objeto es el ser en cuanto
sometido a la mutación, por lo que Aristóteles decía: «ignorar el movimiento es
ignorar la naturaleza»[19].”20

Esta descripción del primer grado del saber abarca, según Maritain, el tercer y cuarto
tipos de conocimiento descritos en la introducción del presente trabajo. Sin embargo, en esta
y otras obras, el mismo Maritain identifica el objeto material de la Filosofía de la naturaleza
con el de las ciencias, afirmando que ambas poseen uno y el mismo. Como hemos expuesto

17
Cf. Juan José Sanguinetti, Science, Metaphysics, Philosophy: In search of a distinction, Acta Philosophica, vol.
11 (2002), fasc. 1, p. 71. Encontrado en:
www.actaphilosophica.it/sites/default/files/pdf/sanguineti_2002_1.pdf al 13/7/18
18
Cf. Jacques Maritain, Filosofía de la Naturaleza, fasc. 23-02 de la edición digital, p. 5 (disponible en
http://www.jacquesmaritain.com/pdf/05_FN/click.php?link=02_FN_FilNat.pdf consultado el 10/7/18): “Los
modernos acabarán por absorber la filosofi ́a de la naturaleza en las ciencias de la naturaleza. Una nueva
disciplina, de una fecundidad inagotable, habrá hecho reconocer sus derechos. Pero esta disciplina, que no es
una sabiduri ́a, habrá suplantado a la sabiduri ́a, la sabiduri ́a secundum quid de la filosofi ́a de la naturaleza y las
sabiduri ́as superiores”.
19
Maritain no especifica la fuente, pero la hemos especificado en la nota número 7 del presente trabajo.
20
J. Maritain, Filosofía de la Naturaleza, Club de Lectores, Buenos Aires, 1980, p. 25
anteriormente, se trata del ente móvil. Para fundamentar esta cuestión, recurrimos
nuevamente a Maritain. Al explicar cómo todos nuestros conceptos se resuelven en el ser in
confuso, por ser el ser el objeto propio de nuestro intelecto, el autor expone como se concreta
esta resolución en la Metafísica, o Ciencia Primera, luego en la Matemática, y finalmente en
la Física; conocimiento que abarca, según su parecer, tanto la Filosofía de la Naturaleza como
las Ciencias Particulares: “los [conceptos] de la Physica, [se resuelven] en el ser móvil o
sensible, ens sensibile”21.
Pero entonces, la distinción entre Filosofía de la Naturaleza y ciencias experimentales
ha de estar en su objeto formal. Esto tiene su fundamente en nociones magistralmente
expuestas por Aristóteles, pero citamos a un autor más actual, Gredt, que expresa:
“Essentialiter tum scientia speculativa tum practica dividitur ratione objecti formalis; nam
sicut omnis habitus, ita etiam scientiae specificantur et distinguuntur per objecta sua
formalia, ad quae essentialiter ordinantur”22. Por su objeto formal, pues, se distinguen las
ciencias entre sí. Nos encontramos en una encrucijada, pues es en este punto donde se
dividen las opiniones de los filósofos. Unos opinarán que, poseyendo ambos conocimientos
un mismo objeto formal, no se distinguen realmente sino que son una y la misma ciencia, que
ha mutado sus intereses a lo largo de los siglos. Otros, y a ellos adherimos, afirman que la
distinción entre ambos saberes es elemental. Estas posturas se encuentran expuestas clara y
concisamente en el artículo Las relaciones entre la ciencia y la filosofía, de Casaubón23.
Siguiendo a Maritain, basamos la distinción entre Filosofía de la Naturaleza y Ciencias
Particulares en el modo de definir o de conceptualizar el objeto formal.
Citamos al filósofo francés: “para la filosofía de la naturaleza será preciso en esta
expresión ens sensibile, subrayar el término ens; pues siendo ciencia de la explicación,
descubre la naturaleza y las razones de ser de su objeto”24. Y más adelante, “La ciencia
empírica de la naturaleza, por el contrario, al decir ens sensibile, deberá subrayar con
particular interés, no ens, sino sensibile, ya que todos sus conceptos los ha de referir a lo
sensible como tal […], en la medida al menos en que intente constituirse como ciencia
autónoma de los fenómenos”25. Por lo tanto, ens y sensibile constituyen para Maritain,
respectivamente, el germen de los distintos objetos formales que diferenciarán a estos tipos
de conocimiento. Más aún, afirmará más adelante el autor que ambos conocimientos,
además de divergir profundamente, tienen principios de explicación y medios conceptuales
enteramente diversos, por lo que sus dominios no pueden en absoluto confundirse26. Así
pues, la filosofía se especifica por el énfasis en el ser del ente sensible, al que tratará en cuanto
tal, aunque distinguiéndose de la metafísica en que lo hará siempre en un primer grado de
abstracción, es decir, en un plano estrictamente sensible, aunque yendo de lo visible a lo
invisible. Las ciencias experimentales, por el contrario, surgirán de la consideración del ente
sensible en su calidad de sensible, más concretamente de sus accidentes concretos y
singulares. Y se especificarán a partir de estos; así, cada ciencia particular se concentra en un
determinado tipo de ente sensible, desde los objetos propios de los sentidos, pasando por los

