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LECTURAS DEL MIÉRCOLES 1 DE AGOSTO DE 2018

(1ª Semana. Tiempo Ordinario)


+ Mateo 13, 44-46
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno
de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran
valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Reflexión
Las dos parábolas explican la naturaleza escondida del reino de Dios y la irresistible atracción que despierta en quien lo
descubre.
Jesús quiere confirmar a sus oyentes que el reino de Dios no está al alcance de todos, pero todos pueden encontrarlo porque
está como el tesoro, esperando para ser descubierto.
Y nos dice que quien sabe dónde está, está dispuesto a entregar todo a cambio; quien lo encuentra puede desprenderse de
todo cuanto tiene, con tal de obtenerlo.
Quien no tenga esa capacidad, desconoce el paradero de Dios; quien no se siente obligado a liberarse de todas la posesiones,
todavía no se ha topado con ese tesoro que es el reino.
El Señor nos enseña en primer lugar que encontrarse con Dios, no es una experiencia muy diferente de la que experimenta
quien descubre, un buen día, el mayor tesoro. De la misma forma como reaccionaríamos si nos topáramos con algo realmente
valioso, tendríamos que reaccionar cuando nos encontremos con Dios.
La astucia del afortunado que se encuentra con riquezas escondidas y vende todo lo que tiene hasta alcanzarlas, o el
desprendimiento del comerciante de perlas finas, son las reacciones lógicas que todos nosotros hubiéramos tenido, en caso de
toparnos, como ellos, con un gran tesoro.
¿Quién de nosotros no hubiera protegido los bienes descubiertos, enterrándolos de nuevo, hasta que pudiéramos volver y
hacernos dueños, aunque fuera a costa de perder todo lo que poseyéramos?
¿Quién no sería capaz de enajenar todos sus bienes con tal de hacerse con la perla de su vida?
Si semejante comportamiento no nos parece extraordinario, si comprendemos que se puede uno arriesgar a perder cuanto
tiene por ganar lo que todavía no es suyo, entonces, nos pregunta Jesús hoy, como un día lo hizo a la gente con sus parábolas:
¿Por qué no actúan en forma idéntica ante Dios?
¿Qué les falta para decidirse a poner a Dios por delante de todos los demás bienes que poseen o desean?
El descubridor de tesoros y el traficante de perlas, se encontraron inopinadamente con algo que no esperaban y como sabían
que lo que encontraron era mayor y mejor que cuanto poseían, supieron reaccionar con rapidez, su desprendimiento fue total.
Por eso si el reino de Dios, si poseer el reino de Dios, no suscita en nosotros esa misma atracción que despierta el tesoro, es
que no lo hemos encontrado todavía, es que todavía está escondido.
Dios está esperando que llegue quien sepa reconocerlo. Dios está al alcance de quien se encuentre con él.
Jesús quiso confirmar a sus oyentes que el reino de Dios no está a la vista de todos ni al alcance de sus manos; se esconde a
la mirada de la mayoría.
Pero puede ser encontrado.
Pidamos hoy al Señor, tener el deseo de encontrarlo y con él encontrar la alegría y la fuerza de dejar todo para conseguir el
reino

LECTURAS DEL JUEVES 2 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 13, 47-53
Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así
sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente.
Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?» «Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus
reservas lo nuevo y lo viejo.»
Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Reflexión
Jesús, en esta parábola nos habla de una realidad: El final de los tiempos cuando serán separados los buenos de los malos.
Una realidad que por más que tratemos de soslayar, ocurrirá, antes o después, para todo el mundo y para cada uno de nosotros.
Dios se hizo hombre para salvar a la humanidad. Jesús vino al mundo para traer la buena noticia de las bienaventuranzas. Lo
primero que debe movernos para vivir según las enseñanzas de Jesús, es el amor a Dios y a nuestro prójimo. Ese es el primero
de los mandamientos, el mandamiento nuevo que nos dió el Señor.
El amor a Dios y a nuestros hermanos es también el camino que nos lleva al Reino de Dios. Ese es el camino que nos
permite instaurar el Reino aquí en la tierra, y entrar plenamente en el Reino de los Cielos, en la vida futura. Entre todos los
logros que cada uno de nosotros nos podemos proponer en la vida, uno solo es verdaderamente necesario: llegar hasta la meta
que Dios mismo nos ha fijado, y esa meta es la vida eterna en el Cielo. Sobre lo que nos espera en la vida eterna San Pablo
decía que «ni ojo vió, ni oído oyó, ni pasó a hombre por su pensamiento cuales son las cosas que tiene preparadas Dios para los
que lo aman».
El Señor, en este Evangelio nos presenta una única alternativa que tendrá lugar al final de nuestro paso por la tierra: o el
Cielo, que es la vida eterna. O el Infierno: el horno ardiente donde será el llorar y el rechinar de dientes.
Repetidamente Jesús nos habla sobre la existencia del castigo eterno.
El infierno no es un símbolo que resultaba útil para la predicación en la antigüedad, en que la humanidad era menos
evolucionada. Es una realidad dada a conocer por el Señor, y reafirmada por la Iglesia nuevamente en el Concilio Vaticano II.
Juan Pablo II nos decía que la Iglesia no puede excluir de su catequesis, cuatro realidades del hombre: muerte, juicio, infierno y
gloria.
La realidad de la existencia del infierno tiene algo en común con esta historia:
Dos amigos conversando sobre distintos hechos de la vida, encontraron total coincidencia en la conveniencia para mantener
una vida feliz, de evitar todas las deudas y a los prestamistas.
Pero mientras que uno ponía en práctica esta filosofía, tratando de contraer la menor cantidad de deudas posibles, el otro en
cambio, creía que era suficiente huir de los acreedores e ignorarlos.
Resulta natural que nos sobrevenga una gran repulsión, cada vez que oímos hablar del infierno. Pero no es la solución
ignorar esta realidad, o convencernos de que es un mito de otros tiempos. Dios nos ha creado para la vida eterna, y siguiendo las
enseñanzas que Jesús nos dejó en el Evangelio, podemos alcanzarla.
El Señor quiere que nos movamos por amor a Dios y a nuestro prójimo. Pero nos enseña sobre el premio de la vida eterna,
que nos espera después de la muerte.
Y conociendo nuestra debilidad, también ha querido revelarnos adónde conduce el pecado, para que tengamos un motivo
más para apartarnos de él, y proponernos cada día, seguir a Jesús.
Pidamos a María que nos ayude a vivir siempre conforme a las enseñanzas que nos dejó Jesús, movidos por el amor a Dios y
a nuestro prójimo, y por la esperanza de la gloria que nos espera en la vida futura.

LECTURAS DEL VIERNES 3 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 13, 54-58
Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados.
«¿De dónde le vienen, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no
es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus
hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?»
Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Entonces les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su
familia.»
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.
Reflexión
Este rechazo de Jesús por su gente, por la gente de Nazaret, es una dura lección para nosotros.
Porque en Nazaret, Jesús causó asombro por su sabiduría.,... sin embargo,... en lugar de alegrarse por esa muestra de
sabiduría,...se escandalizaron.
¿Cómo? ¿Uno de los nuestros puede decir estas cosas?
¿No es el hijo de María?, ¿No es hijo del carpintero?
Los Nazarenos creen conocer a Jesús. Sin embargo, son los que están más cerrados contra Él.
¡Cómo nos cuesta reconocer que uno de los nuestros nos supera!
¡Cómo nos cuesta reconocer que alguien que según nuestros criterios, es del montón, sobresale. Nos cuesta creerles a los
nuestros.
Al Señor le extrañó la falta de fe de «su» gente y entre «esa gente», «su gente» pudo hacer muy pocos milagros.
Y nosotros, si intentáramos condenar a esos «incrédulos de Nazaret», cometeríamos su mismo error, y lo cometeríamos
porque nosotros tampoco sabemos reconocer a Dios en la modestia y humildad de las situaciones que vivimos todos los días.
Dios está cerca de nosotros en lo sencillo que nos pasa a diario y en cambio lo buscamos en cosas extraordinarias, lejos de
nosotros.
Nosotros al igual que los habitantes de Nazaret, nos preciamos de ser amigos de Jesús, de estar cerca de él, pero nos falta
muchas veces, «Fe» en Jesús.
Y nos puede pasar..., lo mismo que a Nazaret.
Jesús no se quedó en Nazaret, se fue a predicar a los contornos.
El Señor tampoco va a permanecer en nosotros, si no le creemos
Y lo más triste que le puede pasar al hombre es que Dios lo abandone.
Por eso hoy, vamos a pedirle a Jesús, que nunca se aleje de nosotros, y que aprendamos a valorar a los que tenemos a nuestro
lado, que seamos siempre capaces de apreciar la sabiduría de los otros y nos alegremos sinceramente con sus pequeños o
grandes logros
Dios se esconde en las cosas sencillas, en las personas humildes, y nosotros, no seremos capaces de descubrirlo si nos
deponemos nuestra soberbia, si no dejamos de lado los criterios de valor que da el mundo.
Vamos a pedirle a María que nos ayude a reconocer a Jesús y a valorar a nuestros hermanos.

LECTURAS DEL SÁBADO 4 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 14, 1-12
La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Este es Juan el Bautista; ha resucitado de
entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos.»
Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe,
porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla.» Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un
profeta.
El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que
prometió bajo juramento darle lo que pidiera.
Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.»
El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en
la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan
recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.
Reflexión
Comienza este evangelio, comparando a Jesús con Juan el Bautista. En todo el Evangelio «subyace» esta comparación.
Esto prueba el «impacto» que la predicación de Juan Bautista había tenido en la opinión pública.
Herodes oyó lo que contaba Jesús y dijo: «este es Juan Bautista que ha resucitado».
Herodes tenía en su conciencia la muerte de Juan y temía un castigo divino y Jesús le aparecía como una reviviscencia de
aquel que había creído decapitar.
El rey, aunque creyendo, podría decirse de modo supersticioso en esta intervención milagrosa de Dios, estaba más cerca de
la verdadera personalidad de Jesús, que los habitantes de Nazaret que veían en Jesús sólo al carpintero.
Y el evangelio en este pasaje -como en muchas otras situaciones-, toma frente a ciertos grandes riesgos, una posición
terminante, aún a riesgo de conducir a los creyentes hasta el martirio...., por el hecho de defender una cierta idea del hombre.
Esto nos hace preguntarnos si nosotros ¿somos capaces de comprometernos por la verdad, la justicia, la moral?
La muerte de San Juan Bautista se atribuye al rencor de Herodías, esposa de Filipo, hermano de Herodes Antipas, con la que
éste estaba mal unido.
Juan en su predicación al pueblo y en sus consejos al rey, le había reprendido severamente su adulterio.
Herodes respetaba al Bautista y hasta le pedía consejo. Por otra parte, temía al pueblo, que veneraba a Juan como a profeta.
En la historia queda vivo el testimonio de Juan el Bautista, siempre fiel a su llamado. Fue el Heraldo del reino de Dios. Lo
preparó con su predicación, lo anunció ya presente en Jesús y lo confirmó con su sangre.
Leyendo despacio este hermoso relato, aprendemos, además de la lección de fidelidad de Juan Bautista, la más triste lección
de adónde nos pueden llevar el odio y el rencor de aquella mujer Herodías, y la indecisión y cobardía del rey Herodes.
Herodes si le hubiera sido posible, hubiera evitado la muerte de Juan, pero aunque se entristece al oír la extraña petición de
la muchacha, cede, sin embargo, al impulso de placer insensato y del amor propio y falso respeto humano.
¿No se repite este triste hecho y por motivaciones parecidas, aunque en cosas de menor gravedad, en nuestra propia vida?
¿Cuántas veces hemos traicionado al Señor y a los hermanos por el qué dirán?.
Juan el Bautista corona su misión con la muerte gloriosa de los profetas. A Herodes Antipas, Jesús le llamará zorro. Herodes
no deja de ser un pobre y triste hombre, mientras que Juan es el mayor de los profetas del Antiguo Testamento.
Vamos a pedirle hoy al Señor que seamos, a ejemplo de Juan el Bautista fieles a lo que Jesús nos enseñó, aunque a veces el
precio a pagar sea el del aislamiento, la burla o el desprecio humanos.

