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LAS CULTURAS AMERICANAS PRECOLOMBINAS

Antecedentes históricos

La búsqueda de una nueva ruta hacia Asia llevó a Cristóbal Colón a descubrir un nuevo
continente: América. De ese modo se produjo uno de los acontecimientos más trascendentales de
la Historia de la Humanidad, ya que, tras cuarenta siglos de desarrollo independiente, entraron en
contacto el Viejo y el Nuevo Mundo. Fue un choque de culturas que se saldó con la desaparición
de las que tenían menor grado de desarrollo técnico. No obstante, aún hoy sorprenden algunos
logros de esas culturas, cuyos orígenes y significado permanecen todavía llenos de incógnitas.
La población del continente Americano ha suscitado, y sigue suscitando aún, muy diversas
teorías para explicar su origen. La opinión más generalizada y fundamentada es la que mantiene
la teoría de que no se trata de una población autóctona, sino del resultado de unas migraciones
que entraron en el continente americano, desde Asia, a través del estrecho de Behring.
Esa llegada se produjo en época tardía, con respecto a la aparición del Homo Sapiens, ya que
debió de realizarse unos 20.000 o 25.000 años antes de nuestra era.
La gran diversidad de etnias, el número de individuos a la llegada de los conquistadores y el
paralelismo de algunas culturas americanas con las de ciertas islas del Pacífico, son hechos que
plantean, de manera inmediata, una serie de interrogantes, cuyas respuestas definitivas aún se
desconocen.
Los primeros pobladores llegaron con un nivel de civilización paleolítico y, tras ocupar casi
todo el continente, siguieron desarrollos diferentes en cada zona. Se han encontrado útiles
tallados semejantes a los hallados en el Viejo Mundo, pero no útiles pulimentados, por lo que el
término de Neolítico (piedra nueva, piedra pulimentada) no parece muy adecuado para el mundo
americano; algunos historiadores prefieren utilizar la denominación de “fase formativa”. De todos
modos, los pueblos del Nuevo Mundo descubrieron la agricultura y pasaron por un periodo
similar al de la “revolución neolítica”, en lo que a cambio de forma de vida se refiere.
La información acerca de cómo se descubrió la agricultura tampoco es muy precisa, pero parece
que debió de producirse en el área amazónica, ya que los cultivos más generalizados fueron
típicamente tropicales. Coincidiendo, por razones de cambio climático, con una ampliación de la
selva, las poblaciones asentadas en los límites de ésta, hubieron de replegarse a los valles de la
cordillera andina y allí debieron de intentar cultivar las plantas que hasta entonces les habían
servido de alimento en los límites de la selva. Fuera o no de este modo, lo que sí parece claro es
que el descubrimiento de las técnicas agrícolas se realizó en un único foco desde el que se
difundió. La presencia de los mismos cultivos (maíz, papa, etc.) como base alimentaria de todas
las grandes culturas refuerza esa idea de un único foco.
A la llegada de los españoles, éstos se encontraron con un gran número de pueblos cuyas
diferencias culturales eran enormes. Mientras algunos no habían sido capaces de superar la etapa
paleolítica (tribus de la Amazonia que aún hoy permanecen en el mismo estadio cultural); otros se
encontraban más avanzados y, aunque políticamente mantenían estructuras simples de tipo tribal,
practicaban la agricultura, la ganadería y cierto comercio. A este segundo grupo pertenecían los
caribes, cuyas distintas tribus se encontraban diseminadas por las islas y las costas del área del
Mar Caribe, los guaraníes que ocupaban el actual Paraguay, los charrúas, que con un desarrollo
más limitado se distribuían por parte de lo que hoy es Uruguay y Argentina o los araucanos que,
influenciados por los incas, ocupaban la zona sur de la cordillera andina, sobre todo en el actual
Chile.
Por último, los españoles encontraron otros pueblos que habían sido capaces no sólo de logros
técnicos más importantes, sino también de organizar estructuras políticas de mayor envergadura,
algunas de ellas de carácter imperial. Esas culturas de más alto nivel de desarrollo se produjeron
en unas áreas limitadas del continente americano que, con frecuencia, se denominan Área
Circuncaribe (mayas), Área Mesoamericana (aztecas) y Área Andina (incas).
Ahora bien, en esas altiplanicies que van de México a Perú ya se habían producido varios focos
culturales altamente desarrollados, cuya aparición fue anterior a la época del descubrimiento. De
ese modo, las culturas que aparecieron como vivas a comienzos del siglo XVI, deben entenderse
como el fruto de un largo proceso evolutivo en el que grupos humanos y culturales fueron
preparando el camino a la sorprendente Federación maya, al Imperio azteca e incluso al Imperio
inca, cuyos precedentes son más oscuros.

Los mayas

Introducción
La cultura maya es una de las más antiguas del continente americano y sus logros sirvieron de
base a otras culturas, incluida la azteca. Fue también una de las más duraderas, aunque a la
llegada de los españoles se encontraba en plena desintegración. A pesar del desconocimiento de
algunas técnicas fundamentales (la metalurgia o una agricultura más evolucionada) la cultura
maya fue, quizá, la que logró un mayor nivel estético y la que nos ofrece precisiones técnicas tan
sorprendentes como la de su calendario.
Se extendieron, fundamentalmente, por la península de Yucatán, pero también ocuparon algunas
tierras del sur del actual México, en donde entraron en contacto con los olmecas, uno de los
pueblos más antiguos del continente americano, cuya cultura desapareció hacia el año 300.

Cabezas olmecas de la Venta. Villahermosa, estado de Tabasco, México

Periodos históricos de la cultura maya

Primer periodo
El primero de ellos suele calificarse como Premaya o etapa formativa de los mayas y se extendió
desde el 1500 a. de C., aproximadamente, hasta el 300 d. de C. Ya en ese periodo, este pueblo
practicaba una tosca agricultura de unos pocos productos, realizaba construcciones y produjo
pequeñas esculturas de barro de probable carácter simbólico.

