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Segunda batalla[editar]
Terrible fue la ira del nuevo monarca Huayna Cápac, alistó un poderoso ejército de
orejones y abandonando las regiones del septentrión ecuatoriano, bajó a las costas en son
de guerra. Sabedores de estos sucesos los Guancavilcas y viendo que no podían ofrecer
resistencia al conquistador, pensaron implorar clemencia y en estas duras cavilaciones
estaban cuando algo inusitado iluminó el cerebro del más anciano de los Caciques de la
Confederación.
El más viejo cacique, ducho en el arte de la diplomacia y la política, ofreció a su nieta para
embajadora. Bien lo sabía él, hombre de mar, curtido en muchas pescas, que el hombre
más valiente tiembla ante un bello rostro y que no hay mejor componedor que una mujer
hermosa.
Y así sucedió en efecto, lo cuentan Cronistas que, a la altura de Yaguachi, Huayna —
Cápac vio venir un singular concurso de gentes Guancavilcas, presididos por los Caciques
y Curacas y numerosas vírgenes, que en completa formación presentaban a los ávidos
ojos del enemigo la hermosa piel canela de la mujer tropical, bronceada por las
irreverentes caricias que del sol reciben.
Espectáculo tan hermoso sedujo al joven monarca. Las doncellas avanzaban por en medio
de su tropa llegándose hasta el Inca y allí se postraron, tocando el suelo con sus frentes
en señal de respeto y sumisión. El aire estaba lleno de dulces melodías salidas de los
instrumentos de viento que soplaban sin cesar y el olor a finas esencias rompía el
horizonte, haciendo más embriagadora la escena.
Una de las vestales se levantó resueltamente y en lengua guancavilca, habló: ¡Oh, gran
señor, depón tu cólera y óyeme! Soy la elegida de mi pueblo para implorar tu perdón;
cuando joven, el mar me regaló una promesa y las ondas me dieron sus secretos. Soy de
Colonche, del linaje de los Cayche; sal significa mi apellido, pero dulce es mi ser como mi
pueblo, mi rostro oval refleja la poesía de mi nombre y en mi carne cimbreante están las
virtudes de mi raza, la brisa fresca y marina me acompaña y yo os imploro el perdón de la
raza Guancavilca!.
El joven Huayna Cápac, que la había escuchado, dijo: ¡Oh hija de Caciques, eres
generosa con los tuyos y yo no puedo dudar de tus sentimientos. Levántate, salvadora de
tu pueblo, que te bendecirá eternamente en sus cantares; seré benigno con los culpables
del crimen que había venido a castigar!. Y en efecto, lo fue, dice Gabriel Pino y Roca en
sus Tradiciones, "ya que el Inca, fiel a su promesa, perdonó la vida a todos y sólo decidió
reunir a los culpables y apostrofándoles sus crímenes les hizo tirar suerte, mandando
ejecutar al 10 por ciento de ellos para que nadie diga jamás que había tenido preferencias.
Igualmente decidió que los nobles y sus descendientes se arrancasen los dos dientes
delanteros superiores en señal de expiación y arrepentimiento por la infamia cometida,
costumbre que perduró hasta la llegada de los conquistadores.
Así una vez más la astucia de los Guancavilcas los salvó de la muerte y pese a aceptar las
imposiciones Incas, nunca asumieron enteramente su control, ya que hubo continuas
revueltas y asesinatos constantes de los emisarios, gobernadores y enviados del monarca
Inca luego de su partida, muchas leyendas afirman que los que se arrancaban los dos
dientes delanteros en señal de arrepentimiento no eran efectivamente verdaderos nobles
guancavilcas.4