21
Maritain, Los Grados del Saber, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1967, p. 74
22
Gredt, Elementa Philosophiae, vol. I, p. II, c. III, q. IV, § 1, thesis 224, b
23
En Sapientiae [en línea] 92 (1992) pp. 94-122. Disponible en
<http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/greenstone/cgi-bin/library.cgi?a=d&c=Revistas&d=sapientia92>
[consultado el: 27/7/2018]
24
Maritain, Los Grados del Saber, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1967, p. 74
25
Maritain, Los Grados del Saber, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1967, p. 74
26
Cf. Maritain, Los Grados del Saber, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1967, p. 89
entes existentes en la naturaleza, hasta las vivencias mismas del hombre en su relación con
el cosmos, tal es la amplitud de objetos del conocimiento. Por ejemplo, la ciencia que estudia
el sonido será la acústica, la que estudie los planetas será la astronomía, y la de la conducta
humana, la psicología.
Imposible no asombrarse ante tal campo de estudio, tan vasto como real. Pero de la
misma forma que entre los planos de conocimiento se da un orden jerárquico, como
explicábamos en un comienzo, también entre las ciencias se puede establecer una jerarquía
orgánica en diversos géneros y especies. La acústica pertenecerá, a modo de especie a su
género, a otra ciencia más amplia, la física. Esta proporcionará los principios que permitan a
la acústica proceder en el estudio de su objeto propio. La astronomía, por su parte, también
será parte de la física, ya que si buscamos entender más profundamente sus principios,
encontramos que las fuerzas que impulsan el movimiento de los cuerpos celestes son, al igual
que las ondas sonoras, diferentes formas de energía27. La psicología, en cambio, no parece
guardar relación alguna con los ejemplos aducidos anteriormente. Esto puede encontrar su
razón de ser en la división de estos saberes que esquematiza Maritain. El autor afirma,
siguiendo un criterio analógico, que la totalidad de los saberes se divide en dos grandes
géneros, los que se caracterizan por un análisis empiriológico de la realidad sensible, y lo que
realizan al análisis ontológico de lo real, sea abarcando tan solo los sensibles, como la filosofía
de la naturaleza, sea abarcando la totalidad de los seres, como la metafísica. Ahora bien, entre
los conocimientos empiriológicos encontramos a su vez dos nuevos subgéneros. Las ciencias
se dividirán entonces según procedan con un análisis empiriométrico o con un análisis
empirioesquemático de la realidad; basándose las primeras en un énfasis de lo medible, esto
es en última instancia en el accidente cantidad, y las segundas en los demás accidentes, en
última instancia en las diversas cualidades de lo sensible. Más exactamente, las ciencias que
proceden según análisis empiriométrico se respaldan directamente en las matemáticas, esto
es, en la aritmética y la geometría, para establecer las leyes o teorías que extraen de la
experiencia y por las que elaboran sus conclusiones, en cambio las ciencias
empirioesquemáticas no toman el número, ni las cualidades de cuarta especie, forma y figura,
como elementos de sus leyes. Esgrimen por el contrario dichas ciencias un análisis descriptivo
de los fenómenos. Aquí, por consiguiente, es donde se explica la psicología como ciencia
experimental.