Segundo periodo

El segundo periodo corresponde a la etapa de mayor esplendor de esta cultura y se conoce como
Viejo Imperio Maya o Maya Clásico y su cronología va desde el 300 hasta comienzos del siglo
X. De la historia de esta etapa se tienen datos muy precisos, gracias a que se generalizó la
costumbre de levantar estelas de carácter conmemorativo, que aparecen rigurosamente fechadas.
Durante este segundo periodo los mayas se extendieron por la zona sur de la península de
Yucatán (a lo largo de la cuenca del río Usamacinta) y fundaron ciudades como Tikal, Palenque o
Copán. Al final del periodo se produjo una gran decadencia de la civilización maya, que, aunque
no llegó a suponer la desaparición de la misma, sí significó que muchas ciudades quedaran
definitivamente abandonadas y luego cubiertas por la selva.

Pirámide del templo de las Inscripciones, en Palenque, Chiapas, México, una de los centros más importantes y
mejor estudiados del Viejo Imperio Maya.

Se desconocen con exactitud las causas de la decadencia de los Mayas durante el segundo
periodo, y las hipótesis que se han elaborado para explicarla son variadas. Pudo tratarse de un
agotamiento de las tierras de cultivo, pues las técnicas empleadas eran las de rozar; también pudo
existir algún proceso epidémico, o de conflictos entre las distintas ciudades (la organización
política era la de ciudad-estado) en los que posiblemente participaron pueblos procedentes del
área Mesoamericana (México).
Se especula también con que no hubiera una causa única de la decadencia, sino varias que
actuaron simultáneamente. Fuera por una razón o por otra, lo cierto es que, a partir de esa crisis,
la selva se adueñó de muchos de los emplazamientos que hasta entonces habían ocupado los
mayas.

Tercer periodo

El tercer periodo supuso un renacimiento de la cultura maya y estuvo unido a la llegada de un


pueblo procedente del norte, los toltecas, por eso se conoce a esta etapa como Maya-Tolteca o
también como Nuevo Imperio Maya y su extensión en el tiempo va desde finales del siglo X
hasta comienzos del siglo XVI.
El área geográfica de ocupación de los grupos de este tercer periodo se desplazó hacia el norte
de la península de Yucatán. La razón de ese nuevo asentamiento pudo estar en el deseo de
aislarse de los pueblos del sur de México o en la necesidad de encontrar tierras nuevas para seguir
practicando su agricultura de roza.
A diferencia de las etapas anteriores, este tercer periodo fue el que más justamente puede recibir
el calificativo de Imperio, ya que bajo la influencia de los pueblos del área mexicana, de carácter
más agresivo, se produjo la dominación de algunas ciudades bajo el poder del gobierno de la
ciudad de Mayapán. Otros centros interesantes de este periodo son las ciudades de Chichén-Itzá y
Uxmal.
El Nuevo Imperio Maya puede considerarse, a partir del siglo XIII, como un largo proceso de
decadencia que se vio acelerado con la llegada de los españoles, ya que éstos conquistaron casi la
totalidad del territorio durante el primer tercio del siglo XVI; tan sólo unas pequeñas
comunidades lograron resistir hasta finales del siglo XVII, pero estos grupos no aportaron ya
nada nuevo a la vieja cultura maya.
Desde el punto de vista político, y salvo en la época del dominio de la ciudad de Mayapán, el
mundo maya se organizó en ciudades-estado que, aunque en ocasiones constituyeron
federaciones o ligas, no perdieron su carácter de unidad política independiente. Por ello, el
término Imperio, aplicado a los mayas tiene un sentido primordialmente cultural, más que
político.

La economía y sociedad

La base económica de los mayas fue la agricultura, aunque ésta fue practicada muy
rudimentariamente. El cultivo predominante fue el maíz y la técnica agrícola empleada se limitó a
un cultivo de roza sin arado y sin abonos. Esto hace suponer que la tierra era lo suficientemente
fértil y que la densidad de población nunca llegó a cotas altas, puesto que el sistema de roza exige
áreas de cultivo grandes que permitan roturar nuevas tierras cada pocos años. Esta agricultura
poco desarrollada no debió permitir una gran variedad de plantas; no obstante, cultivaron también
calabazas y algodón. La dieta alimenticia de los mayas debió de completarse con la caza y la
pesca, ya que el territorio en el que se asentaron era favorable para estas actividades.
Por lo que respecta al artesanado, cabe pensar en una cierta división del trabajo, pues de lo
contrario no es posible entender el alto grado de perfección que se alcanzó en la arquitectura o el
relieve. Los restos de esas actividades, que sí han llegado hasta nosotros, permiten suponer un
artesanado especializado en otros productos con los que debió de practicarse cierto comercio. No
obstante, la falta de metales, en la cultura maya, limitó los ajuares domésticos a los utensilios de
madera, piedra y cerámica.
Desde el punto de vista social, existieron entre los mayas cuatro grupos claramente
diferenciados: la nobleza, la clase sacerdotal, el campesinado y los esclavos. Estos grupos se
enmarcaron en una estructura política de ciudades-estado que funcionaban como centros político-
religiosos.
El gobierno de estas ciudades podía ser monárquico o aristocrático, pero en cualquier caso, la
nobleza y el clero actuaban como clases dominantes de carácter hereditario. La nobleza repartía
entre sus miembros los distintos cargos políticos (consejeros, jefes de aldeas, recaudadores de
impuestos, etc.). El clero, cuya influencia debió ser enorme, hacía otro tanto entre los de su grupo
para elegir a los adivinos o a los encargados de los sacrificios. La mayor parte de la población la
componían los campesinos, que estaban obligados a pagar impuestos y probablemente a trabajar
en las obras de los templos y los palacios. Los esclavos lo eran por razones de nacimiento, de
castigo o por ser prisioneros y su destino era, con frecuencia, ser las víctimas de los sacrificios
humanos que se hacían a los dioses.