LECTURAS DEL DOMINGO 5 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 6, 24-35
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en
busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta
saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre;
porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.»
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado.»
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo.»
Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo.»
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.»
Reflexión
Nosotros tenemos hambre y sed. Es Cristo el que llena nuestras aspiraciones de verdad.
Sólo en Cristo podremos saciar esa nuestra hambre y nuestra sed.
Jesús se quedó como alimento en el Pan de la Eucaristía, para que el mundo uno sufra más hambre.
Los judíos rechazaban que Jesús fuese el pan bajado del cielo. No podían ni querían aceptar en aquel hombre pobre y
sencillo, al enviado del Padre, del que había recibido el poder de dar la vida eterna. Eran incapaces de ver en Jesús, al Hijo de
Dios.
¿Por qué? Porque no querían escuchar al Padre, cuyo designio era ¨que todo hombre que ve al Hijo y cree en él, tenga la vida
definitiva, y pueda ser resucitado en el último día¨.
Nadie puede creer en Jesús, si el Padre no lo empuja hacia él, sin la gracia del Espíritu Santo.
La clara voluntad del padre es darnos la vida y la resurrección, la salvación definitiva por medio de nuestra adhesión a
Cristo.
Si creemos de verdad en él, ya tenemos desde ahora la vida eterna. Nuestra respuesta debe ser abrirnos al Espíritu Santo,
para que nos enseñe a ser dóciles al Padre, que nos quiere dar la vida por Jesús.
Por eso, al creer, en Jesús y adherirnos a él, tenemos ya desde ahora la vida eterna.
Nos han enseñado a esperar la vida eterna después de la muerte.
Y por cierto que será entonces cuando podamos alcanzarla en plenitud. Cuando el Señor nos resucite.
Pero lo fe en Cristo, nos permite tener aquí también la vida verdadera.
No podemos llegar al Padre, sino por Cristo. Es Jesús quien nos hace visible al Padre. El nos da a conocer el designio
amoroso del Padre. Y nos dice que nada de lo que el Padre le ha confiado puede perderse. Jesús nunca nos rechaza
Dice el Señor: Yo soy el Pan de Vida. El que viene a Mí no pasará hambre. Y el que cree en Mí nunca pasará sed «Sólo
mediante la Eucaristía es posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el perdón de los enemigos, hasta el
amor a quien nos hace sufrir, hasta el don de la propia vida por el prójimo; la castidad en cualquier edad y situación de la vida;
la paciencia, especialmente en el dolor y cuando se está desconcertado por el silencio de Dios en los dramas de la historia o de
la misma existencia propia. Sed siempre almas eucarísticas para poder ser cristianos auténticos. Verdaderamente, la vida sin
Cristo se convierte en un áspero desierto en el que cada vez se está más lejos de la meta.
La Eucaristía es la suprema realización de aquellas palabras de la Escritura: son mis delicias estar con los hijos de los
hombres (Proverbios 8, 31). Jesús Sacramentado es verdaderamente el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se nos da como
alimento para una nueva vida, que se prolonga más allá de nuestro fin terreno. Podemos preguntarnos: ¿Cómo me preparo para
recibirte? ¿Cómo es mi fe, mi alegría..., mis deseos? Hagamos propósitos pensando en la próxima Comunión que vamos a
realizar, quizá dentro de pocos minutos o de pocas horas. No puede ser como las anteriores: ha de estar más llena de amor.
Cuando comulgamos, Cristo mismo, todo entero, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, se nos da en una unión
inefablemente íntima que nos configura con Él de un modo real, mediante la transformación y asimilación de nuestra vida en la
suya. Cristo, en la Comunión, no solamente se halla con nosotros, sino en nosotros. Cristo está verdadera, real y sustancialmente
presente en nuestra alma después de comulgar. El alma se convierte en templo y sagrario de la Trinidad Beatísima: Y la vida
íntima de las tres Divinas empapa y transforma el alma del hombre, sustentando, fortaleciendo y desarrollando en él el germen
divino que recibió en el Bautismo. Cuando nos acerquemos a recibirle le podemos decir: «Señor, espero de Ti; te adoro, te amo,
auméntame la fe. Se el apoyo de mi debilidad, Tú, que te has quedado en la Eucaristía, inerme, para remediar la flaqueza de las
criaturas»
Por eso hoy, vamos a darle gracias a Jesús, por ser el pan de Vida que nos alimenta en cada Eucaristía para fortalecernos en
nuestro camino hacia el Padre, y vamos a decirle a nuestro Padre, que regale el don de la fe, de una fe incondicional en Cristo,
que murió y resucitó para conseguir la Vida Verdadera a cada uno de nosotros.
Acudamos a Santa María, Ella nos dará sus mismos sentimientos de adoración y de amor.

LECTURAS DEL LUNES 6 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Marcos 9, 2-10
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron
Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.»
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre
los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos.»
Reflexión
Unos pocos días después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, Jesús mostró su gloria a tres de sus discípulos. y se
transfiguró delante de ellos.
Desde su nacimiento en Belén, la Divinidad de Nuestro Señor estaba habitualmente oculta tras su Humanidad. Pero Cristo
quiso manifestarles precisamente a Pedro, Santiago y Juan, que eran los discípulos predilectos, que iban a ser columnas de la
Iglesia, el esplendor de su gloria divina, con el fin de que cobraran aliento para seguir el difícil y áspero camino que les quedaba
por recorrer.
Por esta razón, dice Santo Tomás, fue conveniente que Cristo manifestara la claridad de su gloria. Las circunstancias de la
Transfiguración inmediatamente después del primer anuncio de su Pasión, y de las palabras proféticas de que sus seguidores
también tendrían que tomar su Cruz, nos hacen entender que «nos es preciso pasar por medio de muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios», como dice San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Jesús les muestra anticipadamente su gloria a Pedro, Santiago y Juan. A esos mismos apóstoles que después llevará a orar en
el Huerto de Getsemaní, la noche anterior a su muerte.
Les muestra que para llegar a la gloria, deben compartir con Él, el camino de la cruz
La transfiguración tuvo como fin principal desterrar del alma de ellos el escándalo de la cruz.
Jesús, siempre hace así con los suyos. También con nosotros. En nuestra vida, en medio de los mayores padecimientos, nos
da el consuelo para seguir adelante.
La visión de esa felicidad que dura para siempre, les permitió a los discípulos sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad,
y es la visión de Jesús glorificado la que nos da a nosotros también esa misma fortaleza para soportar las cruces, a veces
grandes, o a veces pequeñas, que llevamos en nuestras vidas.
Jesús se transfigura en medio de la oración. La oración de Jesús, ese trato familiar con el Padre, lo transforma, lo envuelve
de luz. Esa transformación por Amor, es la transformación a la que cada uno de nosotros estamos llamados.
A los lados de Jesús, resplandecientes, aparecen Moisés y Elías: la ley y los profetas.
Estos dos personajes del Antiguo Testamento, después se van apartando de Jesús.
Pero Pedro, medio aturdido, quiere que se prolongue esta hermosa visión, sugiere a Jesús que se hagan tres carpas, como
para que puedan estar cómodos. Sin embargo, esos personajes desaparecen, desaparecen la Ley y los Profetas, eso ya pasó. Sus
representantes tienen que retirarse para que quede solamente Jesús.
Ahora hay que escuchar únicamente a Jesús.
Pedro quiere permanecer más tiempo en el Tabor, prolongar esa situación. Pedro, no comprende, como muchas veces
tampoco nosotros comprendemos.
No comprendemos que lo realmente importante es estar siempre con Jesús, y no el lugar o la situación en la que estemos.
A Jesús tenemos que verlo detrás de cada una de las circunstancias que nos toque vivir. No esperemos manifestaciones
extraordinarias de Jesús. Ese Jesús glorioso que vieron Pedro, Santiago y Juan, es el mismo Jesús que se nos hace presente en
las personas que nos rodean, o cuando hacemos oración. Es el mismo Jesús que nos perdona cuando acudimos a una confesión.
Es sobre todo, el mismo Jesús que se nos ofrece en la Eucaristía, donde se encuentra verdadera y realmente presente con toda su
gloria.
Ese Jesús glorioso del monte Tabor, es el Jesús que está junto a nosotros cada día.
La transfiguración del Señor, es un anticipo de lo que será la gloria del cielo, donde veremos a Dios cara a cara. En este día,
cuando nos acerquemos a Jesús, no dejemos de repetir como Pedro: Señor, qué bien estamos aquí, y como Pedro, no seamos
egoístas. Pedro no pensó en él, pensó en una carpa para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Nosotros, como Pedro,
pensemos en el Señor, porque la felicidad que eso supone es suficiente para que nuestra vida sea plena.
Se oye la voz del Padre: Este es mi Hijo, mí elegido, escúchenlo.
Hasta ese momento en Israel, se habían escuchado la Ley y los Profetas, desde ese momento, bastaba escuchar a Jesús, todo
lo demás debía subordinarse a Él. Jesús es el único maestro, legislador y profeta. Él es la presencia viva de Dios y su Palabra.
Esta palabra del Padre es también palabra de vida para nosotros.
Jesús transfigurado es la presencia viva de Dios entre nosotros, pero sólo un anticipo, un aviso de esa presencia viva entre
nosotros de Cristo Resucitado.
Y nosotros, vivimos esa presencia,... cuando oímos su palabra y seguimos sus huellas.
El Señor quiso descubrir sólo un poco de su gloria a sus discípulos y decirles a ellos y a nosotros, que escuchemos sus
palabras.
Jesús se transfigura en oración, y cada uno de nosotros está llamado a transfigurarse a imagen de Jesús Glorioso. Eso será
posible sólo por la oración hecha sobre la montaña, en la soledad, en lo hondo del corazón.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que nos muestre su gloria, que nos dé la fuerza para caminar por la vida con la confianza de
saber que Él nos toma de la mano para llevarnos también a nosotros a la gloria de la Resurrección.