Volvamos a la caracterización de los saberes que nos ocupan, para atender a su


método. Sabemos que tanto la Filosofía de la Naturaleza como las Ciencias Experimentales
tienen como punto de partida el ente sensible. Ahora bien, a partir de la distinción esgrimida
por Maritain que exponíamos más arriba, es posible marcar un camino muy diferente para
ambos saberes a partir del hecho sensible conocido. La Filosofía, desde una perspectiva
ontológica, se sitúa en el plano inteligible para explicar lo sensible mediante categorías más
generales, en un proceder especulativo, pero siempre corroborable en el hecho sensible
mismo. Las ciencias, por el contrario, permanecerán en lo sensible según su carácter
fenoménico, pues no son las notas constitutivas del ente sensible lo que las preocupa, sino
únicamente la predictibilidad y dilucidación del hecho sensible mismo en cuanto tal.
Esto significa que, en el primer caso, la demostración no se hará por medios sensibles.
¿Cómo, pues, podemos afirmar que se trata de una sabiduría, saber necesario? Porque sus

27
Entiéndase aquí energía en sentido amplio, según lo que la misma etimología del término indica: del griego
ἐνέργεια, actividad, de έργων, trabajo.
conclusiones en el plano especulativo son estrictamente necesarias. La Filosofía de la
Naturaleza no parte simplemente de lo sensible para, a nivel de la imaginación, establecer
ciertas afirmaciones más o menos comunes que pueden servir de punto de partida confiable
para las ciencias. Muy por el contrario, abstrae lo sensible para profundizar en su realidad a
la luz de los principios necesarios de la razón, que son primeros e irrefutables28; y por eso
mismo su saber, aunque más general, constituye un punto de partida cierto y seguro para las
ciencias particulares, que encontrarán en ella su referencia o puerto en medio del mar del
cosmos sensible. Será propio de la Filosofía de la Naturaleza, por tanto, respaldar de modo
implícito a las ciencias particulares en sus métodos específicos, pero sin inmiscuirse en ellos,
sino dando lugar a que dichas ciencias, por poseer su propio objeto, elaboren sus conclusiones
por sí mismas, es decir, en última instancia, sean saberes independientes aunque
compenetrados con la Filosofía.
Las ciencias particulares, por el contrario, sí necesitarán corroborar sus conclusiones
en el hecho sensible mismo, pues al elaborar en el plano inteligible sus conclusiones a modo
de axiomas y leyes, no podrían establecerlas como ciertas a no ser mediante su realización
concreta y particular. De lo sensible provienen, y a ello habrán de retornar necesariamente.
Las leyes por las que las ciencias explican los hechos no son evidentes por sí mismas porque
son extraídas inductivamente a partir de multitud de casos concretos. Esto no significa que
sea por el hecho mismo de que se trate de inducciones que dichas leyes no sean
demostrables; sino que la contingencia les proviene de la materia utilizada, a saber, el mismo
dato sensible. Así también, por consiguiente, los axiomas que constituyen como las síntesis
de las leyes a nivel científico. Estos se comportan análogamente como los primeros principios
de la filosofía. Es importante notar que, en toda analogía, existe una similitud y una diferencia
entre las partes. En el presente caso, la similitud consistiría en que tanto axiomas como
primeros principios constituyen el trasfondo de todo juicio emitido en el avance del conocer;
la diferencia, que aquí enfatizamos especialmente, está en que los primeros principios son
necesarios por sí mismos y los axiomas no. Comenta esto mismo Casaubón cuando afirma
que “No ocurre lo mismo con las ciencias positivas. Aunque en los tiempos de Galileo,
Descartes o Newton pudo creerse que los principios de las mismas -como la ley de inercia o
de la gravitación- eran autoevidentes, hoy en día se reconoce poco menos que
unánimemente que no es así”29 y más adelante, “en el campo en que se mueven las fi ́sico-
matemáticas y otras ciencias positivas no se alcanzan, como vimos, auténticas evidencias
primeras, por imposibilidad de limpia abstracción eidética con respecto a las contingencias
individuales.”30