La religión

La religión de los mayas, que tomó mucho de las de los olmecas, fue, sin duda, el rasgo más
definitorio de su cultura. Partiendo de la idea de un dios creador, establecía una cierta jerarquía
con un dios jefe, Itzamná (hijo del creador) vinculado a las divinidades que representaban al Sol y
la Luna. Por debajo de ese dios supremo existían divinidades que representaban a fuerzas de la
naturaleza (el viento, la lluvia o la fecundidad), a actividades humanas (la guerra o la agricultura)
y, de manera particularmente intensa, a la muerte (dios de la muerte, dios de los sacrificios
humanos y diosa del suicidio).
La religión maya fue esencialmente ritualista y estableció numerosas fiestas en las que
ofrendaba todo tipo de productos y animales. Los sacrificios humanos no debieron de ser igual de
frecuentes en todas las épocas ni ciudades, pero fueron práctica corriente en el periodo Maya-
Tolteca.
De la importancia de la religión en esta cultura son buena muestra la gran cantidad de templos
que se construyeron, así como el hecho de que algunos de los conocimientos científicos como los
astronómicos (calendarios) o los matemáticos (construcción) fueran patrimonio exclusivo de la
casta sacerdotal.

La ciencia y la técnica

Aunque es escasa la información que ha llegado hasta nuestros días, algunos de los logros
científicos y técnicos de los mayas resultan verdaderamente sorprendentes. Así por ejemplo este
pueblo fue capaz de elaborar un calendario cuya exactitud era superior a la de cualquier otro de su
época, incluidos los europeos.
En el campo de la técnica resulta igualmente sorprendente que, sin útiles metálicos, los mayas
fueron capaces de levantar la arquitectura más perfecta y desarrollada de la América
precolombina.
Los estudios astronómicos, realizados por los sacerdotes, permitieron establecer dos
calendarios, uno ritual y otro solar (el más perfecto) constituido por 18 meses de 20 días, al final
de los cuales se añadían 5 días más. Conocían también con bastante exactitud los ciclos de
planetas como Venus o la Luna. Para contemplar el cielo, los mayas construyeron observatorios
astronómicos de asombrosa precisión.
En matemática desarrollaron un sistema vigesimal que contenía el valor de cero y en el que la
escritura numérica se hacía por medio de puntos y líneas.

Observatorio El Caracol, en Chichén Itzá, Yucatán, México, donde los mayas realizaban las
observaciones que dieron lugar a su calendario extraordinariamente preciso.

Por lo que respecta a la escritura, la cultura maya generó un tipo de signos de carácter
jeroglífico, de los que tan sólo ha sido posible interpretar y traducir una pequeña parte.
Desde el punto de vista de la técnica se pueden decir pocas cosas, tan sólo los restos
arqueológicos de la arquitectura permiten hablar con precisión de las técnicas constructivas.
Así puede decirse que los mayas fueron los únicos habitantes del Nuevo Mundo que utilizaron
la falsa bóveda o el falso arco, según el método de la aproximación de hiladas.

Las manifestaciones artísticas

Entre las manifestaciones artísticas de los mayas, la arquitectura y el relieve destacan como los
logros más perfectos y refinados de todo el arte precolombino.
A lo largo del llamado periodo clásico y del periodo Maya-Tolteca se realizaron infinidad de
construcciones con una gran variedad de modelos. Predominan las pirámides truncadas y
escalonadas, pero también se realizaron palacios y otras muchas construcciones, entre los que
merecen ser destacados los llamados “juegos de
pelota”. Éstos eran espacios rectangulares
flanqueados por unos muros, terminados en talud, de
los que sobresalían unos aros de piedra; el juego que
allí se practicaba era de carácter ritual y parece ser
que simbolizaba el recorrido celeste del sol,
representado en una pelota de caucho que los
jugadores debían introducir por los aros de piedra.

Las pirámides no eran más que el basamento de los sencillos templos que se construían en su
cima. Por lo general, todos los edificios de cierta importancia se levantaban sobre plataformas
más o menos elevadas. A partir del periodo Maya-Tolteca, el exterior de las construcciones se
decoró con relieves que representaban figuras humanas, seres mitológicos, animales, escritura
jeroglífica o simplemente motivos geométricos.

Relieves del Juego de la Pelota, en Chichen Itzá, Yucatán, México.

Uno de los descubrimientos más enriquecedores de la arquitectura maya fue el falso arco o falsa
bóveda con los que se construyeron puertas y corredores que daban cierta sensación de esbeltez a
las estructuras adinteladas de las obras. Los mejores restos del arte constructivo de los mayas
demuestran cierto interés por el ordenamiento urbanístico y se encuentran en ciudades como
Tikal, Copán, Palenque o Piedras Negras del periodo Clásico y en las de Uxmal o Chichen-Itzá
del periodo Maya-Tolteca. Estas ciudades fueron, sobre todo, centros religiosos, más que lugar en
el que habitaba la población.
Por lo que respecta a la escultura exenta, la producción fue limitada, sin embargo el desarrollo
del relieve alcanzó gran originalidad y fantasía, siendo la técnica empleada la del relieve plano.
La pintura debió de tener una gran importancia, pero los restos que han llegado hasta nosotros
son limitados. Utilizaron colores muy vivos y el tipo de representación fue semejante al de los
relieves.