LECTURAS DEL MARTES 7 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 15, 1-2. 10-14
Entonces se acercaron a Jesus ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo:
¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan.
Y llamando a si a la multitud, les dijo: Oíd, y entended:
No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.
Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?
Pero respondiendo el, dijo: Toda planta que no planto mi Padre celestial, será desarraigada.
Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo.
Reflexión
Jesús, al decirnos en Mateo: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al
hombre, ¿nos autoriza a comer de todo sin las restricciones señaladas en el Antiguo Testamento?
En primer lugar, observemos que Jesús llegó a esta declaración a fin de responder a una pregunta de unos escribas y fariseos:
¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan. A esta
pregunta Jesús respondió con otra, para hacerles notar que lo que contamina al hombre es la desobediencia a los mandamientos
de Dios, que ellos quebrantaban amparándose en sus tradiciones, y no un rito ceremonial como el de lavarse las manos.
Cuando los discípulos le preguntaron aparte qué quiso decir al afirmar que no lo que entra en la boca contamina al hombre;
mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre, Jesús les explicó que la contaminación se producía primero en la mente,
antes de realizarse la acción. Por eso, señaló como fundamental y primera causa de la contaminación los malos pensamientos
que salen del corazón.
Para responder la pregunta que se nos hizo, preguntamos lo siguiente: ¿No es un mal pensamiento proponernos comer lo que
sabemos que es perjudicial para la salud? Por supuesto que sí. Dios nos señaló en su amor cuáles eran los animales impropios
como alimento. Nos dio un buen número de leyes higiénicas para preservarnos con salud, y nos explicó que si las obedecíamos
ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios, te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador. Nos enseñó que nuestros
cuerpos son templo del Espíritu Santo comprados por precio, aclarando que si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le
destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. Hoy la ciencia médica aprueba todo eso y felizmente nos
advierte de otros males que aparecieron después de los profetas y apóstoles, pero que destruyen definidamente la salud, como el
tabaquismo, las bebidas estimulantes y las drogas.
Frente a todas estas observaciones tenemos que reconocer que cada vez que nos proponemos participar de algo que daña
nuestro cuerpo, primero ha salido el mal pensamiento contaminador. Porque en verdad no nos contaminamos con las bebidas
alcohólicas cuando entran por la boca, sino que ya estábamos contaminados cuando salió el mal pensamiento que las codició.
Hoy sabemos con certeza que las enfermedades que cobran más tributo en muertes prematuras, son las provocadas por una
equivocada manera de alimentarnos: comidas impropias, bebidas alcohólicas, tabaco, bebidas estimulantes, drogas, etc. Todo
esto está entre las causas principales de las enfermedades evitables, pero que sólo pueden ser provocadas por los malos
pensamientos que nos inducen a usar lo que no conviene.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 8 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 15, 21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a
gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.» Pero él no le
respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos.»
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.»
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros.»
Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.
Reflexión
En la región de Tiro y Sidón la mayoría de los habitantes eran paganos. San Mateo llama a esta mujer «cananea». Según el
Génesis, esta zona fue una de las primeras colonias de los cananeos. San Marcos la llama siro-fenicia. Ambos Evangelios
resaltan su condición de pagana, con lo que adquiere mayor relieve su fe en el Señor.
El pasaje nos la muestra como una madre que pide con insistencia a Jesús por su hija. El Señor le explica mediante una
imagen que puede parecernos un poco dura, que el Reino de Dios debía ser predicado en primer término a los judíos, que
constituían el pueblo elegido, y luego a los gentiles.
Pero la mujer, con profunda humildad y una fe sin límites, no se echa atrás. Insiste ante Jesús demostrando una constancia en
la petición a toda prueba. Reconoció a Jesús su condición de ser cananea, pero persevera pidiendo a Jesús que atienda sus
necesidades. Ella sabe lo que quiere y sabe que puede conseguirlo de Jesús. Por eso, su fe se acrecienta y se desborda
La oración de la cananea es perfecta: reconoce a Jesús como Mesías (Hijo de David) frente a la incredulidad de los judíos,
expone su necesidad con palabras claras y sencillas, insiste sin desanimarse ante los obstáculos y expresa humildemente su
petición: Ten compasión de mí.
Y esta mujer, que dio tantas muestras de perseverancia y humildad, conquistó el corazón de Dios, recibió el don que pedía y
una gran alabanza de Jesús que le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo.».
Nuestra oración también debe ir acompañada de las cualidades que tiene la oración de la cananea: fe, confianza,
perseverancia y humildad.
Jesús nos oye siempre: también cuando parece que está ausente y que calla. Quizás es en esos momentos, cuando más
atentamente nos escucha. Quizás con ese aparente silencio está provocando que se den en nosotros las condiciones necesarias
para que le pidamos con confianza, sin desánimo y con fe.
Cuando tengamos necesidades urgentes, debemos pedirle al Señor, como lo hizo la mujer cananea ¡Señor, ayúdame!. Es una
estupenda jaculatoria para todas nuestras necesidades, tanto espirituales, como materiales.
Acudamos siempre a Jesús, con insistencia y con humildad, con la seguridad de que todo lo que pidamos, si el Señor
considera que es bueno para nosotros, nos será concedido.

LECTURAS DEL JUEVES 9 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 16, 13-23
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre?
¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios vivo.»
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en el cielo.» Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá
contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos,
de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y
comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá.»
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
Reflexión
Los seguidores del Señor, tenían un concepto alto de Él, pero no sabían verdaderamente quien era Jesús. En realidad lo
consideraban como uno más de los profetas.
Jesús pregunta a sus apóstoles: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Parece que el Señor reclama a sus discípulos una
confesión clara de fe.
Es Pedro quién responde en forma categórica y con la verdad: «Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Pero todavía hoy hay opiniones discordantes y erróneas en torno a Jesús. Existe ignorancia sobre su Persona y su misión.
A pesar de los veinte siglos de proclamación del Evangelio, cuando Jesús nos hace hoy la pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen
que soy?», dudamos en responder.
Jesús quiere una respuesta firme y certera como la de Pedro. «Tú eres, Señor, mi Dios, y mi Rey, perfecto Dios y perfecto
Hombre. Centro de la historia y de mi vida.
Tú eres la razón de ser de todas mis obras. Tu eres el Camino, la Verdad y la Vida.».
Jesús quiere que nuestra respuesta sea un compromiso de vida. Quiere que exista coherencia entre esta respuesta y la forma
en que vivimos nuestra fe, y las verdades del evangelio.
En la vida hay preguntas de las que el hecho de desconocer la respuesta no tiene la menor importancia. Nos comprometen
poco o nada. Por ejemplo, la capital de un país en Asia, los habitantes de un pueblo pequeño de la provincia.
Hay otras cuestiones que sí es mucho más importante conocer y vivir: la dignidad de la persona humana, el uso y el sentido
que le debemos dar a los bienes materiales, lo pasajero de la vida... Pero existe una pregunta en la que no debemos errar, pues
nos da la clave de todas las actividades que nos afectan.
Y esta es la misma pregunta que Jesús les hizo a los apóstoles en Cesarea de Filipo: Y ustedes, ¿quién dicen que soy?
De que mi respuesta, dicha con la palabra y con las obras sea: «Tu eres el Cristo, el Mesías, el Hijo Único de Dios», depende
mi destino, mi felicidad, mi triunfo o mi desgracia.
Depende también que recibamos como Pedro el elogio del Señor: «Feliz de tí, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

LECTURAS DEL VIERNES 10 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 12, 24-26
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi
Padre.»
Reflexión
Indudablemente que el programa que presenta Jesús a nosotros, que pretendemos ser sus discípulos y seguirlo, cuando dice:
«el que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga», no es un programa que a los ojos del mundo
pueda resultar cómodo ni fácil.
Renunciar a nosotros mismos significa superar nuestras inclinaciones desordenadas y afrontar las contrariedades que se nos
presentan todos los días. La negación de nosotros mismos supone posponer nuestros propios intereses, nuestros propios gustos y
nuestra propia comodidad, en beneficio de lo que nos rodean. Significa también estar dispuestos a renunciar a lo que sea, con tal
de no perder la gracia de Dios.
Renunciamos a nosotros mismos cuando aceptamos la voluntad de Dios, y obramos conforme a lo que nos pide, y no
conforme a lo que nosotros queremos.
Cargamos nuestra cruz de cada día y seguimos a Cristo cuando aceptamos las contrariedades que se nos presentan con buen
ánimo, y se las ofrecemos al Señor sin quejarnos.
Alguna vez encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave, o en desastre económico, o tal vez en la
muerte de un familiar.
Pero la mayoría de las veces la encontraremos en pequeñas dificultades de la convivencia diaria. En el trabajo o en nuestra
casa. Molestias producidas por el frío o el calor, problemas domésticos, o un artefacto que se rompe justo cuando más lo
necesitamos.
El Señor nos pide que demos tanto a las grandes cruces, como a las pequeñas de todos los días, un sentido sobrenatural, que
sepamos aceptarlas de buen ánimo. La Cruz, sea pequeña o grande, aceptada por nosotros, nos trae la paz. En cambio, si la
rechazamos y nos rebelamos contra ella, nos trae tristeza, desasosiego y perdemos la paz del Señor.
Pero el Señor promete la felicidad a quienes decidan aceptar su programa y seguirlo. Por eso dice a sus discípulos: El que
quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará
Las contrariedades aceptadas por Cristo y ofrecidas a Él, se vuelven livianas. Nos ayudan a descubrir a Dios en los sucesos
de cada día. Agrandan nuestro corazón para ser más comprensivos y generosos con los demás.
En cambio, si tratamos de evitar en forma sistemática todo sacrificio y toda incomodidad, no encontraremos a Jesús en el
camino de nuestras vidas. Y esa es la manera más segura de perder la felicidad. ¡Cuántas veces llegamos al final del día con la
alegría perdida,! no por las grandes contradicciones, sino por no haber sabido aceptar y ofrecer los pequeños inconvenientes que
se nos presentaron en la jornada.
Vamos a pedirle hoy a María, ella que aceptó con alegría y entereza las cruces que le tocaron llevar durante su vida, que nos
ayude en nuestra decisión de renunciar a nosotros mismos y seguir siempre a Jesús por los caminos que Él nos señale.

LECTURAS DEL SÁBADO 11 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 17, 14-20
Cuando se reunieron con la multitud se acercó a Jesús un hombre y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mi
hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no
lo pudieron curar.»
Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que
soportarlos? Tráiganmelo aquí.» Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento, quedó curado.
Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?»
«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta
montaña: «Trasládate de aquí a allá», y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes.»
Reflexión
En el episodio de la curación del joven que tenía epilepsia se pone de manifiesto, por un lado la omnipotencia de Jesucristo,
y por el otro, la enseñanza del Señor sobre el poder de la oración hecha con fe.
El pasaje nos presenta un nuevo encuentro de Jesús con el dolor suplicante del padre del muchacho enfermo, y un nuevo
reproche a los apóstoles por su poca fe. El padre del joven presenta en primera instancia su necesidad a los apóstoles: su hijo se
encuentra enfermo del demonio que por medio de la enfermedad lo tortura. Los apóstoles emplean todos los medios que han
visto emplear en circunstancias similares al Maestro, pero no logran la curación.
Entonces el padre del joven poseso acude al Señor, y no contento con exponerle la enfermedad de su hijo, inculpa en cierto
modo a los discípulos: «Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar»
Esta petición del padre, es un ejemplo para nosotros: el hombre, arrodillándose ante Jesús, es decir, en una actitud no de
arrogancia, sino de verdadera humildad, reflejada en el hecho de arrodillarse a los pies de Jesús delante de tanta gente, daba
claramente a entender el profundo dolor del padre y la urgencia de su necesidad. A continuación invoca a Jesús con palabras
también llenas de humildad: «Señor, ten piedad de mi hijo»
El cristiano, en virtud de la profunda unión con Cristo, por la fe participa de alguna manera de la misma Omnipotencia de
Dios, hasta el punto que Jesús, en otra ocasión declara: «El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará
mayores que éstas porque yo voy al Padre»
El Señor dice a los apóstoles que si tuvieran fe realizarían prodigios, trasladarían montañas de su sitio. Al hablar de trasladar
montañas, probablemente Jesús empleaba una manera de decir ya proverbial.
Dios concedería sin duda al creyente trasladar una montaña si tal hecho fuera necesario para su gloria y para la edificación
del prójimo, pero entre tanto, la palabra de Cristo se cumple todos los días en un sentido muy superior. Tanto San Jerónimo
como San Agustín señalan que se cumple el hecho de «trasladar una montaña» siempre que alguien, por virtud divina llega
donde las fuerzas humanas no alcanzan. De hecho, los apóstoles y muchos santos a lo largo de los siglos hicieron milagros
admirables en el orden físico; pero los milagros más grandes y más importantes son aquellos que se producen en las almas de
los cristianos, por la intervención del Espíritu.
Pidamos hoy al Señor que aumente nuestra fe y que nuestra oración sea humilde y perseverante como la del padre del
muchacho enfermo del evangelio.

