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No solamente la lectura es una de las costumbres que se están perdiendo. Tal vez por el
poco tiempo disponible, es cierto, pero también porque perdemos cada vez más la
capacidad del simbolismo, como decía Giovanni Sartori, y somos hijos de la imagen, a
tono con el Llame ya, satisfacción garantizada. La imagen hace que no tengas que
realizar esfuerzo alguno, te da el producto terminadito, distinto de lo que ocurre con la
lectura o en menor medida con la radio, donde la puntada final siempre e
inevitablemente la das vos. Otra de las costumbres que se están perdiendo, decía, es la
de escuchar música, vale decir, sentarse solamente a eso, a escuchar música. Escuchar.
La música es cada vez más, algo que se hace mientras se hace otra cosa. Mientras vas
en el auto, mientras vas por la calle, caminando – qué lástima, son tan lindos los
sonidos de la ciudad. Y además, y a tono con la cultura del llame ya, la globalización,
es que la música que se hace es música que debe ser entendida por la mayor cantidad
de gente posible y en el menor tiempo.. Si a un tema musical lo tararea un pibe de
Carcarañá y otro de Singapur, quiere decir que no tiene matices, que da lo mismo, que
eso que nos hace únicos como especie y que se llama singularidad brilla por su
ausencia. Hemos dicho acá en este programa que seguramente nos estamos perdiendo
mucho de Los Beatles por no haber nacido en Liverpool, del mismo modo que los
europeos se pierden bastante de Don Atahualpa por no conocer el Cerro Colorado.
Es sabido que las muchedumbres tienen, primeramente, oído rítmico, y entonces todo se
llena de ese pum chim pum chin. Después se recordará una melodía, cuanto más obvia
y pegadiza mejor, y por último, la armonía, la riqueza de sonidos simultáneos.
Así las cosas, a veces se encuentra con sorpresas uno. El que está con nosotros es
alguien que, en un panorama musical donde no importa demasiado lo que se diga, y
mucho menos una riqueza armónica, pareciera que el tipo está dispuesto a quebrar una
lanza y a dar batalla.