Los aztecas

Introducción
El área geográfica que corresponde a la mitad sur del México actual fue una zona en la que se
desarrolló una gran actividad cultural desde unos 2.000 años a. de C. Allí habitaron varios
pueblos diferentes, algunos de los cuales han dejado restos arqueológicos tan sorprendentes como
los de Teotihuacán, ciudad que ya estaba deshabitada desde hacía siglos cuando llegaron los
españoles. En ese marco geográfico, principalmente en las orillas e islas del lago Texcoco, surgió
la civilización azteca, formada a partir de las influencias culturales de los diferentes pueblos que
se sucedieron en la región y aglutinada bajo el dominio político de su Imperio.
No es posible entender la aparición de la civilización azteca sin conocer algunos de los pueblos
que la precedieron, cuyos aportes culturales marcaron algunos de los rasgos más definitorios de
este Imperio.
Hacia finales del siglo VII, cuando la cultura de Teotihuacán estaba ya en su etapa de
decadencia, apareció en la meseta central mexicana el pueblo tolteca, cuyo carácter nómada lo
llevaría, tras fundar la ciudad de Tula a mediados del siglo IX, hasta la península de Yucatán,
donde se fusionó con la cultura maya. La gran expansión de los toltecas y su predominio hasta el
siglo XII es lo que hace que su cultura deba ser considerada como la base sobre la que se
desarrolló la civilización de los aztecas y como el vínculo entre éstos y la cultura maya.

Templo tolteca de Tula

La aparición de las tribus aztecas en la cuenca del lago Texcoco (actual ciudad de México) se
produjo a comienzos del siglo XII. Allí entraron en contacto con otras tribus que, procedentes del
norte como ellos, habían llegado poco antes. Durante varios años, los aztecas ocuparon diversos
emplazamientos, mientras su carácter belicoso les hizo enfrentarse con los demás grupos en
constantes luchas por el dominio de la zona.
A comienzos del siglo XIV se instalaron definitivamente, al fundar la ciudad de Tenochtitlán.
Uno de sus dioses les había anunciado que debían detenerse allí donde encontraran a un águila
comiéndose una serpiente sobre una rama de nopal; según la leyenda, esto sucedió en un islote
del lago Texcoco, razón por la cual la ciudad de México-Tenochtitlan se asentó sobre el lago.
Hasta comienzos del siglo XV los aztecas vivieron bajo la autoridad de otra tribu, los tepanecas,
con los que mantuvieron una relación pacífica y amistosa que permitió que el poder azteca
creciera y que sus príncipes se emparentaran con la familia real de los tepanecas.
Tras una serie de intrigas y asesinatos se produjo una usurpación del trono tepaneca, que llevó a
los aztecas a formar una alianza con otras ciudades (Cuádruple Alianza) en contra del tirano
usurpador, al que vencieron. En este proceso quien salió más beneficiado fue el príncipe azteca
Itzcóatl, que fue el primer gran soberano de los aztecas. Itzcóatl vio en el sistema de alianzas una
posible fórmula de predominio político y en 1433 constituyó la llamada “Triple Alianza” formada
por Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Esta alianza fue la base de la federación de ciudades sobre
la que los aztecas ejercieron su dominio.
El sucesor de Itzcóatl fue Moctezuma I, que gobernó desde 1440 hasta 1469, engrandeciendo su
territorio con conquistas e hizo de Tenochtitlán la gran capital de México.
Esta actividad conquistadora fue mantenida por los siguientes monarcas, hasta que en 1502
accedió al trono Moctezuma II, que fue quien recibió a Hernán Cortés, considerando al
conquistador como una divinidad (Quetzalcóatl) cuya llegada estaba anunciada por antiguas
leyendas religiosas. Moctezuma II murió en 1520 y con él puede decirse que finalizó el poderío
azteca, aunque su sucesor se mantuvo como rey hasta 1525.
El Imperio azteca duró algo menos de un siglo, pero en ese tiempo llegó a dominar sobre una
federación de pueblos obligados a pagar tributos y sujetos a una única dirección militar. Su poder
se extendió por un amplio territorio, que ocupaba todo el sur del actual México, con unos doce
millones de habitantes y una gran capital, Tenochtitlán.
La cultura azteca fue eminentemente urbana y sus ciudades no se limitaron a ser centros
religiosos como las de los mayas, sino que en ellas se asentó y vivió gran parte de la población.

La economía y sociedad

La economía azteca se fundamentó, como en el caso de los mayas, en la agricultura, pero junto
a ésta, existió un activo comercio.
La producción agrícola más importante fue la del maíz que, con los frijoles, constituía la base
de la alimentación. Ahora bien, hubo una gran diversidad de plantas cultivadas, entre las que
pueden destacarse: el cacao, el tabaco, los pimientos (chiles), la batata, el algodón o el magüey
(del que obtenían una bebida alcohólica, el pulque).
Las técnicas agrícolas no fueron muy avanzadas, pero llegaron a utilizar el regadío ante la
necesidad, por aumento de la población, de practicar una agricultura intensiva.
La ganadería fue escasa, no se domesticaron especies de ganado mayor y tan sólo los pavos,
algunas gallináceas y cierta raza de perros que se criaban para ser comidos, alcanzaron cierta
importancia.
Por lo que respecta a la artesanía, no se desarrollaron técnicas novedosas, pero cierta división
del trabajo y la especialización de algunos poblados próximos a zonas mineras o a campos de
algodón dieron lugar a un artesanado de la orfebrería (sobre todo del cobre) o a un artesanado
textil. La cerámica, la peletería y los trabajos en sílex y obsidiana también dieron lugar a un
artesanado dedicado al intercambio.
Las ciudades actuaron como centros comerciales de una economía de trueque con ferias y
mercados que, en los grandes núcleos como Tenochtitlán, Cholula o Xochicalco, debieron
resultar muy activos. En algunas épocas se utilizaron granos de cacao como instrumento de
intercambio, a modo de dinero; ello hace suponer que el cacao fue un producto muy apreciado.
La sociedad azteca se caracterizó por la organización jerarquizada de sus miembros que, sin
duda, se vio marcada por la tendencia militarista de este pueblo y por su profunda religiosidad.
Ello es lo que justifica la importancia de la nobleza guerrera y de la clase sacerdotal. Entre los
aztecas existía una unidad social básica, los denominados calpullis o grupos de individuos
relacionados por razones de parentesco, religiosas y militares. Varios “calpullis” formaban un
“campán” y al mando de unos y otros había unos jefes que formaban, junto a la nobleza militar y
a los sacerdotes, la clase dirigente.
El poder supremo residía en el soberano, que era jefe político, militar y religioso. El soberano
era elegido por un consejo de sacerdotes y nobles que solía nombrar a alguno de los miembros de
la familia del soberano anterior. En la cúspide del poder azteca existía la curiosa figura de un vice
emperador con funciones primordialmente religiosas y que actuaba, cuando era preciso, como
sustituto del soberano.
Otro grupo importante fue el funcionariado, que desempeñaba tareas muy diversas, como el
cobro de los impuestos, el control del comercio, el espionaje o la organización de la compleja
vida palaciega llena de rituales y ceremonias en torno a la figura del soberano.
La inmensa masa de la población la componían los campesinos, los artesanos y los esclavos
que, generalmente, eran prisioneros de guerra, cuyo destino eran los sacrificios humanos a los
dioses.
La religión