LECTURAS DEL DOMINGO 12 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 6, 41-51
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo.» Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el
hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: «Yo he bajado del cielo?»»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió;
y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios.
Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él
ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo,
para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la
Vida del mundo.»
Reflexión
En la primera lectura del libro de los Reyes, se muestra a Elías que era el único profeta de Dios que se había librado de la
muerte a manos de Jezabel, la esposa del rey de Israel, que adoraba a Baal, Dios de los cananeos.
Elías debió escapar por las amenazas de muerte, tiene miedo y huye. Cansado, muestra su desaliento, quiere abandonarlo
todo, pero el Señor llega en su auxilio y lo alimenta.
Ese alimento, le da a Elías fuerza para seguir su camino, para volver a su tarea.
La tradición cristiana ha tomado esta imagen del pan que da fuerza y vida para seguir andando, como figura de la eucaristía.
Jesús mismo, se identifica en el evangelio de hoy con ese Pan que da la Vida.
Hoy también hay mucha gente, a la que como a Elías le gana el desaliento. No es fácil anunciar la Palabra de Dios y
denunciar la injusticia. El hombre se expone, y puede tener miedo, pero nunca debe olvidar que Dios no abandona a sus hijos.
La Eucaristía nos da el alimento, la fuerza necesaria para cumplir con nuestra misión.
El Evangelio nos relata, cómo en Cafarnaún, sucede algo parecido a lo que sucedió en Nazaret. Los judíos protestan porque
Jesús, siendo hombre, enseña «con pretensiones divinas».
La «piedra del escándalo», es «la humanidad» de Jesús.
Ellos no pueden concebir que Dios se haya revelado a través de la «humanidad» de un hombre a quienes ellos conocen
perfectamente.
No pueden entender que el mediador entre el gran Dios y ellos, pequeños hombres, sea alguien a quien conocen y que no
tiene ninguno de los atributos de grandeza, ni tan siquiera los que por ellos eran considerados grandes humanamente.
Nuestro problema hoy es el mismo: buscamos al Redentor según un modelo divino y Jesús se nos presenta como un
«modelo», humano.
Mientras Dios se hace hombre, «valorando» al ser humano, nosotros buscamos a Dios en otra parte.
Nosotros, igual que los judíos de la época de Jesús, nos empecinamos en buscar a Dios a imagen y semejanza de nuestro
concepto de grandeza y de poder, sin darnos cuenta que Él se manifiesta en lo que mejor conocemos: nuestra propia humanidad,
nuestra comunidad, nuestra gente, nuestra historia real y concreta.
¡Cuánto tiempo usamos los hombres en preguntarnos por Dios!, ¿Cómo es?, ¿Qué hace?, ¿Qué piensa?, cuando en realidad,
deberíamos aprender a ser hombres verdaderos, porque el hombre verdadero se asemeja a Dios.
Hoy podemos proponernos, valorar la comunidad que nos rodea, porque es en esta comunidad en la que Dios se nos está
revelando permanentemente, pero silenciosamente.
Debemos aprender a amar y a crear vínculos de amor con los demás, porque donde hay amor está Dios, donde hay amor,
podemos descubrir a Dios.
Dios nos propone hoy, que busquemos sus rastros en los hombres, que lo busquemos en los que nos rodean.
La fe, es descubrir el rostro de Dios en medio de los millones de rostros humanos, es descubrir que la historia de la salvación
está dentro de la historia humana, de esa historia humana con manifestaciones maravillosas y también con sus aberraciones.
Dice Jesús en el Evangelio que «nadie viene a mí si no lo trae mi Padre». Creer que Jesús es la solución a nuestros
problemas y entregarse a él con todos nuestros problemas, no es algo que nazca de nuestra necesidad; surge, más bien, de la
necesidad que Dios siente de ponernos en las manos de su Hijo. Y eso significa que, antes que nosotros nos pongamos en
camino, Jesús ya nos está esperando; antes de que sintamos necesidad, Él tiene preparada la solución; antes de que pensemos en
Él; Él está pensando en nosotros; nuestra fe, la opción de seguir a Jesús y quedarse con Él, es reflejo y efecto de la fidelidad que
Dios mantiene con nosotros.
El Señor se manifiesta aquí como el Pan Vivo y nos recuerda la necesidad que tenemos de alimentarnos de Él.
En cada Eucaristía, Jesús se nos ofrece para ayudarnos a que lo hagamos nuestro; para en nuestros actos se manifieste Cristo,
para que podamos llevar «ese Pan de Vida», a los que nos rodean.
Cuando nos dicen que las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, son fundamentalmente contemplativas,
nos parece extraño.
Pero ellas aclaran que su contemplación, «comienza» en la Eucaristía.
Como Cristo se ofrece realmente en el sacrifico de la Misa y está «realmente» presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad
en la Eucaristía, ellas, pueden tocarlo en los hermanos y hermanas de la humanidad entera.
Madre Teresa descubría el vínculo entre estas dos formas de presencia de Cristo en este mundo, y decía que la primera -la
Eucaristía- es la fuente de la segunda -los hermanos-.
Trabajar «con» y «para» los hombres, es adorar a «Aquel» que se hizo hombre para que los hombres puedan compartir la
vida divina.
Contaba la Madre Teresa que después de una dura jornada convirtiendo su trabajo en oración, haciéndolo «con» Jesús, «por»
Jesús y «para» Jesús, las hermanas se cierran una hora en oración y adoración ante Jesús Sacramentado.
Decía ella que habiendo estado en contacto con Jesús durante el día, bajo la semblanza dolorida de los pobres y leprosos, al
cabo del día entraban de nuevo en contacto con Él en el tabernáculo.
Pidamos hoy al Señor que alimentados por el Pan de Vida, podamos encontrarlo también en los hermanos.

LECTURAS DEL LUNES 13 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 17, 22-27
Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo
matarán y al tercer día resucitará.» Y ellos quedaron muy apenados.
Al llegar a Cafarnaúm, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de
ustedes no paga el impuesto?» «Sí, lo paga,» respondió.
Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos
y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?» Y como Pedro respondió: «De los extraños,» Jesús le dijo: «Eso
quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el
primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti.»
Reflexión
Según la Ley, cada judío debía pagar un impuesto destinado a la conservación del Templo y a la ofrenda de los sacrificios.
Y los recaudadores se dirigen a Pedro y le preguntan a ver si Jesús paga ese impuesto y Pedro sin dudar dice que sí.
Esto nos muestra que Jesús es un ciudadano exactamente igual que los demás, un israelita cumplidor de sus deberes.
Y cuando Pedro llega dónde Jesús, Jesús le pregunta a Pedro qué piensa él, respecto al pago de ese impuesto.
El Señor, en primer lugar pregunta,... hace que Pedro reflexione.
¡Qué lindos deben haber sido los diálogos de Jesús con sus discípulos!
El Señor siendo Dios, no impone sus criterios, dialoga con los suyos, los escucha, escucha sus opiniones, les lleva a razonar,
a reflexionar.
Aprendamos nosotros de Jesús y seamos capaces de dialogar con los que nos rodean, de seguir el ejemplo de Jesús y darse
tiempo para saber escucharlos. Siendo Jesús Dios, y sus discípulos hombres que no podían aportarle nada, Jesús quiso conocer
sus opiniones, quiso escucharlos.
El Señor también hoy nos escucha y nos pregunta si nos acercamos a Él, si vamos a su encuentro, y nos ayuda a sacar en
cada circunstancia nuestras propias conclusiones.
Y en esa oportunidad, Jesús le pregunta a Pedro su opinión respecto a si Él debe pagar un impuesto para el Templo, siendo
«SU» Templo, siendo «Él mismo», Dios
Pero como todavía sus discípulos son duros para entender, les hace la comparación con los impuestos que se pagan a los
reyes de la tierra. ¿Quiénes lo pagan?, ¿Los hijos o los extraños?
Pedro responde por supuesto que los extraños. Pedro mismo encontró la respuesta a la pregunta que le hace Jesús respecto
del pago del impuesto en el Templo.
Pero a pesar de que Jesús no debía pagar ese impuesto, por ser el Hijo de Dios, el Señor lo va a pagar. ¿Por qué?. Porque
quienes no entienden, ni creen que Él es el Hijo de Dios, no podrían entender que no pagase ese impuesto, que todo israelita
pagaba y se escandalizarían.
Y el Señor no quiere provocar escándalo. Jesús en su vida terrena, hizo todo lo que el hombre de su época hacía. Únicamente
dejó de hacer aquello que significaba pecar.
Esto nos enseña a nosotros que en la vida, a lo mejor muchas veces, pensamos que hay razones para obrar de un modo
distinto y sin embargo, debemos obrar como todo el mundo- siempre que eso no implique ofender a Dios- a fin de evitar un
escándalo, que no sea comprendido.
Pidamos al Señor hoy, que en cada circunstancia de nuestra vida, salga a nuestro encuentro y nos ayude a encontrar
respuestas a los interrogantes que se nos planteen para seguir siempre el camino que facilite que nosotros y los que nos rodean
lleguen a Él.

LECTURAS DEL MARTES 14 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los
Cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños,
no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los
Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente
en presencia de mi Padre celestial.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la
montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las
noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de
estos pequeños.
Reflexión
Los discípulos de Jesús deben ser como los niños. Deben suprimir la ambición. Deben suprimir la envidia. Esa ambición y
esa envidia llevaba a esos hombres que lo acompañaron a Jesús en su vida terrena y nos lleva a nosotros hoy, a desear los
puestos de honor.
Pero Jesús nos dice, que para ser los más grandes en el reino de los cielos, tenemos que ser como niños, tenemos que tener la
sencillez, la humildad de los niños.
Los niños creen ciegamente a su Padre. En cualquier circunstancia dicen: Papá lo dijo.
Jesús nos pide ser como niños, debemos hacer lo que Dios nos pide, confiados que él lo mejor para nosotros..
El niño ama a su padre y junto con él, a sus hermanos.
Cuando Jesús nos pide ser como niños, nos muestra que el amor a Dios debe estar acompañado del amor a nuestro prójimo.
El niño trata con sencillez a su padre, le cuenta sus cosas con candidez y sinceridad.
Nosotros también deberíamos tratar a Dios con sencillez.. Debemos dialogar frecuente con Dios en la oración.
El niño siempre espera que su ruego sea escuchado por su Padre.
Jesús nos pide a nosotros que seamos como niños, que pidamos con confianza
Cuando reconozcamos como los niños, nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra impotencia, entonces podremos
entregarnos confiados a Dios, podremos sentirnos protegidos por El, ayudados por El, y nuestra entrada en el Reino de los
Cielos será posible
Jesús también como el Pastor, muchas veces salió en nuestra búsqueda en los momentos de nuestra vida en que fuimos
indiferentes, o nos alejamos de él por el pecado.
Jesús nos buscó aún a pesar de nuestra falta de generosidad y aun cuando no le correspondiéramos.
Y Jesús dice en el evangelio que ninguna otra oveja recibió tantas atenciones como la perdida.
Cuando nosotros acudimos a la confesión hay una infinita alegría en el cielo. Dios conoce nuestra debilidad y admite
nuestros tropiezos. Pide sólo de nosotros reconocernos débiles, ser como niños. Esa humildad nuestra, despierta su infinita
misericordia
Jesús nos ama a cada uno tal como somos, con todos nuestros defectos y debilidades. Jesús nos ama, pero no nos idealiza, El
nos ve a cada uno con nuestras contradicciones y flaquezas, pero espera nuestro arrepentimiento para perdonarnos.
Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. Sólo Él lo conoce y así lo ama. Así nos ama