28
Maritain expone esta necesidad afirmando que es “imposible la ciencia [i.e. saber cierto por las causas] sin
los primeros principios, en los cuales debe descansar toda clase de razonamientos” (Los Grados del Saber, p.
92).
29
En Sapientiae [en línea] 92 (1992) p. 31. Disponible en <http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/greenstone/cgi-
bin/library.cgi?a=d&c=Revistas&d=sapientia92> [consultado el: 27/7/2018]
30
En Sapientiae [en línea] 92 (1992) p. 32. Disponible en <http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/greenstone/cgi-
bin/library.cgi?a=d&c=Revistas&d=sapientia92> [consultado el: 27/7/2018]
Conclusión

La Filosofía de la Naturaleza y las ciencias experimentales, hemos visto, parten de la


experiencia de lo sensible particular. A partir de ello, la Filosofía se remonta al plano de lo
inteligible, acentuando la realidad ontológica de su objeto para explicar sus causas. Ordena
así, mediante la concatenación de estas, el cosmos en categorías para simplificar su vasta
riqueza en realidades más simples y universales, sirviendo de este modo a la metafísica, que
como ciencia rectora dará a conocer las causas últimas y primeros principios.
Funciona así la filosofía de la naturaleza a modo de saber intermedio entre las ciencias
experimentales y la Ciencia por excelencia, que explica y otorga sentido a todas las demás.
Podría decirse que, a modo de analogía, la Filosofía de la Naturaleza se comporta como los
sentidos internos en el acto de conocimiento humano: estos se encuentran en un mismo
plano de conocimiento -el sensible- que los sentidos externos, y sin embargo se encuentran
estos al servicio de aquellos, que unifican su objeto (sentido común) y elaboran un cierto
juicio sobre él (estimativa). Los sentidos externos reciben cada uno un determinado tipo de
dato sensible, pero no lo interpretan sino que sirven únicamente de canal para él. De la misma
manera, la Filosofía de la Naturaleza otorga una base común a la multitud de ciencias
particulares, y les da sustento para proceder en sus métodos específicos, pues no podrían las
ciencias proceder si no fuera en base a principios filosóficos. Sin embargo, es necesario aclarar
que no se debe entender la analogía propuesta en el sentido de que las ciencias presten un
servicio “ciego” a la filosofía, como si solo sirvieran de “canales” de datos específicos que solo
la filosofía comprende; sino que muy por el contrario proceden ellas por sí mismas dentro del
campo de su objeto y según su método específico, aunque siempre en armonía con la
filosofía, pues proceden racionalmente. Otro malentendido podría surgir del hecho de que
los sentidos internos, que aquí comparamos con la filosofía de la naturaleza, no poseen
contacto directo con lo real sino a través de los sentidos externos. No es este el caso de la
filosofía, que no solo se contacta directamente con la realidad, sino que además lo hace de
modo mucho más simple y efectivo que las ciencias, que precisan en su mayoría de medios
de percepción de lo sensible más o menos sofisticados, por ejemplo un telescopio.
Por otra parte, insistimos en la validez de la analogía propuesta al considerar el rol de
la Metafísica respecto de la Filosofía de la Naturaleza y las Ciencias Experimentales. Aquella
se encuentra en el plano de lo puramente inteligible, y devela lo más íntimo del ente, su
composición de esencia y acto de ser; del mismo modo que en el conocer el intelecto, en su
doble función de agente y pasible, devela la esencia de lo conocido a partir de la imagen
sensible. Además, la Filosofía de la Naturaleza y las Ciencias Experimentales comparten un
mismo nivel de abstracción; como los sentidos internos y los externos comparten un mismo
nivel, el del conocimiento sensible.

Enfatizamos a partir de lo expuesto el valor de la Filosofía de la Naturaleza como saber


distinto y complementario respecto de las Ciencias Experimentales.

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