La religión azteca resulta particularmente compleja, por la gran cantidad de aportaciones, de


diferentes pueblos, que la conformaron. En términos generales, debe considerarse como politeísta
con dioses muy diversos; algunos tuvieron carácter de creadores, incluso con matices de dualidad,
como Quetzalcóatl, dios benéfico y Tezcatlipoca, dios maléfico; otros eran representaciones de
fuerzas o fenómenos de la naturaleza, entre ellos destaca Tláloc, dios de la lluvia y del rayo;
algunos eran protectores de los hombres (dios de los hechiceros y de los guerreros) y otros
suponían representaciones más abstractas (los dioses de las cuatro direcciones del mundo). Uno
de los dioses más importantes fue Huitzilopochtli, señor de la guerra, lo que supone una
reafirmación del carácter guerrero y belicoso de los aztecas.
La abundancia de divinidades en la religión azteca se explica por su carácter ritual, aplicado a
cualquier actividad o suceso de la vida humana. Ese afán de ritualizarlo todo es consecuencia de
la particular concepción que del hombre, de los dioses, del cosmos, de la vida y de la muerte,
tenían los aztecas. Para ellos no era posible concebir nada de todo esto con independencia de lo
demás. Así, vida y muerte aparecían unidas de manera que la una sólo era posible a través de la
otra; por ello, la muerte voluntaria de un hombre significaba dar vida al sol para que siguiera su
curso o al maíz, para que no dejara de crecer.
Los aztecas entendían todo cuanto les rodeaba de forma unitaria, su visión de la realidad era
una cosmovisión muy alejada del sentimiento práctico individualista que el Viejo Mundo había
desarrollado desde que los griegos consideraron al hombre como el centro de un cosmos que
interpreta y manipula a su medida y conveniencia.
Esta manera de entender la existencia es la que explica y justifica los sacrificios humanos
practicados por los aztecas. Los sacrificios más frecuentes no suponían necesariamente la muerte,
sino simplemente el derramamiento de sangre, pues ésta significaba igualmente vida, fecundidad
y renovación. Cuando el sacrificio era de muerte, el derramamiento de la sangre también era
importante, por lo que las fórmulas más habituales eran la decapitación, la extracción del corazón
o el desangramiento por heridas de flecha. De todos modos, a los dioses también se les ofrecían
como sacrificio alimentos, flores o animales. Todo el significado de los sacrificios humanos
quedó recogido en el mito de Quetzalcóatl, que, según la tradición, era un príncipe tolteca que fue
divinizado tras ofrecerse en sacrificio. Quetzalcóatl pasó a ser el símbolo del sacerdocio y su
actitud un emblema de la dura educación que recibían los jóvenes de las clases dirigentes.

Serpiente emplumada de un templo de Teotihuacán, que se identifica con el mítico Quetzalcóatl

La concepción del cosmos como un todo interrelacionado, hizo que los aztecas se sintieran
interesados por los calendarios, ya que los ciclos temporales condicionaban todo cuanto sucedía.
Por ello, la idea de que conociendo el desarrollo del firmamento se podía conocer el destino, fue
fundamental en este pueblo que hizo de sus calendarios auténticas guías adivinatorias de todo lo
que debía (no que podía) suceder. Como es lógico, de los calendarios se ocuparon los sacerdotes.
La ciencia y la técnica

La falta de carácter práctico ocasionada por la concepción religiosa y simbólica de la existencia,


hizo que el pueblo azteca no destacara por sus logros técnicos. Más bien, al contrario, resulta casi
sorprendente que un pueblo como éste no conociera la rueda, ni fuera capaz de elaborar un
sistema de escritura alfabética.
Por lo que respecta a las ciencias, tan sólo destacaron la astronomía y la medicina. En
astronomía los aztecas fueron deudores de los mayas, de quienes copiaron más de un calendario.
El interés por el cómputo del tiempo, favorecido por su carácter adivinatorio, supuso un
desarrollo de la matemática de base vigesimal.

Calendario azteca conocido como Piedra del Sol. En el centro aparece el dios Sol, y a su alrededor
se muestran los símbolos de los días y de las cuatro eras prehistóricas.