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 15 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 1, 39-56
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta
oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor
venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te
fue anunciado de parte del Señor.»
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad
la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí
grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su
misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.»
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Reflexión
María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Los católicos celebramos con júbilo esta fiesta de la
glorificación de nuestra Madre.
Jesús nos dio a María por Madre en el Calvario cuando le dijo a Juan, «he aquí a tu Madre». Y nosotros la recibimos, como
la recibió Juan, en aquel momento de dolor. La Virgen nos recibió en el dolor cuando se cumplió la profecía de Simeón: «Y una
espada traspasará tu alma». Todos los hombres somos sus hijos: María es la Madre de la humanidad entera. Y ahora la
humanidad entera celebra la Asunción.
Por la razón no podemos comprender como María fue elevada a una dignidad tan grande: Hija de Dios Padre, Madre de Dios
Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Pero por la fe creemos en este misterio de amor.
Pero Dios, que quiso dotar a María de este inmenso privilegio y concederle la inmaculada concepción, durante su vida en la
tierra no quiso ahorrarle ni la experiencia del dolor, ni el cansancio en el trabajo, ni la necesidad de la fe. Cuando alguien le dijo
a Jesús: bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron, el Señor responde: bienaventurados más bien los
que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Era un elogio a María por haber creído en la anunciación del ángel y
haberse confiado a la voluntad de Dios.
Al reflexionar sobre este pasaje nos damos cuenta que Dios no valora las grandes hazañas que podemos imaginarnos en
nuestra vida, sino la aceptación fiel de su voluntad, y la disponibilidad generosa a los sacrificios de todos los días.
Así vivió María, quien está por encima de todos los santos y todos los ángeles. Santificando su vida cotidiana. Llena de
pureza, de humildad y de generosidad.
Debemos imitar todas las actitudes de María. En primer lugar su amor, que no se queda en los sentimientos. Que se muestra
en sus palabras y sobretodo en sus obras. En ese seguir a Jesús hasta la Cruz. En el cumplimiento de su promesa: he aquí la
esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

LECTURAS DEL JUEVES 16 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 18, 21-19, 1
Se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete
veces?»
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le
presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus
hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: Señor, dame un plazo y te pagaré
todo. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le
dijo: Págame lo que me debes. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: Dame un plazo y te pagaré la deuda. Pero él no quiso,
sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar
y le dijo: ¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo
me compadecí de tí? E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos.»
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.
Reflexión
Dios nos enseña cómo debemos perdonar de corazón a nuestro prójimo. Nuestro corazón, el corazón que Dios puso en cada
uno de nosotros, es capaz de perdonar al prójimo, de rogar por él, de desearle todo bien.
La propuesta de Pedro, de perdonar siete veces, nos parece suficientemente generosa. Pero el Señor nos enseña que hay que
perdonar setenta veces siete, que en el lenguaje hebreo es equivalente a decir que hay que perdonar siempre.
En esta parábola Jesús nos muestra el contraste entre la generosidad de Dios que nos perdona deudas exorbitantes y la
mezquindad del hombre que no es capaz de disimular las cosas de los demás que puedan incomodarle.
Es demasiada la diferencia entre el pecado cometido por nosotros contra Dios -las ofensas que le hacemos-, comparadas con
las ofensas que los que nos rodean cometen contra nosotros. Sin embargo, a nosotros nos cuesta perdonar.
Cada vez que rezamos el Padre nuestro pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas de la misma forma que nosotros
perdonamos a los que nos ofenden.
Claramente el evangelio nos dice que Dios no perdonará nuestras graves y numerosas ofensas hacia Él, si nosotros no
perdonamos a nuestros hermanos.
La dureza de corazón para con nuestro prójimo hará que el Corazón de Dios se cierre para nosotros.
Muchas veces se oye decir por ahí, «yo perdono, pero no olvido». Y ese no es un perdón sincero, de corazón. Si nos
seguimos acordando de un agravio que nos han hecho. Si le seguimos dando vueltas a un asunto, una vez que ya pasó, no
estamos perdonando de verdad. La misericordia de Dios surge del amor que nos tiene. Y para perdonar, nosotros sólo tenemos
que ejercitar el amor.
El amor es la fuerza más poderosa del hombre. Dice San Pedro en la primera carta: El amor es el perdón total, porque el
amor cubre una multitud de pecados.
Vamos a pedir hoy a María que nos ayude a no guardar rencor contra nadie, a perdonar siempre y de corazón, para poder
recibir así la infinita misericordia de Dios.
LECTURAS DEL VIERNES 17 DE AGOSTO DE 2018
(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 3-12
Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por
cualquier motivo?»
El respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el
hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no son
dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.»
Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?»
Él les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era
así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete
adulterio.»
Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse.» Y él les
respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan,
porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron
no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»
Reflexión
Jesús en este evangelio, hace una verdadera llamada a favor de la indisolubilidad del matrimonio.
La unión matrimonial, transforma a un hombre y una mujer, en compañeros de eternidad.
El Señor dice: Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre
Los fariseos, no discutían el derecho al divorcio, ellos discutían solamente sobre cuáles podían ser las razones suficientes
para que un hombre pudiera despedir a su mujer.
Algunos creían que podían hacerlo por cualquier causa, otros, que tenía que haber una falta grave por parte de la mujer.
Los fariseos daban por descontado que el varón tenía derecho y punto.
Y efectivamente en el Deuteronomio, está establecida la ley sobre el divorcio. Allí, para que un hombre pueda despedir a su
mujer, no se exige más que la escritura de un documento, para que así conste que la mujer ya es libre.
Cuando le preguntan a Jesús, el Señor volvió a asentar firmemente el plan original de Dios para el matrimonio: un solo
hombre casado con una sola mujer, para toda la vida.
Ésta es la voluntad de Dios y ya aparece en el libro del Génesis.
Y el Señor, no niega que el divorcio haya sido tolerado en el Antiguo Testamento. Y les explica la razón. Moisés lo toleró por
la dureza del corazón. Esa dureza del corazón que hace que el hombre se niegue a obedecer la voluntad de Dios.
La ley de Moisés no presenta en nada el ideal, trata de administrar una situación de bancarrota, para evitar mayores
injusticias aún, pero no se trata de lo que Dios quiso cuando creó al hombre y a la mujer.
La intención de Dios es que el hombre y la mujer se unan por amor en el matrimonio, de modo que ya no sean dos personas,
sino una sola. La unión de los esposos no es una unión sólo a nivel genital, tiene que ser una unión en todos los niveles de la
vida en común.
En una unión de esa clase, no queda lugar para pensar en el divorcio.
Donde los fariseos hablan de las causas de divorcio, Jesús habla de la «fuerza del amor» que une.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que conceda a los jóvenes que van a unirse en matrimonio, la convicción que ese matrimonio
que van a constituir, es para toda la vida, que piensen en el paso que van a dar, que no tomen decisiones a la ligera. Que pidan
siempre la ayuda del Señor para no equivocarse, y que sean conscientes que van a tener que luchar para conservar ese amor.
Y vamos a pedirle hoy también por los esposos cristianos para que sepan ver a Dios en medio de ellos. Que aprovechen la
gracia del sacramento y pidan al Señor que los ayude a resolver los conflictos que la convivencia trae y a mantener puro su
amor.
LECTURAS DEL SÁBADO 18 DE AGOSTO DE 2018
(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 13-15
Trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero
Jesús les dijo: «Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son
como ellos.»
Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.
Reflexión
El Señor aprovecha todas las oportunidades para enseñarnos a alejarnos de la soberbia de los fariseos,... de la aparatosidad
de su vida,... de su autosuficiencia vanidosa.
Son muchas las veces que Jesús en el Evangelio emplea la imagen de los niños para contraponerla a la de los fariseos.
El Señor enseña que el Reino de los Cielos pertenece a quienes son como niños. Nos dice a los mayores que debemos
hacernos semejantes a los niños para entrar en el Reino.
Y nos preguntamos: ¿semejantes, pero en qué?
Para nosotros, la imagen del niño es la imagen de la inocencia, de la sencillez. Y esa es precisamente la imagen que el Señor
nos propone.
Para la mentalidad judía del tiempo de Jesús, aunque se consideraba a los niños como una bendición, se los trataba
oficialmente como seres insignificantes, que no estaban autorizados a entrar en la sinagoga hasta los doce años. Esa mentalidad
era corriente. Hasta los mismos apóstoles se acostumbraban a reprender a los niños.
Es por esto que cuando Jesús dice que hay que hacerse como niños nos está diciendo que hay que hacerse pequeño,
insignificante, y admitir de buena gana, como si fuera lo más natural, el ser tenido por nada: sin autoridad, sin derechos y sin
voz.
¡Es realmente difícil para nuestro orgullo, el hacernos verdaderamente como niños, en el sentido evangélico!
Vivimos en un mundo en el que la soberbia es frecuente. Donde los poderosos parecen ser un modelo a que todos desean
imitar. Y el Señor nos dice que esos, de los que no son como nosotros, de los que tienen la humildad de los niños, es el Reino de
los cielos.
Si el Reino de los cielos es de los niños, no es porque ellos no sean personas mayores que merezcan el Reino por sus
cualidades, su talento, su virtud, su esfuerzo..., sino porque Dios se complace en los humildes, en los que no son tenidos en
cuenta por los demás, en los marginados, en los despreciados, en los pobres, que no tienen medios para defenderse.
El niño es consciente de su impotencia y de su total y absoluta dependencia del padre; todo lo espera de él.
El pasaje del Evangelio nos enseña la condición fundamental para la posesión del Reino: crear en sí una disposición y
adoptar una sincera actitud ante Dios semejante a la del niño.
Debemos vivir en esa misma confianza que los hijos tienen para con sus padres, con respecto a nuestro Padre Dios. Debemos
tener la actitud de servir desinteresadamente y con humildad a nuestros hermanos que necesitan nuestro auxilio.
Todo viene del Padre, todo lo concede el Padre, todo es fruto del amor del Padre. Por eso es que nos ponemos en las manos
suyas, plenamente seguros de que Él vela por nosotros con mayor interés y cuidado que nosotros mismos