Muy vinculada al calendario estuvo la escritura jeroglífica, que representaba con signos (glifos)
los nombres de los dioses, de los lugares y las fechas. Con ellos se realizaron unos códices que
contenían la información histórica y cronológica más destacada de los aztecas. La realización de
estos códices corría a cargo de los sacerdotes y los alumnos del calmecac (escuela regida por el
clero), estaban obligados a aprendérselos de memoria.
La medicina parece que alcanzó un cierto nivel. La practicaban los curanderos y es muy
probable que el carácter belicoso y la práctica de la guerra obligara a desarrollar ciertas técnicas
curativas de tipo práctico más que especulativo. Los sacrificios humanos también debieron
proporcionar un conocimiento más preciso del cuerpo humano.

Las manifestaciones artísticas

La civilización azteca surgió, fundamentándose en la tradición cultural de los pueblos que la


precedieron y con la influencia de otras culturas como la maya; no obstante, la fuerte
personalidad de este pueblo fue capaz de darle a su arte un estilo propio.
De la arquitectura azteca son pocos los restos que se han conservado. Tenochtitlan fue una
ciudad que sufrió la destrucción a manos de los conquistadores y sobre todo que quedó sepultada
bajo las construcciones que en época colonial se realizaron.
Por las crónicas y los mapas antiguos que nos han llegado, se sabe que fue una gran urbe que,
por estar asentada sobre el lago Texcoco, disponía de una red de canales que actuaban como
calles navegables. El centro de la ciudad, al que se llegaba por tres grandes calles de tierra firme,
estaba formado por un gran rectángulo (400 x 300 m) en el que se encontraba el Templo Mayor,
dedicado a los dioses Tláloc (dios de la lluvia) y Huizilopochtli (dios de la guerra y principal
divinidad propiamente azteca); en el mismo recinto había un Juego de pelota y otras
construcciones de carácter religioso.
De todo ello, hoy tan sólo se conservan
unos restos arqueológicos bastante
destruidos, descubiertos hace unas
décadas.
Tenochtitlán también contaba con
palacios, como el de Moctezuma que,
según las crónicas, era grandioso y estaba
rodeado de jardines. Los restos mejor
conservados de la arquitectura azteca son
obras de menor importancia, que se
encuentran lejos de la capital, como el
Templo Malinalco, una curiosa
construcción excavada en la roca, que
aparece decorada con esculturas de serpientes, jaguares y con representaciones de hombres-águila
y hombres-jaguar.

La escultura azteca fue primordialmente simbólica y resalta con frecuencia la dualidad vida-
muerte, tan definitoria del mundo azteca. Buena muestra de ello son las abundantes
representaciones de cabezas tratadas, sólo en parte, como si fueran calaveras.
Aunque existen algunas muestras de escultura naturalista, la mayor parte de la estatuaria azteca
fueron representaciones de los dioses muy marcadas por el simbolismo de sus atuendos, sus
tocados o sus posturas. De todos modos, algunas de las mejores obras talladas que han llegado
hasta nosotros son pequeñas piezas de temas muy variados, realizadas en materiales duros, como
la obsidiana, el cristal de roca o el alabastro.
Fue también importante la escultura realizada con mosaicos (de teselas pequeñas) como las
máscaras de turquesa, de posible uso funerario.

Penacho que Moctezuma regaló a Hernán Cortés

Dejando a un lado la pintura, por ser prácticamente inexistente, hay que destacar una
manifestación artística genuinamente azteca, el llamado "arte plumario". Los objetos realizados
con plumas, como las capas, los sombreros o tocados, los escudos y una gran variedad de
adornos, fueron un símbolo de lujo que debió estar muy relacionado con las aves divinizadas,
como el águila. De estas artes plumarias, algunas muestras, como la diadema que Moctezuma le
regaló a Hernán Cortés, se han conservado en buen estado.
Los incas

Introducción

De las culturas de la zona sur del continente americano, destacaron las del área andina. Allí
surgieron, desde época muy antigua (siglo IX a. de C.) diversos grupos humanos que generaron
pequeñas culturas de carácter local, algunas de las cuales, como la de Tiahuanaco, dejaron restos
arquitectónicos interesantes.
Esas culturas, que genéricamente se denominan preincaicas, fueron el punto de partida de una
tribu, no mayor que las restantes, que hacia el siglo XII, y tras unos orígenes poco conocidos, se
instaló en el valle de Cuzco. Esa tribu que era la de los incas, pronto se distinguió por su gran
capacidad organizativa, lo que le permitió llegar a ser, hacia mediados del siglo XV, el imperio
más grande del mundo precolombino.
El origen de la tribu de los incas parece ser que puede situarse a las orillas del lago Titicaca; si
así fuera, es posible que allí entraran en contacto con la cultura de Tiahuanaco, que se mantuvo
vigente hasta el siglo XII. En cualquier caso los incas se desplazaron hacia el valle de Cuzco,
donde fundaron la ciudad del mismo nombre. Eso sucedió hacia los siglos XI o XII, pero de ese
periodo y hasta finales del siglo XIV, la información que se tiene de este pueblo es escasa y
pertenece más al mundo del mito que al de la realidad. Así, la historia de los incas se suele dividir
en dos periodos, el Imperio legendario y el Imperio histórico, a lo largo de los cuales se
contabilizan hasta trece incas (jefes o soberanos).
El Imperio legendario dio comienzo a principios del siglo XIII con el mítico Manco Cápac, a
quien se le atribuye la fundación de Cuzco. La dinastía legendaria finaliza con el octavo
soberano, llamado Viracocha Inca, quien se cree que fue el primero en iniciar las conquistas
territoriales. Hasta el comienzo del Imperio histórico, los incas no fueron más que un pequeño
reino, limitado al valle de Cuzco y sus inmediaciones.
Del Imperio histórico se tiene una información más rigurosa que permite hablar de figuras más
reales y dar una cronología más precisa. Los dos primeros soberanos de este periodo fueron
Pachacuti, que realizó grandes conquistas y Tupac Inca Yupanqui, que reinó desde 1471 a 1493 y
fue con quien el Imperio inca alcanzó su máximo esplendor. Su hijo, Huayna Cápac aún amplió
el territorio dominado por los incas, pero a su muerte, en 1525, surgieron problemas hereditarios
entre sus hijos, que fueron aprovechados por Francisco Pizarro para desintegrar el poder del
mayor imperio precolombino. El Inca Atahualpa, que había salido vencedor de la disputa
hereditaria, fue ajusticiado por los españoles y, aunque hubo otro Inca más, que también sería
muerto por los conquistadores en 1572, puede decirse que el Imperio incaico había terminado con
Atahualpa casi cuarenta años antes.
El Imperio inca se extendió a lo largo de la cordillera de los Andes, desde el actual Ecuador y
hasta el norte y el oeste de lo que hoy son Chile y Argentina. Esa extensión supuso una larga
franja de unos 4.000 km de longitud que resulta casi sorprendente que pudiera estar bajo el
mismo control político. A diferencia de las otras civilizaciones precolombinas, este Imperio no
fue una federación de distintos pueblos o ciudades, sino que se trató de un único gobierno
centralizado, absolutista y de carácter teocrático, pues el emperador era considerado descendiente
del dios Sol. La creación de un poder de estas características fue posible gracias a la gran
capacidad organizativa de los incas, que supieron dominar sobre un territorio tan amplio. De ese
modo, todo en la vida de los habitantes del Imperio inca estaba regulado y organizado por el
Estado en un sistema que, con frecuencia, se ha calificado de socialismo, o de “despotismo
ilustrado incaico”.
La organización del poder político, fuertemente jerarquizado, era enormemente sencilla y quizá
por ello resultó tan eficaz. El emperador era dueño y señor de todo y tenía el Imperio dividido en
cuatro provincias (suyu) al mando de las cuales estaban unos gobernadores que dependían
directamente del Inca. Cada provincia estaba constituida por varias regiones (guaman), cada una
de las cuales contenía varios distritos que a su vez estaban formados por los clanes (ayllus), que
eran la base de todo el sistema. Cada una de estas unidades tenía un jefe que se situaba en una
estructura de poder perfectamente escalonada. Una organización similar y paralela a ésta era la
que se encargaba de controlar el pago de impuestos en trabajo (no había dinero) denominados
mita. Esos trabajos suponían atender las tierras y los ganados del emperador y el clero, pero
también implicaban dedicarse a la realización de obras públicas como las carreteras del Imperio.
La organización del poder imperial se completaba con un ejército bien equipado y con un eficaz
sistema de correos que permitía mantener bajo control los territorios extendidos a lo largo de la
cordillera andina.

La economía y sociedad
La economía de los incas estuvo totalmente controlada por el Estado y fue, en el marco de los
ayllus, colectivista. El ayllu estaba constituido por varias familias vinculadas entre sí por razones
de parentesco y que vivían en un régimen semi-comunitario.
La base de la economía era la agricultura y los dos productos fundamentales, el maíz y la papa;
la gran variedad de especies y la capacidad de adaptación a distintos terrenos y climas, hizo de la
papa un alimento fundamental entre los incas. Otros cultivos menos importantes fueron los
porotos, el tomate, el cacao o el algodón. El nivel de la agricultura fue alto, pues conocían no sólo
el regadío, para el que construyeron canales y acueductos, sino también los abonos, de estiércol
de ganado o de guano (excrementos de aves). En las laderas de los valles andinos realizaron
terrazas o bancales para poder cultivar en terrenos inclinados.
Todas las tierras pertenecían al Inca, pero, para organizar y distribuir la producción agrícola,
tenían establecidas tres clases de parcelas: las del Inca, las del dios Sol (bajo el control de los
sacerdotes) y las del pueblo. Las del Inca servían para mantener al Estado, las del Sol atendían las
necesidades del clero y de los necesitados (viudas, enfermos, etc.) y las del pueblo eran repartidas
entre los campesinos para su usufructo. Ese reparto se hacía anualmente, por funcionarios que
consideraban las necesidades de cada familia, en función de las cuales se determinaba el tamaño
de la parcela. Al no existir la propiedad privada se racionalizaba el reparto en base a las
necesidades de cada grupo familiar.
Los campesinos estaban obligados a trabajar sus tierras, las del Inca y las del dios Sol. A
diferencia de otras economías precolombinas, los incas dispusieron de una ganadería importante,
constituida, sobre todo, por llamas y alpacas (se criaban también el guanaco y la vicuña). Estos
animales proporcionaban carne, leche, lana y, en el caso de las llamas, un limitado medio de
transporte de mercancías (estos animales no soportaban cargas superiores a los 50 kilogramos).
La mejor lana la proporcionaban las alpacas y las vicuñas, pero también se utilizaba la de llama.
La importancia económica del ganado hizo que perteneciera al Inca. Lo cuidaban pastores que no
tenían que prestar otros servicios (mita) al Estado y parte de la lana se entregaba a los tejedores
que periódicamente abastecían de ropa al pueblo.
La estructura social se fundamentaba en la familia, por lo que el matrimonio era obligatorio
(tolerándose la poligamia). Un grupo de familias de número variable constituía un ayllu, que era
regido por un jefe y un consejo de ancianos, siendo de este modo la base de la organización
económico-política del Imperio.
La mayor parte de la población del Imperio incaico estaba constituida por los trabajadores
agrícolas, los artesanos y los pastores. Los grupos privilegiados quedaban limitados a los clanes
imperiales incas, es decir, a los descendientes de los hijos del Inca, que no habían heredado el
título de soberano. Estos individuos, considerados descendientes del Sol, eran los que se
encargaban de la administración del Estado o del sacerdocio. Otro grupo inca que ocupó una
posición de cierto respeto fue el clan del Cóndor, cuyos miembros constituían parte importante
del ejército. Por encima de todos estaba el Inca a quien se consideraba hijo del Sol y quien
disponía de un poder absoluto.
La religión