LECTURAS DEL DOMINGO 19 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 6, 51-58
Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la
Vida del mundo.»
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les
aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece
en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá
por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá
eternamente.»
Reflexión
En el libro de los Proverbios que leemos en la primera lectura aparece la invitación que Dios hace a los hombres desde
siempre: Venid a comer mi pan y a beber el vino, prefigurando así la Eucaristía en la que Cristo se nos da como alimento.
En el evangelio, el Evangelista San Juan recoge la promesa de la institución de la Eucaristía en la Ultima Cena. Jesús nos
dice que su pan es pan de vida, y que quien lo come vivirá eternamente.
Jesús les dice a los judíos que el pan que les dará es su carne. Los judíos entienden perfectamente estas palabras, pero no
creen que ellas puedan ser ciertas. Por eso le preguntan cómo un hombre puede dar de comer su carne. Y Jesús insiste en su
afirmación, confirmando que lo que dice no tiene un sentido figurado ni es algo simbólico. Jesús está verdaderamente presente,
en cuerpo y alma, en la eucaristía.
Jesús, por amor se quedó con nosotros en la tierra, bajo las especies de pan y de vino, para que lo recibamos en la comunión.
El Señor nos insiste con gran fuerza en la necesidad de recibirlo en la Eucaristía, para que crezca en nosotros la vida de la
gracia: «Les aseguro que si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tendrán Vida en ustedes».
Así como ningún padre se contenta con dar solamente la vida a sus hijos, sino que además los alimenta y les da los medios
para que crezcan, así también Jesús nos da en la Comunión el alimento para nuestras almas, nos aumenta la gracia y nos regala
la vida eterna. Por eso la Iglesia nos enseña la necesidad de recibir el sacramento de la comunión con frecuencia
Hay una leyenda de un monje que en su simplicidad pidió a la Virgen poder contemplar a Dios en el Cielo, aunque fuera por
un instante. María acogió su deseo y fue trasladado al paraíso. Cuando regresó no reconocía a ninguno de los otros monjes del
monasterio. Su oración había durado tres siglos.
Así también se explican los dos mil años en que Jesús nos lleva esperando en la Eucaristía. Es la espera de Dios, que ama a
los hombres, que nos busca, que nos quiere tal como somos -limitados, egoístas, inconstantes- pero con la capacidad de
descubrir su infinito amor, y de entregarnos a Él por enteros.
La decisión de acercarnos a comulgar en cada misa, nos queda a nosotros. Jesús nos está esperando siempre.
Por amor, y para enseñarnos a amar, vino Jesús a la tierra y se quedó en la Eucaristía. San Juan nos lo relata con estas
palabras: «Como había amado Jesús a los suyos que vivían en el mundo los amó hasta el fin.»
Jesús se esconde en la Comunión de cada misa para que nos animemos a tratarlo. Para ser alimento nuestro con el fin de que
nos hagamos una sola cosa con El. Al decirnos, «sin mí nada pueden hacer», no nos condenó a una difícil búsqueda de su
Persona, sin saber dónde encontrarlo. Se quedó entre nosotros en la Eucaristía con una disponibilidad total.
Cuando comemos cualquier alimento, una manzana, por ejemplo, la manzana se hace parte de nuestro cuerpo. Cuando
recibimos a Jesús en cada comunión, somos nosotros los que nos asemejamos más a Dios, nos hacemos parte del Señor y
participamos de su vida divina.
Jesús nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él». El efecto más importante de la
Sagrada Eucaristía es la unión íntima con Jesús. El mismo nombre de Comunión indica esta participación que nos une a la vida
del Señor.
Si en todos los sacramentos se consolida, por medio de la gracia que recibimos, nuestra unión con Jesús, esta unión es mayor
en el Sacramento de la Eucaristía puesto que no solo recibimos la gracia, sino que recibimos al mismo Autor de la gracia.
La Sagrada Eucaristía es el sacramento. El Bautismo existe para la Eucaristía y los otros sacramentos son enriquecidos por
su existencia. Todo el ser se alimenta de ella.
Precisamente, es comida, lo que explica por qué es el único sacramento previsto para recibirse cada día. Este sacramento da
significado a una de las peticiones del Padrenuestro: danos el pan de cada día.
Jesús hizo la promesa de la institución de la Eucaristía al principio de su vida pública: después de realizar el milagro de la
multiplicación de los panes y los peces.
Al día siguiente, en la sinagoga de Cafarnaúm, pronunció el discurso del Pan de Vida que leemos en la misa de hoy: «Yo soy
el pan de vida. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que me coma, vivirá por mí».
En el Evangelio no se menciona que Jesús volviese a hablar del tema hasta la Ultima Cena en que, según nos relata San
Mateo, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos dijo: tomen y coman, esto es mi cuerpo. Jesús, al
dejarnos la Eucaristía nos ha conseguido una unión con El mayor que la tuvieron los apóstoles durante los tres años que
convivieron.
Los apóstoles creyeron en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y la riqueza de este misterio. San Pablo, en la primera
carta a los Corintios dice: «Quién come el pan o bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del
Señor».
También nosotros creemos en que es Jesús el que está en la Hostia que el sacerdote consagra en cada misa. Que ese pan es el
alimento de nuestra alma, que nos llena de gracias.

LECTURAS DEL LUNES 20 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 16-22
Se le acercó un hombre y le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna,
cumple los Mandamientos.»
«¿Cuáles?», preguntó el hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso
testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?» «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo
que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.»
Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.
Reflexión
En el Evangelio, el Señor habla en forma personal a cada uno de los que escuchan la Palabra de Dios. Por eso la palabra
adquiere trascendencia, cuando cada uno de nosotros la aplicamos a nuestras propias vidas y condiciones.
Las reflexiones que solemos escuchar sobre este pasaje del evangelio del joven rico están referidas generalmente a quienes
tienen vocación a la vida consagrada. Podría creerse que solo está dirigido a aquellos privilegiados a quienes el Señor llama
para vivir su cristianismo desde un estado sacerdotal o religioso. ... El joven contesta a Jesús que ya cumplía los mandamientos,
y cuando el Señor le pide algo más, no tiene el suficiente coraje y la suficiente generosidad para dejar todos sus bienes y seguir
al Señor.
Pero si meditamos un poco más los hechos del pasaje, todos podemos descubrir en qué medida nos resultan aplicables.
Es frecuente que los cristianos pensemos que un poco mejor o un poco peor, ya estamos cumpliendo la ley del Señor. Y
seguramente que en muchos casos esa sea la realidad.
Pero también es cierto que si escarbamos un poco más dentro nuestro, vamos a descubrir las veces que el Señor nos ha
pedido a nosotros, como le pidió al joven rico del evangelio, ... algo más...
Quizás se trate de encarar una tarea de evangelización o de catequesis. O de hacernos cargo de un trabajo de ayuda a nuestro
prójimo, en el hospital, en una escuela, o en nuestro barrio. O de comprometernos a ir una vez por semana a enseñar algo a
alguien o a cuidarlo.
A lo mejor el Señor nos está pidiendo que recemos un poco más todos los días, o que asistamos a una novena, o a misa con
mayor frecuencia.
Y con seguridad que para cumplir con ese pedido del Señor, que nos puede venir a través de un amigo o de un necesitado, o
de la forma menos pensada, ... seguramente va a ser necesario que dejemos alguna otra cosa. Tal vez sea ese rato de
esparcimiento del que gozamos todos los días mirando un programa de televisión. O tal vez sea a costa de acortar el tiempo que
pasamos hablando amablemente con nuestros amigos. O el tiempo que dedicamos a una actividad o un deporte que nos gusta. O
a costa de perder unos minutos de sueño.
O a lo mejor, decir sí al pedido del Señor nos requiere privarnos de un bien material, o de un gasto, para hacer una donación
o un regalo junto con nuestra ayuda.
Por supuesto que responder afirmativamente al llamado del Señor nos va a costar. Necesitaremos ser generosos y
desprendidos. Necesitaremos ser decididos cuando decimos sí, y constantes y tenaces para cumplir con nuestro compromiso
para no quedarnos a mitad de camino y dejarlo sin terminar.
A cambio de nuestro renunciamiento, el Señor nos promete el ciento por uno. Todas las acciones buenas que hagamos, por
amor a Dios van a ser recompensadas. Y esa recompensa no solo vendrá en nuestra vida futura, sino que muy rápidamente, nos
traerá la paz y la alegría.
El Evangelio nos dice que el joven rico se marchó triste. Por falta de valentía y de generosidad dejó pasar la oportunidad de
alcanzar la felicidad. De vivir alegre.
Vamos a pedir hoy a María, a ella a quien todas las generaciones llamaron feliz por su entrega al Señor, que nos dé las
fuerzas y la generosidad de corazón para responderle fielmente al llamado que Jesús nos hace a cada uno.

LECTURAS DEL MARTES 21 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 23-30
Jesús dijo entonces a sus discípulos: «Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es
más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.»
Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.»
Pedro, tomando la palabra, dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a
nosotros?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de
gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa
de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como
herencia la Vida eterna.
Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.»
Reflexión
En este día la palabra de Dios no habla del rico que pone su confianza en las riquezas, y entonces no comparte.
La fe germina con mayor facilidad en el desprendimiento que en las preocupaciones por las cosas
Quien pone el corazón en los bienes de la tierra, se incapacita para encontrar a Dios. Porque quien tiene el corazón repleto de
bienes materiales, no puede amar a Dios.
Los bienes de la tierra no son malos, siempre y cuando no los convirtamos en ídolos. Porque entonces nos postraremos ante
esos bienes.
Muy por el contrario los medios materiales pueden ser los medios que nos permitan ser instrumentos para el bien, para la
justicia.
En la época de Jesús, la riqueza se consideraba como un premio de Dios, y Cristo a esto responde con una expresión popular:
Es más fácil para el camello pasar por el ojo de una aguja, que para el rico entrar en el Reino de los cielos
El Señor no está diciendo que los ricos no pueden salvarse, está diciendo que quien tiene una afición desordenada a las cosas
materiales difícilmente se salvará. Pero no porque el Señor no quiera, sino porque probablemente esa afición desordenada puede
impulsarlos a cometer injusticias.
Pero los discípulos que no tenían riquezas y habían dejado todo por seguir a Jesús, le preguntan, cuál va a ser su lugar.
Y el Señor les promete el lugar de honor, pero se los promete por seguirlo.
El dejar todo es sólo una condición para seguir a Jesús, pero lo realmente importante, lo que nos puede permitir acceder a la
perfección es realmente seguirlo a Cristo.
Esta mentalidad de Pedro, la espera de la recompensa, está muy extendida entre nosotros, los cristianos.
Muchas veces dejamos muchas cosas para seguir a Cristo, a veces muchísimas cosas, y sin embargo, después nos enredamos
y empobrecemos con pequeñeces, con críticas, con envidias, con aspiraciones y puestos de honor.
Y entonces, lo dejamos todo, pero no somos realmente sus seguidores.
Vamos a pedirle hoy a María, nuestra Madre que nos enseñe a ser desprendidos de las cosas del mundo a ejemplo suyo para
que así nos sea más fácil alcanzar el reino.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 22 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 20, 1-16
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: Vayan ustedes también a mi viña y les
pagaré lo que sea justo. Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les
dijo: ¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?. Ellos les respondieron: Nadie nos ha contratado. Entonces les
dijo: Vayan también ustedes a mi viña.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por
los últimos y terminando por los primeros.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros,
creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,
diciendo: Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso
del trabajo y el calor durante toda la jornada.
El propietario respondió a uno de ellos: Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo
que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me
parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.»
Reflexión
Nos puede sorprender esta parábola. Parece injusto que se dé lo mismo a todos, sin tomar en cuenta sus obras y sus
sacrificios.
Bien es cierto que Jesús quiso sacarnos la idea que tengamos méritos que Dios debe premiar.
Pero también conviene mirar con más atención las enseñanzas de la parábola, pues Jesús establece una comparación, no
entre varios trabajadores, sino entre diversos grupos de trabajadores. Cada grupo puede representar un pueblo, un país, o un
continente y, mientras unos recibieron la Palabra de Dios hace muchos siglos, otros recién llegan a la fe.
A lo largo de la historia, Dios llama a los diversos pueblos a que vengan a trabajar a su viña.
Para empezar llamó a Abraham y le encargó, a él y a sus descendientes, su obra en el mundo.
Más tarde, en tiempo de Moisés, mucha gente se juntó a su grupo para salir de Egipto, y lo mismo sucedió en los siglos
siguientes.
Los antiguos reivindican constantemente su derecho a ser tratados mejor que los demás, pero la viña no les ha sido
encargada en forma exclusiva.
Después, con la venida de Cristo, el Evangelio fue llevado a otros pueblos, hasta entonces paganos. Entraron en la Iglesia y
formaron la cristiandad. También ellos pensaron que el Reino de Dios y la Iglesia eran cosa suya.
Hasta nuestros días no han faltado las familias que se extrañan cuando la Iglesia critica sus privilegios y ya no les concede
los primeros asientos en el templo. Dicen que la Iglesia los traiciona, porque siempre han pensado que la Iglesia era de su
propiedad.
En la parábola todos somos puestos en un pie de igualdad y recibimos el mismo denario, la moneda de plata del sueldo
diario. ¡Debemos alegrarnos por haber sido llamados a trabajar cuando estábamos desocupados!
Vamos a pedir hoy a Jesús que nunca nos sintamos con privilegios dentro de la Iglesia por hacer alguna tarea especial, o por
haber estado sirviéndola desde más tiempo, porque el Señor acoge en su viña a todos, y recompensa de la misma forma a los
recién llegados.

LECTURAS DEL JUEVES 23 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 22, 1-14
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: Mi banquete está preparado; ya han sido matados
mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y
se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego
dijo a sus servidores: El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los
caminos e inviten a todos los que encuentren.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de
convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. Amigo, le dijo, ¿cómo
has entrado aquí sin el traje de fiesta?. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: Atenlo de pies y
manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.»
Reflexión
La palabra de Dios hoy, nos presenta a Dios, con la mesa preparada para el banquete.....y sin invitados. ¿Cuál es la
alternativa?
¿Apagar las luces y suspender la boda?
No, Dios elige otros invitados,... Nadie puede quedar excluido de la fiesta,...
Esta parábola del Banquete de Bodas, se sitúa en Jerusalén, algunas semanas antes de la muerte de Jesús.
Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo que su pueblo, el pueblo elegido, hará del Mesías de Dios.
Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad,... una verdadera fiesta de boda,... banquete, música, trajes, cantos,
alegría, comunión.
Dios casa a su Hijo,... conforme al querer del Padre. La desposada es la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su
Hijo.
Y Dios invita a la boda, Dios llama, Dios propone.
Esta es una de las mejores imágenes del destino del hombre.
El hombre de hoy, no sabe adónde va,... cuál es el sentido de su vida.
Y Jesús nos responde a todos: están hechos para la unión con Dios, por mi intermedio.
Dios nos ama, y cada uno de nosotros está llamado a responder a ese amor de Dios.
Todos los amores verdaderos de la tierra, son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor pleno de Dios por
cada uno de nosotros.
Jesús en la parábola nos dice, que los invitados, algunos, no hicieron caso de los servidores y siguieron con sus tareas, y
otros hasta maltrataron a los servidores.
Así hacemos también nosotros. Muchas veces, Jesús nos invita, y nosotros no respondemos. Preferimos seguir en lo nuestro,
en vez de ir a su fiesta. Dios nos invita a su mesa en cada misa, y muchas veces no acudimos.
Y otras veces, acudimos sin el traje de boda. Acudimos a recibir al Señor en la Eucaristía, sin la debida preparación, sin estar
en gracia de Dios.
Y para nosotros es la advertencia de Jesús. El rey echó al invitado que acudió sin el traje de boda, a las tinieblas. Es lo
mismo que hará Dios con nosotros, si acudimos a recibir indignamente a su Hijo.
Por eso hoy vamos a pedirle a María, que no rechacemos el banquete de bodas de Dios, que acudamos frecuentemente a
recibir a Jesús en la Eucaristía, con la misma pureza con que ella lo recibió en su seno.

LECTURAS DEL VIERNES 24 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 1, 45-51
Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es
Jesús, el hijo de José de Nazaret.»
Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?»
«Ven y verás», le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez.»
«¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael.
Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera.»
Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús continuó: «Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees. Verás cosas más grandes todavía.»
Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
Reflexión
No basta encontrar a Cristo y seguirlo. Cuando lo encontramos realmente, es preciso convertirse en discípulo, en apóstol,
dando a conocer a Jesús, presentándolo ante los demás.
A veces, lo presentaremos simplemente con nuestra vida, y otras veces, lo haremos con palabras.
Es lo que pasó con Felipe en el Evangelio de hoy. Felipe encontró a Jesús y va en busca de Natanael a decírselo. Felipe
siente necesidad de invitar a otros a seguir a Jesús, como ellos lo hicieron. La mejor prueba de la gratitud nuestra por el llamado
que hemos recibido es procurar que muchos vayan por ese mismo camino.
Por eso en nuestras vidas, cuando nos encontramos realmente con Jesús, tenemos necesidad de que nuestros amigos,
nuestros seres queridos, la gente que nos rodea, también lo conozca y lo siga.
Dios se vale de distintos medios para llamar a cada uno. A unos los llama directamente, a otros los llama a través de terceras
personas, como en el caso de Natanael.
Y nos muestra el evangelio, que en un primer momento, Natanael no responde gustoso al llamado de Felipe, sin embargo,
Felipe insiste. Ven y verás, le pide a su amigo.
Así es como muchas veces tendremos que hacer nosotros. Tendremos que a veces hacer una suave presión para llevar a la
gente a Cristo, cuando en principio se muestra remolona. Vale la pena lo que se ofrece, y no podemos desalentarnos ante la
primera negativa.
Y cuando Natanael conoció a Cristo, el Señor lo conquistó inmediatamente El Señor le dice: He aquí un verdadero israelita
de corazón sencillo, en quien no hay engaño.
Hermoso elogio para Natanael, un hombre fiel a Dios y a su ley.
Jesús antes de saludarlo, ya lo conoce, y cuando Natanael le pregunta de dónde lo conoce, Jesús le descubre el fondo de su
corazón. Y Natanael, en una hermosa confesión de fe lo reconoce como Hijo de Dios y rey de Israel.
Jesús habla con un judío de corazón sencillo, buen conocedor de la Biblia, que había profundizado en los profetas de Israel y
esperaba al Salvador. Y entonces, no tiene dificultad en reconocer en Jesús al Salvador.
Nosotros muchas veces no reconocemos a Jesús, porque no conocemos las Sagradas Escrituras, que nos hablan de él.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que nos ayude a conocerlo, a través de las Escrituras y también entrando en contacto con él. Y
pidámosle también, ser verdaderos apóstoles, dándolo a conocer también a los demás. Que nosotros también como Felipe,
digamos a los que nos rodean: Ven y Verás a Cristo.

LECTURAS DEL SÁBADO 25 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 23, 1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen
por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que
ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros
puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar mi maestro por la
gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar maestro, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A
nadie en el mundo llamen padre, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco doctores, porque
sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se
humilla será ensalzado.»
Reflexión
Este capítulo es un fuerte ataque de Jesús a los maestros de la ley y a los fariseos.
San Mateo recogió en este capítulo distintas recriminaciones de Jesús a los dirigentes espirituales de Israel.
Los maestros de la Ley, escribas, eran especialistas en la Ley de Moisés, que interpretaban y aplicaban en las sentencias de
los tribunales y a la conducta de los judíos.
Los fariseos pretendían vivir según las normas más estrictas de la ley, se creían los «justos», separados de los demás.
Muchos de los maestros de la ley eran también fariseos.
Jesús aconseja al pueblo que cumplan lo que ellos les aconsejan, pero que no los imiten. El Señor nos indica a nosotros
claramente que vivamos conforme a lo que predicamos. El error que se señala aquí para los fariseos es que había mucha
distancia entre «lo que decían» y «lo que hacían».
Y puede ser que en nosotros hoy, esté pasando lo mismo.
Los fariseos sabían echar cargas pesadas a las espaldas del pueblo, pero ellos encontraban siempre excusas para no cumplir
las normas que daban a los otros.
Otra crítica que el Señor les hace es que obraban para ser vistos y gustaban de ocupar los primeros puestos. Les gustaba que
les llamaran «maestros» y «padres» y que los tuvieran por guías espirituales.
Esta gente actuaba, no para Dios, sino «para ser vistos», buscaban recibir honores y destacar entre los demás.
Jesús condena además, que se asignen títulos y que se pretenda ser guardianes de la fe separando los que «saben» de los que
«no saben» y por tanto pretendiendo ser quienes «enseñen» a los demás.
Podríamos hoy pensar cómo somos nosotros, ya que tal vez tenemos alguna o todas las actitudes que el Señor condena en los
fariseos y maestros de la Ley.
Conviene que tengamos presentes que encontrar a Dios, no es un privilegio de quienes más saben. Una persona que toda la
vida se ha desvelado por los demás y que ha rezado sencillamente sus oraciones, sabe, y tiene mejor conocimiento de Dios, que
muchos doctores en teología.
En este evangelio, Jesús al mismo tiempo que azota a los dirigentes de Israel, se dirige también a sus discípulos y a nosotros
y nos traza un camino muy distinto del de los fariseos.
En la comunidad cristiana debe haber un gran sentido de igualdad y fraternidad, porque somos todos hijos de un mismo
Padre y es Cristo el único jefe.
Además establece una sólida norma de vida comunitaria ya que nos dice que la verdadera grandeza, la mayor dignidad, es el
servicio a los hermanos.
El esfuerzo por elevarnos ante los hombres, nos rebaja ante Dios. Por eso en la Iglesia, la autoridad es «servicio humilde»
Vamos a pedirle hoy al Señor, ser capaces de desterrar de nosotros, todas esas actitudes que nos señala como negativas en los
fariseos, para que podamos ser mejores discípulos suyos.

LECTURAS DEL DOMINGO 26 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 6, 60-69
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al
Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son
Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos
que eres el Santo de Dios.»
Reflexión
La promesa que Jesús hace en la sinagoga de Cafarnaúm de dejarnos su Cuerpo y Sangre como alimento en la Eucaristía
causó discusiones y escándalos entre muchos de los que lo escuchaban. Frente a un don tan preciado, una gran parte de los
seguidores de Jesús lo abandonan: «Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo»,
nos dice San Juan en el Evangelio.
Frente a la maravilla de su entrega en la Eucaristía, muchos responden volviendo la espalda al Señor. Y no es la
muchedumbre, sino sus discípulos los que lo abandonan. Como contrapartida, en los doce apóstoles crece la fidelidad a su
Maestro y Señor. Acaso ellos tampoco comprendieron del todo lo que Jesús les promete, pero permanecieron junto a Él.
¿Por qué se quedaron? ¿Por qué fueron leales en el momento de las deslealtades?
Porque les unía a Jesús una honda amistad, porque le trataban diariamente y habían comprendido que sólo Él tiene palabras
de vida eterna. Porque le amaban profundamente.
«Señor, ¿a quién iremos?» le dice Pedro cuando Jesús les pregunta si ellos también se van.
«Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.»
Hoy nosotros tenemos la gran oportunidad de dar testimonio de una virtud tan poco valorada en nuestros tiempos, como lo
es la «fidelidad». Vemos con alarmante frecuencia como se quiebra la lealtad en los matrimonios. Como se rompe la palabra
empeñada. Como se abandona la fidelidad a la doctrina y a la persona de Cristo.
Los apóstoles nos enseñan con su ejemplo, que esta virtud se fundamenta en el amor: ellos son fieles porque aman a Cristo.
Es el amor el que les induce a permanecer mientras que muchos desertan.
El Papa Juan Pablo II nos alienta: «busquen a Jesús esforzándose en conseguir una fe personal profunda que informe y
oriente sus vidas; pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa amar a Jesús, con un amor sincero, auténtico
y personal. Él debe ser vuestro amigo y vuestro apoyo en el camino de la vida. Sólo Él tiene palabras de vida eterna».
La fe no es ante todo una «enseñanza». Casi podría decirse que es un «compromiso», un «requerimiento»: nos desafía a
elegir. Muchos discípulos se van, pero en los apóstoles, crece la fidelidad.
Vamos a proponernos hoy luchar en todo momento, con espíritu alegre , para acercarnos cada día un poco más a Dios. De
amar cada vez más a Jesús.