El poderío del grupo étnico inca sobre su vasto imperio se puso de manifiesto en un auténtico
programa de “incaización” de los pueblos sometidos a los que se les impuso una organización
político-económica, una lengua e incluso una religión. Por ello resulta adecuado hablar de una
religión oficial.
Ahora bien, dado que en materia de creencias es más difícil imponerse que en otros campos,
parece que, junto a la religión oficial, pervivieron distintos tipos de dioses protectores,
procedentes de otras culturas o simplemente de ídolos que pertenecían a clanes concretos. Podría
hablarse así de una religión popular, esencialmente animista y fetichista en la que no debieron
faltar rituales mágicos.
La religión oficial, por su parte, mantenía un culto al Sol que logró generalizarse, aunque el
dios principal era Viracocha, a quien se consideraba creador del Universo y dios civilizador. El
culto a Inti (dios solar) debió su importancia al hecho de que el Inca era su representación viva.
Por ello, la mayor parte de los templos estaban dedicados a Inti y muchos de ellos contenían
auténticos tesoros en oro, que era el metal empleado para representar, con ídolos macizos, al dios
Sol. Junto a Inti se adoraba a Mamaquilla, la Luna, y otras divinidades que representaban fuerzas
de la naturaleza.
El ritual de la religión incaica supuso un ceremonial complejo del que se encargaban los
sacerdotes y, en los templos de Inti, las vírgenes del Sol. En las ceremonias religiosas fueron
frecuentes los sacrificios de llamas y, como ofrenda al dios, se quemaban en sus altares vestidos
confeccionados con los más bellos y complejos tejidos.

La ciencia y la técnica

Desde el punto de vista de la ciencia, no parece que los incas realizaran avances de importancia.
Como en otras culturas precolombinas, existió cierto interés por la astronomía, en función de la
necesidad de calendarios, pero ni siquiera en este campo se produjo alguna aportación de interés,
puesto que el calendario solar inca era muy inferior a los logrados por mayas o aztecas. Los incas
tampoco desarrollaron la escritura, ni utilizaron la rueda.
Por lo que se refiere al nivel técnico, éste dio sus mejores frutos en materia constructiva y en el
artesanado textil.
Debe destacarse también la sorprendente y amplia red de calzadas realizada por los incas. Esta
red estaba constituida por dos vías principales que recorrían el imperio de norte a sur, una por la
costa y la otra por el interior, y que se completaba con varios tramos más pequeños que unían
estas dos vías en distintos puntos. En los recorridos en los que debían salvarse desniveles grandes,
la calzada se transformaba en largos tramos de escalera directamente tallados sobre la roca (al no
utilizarse la rueda, esto no era impedimento para el transporte a lomos de llamas). Junto a las
calzadas había almacenes con víveres y mantas para los viajeros. Estas vías de comunicación
permitieron el desarrollo de un sistema de correos, mantenido por corredores que se transmitían
oralmente los mensajes y que vivían junto a los caminos.

Las manifestaciones artísticas

El arte de los incas fue primordialmente constructivo y marcado por el utilitarismo. La


arquitectura de este pueblo fue, una vez más, muestra de su gran capacidad organizativa y del
sentido práctico que predominó en esta cultura. Se trata de una arquitectura en piedra que, con
frecuencia resulta ciclópea y que los canteros y albañiles tallaban y ajustaban “en vivo”, es decir,
sin argamasa alguna.
Las piedras se trabajaban de tres formas diferentes en función de la obra a la que estuvieran
destinadas: una talla tosca e irregular para las viviendas, obras poco importantes y para la
construcción de terrazas de cultivo; una talla irregular de grandes bloques y con la superficie que
queda a la vista mejor trabajada para la construcción de murallas y fortalezas; y una piedra
trabajada en forma de sillares regulares que se destinaba a los edificios más importantes, como
los templos o los palacios.

Murallas ciclópeas de Sacsayhuamán, en Cuzco, Perú

La perfección del tallado, así como el tamaño de algunas de las piedras (hasta 4 y 5 metros de
altura) supuso una abundante mano de obra, tanto de cantería como de acarreo y construcción,
que se lograba gracias a la buena organización de la “mita” o impuesto en trabajo.
Por lo que respecta al espíritu práctico, basta señalar que se crearon modelos constructivos
uniformes; para que pudieran ser realizados en todo el Imperio, se fijaban en pequeñas maquetas
de barro, que actuaban como planos que debían copiarse.
La arquitectura incaica, adintelada y profundamente sencilla no ofreció soluciones novedosas
en ningún aspecto y su belleza reside en su grandiosidad, en el magnífico tratamiento de la piedra
y en su perfecta adecuación al gigantismo del paisaje andino. Sus restos mejor conservados se
encuentran en Cuzco y en la misteriosa fortaleza de Machu Picchu.
En Cuzco destacan las ruinas de la fortaleza de Sacsayhuamán, que, además de sus imponentes
muros, contiene un calendario solar gigante y las del Templo del Sol o Coricancha. Machu
Picchu, por su parte, ofrece el conjunto mejor conservado, aunque se desconoce si este centro fue
una ciudad, un lugar sagrado o una fortaleza militar.

Machu Pichu, en la cordillera andina del Perú

La escultura y la pintura apenas tuvieron desarrollo en la cultura inca y se limitaron a ser


elemento decorativo de una cerámica poco interesante. Más atención merecen las labores textiles,
realizadas con finas lanas de alpaca y vicuña o con algodón. Los tejidos se decoraban con
motivos geométricos o con representaciones humanas con una gran riqueza de colorido.
La orfebrería debió estar muy desarrollada, pero el saqueo de metales preciosos realizado por
los conquistadores ha dejado muy pocas muestras de este arte.

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