LECTURAS DEL LUNES 27 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 23, 13-22
«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan
entrar a los que quisieran.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han
conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!
¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: «Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del
santuario, entonces sí que vale»! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro?
Ustedes dicen también: «Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar.»
¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda?
Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él. Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel
que lo habita.
Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.»
Reflexión
Los evangelios son también catequesis para las comunidades a las que se dirigen. Mateo escribe para las comunidades
judeocristianas en las que debería ser aún grande la influencia de los fariseos. Hay que recordar que los judeocristianos habían
sido excluidos oficialmente de las sinagogas. Por todo eso, el Evangelio de Mateo tiene mayores resonancias antifariseas.
En estos Ayes, o lamentaciones de Jesús, contra los fariseos y maestros de la ley, ataca su hipocresía: dicen y no hacen,
pretenden ser fieles a Dios en detalles insignificantes, y son infieles en lo principal de la ley, que es el amor y la justicia. No sólo
han desoído el llamado al reino, anunciado por Juan, y proclamado por Jesús, sino que estorban la entrada a él a la gente de
buena voluntad.
Van hasta el fin del mundo para convertir al judaísmo a algunos paganos y los hacen peores que ellos.
En vez de jurar por Dios y por todo lo que se relaciona con él, lo hacen por cosas materiales profanando el santo nombre de
Dios.
Aquellos maestros de la ley, en vez de ser guías fieles hacia la verdadera religión y los primeros en aceptar el mensaje del
reino, que presenta Jesús, se han convertido en los mayores obstáculos para él. Cerraban, en vez de abrir, las puertas.
Tal vez nosotros también hemos obrado así sin siquiera darnos cuenta, cerrando las puertas al mensaje cristiano a tantos
paganos de buena voluntad, por nuestro mal comportamiento, por nuestras divisiones, por el amor desenfrenado al poder y al
dinero.
En vez de hacernos servidores del mundo, mensajeros de la paz y la reconciliación, nos hemos presentado como
«civilizadores», como mejores que ellos, como una clase aparte.
Hemos querido atraerlos a Cristo por nuestra superioridad y no por nuestro servicio humilde y desinteresado. Hemos querido
suplantar sus grandes valores por los nuestros, y cuando los hemos atraído a la fe cristiana les hemos contagiado también
nuestros vicios y nuestro orgullo.
Las palabras de Jesús a escribas y fariseos son también para nosotros hoy, y no podemos negar que aquella semilla de la
hipocresía, que el Señor recrimina en ellos, puede ser también abundante en nuestros campos.
También el fariseísmo, en lo que tiene de malo, arraiga entre nosotros.
Por eso hoy vamos a pedirle especialmente al Señor, que sepamos llevar a los demás a Cristo, con nuestro testimonio y con
nuestra vida

LECTURAS DEL MARTES 28 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 23, 23-26
Jesús habló diciendo: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del
comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar
aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos
de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera.
Reflexión
Jesús les echa en cara a los fariseos la hipocresía y la simulación.
La menta, el anís y el comino eran hierbas insignificantes sobre las que no los judíos no estaban obligados a pagar el
impuesto del diezmo, porque se usaban en cantidades reducidas. Sin embargo los fariseos, para poder hacer gala de que eran
celosos cumplidores de la ley, pagaban los diezmos incluso sobre ellas.
Jesús critica a los judíos que pagan esos impuestos y después no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia,
la misericordia y la fe
Una comparación similar hace el Señor cuando les dice: ¡Guías ciegos! Ustedes cuelan un mosquito, pero se tragan un
camello. Había judíos que para no exponerse a tragar algún insecto que su ley consideraba impuro, filtraban las bebidas a través
de un género. Jesús les reprocha ese modo ridículo de comportarse: colar cuidadosamente un mosquito y tragarse sin el menor
reparo un camello.
Los judíos ponían toda su atención en observar la letra de la ley. En ser escrupulosos en cumplir la parte externa, que es lo
que queda a la vista de todos. En cambio el Señor enseña que hay que purificar primero lo que está adentro, y después lo
exterior.
También hoy tiene vigencia esta enseñanza del Señor. Cuántas veces nosotros nos esmeramos en dar cumplimiento a aquello
que es visible para los que nos rodean, para quedar bien, pero luego, faltamos en cosas graves. Cuantas veces hacemos actos que
exteriormente parecen ser muy buenos, pero que están movidos por intereses personales, y no por amor a Dios y al prójimo.
El Señor, con este Evangelio nos está señalando que en nuestra vida debemos tener rectitud de intención. Que nuestras
acciones no deben buscar la aprobación y el aplauso de los que nos rodean, sino que deben estar hechas de cara a Dios.
Se cuenta que un grupo de turistas había subido a lo más alto de una de las torres de la catedral de una antigua ciudad de
Alemania, que la estaban restaurando, para ver los trabajos que allí se hacían.
Allá arriba, un viejo obrero labraba cuidadosamente las piedras, tallando pequeñas flores y adornos. Los ladrillos quedaban
así cubiertos con las piedras talladas cuidadosamente por el viejo artesano.
Intrigado por su enorme paciencia, uno de los turistas le preguntó: ¿Por qué se esmera usted tanto? Desde allá abajo nadie
podrá admirar su trabajo.
No importa, lo verá Dios, contestó el hombre.
Vamos a pedir hoy a María que nos ayude a vivir siempre de cara a Dios, y a que todas nuestras acciones las realicemos con
rectitud de intención, purificando nuestro interior y buscando la misericordia, la justicia y la fe, como nos lo enseña el Señor en
este pasaje del Evangelio

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 29 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Marcos 6, 17-29
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que
se había casado. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener a la mujer de tu hermano.
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y
santo, y lo protegía.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus
oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey
dijo a la joven: Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le aseguró bajo juramento: Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque
sea la mitad de mi reino. Ella fue a preguntar a su madre: ¿Qué debo pedirle?. La cabeza de Juan el Bautista, respondió esta.
La joven volvió rápidamente a donde estaba el rey y le hizo este pedido: Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una
bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a
un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la
entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Reflexión
Hoy la Iglesia conmemora el día de la muerte de Juan el Bautista. El 24 de Junio pasado celebramos el día de su nacimiento.
El evangelio de la misa de hoy nos relata el martirio de San Juan, que fue fiel hasta dar la vida, a la misión recibida de Dios.
Si en los momentos difíciles se hubiera callado o se hubiera mantenido al margen de los acontecimientos, se habría librado de la
muerte en la cárcel de Herodes.
Pero San Juan no era como una caña que se mueve con cualquier viento. Fue coherente hasta el final con su vocación y con
sus principios.
La sangre que derramó Juan, nos da un ejemplo de amor y de firmeza en la fe, de valentía y de fecundidad.
San Juan tenía presente la advertencia del Señor al Profeta Jeremías que nos recuerda la primera lectura de la misa de hoy:
Juan lo dio todo por el Señor: no sólo dedicó todos sus esfuerzos a preparar su llegada y los primeros discípulos que tendría
el Maestro, sino que dio la vida misma.
San Juan siente que su obligación es denunciar la situación irregular de Herodes con la mujer de su hermano, y a pesar de
tratarse del rey, no por eso se calla, y eso lo lleva a la muerte.
Pero debemos reconocer que son pocos los hombres a que el Señor les pide un testimonio de fe dando su vida en el martirio.
En cambio nos pide a todos la entrega de la vida en el cumplimiento fiel del deber: en el trabajo, en la familia, en la lucha
por ser siempre coherentes con la fe cristiana.
La fortaleza de Juan y su vida coherente es para nosotros un ejemplo a imitar. Él fue el Precursor del Señor, no solamente
con su Palabra, sino también con su vida y con su muerte; consumió su vida en servicio a las exigencias del plan de Dios; el
servicio al plan de Dios impone dedicación total y entrega de la propia vida, si es preciso.
Si imitamos el ejemplo de Juan en los acontecimientos diarios, muchos de los que nos rodean se podrán convencer por ese
testimonio sereno, de la misma manera que muchos se convertían al ver la valentía del Precursor.
Pidamos hoy al Señor nos dé también a nosotros esa fortaleza y coherencia en lo ordinario, para que sepamos dar testimonio
a través de nuestra vida y nuestra palabra, de la fe que profesamos.

LECTURAS DEL JUEVES 30 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 13, 44-46
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno
de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran
valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Reflexión
Las dos parábolas explican la naturaleza escondida del reino de Dios y la irresistible atracción que despierta en quien lo
descubre.
Jesús quiere confirmar a sus oyentes que el reino de Dios no está al alcance de todos, pero todos pueden encontrarlo porque
está como el tesoro, esperando para ser descubierto.
Y nos dice que quien sabe dónde está, está dispuesto a entregar todo a cambio; quien lo encuentra puede desprenderse de
todo cuanto tiene, con tal de obtenerlo.
Quien no tenga esa capacidad, desconoce el paradero de Dios; quien no se siente obligado a liberarse de todas la posesiones,
todavía no se ha topado con ese tesoro que es el reino.
El Señor nos enseña en primer lugar que encontrarse con Dios, no es una experiencia muy diferente de la que experimenta
quien descubre, un buen día, el mayor tesoro. De la misma forma como reaccionaríamos si nos topáramos con algo realmente
valioso, tendríamos que reaccionar cuando nos encontremos con Dios.
La astucia del afortunado que se encuentra con riquezas escondidas y vende todo lo que tiene hasta alcanzarlas, o el
desprendimiento del comerciante de perlas finas, son las reacciones lógicas que todos nosotros hubiéramos tenido, en caso de
toparnos, como ellos, con un gran tesoro.
¿Quién de nosotros no hubiera protegido los bienes descubiertos, enterrándolos de nuevo, hasta que pudiéramos volver y
hacernos dueños, aunque fuera a costa de perder todo lo que poseyéramos?
¿Quién no sería capaz de enajenar todos sus bienes con tal de hacerse con la perla de su vida?
Si semejante comportamiento no nos parece extraordinario, si comprendemos que se puede uno arriesgar a perder cuanto
tiene por ganar lo que todavía no es suyo, entonces, nos pregunta Jesús hoy, como un día lo hizo a la gente con sus parábolas:
¿Por qué no actúan en forma idéntica ante Dios?
¿Qué les falta para decidirse a poner a Dios por delante de todos los demás bienes que poseen o desean?
El descubridor de tesoros y el traficante de perlas, se encontraron inopinadamente con algo que no esperaban y como sabían
que lo que encontraron era mayor y mejor que cuanto poseían, supieron reaccionar con rapidez, su desprendimiento fue total.
Por eso si el reino de Dios, si poseer el reino de Dios, no suscita en nosotros esa misma atracción que despierta el tesoro, es
que no lo hemos encontrado todavía, es que todavía está escondido.
Dios está esperando que llegue quien sepa reconocerlo. Dios está al alcance de quien se encuentre con él.
Jesús quiso confirmar a sus oyentes que el reino de Dios no está a la vista de todos ni al alcance de sus manos; se esconde a
la mirada de la mayoría.
Pero puede ser encontrado.
Pidamos hoy al Señor, tener el deseo de encontrarlo y con él encontrar la alegría y la fuerza de dejar todo para conseguir el
reino

LECTURAS DEL VIERNES 31 DE AGOSTO DE 2018


(1ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 25, 1-13
El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas
eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes
tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se
quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro.»
Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían darnos un poco
de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?» Pero estas les respondieron: «No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan
a comprarlo al mercado.»
Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después
llegaron las otras jóvenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos», pero él respondió: «Les aseguro que no las conozco.»
Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.
Reflexión
Con esta parábola, que San Mateo nos la presenta luego de la enseñanza que Jesús hace sobre el Juicio Final, el Señor insiste
sobre la doctrina de la vigilancia. Vigilad pues no sabéis ni el día ni la hora: dice el Señor. La atención principal del pasaje está
centrado en la actitud que hay que tener frente a la llegada del esposo.
Cada uno de nosotros tenemos señalado un día y una hora en que nos presentaremos ante el Señor. Nosotros desconocemos
cuando será ese día, y podemos incluso vivir ignorando esta realidad, pero la experiencia nos dice que es inexorable. Podremos
vivir unos años más o unos años menos, pero ciertamente que no conocemos ninguna excepción a esta verdad.
Y el Señor nos dice que si queremos que ese momento no nos sorprenda sin aceite en nuestras lámparas, lo que quiere decir,
sin la debida preparación, tenemos que vivir nuestra vida de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio, pensando en Dios y
haciendo las cosas por El.
Nuestra vida debe ser una lámpara encendida, que brille con la luz de la fe. Pero para que esa luz siempre sea luminosa es
necesario que vivamos conforme a las enseñanzas de Jesús, unidos por amor a El y a nuestro prójimo. Si así lo hacemos, no
tendremos nunca miedo al momento de la llegada del Señor, porque sabremos que como sucedió a las vírgenes prudentes, esed
día seremos invitados a entrar en el banquete de las bodas del Reino, con El.
Vamos a pedir hoy a María que nos ayude a vivir nuestra vida de cara al Señor, y a estar siempre preparados, esperando su
llegada, y confiando que ese día entraremos en su Reino.

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